alisevv
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| Tema: Death Eater takes a Holiday. Capítulo 55-I. Los valores puestos en práctica - Parte I Vie Ene 14, 2011 8:57 pm | |
| Death eater takes a holiday Capítulo 55-ILos valores puestos en práctica-I El rostro de Albus apareció en la chimenea, espantando a Dudley, quien saltó detrás del sofá, lo cual era un movimiento impresionante para un chico tan voluminoso.
—Ah, Dudley, estás ahí —el anciano sonrió con calidez, actuando como si no acabara de conseguir que el muchacho se mojara un poco el frente de sus pantalones. Además, podía haber sido el esfuerzo de saltar sobre el mueble lo que hizo que se orinara—. Tranquilízate. Me recuerdas de ayer, ¿no? —le preguntó dulcemente. Remus, que estaba detrás de él, estuvo seguro que había un hechizo relacionado de alguna manera con las palabras del Director, pues Dudley se calmó claramente.
En vista de que Harry había estado tan agradecido por la presencia de Remus escoltándoles hasta su casa la noche anterior, tanto él como Albus habían estado de acuerdo en que Dudley se comportaría mejor con una figura de autoridad presente. No que ellos no consideraran a Harry adulto, pero Dudley, aunque tenía su misma edad, era mucho menos maduro. Una vez que el chico muggle se recupero de la impresión al ver a Remus saliendo en medio del fuego, el mago le convenció con facilidad de que deberían desayunar. Albus había confirmado que Harry seguía durmiendo, pero Remus había insistido en llegar temprano, pues no estaba dispuesto a dejar que cocinara y le sirviera a su primo tal y como se había visto obligado a hacer en el pasado.
—Voy a buscar unos recipientes y empezaré cocinar —sugirió, engatusando eficazmente al muchacho para que se sentara a la mesa mientras él freía algo de tocineta.
—¡A ti no se te permite estar en la cocina! —regañó el miserable muchacho a la lechuza nevada que había llegado a investigar el olor de la tocineta en la sartén. Ella le respondió con un chillido irritado; Hedwig había esperado encontrar a Severus, quien siempre le lanzaba algunas migajas cuando cocinaba.
Remus suspiró, colocando la tocineta ya frita sobre papel secante y yendo a llamar a Harry para que fuera a desayunar. Tocó el marco, ya que gracias a Hedwig la puerta del dormitorio del dueño de casa estaba abierta de par en par. La lechuza siempre se las arreglaba para empujar una puerta sin cerrojo cuando había tocineta involucrada.
—¿Estás despierto? El desayuno está listo —informó, ojeando en interior. Harry ya había saltado de la cama, todavía algo aturdido.
—Lo estoy. ¿Quién podría dormir con todo ese griterío? —contestó mientras se frotaba la cara con las manos, tratando de despertar completamente—. Pude sentir la magia de Albus mientras te dejaba pasar desde su chimenea. ¿Viniste a mantener la paz? —preguntó, divertido. Tomó un par de jeans y empezó a ponérselos, jalando arriba y abajo para embutirse en el apretado dril. No notó que Remus no había contestado a su pregunta—. El desayuno huele genial, estoy hambriento —continuó feliz, asiendo sus lentes y levantando la vista para encontrar al aturdido hombre que se veía un tanto deslumbrado.
>>¿Qué? —preguntó, pero rápidamente se dio cuenta que Remus no había esperado encontrarle en cueros, dado que la puerta de su cuarto estaba completamente abierta. ¿Acaso estaba mirándolo? De repente, Remus se mostró terriblemente avergonzado y apartó la vista al notar que Harry se había dado cuenta de su expresión atontada—. Lo siento. Supongo que después de vivir en el dormitorio todos estos años, perdí la modestia —se disculpó, esperando sonar relajado y despreocupado. Había refrenado una sonrisa al ver cuán patitieso había quedado Remus.
