Escritora:Mei yua
Beta: Pescadora de Estigia
Ilustradoras: Magic Lilac y Kuree_M&Me_S&S
Clasificación: NC-17
Resumen: Los días pasan y las discusiones entre Severus y Harry son más continuas y fuertes. Además, Harry no deja de escudarse tras sus amigos, cosa que molesta mucho a su marido.
Advertencias: Ninguna.
Palabras:11734
Snape salió a paso firme de la casa que, por lo que le parecía muy poco tiempo, había compartido con su joven esposo. Caminó decididamente, sin detenerse ni si quiera un momento para mirar atrás, y clavó sus oscuros ojos en el deslumbrante paisaje que se exponía frente a él, maldiciendo mentalmente que el clima no reflejara ni tan sólo un poco los sentimientos que en ese momento se arremolinaban en él.
Algo, muy en el fondo de su corazón, le decía que esta vez, si volteaba a mirar la casa, no vería a Harry observándole desde el alféizar de la ventana, con una expresión furiosa y resentida en el rostro. Eso lo sabía muy bien porque estaba claro que, esta vez, ni para el chico, ni para él, valía la pena el tomarse la molestia de ver al otro por última vez.
Así pues, Snape se apartó el pelo de la cara con un apresurado movimiento de cabeza y resopló despectivamente, desapareciéndose del lugar, alejándose de Harry, de su matrimonio, de su hogar y de todas las personas que, en un momento u otro, habían estado al pendiente de su relación. Simplemente les dejó como recuerdo una nube de humo negro que, en segundos, la suave brisa de verano se encargó de extinguir, junto con gran parte de sus sentimientos por el estúpido Chico-Que-Vivió. Sabía que el tiempo se encargaría de borrarlos por completo en ambos.
Meses atrás el hombre no se hubiera imaginado ni en sus más remotos sueños que algo como aquello fuera a suceder, pero esta era una prueba más de los cambios que puede dar la vida tan sólo con un par de decisiones, bien o mal tomadas. Era verdad que parte de él estaba sufriendo como un condenado, pero otra, mucho más grande, estaba agradecida porque las cosas se hubieran dado de aquella forma ahora y no después, cuando el daño pudiera haber sido mucho mayor. Había vivido con Harry momentos maravillosos que jamás podría olvidar, pero entendía perfectamente que nunca nada es eterno, mucho menos la felicidad. Pensaba que quizá algún día Harry lo mirara de la misma forma y dejaría así de aferrarse tanto a los buenos momentos.
Snape recordaba perfectamente como había sucedido todo; aquello era algo que nunca podría olvidar. Luego de aquel fastidioso acontecimiento en Perú que lo mantuvo por tanto tiempo alejado de Harry, ambos habían retomado su vida, tratando de que todo volviera a la normalidad. Y así fue.
Snape había vuelto a impartir las clases de pociones en el viejo castillo después de lo que había sido un corto periodo de ausencia, si se era comparado con los años que ya tenía enseñando allí. El hombre no podía decir que estaba plenamente feliz con este hecho, ya que jamás se acostumbraría a estar rodeado de estudiantes alcornoques totalmente carentes de cerebro. Mucho menos aún se acostumbraría a enseñarles algo, cuando lo único para lo que parecían ser buenos era para echar a perder cuanta cosa pasaba por sus manos. Sin embargo, él lo había pedido, y estaba satisfecho de volver a sus mazmorras y poder descontar puntos a quien se le pegara la gana, en el momento que se le antojara sin que nadie pudiera evitarlo. Y, como un magnífico bono extra, tenía a su lado a un guapo joven que lo amaba tanto como él lo hacía y el cuál, además, ahora sabía soportar perfectamente su carácter.
