La Mazmorra del Snarry
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La Mazmorra del Snarry... El escondite favorito de la pareja más excitante de Hogwarts

 

 Y algún día, la felicidad. Capítulo 1. La tristeza de la separación

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alisevv

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MensajeTema: Y algún día, la felicidad. Capítulo 1. La tristeza de la separación   Y algún día, la felicidad. Capítulo 1. La tristeza de la separación I_icon_minitimeLun Ene 31, 2011 3:04 pm

Y algún día, la felicidad

Autora:
Alisevv

Pareja: SS/HP

Clasificacióm:
Angustia, drama, romance

Advertencias: Violencia y mpreg

Resumen: Harry y Severus tienen que separarse por culpa de Voldemort ¿Se volverán a reencontrar?


Disclaimer: Ninguno de los personajes de esta historia son míos, todos de Rowling. Lástima, al menos me gustaría poder quedarme con Severus



Y algún día, la felicidad. Capítulo 1. La tristeza de la separación 40529 Y algún día, la felicidad. Capítulo 1. La tristeza de la separación 40529 Y algún día, la felicidad. Capítulo 1. La tristeza de la separación 40529 Y algún día, la felicidad. Capítulo 1. La tristeza de la separación 40529
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Escocia, 31 de Julio del 2010


Era uno de esos brumosos días típicos de las regiones altas de Escocia, con una lluvia pertinaz cayendo con insistencia, golpeando contra los límpidos cristales con un sonoro repiqueteo. Era un día triste; al parecer, el clima se había puesto de acuerdo para coincidir con el humor del hombre alto y delgado que miraba por la ventana hacia un punto indefinido, como deseando percibir a través de esa bruma la llegada de algo largamente anhelado.

De forma inconsciente apartó de su frente un rebelde mechón de pelo negrísimo, dejando al descubierto unos ojos intensamente verdes —antaño brillantes y alegres, pero ahora infinitamente tristes— parcialmente ocultos tras unos lentes de montura redonda.

Una lágrima esquiva escapó de esos ojos, resbalando por la tersa mejilla. Automáticamente, la mano del hombre subió precipitadamente y enjugó la lágrima. No lloraría, porque sólo se llora por las causas perdidas y las vidas extintas, y definitivamente él no podía permitirse el pensamiento de que estar ahí esperando fuera una causa perdida

Las ocho de la noche. Las pocas esperanzas que tenía estaban tan cerca de morir; otro año más y nada.

Treinta y uno de julio. Esa ya no era una fecha feliz, de fiestas y risas, sino una fecha de tristeza, anhelos y esperanzas rotas. Una fecha que quizás algún día se dignara regresarle la vida perdida hacía tanto tiempo. Pero, por lo visto, ese día aún no llegaba.

Con un suspiró paseó la mirada por la habitación en que se encontraba; estaba exactamente igual que hacía seis años. Él se había encargado de arreglar ese detalle con los dueños de la posada. Le había resultado costoso pero eso no importaba. Era un lugar más bien austero, con un mobiliario sencillo pero cómodo. Una enorme cama de cuatro postes, dos mesillas y un armario, una mullida alfombra en tonos marrones y un cómodo sofá tapizado de color crema, colocado frente a una inmensa chimenea donde el fuego crepitaba alegremente.

Suspirando, se giró nuevamente hacia la ventana. La tarde era tan similar a aquella otra, que no pudo evitar perderse en los recuerdos.


Escocia, seis años antes.


—Tenemos que separarnos —las palabras habían sido pronunciadas con un tono agónico.

—Pero, ¿por qué? —protestaba un joven con sus ojos verdes inundados de lágrimas.

—Es necesario. Si seguimos juntos estamos en peligro.

—Podemos solucionarlo, Severus. Hablemos con Dumbledore, él encontrará la forma —las palabras salieron presurosas de sus labios, intentando encontrar una forma de hacerle desistir de su propósito, intentando convencerle... al mismo tiempo que luchaba por convencerse a sí mismo.

—Sabes que no hay manera —el hombre de rostro serio hizo un rictus de dolor—. La marca me duele cada vez más. Él está cerca, y aunque hasta ahora hemos podido ocultarnos, sabes que no va a tardar mucho tiempo en encontrarnos. Mi marca te está poniendo en peligro.

—Pero Dumbledore podría hacer un hechizo como el que hizo sobre mi cicatriz, así no podría detectarte —insistió, se resistía a perderlo.

—Albus intentó hacerlo y no lo consiguió, Harry, y tú sabes eso. Lo máximo que logró fue que no pudiera descubrirme si estaba lo bastante lejos de él. Pero la marca está rodeada de magia negra muy poderosa. Sé que tarde o temprano me van a encontrar y no quiero exponerte.

—¿Y qué vas a hacer? —preguntó Harry, resignado al ver la determinación en los profundos ojos negros.

—Lo mismo que hasta ahora, moverme y tratar de evitar que me siga el rastro. Mientras tanto, tú puedes terminar de prepararte para enfrentarte con él.

