Titulo: Dos palabras para desear vivir
Personajes principales: Harry Potter, Severus Snape, Albus Dumbledore, Ron Weasley, Hermione Granger y Lord Voldemort ( Con la participación esporádica de otros personajes secundarios)
Pareja: SS/HP
Clasificación: Esto..... no lo sé
Disclaimer: Los personajes no son míos, son de Rowling. No gano nada con esto, sólo diversión.
Advertencias: Habrá sexo; pero vaya, nada que no se haya leído antes.
Resumen: Harry sufre una gran depresión y lo único que desea es morir o dejarse matar por Voldemort, con la esperanza de que nadie más resulte herido por su causa.
Dos palabras para desear vivir
Capítulo 1
Vernon Dursley era feliz.
Su cara de aspecto porcino se retorcía en una risa que se podría clasificar como de demente.
Desde que se enteró de que Sirius Black, ese asesino fugado que había tenido la osadía de presentarse en su hogar, para amenazarle a él y a su amadísima Petunia con los más horrendos castigos si volvía a maltratar de cualquier manera al anormal de Harry, había muerto, sólo esperaba que llegara el fin de curso para tener a su sobrino nuevamente en sus manos.
¡Oh, sí! Le hacía falta el cuerpo de Harry para poder desahogarse de un año realmente desastroso en su trabajo. Encontraría o provocaría cualquier situación para usarle de saco de boxeo. ¡Eso sería altamente relajante!
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Mientras, en el Colegio de Magia y Hechicería Hogwarts, un grupo de estudiantes recibía el último reconocimiento médico antes de ser dados de alta de la enfermería a manos de Madame Pomfrey .
Una vez salió el último de los pacientes, a la seria enfermera no le extrañó recibir una nota del Director del colegio solicitando una entrevista en su despacho.
- Helado de limón -susurró a la gárgola que, echándose a un lado, daba acceso a la escalera de caracol que desembocaba en el despacho del Director.
- Adelante -se oyó la voz del Director antes de llamar a la puerta, abriéndose sin necesidad de tocarla.
- Buenos días Poppy. ¿Puedes informarme de cómo están nuestros intrépidos alumnos?
- Buenos días, Director. Si bien yo no les clasificaría de intrépidos; sino de irresponsables, el estado físico de todos ellos es satisfactorio. Las heridas han sido sanadas y los vestigios de magia negra por las maldiciones recibidas han sido erradicados…
- ¿Pero? -Preguntó el Director viendo una duda al final de las palabras de Madame Pomfrey.
- Director, me preocupa Harry. Me preocupa mucho.
- ¿Cuál es el motivo, Poppy?
- Harry presenta un cuadro de depresión profunda. No hace falta ser psicomago para darse cuenta de ello.
- Eso es cierto. Desde la muerte de Cedric, el año pasado, he podido constatar que su mirada está más apagada, que la sonrisa que se esfuerza en mostrar ante sus amigos no llega a los ojos.
- Y como todo el mundo sabe, los ojos son el espejo del alma; pero ahora la situación se ha agravado sustancialmente. Temo que la pérdida de su padrino le está abocando a un pozo del cual no pueda salir por sí solo y yo no poseo los conocimientos necesarios para poder ayudarle.
- Poppy, tú sabes tan bien como yo, que Harry guarda todos los sentimientos dolorosos para sí; ni siquiera se abre a sus más íntimos amigos. ¿Tienes alguna propuesta? ¿Tienes alguna idea de cómo o quién puede ayudarle?
- No, Director. Tengo el convencimiento de que si Harry no pone algo de su parte, ni el más prominente psicomago podrá hacer nada por él.
En el centro de la cama adoselada de la habitación de Griffindor, un delgado muchacho de 15 años se agitaba y sollozaba sin poder despertar de las pesadillas que le asediaban.
Una ya era recurrente: El cementerio, Colagusano lanzando la maldición asesina, Cedric cayendo muerto a su lado, la estatua inmovilizándolo mientras Colagusano realizaba el ritual para dar un cuerpo al ser más abominable de la capa de la Tierra, el dolor, la impotencia…
La otra, más reciente: Sirius cayendo a través del Velo de la Muerte.