A Harry y a él les gustaba pasar sus tardes libres, mayormente de los fines de semana, bajo el viejo sauce llorón del que tan sólo una vez antes habían podido disfrutar su sombra. Algunas veces solamente se quedaban allí, tumbados bajo su oscura sombra, tan sólo sintiendo el calor emanar del cuerpo del otro y se tomaban de la mano mientras el viento los despeinaba a merced. En otras ocasiones, Harry se ofrecía a ayudarle a corregir allí los exámenes. El chico sabía que, al menos, sí podía marcar con una espantosa equis roja las faltas de ortografía, y Snape tan sólo sonreía, conteniendo las ganas de decirle que en pociones era una basura sin
su libro, y aceptaba de buena gana la ayuda, robándole un beso a su joven marido. Sin embargo, tampoco faltaban esos momentos en los que el calor de los besos atraía eternos momentos de pasión desenfrenada. En ocasiones lo hacían sobre la roca, otras de pie, apoyados en el tronco del árbol, y muchas otras más dentro del agua.
Tampoco faltaba alguna que otra mirada indiscreta de algún alumno en los pasillos, mientras caminaban uno al lado del otro. Snape sabía que la admiración que los estudiantes sentían por Harry crecía cada vez más, cuando lo miraban “domar a la bestia” con tan sólo una simple sonrisa, que curiosamente aparecía siempre que planeaba amonestar a algún Griffyndor infractor de las reglas. Al chico le gustaba bromear sobre esto con Snape, y al mayor, como era de esperarse, le caían en la punta del hígado, tanto las miradas como los comentarios de su marido, pero ¿qué podía hacer? Estaba completa e irremediablemente enamorado de ese chico burlón. Y muy a su pesar, le gustaba esa sonrisa traviesa que ponía Harry en esas ocasiones. Definitivamente, el joven iba a llevarlo a la ruina y él estaría fascinado con eso.
Si bien Snape se había integrado a las clases cuando el curso llevaba ya un par de meses, el hombre imponía lo suficiente como para que los alumnos no lo lograran recordar al cabo de algunas semanas con su yugo impuesto. Era cierto que, en los pasillos más recónditos, aún circulaban los rumores sobre la declaración que se había dado ante todo el colegio, sobre la relación que mantenía con Harry, y aun más circulaban los de la aprehensión y las causas de ésta, pero quizá este hecho había ayudado al final, cuando la pareja se halló instalada en las mazmorras. Sin embargo, Snape no era estúpido, sabía perfectamente que algunos jóvenes rumoreaban a sus espaldas, que lo señalaban con el dedo cuando pensaban que estaba demasiado lejos como para percatarse y que murmuraban homofóbicos insultos hacia su persona. Hubiera sido demasiado pedir que no fuera así estando en un colegio de adolecentes, pero de cualquier forma, estaba dispuesto a soportarlos. Snape pensaba que nada ni nadie arruinarían lo que tenía con su amado Harry, mucho menos rumores.
Harry, de alguna forma, había conseguido que Lucius Malfoy, como director, le diera permiso para andar libremente por el castillo, a pesar que no pintar nada en el. Tan sólo era el esposo de uno de los profesores en esa ocasión, aunque el chico se resguardaba bajo la excusa de ser el vigilante de los educadores cuando alguien le preguntaba algo.
Había estado yendo y viniendo de aquí a allá, al principio con el firme propósito de hacerle mejorías al mapa del merodeador. Siempre le decía a Hermione y Ron que ya era hora de crear nuevas rutas para el colegio. Cuando hubo logrado su cometido se dedicó días enteros en investigar por su cuenta la cámara de los secretos. Después del hallazgo que habían hecho en ella recientemente estaba claro que no había sido construida solo para ser la casa de la mascota de Salazar.
Algunas veces el joven odiaba haberse vuelto tan rápido en la lectura por culpa de Hermione y de los constantes peligros que requerían que leyera demasiado, pero ahora, gracias a esto, había podido devorar la biblioteca de la cámara a tope. Aunque, si hay que ser sinceros, era considerablemente más pequeña que la pública de Hogwarts. Imaginaba que Salazar tenía gustos más refinados, eso y que seguramente no necesitaría libros para enterarse de las cosas. Las debía de haber sabido de memoria ¿no? Como una especie de Dumbledore más gruñón y más sabio.