—No tienes porqué disculparte; es tu casa. Recuerdo cómo era en Hogwarts —Remus siguió la conversación, con las mejillas todavía rosadas. Había escuchado a los miembros de la Orden comentar cuanta musculatura había ganado Harry, cuando discutían sobre su entrenamiento. Pero saberlo y verlo eran cosas completamente distintas. Parado ante él se encontraba un cuerpo de dieciocho años, esbelto, bronceado, y más atractivo de lo que cualquier cuerpo tenía derecho a ser. Su revuelto cabello de recién levantado sólo hacía más follable su persona. Sacudiendo esos pensamientos de su cabeza, apartó los ojos del firme pecho de Harry, regresando rápidamente a servir el desayuno.
El desayuno fue bastante tenso. Dudley frunció el ceño al momento en que posó sus ojos en su primo, quien había entrado sin camisa. Harry ponderó si la actitud del gordo se debía a que él ya no era el chiquillo esquelético al que molestaba, o porque hacía que a su lado Dudley se viera incluso peor.
Remus no apartó los ojos de sus huevos. Lo que había comenzando siendo divertido, de repente ya no lo era tanto. Harry empezaba a desear haberse puesto una camisa. Se regañó internamente. De manera bastante extraña, esa voz interior sonaba muy parecida a Severus; él le había dicho en el pasado que su naturaleza coqueta debería ser dominada un poco. En un segundo, Dudley estuvo de nuevo frente al televisor. Para alivio de Remus, Harry se levantó rápidamente y se apresuró hacia su habitación para ponerse una franela; luego, entre ambos limpiaron la mesa.
—Lamento si te hice sentir incómodo, Remus —se disculpó Harry, mientras colocaba los platos en el fregadero. El hombre estaba a punto de protestar pero el otro continuó—. Todo fue un poco más fácil, sabiendo que tú estabas aquí para ayudar —suspiró—. Ni siquiera pensé que tendría que servirle a Dudley esta mañana. Debería hacer lo posible para que te sintieras más cómodo en mi casa en lugar de comportarme como un imbécil.
Remus sonrió con calidez.
—Nosotros no hemos pasado mucho tiempo juntos, considerando los años que nos conocemos, pero siempre te vi como el hijo de mi querido amigo. Sirius siempre se refería a ti como su ahijado, estaba orgulloso de ese título —sonrió—. Cuando tenías trece, vi la viva imagen de mi amigo y pensé en cuan afortunado era de tener una parte de su vida nuevamente. Me sentí muy orgulloso de ello.
—Y ahora estoy actuando como un gilipollas. Estoy seguro que debes estar ‘muy’ orgulloso —rió Harry.
—A los dieciocho se espera que seas un cretino de vez en cuando. A los treinta y siete, yo no hubiera imaginado mirar embobado al hijo de mis amigos. Hijo desnudo —corrigió. Corrió la mano por su pelo con una expresión de incredulidad en el rostro. Ambos se echaron a reír por la situación, pero continuaba una palpable tensión oculta.
—Disculpa —musitó Harry con una sonrisa nerviosa.
—¿Cuándo podré ver a mi mama? —interrumpió Dudley desde la otra habitación.
—Cretino —exclamaron Harry y Remus simultáneamente.
El mayor comentó que probablemente los Weasley llegarían pronto. Sería así durante unos pocos días, hasta los servicios fúnebres. Con los amigos y parientes viniendo a consolar al doliente.
—Ni siquiera he pensado en el funeral. ¿Crees que deba ir?
—Eso es algo sobre lo que debes reflexionar. Olvídate de la prensa por un momento y piensa en tus propias necesidades —Remus era una presencia confortante.
—Era un bastardo. Quiero tener que ver lo menos posible con él —habló Harry con los dientes apretados.
—Bastardo, cierto, pero aún así estuvo en una gran parte de tu vida, por miserable que ésta fuera. El cierre es importante, Harry, no sólo con las personas que amamos sino también con los demás. Puede ayudarte a asumir que realmente se ha ido, eso es algo sobre lo que reflexionar. Estoy seguro que cuando llegue el día, también querrás ver el cuerpo destruido de Voldemort, como prueba de su derrota.