- ¡Harry, Harry, despierta, Harry! -gritaba Ron, sacudiéndole fuertemente los hombros.
- ¿Qué pasa, Ron? -dijo Harry abriendo los ojos, asustado-. ¿Voldemort nos ataca? -incorporándose mientras dirigía la mano derecha debajo de la almohada en busca de su varita.
- No Harry, tranquilo, nadie nos ataca. Estabas teniendo una pesadilla. ¿Te encuentras bien?
- Sí, Ron. No pasa nada.
- ¿Seguro, Harry? Mamá siempre me dice que para hacer que un mal sueño se vaya, lo mejor es contárselo a alguien y, ¿A quién mejor para contarle lo que te pasa que a tu mejor amigo?
- Ron, no pasa nada, relájate y vuelve a la cama. Aún faltan muchas horas antes de que amanezca, aprovechémoslas para dormir, ¿De acuerdo?
- Muy bien, Harry, como tú digas; pero quiero que sepas que yo estaré a tu lado pase lo que pase y para lo que quieras contarme.
- Lo sé, Ron, y te lo agradezco; pero estoy bien. Anda, duérmete.
Ron, renuente, volvió a su cama y al cabo de pocos minutos profería sonoros ronquidos.
Por un momento Harry no pudo evitar mirarle con envidia. ¡Lo que él daría por poder dormir así! Pero acostándose de nuevo entre las cálidas sábanas, sabía que ese sueño reparador no llegaría. Lo tenía merecido, era su castigo por ser el culpable de las muertes de Cedric y de Sirius.
Fue él quien insistió en compartir el triunfo final en el Torneo de los Tres Magos con Cedric, causando que el joven Hufflepuff fuese trasladado al cementerio, donde halló la muerte. Así mismo, era el causante de la muerte de Sirius al dejarse engañar por las visiones que Voldemort proyectaba en su mente. Si tan sólo se hubiese aplicado en las clases de oclumancia…; pero no, su arrogancia al pensar que era suficientemente fuerte y su obstinación por ver lo que pasaba a través de los ojos de su enemigo, le hicieron desdeñar las advertencias del odiado profesor de pociones.
Por su culpa, por su maldita culpa, esas dos personas habían dejado de existir y había puesto más vidas en peligro.
Con los ojos fijos en la ventana que dejaba pasar la tenue luz de la luna, un pensamiento se adentró en su mente: ¡Era un peligro para la gente que se le acercaba!
Ahora veía claro lo que tenía que hacer. Tenía que alejar y alejarse de sus amigos, de sus compañeros, de todo aquél que se le acercara.
Empezaría por no entablar conversación con nadie o simplemente diría que no se encontraba de humor para hablar. Sabía que tanto Ron como Hermione se extrañarían, que le asediarían con mil y una preguntas, que no pararían, que se harían molestos para que les confesara el por qué de su actitud; pero él aguantaría hasta que los nervios ya no pudieran más y entonces les contestaría de malos modos. Haría que se apartaran de él sí o sí. Prefería eso a que por su culpa resultasen dañados o muertos. No, eso si que no lo podría soportar.
Así, pues, mucho antes de la hora de levantarse, se dirigió a la ducha, se vistió, preparó la mochila con los libros que iba a necesitar durante el día y sin hacer ruido, salió de la habitación.
Al pasar por la sala común miró por una de las ventanas y pudo ver que, por el este, ya se notaba el cambio de coloración en el cielo, indicando que ya faltaba poco para que naciera un nuevo día.
Sabiendo que Hermione era una de las más madrugadoras de la casa Griffindor, se apresuró a salir de la sala común con destino al Gran Comedor. Tenía intención de ser el primero en entrar, tomar un rápido desayuno y desaparecer por algún pasadizo hasta la hora de la primera clase que, para variar, era de pociones junto a los Slytherin.
Se encontraba ya en el vestíbulo, esperando que se abrieran las puertas del comedor, cuando oyó ruidos de pasos y voces. No había caído en cuenta que, justamente, la casa de las serpientes, con sus rígidas normas internas, era la que siempre llegaba en primer lugar a desayunar. Y llegó lo que más temía en ése momento: La voz del engominado príncipe de las víboras.
