alisevv
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| Tema: The Blesséd Boy. Capítulo 21. Crimen y castigo Sáb Ene 15, 2011 5:33 pm | |
| Severus pasó las siguientes horas atendiendo a Harry. Le quitó las ropas empapadas en sangre para encontrar el joven cuerpo frío y húmedo, a pesar del hechizo de calentamiento que le había lanzado antes. Se lo volvió a lanzar junto con un hechizo de secado, colocando las cobijas sobre su cuerpo desnudo y volviendo la atención hacia la herida de su cabeza. Comenzó a limpiarla tan suavemente como pudo, pero la herida estaba muy sucia y Harry había estado tumbado con la cabeza abierta contra las rocas durante un buen tiempo. El sucio había penetrado en la herida y Severus debía intentar removerlo completamente. Los hechizos de limpieza eran demasiado ásperos para este tipo de situación, así que decidió utilizar métodos muggles. Harry permanecía inconsciente, pero reaccionó ante el doloroso estímulo. Sus brazos se alzaron, golpeando el de Severus, y el maestro tuvo que lanzarle un Petrificus parcial. Harry se quejaba de dolor durante el examen y la limpieza. El estómago del mayor se apretó y se sintió enfermo, pese a que habían transcurrido varias horas desde el desayuno.
Luego, utilizó un bálsamo curativo y desinfectante sobre la herida. El inconsciente Harry no gimió tanto ante eso; Severus sabía que el balsamo era suave y le aliviaría algo el dolor. Quería que el joven también bebiera una poción contra el dolor, pero no podía dársela mientras estuviera inconsciente, pues podría atragantarse. Aunque Harry no era capaz de hablar ni abrir los ojos, al observar sus reacciones el maestro estimó que probablemente podía oír y sentir dolor. Se sentía impotente para ayudarle, un sentimiento muy incómodo para el Maestro de la Comunidad.
Una vez que hizo todo lo que pudo para que Harry se sintiera cómodo, hechizó unos pijamas cálidos para vestir a su paciente. En todos los casos que no estaba involucrada la herida, utilizó magia para minimizar el movimiento de Harry: al calentarle, limpiarle, secarle y ahora al vestirle. Allí, acostado en su cama, el chico se veía helado, pálido y quieto. Lucía alarmantemente parecido a un cadáver, y la vista estaba aterrorizando a Severus. Debería conseguir un poco de color pronto. El maestro permaneció al lado de la cama del herido, acomodándose en la suave butaca que Harry amaba.
Mientras más observaba a su pareja, más crecían su miedo y su furia. Eso nunca debería haber pasado. Una de las reglas básicas de supervivencia en Eigg era no permitir que nadie saliera solo durante el invierno; y ahora Jolyon, que se suponía era un adulto sensato, había aceptado dejar que Harry —el miembro joven más joven de la Comunidad— deambulara por ahí para buscar una oveja. Sí, los corderos eran valiosos, pero comparado con Harry todo el rebaño no significaba nada. Sintió que la ira ardía en su interior, haciéndose más feroz conforme las horas pasaban. Jolyon sufriría por su extremo descuido.
Miranda trajo un servicio con estofado de cordero para Severus. Lo había mantenido caliente dado que la cena había terminado hacía mucho. Había ido más temprano, pero el maestro estaba atendiendo a Harry y no le quiso interrumpir.
—Espero que ésta sea la oveja perdida —dijo Severus amargamente.
—No fue culpa de la tonta bestia, Maestro —musitó Miranda con tristeza.
El hombre suspiró.
—Tienes razón, por supuesto. Lo siento.
Miranda se mostró sorprendida, su maestro rara vez se disculpaba. Era una forma de debilidad admitir que debía disculparse por algo. Su maestro se veía tan distinto de como solía ser, tan preocupado que, literalmente, no era él mismo en ese momento.
—Entonces, traeré tu comida aquí hasta que él esté lo bastante bien como para dejarlo.
—Gracias, Miranda.
La bruja sintió que las lágrimas escocían en sus ojos. El pobre Harry estaba pálido como la cera, semejante a un fantasma, o a un muerto. A ella le caía bien el chico, estaba muy a gusto y feliz viviendo en Eigg. Se retiró silenciosamente, mientras el maestro Snape comía su estofado sin apartar los ojos de Harry, con movimientos simplemente mecánicos. Ella dudaba que siquiera estuviera saboreando la comida.
Severus apartó el cuenco vacío. Harry necesitaría nutrición; algo de alimentación le ayudaría a mantener una buena temperatura corporal. Sus manos todavía se sentían heladas, y al tocar su pecho sintió que su temperatura central también estaba demasiado… estaba demasiado frío. Volvió a lanzarle el hechizo de calor. Había perdido bastante sangre, a juzgar por su estropeada capa y el charco de sangre que había dejado en la sequedad de las piedras. Necesitaba una poción para reemplazarla, pero mientras Harry permaneciera inconsciente sería difícil administrársela.
