ItrustSeverus, por supuesto, a quien agradezco hasta el infinito sus consejos, su paciencia, su cariño y, sobre todo, sobre todo, su confianza en mí.
Harry Potter y Severus Snape han sobrevivido a una guerra. ¿Podrán sobrevivir a un encuentro casual en un lugar inesperado?
Severus y Harry son de J.K.Rowling, pero yo he querido darles una oportunidad para conocerse mejor.
Me alegro de que se permita participar a las no-miembros de la Mazmorra del Snarry en uno de sus retos. Esperemos que no sea el último
Esta es mi humilde respuesta al Reto de la Mazmorra del Snarry por la celebración del día Internacional del Snarry. Espero que os guste.
—Un whisky de fuego on-the-rocks.
—Enseguida, señor —contestó el camarero.
Harry, apoyado en la barra, se giró hacia el hombre que había hablado, sabiendo de quién se trataba mucho antes de verle siquiera, a él o a su indumentaria, como siempre austera y de color negro.
—Vaya sorpresa encontrarle aquí, profesor Snape —mintió.
En realidad, para Harry no lo había sido, puesto que sabía a la perfección que el hombre estaba allí, ya que le había visto en la penumbra de su palco. Por el contrario, Snape le observó con evidente estupefacción.
—Yo podría decir exactamente lo mismo, señor Potter —le contestó con gesto tenso.
Alargó su mano para agarrar el vaso que le ofrecía el camarero en aquel instante y depositó a un tiempo el dinero de su copa. A Harry no le pasó por alto que supiera el importe exacto sin necesidad de preguntarlo.
—Bueno, me han invitado —dijo el chico—. Y, en su momento, me pareció una idea estupenda.
Snape se llevó su copa a los labios, para preguntar justo antes de beber.
—¿Ya no se lo parece?
—Yo no he dicho eso —Harry le hizo una seña al camarero para que se acercara—. Póngame lo mismo que a él.
—Ni lo sueñe —se adelantó Snape, antes de que el almidonado barman diera su conformidad—. Un San Francisco, sin alcohol.
—Oiga —protestó el joven—, sabré yo lo que quiero beber.
—Un San Francisco —insistió—. Yo le invito, Potter.
—Muy bien, señor —dijo el camarero, agenciándose una coctelera.
—Bueno, en ese caso, supongo que no puedo quejarme y debo agradecerle la invitación, ¿no? —Harry apoyó un codo en la barra para contemplarle con descaro.
—Tómeselo como un premio por intentar abrir su reducida mente a la cultura de la Ópera —susurró Snape—. Por cierto, ¿quién ha sido el incauto que le ha invitado?
—Neville y su abuela —confesó Harry, sonriendo.
—Su San Francisco, señor —le ofreció el camarero.
—Gracias —contestó él, mientras Snape pagaba la consumición.
—¿Y ha preferido pasar un sábado por la noche con el señor Longbottom en lugar de estar con sus amigos? —le preguntó el hombre, extrañado, al quedarse solos de nuevo.
—Neville es amigo mío —aseguró Harry muy serio. Luego le dio un sorbo a su cocktail—. Mmm, está muy bueno.
—Ian es un excelente barman —apuntó Snape—. Explíqueme lo de Longbottom.
—Ya se lo he dicho, es mi amigo —viendo que el hombre le seguía mirando, escéptico, puso los ojos en blanco y continuó—: Argg, está bien, en realidad no quería hacer otra vez de carabina de Ron y Hermione, y no tenía un plan mejor, así que…
—Ya —gruñó Snape.
—¿Sabe? No pensaba que a usted le interesara para nada la ópera —dijo, intentando cambiar de tema.
Snape le miró de reojo y no se dignó a contestar. Harry siguió bebiendo de su San Francisco y, dándose la vuelta, apoyó ambos codos en la barra, para mirar de frente al hombre que le acompañaba.
—Tal vez debería decirle a Neville que está usted aquí —el chico observó su reacción, esperando que su ex profesor se mostrara disconforme con eso, o tal vez que se negara a saludar al pobre chico—. Sería una buena oportunidad de huir de su abuela, es algo… controladora.
Esta vez sí que consiguió que el hombre le mirara. En sus ojos negros no había ni rastro de nada que no fuera un vacío insondable.
—¿No le parece buena idea? —Harry sonrió con cierta malicia—. Bueno, quizás no sea lo mejor. Lamentablemente, sigue usted intimidándole.
