alisevv
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| Tema: El amor que salvó un reino. Epílogo en gotitas II Dom Mar 13, 2016 5:40 pm | |
| Palacio de Piedra Anktar—Moribia
Esa noche, después de cenar, toda la familia se reunió frente a una acogedora chimenea, a tomar un digestivo y conversar un rato antes de ir a dormir.
—Pobres abuelos, debían estar muy cansados— comentó Harry, quien estaba en un diván, acurrucado en los brazos de Severus.
—Los últimos días de viaje encontramos mal tiempo y mamá la pasó muy mal— explicó Lily—. Y el viaje desde el puerto fue muy pesado para ellos.
—Yo imagine que ustedes dos se vendrían en cuanto supieran lo que estaba pasando, pero no creí que nuestros padres los acompañaran— comentó Remus.
—¿Acaso no conoces a mamá?— Lily alzó una ceja en incredulidad—. Especialmente cuando su pequeño estaba en peligro— Remus enrojeció y miró a su hermana, furibundo, mientras todos los demás reían del comentario—. En todo caso, todos los males del viaje se le olvidaron en cuanto le presentaste a Draco, creo que padre y ella ya se habían resignado a que el Condado pasara a manos del Tío Arkie.
—¿No te parece que exageras?— Remus empezaba a molestarse en verdad, pero toda su molestia hacia su hermana, se convirtió en ternura al escuchar la voz vacilante de su prometido.
—¿Creen que de veras les gusté?
De inmediato, Remus tomó su mano y la llevó a sus labios.
—Amor, les encantaste. ¿Acaso no te distes cuenta?
—Estoy de acuerdo— convino Hermione—. La abuela babeaba mirando a Draco.
—Hermione, no hables así de tu abuela— la reconvino su padre.
—No la regañes, James, es verdad— Lily esbozó una amplia sonrisa—. Mamá literalmente babeaba.
—A mí también me cayeron muy bien— comentó Draco, sonriendo.
—En fin, ahora que Lily y James están aquí, podemos planear lo de las bodas, ¿no creen?— comentó Sirius, alegre
De repente, los rostros de los Marqueses de Potter se ensombrecieron como si los hubiera cubierto un manto de tristeza y todos los presentes guardaron silencio. Hermione dio un codazo a su novio, y Remus y Draco se miraron en silencio.
Al fin, Harry se levantó, ayudado por Severus, y fue a sentarse en la alfombra, a los pies de sus padres, mientras su esposo permanecía a su lado, en silencio.
—Lo siento tanto— musitó, agachando la vista, acongojado—. Sé que prometí no casarme sin ustedes, pero las circunstancias…
Lily miró el negro pelo revuelto de su niño y sus ojos se llenaron de lágrimas. Luego, miró a su esposo, quien se veía visiblemente conmovido, y tomó su mano con amor, antes de bajar la otra mano y ponerla bajo la barbilla de Harry, instándolo a que los mirara.
—Mi vida, no te pongas triste, ya todo pasó— musitó con infinito amor—. Lo único que importa es que tú y tu bebé están bien
—No voy a negar que me sentí muy dolido cuando recibí la carta de Neville —agregó su padre, antes de alargar la mano y revolver su cabello—. Pero puedo entender que fue algo que no pudiste evitar. Y coincido con tu madre, lo único importante es que todos estén bien.
—Ven aquí, amor— musitó Lily.
Mientras la Marquesa abrazaba a su hijo, ambos llorando emocionados, Severus miró a James.
—Lo lamento— se disculpó, apenado—. Prometí proteger a Harry y por mi culpa...
—No, Severus— James lo miró, sonriendo con afecto—. Hablamos con Remus largo y tendido y sabemos por todo lo que has pasado y lo que has hecho para proteger a Harry— el hombre miró a Remus por el rabillo del ojo y éste negó de forma imperceptible, ante lo cual, suspiró, aliviado; James y Lily no sabían todo. Mas tranquilo, volvió su atención a James, quien en ese momento le tendía la mano—. Te lo agradezco. Sé que mi hijo y mis nietos siempre van a estar felices y protegidos por ti.
—De todas maneras— comentó Severus mientras respondía al caluroso apretón—, vamos a efectuar una segunda boda, y dos días después, la coronación.
—Y después nos casaremos Hermi y yo— intervino Sirius de nuevo, pero al ver que James fruncía el ceño, agregó—: Bueno, si les parece bien.
Todos miraron a James, expectantes, hasta que al fin Lily se inclinó sobre su esposo.
—No seas cruel, no les hagas sufrir.
Luego de eso el Marques de Potter no pudo aguantar la carcajada y mientras Sirius respiraba, tranquilizado, Hermione miró a su padre con cara de pocos amigos.
—Vamos, pequeña, no te enojes— se defendió su padre—. No pude resistir las ganas de verle la cara de susto a este novio tuyo.
Cuando el enojo de la pareja y las risas del resto se calmaron, Neville comentó, con tono serio.
—Las bodas serán pronto, ¿verdad?
—¿Y a qué se debe tu prisa?— interrogó James.
—Bien, llevo mucho tiempo aquí, debo regresar a Turquía— contestó el joven.
