La Mazmorra del Snarry
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La Mazmorra del Snarry... El escondite favorito de la pareja más excitante de Hogwarts

 

 Hangover and other secondary effects. Capítulo 17. ¡Bienvenida, Ebony!

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alisevv

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MensajeTema: Hangover and other secondary effects. Capítulo 17. ¡Bienvenida, Ebony!   Hangover and other secondary effects. Capítulo 17. ¡Bienvenida, Ebony! I_icon_minitimeDom Dic 06, 2009 12:25 pm

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Dolía. Realmente dolía mucho. Se sentía como si alguien estuviera desgarrando sus entrañas y tratando de abrirlas. No se detenía. No mejoraba; de hecho, empeoraba. Harry no sabía cuanto tiempo había durado el dolor, pero parecía una eternidad.

—Voy a tener que revisarte de nuevo, querido —anunció Poppy, y Harry reprimió un gemido. No le gustaba que la medibruja le tocara en su ahora demasiado femenino cuerpo, haciendo que doliera aún más. Aunque, cuando finalmente alejó sus dedos esta vez, ella le sonrió, radiante—. Muy bien, Harry. Estás completamente dilatado y puedes comenzar a pujar con la próxima contracción. No debería tomar demasiado tiempo para que naciera tu pequeña — informó.

—¿Escuchaste eso, Harry? Ya casi termina —le tranquilizó Severus, apartando los sudorosos mechones de su frente antes de colocar un paño frío sobre su piel ardiente. El mayor había estado acompañándole durante todo el proceso, sosteniendo su mano, frotando su dolorida espalda y haciendo todo lo posible por atenuar el dolor.

—Sí, la escuché, Severus, y también escuché que dijo que tenía que pujar —su voz se hizo más fuerte al aumentar el pánico—. Demonios, ¿cómo se supone que puje si difícilmente puedo soportar el dolor tal como está? —maldijo. Simplemente deseaba que terminara. Deseaba que ya estuviera hecho. Había tenido suficiente dolor por se día.

Entonces, la siguiente contracción le atacó y Poppy aconsejó:

—Harry, coloca tu barbilla contra tu pecho y puja hacia abajo —se giró a mirar a Severus y colocó la mano del hombre sobre el cuello de Harry mientras decía—: Severus, tú puedes sostener su cabeza.

Respirando profundamente, Harry hizo lo que le habían pedido. Gritó cuando el dolor se multiplicó por diez, rasgando un ardiente camino a través de su abdomen.

—¡No puedo! —sollozó, las lágrimas bajando por sus mejillas—. Duele demasiado. ¡Simplemente, no puedo! Por favor, no me hagan esto. Su cabeza nunca atravesará mi pelvis. ¡Sencillamente, no estoy hecho para esto!

—Sé que duele, Harry, y lo lamento, pero el hechizo que usé esta mañana para la herida de tu cabeza no se ha eliminado por completo todavía. No puedo lanzarte un hechizo para reducir el dolor en este momento —se disculpó Poppy, palmeando ligeramente su mano en un intento por reconfortarle—. Te prometo que tan pronto como se termine el otro hechizo, haré algo para que desaparezca la mayor parte del dolor. Lo has hecho bien durante las últimas ocho horas y has progresado rápidamente. Sólo un poquito más, querido —trató de animarle.

Harry se congeló. ¿Ella acababa de decir ocho horas? Miró a Severus, quien no pareció ni ligeramente sorprendido.

—¿Ocho horas? —preguntó finalmente, lanzando aterradas miradas a los otros dos—. ¿Quieren decir que esto toma más de las ocho jodidas horas que llevo sufriendo? —chilló.

Poppy sólo le sonrió con paciencia, contestando.

—Sí, Harry. Alrededor de las diez horas es un tiempo perfectamente común para alguien primerizo. Creo que las muggles incluso toman más tiempo.