Una de aquellas tardes, estaban sentados Harry y Snape, en la salita de estar de los aposentos que compartían. Se hallaban acomodados en un sillón de dos plazas de piel cobriza, frente a una chimenea que por algún motivo daba llamas rosadas.
Harry estaba recostado sobre el regazo de Snape, con los pies colgándole por el brazo del sillón. El mayor conservaba los ojos cerrados, esperando que surtiera efecto la poción contra las jaquecas que acababa de tomar. Harry pasaba de arriba abajo una de sus manos, delineando sobre la ropa los músculos del pecho de Snape, mientras iba abriendo, uno a uno, los pequeños botones del saco. Harry le había dicho una vez que estar a solas con él, el hombre que despertaba sus más bajos instintos, le hacían desear girar su cabeza y atrapar con la boca la suculenta polla del hombre, hacerla crecer en su boca y chuparla hasta lograr dejarla completamente seca.
Snape le gruñó por lo bajo a la pequeña mano que lo invadía y dijo:
—Harry, por favor… dame cinco minutos para que se me termine de pasar el dolor de cabeza, y si después de que eso suceda aún quieres que sigamos, entonces con muchísimo gusto te atenderé.
—Oh, vamos, no lo hagas sonar como si fuera un negocio, Sev… —masculló Harry, descubriendo que Snape portaba una camisa blanca bajo el saco negro—. Además, en cinco minutos Malfoy ya estará aquí.
—¿Malfoy? ¿Cuál de los Malfoy? —preguntó Snape, tomando suavemente la mano de Harry.
—Draco Malfoy. Hermione me dijo que Ron y él tenían algo que proponerme, pero como ella y Ron se van a fugar a Francia para no tener que ir a Hungría a la boda de Viktor Krum…
—¿Por qué la boda de ese bobo es en Hungría? Creía que era búlgaro… Además, ¿Por qué se están fugando y no mejor te han invitado a ir?
Harry se sentó para intentar quitarle el saco y camisa a Snape.
—Lo mismo me preguntaba yo, y parece ser que la chica es de Hungría y allá tiene un terreno más amplio para el enlace… ya sabes, con el novio famoso y todo eso seguramente habrán demasiados invitados y fanáticos. Y con respecto a lo otro… Hermione dejó de hablarle a Viktor desde que está con Ron, y pues él también a ella, pero como invitó a Fleur, y ella decidió llevarse a todos los Weasley a la boda, ahora están de fugitivos.
—Eso lo explica todo —murmuró Snape, tratando de recordar por que había tenido que comenzar a preguntar—. ¿Y por qué no te llevaron los Weasley? Ya entrados en el tema me podrías decir también eso.
—Claro que me invitaron, pero Lucius dice que no podemos dejar el colegio sin una buena razón, y dice también que una “pachanga*” no cuenta como una buena razón.
—Si querías ir, podrías haber ido, Harry. Sabes que no te lo hubiera impedido —dijo Snape, tratando de peinarlo para distraerlo de sus ropas—. Es más, me hubiera parecido bien. Últimamente has estado mucho metido entre libros. Me preocupa tu salud… podría fallarte algo en la cabeza con tanta información.
—Muy gracioso… pero hablando de eso —comentó Harry, apartándose la mano de Snape con un mohín—. ¿Puedes creer que Salazar no tenga ni tantita información sobre la competencia? Es lo único que le falta tener…
—¿Competencia? ¿Qué competencia?
—¡Colegios, Sev! No hay nada de ninguno de ellos allí. Es como si solo existiera Hogwarts para él.
—Primero, Harry, no estamos en un partido de Quiddish como para que los llames “competencia”, y segundo… Me parece que eso es algo lógico, Hogwarts se fundó alrededor del año 900 o 1000, y los demás colegios de Europa tienen apenas unos 700 años de antigüedad.
—¡Ah! Así que es por eso… quizá debí poner más atención a las clases de Historia, pero bueno… da igual.