—Ay, no, Neville— se quejó su madre—. Hace infinidad de tiempo que no te veo, no te puedes ir ya.
—Me quedaré hasta las bodas, mamá, pero debo regresar. Me dieron permiso para venir unos días por el problema con Harry, pero mi lugar está con mi regimiento. Además, debo hablar con la familia de Blaise, eso no puede esperar.
Lily suspiró con desconsuelo y James tomó su pequeña mano, antes de mirar fijamente a su hijo.
—Neville, sé que estás a gusto con tu regimiento y en Turquía pero, ¿qué pensarías de la posibilidad de regresar a Londres?
El joven frunció el ceño.
—¿A qué te refieres?
—Verás, tu madre y yo estuvimos hablando mucho durante el viaje— empezó el Marqués de Potter—. Aunque mi salud no es mala, mi corazón no está como para andar viajando de Londres a Moribia a cada rato, y con Harry y Hermione viviendo aquí, Lily se desconsolaría si no pudiera pasar con ellos al menos unos meses al año.
>>El que ellos viajen a Inglaterra es poco factible, ya que ni Severus ni Sirius se pueden ausentar demasiado tiempo. Por tanto, habíamos pensado que el año que viene regresaras a casa y te empezaras a entrenar para asumir el Marquesado, para que nosotros pudiéramos instalarnos definitivamente en Moribia.
>>El asunto es que ahora Harry está embarazado y estoy seguro que Lily no va a querer alejarse hasta que nazca el bebé— la dama confirmo las palabras de su esposo moviendo la cabeza afirmativamente—, y nuestras propiedades no pueden quedar tanto tiempo desatendidas, por lo que es necesario adelantar los planes. Me gustaría que regresaras a Londres y te encargaras de supervisar que todo marche bien.
Neville sintió como si un balde de agua helada cayera sobre su cabeza. ¿Regresar a Londres justo ahora? ¿Y Luna? Sin embargo, era una persona muy consciente de sus deberes, así que asintió sin quejarse.
—Debo viajar a Estambul para darme de baja— fue todo lo que dijo.
—Sí, por supuesto— convino su padre.
Mientras su esposo hablaba, Lily había estado observando detenidamente a su hijo. Habían previsto que la idea no le iba a gustar demasiado a su primogénito, pero allí había algo más.
—Neville, ¿pasa algo?
El joven empezaba a negar con la cabeza cuando se escuchó la voz comprensiva de Harry.
—Neville, es mejor que les digas.
—¿Qué nos diga qué?
El joven miró a su hermano menor en clara advertencia de que cerrara el pico, pero Harry no sería Harry si hiciera caso a esas señales, ¿cierto? Así que se levantó del lugar que aún ocupaba a los pies de su madre y se acercó a su hermano.
—No puedes dejar pasar tu felicidad, hermano. Cuéntales, seguramente entre todos encontraremos una solución.
Todos los presentes en la sala estaban atentos al intercambio de palabras entre los dos hermanos, sin entender de qué hablaban. El hijo mayor de los Marqueses de Potter era un joven demasiado reservado. Desde siempre, sólo Harry había sido su confidente, el único a quien contaba sus tristezas y sus sueños, el único a quien había hablado de su amor por Luna.
Pero ahora, esos ojos verdes le instaban a hablar, a empezar a confiar en los demás. Así que carraspeó y fijo su atención nuevamente en sus padres.
—Bueno, verán…ya me han oído hablar de la prima de Blaise, Luna— sus padres asintieron mientras Lily esbozaba un principio de sonrisa, comenzando a entender—. Pues la conocí hace algunos meses en Estambul, es hija de Xenophilus Lovegood.
—¿El hijo del Conde de Lovegood?— inquirió James, interesado.
—Sí, el hijo segundo— confirmó Neville—. Hace muchos años se estableció en Turquía y se casó con una princesa otomana, tía de Blaise.
Como el joven se quedó silencioso, sin animarse a continuar, Lily Potter lo miró con ternura.
—Te gusta esa chica— mas que una pregunta era una afirmación.
Neville asintió, algo turbado al ser interpelado en público. Se juró que cuando la reunión terminara, se encargaría de matar a su hermano muy lentamente.
—Vaya, parece que a todos mis hijos les dio por enamorarse de gente de por aquí— comentó James, con aspecto cómico—. En fin, por lo que cuentas es buena chica y de sangre noble, ¿así que cuál es el problema? Te casas y listo.
—Sí, a mi me parece perfecto— agregó Lily con alegría—. Así me sentiría más tranquila al saber que hay alguien que te cuide en Londres. Y podrían venirse aquí en las vacaciones.
—Pero si ni siquiera he hablado con Luna de mis intenciones— argumentó Neville—. No directamente, al menos.
—Vamos, hermanito, no seas modesto— comentó Harry, antes de mirar a sus padres—. La tiene en el bote.
—Harry— exclamó Lily, horrorizada, mientras Neville lo miraba, furioso, y todos los demás estallaban en carcajadas. Cuando todos se calmaron y el joven Príncipe Consorte se escondió tras Severus, su madre continuó—. En fin, por lo que dijo tu hermano, asumo que Luna corresponde tus sentimientos— el joven asintió—. Entonces no hay problema. Tu padre y yo podemos acompañarte a Estambul y hacer la petición de mano a Lord Lovegood. Quizás hasta puedan viajar contigo a Londres.