—Eso no ayuda, ¿sabe? —siseó el joven—. Porque estoy muy seguro que la mayoría de las brujas y magos que tardan diez horas pariendo, consiguen calmantes para el dolor. Y estoy malditamente seguro de que las muggles también.

Suspirando ligeramente, la bruja replicó:

—Lo sé, Harry. Te daría algo contra el dolor, pero ya te dije antes que debes esperar hasta que el hechizo que apliqué en la mañana se gaste y tu concusión sane completamente. Lo lamento, pero no hay nada que yo pueda hacer. No tenía manera de saber que ibas a entrar en labor, o hubiera utilizado un hechizo menos complicado, uno que fuera compatible con el que se utiliza para anestesiar los nervios de la espina dorsal.

Apartando la mirada de ella, Harry suplicó:

—¡Severus, di algo, haz algo, por favor! —el hombre había estado terriblemente silencioso los últimos minutos—. ¿No tienes una poción que pueda tomar? Yo… yo cambié de opinión —tartamudeó—. Ya no quiero estar embarazado. ¡Quiero que deje de doler, por favor!

Severus suspiró. Odiaba ver a Harry tan adolorido, pero sabía los riesgos de mezclar hechizos que podían reaccionar muy mal juntos. No había nada que pudiera hacer por Harry, pues cada poción que podía darle, arriesgaría la salud de Ebony. Así, apretó fuertemente su mano y se inclinó para besar su frente.

—Harry, sé que duele y que quieres que se detenga, pero debo estar de acuerdo con Poppy. Es demasiado peligroso tratarte antes que el otro hechizo haya desaparecido completamente, y todas las pociones contra el dolor que tengo serían peligrosas para Ebony.

Hizo una mueca interna de dolor cuando vio en los ojos de Harry que se sentía traicionado, pero esa expresión se desvaneció tan rápidamente como había aparecido. Parecía como si el chico no le hubiera creído.

—Si tú lo dices, así será, Severus —murmuró Harry al fin, jadeando de dolor ante el impacto de una nueva contracción.

—Respira profundamente, Harry, coloca tu barbilla contra tu pecho y puja —instruyó Poppy nuevamente y el Gryffindor pudo haberla estrangulado.

“Es tan fácil dar órdenes cuando no eres quien sufre el dolor”, pensó, enojado.

Cuando el dolor remitió, Severus secó el sudor de su frente otra vez con un paño suave, antes de tomar su mano y besarla.

—Estoy muy orgulloso de ti, Harry —susurró—. Estás haciendo un buen trabajo trayendo a nuestra hija. Estoy seguro que dentro de poco tiempo Poppy podrá hacer algo para aliviar tu dolor —afirmó, chequeando su reloj.

—Espero que tengas razón —suspiró, hundiéndose en las almohadas y suspirando profundamente para estabilizarse antes que llegara una nueva oleada de dolor.



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—¡Pasen! —invitó Albus Dumbledore con cansancio. Ese día todo había ido de mal en peor. Primero la discusión con Severus; luego, otra igualmente mala con Minerva, quien estuvo a punto de maldecirle por su estupidez; y ahora tendría que decirles a Ron y Hermione lo que había sucedido. Y tampoco ansiaba esa charla.

La joven pareja había tomado asiento frente a su escritorio y le estaban observando, expectantes. Por primera vez, no les ofreció té o caramelos de limón; sólo se sentó allí, organizando sus pensamientos. Realmente, esta vez lo había estropeado todo.

Finalmente, cuando el silencio se volvió incómodo, Albus habló.

>>Sé que deben estar intrigados acerca del porqué les mandé llamar —comenzó.

Los otros dos asintieron.

Frotando su sien, el anciano respiró profundamente y dijo sin más:

>>Harry y Severus descubrieron nuestro papel en el incidente de El Profeta.

Ron no se mostró demasiado preocupado, pero Hermione jadeó y palideció notablemente.