—Lo lamentable, señor Potter, es que no le intimide lo suficiente a usted como para que no se atreva a molestarme.
En ese instante sonó el timbre que anunciaba que debían regresar a sus asientos cuanto antes, puesto que la obra iba a continuar. Harry echó un vistazo al otro lado del vestíbulo, donde Neville le hacía señas para que se diera prisa, apuró su copa y se despidió.
—Bueno, Snape, nos vemos. Gracias por la bebida.
—Señor Potter —le llamó el hombre. Cuando Harry le miró, interrogante, continuó hablando—: ¿Qué le ha parecido hasta ahora la obra?
—Nunca me había aburrido tanto en mi vida —contestó el joven, alegremente—. Pero a partir de ahora mejorará.
—¿Por qué? ¿Ya sabe cómo sigue?
—No, pero ahora ya sé dónde tengo que mirar para entretenerme —le contestó el chico, dejando a Snape con el ceño fruncido, en un claro gesto de desconcierto.
Cuando Harry regresó al palco de los Longbottom, donde había visto la primera parte de la obra, dirigió sin ningún escrúpulo sus anteojos hacia el palco de enfrente, donde Snape tomaba asiento en su butaca de terciopelo rojo. Un instante después, la negra mirada del ex mortífago se unía a la suya a través de las lentes del binóculo con tanta facilidad que no parecía posible que hubiera una platea de butacas de distancia entre ellos. Cuando Harry bajó los prismáticos, pudo ver cómo Snape se ocultaba tras la cortina, y ya no volvió a verle más, porque una vez finalizada la ópera, y mientras aplaudía junto a la señora Longbottom, fijó de nuevo sus ojos verdes en el palco frente a él para comprobar que Snape ya se había marchado.
**
—Tenemos que dejar de vernos de este modo, Snape —dijo Harry, colocándose junto a él en la barra del bar de la Ópera, dos semanas después—. Esta vez invito yo —le hizo un gesto al camarero para que se acercara—. Un San Francisco sin alcochol para el señor y un whisky para mí.
Snape le miraba como si fuera la primera vez que le veía, sin sonreír, sin mostrar sorpresa, apenas cambiando su ceño fruncido por una ceja alzada.
—¿Qué tal si dejamos de vernos, a secas? —gruñó.
Harry rió con ganas. Sus bebidas fueron colocadas discretamente frente a ellos y, antes de que pudiera evitarlo, Snape, rápido como un felino, se apoderó del vaso de whisky. El joven Gryffindor sonrió ante su gesto y rebuscó en su bolsillo, sacando unas monedas, que dejó sobre el mostrador.
—Así que quiere privarme de lo único que hace que valga la pena el haber venido —comentó el joven, recogiendo su cambio. Le dio un sorbo a su San Francisco y miró al hombre de soslayo—. ¿O es que acaso cree que me gusta escuchar a la gente gritar en público durante dos horas?
—Lo que usted llama gritos yo lo llamo arte, señor Potter —contestó Snape mientras bebía de su propio vaso.
—Pues yo lo llamo gritos y… —se acercó a él con aire confidencial—, los gritos los prefiero en la intimidad.
Snape se lo quedó mirando patidifuso, mientras Harry sonreía y bebía de nuevo, haciendo centellear sus ojos verdes.
—¿Está coqueteando conmigo, señor Potter? —preguntó el hombre con la voz de hielo.
—Vaya, ¿tanto se me nota? —dijo el joven, chasqueando la lengua y poniendo cara de fingido fastidio.
—Juega usted con fuego —susurró Snape—, y podría quemarse, se lo advierto.
—Tengo la seguridad de que arderé en el infierno sólo por lo que estoy pensando ahora mismo —confesó, mientras le recorría todo el cuerpo con sus ojos verdes encendidos.
—Se ha vuelto completamente loco —murmuró el hombre, con gesto severo, y dejó su vaso sobre la madera del mostrador con un golpe seco.
—Es muy posible, ¿sabe? El llevar tanto tiempo en sequía y soportar el incesante e incomprensible canturreo en alemán, me hacen verle a usted lo suficientemente atractivo como para querer arrancarle la túnica a mordiscos. ¿No es una locura?
Snape le miró con los ojos como platos, pero Harry se limitó a seguir sonriéndole de modo encantador, hasta que el hombre retiró la mirada y la fijó en su vaso.