—¿Pero Harry, él te necesita...?
—Él va a estar bien, Severus lo va a cuidar, y sólo serán unos días— la mujer acarició su cabello con cariño—. Y tú también nos necesitas. Así que está decidido, en cuanto terminen los festejos, partiremos hacia Estambul.
Mientras un sonriente Severus observaba complacido como todos se arremolinaban alrededor de Neville para felicitarlo, Sirius se le acercó silenciosamente, y musitó algo a su oído que borró su sonrisa de un plumazo.
—¿Te diste cuenta que eso quiere decir que vamos a tener a los suegros por aquí de manera permanente?
—¿Qué haces aquí?— preguntó Charlie, la fija vista en la solitaria figura sentada en un banco del jardín mirando un punto en el espacio. Sobresaltado, Blaise alzó la vista y la fijó en el recién llegado por un segundo, antes de regresar a su posición previa.
—Tomo el aire— fue su escueta respuesta.
—Pero no deberías estar aquí solo, no es correcto. ¿Dónde está tu dama de compañía?
—Se fue a dormir.
El pelirrojo miró al joven un buen rato, sin entender por qué el cordial y cortés muchacho estaba repentinamente tan serio. Luego de dudar un minuto, decidió acercarse y sentarse a su lado.
—¿Y dónde están tus amigos?
—Tienen una reunión familiar.
—¿Y no te invitaron?— Charlie frunció el entrecejo, molesto por la supuesta afrenta.
—Sí lo hicieron pero no quise ir.
—¿Por qué no?— al ver que el joven se encogía de hombros sin contestar, tomó su mano y la cobijó entre las suyas. Blaise no giró a verlo pero tampoco la retiró—. ¿Qué ocurre?— insistió el hombre.
—Ellos están en familia, yo no tengo nada que hacer allí— al ver que Charlie no lo interrumpía, y sólo seguía allí, sosteniendo su mano, algo en el corazón del joven moreno se quebró, algo que al ver la felicidad de sus amigos se había agudizado, y las lágrimas empezaron a fluir, lentas pero incontrolables—. Ha sido tan duro— murmuró suavemente—. Primero perder a padre, yo lo amaba tanto— subió la mano que tenía libre hasta su rostro, en un infructuoso intento por secar las lágrimas que seguían fluyendo sin parar—. Luego mi madre se casó con ese hombre tan cruel y se alejó de mí— la mano de Charlie apretó más fuerte, intentando brindar algo de consuelo—. Y cuando mi madre murió, todo fue tan horrible. Y ahora…
Las lágrimas se transformaron en un sollozo ahogado, habían sido demasiados meses de dolores y humillaciones. Conmovido, el hombre pasó un brazo por los hombros del joven y lo estrechó, dejando que se desahogara contra su pecho. Luego de un buen rato, Blaise se separo de él y su mano fue nuevamente hacia su rostro, pero esta vez Charlie lo detuvo y sacando un pañuelo, empezó a secarlo cuidadosamente.
—No te preocupes, lo vamos a resolver.
—¿Vamos?
—Por supuesto, ¿acaso no recuerdas que me vas a elegir a mí?
Blaise lo miró fijamente.
—No quiero que te cases conmigo por obligación.
—¿Eres tonto o te haces?
—¿A que te refieres?— preguntó, indignado.
—Vamos, sabes perfectamente de qué estoy hablando. De la broma que montaron Draco y el príncipe Harry— al ver la cara de susto de Blaise, continúo—: Ajajá, yo tenía razón, fue todo una trampa caza bobos. Y sabes qué voy a hacer al respecto— el joven moreno enrojeció hasta el infinito y lo miró, derrotado. En fin, había sido lindo mientras duró—. En cuanto vea a esos dos les voy a dar las gracias.
Ahora sí que Blaise no entendía nada de nada.
—¿Las gracias?
—Sí, por abrirme los ojos— tomó la cara del joven entre sus toscas manos y se inclinó para besarlo con ternura, mientras Blaise sentía que se derretía de emoción—. Lamento haber sido tan tonto y no haberme dado cuenta de lo que sentía por ti.
—¿Y qué sientes por mí?— tanteó Blaise—. ¿Amor?
—Siento una emoción inmensa cada vez que te veo, y unos deseos de protegerte para que no tengas que volver a sufrir. Y unos celos terribles de pensar que puedas estar con otra persona— se volvió a inclinar y esta vez el beso fue mucho más apasionado—. Y unas ganas irracionales de verte cuando no estás conmigo. ¿Eso es amor? No lo sé. No sé cómo se llame, pero es lo más auténtico que he sentido en mi vida.
—Es exactamente lo mismo que siento yo— ahora Blaise Zabinni sonreía ampliamente, con el corazón en esa sonrisa—. Y créeme, definitivamente es amor.
—Minerva— la perentoria voz de Eileen resonó en la habitación de piedra—. Minerva, ¿dónde estás?