>>Además, tengo que informarles que Harry se enojó tanto que trató de abandonar el castillo en medio de la noche, lo que le condujo a un infortunado accidente. Para ser específico, se cayó de las escaleras móviles —el brillo estaba ausente de sus ojos y su voz era grave.

Esta vez, Ron también palideció. Ambos se levantaron de sus asientos al instante, intentando hablar simultáneamente, preguntando a Albus si su mejor amigo estaba bien.

Haciéndoles un gesto para que se sentaran de nuevo, el Director siguió hablando.

>>Severus encontró a Harry y le trajo con Madam Pomfrey a tiempo. No hubo ningún daño permanente, pero creo que el trauma le adelantó el parto. Está a punto de dar a luz, creo. Esperen… —detuvo a los jóvenes, que una vez más se habían levantado de sus asientos, listos para dar media vuelta y dirigirse a la enfermería—. Me temo que no pueden ir con él ahora. Ninguno de nosotros puede, de hecho; Harry no desea vernos, y al parecer, Severus y Poppy están determinados a asegurarse de que Harry consiga lo que quiere —explicó, observando la reacción de los magos frente a él.

Ron se mostró estupefacto, mientras los ojos de Hermione se llenabas de lágrimas.

—No comprendo… —balbuceó Ron—. Pensaba que quería estar con el profesor Snape, él mismo lo dijo. Ahora le tiene, incluso está casado con él, ¿pero en lugar de estar agradecido nos odia? No lo entiendo… Simplemente, no lo entiendo. Pensaba que era feliz estando casado…

Enjugándose los ojos, Hermione miró a su novio como si se hubiera vuelto loco.

—Ron, ¿no lo entiendes? Harry está lejos de ser feliz en su matrimonio. Ambos son, de hecho, infelices. ¡Sabes que ha estado deprimido, y eso ha empeorado día con día! —espetó, dividida entre la furia y le vergüenza por lo que habían hecho a su mejor amigo.

Luciendo confuso, y un poco enojado también, Ron replicó:

—Pero Poppy nos dijo que eran cosas del embarazo. Los cambios de humor le pasan todo el tiempo a la gente embarazada.

—En serio, Ron… —Hermione estaba a punto de decirle que algo como un simple embarazo no inducía tales cambios de humor, pero Albus la interrumpió, colocándose entre ambos.

—¡Ron, Hermione, por favor! —exclamó con voz derrotada, levantando sus manos. Sonaba viejo y cansado—. Creo que todos sabemos muy bien que el matrimonio entre ellos dos no resultó como esperábamos. Lo que necesitamos hacer ahora es pensar algo para enderezar nuevamente las cosas.

Todavía confundido y enojado por el hecho de que los otros parecían saber algo que obviamente él no había captado, Ron bufó.

—Usted es el Director de esta escuela, estoy seguro que podría ir a la enfermería si quisiera. No creo que haya barreras que pudieran detenerle, ¿no?

Suspirando internamente ante esa declaración, Albus giró el rostro hacia Ron y contestó calmadamente.

—No, Ron; de hecho, no hay barreras que pudieran detenerme. Mi sentido común, sin embargo, lo hace. Uno pensaría que no sería deseable una tormenta aquí. Si irrespetara nuevamente los deseos de Harry, la ira de su ya furioso esposo crecería, y exigiría que le dejáramos en paz. Eso sería un tanto imprudente, ¿no está de acuerdo? No; tendremos que dejar que las cosas se enfríen un poco. En primer lugar, no deseo un furioso profesor de Pociones, una lívida medibruja, y un poderoso Salvador del Mundo Mágico, frente a mí, Director o no. En segundo lugar, por muy mal que suene, debemos aceptar que, tal como va esto, podríamos perderle. Harry no toma a la ligera la traición, y lo saben —suspiró, observando a Ron y Hermione con expectación.

Hubo un largo silencio antes de que la chica preguntara:

—Entonces, ¿qué sugiere?