Harry alzó las cejas, sorprendido de que Remus hubiera usado el nombre. Frunció el ceño.
—No pude asistir a los funerales de Sirius. Siempre me arrepentí de eso.
Remus se alegraba de ello; por supuesto, nunca lo diría. Él había estado de luto por la pérdida de su pareja, y eso le convertía en una especie de viudo superviviente. Harry hubiera eclipsado todo eso, dejándole a él a un lado.
—¿Bien? —exigió Dudley, quien acababa de entrar en la cocina. Remus le había prometido que iría a San Mungo en cuanto empezara el horario de visitas. En ese momento, pelirrojos comenzaron a salir de la chimenea. Molly llegó con Ron y los gemelos.
—Ey, Harry, Remus —saludó Ron, yendo directo al refrigerador—. Se te acabó el jugo de calabaza, compañero.
—Ya no —canturreó Molly, quien había entrado en la cocina y comenzado a alargar un ya de por sí gran paquete de comestibles.
—De verdad que no deberían tomarse tantas molestias —protestó Harry—. No es como si yo estuviera de luto o algo así; bueno, no realmente —agregó, vacilante.
—No escucharé nada de eso —barbotó la bruja—. Todo esto es un asunto muy estresante. Puede que no estés cargado de pena, pero aún así te voy a apoyar —insistió Molly.
Él perdió todo argumento cuando fue incapaz de contener un bostezo, aunque se las ingenió para echarle la culpa al abundante desayuno que había hecho Remus. Molly sonrió al hombre en señal de aprobación y le quitó de las manos el plato que estaba lavando. Remus abandono la cocina, feliz, dirigiéndose a la chimenea para llamar a San Mungo y verificar el horario de visita.
Dudley lanzaba nerviosas miradas en su dirección mientras Remus hablaba con la llamas. No muy lejos del sofá se encontraban dos alborotadores idénticos. Fred y George sostenían una conversación privada sobre el amante de Harry, plenamente conscientes de que Dudley estaba escuchando. Compartiendo sonrisas traviesas, continuaron suministrando pedacitos de información que esperaban asustaran al muggle. Fred divisó a Remus que venía en su dirección y de repente recordaron que habían prometido ayudar a su madre.
El licántropo observó a los gemelos con sospecha mientras se acercaba con un vaso de jugo de calabaza. Dudley miró el extraño liquido anaranjado que le era ofrecido, debatiendo si sería agradable.
—¿Es cierto lo que dijeron? —miró hacia los gemelos—. ¿Harry tiene un novio mayor? —preguntó tímido, sintiendo que podía confiar en ese hombre de hablar suave.
—En nuestro mundo, el promedio de vida de los magos puede ser superior a los ciento cincuenta años. Lo que ahora puede parecer una gran diferencia de edades, difícilmente será notorio dentro de unos años, cuando Harry sea un poco mayor. Ahora es difícil incluso para los magos ver a Harry con alguien de mi edad —notó el rumbo por el que iban los pensamientos de Dudley y se apresuró a agregar—: No, yo no soy el novio de Harry.
—Bueno, ellos dijeron que él era aterrador, y tú no luces como alguien que se pueda temer… nada personal —explicó, pensando que podría partir a ese tipo en dos si tuviera que hacerlo. Dudley no sabía lo bastante como para reconocer la significativa mirada en el rostro de Remus.
—No juzgues un libro por la cubierta —sonrió.
—¿Lo dices porque tienes una varita?
—La magia no es todo a lo que hay que temer. Harry, por ejemplo, es uno de los más poderosos magos de su edad, pero también es un oponente imponente sin su varita.
—Sí, claro, ¿como la última vez que vio a mi papa, la semana pasada? Desearía haber estado allí para ver el ojo negro de Harry —se rió.