—Ya voy, ya voy— la lechosa figura de Minerva McGonagall, que mostraba un humilde vestido y un amplio delantal, y lucía una cofia blanca en la cabeza, apareció en la habitación—. ¿Qué quieres?
—Se dice: ¿Qué desea, Su Majestad?— la reconvino el fantasma de Albus Dumbledore—. Es parte de tu pena, ¿recuerdas? Por favor, inténtalo de nuevo.
Lanzando furiosas miradas a través de sus ojos sin vida, el fantasma de Minerva masculló:
—¿Qué desea, Su Majestad?
—¿Ya planchaste mi vestido de gala verde? Mañana es la coronación— el fantasma de Eileen sonrió feliz y suspiró emocionada—. Severus y su esposo se van a ver tan hermosos.
“Y yo me voy a morir de asco” , pensó Minerva.
—Te recuerdo que podemos leer el pensamiento— acotó Albus, sonriendo beatíficamente, y Minerva pensó que si no fuera un fantasma, seguro le daba gastritis.
—Entonces, ¿lo planchaste?— insistió Eileen.
—Sí, Su Majestad.
—¿Y mi capa de satín?
—También Su Majestad.
—Perfecto, ahora quiero que por favor nos traigas té y unas pastas— se giró hacia Albus—. ¿De coco, amor?
—Ya conoces mis gustos, querida.
Minerva estaba a punto de vomitar.
—Voy a por el té— fue lo único que dijo, pero cuando iba a desvanecerse, la contuvo la voz de Eileen.
—Ah, Minerva, y después que nos traigas el té, quiero que limpies las botas de Albus, que queden relucientes.
Minerva pensó que, de haberlo sabido, cuando le permitieron elegir entre quedarse penando en el castillo o ir al infierno, hubiera elegido lo segundo.
—Como ordene, Su Majestad.
—Entonces, ya puedes irte.
Cuando desapareció, imprecando en voz baja, los fantasmas de Albus y Eileen se miraron y se echaron a reír, divertidos.
—Querida, creo que los próximos siglos van a ser muy entretenidos.
—Definitivamente, amor.
La mañana de la coronación había amanecido esplendorosa, como si la tierra también quisiera unirse al júbilo que llenaba a todos los moribianos por el importante acontecimiento.
El Gran Salón del Trono, lugar donde iba a celebrarse la ceremonia, había sido completamente restaurado y lucía toda la augusta magnificencia de antaño. Los regios cortinajes habían sido remozados y los escudos y estatuas, pulidos con devoción. Los hermosos vitrales también habían sido cuidadosamente restaurados y los dos imponentes tronos que presidían la sala brillaban como rayos de sol.
Desde el estrado del trono, ubicado tres escalones por encima del salón, salía una exquisita alfombra roja, que se extendía hasta alcanzar la entrada. A ambos lados de la alfombra, frente al trono, unas cuantas sillas tapizadas en terciopelo rojo, muy pocas en realidad, pues a insistencia de Su Alteza Real, el príncipe Severus, se había dejado despejado la mayor parte del salón, con la intención de que pudieran entrar la mayor cantidad de moribianos posible.
En las escasas sillas se hallaban sentadas algunas invitadas, pero para gran disgusto del encargado de protocolo, habían sido Severus y Harry quienes habían elegido a las damas. Como bien habían argumentado, muchos nobles, aunque no habían apoyado a Lucius Malfoy ciertamente, se habían quedado cómodamente sentados en sus casas, esperando acontecimientos, mientras mucha gente del pueblo había arriesgado su vida para defender a su legítimo Rey. Así, Lily y la Condesa de Lupin conversaban alegremente con Rowena, y Lady Aurora parloteaba interesada con Nimphadora Moody, mientras un pequeño grupo de señoras encopetadas las miraban con aprensión.
Otro tanto sucedía con los hombres, que se hallaban parados detrás de las sillas en una apretujada multitud, junto con muchas mujeres del pueblo y gran cantidad de chiquillos que reían alborozados.
Así, James, Remus, Draco y los demás, conversaban alegremente con soldados y campesinos, y Godric sonreía feliz, mientras el conde Patrick Lupin le contaba sobre sus hazañas en la guerra. Incluso el nuevo jefe del poblado morib, parado junto a Blaise, parecía sonreír satisfecho, escuchando atentamente la descripción que le hacía Charlie de una etapa de la batalla.
De pronto, el trepidante sonido de un cuerno llenó el salón, y al instante, todas las conversaciones y risas cesaron, mientras todos aguardaron, expectantes.
Las enormes puertas del salón del trono se abrieron y comenzaron a sonar los acordes de la marcha más representativa de Moribia, su himno nacional.
En el umbral aparecieron las regias figuras de Severus y Harry Dumbledore, vestidos con gran suntuosidad. Severus portaba el uniforme de gala del ejército moribiano, del cual era el jefe supremo, traje azul noche con botones plateados y arabescos en los puños, también en plata; al cinto, la espada reglamentaria, y sobre los hombros, una espléndida capa, también en tono azul noche.
Por su parte, Harry iba vestido completamente de verde, símbolo de su fertilidad y su posición como Príncipe Consorte. Los botones y adornos de su traje iban en plateado, y sus hombros se cubrían por una suave capa que semejaba a plata fundida.