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Afortunadamente para Harry, Severus había tenido razón, y no pasó mucho tiempo antes que Poppy pudiera lanzar un nuevo hechizo para reducir el dolor. Ahora, alrededor de hora y media más tarde, finalmente sintió que su hija se deslizaba fuera de su cuerpo, libre. Sollozó, abrumado por el sentimiento de felicidad pura que le atravesaba.

—¡Es perfecta! —susurró Severus un momento después, tomando a la pequeña, que sollozaba furiosamente, de los brazos de la medibruja. Sostuvo a su hija para que Harry la viera, abriendo un poquito la cobijita rosada con la que estaba arropada para mostrarle sus pequeños pies y manos.

Harry alargó una mano hacia el pecho de Ebony, tratando de tranquilizarla.

—Shh, no llores, amor. Papi está contigo —le susurró, y pareció funcionar. Ebony dejó de llorar y miró a sus dos padres, frunciendo ligeramente el ceño cuando Harry la movió—. Sabes, tenías razón —dijo, mirando a su esposo—. Sobre su apariencia, al menos —explicó, pero Severus no parecía saber de qué estaba hablando. Le miró interrogante.

>>¿No recuerdas lo que una vez dijiste sobre una hija mía? Después de entrenar, cuando estábamos hablando sobre la familia. Te dije que, si podía elegir, me gustaría tener primero una hija. Y tú dijiste, y cito: ¿Una hija? ¿Tú? Entonces, yo tendría que darle clases tarde o temprano. Merlín, puedo imaginarla. Cabello de ébano, ojos esmeralda, piel igual a la costosa porcelana china, y tu talento para meterse en problemas. ¿Cómo la llamarías? ¿Blancanieves?

>>No la voy a llamar Blancanieves, y todavía no sé cuán talentosa será para meterse en problemas, pero mírala, Severus. Es justo como la describiste.

Sorprendido, el hombre hizo justo eso, mirarla. Harry tenía razón, ella era todo eso. Sus ojos eran tan sorprendentemente verdes como los de su padre; su piel, aunque todavía demasiado rosada por el nacimiento, sería de un blanco cremoso; y el parche de cabello sedoso era tan negro como la noche. Era incluso más oscuro que los rizos de Harry.

Mientras la observaba, los párpados de Ebony empezaron a aletear, su pequeña boca rosada se abrió en un bostezo. Se veía tan adorable. Severus se sentía tan abrumado por su amor hacia ella, que sus ojos se llenaron de lágrimas.

—¡Es tan hermosa, Harry! —susurró, su garganta cerrada por la emoción.

—Sí, lo es —convino el joven—. Y es nuestra, tuya y mía. Nuestra perfecta hija.

En ese momento, Harry estuvo en paz… aunque fuera sólo por un rato.



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Mucho más tarde, Ebony y Harry estaban durmiendo luego del día lleno de eventos, cuando Poppy se acercó a Severus. Él estaba sentado en una silla al lado de la cama del joven, observándoles dormir, cuando la medibruja tocó su hombro e hizo un gesto para que le siguiera.

Cuando estuvieron en la oficina de la bruja, se giró hacia Severus.

—Deberías decírselo —fue todo lo que le dijo, y él la miró, sorprendido.

—¿Decirle qué, Poppy? —preguntó el maestro de Pociones, aunque sabía perfectamente a lo que se estaba refiriendo.

Suspirando, ella se explicó.

—Deberías decirle que le amas. Necesita escucharlo, ¿sabes?

—¿Él te dijo eso? —indagó, sintiéndose repentinamente helado. ¿Harry había hablado con ella sobre ese asunto? ¿Le habría dicho lo que no era capaz de decirle a él?

—No necesitaba hacerlo, es bastante obvio —replicó, poniendo los ojos en blanco y dejándole a solas con sus pensamientos.

Severus se paró allí, en mitad de la oficina de Poppy, estupefacto. Se preguntaba si ella tendría razón. ¿Por qué no intentarlo? ¿Qué tenía que perder, en todo caso? Esto no podía empeorar, ¿cierto?




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