alisevv
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| Tema: Y algún día, la felicidad. Capítulo 5. ¿Dónde se ocultan las alimañas? Vie Mar 18, 2016 8:33 pm | |
| Harry miró a Severus con el rostro desfigurado por el dolor, tomando plena conciencia de la magnitud del sufrimiento por el que había pasado su pareja.
“Maldito Lucius Malfoy” pensó mientras las lágrimas volvían a rodar por sus pálidas mejillas. ¿Cuánto llanto había derramado en apenas dos días? “Ojalá te pudras en el maldito infierno. Ojalá no te hubieras muerto para poder matarte con mis propias manos... aunque... un momento.” De repente se dio cuenta del completo significado de lo que Severus acababa de narrar. “Merlín. Malfoy no está muerto”
Levantó la vista y la fijó en el rostro pétreo del hombre que todavía le abrazaba, y hundiéndose en su oscura mirada, musitó:
—Lucius Malfoy no está muerto, ¿verdad?
—No— fue la escueta respuesta.
—Pero no comprendo— continuó Harry, confuso—. Todos creímos que estaba muerto. Hasta Draco. De hecho, yo lo vi al lado de Voldemort justo antes de lanzar el hechizo que lo incineró. La explosión fue enorme y aunque nunca apareció el cadáver pensamos que, al igual que Voldemort, había muerto entre las llamas.
—Conociendo a esa sabandija— murmuró Severus con voz ronca—, imagino que ya tenía lista alguna alternativa de escape— sonrió amargamente—. Es un hombre con múltiples recursos.
—Así que no está muerto— repitió Harry casi como para si mismo—. Pero entonces, ¿dónde está? Nadie ha sabido de él desde la batalla final; si está vivo, es como si se lo hubiera tragado la tierra.
—Estará escondido en algún hueco de alcantarilla como la alimaña que es— escupió Severus con desprecio—. Pero es una alimaña peligrosa, Harry— agregó, aferrando al joven con fuerza por los hombros y mirándolo con ojos preocupados—. Y juró deshacerse de ti. Por eso estoy aquí, por eso tuve que venir— su voz traslucía a las claras su desesperación.
—¿POR ESO estás aquí?— repitió Harry con el ceño fruncido, recalcando sus primeras palabras, al tiempo que se separaba de Severus para examinar su rostro—. ¿Qué quieres decir?— al ver la expresión avergonzada y triste de Severus comenzó a entender—. ¿No pensabas regresar, verdad?— el dolor era patente en su voz. El hombre no contestó, sólo giró la vista hacia las llamas con el rostro serio—. ¿Por qué, Severus? ¿Por qué?
—¿Por qué?— la voz estaba ronca por la emoción contenida—. ¿Por qué crees? Estoy viejo, cojo, con todo el cuerpo marcado y sin magia, convertido en un maldito squib. Y tú eres joven, hermoso, con una vida por delante. ¿Qué derecho tenía yo de venir a amargarte la existencia?— el hombre se levantó y empezó a dar vueltas por la habitación—. Recordé catorce años antes de lo que se suponía que lo haría, pero todo lo que había predicho Lucius era real. ¿Cómo podía esperar tan siquiera que siguieras amándome?
Harry también se levantó hecho una furia. ¿Cómo se había atrevido Severus a dudar de su amor? ¿Acaso no le había dado innumerable pruebas de que su sentimiento era sólido y eterno? Pero entonces lo miró y lo vio tan frágil y desvalido que toda su furia amainó. Y en su pecho creció un sentimiento avasallador, la necesidad de demostrarle nuevamente que él era el hombre de su vida, el único hombre que había amado y deseado y el único al que se podría entregar tal y como se disponía a hacer en ese mismo instante.
Severus observó con el alma acongojada todos los cambios que sufría el rostro del hombre que amaba y esperó en silencio a que llegará la explosión. Pero ésta no llegó y vio con asombro como en los ojos de Harry aparecía la expresión de un deseo inconmensurable y en sus labios una inquietante sonrisa, antes de comenzar a acercarse lentamente hacia él.