- Pero mira a quién tenemos aquí, si es San Potty. ¿Qué haces fuera de tu cubil tan pronto? ¿Acaso el resto de leones te ha sacado por ser un pájaro de mal agüero?
Harry ni siquiera le dirigió una de sus típicas miradas retadoras. Bajando levemente la cabeza, se limitó a darle la espalda. Estaba decidido a aguantar cualquier insulto sin replicar; ya que tenía el convencimiento que merecía todo lo que le quisieran decir.
Draco, interpretando ese gesto como un desprecio hacia su persona, empezó con su retahíla habitual de insultos mientras la zona se iba llenando cada vez más con los alumnos de las diferentes casas, los cuales, curiosos, iban formando un círculo alrededor de Harry y Draco.
Harry, a pesar de sus intenciones de soportar hasta lo indecible, no pudo evitar que, de forma inconsciente, poco a poco la rabia se le fuera acumulando hasta que le llegaron las últimas palabras de Draco.
- …. Y lo mejor de todo es que por fin, ese malnacido traidor a la sangre de Sirius Black, ha muerto…
A partir de ese momento, la mente de Harry dejó de asimilar cualquier ruido, cualquier voz.
Harry dejó de ser Harry.
Una enorme explosión se oyó en el vestíbulo, alertando a todos los residentes de Hogwarts.
La onda expansiva, con epicentro en Harry, tiró hacia atrás a todos los alumnos que se encontraban congregados en ese momento esperando que hubiese una de las típicas peleas entre los líderes de las casas de las serpientes y los leones, chocando contra las paredes, las armaduras, las puertas aún cerradas del Gran Comedor, contra otros alumnos y varios saliendo despedidos a través de las puertas del castillo.
Los cristales de los ventanales saltaron por todos lados, provocando miríadas de pequeños arco iris al impactar los rayos de sol que se asomaban entre las escasas nubes.
Una esfera de energía pura de más de 2 metros de radio se desprendía del cuerpo de Harry y era recorrida por incontables destellos luminosos a medida que los fragmentos de cristal la tocaban, quedando automáticamente desintegrados.
En ese instante, la casi totalidad del profesorado se personó en el vestíbulo y lo que vieron les dejó casi en estado de shock: Harry estaba en pié, brillando en medio de un círculo perfecto a partir del cual un montón de cuerpos inconscientes se desperdigaban hasta que encontraron algo lo suficientemente sólido como para parar su empuje. El cabello de Harry se veía electrizado y como si tuviera recibiendo ráfagas de viento desde distintas direcciones y los ojos… ¡Por Merlín bendito! El ya conocido verde esmeralda había desaparecido. El iris de esos ojos refulgía en un verde tan claro que casi era transparente.
En el momento en el que Dumbledore iniciaba el movimiento para acercarse a Harry, éste se giró hacia las escaleras y empezó a andar. Su mirada no reflejaba ninguna emoción y se mantenía fija, sin parpadeos.
- Harry, hijo -llamó Dumbledore.
Pero no hubo ninguna respuesta ni gesto de reconocimiento a la voz del Director.
- Severus, Minerva, síganme. El resto de profesores hagan el favor de trasladar a los alumnos heridos a la enfermería -dijo Dumbledore.
Harry ya estaba subiendo las escaleras. Los cristales de las ventanas iban estallando a medida que pasaba cerca de ellas. Ya llegaba al pasillo que daba acceso a la entrada de Griffindor cuando Ron y Hermione, que iban corriendo en dirección contraria, vieron a Harry.
- Hey, compañero -dijo Ron adelantándose a Hermione-. Hemos escuchado una explosión brutal. ¿Sabes que ha pasado? ¿Estás bien?
En el instante en que Ron tocó la esfera de energía que envolvía a Harry, salió despedido hacia atrás, chocando con Hermione que no había podido frenar a tiempo, cayendo ambos al suelo.
- ¡Srta. Granger, Sr. Weasley, aléjense de Harry, de inmediato! -gritó el director Dumbledore, manteniendo él mismo una distancia prudencial.
Hermione cogió el brazo de Ron, ayudándole a levantarse y ambos corrieron hasta el final del pasillo, girándose al mismo tiempo y viendo, asustados, el avance de Harry.