Snape sonrió abiertamente, le encantaba poner en evidencia la ignorancia de Harry en algunos temas. Lo atrajo entonces hacia él desde la cintura y, sin decir nada, se apoderó furiosamente de sus labios, dispuesto a satisfacer el deseo que se notaba contenido en los pantalones de Harry. Sintió como el joven enredaba su lengua con la suya mientras se sentaba a horcajadas sobre él, meneando lascivamente la cadera mientras pasaba sus brazos alrededor del cuello de Snape.
Podían sentir la respiración del otro cayendo sobre su piel y las uñas arañando con deseo al ir despojándose de las camisas hasta dejar ambos pechos desnudos, frotándose piel contra piel. Snape soltó un jadeo en busca de aire. Harry se había vuelto jodidamente bueno besando… y también jodidamente lujurioso. Cada vez le costaba más satisfacerlo por completo. Sin embargo, antes de que lograran hacer otra cosa, se escuchó una engreída voz hablar desde la chimenea, haciendo chispar de sobremanera las rosadas brazas.
—¡Más les vale que corten ese rollo, porque no me pienso esperar hasta que terminen de follar!
Snape se apartó un poco de los labios de Harry, que volvían a buscar ansiosos los suyos, y miró por encima del hombro de éste. La cabeza de Draco los miraba fijamente, como dando a entender que no la sacaría de la chimenea hasta que no se separaran, o de lo contrario tendría unos lindos recuerdos que podrían ser expuestos libremente.
—Con un demonio, Malfoy… —gruñó Harry, frotando su dureza contra el vientre bajo de Snape—, vete a jugar ajedrez con tu padre y deja de molestar. Necesitamos intimidad en este momento.
—Vieras que no, cara rajada. Ya sabias que venía, no es mi culpa que te hayas calentado en el momento que no debías —dijo Draco con el ceño fruncido y añadió en tono burlón:—. Así que si no te bajas de él, me pasaré de todas formas… y podría pensar entonces que tus calenturas quieren probar lo que se siente hacerlo en frente de otras personas.
Snape se removió en su asiento, haciendo que Harry se bajara de él antes de que lograra abrirle en cierre de los pantalones y se puso su holgada capa lo más pronto que pudo. Había sentido esa manita suya peligrosamente cerca del botón. ¿Si Harry vio que había olvidado que venía Draco como no se lo recordó? Y más aún, ¿Cómo podía pesar en seguir con el enfrente?
—Pasa de una vez, Draco… y tú, Harry, ponte una camisa al menos y atiende a tus visitas.
Pudo escuchar como Harry refunfuñaba, pero prefirió no hacerle caso. Estaba tratando de concentrarse para controlar ese maldito sonrojo que se le había formado. No era la primera vez que Harry hacia ese tipo de cosas en frente de alguien más. También había sido frente a Granger, MacGonagall, Lucius… ¿En que estaba pensando? ¿Acaso Harry quería que alguien los viera, y Merlín no quisiera, los encarcelaran por faltas a la moral mágica al estar haciendo ese tipo de cosas frente a todo el mundo, en un colegio donde había en su mayoría menores de edad?
Miró como Draco pasaba y caminaba tranquilamente, como si no hubiera visto nada relevante, hasta sentarse en un sillón de una sola plaza.
—Voy a ir al grano, Potter, no pretendo quedarme por mucho tiempo, así que…
—¿Si será rápido para que te sientas? —interrumpió Harry.
—Es descortés interrumpir a la gente cuando está hablando, Potter, y te informo que por educación debes ofrecer a tus invitados asiento y una taza de té, la cual te informo que no quiero, muchas gracias —dijo Draco al ver que Harry no le pensaba dar nada y continuó—: Ahora bien, ¿me dejas seguir?
—Adelante.
—Muy bien, te decía… He venido aquí para proponerte un negocio que tenemos entre manos Weasley y yo. No preguntes por que nos asociamos, que te baste con saber que Granger tiene la culpa.