Harry se acercó hasta pegar su cuerpo ardiente al cuerpo cálido de su amor, y subiendo los brazos, los cerró alrededor de su cuello y alcanzó su boca con un deseo frenético, producto de una mezcla de amor, temor, dolor, furia y los mil sentimientos encontrados que latían en su corazón. Su lengua incisiva exigió la entrada en la boca que le pertenecía por derecho, y cuando Severus le cedió el paso, entró sin tapujos, acariciando todo cuanto encontraba a su paso hasta encontrarse con su compañera, tocándola y acariciándola con una insistencia que salía del corazón.
Los brazos de Severus se enroscaron alrededor de la delgada cintura atrayendo a Harry aún más cerca mientras ambos se frotaban uno contra otro, con movimientos sinuosos que hacían que su excitación creciera a niveles imposibles. Los jadeos y las palabras amorosas susurradas al oído también aumentaban, así como el deseo de volver a sentir piel contra piel, sudor contra sudor, alma contra alma, y poder saciar una vez más ese deseo que amenazaba con desbordarlos.
Las manos de Severus se deslizaron ardientes bajo el suéter de Harry, subiéndolo lentamente hasta sacarlo por la morena cabeza y dejar el torso desnudo y a su merced, mientras el otro le desabotonaba rápidamente su camisa y la dejaba caer sobre la alfombra. La boca de Harry bajó hasta el fuerte cuello con besos húmedos y de allí siguió hacia el pecho marcado, parándose en cada una de las cicatrices para besarlas con devoción, hasta llegar a un oscuro pezón, donde se cerró chupando y mordisqueando a placer, para verse recompensado por los gemidos ahogados que escapaban de la garganta del hombre.
Mientras, las manos de Severus se deslizaron por la morena espalda de su pareja, hasta descansar una vez más en la cintura. Con indudable destreza, le desabrochó la correa, abriendo el botón y el cierre del pantalón. Separándose un momento del cuerpo de su joven amante, y aferrando la pretina del pantalón y del boxer a un tiempo, jaló ansiosamente liberando un miembro erguido y palpitante, que lo esperaba más que dispuesto. Sin perder tiempo, se deshizo de ambas prendas, y casi al instante Harry le obligó a ponerse a su altura y continuar con lo que sus corazones y cuerpos les exigían.
Harry retomó su labor, adorando las heridas de Severus con sus labios y lengua. No sin cierta dificultad, Severus se quitó el resto de su ropa, y luego, deslizando las manos por las redondas nalgas del joven, lo atrajo con fuerza, frotando ingle contra ingle y permitiendo que sus erecciones se acariciaran a placer.
Ambos gimieron y jadearon, antes de que sus bocas se unieran una vez más y sus lenguas reemprendieran la dura batalla. Dando traspiés, se dirigieron abrazados hasta la invitadora cama y cayeron en ella, convertidos en un enredo de piernas y brazos.
Harry sentía que el deseo estaba a punto de ahogarlo, así que sin esperar más, convocó un pequeño frasco de lubricante que entregó a Severus.
—Severus, por favor— fue todo lo que dijo con voz suplicante, pero el hombre lo entendió a la perfección.
Tomó el frasquito y con besos suaves bajó a lo largo del torso de su amante, mientras su ardiente lengua lamía aquí y allá, hasta llegar al miembro del joven, que se erguía triunfante, esperando. Apenas le dio un par de besos ligeros; conocía a Harry y sabía que si jugueteaba mucho más, explotaría.
Se colocó frente a la amada entrada y luego de hundir un dedo en el lubricante, lo introdujo con un movimiento suave y acompasado, dilatando la entrada con amor y golpeando la próstata reiteradamente, obteniendo gemidos y suspiros ahogados como compensación a su esfuerzo. Dos dedos y los gemidos y las súplicas crecieron en magnitud; tres y ya lo único que se escuchaba eran palabras y súplicas incoherentes. Severus sonrió; Harry estaba listo.