Al acercarse Harry a la entrada de su Casa, el retrato de la Dama Gorda salió disparado de sus goznes, yendo a parar varios metros de su lugar de origen, quedando boca a bajo en mitad del pasillo. De él salían los histéricos gritos de la Dama, la cual, a no percatarse del peligro, no se había preocupado de escapar hacia otro cuadro.
- Lo siento, Harry -dijo Dumbledore en un susurro-. ¡Desmaius!
Pero no ocurrió nada. Extrañado, el director decidió algo más drástico.
- Srta. Granger, Sr. Weasley, Minerva, Severus, a mi orden envíen a Harry el Desmaius más potente que puedan. 3, 2, 1 ¡DESMAIUS!
Cinco voces gritaron al unísono, cinco rayos impactaron en la burbuja que envolvía el cuerpo de Harry y cinco caras se quedaron con la boca abierta al ver como Harry levantaba la mano derecha hacia el hueco que daba a la sala común de Griffindor y una escoba, la Saeta de Fuego, llegaba a su poder y montándose en ella, salió como una exhalación por una de las rotas ventanas.
- ¡Esto es increíble! -exclamó Dumbledore.
- ¡Profesor Dumbledore! -gritó Hermione mientras corría hacia los tres adultos, seguida de cerca por Ron-. ¿Qué ha pasado?¿Qué le pasa a Harry?¿por qué está tan alterado?¿Por qué no han funcionado los hechizos? -A cada pregunta iba elevando el tono de voz hasta llegar a un casi histérico- ¿A dónde va Harry?
- Cálmese un poco, Srta. Granger -respondió el Director -. Démonos prisa en llegar a los jardines. Ayer mismo reforcé las barreras protectoras del colegio; incluso invoqué la magia ancestral de Hogwarts. Cuando Harry llegue a ellas, a la velocidad que lleva, el choque puede ser mortal.
Ante las palabras del director, todos empezaron un rápido descenso por las escaleras.
De un rápido vistazo pudieron apreciar que en el vestíbulo los profesores seguían levitando a los alumnos que aún no habían recuperado la consciencia para dirigirles a la enfermería.
Iba a ser un día duro para Poppy, aún tuvo tiempo de pensar Dumbledore, mientras ya alcanzaban las enormes puertas del edificio.
Por fin ya en los jardines, se pusieron a otear el cielo en busca de Harry.
- Allí -señaló Ron-. ¡Está sobrevolando el último invernadero!
- Corramos -instigó Hermione.
Pero no hizo falta que nadie se pusiera en marcha; ya que una corriente mágica les indicó que las barreras de Hogwarts habían sido rebasadas, viendo que la figura de Harry seguía volando alejándose del lugar.
- ¡Esto es imposible! ¡Esto no puede estar pasando! -decía el Director entre jadeos, producidos por la falta de aire por la carrera y por la impresión-. A no ser que…
- A no ser que qué -preguntó la profesora McGonagall-. ¿Albus?
- He de pensar en lo que ha pasado, Minerva. Esto excede a todo lo que conozco -respondió Dumbledore-. Severus -llamó mientras se acercaba a las puertas de los terrenos de Hogwarts; pues notaba que las barreras volvían a estar presentes.
- Dígame, Director -alcanzándole ya junto a la verja.
- Severus, hijo, síguele -haciendo aparecer una escoba con un simple gesto-. Mi escoba no es tan rápida como la Saeta de Harry; pero no te será difícil rastrearle. La estela de energía que deja tras de sí es casi palpable. Aún no comprendo como puede seguir emitiéndola con tanta intensidad. Debería haber remitido a los pocos minutos tras la explosión inicial. Ve, hijo, encuéntrale y tráele de vuelta.
- No se preocupe, Director, le encontraré -dijo Snape, atravesando la verja y, dando una ligera patada en el suelo se elevó enfilando rumbo Norte, situándose a la altura donde se notaba claramente el cosquilleo que la magia de Harry había dejado en el aire.
- Minerva, chicos, acompáñenme a mi despacho -dijo Dumbledore enfilando hacia las puertas del castillo.