Ambos se miraron y sonrieron, antes que Severus levantara su mano izquierda, con la palma hacia abajo. Tal como lo habían ensayado previamente, Harry colocó su diestra sobre la de Severus, cubriéndola con su tibia calidez.
Mientras caminaban en dirección al estrado de los tronos, el joven de ojos verdes oraba porque todo saliera bien y pudiera cumplir el protocolo a la perfección, quería que su esposo estuviera orgulloso de él. Marcharon pausadamente a lo largo de la interminable alfombra, hasta el pie del trono, donde los esperaba un muy serio Nicolás Flamel.
El anciano vicario también estaba deslumbrante, en su ropaje blanco y dorado. A su lado, en una pequeña mesita, cuya superficie era acolchada y forrada de terciopelo rojo, se encontraba la discreta pero hermosa corona que correspondía al Rey de Moribia, y una un poquito más pequeña, la del Príncipe Consorte.
La ceremonia que siguió fue larga y llena de rituales complicados que, ante el orgullo de Severus y su familia, Harry cumplió a la perfección. Al final, Nicolas Flamel levantó la corona del futuro Rey y la colocó sobre la cabeza de Severus; seguidamente, hizo lo mismo con Harry, para después bendecir a los dos monarcas arrodillados.
—Qué Dios y su infinito poder les de la inteligencia, la sabiduría y el amor para conducir los destinos de Moribia por caminos de prosperidad y felicidad.
Acto seguido, Severus y Harry se levantaron y giraron hacia todos los presentes.
>>Pueblo de Moribia— volvió a hablar el anciano—, les presento a su nuevo Rey, Severus I, y a su Príncipe Consorte.
Mientras los vítores y aplausos resonaban en el amplio recinto, la mano de Severus busco la de Harry, y en silencio, ambos prometieron hacer todo lo posible por ser los dignos reyes que su maravilloso pueblo merecía.
Azerbaycán Un punto perdido en la región
—Buenos días, respetables y honorables pobladores de esta hermosa ciudad— voceaba a gritos un hombre moreno, con una larga barba negra, ropajes holgados y gran un turbante en la cabeza, que había conocido mejores épocas—. Aquí les traigo la mejor mercancía de todo el continente, se los aseguro. Sólo acérquense y observen, no se van a arrepentir.
Se encontraban en un gran descampado, en una ciudad perdida en medio del Caúcaso. Cuando la región de Azerbaycán había sido ocupada por Rusia, un siglo antes, la inaccesibilidad de la zona, y la ignorancia por parte de los rusos de su gran riqueza minera, les había permitido continuar con su vida tal y como estaban acostumbrados: con gran esplendor y suntuosidad, y gozando de todos los placeres que el dinero podía conseguir, la compra y tenencia de esclavos incluida.
Los tratantes de blancas habían tendido un enorme toldo verde bajo el cual se ubicaban los compradores, todavía sentados en sus elegantes sillas de manos, una costumbre traída muchos años antes por un parroquiano que había visitado China y que se popularizó de inmediato, convirtiéndose en el principal vehículo de transporte entre la ostentosa gente rica de la localidad.
En un extremo de hallaba una tarima, desde donde estaba voceando el vendedor, y tras él una serie de biombos de colores ocultaban a todos los esclavos que iban a ser vendidos ese día, cinco hombres y seis mujeres en total.
—Hoy va a ser un día estupendo— comentó uno de los esclavistas que cuidaba a los prisioneros, entusiasmado—. Ha venido mucha gente, incluso Vernon Dursley, estoy seguro que podremos deshacernos de toda la mercancía.
—Lo dudo— replicó su compañero—. De los jóvenes seguramente, pero nadie va a querer a esos dos— señaló el lugar donde Crouch y Lucius esperaban, atados, y lo suficientemente cerca como para oír lo que decían—. Son demasiado viejos.
—Bueno, el rubio no está mal, seguro ofrecen algo por él, aunque no sea mucho. En cuanto al otro, en este lugar siempre se necesitan nuevos porteadores para las sillas de manos.
—Pues con lo odioso que es, si es para eso espero que lo compre Dursley, que es el más gordo de todos.
Ante las risotadas que lanzaron los delincuentes, Crouch casi se echa a llorar y Lucius frunció el ceño, pensativo. Al parecer, el tal Dursley debía ser una ballena, pero la ballena más importante de la ciudad.
—No les hagas caso— su reflexión fue interrumpida por un leve susurro a su lado. No necesitó girar para saber que era el hijo del jefe del grupo de secuestradores, quien desde que habían atrapado al rubio, lo había visto con algo que rayaba en la adoración—. Tú eres más bello que todos esos jóvenes.
Lucius sonrió internamente; gracias a un poco de labia y algunas concesiones de su parte hacia el joven rufián, su viaje hasta ese punto no había resultado tan malo como para los demás secuestrados.
De repente, una idea interesante iluminó su mente, ¿y si podía sacarle un último provecho al jovencito? Girándose, lo miró con una sonrisa sensual.
—¿Podemos alejarnos un poco?