Se colocó entre los muslos del chico, y mientras le besaba una vez más, se hundió en ese cálido ser que le recibía ansioso. Un segundo de paciencia y comenzó a moverse, siendo seguido de inmediato por los movimientos de su pareja, que se acoplaban a los suyos como un guante hecho a la medida. Harry se entregaba total y completamente, como siempre lo hacía, y Severus entendió. Sin importar como estuvieran ahora o en el futuro, Harry era suyo y él era de Harry, y eso nada ni nadie lo cambiaría. Entonces las embestidas se volvieron cada vez más fuertes, y rápidas, y los demás pensamientos se evaporaron. En lo único que podía pensar era en el tibio cuerpo en el que se hundía una y otra vez, en el rígido y suave pene que su mano acariciaba con amor y en los suspiros y jadeos que llenaban el ambiente. Y entonces, el mundo estalló. Mucho después, saciados y exhaustos, se dejaron deslizar lentamente en un sueño profundo y reparador.
Habían dormido por muchas horas, consecuencia del agotamiento emocional al que se habían visto sometidos. La mañana siguiente amaneció clara y brillante, realmente magnífica, y luego de desayunar decidieron salir a dar un paseo hasta el lago cercano, ese que tantas veces habían visitado cuando empezaban su relación. Se sentaron bajo un árbol muy cerca del lago, uno junto al otro con las manos entrelazadas, y se quedaron mirando la belleza que les rodeaba, felices de poder estar allí, juntos al fin, respirando ese aire tan puro y sintiendo que la esperanza se posaba finalmente en sus corazones, la esperanza de una vida feliz y plena.
—Sabes— musitó Severus luego de un largo rato en silencio—. Éste fue el primer lugar que empecé a recordar luego del obliviate— Harry lo miraba fijamente, pendiente de cada una de sus palabras—. Lo veía en sueños, aunque no sabía lo que significaban. Primero eran sólo reflejos, manchones como los de una pintura que se está comenzando. Luego fueron definiéndose los contornos, las aguas serenas, el brillo del sol entre los árboles, las grandes ramas y las hojas de un verde tan increíble que parecía irreal— se giró hasta hundir su negra mirada en las luminosas esferas verde esmeralda y se inclinó para darle un tierno beso—. El verde de tus maravillosos ojos.
>>Luego— continuó con voz pausada—, en mis sueños empezó a aparecer una silueta, casi un fantasma, que con el tiempo fue aclarándose, hasta mostrarme el espectro de un hombre alto y delgado pero sin expresión, sólo era una sombra. Luego apareció el cabello muy negro y unos brillantes ojos verdes—un nuevo beso al joven que le escuchaba embelesado—. Esos sueños fueron el comienzo de mi regreso a la vida.
—¿Pudiste recuperarte del obliviate?— preguntó Harry, extrañadísimo—. Pensaba que eso era imposible.
—Yo también— admitió Severus—. Pero deja que te cuente todo lo que pasó. Así podrás entenderlo mejor— pidió suavemente, acariciando su mejilla antes de continuar—. Luego que Lucius me lanzó el hechizo, perdí la conciencia y no la recupere hasta dos semanas después, en una cama de un hospital Muggle— pasó un brazo por los hombros de Harry y lo aferró contra si—. Las buenas personas que me recogieron, me contaron lo que había pasado.
—Doctor— preguntó una afable mujer blanca y pequeña, de unos cincuenta años—. ¿Cómo se encuentra ese buen hombre?
—La verdad es que está muy mal; de hecho, todavía no recupera la conciencia— explicó el médico con actitud profesional—. Debo admitir que jamás había visto un caso parecido.
—¿Pero se recuperará?— preguntó un hombre rubio, regordete y casi tan bajito como su mujer. En sus bondadosos ojos se reflejaba una gran preocupación.
—No puedo asegurarlo. Sus heridas físicas son profundas. Tiene múltiples cortes que están muy infectados, además de la cadera desviada y se nota que fue golpeado con saña, pues tiene hematomas por todo el cuerpo y varias costillas rotas a medio soldar— por un momento el rostro del doctor abandonó su expresión profesional y dejó traslucir el horror que le producía lo que acababa de ver—. Jamás, en todos mis años de profesión, había visto algo tan terrible. Ese hombre está destruido.