El chico se sentía temerario y espontáneo, y por lo que le pareció entrever, el hombre estaba sorprendido, pero no del todo molesto. ¿O sí? No podía estar seguro, su rostro impertérrito visto de perfil no le mostraba nada en qué basarse, su mano era firme llevando el vaso hasta su boca, y sus labios se abrieron para acoger el líquido ambarino mientras cerraba los ojos negros en un gesto de satisfacción. ¿Qué podía indicarle todo aquello?
—Falta un cuarto de hora aproximadamente para que suene el timbre que anuncia la segunda parte de la ópera —dijo Snape, mientras volvía a posar su whisky en el mostrador de la barra. Le miró fijamente, con sus ojos negros brillando a la intensa luz del vestíbulo y susurró—: ¿Le durará tanto tiempo la locura?
—¿Qué propone? —preguntó Harry, acercándose un poco más a él.
—Sígame.
Acto seguido Snape se dio la vuelta y echó a andar hacia un pasillo que supuso debía llevar a su palco. Harry se sintió tremendamente excitado al verle marchar tras darle la orden. Dejó su San Francisco junto al olvidado whisky del hombre y lanzó una mirada en la dirección en la que Neville y su abuela estaban enfrascados en una conversación con un tipo barbudo que él no conocía. Se escabulló entre la gente sin ser visto y salió del vestíbulo, en pos de Snape.
Pero cuando llegó al pasillo por el que le había visto desaparecer no fue capaz de encontrarle. Únicamente había tres puertas, en una de ellas la palabra “Privado” brillaba insolente en letras doradas, y las otras dos eran el baño de mujeres y el de hombres. Se decidió por ésta última y la hizo oscilar sobre sus goznes mientras susurraba:
—¿Snape?
Sólo le contestó el silencio. Acabó de entrar y cerró la puerta, prudencialmente. Se deslizó frente a los lavamanos para adentrarse en el camino de puertas de los baños cerrados, que abrió uno por uno para mirar en el interior.
—¿Snape? —repitió—. ¿Está ahí?
Harry estaba seguro de que le había tomado el pelo, de que lo único que conseguiría sería una risa burlona y una mirada de suficiencia, y estaba a punto de marcharse cuando le agarraron fuertemente del brazo y le arrastraron al interior del último de los inodoros, haciendo que su pulso se acelerara peligrosamente.
—De cara a la pared —le susurró al oído una voz inconfundible—. Apoye las manos en las baldosas.
—Snape…
—Las manos en las baldosas.
—Está bien.
El corazón de Harry daba saltos en su pecho, desbocado, mientras obedecía. Unas manos grandes y blancas le acariciaban el pecho por encima de su camisa de rayas. Quiso girarse pero le obligaron con brusquedad a mirar de nuevo hacia la pared.
—No se gire —le advirtió—. Quítese los pantalones, rápido. Y los calzoncillos.
Esta vez, Harry no se lo hizo repetir. Se quitó ambas prendas y volvió a su posición inicial, abriendo las piernas todo cuánto le permitía la ropa que reposaba en sus tobillos. Inmediatamente, las manos que le habían acariciado el pecho le acariciaban las nalgas. De pronto dejaron de hacerlo y Harry empezó a escuchar un más que conocido sonido de chasquidos húmedos. Podía imaginar lo que el hombre estaba haciendo tras él e intentó girar de nuevo la cabeza.
—No se gire —volvió a indicarle, con voz contenida, y obligándole a seguir mirando al frente.
—Déjeme verle, Snape —suplicó el joven.
—No —contestó el otro, de forma escueta—. Y no vuelva a intentarlo, o tendré que cegarle temporalmente.
—De acuerdo —se conformó Harry, a regañadientes.
Los chasquidos, y algún que otro gruñido que se escapaba de los labios de Snape, le excitaban lo suficiente como para empezar a notar la dureza entre sus piernas sin necesidad de estimularse, tal y como parecía estar haciendo el ex profesor a su espalda. Por unos instantes recordó con cierto desasosiego el odio acérrimo que había llegado a tenerle al hombre durante sus años escolares, y se preguntó a sí mismo cómo había acabado en ese baño, medio desnudo y excitado. Casi había decidido echarse atrás, cuando Snape habló con voz enronquecida.
—¿Aún sigue decidido, Potter?
El joven dio un respingo cuando notó las manos tanteando en su cintura y sintió cómo los dedos índices de ambas se deslizaban hacia abajo, hasta enredarse entre el vello de su pubis. Él no era ningún cobarde, estaba excitado y si le tenía a su espalda podía imaginar que se hallaba con otro hombre, en lugar de con Snape. Pero, ¿en realidad quería que hubiera otro hombre a su espalda?