El otro lo miró con una sonrisa radiante y asintió.
>>Pero ellos tienen razón, soy viejo— se lamentó Lucius en cuanto se alejaron lo suficiente como para que no oyeran su susurro—. Seguramente no me va a comprar nadie importante.
—Seguro que sí, ya verás. Vales más que todos ellos. Tienes un cuerpo hermoso y tu cabello dorado brilla como oro. Si mi padre me hubiera dejado, yo mismo te hubiera comprado.
“Lo que me faltaba” , pensó Lucius. “Ser el esclavo sexual de un mocoso consentido”
—Gracias, eso me hubiera encantado— fue todo lo que dijo en voz alta—. Pero mi ropa está hecha harapos, me veo mustio y deslucido, ¿quién me va a desear así? Necesitaría peinarme el cabello, ponerme una túnica de un hermoso color, perfumes, algún adorno… Ya sabes, algo que les permita apreciar lo que pueden comprar.
El muchacho pensó un buen rato y luego sonrió.
—Espera un minuto— pidió, dando media vuelta.
Lucius observó como el otro se acercaba a su padre y empezaba a hablar con él y supo que iba a conseguir lo que necesitaba. El era Lucius Malfoy y no pensaba vivir como limosnero. Si tenía que ser esclavo, sería el esclavo con el amo más importante, y ése era Vernon Dursley. Ya se encargaría él de que el gordinflón terminara comiendo en su mano en un futuro.
Desde su sitio, Barty Crouch lo miró y frunció el ceño. ¿Cómo era posible que, en la situación que estaban, Lucius Malfoy aún tuviera ánimo para sonreír?
Palacio de Ébano Sultanato de Mejkin
—Pasa, pasa— tronó Tom Ryddle al hombre que estaba parado en la puerta—. ¿Qué noticias me traes?
—Resultó imposible espiar en palacio, Gran Sultán. Desde que el verdadero heredero recuperó el trono, se han vuelto extremadamente cuidadosos. Lo único que sabemos es lo que comenta todo el pueblo: la desaparición de Lucius Malfoy y la boda del príncipe Severus.
—¿Y nadie ha mencionado un joven moreno que pueda estar viviendo en palacio?
—No, Gran Sultán.
—¿Y Crouch?
—No ha dado señales de vida, Gran Sultán.
—Demonios, son todos un atajo de imbéciles que no pueden indagar ni una pequeña cosa— gritó, realmente furioso—. Ya mismo estás enviando a alguien más y que no regrese sin noticias sobre el joven moreno, y ay de ti si alguien se entera que ese joven es Blaise Zabinni, ¿quedó claro?
—Sí, Gran Sultán— contestó el otro, temblando, antes de retirarse apresuradamente.
Tom Ryddle se sentó renegando en voz baja. Su maldito hijastro estaba a punto de cumplir la mayoría de edad; si para esa fecha no aparecía, los parientes del difunto Sultán iban a pedirle explicaciones y muchas. ¿Qué iba a decirles entonces?
Maldiciendo la hora en que había decidido ayudar a Lucius, tomó un adorno de su escritorio y lo lanzó contra la pared.
—Maldito seas, Malfoy. Ojala ardas en el infierno por una eternidad.
Palacio de Piedra Anktar-Moribia
—¡Hermanita, por Dios, estás preciosa!— exclamó Harry, mientras se acercaba a Hermione y tomaba sus manos para admirarla.
La joven estaba enfundada en un hermoso vestido blanco con un sencillo escote Reina Ana y una pequeña cola. Llevaba el cabello recogido hacia atrás con un lazo formado por flores blancas, del cual salían varios tirabuzones que caían hasta el inicio de la espalda. Por todo adorno, unos pendientes y un collar de Amatistas, regalo de Harry y Severus.
—¿Tú crees?— la joven lo miró, anhelante
—Por supuesto que sí— el que replicó esta vez fue Neville, quien apartó a Harry para poder besarla en la mejilla—. Tu capitán va a morir de la impresión.
—No sé si de la impresión— se burló el menor de los Potter—, pero de la impaciencia, seguro. Severus nos mandó a buscarte, no queremos quedarnos sin nuestro Capitán General.
—Pero que exagerados— comentó Lily, que había permanecido callada, mirando el intercambio de los hermanos con una sonrisa—. Pero ya mi futuro yerno no va a tener que esperar más.
James Potter, quien también había permanecido en silencio, se adelantó para mirar a su niña con nostalgia.
—¿Estás totalmente segura que te quieres casar?
—James…— lo regañó Lily.
Hermione se acercó a su padre y le dio un fuerte abrazo.
—No me vas a perder, papá, te lo juro— musitó con cariño—. Y pronto me vas a olvidar por prestar atención a un montón de nietecillos que te van a volver loco, te lo aseguro.
—Pero tú siempre vas a ser mi niña especial.
—Y tú mi padre consentidor— aseguró ella.
Un carraspeo los sacó de su mundo de nostalgia.
—Sirius… infarto… ¿Recuerdan?— mencionó Harry, y todos se echaron a reír. James Potter ofreció el brazo a su hija.
—Bueno, mi niña, ya es hora. ¿Vamos?