—¿Qué tipo de negocio? —preguntó Harry
—Algunas personas dejaron de confiar en el Ministerio, así que abriremos una… agencia de aurores privados. Sabemos lo que se tiene que saber y somos lo suficientemente conocidos como para jalar clientes… Podríamos hacerlo y triunfar en ello, no hay duda.
Aunque en ese momento no lo supo, algunos meses más adelante Snape entendió que en el momento que Draco dijo eso, y Harry hubo aceptado, lo que ambos tenían comenzó a irse lentamente al precipicio.
Podía recordarse aún así mismo alentando a Harry, para que diera su mejor esfuerzo en ello, motivado por el temor de que su joven y aventurero esposo pudiera aburrirse de estar solo en el castillo mientras él se dedicaba a dar clases. Ya una vez le había pasado que por trabajar había descuidado a Harry y no quería caer de nuevo en ese error.
En las semanas que le siguieron a aquel día, Harry se la pasó yendo y viniendo de las habitaciones, algunas veces cargando con folletos mágicos de locales en renta, otras con revistas o catálogos de decoraciones o utencilios mágicos de todo tipo. Al final, terminó por ir al castillo solo hasta el anochecer. Siempre llegaba saltando al despacho de Snape, yendo de aquí a allá, contando las cosas que había hecho en el día e interrumpiendo cada vez los intentos de Snape por revisar trabajos o preparar sus próximas clases. Sin embargo, a Snape no le importaba. Siempre dejaba de lado sus labores y concentraba toda su atención en Harry. Lo escuchaba contarle con santo y seña cada pequeño acontecimiento, mientras intentaba alejar de su mente las pociones con tal de poder intentar al menos memorizar lo que el chico le decía, solo por si acaso.
Lo amaba tanto que quería complacerlo en todo lo que pudiera, y aun más si era necesario. En aquellos momentos los instantes que pasaban juntos eran pocos y en el olvido habían quedado las tardes en el lago, o las cosas sencillas como comer juntos o andar el uno al lado del otro. Sólo se miraban por las noches y, más que aprovechar el momento para conversar, Harry siempre deseaba hacer cosas que no involucraba ni una sola prenda, ni precisamente
palabras.
Todo se había limitado a escuchar hablar a Harry o hacer el amor de muchas y variadas formas. Como era de esperar, las limitaciones del tiempo y los propios deseos carnales comenzaron a acarrear problemas. Uno de ellos eran los malentendidos que al final terminaban haciendo que ambos discutieran. ¡Oh, aquellas discusiones! Snape podía recordarlas a la perfección, y ahora que podía ver claramente sin la venda del amor cubriéndole los ojos, entendía lo injustas y peculiares que eran aquellas discusiones.
Casi siempre comenzaba de la misma manera y seguían un mismo patrón. Harry entraba sin tocar y comenzaba a hablar sin parar, importándole poco el resto.
—Me alegro que todo este saliendo bien, Harry —dijo Snape en una de esas discusiones.
—¡Lo sé! Es que es todo tan emocionante ¿Cómo no se nos ocurrió antes? Ayer nos llegó un caso, ¿sabes? Un tipo con un problema de fuego infernal. Ron dice que es una trampa, Draco por su parte piensa que esta tarado.
Snape miraba su escritorio había el tope de pergaminos de vez en cuando y luego volvía a concentrarse en Harry. Bien podría haber seguido calificando, dejando que el chico siguiera con su monólogo. Sin embargo, no era tan descortés como para hacer eso.
—… Pero cuéntame, ¿Cómo te fue a ti? —dijo Harry en algún momento de la noche.
—Aburrido, en realidad —contestó Snape—. Verás, les dejé un ensayo a los de cuarto la semana pasada y los tengo que entregar mañana en las primeras horas, pero no voy ni por la mitad y ya me está dando sueño… ¿Crees que podríamos hablar en un rato más? En realidad me gustaría ponerme al corriente y...
—¡Eso es interesantísimo! —cortó Harry y retomó su cuento—. Me alegro que todo vaya bien. ¿Te conté lo que pasó con la silla el otro día?
Snape gruñó, sintiéndose ofendido.