—Claro que estoy decidido —soltó con más aplomo del que sentía.
—Bien, prepárese —Harry se estremeció cuando sintió que la polla de Snape, o lo que parecía ser la polla de Snape, ya que no podía verlo, se posicionaba entre sus nalgas—. Avíseme cuando note que le duele.
—¿Que me duele? —preguntó alarmado—. ¿Pero es que no piensa prepararme?
—Usted avíseme.
Las últimas palabras de Snape habían sonado impacientes, pero Harry apenas pudo percatarse de ello porque todo se volvió de color rojo. El dolor cruzó su cara, se pegó a la pared, apoyando su frente en un brazo y apretó con fuerza los dientes, sintiendo cómo su carne era separada y su ano ardía de dolor. Pero no quiso protestar. Estaba seguro de que era lo que quería Snape, que chillara como una niñita dolorida.
Habían pasado tres, cuatro, seis segundos que a Harry le parecieron horas y no pudo soportarlo más.
—Aaaaahhhhh, ¡joder! ¡Hostias! —gritó a pleno pulmón.
Snape se detuvo en su avance. Las manos firmemente sujetas a las caderas de Harry.
—¿Nota dolor?
—¡Pues claro, cabronazo! —Se quejó el joven—. Ni siquiera me ha prepara…
Entonces, Harry sintió cómo su esfínter se relajaba. No demasiado, pero sí lo suficiente como para que su cuerpo pareciera adaptarse a la intrusión.
—¿Mejor ahora? —preguntó Snape con voz esforzada, demasiado cerca de su nuca como para que Harry no sintiera su cálido aliento en la mejilla y aspirara el aroma del whisky.
—Ssssí… bastante mejor.
—Le dije que me avisara en cuanto notara dolor —le reprendió el hombre—. Intente no resistirse.
—No me estoy resistiendo, ¿vale? Pero si no me lubrica…
—Le he lanzado un par de hechizos antes de empezar, que debían ser suficientes. ¿Cree que puedo seguir? —preguntó Snape, dando por zanjada la discusión.
Harry suspiró y se preparó para la siguiente fase de la penetración.
—Sí, sí… creo que sí.
—Y esta vez, avíseme.
Sin esperar confirmación Snape gruñó y siguió entrando en el cuerpo de Harry. Ahora parecía mucho más relajado y aunque escocía como si le estuvieran partiendo en dos, el dolor no era tan fuerte como antes. Apenas treinta segundos más tarde, el joven sintió que le rozaban un punto en su interior, que le hizo ver pequeñas estrellas de luz tras sus ojos cerrados.
—¡Oh, joder! ¡Sí, justo ahí! —gritó Harry, sin poder reprimirse.
Sintió a Snape completamente encajado dentro de él y cómo éste se quedaba quieto. Harry jadeaba por el esfuerzo, y su ano palpitaba enloquecido, contrayéndose alrededor del perímetro del hombre, dándole la bienvenida, pero al mismo tiempo notándole demasiado grande para estar cómodo.
—No puedo esperar más —le urgió Snape junto a su oído—, necesito moverme.
—¿Y a qué coño espera? —espetó Harry—. Muévase.
El hombre soltó una risa ronca que hizo que la entrepierna de Harry diera una sacudida. Snape se retiró con lentitud, rasgándole, partiéndole en dos, pero cuando volvió a adentrarse consiguió rozar de nuevo aquel punto que volvía loco al joven, y que hacía que su polla se alzara más hacia arriba, que se endureciera tanto que dolía y que gimiera tan alto que apenas se podían escuchar los gruñidos del hombre a su espalda.
En un momento determinado, Harry quiso masturbarse al ritmo de las embestidas cada vez más violentas de Snape, pero el hombre le apartó la mano con un gesto brusco y le obligó a posicionarla de nuevo contra la pared. Harry miró hacia su mano, ahora cubierta por la de Snape, que enredó los dedos con los suyos.
—Las manos quietas —murmuró.
Harry le respondió con un gemido y siguió aceptando las embestidas con estoicismo, hasta que todo explotó a su alrededor. Cerró los ojos con fuerza, sujetó casi con ansia la mano del otro hombre y deslizó el otro brazo hacia atrás para adherirse a la sudorosa cadera de Snape, siguiendo su ritmo; clavó las uñas en su piel y acabó por correrse con violencia, salpicando las baldosas del baño, mientras su grito reverberaba contra las paredes desiertas. Segundos después, cuando apenas se había recuperado del orgasmo, sintió la pelvis del hombre firmemente pegada a sus nalgas y el calor de la semilla de Snape le inundó el cuerpo.