—¿Y qué podemos hacer?— insistió la mujer. Ese pobre desconocido la había conmovido y no pensaba dejarlo abandonado a su suerte.
—Por ahora hemos hecho todo lo que estaba en nuestras manos. Curamos sus heridas y lo estamos hidratando y administrándole antibióticos— reseñó con voz cálida mirando a la buena samaritana—. Sólo nos resta esperar a que su organismo reaccione. Esperemos que sea lo bastante fuerte como para lograrlo.
—Permanecí en coma durante dos semanas, y según me contaron, un par de veces estuve al borde de la muerte— siguió narrando Severus, su mirada se había dulcificado al recordar a aquellos seres bondadosos que tanto le habían ayudado—. Pero al fin logré superarlo y recuperar la conciencia— la mano de Harry acariciaba dulcemente el muslo de Severus, atento a cada palabra que él pronunciaba, aunque su mirada, como la de su pareja, estaba perdida en el horizonte lejano.
>>Cuando me recuperé, allí estaban ellos, Vlad y Rusca. Me contaron que me encontraron tirado a un lado del camino cuando iban con su carreta a vender frutas en el mercado, así que me recogieron y me llevaron al único hospital de la zona. Luego entró el doctor y me preguntó mi nombre y entonces tomé conciencia de que no sabía quién era, de dónde venía ni qué me había pasado. Era un hombre sin recuerdos
El hombre pálido y delgado acostado en la cama de hospital inmaculadamente blanca, abrió los ojos, sumamente confundido. ¿Dónde estaba? ¿Qué había pasado?
—Mira, Rusca, está despertando— Vlad llamó a su mujer, quien se acercó presurosa.
—Ve a buscar el doctor— pidió Rusca a su esposo, antes de inclinarse sobre la cama de Severus—. Buen hombre— murmuró—. ¿Cómo se siente?
Con un gran esfuerzo, Severus giró la cabeza y enfocó la imagen de la mujer que lo miraba preocupada.
—No... muy... bien... ¿Dónde... estoy?— preguntó con voz ronca por la falta de uso.
—Está en un hospital— explicó la mujer—. Mi marido y yo lo encontramos en el camino cuando íbamos al mercado y lo trajimos hasta acá.
—Agua...— pidió, pasando su lengua por sus labios resecos.
Rusca fue hasta la mesilla y tomó un vaso de agua y un algodón. Empapando el algodón en el agua fresca, mojó generosamente los labios del enfermo.
—¿Qué... me... pasó?— preguntó cuando ella se apartó.
—No lo sabemos. Lo encontramos muy golpeado y con muchas heridas, todas infectadas. Entonces lo trajimos aquí y...
—Vaya, así que regresó al mundo de los vivos— la interrumpió una voz seria, pero que traslucía un indudable tinte de satisfacción—. Es bueno verle despierto. ¿Cómo se siente?— preguntó un hombre de mediana edad que vestía una bata blanca, mientras chequeaba sus signos vitales.
—Regular— contestó brevemente—. ¿Cómo... estoy?
—Verá, señor...— el doctor se detuvo, recordando algo—. Disculpe, pero no traía identificación. ¿Me puede decir su nombre?
—¿Mi nombre?— preguntó Severus como si no entendiera.
—Sí, señor— continuó el doctor con paciencia. Sabía que luego de despertar de un coma profundo, los enfermos tenían ciertos lapsus de desconcierto y desubicación temporal—. Necesitamos su nombre para el archivo.
—Mi nombre...— repitió, tratando de concentrarse—. Mi nombre...— dijo ahora con temor en la voz, mirando directo a los ojos del médico—. No puedo recordarlo. ¡Dios, no sé quién soy!
—Tranquilícese— pidió el doctor, dándose inmediata cuenta de la situación—. Probablemente sea un problema temporal por estar tantos días en coma. Con seguridad recordará muy pronto.