—¿Escuchaste algo de lo que te dije?
—Por supuesto —aseguró Harry—. Entonces entró una señora...
—No seas embustero, no me estas poniendo ni puto caso, pero ¿sabes qué? No importa… yo seguiré con mis revisiones, si no te molesta.
Harry se detuvo de golpe miró acusador a Snape.
—¿Me estás mandando a callar solamente para no ponerte a hacer nada? Yo solo quiero decirte como fue en el día y a ti no te importa.
—¿No hacer nada? —explotó Snape—. ¡Necesitas gafas nuevas si no puedes ver las pilas de pergaminos que tengo aquí!
—No es mi culpa que estés flojeando y se te junten las cosas. Eso te pasa por desobligado.
—Desobligado… ¿Cómo te atreves? Todo esto es por ti, Harry. ¡No los he revisado por tratar de pasar tiempo de calidad contigo!
—¿Tiempo de calidad es mandarme callar?
—¡Eso fue porque no me estás escuchando!
—¡Oh, claro que te escucho! Te estoy escuchando gritarme y mandarme callar a la mierda. ¿Y sabes qué? También me estoy preocupando de paso por no dejarte olvidado por estar sumergido en mi trabajo como tú lo hiciste cuando esperaba a mi bebe!
Snape miró fijamente a Harry, sin saber cómo reaccionar.
—Creí que eso había quedado atrás, que me habías perdonado… y ahora me lo echas en cara.
—No lo hago —gruñó Harry— Te perdone, ¿no? Entonces olvídalo.
—¿Entonces por qué estamos hablando de nuevo de eso?
—¡Porque tú lo sacaste a la luz!
—¡¿Estás mal del cerebro?!
—¿Sabes qué? — dijo Harry, yéndose a la chimenea—. Ya cállate, no quiero escucharte, y no me voy a quedar aquí a soportar tus arranques de ira. Así que... Que te diviertas con tus pergaminos, Severus Snape.
Y sin más, Harry había salido del despacho hecho una furia y se había ido del castillo. Snape se quedó allí, vociferando maldiciones mientras trataba de explicarse como habían llegado a todo eso. No tardó mucho tiempo en descubrir a dónde iba Harry cada vez que se marchaba, ya que siempre, al día siguiente, llegaba alguno de los amigos del chico para hablar con él para que se solucionaran las cosas. En aquella ocasión había sido turno de Hermione.
La chica ya se encontraba en su oficina para cuando él terminó con sus clases.
—Profesor Snape… el Director me dijo que podía esperarlo aquí, espero que no le moleste —dijo ella.
Snape tan sólo asintió un par de veces y tomó asiento en frente de Hermione.
—¿En qué puedo ayudarla? —dijo seco.
—Verá, Harry me ha contado lo sucedido —comenzó a decir—, y me parece que han exagerado las cosas, ambos.
—Le contó.
—Así es él, Señor, debe comprenderlo. Es un poco explosivo y, cuando algo le emociona, no puede dejar de hablar de ello. Solo téngale paciencia… yo ya hablé con él.
Snape suspiró, pensando que la chica tenía razón. Se suponía que él era más maduro que el chico y aún así…
—Se me fueron de las manos las cosas.
—Lo entiendo, y Harry también lo entendió ya. En la noche vendrá… deberían reconciliarse entonces.
Justo de esa forma terminaba el patrón de sus pleitos. Alguien intervenía y ambos se miraban reconciliados después de eso. Aunque claro, sólo hasta que el ciclo volvía a iniciar. ¿Cómo había estado tan ciego como para no notar lo egoísta que se había vuelto Harry? Pero no, aquél no era el motivo por el que ahora se hubieran separado. Las cosas no eran tan simples como lo son los cotidianos pleitos de pareja o misma falta de tiempo. Lo que en realidad había echado todo a perder había venido después.