Remus le analizó sagazmente, meditando su siguiente movimiento. Sentía lástima por el muggle, considerando sus circunstancias, pero mientras más tiempo pasaba con ese patán, mas deseos tenía de maldecirle.
—Eso puede arreglarse si gustas —susurró con tono de complicidad. Dudley frunció el entrecejo, inseguro de si debía confiar en ese hombre que parecía amable. Remus sacó lentamente su varita, para no sobresaltar al muchacho—. Puedo hechizarte para que puedas ver a tu papá poniéndole el ojo negro. Es algo así como observar la tele, pero en tu cabeza. Es seguro —le garantizó.
Dudley pensó sobre ello un buen rato y le hizo varias preguntas antes de aceptar el hechizo. Se estremeció cuando el mago alzó su varita. Al principio, le pareció como si nada hubiera sucedido, pero cuando le instruyeron para que cerrara los ojos, Dudley sonrió ante la vista de su padre en todo su esplendor, con el rostro rojo de ira, dando un puñetazo a su primo en el ojo. Se echó a reír en voz alta y sonrió a Remus por el regalo.
—¡Esto es magnífico! —exclamó emocionado. Podía ver a su papá cada vez que quería, y de paso ver a Harry siendo golpeado—. ¿Todo lo que tengo que hacer es cerrar los ojos?
Remus asintió.
—Disfrútalo. Puede ser una distracción mientras estés fuera, así que te hechicé para que sólo funcione mientras estés sentado en este sofá. Te dejaré con esto —Remus apretó los dientes mientras sonreía.
Dudley se preguntó si habría un gato o un perro por allí, pues podría jurar que había escuchado un gruñido. Encogiéndose de hombros, cerró los ojos, feliz, y se emocionó al encontrarse con que no sólo podía ver el puñetazo, sino cada vez que su padre había golpeado a Harry. Era como observar cada pedacito de la vida de abusos sobre Harry en orden inverso. Pensando que era un gran obsequio, se acostó para disfrutar del espectáculo.
—No puedo creer que finalmente conseguiré ver tu casa —exclamó Ron mientras tomaba un puñado de polvos flu—. ¿Me repites del código de la red flu?
—Godric 1512 —contestó Harry antes de desaparecer en un destello de llamas verdes. Ron le siguió rápidamente, aterrizando en un pedazo de césped.
—¡Diantres! Nunca viajé en una red flu autónoma —Ron se maravilló ante el ladrillo que aparentemente estaba en el medio de un trozo de césped.
—Sólo tengo el Permiso de Red Flu para Constructor por diez meses. Cuando el tiempo se agote conseguiré una extensión, o si por un milagro la casa está terminada, haré el registro con el nombre de la casa. El único inconveniente es que por mi vida que no puedo encontrarle un nombre.
—Pensé que la llamarías Godric Hollow como la de tus padres —comentó distraídamente, mientras revisaba los cimientos.
Harry se detuvo en medio del área rodeada por las fundaciones de concreto, y el armazón que delineaba la forma de la casa.
—No quiero pensar en este lugar como la casa de mis padres. Yo sólo tengo un recuerdo de mi vida aquí —logró esbozar una débil sonrisa.
—Tiene sentido —admitió el pelirrojo—. Guau, levantaste fuertes protecciones —sonrió—. ¿Quién te ayudó a colocarlas?
Harry entrecerró los ojos.
—Nadie. Eres la primera persona que ve este lugar. Nii siquiera he tenido oportunidad de hablarle a Sev sobre esto —de repente, cayó en cuenta de que su amigo había detectado su magia—. ¿Puedes sentir mis protecciones? —sus ojos se iluminaron.
Ron sonrió.