—Pero pasaron los días y por fin no me quedó otro remedio que admitir que había perdido la memoria, quizás de forma permanente— continuó Severus con voz pausada—. Pasé mucho tiempo en el hospital mientras me recuperaba completamente, casi tres meses de tratamiento con medicinas de todo tipo, además de una dieta especial con vitaminas y minerales para fortalecer mi organismo severamente deteriorado.
Durante ese tiempo, y pese a la angustia que me generaba el deterioro físico y la falta de memoria, me sentí seguro y protegido. Las enfermeras y los doctores me trataban muy bien y Vlad y Rusca me iban a hacer compañía cada vez que podían. Pero a medida que me fortalecía físicamente, mi espíritu se deterioraba, temiendo el momento que tendría que abandonar ese lugar. ¿Qué haría? ¿A dónde podría ir? No sabía quién era, ni si tenía familia o algún lugar donde llegar. Por lo que sabía, nadie había preguntado por mí ni me estaban buscando. Entonces, ¿qué iba a ser de mi vida?
Entonces, cuando más hundido estaba, mis buenos samaritanos llegaron a salvarme de nuevo.
—Vatlad— saludó Rusca alegremente, entrando en la soleada habitación donde Severus se encontraba leyendo plácidamente. El hombre respondió con una sonrisa—. Ya me dieron la buena noticia— al ver que el rostro de su protegido se ensombrecía, preguntó—: ¿Qué pasa? ¿Acaso no te agrada la idea de poder abandonar este encierro finalmente.
—Sí, claro que si— contestó, tratando de convencerse a si mismo.
Rusca notó su vacilación y se acercó a él, posó una mano sobre su brazo, y clavó su mirada franca en los vacilantes ojos oscuros.
—¿Acaso no somos amigos?— preguntó, sonriendo. Cuando el hombre asintió, ella continuó—: Entonces, ¿por qué no me cuentas?
Él la miró aun dudando, pero al fin se rindió.
—Estoy muy preocupado— confesó, en voz muy baja—. No tengo memoria, ni trabajo, ni dinero. Ni siquiera sé si se hacer algo ¿Cómo voy a sobrevivir allá fuera?
—¿Esa es toda tu preocupación?— preguntó la mujer ampliando la sonrisa—. Vaya, hombre, creí que era algo más grave.
—¿Acaso no te parece lo suficientemente grave?— preguntó ligeramente molesto al ver la tranquilidad con que ella tomaba su predicamento.
—Claro que no, porque ya tenemos la solución— ante la mirada interrogante del hombre, explicó—. Te vas a venir a vivir con Vlad y conmigo— al ver que el otro iba a protestar, alzó la mano, deteniéndolo—. No aceptaré un no por respuesta. Además, vas a trabajar con Vlad en el campo, y no te apresures a agradecer porque no es un regalo. Es un trabajo duro, pero sabemos que vas a poder enfrentarlo.
El hombre se quedó sin palabras por un buen rato, hasta que al fin logró balbucear.
—Gracias
—Ni lo digas— desestimó Rusca—. Y ahora, empieza a arreglar tus cosas; nos vamos a casa.
—¿Vatlad?— preguntó Harry con voz divertida
—Ni lo menciones— rogó Severus con cara compungida—. Vlad y Rusca son personas buenas y generosas, pero tanto ellos como sus padres tienen un gusto terrible para los nombres.
Las carcajadas de ambos hombres resonaron en el sereno ambiente durante un buen rato. Cuando al fin se calmaron, Severus fijó en Harry su mirada casi suplicante.
—¿Qué pasa?— preguntó el joven, extrañado.
—Harry— tanteó despacio, sin saber cómo expresar lo que deseada—. Me siento muy feliz aquí contigo, no vayas a pensar que no, pero...
Severus se interrumpió indeciso. Harry miró su rostro ansioso y comprendió.
—Quieres regresar a Hogwarts, ¿cierto?