Los siguientes meses habían sido de lo mismo, salvo que Snape trataba de hacer de hígado corazón y esforzarse hasta los límites en complacer a Harry. Trataba de hacerlo feliz a cada momento, incluso había dejado de ser tan exigente en clases, todo para tener más tiempo para estar con él. Tenían tan pocos momentos para estar juntos, pero ¿Qué hacía Harry? Lanzársele encima como perro en celo. Snape no podía creer que todo en lo que el chico pensaba era follar, ¿dónde habían quedado los tiernos momentos? En el olvido, según veía.
***
La temporada fría llegó y se fue, y de tras de ella llegó el momento de preparar todo lo necesario para las graduaciones.
Hogwarts estaba regido principalmente por tres personas. El director, que era Lucius, el subdirector, que era McGonagall, y un tesorero. Ésta era la persona encargada completamente de la economía en el castillo. Este cargo era el que tenía él. Snape se encargaba de pagar a los profesores, de dar el oro para la comida, detergente, limpia pisos, ingredientes para pociones, utensilios para impartir las clases…
En la temporada de graduaciones tenía que ir a Gringotts a sacar galeones y recorrer el callejón Diagon, encargando entregas de pergamino extra de la mejor calidad y tinta mágica para los certificados. También tenía que escoger cuál sería el presente que le haría el colegio a los graduados. Ese año en particular, se obsequiarían túnicas de gala que con un pase de varita se volvían normales y se podían llevar en cualquier ocasión. La razón por la que dichas prendas salían demasiado caras era porque tenían una protección mágica contra las maldiciones de primer grado que duraba siete años.
Snape había estado caminando todo el día, se había retrasado bastante en la tienda de túnicas al haber olvidado la lista de tallas de los alumnos de séptimo y tuvo que esperar hasta que un elfo se las trajera para poder encargarlas y, de paso, dejarlas pagadas.
Iba caminando por la calle, enumerando las cosas que ya había hecho en su mente cuando, de la nada, sintió como alguien lo cogía por el hombro, deteniéndole. Snape volteó lentamente la cabeza para ver quien había sido. Y allí estaba, era un hombre, un par de centímetros más alto que él, tenía la piel clara, aunque algo tostada por el sol, y el pelo negro por los oídos, cortado de forma irregular. Snape pensaba que lo había hecho él mismo, ya que llevaba una navaja en el cinturón, justo al lado de una varita con el mango forrado de cuero. Llevaba unas botas de cintas, altas hasta media pantorrilla y manchadas de lodo, al igual que unos vaqueros azules y camisa blanca de lana. Lo único que traía limpio era una mochila que cargaba en el hombro, y su capa, negra tenía deshilachados los bordes.
—Así que estás bien —dijo el tipo con una voz gruesa y lo que Snape clasificó como acento español, ya que marcaba demasiado las eses—. Pensé que te habías muerto en aquel maldito lugar… Cuando regresé ya estaba vacío.
—¿Te conozco? —preguntó Snape, apartándose la mano del hombre de sí.
—¡Oh, lo siento! —Se disculpó el hombre de inmediato—. No me he presentado. Me llamo Alberto Escobar, nos hemos conocimos en Perú... bueno, quizá simplemente nos hayamos visto porque tú estabas un poco indispuesto.
Snape lo miró de arriba abajo, dedicándole una mirada envenenada.
—¿Perú? No será usted uno de esos tipo que sellaron la magia de mi pareja, ¿verdad, señor Escobar?
—De hecho, sí, puedes decir que sí he sido yo —contestó el hombre, medio sonrojándose—. No puedo decir que ha sido la mejor decisión que hemos tomado, pero fue más rápida… ¡Pero! Antes de que te molestes, déjame decirte que no tuve otra opción más que hacerles caso a los demás.
—Sinceramente, señor Escobar, no me interesa conocer sus motivos —dijo Snape, haciendo acopio de toda su paciencia para no maldecirlo por sus actos—. Me basta y sobra con haber vivido lo que usted se encargó de ocasionar. Y ahora si no le importa, me voy.
—¡Ah! Sí, vale… seguro te he de estar quitando el tiempo. Espero que tu chico se encuentre bien. Andaré por el país un tiempo más, quizá nos volvamos a ver.