Decidió que tenía que intentar que ingiriera alguna poción. Se levantó y salió al corredor. A esas alturas, ya las luces habían sido apagadas, pero esto era una emergencia. Iluminando el camino con su varita, se dirigió hacia su almacén, donde eligió varios viales con diferentes pociones. Luego, regresó a la zona de celdas, deteniéndose ante la habitación número cuatro y tocando la puerta, sin importarle que probablemente estaba perturbando todo el pasillo con sus altos y urgentes golpes.
La puerta crujió al ser abierta y una despeinada mujer apareció en el dintel; su largo cabello oscuro colgaba en trenzas, enmarcando su rostro.
—Necesito tu ayuda, Scylla.
Ella asintió y asió una bata. Salió tras él, sus pantuflas sonando en el suelo de piedra rumbo a la habitación de Harry.
—¡Merlín, se ve mal! —exclamó la bruja.
—Necesita una poción para reponer la sangre. Como puedes ver, sigue inconsciente. Es un riesgo suministrársela en estas condiciones, pero todavía está helado. No puedo lograr que suba su temperatura. Ayúdame. Sosténle y asegúrate de apartar su lengua.
Scylla se sentó en la cama y atrajo a Harry contra su pecho. Echó la cabeza del joven hacia atrás y verificó que sus vías respiratorias estuvieran libres. La esperanza de Severus era que Harry tragara por reflejo, evitando que se ahogara. Tomó una botella marrón oscuro y empezó a gotear el contenido en la boca de su muchacho.
Harry tosió. Severus se alegro al verlo, el reflejo estaba funcionando. La boca y lengua del joven estaban funcionando y tragaba la poción, poquito a poco. Scylla sostenía la cabeza para que se mantuviera firme mientras lograban que la dosis bajara, sin apurar al inconsciente paciente. Cuando la botella estuvo vacía, Severus le indicó que le acostara de nuevo.
>>Generalmente, le daría algo para aliviar el dolor si él mostrara signos de estar sintiéndolo, pero el agotamiento consiguió vencerle, así que repetiremos este proceso mañana. Pienso que ahora dormirá.
Scylla asintió.
—Si lo deseas, vendré después del desayuno. Supongo que vas a estar aquí por un tiempo, así que empezaré el nuevo lote de pociones para Slug & Jiggers.
—Sí, por favor, hazlo —pidió el maestro, sin apartar los ojos de Harry.
Scylla partió.
Harry pareció más tranquilo una vez que Severus, con la ayuda de Scylla, le administró la poción contra el dolor la mañana siguiente. Todavía estaba frío, pero no tan helado como la noche anterior. Permanecía inconsciente, aunque pareciera dormir; sus párpados mostraban el movimiento agitado de sus ojos y lanzaba suaves quejidos de dolor de vez en cuando. Cuando estos empezaban, Severus sostenía su mano, acariciando suavemente sus mejillas con la otra y hablándole con tiernas palabras. Harry parecía reaccionar ante el tacto pero sólo se calmaba gradualmente. Sin embargo, no se estremecía al ser tocado, lo que el maestro tomaba como una señal positiva.
Se levantó y empezó a caminar por la habitación de Harry, necesitaba estirar las piernas. No le había dejado desde que lo había traído a casa, excepto para usar el baño. Sus ojos raramente se apartaban del rostro del joven, ni siquiera mientras caminaba. Fue interrumpido por un toque en la puerta y se dirigió a abrir.
Jolyon Tadcaster estaba allí parado, luciendo incómodo pero decidido.
—¿Puedo hablar contigo, Maestro?
Severus no deseaba dejar a Harry, pero no quería sostener esa conversación en la celda donde pensaba que el inconsciente chico todavía podía mantener su sentido del oído. Asintió con brusquedad y salió al pasillo, cerrando la puerta suavemente tras él.
—Sé breve.
—Maestro Snape, cometí un grave error —comenzó Jolyon.
Severus le interrumpió.
—El más grave de que tengo conocimiento en mi Comunidad, Jolyon.
El rostro del granjero enrojeció y lució avergonzado.
—Lo sé, Maestro.
—¿En qué demonios estabas pensando? —estalló Severus.
La vista de Jolyon había encendido la rabia que bullía tan fieramente en su interior que deseaba golpear al hombre parado frente a él; golpearle directo a sus sonrosadas mejillas. Jolyon sabía que había hecho mal; tenía demasiada experiencia como para haber cometido un error de tal magnitud.
—Yo… realmente no lo sé. El joven Harry parecía tan seguro de sí mismo. Conocía el camino; dijo que todo estaría bien.