Por su parte, en la hermosa capilla del castillo, parado al lado del altar desde donde Nicolas Flamel lo miraba con una sonrisa comprensiva, un desesperado Sirius era incapaz de permanecer quieto.
—No va a venir. Seguro se arrepintió y no viene— musitaba Sirius en una angustiada letanía.
—Quieres quedarte tranquilo y dejar de hablar estupideces— pidió Severus, quien en calidad de Padrino, estaba parado a su lado—. Me estás enloqueciendo.
—Es que mira que hora es, seguro ya no viene. Y tiene razón, con tantos lores distinguidos en Londres por qué se iba a casar con un tosco capitán. Seguro su padre la convenció de que hay mejores partidos.
Severus suspiró, revistiéndose de paciencia.
—James no va a hacer eso, y aunque lo intentara, Hermione no le haría caso. Ella te ama.
—Pero mira la hora que es y no llega.
—Todas las novias se retrasan, seguram…— lo que iba a decir quedó en suspenso cuando las melodiosas notas de la Marcha Nupcial de Mendelsson llenaron el ambiente—. ¿Ves? Te dije que iba a venir.
Pero ya Sirius no escuchaba a su amigo. Todo a su alrededor se había desvanecido, para el sólo existía la angelical aparición que justo en ese instante entraba por la puerta de la capilla: su preciosa novia Hermione.
Mansión Lovegood Estambul-Turquía
—Oh, no, mi pobre sobrino— gimió la madre de Luna, horrorizada ante lo que le acababan de contar.
Neville y sus padres estaban cómodamente sentados en una acogedora salita de la casa de los Lovegood en Estambul. Frente a ellos, sus anfitriones y la joven Luna escuchaban el relato de Neville con el corazón en un puño.
—Él ya está bien, Lady Lovegood, no se preocupe— aseguró Lily, quien se acercó, se sentó a su lado y tomó su mano, consolándola—. Mi yerno lo está protegiendo y nada malo va a pasarle en el Palacio de Piedra.
—Pero fueron tantos meses, ese hombre es un monstruo— ahora habló Luna, fijando su dulce mirada en el joven teniente—. Si no hubiera sido por usted, Lord Neville…— su voz tembló y no pudo seguir hablando.
—Yo no hice nada, Lady Luna— musitó el aludido mirándola con infinita ternura, y deseando tomar su mano pero sin atreverse a tanto delante de los mayores—. Él está bien gracias a mucha gente que nos ayudó.
—No desestime lo que hizo, le estoy tan agradecida.
—Y nosotros también— terció Lord Lovegood, refiriéndose a su esposa y a él—. Lo que no entiendo es por qué Blaise sigue en Moribia.
—Después de analizar profundamente su situación, decidimos que era lo más adecuado por el momento— explicó James Potter, quien había mantenido un discreto silencio—. Su sobrino no quiere entrar por la fuerza en el país, no está dispuesto a pagar el costo de vidas que ello significaría.
—¿Entonces?
—Verán, hay un anciano, tío de Blaise, que es un Imán importante, ¿no?— Lord Lovegood asintió—. ¿Creen que les sería factible contactarlo?
—Sí eso ayuda a Blaise, délo por hecho— afirmo Lord Lovegood.
—Perfecto, esto es lo que vamos a hacer…
—Parece un plan perfecto— comentó el padre de Luna cuando James terminó de hablar.
—Bien— Lord Potter sonrió satisfecho—. Y ahora, debo dejar de hablar y cederle la palabra a mi hijo, creo que tiene algo que pedirles— miró al joven para infundirle ánimos y un muy turbado Neville, al tener todos los ojos sobre él, se giró hacia Luna y tomó la mano que descansaba sobre la falda de su vestido rosa.
—Antes de irme usted me dio una esperanza— la mano de la chica temblaba entre las suyas, denotando su gran nerviosismo—. Todo este tiempo, esa esperanza ayudó a mitigar la tristeza por su ausencia, que fue inmensa. Por eso, me atrevo a pedirle, Lady Luna, ¿me haría el honor de casarse conmigo?
—Con todo mi corazón— musitó la joven, con una sonrisa radiante y los ojos húmedos de emoción.
Mientras el enamorado Neville llevaba la mano de la joven hasta sus labios, bajo la amorosa mirada de sus respectivas madres, James volvió a tomar la palabra.
—Lady Lovegood, Lord Lovegood, con gran alegría mi esposa y yo quisiéramos solicitar la mano de su hija Luna para nuestro hijo Neville.
Palacio de Ébano Sultanato de Mejkin
El gran salón del trono del Palacio de Ébano lucía deslumbrante, lleno de cientos de invitados, muchos de ellos familiares del viejo Sultán, que habían venido a rendir sus respetos al legítimo heredero en su dieciochoavo cumpleaños.
Llevaban rato esperando y ya la mayoría estaban muy nerviosos, preguntándose por qué no se presentaban ni el Sultán regente ni el heredero.
Al fin, el ruido de un gong retumbó por dos veces en el enorme salón, anunciando la entrada del Sultán.