—Sí— musitó Severus a la vez que asentía con una mirada de anhelo—. Es que no lo conozco, pero lo extraño, amor. Me muero por tener a mi niño entre mis brazos— y antes que el otro pudiera replicar se apresuró a agregar—. Allá te contaré el resto de la historia, te lo prometo.
Harry se conmovió profundamente al escuchar la súplica contenida en las palabras del hombre y acercándose, rodeó el fuerte cuello con sus brazos y le dio un tierno beso. Luego se levantó, y tendiéndole la mano, murmuró:
—Vamos, mi amor, regresemos a casa.
—¡¡Papi!!— gritó James, abalanzándose contra Harry cuando lo vio salir de la chimenea en la sala de profesores de Hogwarts, acompañado de un muy nervioso Severus. Media hora antes, Harry se había comunicado con Draco para pedirle que se reunieran todos allí, porque iban de regreso. El pequeño se abrazó a las piernas del joven, y levantó su carita hacia Severus, mientras las lágrimas empezaban a rodar por sus mejillas.
Severus se quedó viendo a aquel pequeño y tembloroso cuerpecillo con un temor casi reverencial. Le parecía increíble que aquel hermoso niño fuera su hijo, suyo y de Harry. Temblando también de manera incontrolable, se agachó a la altura del pequeño y abrió los brazos en su dirección. Por unos segundos el temor le embargó. ¿Y si James no le aceptaba? Todas sus dudas quedaron desechadas cuando, con un sonido gutural, James se desprendió de las piernas de Harry y se arrojó en los brazos de Severus, acurrucándose contra su pecho y llorando de manera incontrolada.
—¡¡Papá!!— sollozaba a mares, mojando la túnica de su padre—. ¡Volviste, papá! ¡Papá, te quiero mucho! ¡Volviste! ¡No te vuelvas a ir!
—Shhh— siseó Severus tratando de tranquilizar a su pequeño, mientras las lágrimas silenciosas caían de sus ojos. Miró a Harry sobre la cabeza de James, agradeciéndole en silencio por esa infinita felicidad. Su pareja sólo pudo mirarlo a su vez, sonriendo y con los ojos también anegados por la emoción—. Shhh, mi niño. Papá ya está aquí, y no me voy a ir nunca más.
—Bueno, bueno— se escuchó una voz que arrastraba las palabras, luego de un tiempo infinitamente largo—. Y para tu ahijado no hay ni un abrazo.
Levantándose con James en sus brazos, se acercó a Draco y le dio un abrazo inmenso.
—Claro, Draco— murmuró—. ¡Qué bueno volverte a ver!!
—¡Hey, que me apachurran!— se quejó James, retorciéndose ante la hilaridad general. Severus lo dejo en el suelo y se dirigió a Remus.
—¡Lupin!— lo saludó serió aunque con una nueva amabilidad—. Así que estás saliendo con mi ahijado— el licántropo se veía algo tenso; conocía a Severus y no estaba muy seguro a qué atenerse con él—. Y sé que ayudaron mucho a Harry— al decir esto extendió la mano hacia Remus y sonrió—. Gracias. Nunca podré pagarte lo que hiciste por él y por mi hijo.
—No tienes por qué— desestimó Remus estrechando gustoso la mano que se le ofrecía—. Harry es como mi hijo.
—Pero eso sí— advirtió, medio en serio, medio en broma—. No hagas sufrir a Draco, porque si no...
—¿O sea, Remus— se burló Draco, sin dejar que su padrino terminara su amenaza hacia su novio, se sentía demasiado abochornado con ello—, que James es como tu nieto?
Remus le dio un golpecillo cariñoso mientras fingía una mueca de disgusto.
—¿Tú eres mi abuelito, tío Remus?— preguntó James con inocencia, abrazando nuevamente las piernas de Severus.
Mientras reían divertidos al ver la cara de frustración de Remus, ninguno de los presentes se fijó en un movimiento extraño que se producía detrás de uno de los estantes de la habitación
Una figura sombría se deslizó furtivamente en la oficina de Albus Dumbledore y lanzando un puñado de polvos flu, murmuró:
—Stronge Place.
—¿Que noticias me tienes?— preguntó la persona que de inmediato apareció frente al fuego.