—¿En enero? ¿Solo en medio de una tormenta de nieve? ¿Dirigiéndose al norte del Sgurr? —Severus enumeró los evidentes hechos y Jolyon se estremeció ante cada uno—. Y aún si estabas convencido de que podía hacerlo, le dejaste ir solo…
—No puedo cambiar lo que hice. Cargaría con su dolor si pudiera.
—Lo harás, Jolyon. Ten la seguridad de eso. Le encontramos casi muerto. Si muere…
Severus no pudo continuar, su garganta se cerró. Apretó los puños contra sus costados y sintió que su cabello comenzaba a levantarse. Habían pasado décadas desde la última vez que perdiera el control de su magia, pero sentía que ahora estaba sucediendo.
Jolyon vio el cambio en su maestro; sabía que estaba lleno de furia. A pesar de eso, se quedó parado donde estaba, consciente de que lo merecía.
—¡Largo! —gritó Severus, y el otro dio la vuelta y huyó. Una ráfaga de fuerza mágica fluyó a lo largo del pasillo. Los textos enmarcados volaron de las paredes, rompiendo los cristales. Las puertas de las celdas se abrieron de golpe. Al final del corredor, la rápida marea de poder golpeó contra la pared de piedra y esquirlas de granito se expandieron a lo largo del pasillo. Severus se alegro de que los miembros de la Comunidad estuvieran ocupados en sus tareas. Sintió el fogonazo mientras el poder le rebasaba, afortunadamente, bastante disminuido. Gradualmente, el aire se calmó y el rugido se apagó.
La puerta de la celda de Harry continuaba cerrada y Severus suspiró con alivio. Regresó a la habitación. El joven estaba golpeando la cama, sus miembros enredados en las cobijas, gritando de dolor. Severus corrió a calmarle, maldiciéndose por su estallido, aunque sabía que no podría haberlo detenido.
Cuando Miranda entregó su almuerzo a Severus, una espesa sopa de vegetales de invierno y panecillos, le dio un mensaje.
—Jolyon tiene la intención de castigarse después de la cena, Maestro. Pidió que tú asistieras, a las ocho en el comedor.
Severus asintió en silencio. Él iría. Y ayudaría.
Miranda sabía que un castigo era necesario, esta vez más que nunca. Odiaba observarlos y sabía que éste sería muy malo. Además, conociendo al maestro Snape, sabía que insistiría en que todos asistieran, así que planeaba tomar una poción contra la náusea por anticipado; Scylla se la había suministrado en otras ocasiones, cuando algún castigo era ejecutado, y habitualmente le ayudaba a controlar su débil estómago.
>>Te traeré la cena más tarde, Maestro. ¿Qué haremos con Harry? No puede comer esto.
—Le estoy administrando pociones nutritivas. No son ideales por un tiempo prolongado, pero ruego a Merlín para que eso no suceda.
Severus pasó el día con Harry, preguntándose cuánto tiempo continuaría esto. El joven se veía calmado cuando le dejó, justo antes de las ocho, pero no daba señales de despertar. Harry estaba siempre tan lleno de vida, y apenas ahora Severus se daba cuenta de cuánto tiempo habían pasado juntos, de cómo había dado por sentado que siempre escucharía su voz.
Caminó presuroso hacia el comedor, donde todos estaban sentados sin hacer nada, callados y serios.
—¿Cómo está Harry? —preguntó Abigail, atreviéndose a dirigirse a su maestro, que se veía claramente furioso.
—Sin cambios. Está inconsciente y no muestra signos de despertar. Con la ayuda de Scylla, he estado suministrándole pociones nutrientes, para el dolor y para reponer la sangre. Sólo podemos aguardar con la esperanza de que despierte, y luego que sea el mismo muchacho que antes de que esto pasara. Las heridas en la cabeza pueden dañar la personalidad, dejando sólo una triste sombra de la persona que fue.
El rostro de Abigail se transfiguró por el dolor. Harry se había convertido en un querido amigo, su confidente en la Comunidad. Eso sonaba como si él nunca fuera a regresar… Se sentó y rebuscó su pañuelo mientras las lágrimas manaban. Su madre pasó un brazo sobre sus hombros, pero no pudo ofrecerle palabras de consuelo.
Una silla se arrastró por las losas de piedra y Jolyon se paró.
—Es mi culpa, de nadie más. Confieso mi más grave falta. Porque me distraje antes de llegar el invierno, cuando fuimos a quedarnos en la casa de huéspedes, y no revisé la seguridad de los establos de invierno. Una debilidad en la línea del cercado fue pasada por alto y eso es mi responsabilidad, sólo mía. Luego, debido a mi error de juicio, Harry se perdió. Le dejé ir solo. Fue mi elección permitirle ir, y mi doble error no enviar a alguien con él. Puse el bienestar de unas pocas ovejas por encima del de Harry. No sé por qué lo hice. Sentí que era un error, pero aún así estuve de acuerdo con su plan. Sé que ahora ya no puedo hacer nada por ayudarle, pero aceptaré mi castigo de esta noche con mucho gusto. Cualquier cosa que tu decidas, Maestro, merezco diez veces más.