—No voy a poder hacerlo sin ti —la súplica inmersa en las dolidas palabras estuvo a punto de hacer flaquear la determinación de Severus. Pero no podía ceder, la seguridad de Harry estaba por encima de cualquier otra consideración.

—Podrás —el tono del maestro de Pociones se endureció mientras lanzaba al muchacho una mirada severa—. Dumbledore, Remus, tus amigos, todos te van a ayudar. Tienes que entrenarte; prepararte para enfrentarte a Voldemort y vencerlo.

Harry se dejo caer derrotado en los fuertes brazos del hombre frente a él. Sabía que tenía razón, si querían tener alguna posibilidad de salvarse tenían que separarse. Tratando de gravar en su memoria la sensación de tener entre sus brazos ese ardiente cuerpo, de sentir la agitada respiración contra su cuello y el suave palpitar de ese corazón que tanto le amaba, suspiró. En ese instante se sentía pleno, completo, anclado en quien definitivamente era su otra mitad y lo sería por siempre. Severus le aferró fuertemente un largo rato, antes de levantarle la barbilla y besarle con desesperación hasta que ambos quedaron sin aliento.

—Volveremos a encontrarnos, te lo prometo —susurró en el oído de Harry.

—Pero, ¿cómo? —preguntó el chico, angustiado—. Tú te vas quien sabe a dónde y yo tampoco voy a permanecer en este lugar. Cuando todo se acabe, ¿cómo podremos reencontrarnos?

Severus rió quedamente.

—Sabes que hay miles de sitios y amigos en el mundo mágico que nos van a permitir reunirnos, no te preocupes por eso —trató de tranquilizarle.

—No estoy seguro, no sé qué pasará cuando esta guerra termine —era evidente la angustia del joven ante la idea de la separación.

—Hagamos algo —le propuso, acariciándole la mejilla con ternura para tranquilizarle—. Nos encontraremos en este mismo lugar en tu cumpleaños.

—¿Lo prometes? —insistió con una débil sonrisa.

—Prometo que haré todo lo posible para reunirme contigo. Todo lo posible.

—Y yo estaré aquí esperando. Te lo juro.


Y Harry lo había cumplido. Año tras año había ido cada treinta y uno de julio, y año tras año había sufrido una decepción.

El primer año lo entendió, la guerra estaba en todo su apogeo y los magos y muggles morían por cientos. Aún así, y pese a las protestas de Dumbledore y los demás miembros de la Orden del Fénix, él había acudido a Escocia y había esperado todo el día, hasta que triste y decepcionado comprendió que ese año no vendría.

En enero del siguiente año logró derrotar a Voldemort. Jubiloso y ansioso esperó que Severus apareciera en cuanto la noticia de la derrota del Señor Oscuro llegara a sus oídos, pero eso no ocurrió. Al ver que no llegaba a Hogwarts ni a ninguno de los otros sitios conocidos del mundo mágico, se dirigió a Escocia y esperó; un día, y otro, y otro más.

Por breves momentos le asaltaba la duda de que quizás hubiera muerto, pero lo desechaba de inmediato, pues le causaba un dolor insoportable. A pesar de todo, en su corazón continuaba latiendo era la esperanza. En su interior, algo le decía que su amor seguía vivo, solo en algún lugar, quizás herido, pero con vida. Tal vez escondiéndose de los Mortífagos que habían logrado escapar y todavía causaban estragos de tanto en tanto.

Pero los años pasaron y los Mortífagos fueron atrapados, uno tras otro. El mundo mágico regresó a la normalidad; la paz había vuelto a posarse en las vidas de todos los magos y brujas, que podían volver a su rutina libre de preocupaciones.

Hasta él retomó su vida, libre de la espada de Damocles que había significado Voldemort en su existencia. Estudió mucho y se convirtió en uno de los mejores aurores del Ministerio, compró una casa y empezó a relacionarse con la comunidad mágica, y aunque tenía un pequeño-gran motivo que le hacía muy feliz, nunca logró volver a estar completo. Todavía le faltaba la mitad de su corazón. Por eso regresaba a Escocia en cada cumpleaños, y por unas gloriosas horas la esperanza volvía a aletear en su pecho. Por unas pocas horas.

Pero no desfallecería. Sabía que algún día volvería. “Me lo prometió”, pensó, mientras apoyaba la frente sobre el cristal de la ventana cerrada y cerraba los ojos, suspirando.

Las dos figuras estaban sentadas en el sofá frente a la chimenea, vestidos con sendos pijamas. El más joven apoyaba su oscura cabeza sobre el pecho del mago mayor, mientras su mano acariciaba el muslo del hombre.

—¿Cuándo te irás? —preguntó Harry con voz temblorosa.

—Al amanecer —fue la breve respuesta. Severus era incapaz de pronunciar otra palabra.

—Júrame que volverás.

—Lo juro.

Harry se giró hacia él mirándole con sus brillantes ojos verdes y acercó su boca depositando un leve beso sobre los labios tan deseados. Severus reaccionó de inmediato, rodeando su cintura y estrechándole contra si, al tiempo que mordisqueaba su labio y le acariciaba con la lengua suplicando le permitiera entrar. Harry abrió la boca, deseoso, y sus lenguas trabaron una cruenta lucha por el poder; una lucha donde al final no hubo vencedor ni vencido, sino dos cuerpos y dos corazones deseosos de amarse, de demostrarse cuanto se adoraban, y de jurarse lealtad eterna.