—No es la gran cosa. Me emocioné mucho cuando fui capaz de sentir la magia de mi papá un día que fui a su oficina, pero luego descubrí que la mayoría de los magos completamente entrenados pueden sentir a su familia, especialmente porque hay muchos Weasley y nuestra magia se siente muy similar. Papá dijo que probablemente podría sentir la tuya porque somos muy unidos y… bien, tu magia es muy fuerte. No soy capaz de sentir la magia de Mione; bueno, no todavía —agregó, en la esperanza de que eso cambiaría. No ayudaba que los chicos en el trabajo todavía bromearan acerca de ‘su amante’, a raíz de la foto que saliera en el diario abrazando a Harry.
—¿Y cuándo le vas a comprar el anillo a la chica? —aguijoneó el moreno.
—Suenas igual que mamá. Ya casi he ahorrado lo suficiente para comprarlo. Deja que lo veas, es una belleza —sonrió radiante, pensando en el anillo que había apartado en la joyería.
Harry murmuró algo acerca de que nunca completaría el dinero para el anillo si seguía faltando al trabajo para ayudar en los problemas de sus amigos.
>>No seas imbécil. Además, ya casi tengo todo para retirar el anillo, sólo me falta la suma del grabado. No imaginaba decírtelo, pero estoy consiguiendo que me paguen.
—¿Que te paguen por qué, por grabarlo? —bromeó Harry.
—No, cretino. Cuando pedí un permiso en el trabajo, mi superior me dio una asignación que no quise rehusar —Ron se pulió las uñas en su camisa—. Al parecer, en vista de que tú eres una gran noticia, han volado los rumores acerca de la muerte de tu tío y la hospitalización de tu tía, y el Ministerio no quiere lucir mal ante la opinión pública. Así que decidieron cubrirse el trasero. En tu mejor interés, por supuesto —comentó burlón—. Un auror entrenado, de alto estatus en el Ministerio, ha sido asignado para proteger al ‘héroe en duelo’, Harry J. Potter. Al menos hasta que tu tía mejore, con la esperanza de que tú no les demandes por los daños ocasionados al administrarle una poción equivocada —sonrió, mirando fijamente sus manos como si revisara su manicura.
—Entonces, básicamente, nada ha cambiado. Tú siempre estás cuidándome —Harry sonrió mientras señalaba algunas de las características que había planeado para su hogar.
—Sí, pero ahora cobro por eso —replicó el pelirrojo, feliz—. ¿Cuál de éstas es la habitación de invitados? Quiero saber dónde me quedaré cuando venga —interrogó mientras caminaba entre las vigas.
—Yo cedí una de las habitaciones para destinarla a laboratorio, pero ahora no estoy tan seguro —miró el diseño con tristeza. Todavía se sentía muy confundido respecto a Severus planificando la muerte de Vernon; de inmediato, sus pensamientos regresaron a la conversación que había tenido con Sev en su dormitorio.
—Ni siquiera menciones que vas a permitir que Vernon se interponga entre ustedes —gruñó Ron.
De repente, ambos se envararon, luego de escuchar un ruido no muy lejos de allí. Se giraron para poner sus espaldas una contra otra, escudriñando los terrenos. Ron escuchó el leve crujido de una ramita al mismo tiempo que Harry notaba una depresión en el césped. Observó las hendiduras de huellas producidas por pies invisibles antes de lanzar un hechizo aturdidor. Hechizos y maldiciones salieron hacia ellos, pero ninguno les golpeó.
—¿Soy yo o esto está resultando demasiado fácil? —susurró Harry. Estaba seguro de haber golpeado un blanco invisible, pero había al menos otros dos enviando maldiciones contra ellos, pero ninguno les golpeaba, o siquiera rozaba.
—Mm-hmm —convino Ron, al tiempo que su Desmaius daba en el blanco, enviando a otro enemigo invisible al suelo.
—¿Está hecho? —escucharon una voz que preguntaba a la distancia.
—Completado —respondió alguien detrás de Harry. Todos a la vez, sus oponentes se hicieron visibles. Un mago de túnica oscura, la cara cubierta de blanco, saltó hacia donde estaban sus camaradas caídos. Él y las víctimas inconscientes desaparecieron con un chasquido.