—Severus Snape está aquí. Llegó hoy acompañado de Harry Potter.
—¡¿¿QUÉ??!— exclamó el otro sorprendido y enfurecido—. ¡Eso es imposible, hombre estúpido! ¡Tienes que estar equivocado!
—No lo estoy, señor— replicó la figura mientras en su voz se traslucía el temor—. Llegaron hace un rato y ahora están en la sala de profesores con su hijo.
—¡¿SU HIJO?!— ahora el tono era definitivamente histérico—. ¡¿QUÉ HIJO?! ¡¡CONTESTA, IMBÉCIL!!
—El hijo de ellos dos, un pequeño de unos cinco o seis años— explicó con voz temblorosa—. Se llama James.
—No, eso es imposible— murmuró la voz desde el hogar con un tono incrédulo, hablando para si mismo. Luego, recuperándose, miró a la figura arrodillada frente a la chimenea y le ordenó—: Sigue vigilándolos y cualquier cosa importante que suceda, me avisas de inmediato.
—Sí, señor— contestó la figura a la nada. La cabeza había desaparecido de la chimenea.
—¿Y cómo te sientes, Severus?— preguntó Albus Dumbledore con tono preocupado.
El hombre acababa de regresar del Ministerio y ahora se hallaban todos reunidos en su oficina. El Director de Hogwarts se encontraba cómodamente instalado en un sillón y frente a él, se sentaban Harry y Severus, con un James dormido en sus brazos, pues el agotamiento emocional al fin le había vencido; pero hasta en sueños, el pequeño se aferraba fuertemente a su padre recién estrenado. Un poco más allá, Remus y Draco estaban sentados con aire circunspecto.
—Mejor, Albus— contestó el mago, mirando a su hijo y a su pareja—. Ahora tengo todo lo que pudiera desear. “O casi todo” pensó, recordando que había perdido su magia y que Lucius todavía estaba suelto. Harry, reconociendo su estado de ánimo e intuyendo a qué se debía, tomó su mano y la apretó con fuerza.
—Pero ocurre algo, ¿verdad?— insistió Dumbledore—. Algo que te atormenta.
—Sí, tienes razón— aceptó Severus mirando al anciano fijamente. Luego giró la cabeza y clavó sus ojos en las esferas plateadas de Draco—. Lucius Malfoy está vivo.
—¡¿Cómo?!— exclamó el rubio abriendo los ojos de par en par y apoyándose en Remus—. ¿Mí padre está vivo? ¿Estás seguro? ¿Cómo lo sabes?
—Es una historia muy larga— contestó Harry, interviniendo—. Luego se la contaremos con calma, pero es un hecho. Severus lo vio luego de la batalla final.
Todos los presentes estaban desconcertados por la noticia.
—Pero si yo lo vi— argumentó Draco y luego giró hacia Harry—. Y tú también. Estaba cerca de Voldemort cuando ocurrió la explosión.
—Parece que, de algún modo que desconocemos, logró escapar— dijo Harry.
—¿Y cómo es que no hemos sabido nada de él en todos estos años?— preguntó Remus.
—Debe estar muy bien escondido— declaró Severus—. Lucius Malfoy es un hombre de muchos recursos, muchos más de los que imaginan.
—Así que Malfoy sigue vivo— medito Albus casi para si mismo.
—Sí. Y quiere destruir a Harry.
—¿Cómo sabes eso?— preguntó Remus preocupado.
—Porque me lo dijo, que no pararía hasta deshacerse de él— explicó Severus—. Y Lucius siempre cumple lo que ofrece.
—Pero en estos años no ha intentado nada— argumentó el licántropo.
—Debe estar esperando su momento— intervino Draco, con el rostro serio—. Créeme, Remus, mi padre no es de los que olvida. Y es un hombre de una inmensa paciencia, puede esperar la vida entera de ser necesario.
—Entonces, ¿qué sugieren?