Harry se sentó a horcajadas sobre el regazo de Severus, y mientras su ardiente boca bajaba por la mandíbula del hombre rumbo a la fuerte columna de su cuello, las manos de Severus luchaban por abrir la camisa del pijama del Gryffindor.

—¿No crees que podríamos encontrar un lugar un poco más cómodo para continuar con esto? —sugirió Harry en un susurro.

Por toda respuesta, Severus se levantó con el chico en brazos y se dirigió a la cama, dónde le deposito cuidadosamente.

—Ahora, señor Potter —musitó, recordando un viejo juego—, va a ser un buen chico y se va a quedar tranquilo mientras me encargo de usted.

Harry le miró con sus inmensas orbes verdes brillantes de deseo, asintiendo en silencio. Severus desabotonó su camisa con mortal lentitud, mientras su boca regresaba a su cuello, besando y lamiendo. Cuando se deshizo de la camisa bajó sus atenciones hacia los atrayentes pezones que resaltaban sobre la morena piel. Mientras su boca chupaba y mordisqueaba uno y otro, su mano se deslizó por su pecho en una suave caricia; luego, bajó por su estómago y vientre, y se escurrió por debajo del pantalón del pijama, encontrando la palpitante dureza que lo esperaba deseosa.

Sus dedos repartieron caricias fugaces mientras Harry gemía cada vez más alto, y su pene pulsaba en la mano de Severus a punto de estallar.

—Por favor, Severus —se escuchó la agónica súplica.

El hombre, sumamente excitado, no esperó más y de un tirón jaló los pantalones de Harry, mostrando al chico en todo su esplendor. Separándose un instante, se desnudó rápidamente y se acostó cuidadosamente sobre él, frotando su dureza contra la del joven y provocando un gemido mutuo. Le beso profundamente, intentando trasmitirle todo el amor y el dolor que sentía ante el sólo pensamiento de separarse de él. Cuando separó sus labios, Harry vio el inmenso sufrimiento que mostraba el amado rostro.

—No sufras, mi amor —susurró suavemente, mirándole con los ojos repletos de cariño—. Piensa que ahora no existe nada, ni el ayer ni el mañana, sólo este momento. Ámame, por favor.

Sin poder resistir la ferviente súplica, separó amorosamente las piernas de su amado y le preparó con cuidado —acariciando, besando, amando, adorando— mientras los jadeos de Harry se hacían cada vez más fuertes y demandantes.

—Por favor, Severus, ya no resisto. Te necesito.

Y Severus obedeció. Y se introdujo en las cálidas profundidades, embistiendo y embistiendo como si fuera la primera vez y rezando porque no fuera la última, porque un día pudieran volver a encontrarse y amarse, libres del odio y la maldad que ahora les perseguía. Amarse… por toda la eternidad. Y en la oscuridad de la noche, se escucharon dos eternas promesas.

—Siempre te amaré, Severus

—Hasta el fin de la vida, Harry


Se separó de la ventana y miró el reloj. Las once de la noche; las horas se habían ido mientras él estaba perdido en los recuerdos y ya casi era tiempo de partir. Otro año perdido sin él. Pero no importaba. Su esperanza seguía ahí, firme, incólume, y continuaría hasta que pudiera volver a los brazos del amor, de su amor. Suspiró, preparándose para partir y continuar un año más sin él.

Repentinamente, un ruido captó su atención. Aguzó el oído tratando de identificar el origen del sonido. Ruido de puertas abriéndose y cerrándose, y pasos presurosos subiendo las escaleras, acercándose, deteniéndose frente a su puerta. Por un instante su corazón se detuvo ¿Y si fuera él? ¿Si de verdad fuera Severus? Se quedó petrificado, su respiración agitándose ante la diminuta esperanza de reencontrarse con aquel que era su motivo de existir


Por un momento todo quedó en silencio, como si la persona al otro lado de la puerta no se atreviera a abrir ¿Sería un error? ¿Acaso su corazón henchido de amor y esperanza sólo se había creado falsas ilusiones, en un afán de preservar la fe en su regreso? Suspiró, derrotado. Seguramente alguien había confundido las puertas, eso debía ser. Su corazón volvió a hundirse en el profundo pozo en que estaba para saltar una vez más ¿Sus ojos le engañaban o el picaporte se estaba moviendo?

Sin poder resistir ni un minuto más, se lanzó hacia la puerta y la abrió abruptamente. Entonces se congeló. Ahí estaba, en la puerta. Tan hermoso como antes, tan amado como siempre. Dos exclamaciones casi idénticas y todo el amor del mundo

—¡Regresaste!

—¡Regresé!

Y regresaron los abrazos, y los besos, y las palabras de amor y los juramentos. Y regresó el amor. Y desde ese momento, el treinta y uno de julio volvió a ser una fecha cálida y amada. Porque ese día el corazón de Harry Potter volvió a nacer
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