Harry fue el primero en notar que aún quedaba un mago, al menos el único visible. Asió a Ron por la parte de atrás del cuello de su túnica y le jaló lejos de un pedazo de madera que caía, justo antes de que le golpeara. Se volteó para maldecir a su atacante, girando en redondo mientras una gran parte de la estructura colapsaba. Antes de poder registrar el hecho de que gran parte de su duro trabajo había sido destruido, una gruesa viga de madera le envió hacia el concreto con mucha fuerza. Ron cayó con él, pues Harry no había soltado su cuello.
—¡Harry! —gritó, preocupado, pero todavía teniendo la previsión de revisar los alrededores. La varita de Harry había caído fuera de su alcance, y el pelirrojo estaba apresado entre su amigo y una pieza de madera muy grande—. Acció —gritó al mismo tiempo que el Mortífago. Las once pulgadas de acebo giraron como la aguja de un compás, pero no se acercó a ninguno de los magos. Ron alargó el brazo esperando que eso ayudara, pero la varita permaneció quieta. Ninguno estaba dispuesto a ceder. Aquel que la alcanzara tendría la varita que estaba destinada a ser parte crucial en la desaparición de Voldemort. Incluso si no habían descubierto cómo eso iba a suceder.
El sudor comenzaba a gotear por la frente de Ron, pero sostuvo su temblorosa varita por los ocho minutos más largos de su vida. Harry recupero la consciencia sin hacerse notar, tal y como le había enseñado Kieran. Siguiendo la vista de Ron, pudo notar su varita y la batalla silenciosa que se entablaba entre los dos magos de similar poder.
—Accio —el sonido de la voz de Harry apenas fue escuchado por su amigo, pero los efectos fueron evidentes al tiempo que la varita atravesaba el aire directo a la mano de su dueño.
Ron fue rápido al mandar un nuevo hechizo, pero no lo suficiente para evitar que otra sección de la estructura cayera sobre ellos. Su rostro se contrajo mientras usaba su lengua para sacar el traslador que llevaba detrás de su última muela. Cuando apretó los dientes sobre éste, Harry y él fueron atraídos al torbellino de un viaje en traslador, arribando a la habitación ‘segura’ en el Cuartel General de Aurores, en lo profundo del Ministerio de Magia. Jadeando con dificultad, intentó recuperar el aliento, mientras ponía una mano en el cuello del moreno para verificar su pulso y la otra apartaba frenéticamente el húmedo cabello de su cara.
—Despierta, Harry — suplicó.
Su nombre apenas audible salió como un siseo de los labios de Harry.
—Ron.
—Sí, Har, aquí estoy —le tranquilizó, todavía apartando su oscuro cabello, sin notar que la pila de madera ya no le mantenía presionado encima de su amigo golpeado.
—¿Vamos a abrazarnos cada vez que yo venga a tu trabajo? —musitó Harry sonriendo débilmente. Los ojos de Ron se abrieron de par en par al tiempo que descifraba las palabras.
—¡Maldito cretino! —acentuó sus palabras con un tortazo en la cabeza del otro, sin darse cuenta que el golpe le desmayaría—. Demonios.
Dudley se sentó al lado de su madre, aburrido como una ostra. No podía creer que la enfermera no supiera lo que era la televisión. ¿No tenían una todas las habitaciones de hospital? Una bruja amistosa había llegado con una carretilla de emparedados, pero él pensó que no debía comer nada que ofreciera esa extraña dama vestida con una túnica hecha de retazos multicolores y calzada con zapatos anaranjados. Cada vez que pasaba, la bruja le sonreía con calidez. Dudley hizo una mueca, al ver que ella mostraba una sonrisa desdentada. Después de tres atroces horas, la bruja anunció que era su última ronda por las próximas horas, hasta que regresara con el carrito de la cena. El estómago de Dudley ganó y seleccionó un emparedado que lucía comestible.
—¿Cuántos, querido? —preguntó ella, levantando cuatro emparedados.