Tras lo que le pareció una deliciosa eternidad, Snape se separó de él, saliendo con más cuidado del que había utilizado al entrar, o quizás era que ya se había acostumbrado a su tamaño, Harry no podía estar seguro, aún se sentía algo aturdido por la fuerza de sus emociones.
—¿Tiene frío, Potter? —Le preguntó Snape, bastante más sereno de lo que lo estaba Harry—. Está usted temblando.
—Estoy bien —susurró con un chirrido. Su garganta estaba completamente seca y áspera.
Snape no respondió, se separó definitivamente de él, soltándole la mano y retirando la de Harry de su propio cuerpo. Al joven no le importó que le apartara porque sentía su polla palpitar con los ecos del placer, regocijándose complacido en esa sensación.
—Le quedan tres minutos para recuperarse y llegar hasta el palco de los Longbottom, Potter —le advirtió Snape—. ¿Cree que podrá?
Mientras el hombre le hablaba, sintió cómo era limpiado con un hechizo refrescante. No se veía capaz de hacer ningún movimiento, y menos en tan poco tiempo. Jamás había experimentado antes lo que aquel hombre le había hecho sentir.
—¿Puedo… puedo girarme ahora? —Le preguntó, en cambio.
—Claro —contestó—. Pero vístase.
Harry se dio la vuelta para encararse con un Snape de impecable apariencia. Su túnica estaba abrochada por completo, su rostro quizás lucía algo más sonrosado de lo que en él era habitual, y sus ojos brillaban peligrosamente. El joven se subió calzoncillos y pantalones sin dejar de mirarle, con una pregunta saltando en su mente, pero sin llegar a sus labios.
Snape abrió la puerta del cubículo y estaba a punto de salir cuando Harry le agarró por el brazo para detenerle.
—¿Cree que… cree que podríamos repetirlo? —Le preguntó finalmente.
El hombre le miró a los ojos con una intensidad extraña, como si quisiera comunicarle algo sólo con la mirada.
—En cuanto se encienda la luz roja —señaló un punto sobre la puerta del baño, visible solamente desde donde él se encontraba, ya que Harry miró en esa dirección y no pudo ver nada—, significará que apenas tiene tiempo para llegar a su palco. No le dejarán entrar si la obra ya ha comenzado, así que dése prisa.
Se zafó del agarre de Harry y se marchó, sin despedirse ni decir nada más. Él dejó que se fuera, aunque dudaba que hubiera podido impedírselo. En tiempo récord se encontró fuera del baño y caminó hacia el palco de los Longbottom, donde Neville le esperaba impaciente.
—Harry, ¿dónde te habías metido? Creíamos que no llegabas —le dijo con tono preocupado mientras descorría las cortinas para dejarle entrar primero, mirándole con el ceño fruncido—. No tienes muy buena cara. ¿No te encuentras bien?
—Ehhmmm… no, no demasiado, pero tranquilo, se me pasa enseguida —le tranquilizó el chico, dándole un golpecito en el hombro.
Harry lanzó un vistazo al palco de enfrente, donde Snape estaba sentado, tan tieso como siempre y mirando fijamente hacia el escenario, donde el telón empezaba a subir. No pudo más que admirarse de su entereza, aunque pensó que él jugaba con la ventaja de no haber sido sodomizado de modo salvaje hacía unos minutos en el baño. Salvaje y deliciosamente sodomizado, debía añadir.
El resto de la obra se lo pasó con una estúpida sonrisa en sus labios, contemplando el oscuro palco de Snape y con una decisión firmemente anclada en su mente.
**
—Buenas tardes, señor Potter.
Sobresaltado, se dio la vuelta para encontrarse con Snape frente a frente, admirablemente vestido de muggle. Le había mandado una lechuza hacía dos días con la propuesta de encontrarse frente a la puerta de un local muggle. No estaba dispuesto a tener que soportar otra ópera más sólo para poder verle de nuevo.
—Buenas tardes —le sonrió ligeramente—. Pensaba que ya no vendría.
—Ya me he dado cuenta. Llevo observándole un buen rato, yendo de un lado para otro con impaciencia.
—No estaba impaciente —le soltó Harry, algo ofendido.
—Nervioso, ¿quizá?
—Tampoco.
—¿Está nervioso por haberse citado conmigo? —insistió Snape, con una sonrisa ladeada.