—Tenemos que ser muy precavidos— dijo Dumbledore con suavidad—. Vamos a poner en movimiento una vez más a La Orden del Fénix para que busquen a Malfoy en donde sea. Y mientras aparece, vamos a tener muy vigilados a Severus y su familia— informó, mirando con afecto a las tres figuras acurrucadas en el sofá delante de él.
—Hay otro asunto, Albus— mencionó Harry reclinándose contra el hombro de Severus, buscando su protección de manera inconsciente. Su pareja alzó el brazo y pasándolo sobre sus hombros le aferró contra si—. ¿Se llegó a saber algo de Gustav Masden? ¿Aquel vampiro que se volvió contra los suyos antes de la batalla y huyó?
—Que yo sepa, nunca se volvió a saber de él. ¿Por qué?
—Él fue quien entregó a Severus a los Mortífagos.
En los rostros de todos los presentes se reflejó la cólera hacia ese ser; así que el vampiro había entregado a Severus en las garras de Voldemort. Aunque llovieron las maldiciones internas, nadie dijo ni una palabra. Por fin, Dumbledore los miró fijamente y declaró:
—Daré orden de que también sea localizado. Aunque se escondan debajo de las piedras, les aseguro que, si están vivos, los encontraremos.
—Algo me dice— musitó Severus— que están vivos... y juntos.
—¡MALDICIÓN! ¡MALDICIÓN! ¡¡¡MALDICIÓN!!!— gritaba el hombre rubio mientras tiraba contra las paredes de la habitación todo lo que caía en su mano: botellas, jarrones, adornos.
—¿Qué te pasa?— exclamó el hombre que en ese momento entraba en la estancia—. ¿Acaso te volviste loco?
—¿Y quién no se vuelve loco en esta cueva de ratas en la que vivo?
—Te recuerdo que esta ‘cueva de ratas’ como tú la llamas, te ha servido de refugio los últimos años— dijo el otro, mientras detenía el brazo del hombre, que acababa de tomar una pequeña escultura y ya estaba apuntando hacia el ventanal más cercano—. ¡Detente, maldición!— exigió, mientras le aferraba por los brazos tratando que se tranquilizara—. ¿Me quieres explicar qué pasó?
El hombre se sentó en un amplio sofá, respirando para intentar controlarse, antes de levantar la vista y mirar con furia a su interlocutor.
—Severus regresó— espetó, mientras sus plateados ojos relampagueaban, los ojos fríos y calculadores de Lucius Malfoy.
—¿De qué estás hablando?— gruñó su interlocutor.
—¿Acaso no oíste, Gustav, o eres estúpido? Severus recuperó la memoria y regresó con Harry. Ahora mismo están en Hogwarts.
—¿Pero no se suponía que no iba a recordar por veinte años?— ahora quien estaba furioso era el vampiro—. ¿Qué clase de estúpido hechizo le lanzaste?
—Ningún estúpido hechizo— siseó Lucius con rabia, a punto de lanzarse sobre el vampiro y estrangularlo. Se contuvo con mucho esfuerzo; en ese momento no podía darse el lujo de pelearse con la única persona que estaba de su parte. Sin contar con que, siendo un vampiro, la muerte por estrangulamiento estaba descartada, ¿o no?—. Mira, no tengo idea de qué pasó, pero no fue culpa del hechizo.
—¿Y qué piensas hacer?— preguntó Gustav, tranquilizándose también.
—Lo que hemos hecho hasta ahora. Esperar el momento oportuno y atacar— sentenció el rubio con una mueca cruel que quería ser sonrisa—. La única diferencia es que en lugar de una víctima, van a ser tres.
—¿Tres?— Gustav estaba confundido—. ¿A qué te refieres?
—Severus y Harry tienen un hijo— ante la atónita mirada del vampiro, el mago lanzó una carcajada macabra—. Sí, un lindo muchachito— siguió con voz burlona—. Un niño que muy pronto dejará de existir... al igual que sus padres.
Y con otra carcajada cruel y desquiciada, Lucius Malfoy abandonó la habitación.
Última edición por alisevv el Lun Mar 21, 2016 4:31 pm, editado 1 vez | |
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