Los ojos del chico se abrieron y luego se entrecerraron, mientras sacaba un puñado de las extrañas monedas que Harry le había dado antes de partir.
—¿Cuánto por eso? —señaló los cuatro que ella tenía en la mano al tiempo que le tendía la pila de monedas.
—Quince sickles y veintitrés knuts —contestó amablemente. La boca de Dudley cayó pues sólo tenía diez monedas en la mano—. ¿Necesitas ayuda, querido? No te preocupes —dijo con expresión asombrada, tomando dos monedas. Aquí tienes tu cambio —le sonrió, levantando una botella tan fría que goteaba por la condensación—. Tal vez quieras darme otras dos monedas de plata por algo de jugo.
Dudley le entregó deis monedas y tomó tres botellas. Para su favor, evitó un estremecimiento cuando ella sonrió radiante.
Sentado en una silla frente a Ron, Harry sostenía una bolsa de hielo sobre su cabeza. Nadie quería usar magia sobre él o sobre Ron hasta averiguar qué hechizos había lanzado el mago en el Valle de Godric. Aparentemente, los Mortífagos no estaban allí para atacarles sino para lanzar alguna clase de hechizo, sobre Harry, o quizás sobre la red flu. Varias personas habían sido llamadas para confirmar que no estaban bajo ningún hechizo o maldición, pero Arthur Weasley les había pedido que se quedaran hasta que Bill pudiera llegar. No hacía daño tener un rompedor de maldiciones en la familia. Mientras aguardaban por Bill, conversaron sobre el ataque. Ron inundó a su padre con todos los detalles. Harry notó que su amigo narraba la historia con gran corrección; definitivamente, algo había aprendido en su entrenamiento como Auror. En el pasado, sus historias generalmente crecían en emoción con cada vez que las contaba.
Harry notó que Bill Weasley seguía siendo un mago muy buena onda. Había dejado todo para ir a revisar que su hermano Ron y su casi hermano Harry no tuvieran maldiciones. En ese punto, cuando todos los demás que les habían revisado habían certificado que los jóvenes estaban seguros, Bill continuaba, probando cada diagnóstico que conocía para asegurarse de que estaban bien. Después de un rato, Ron, que estaba acostumbrado a la naturaleza protectora de su familia, había empezado a inquietarse y prestar más atención a su estómago gruñendo que a su hermano Bill.
El volumen de hechizos que Bill utilizaba fascinaron a Harry. Él se había convertido en un mago formidable, pero su entrenamiento con Kieran y Sev había tenido el objetivo primordial de derrotar al Señor Oscuro. Desestimó la pasajera interrogante de su utilidad —o falta de ella— después de la batalla final. En lugar de eso, se concentró en la última serie de hechizos usados por el rompedor de maldiciones.
Satisfecho al ver que ni Harry ni Ron tenían maldición alguna, Bill comenzó a llenar un formulario estándar del Ministerio para reflejar sus resultados.
—Necesito almorzar. ¿Quieres venir con nosotros un rato a casa de Harry?
Bill rió entre dientes y se giró hacia el moreno, preguntando en un tono divertido:
—¿Mi hermano acostumbra ser tan descortés cuando invita a la gente a tu casa? Paso. Sin ofender, Harry.
—¿Estás seguro? —animó Harry—. Debemos comer de todas formas, y tenemos un montón de comida.
—Oh, es cierto. Mamá ha estado cocinando en tu casa. Disculpa por dudar, Har, pero tengo un montón de amigos solteros, y rara vez es seguro consumir las escasas cosas que ellos preparan.
—Estás muy equivocado, hermano. Harry es un gran cocinero, y Severus también, según he escuchado —elogió Ron.
Con esas palabras de alabanza de la Maquina de Comer Weasley, Bill quedó convencido. En muy poco tiempo estaban de regreso en casa de Harry, sacando lo que parecía una inagotable cantidad de comida del refrigerador.
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