Tom Ryddle apareció por la puerta de palacio, enfundado en una vistosa túnica negra con ribetes bordados en hilos de oro y un turbante negro en la cabeza. Caminó lentamente hacia el estrado de los tronos y se sentó en el correspondiente al Gran Sultán.
De inmediato, todos los presentes comenzaron a cuchichear. Dado que ya el joven Blaise había cumplido su mayoría de edad, era a él a quien correspondía ese trono y no al regente. Ryddle alzó la mano con la intención de solicitar silencio, pero antes que pudiera hablar, el gong sonó nuevamente, anunciando la presencia del Imán Gellert Grindelwald
Nuevamente se hizo un silencio sepulcral, esta vez en señal de intenso respeto, y muchos de los presentes se arrodillaron al paso del venerable anciano de larga barba blanca. Detrás de él, su séquito y guardias, todos vestidos a la usanza árabe, y muchos de los cuales cubrían su rostro con sus ropajes.
—Saludos, oh, Gran Imán— exclamó Tom Ryddle, levantándose para saludar—. Sea bienvenido a ésta su humilde casa.
—Saludos— replicó el anciano, sin agregar su jerarquía en señal de respeto, lo cual no pasó desapercibido para nadie.
—¿Y qué le trae por aquí?— preguntó el regente, intentando disimular su contrariedad ante la ofensa.
—Vine a saludar al heredero en su cumpleaños, y por lo visto llegué temprano. ¿A qué hora se va a presentar el homenajeado?
—Gran Imán, mil perdones pero Blaise no va a venir— contestó Ryddle, la excusa que llevaba días planificando—. Está fuera, estudiando profundamente nuestra fe, con el fin de convertirse en un Sultán más sabio y justo. Me pidió que, mientras tanto, yo siguiera a cargo del país.
—¿Estás seguro de lo que dices?
—Por supuesto. ¿Por qué dudas de mi palabra, Gran Imán?
—Porque eres un maldito mentiroso— la potente voz retumbó en el salón, al tiempo que Blaise se despojaba del turbante y dejaba ver su rostro—. Y un traidor que me mantuvo encerrado todos estos meses.
El hombre quedó impactado, pero intentó disimular en tanto encontraba una rápida solución
—¿Blaise? Que bueno que pudiste regresar, hijo. ¿Por qué me hablas así?
—De nada vale que intentes ganar tiempo— esta vez quien habló fue Charlie Weasley, que se encontraba parado al lado de su pareja—. Nadie te va a poder ayudar. Mira a tu alrededor.
Alarmado, el usurpador miró varios puntos del salón, para encontrar que todos sus hombres estaban siendo apuntados por sendas armas.
>> Estás acorralado, ya no tienes salida— volvió a hablar Charlie.
—¡Y usted quién es para hablarme así?— preguntó, empezando a caminar hacia ellos, al tiempo que cruzaba las manos sobre el pecho.
—Soy el prometido de Blaise, el futuro Consorte del heredero. Como verá, tengo todos los derechos— hizo una seña a los guardias—. Aprésenlo de una vez.
Todo ocurrió con tal rapidez que ninguno de los presentes pudo hacer nada. Cual ave de rapiña, Tom Ryddle sacó una navaja de su manga, y jalando a Blaise por un brazo, la puso en su cuello.
—Es mejor que no hagan ningún movimiento, a menos que quieran quedarse sin heredero— advirtió con voz ronca, al tiempo que se alejaba—. Si se mueven, le abro el cuello de un tajo.
—No empeores tu situación haciendo esta tontería— aconsejó el Imán—. Suelta al heredero.
Mientras el anciano hablaba, un asustado Charlie fijó sus ojos azules en los oscuros de su prometido, y con asombro, se dio cuenta que Blaise estaba tranquilo. Con disimulo, el joven moreno bajo la mirada, en una muda indicación. Obediente, el pelirrojo miró al suelo y entonces entendió; el pie derecho de Ryddle, calzado con una especie de sandalia que dejaba todos sus dedos al aire, estaba muy cerca del fuerte zapato de Blaise. Asintiendo de forma imperceptible, bajó la mano hacia su costado, hasta tocar una pequeña pistola.
—Mi situación no puede estar peor— decía en ese momento Ryddle—. Pienso salir de aquí sano y salvo y su heredero viene conmigo, y a menos que quieran verlo degollado, me van a dejar pasar.
Blaise levantó lentamente el pie, hasta colocarlo justo encima del de el regente.
—Si te entregas podrían ser misericordiosos contigo— seguía intentando el Imán.
—No necesito su misericordia, prefiero morir.
En ese momento, el joven moreno dejó caer el pie con toda la fuerza de que disponía. Ante el terrible dolor, Ryddle aflojó la presión sobre su cuello, momento que aprovechó el chico para tirarse al suelo. Instantes después, el ruido de un disparo resonaba en el aire y Tom Ryddle caía muerto con un perfecto agujero de bala en medio de la frente.
—Si eso es lo que quieres, sin problema— musitó Charlie, mirando impávido los ojos sin vida del hombre que yacía en la alfombra.
Segundos después, abría los brazos, cariñoso, para permitir que su prometido se refugiara en él, esperando que al fin todos los problemas se fueran de sus vidas para siempre. | |
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