Severus giró la mirada hacia Jolyon con renuencia. Era evidente que la vista del hombre le ofendía.
—Desnudo.
Los ojos de Jolyon se abrieron con asombro. La humillación de estar desnudo frente a toda la Comunidad, incluyendo su hijo, dolía. Tragó con fuerza y se desvistió rápidamente.
Las mujeres se habían amontonado juntas; ninguna miró al granjero, apartando la vista para evitar la incomodidad del hombre.
—¡Mírenlo, todos! —espetó Severus—. Su castigo debe ser atestiguado. Harry no puede estar aquí pero ustedes observarán por él.
Nadie discutiría con su maestro en mejores circunstancias. Con este humor, con la rabia hirviendo a fuego lento bajo la superficie, ninguno se atrevería. Todos los ojos se fijaron en el granjero, parado desnudo y vulnerable delante de ellos.
>>Accio.
El látigo de la cocina voló a la mano de Severus, que lo aferró con firmeza. Murmuró unas palabras que nadie captó y la cola del látigo tembló. Nudos sobresalieron a todo lo largo. Jolyon los vio y apretó la mandíbula, sabiendo que dolería más que la trenza de cuero liso.
>>Josiah, Argus, sosténganlo.
Cada uno de los hombres aferró un brazo de Jolyon, sosteniéndole de cada lado. Severus se paró detrás y levantó el látigo.
>>Treinta —ordenó—. Cuéntalos.
Y comenzó a flagelar al granjero. Al principio, casi parecía rutinario, la clase de castigo que todos había visto antes, pero luego del décimo latigazo, los efectos de los nudos fueron evidentes. Además de las rayas que aparecían en la espalda del hombre, se veían profundas heridas provocadas por el impacto de los nudos. Jolyon sudaba, retorciéndose en el agarre de los otros hombres, mientras el látigo azotaba dolorosamente su carne.
Danyel comenzó a gemir. Había estado llorando desde que empezó el castigo; ahora, estaba gimiendo sonoramente. Richeldis se acercó a él y le abrazó, susurrando en su oído.
Jolyon estaba teniendo problemas para contar.
>>¡Tú contarás! —rugió Severus.
Habían llegado a los veinte; Severus se detuvo a tomar aire. La sangre corría por la espalda y nalgas del hombre, pero era como si el maestro Snape no lo viera, o no pudiera seguir viendo al hombre como humano. El sudor caía por su rostro, su mandíbula estaba apretada, sus ojos feroces. Levantó nuevamente el brazo.
Cinco golpes más tarde, los dos hombres que sostenían a Jolyon se rindieron. El granjero cayó al piso, sus piernas incapaces de seguir sosteniéndole. Estaba consciente, pero no respondió cuando Severus gritó ‘¡Levántate!’
—Maestro, no podemos sostenerle —dijo Argus.
Comprendía la ira de Severus, él mismo sentía gran parte. Que un mago —un hombre del campo— hubiera hecho eso era imperdonable. Argus no era un hombre que consintiera a los jóvenes, pero todo lo que había sucedido era innecesario. La Comunidad tenía un nuevo miembro, un joven, por primera vez desde hacía mucho tiempo, y la ineptitud de Jolyon casi le había matado, o aún podía todavía.
—Entonces, acuéstenlo en el piso.
Los dos hombres acostaron a Jolyon en el piso, con los brazos extendidos: sostuvieron sus muñecas, aunque el granjero no se resistía en absoluto.
Severus reasumió la flagelación.
>>Cuenta, Argus.
A estas alturas, ninguno se sentía muy bien. Salpicaduras de sangre volaban cuando el látigo cortaba a través del aire. El maestro Snape, Argus y Josiah lucían como si les hubieran salpicado pintura roja. Jolyon dejaba escapar un constante quejido; su hijo se lamentaba, desesperado.
Miranda estaba siendo sostenida por Lydia, pero fue simplemente demasiado. Dio media vuelta y corrió al fregadero, vomitando a pesar de la poción que había tomado para evitarlo.
Cuando Argus gritó ‘treinta’, la mano de Severus se había alzado para otro azote. Había una niebla roja ante sus ojos y sus oídos zumbaban, pero consiguió detenerse, aunque con dificultad. Lanzó el látigo al piso, se dio vuelta y salió sin una palabra más.
Entró en la celda de Harry; tenía que revisarlo antes de irse a bañar. El joven se veía bastante tranquilo. Con mano temblorosa, apartó el flequillo a un lado, tocando su frente.
—Regresa a mí, Harry, mi muchacho bendito —suplicó. | |
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