—Esto no es una cita —protestó Harry—. ¿Qué se lo hace pensar?
Snape sacó un trozo de pergamino del bolsillo interior de su chaqueta y leyó en voz alta:
—“Si le apetece citarse conmigo le estaré esperando en “El Hogar del Jazz”, el día 8 de junio a las 7 de la tarde” —Le miró por encima de la nota—. ¿Debería haberle traído un ramo de flores? ¿Qué flores le gustan, señor Potter?
—En realidad prefiero los capullos a las flores —gruñó Harry.
—No sea vulgar —le recriminó Snape.
—¿Sabe qué le digo? Que si ha venido para burlarse de mí…
—En realidad he venido porque sentía curiosidad —el hombre volvió a guardar el trozo de pergamino en su bolsillo y miró la puerta del local con interés. Eso hizo que Harry se tranquilizara un tanto—. Así que le gusta el jazz.
—Los jueves actúan grupos de soul, que es bastante más soportable que el jazz —explicó Harry, y viendo que Snape simplemente le observaba sin decir nada, añadió—: Ehmmm… ¿entramos?
Una vez dentro, se acomodaron en una pequeña mesa libre, en un rincón apartado del escenario, donde un pianista, un contrabajo y un saxofonista preparaban sus respectivos instrumentos para el concierto que empezaría en breve. Pidieron un par de copas y se quedaron en silencio. Harry perdió su mirada en el tapete que cubría la mesa.
—¿Y bien? —preguntó Snape—. ¿Se ha dado por vencido con la ópera?
Harry raspó con una uña lo que parecía una quemadura en el tapete.
—Más o menos. Me temo que no es lo mío.
—Vaya, y yo que pensaba que me había topado con el eslabón perdido de los hermanos Marx —Harry le miró sin comprender y Snape hizo un gesto con la mano, quitándole importancia.
Las luces del local se atenuaron y una mujer subió al escenario, donde empezó a desgranar duras y graves notas de sufrimiento y dolor insoportables. Snape y Harry volvieron a quedarse en silencio. El joven bebía intermitentemente de su vaso y aprovechaba para lanzarle miradas escrutadoras al hombre, que parecía concentrado en la canción.
—¿Se va a decidir a pedírmelo, señor Potter?
El aludido dio un respingo al oírle hablar, pensando que le había descubierto observándole.
—¿Pedirle? ¿Qué quiere decir?
Snape le miró desde el otro lado de la mesa, acariciando distraídamente su vaso con los dedos, que danzaban sobre el cristal.
—Usted sabe lo que quiero decir. Puede mentirse a sí mismo si lo prefiere, contándose mil historias del por qué me ha pedido venir, pero a mí no me engaña. Sé que quiere algo muy concreto de mí —se llevó el vaso a los labios y desvió la mirada de nuevo hacia el escenario. Cuando volvió a dejar la bebida sobre la mesa, siguió hablando—: Si se decide a solicitármelo, es muy posible que se lo conceda.
Harry se sintió desfallecer, abrumado por las sensaciones. Apenas había pasado una semana de su anterior encuentro y no habían quedado como amigos, precisamente, así que no tenía demasiadas esperanzas de que Snape accediera a su petición, menos aún de que fuera él mismo quién lo propusiera.
—Esta vez he traído un gel lubricante —lo dijo en voz tan baja que dudó que el hombre le hubiera escuchado.
—¿Qué le hace pensar que lo necesitará? Además, no le he oído pedirme nada.
—Bueno… —dudó Harry—. Está bastante claro, ¿no?
—No. No lo bastante. Quiero oírselo decir—insistió Snape.
Qué estúpido había sido. Pensar que se lo estaba poniendo fácil, cuando en realidad lo que pretendía era oírle suplicar, mendigar por un poco de sexo. No podía negar que el que ofrecía era un sexo increíble. Placentero en grado sumo. Sublime.
—Está bien. Quiero… eehmmm… tener sexo con usted otra vez. ¿Contento?
Una sonrisa hambrienta le demostró a Harry que sí lo estaba. Y pronto descubrió que si Snape estaba contento, él y su cuerpo también llegarían a estarlo.
Aquella noche, escondidos en el almacén de “El Hogar del Jazz”, mientras se apoyaba en un montón de cajas de cerveza y le sentía embestir con vigor contra sus nalgas abiertas, Harry, deshaciéndose en gemidos de placer, se dio cuenta de lo mucho que le gustaba que Snape gruñera al tiempo que le cabalgaba sin descanso.