—No cuente con eso.
Snape miró como el tipo sonreía amablemente e inclinaba un poco la cabeza, despidiéndose de él y le entraron unas tremendas ganas de darle un puñetazo en la boca por haber tocado a su Harry. Sin embargo, logró contenerse y hacer la última compra antes de regresar al castillo. En ese momento, Snape no supo que aquella no iba a ser la última vez que mirara al hombre, como estaba deseando en ese momento.
La mente de Snape saltó entonces varios recuerdos en su mente hasta llegar a un acontecimiento en particular. Faltaba ya tan sólo una semana para la clausura del año escolar y Harry había entrado en su oficina, acompañado de Ron y Draco. Traían una cara de amargura total que apenas y podían con ella. Él los miró caminar hasta que tomaron asiento frente a él, recordándole a los años en los que había tenido que castigarlos por meter la pata en alguna cosa. Se preguntó entonces que tendrían que estar haciendo en su oficina cuando deberían estar trabajando.
El que contestó a su pregunta fue Draco, ya que los otros dos parecían ser demasiado orgullosos como para decir algo. El chico le dijo a Snape que había tenido que ir a solucionar lo de un ático encantado que se derrumbaba cada vez que entrabas a la casa y le dijo también que ya lo habían solucionado. El problema residía en que el dueño del lugar se negaba a pagarles. Se trataba de un viejo squib que tenía el dinero suficiente para alcanzar al menos las tres cuartas partes de la fortuna de los Malfoy en sus mejores días. Pero el hombre tenía una manera algo extraña de elegir en quieres confiaba, y como no había podido simpatizar con ninguno de los tres lo suficiente como para entregarle ni una monedita de cobre… entonces ahora estaban obligados a llevar a alguien más para que cobrara por ellos. Allí era donde entraba Snape.
Los chicos le pidieron, tan amablemente como fueron capaces, que por favor fuera con el hombre por sus pagos ya que, según le contaron, Snape y ese tipo tenía un carácter similar y muy seguramente uno podría doblegar al otro. Estaban rezando por que ganara Snape. Y así fue, los cuatro viajaron a Londres y fueron a donde el dueño de la casa. A Snape no le había costado mucho trabajo sacarle el oro a ese señor. Les dijo que sólo tenían que poner mano dura y no mostrarse blandengues frente a él o terminaría, como ya lo había hecho, haciendo lo que quisiera con ellos a pesar de no poder hacer ni un hechizo simple.
—¡Me alegro que tengan a alguien bueno que les ponga alto a ustedes, pandilla de delincuentes juveniles! —gruñó el señor, salpicando saliva por los espacios vacíos de los dientes que le faltaban—. Incluso me parece que han salido en el periódico por alguna delincuencia… estoy seguro de que te vi a ti, chico de las gafas antigüitas.
Draco y Ron dieron un paso para atrás, dejando a Snape y Harry al frente.
—Sí, señor… he salido un par de veces —dijo Harry, mirando de reojo a Snape curvar un poco los labios, medio disfrutando del momento.
—¡Ya decía yo! Y todavía lo dices así de saleroso… como si no fuera nada. Deberías educarlo mejor, muchacho —le dijo a Snape, apuntándolo con el bastón—. ¿Qué me dijiste que eras de él?
—No se lo he dicho —contesto Snape, cortante.
—¿Y qué esperas para hacerlo?
—Tener un buen motivo para ello.
El anciano sonrió, mostrando su dispareja dentadura.
—¡Eso es! Así tienen que ser ustedes… no que ahí van, diciéndoles todo sobre su vida a completos extraños… —Los vivaces ojitos bajaron hasta las manos de Harry, atraídas por el vacilar de estas al querer coger la varita—. ¿Y ese anillo? No me dirás que estas casado, ¿verdad? Todavía ni sabes lavarte solo el trasero.
Snape pudo ver como Harry se metía rápidamente las manos a las bolsas y se le estrujo el corazón con lo que contestó.
—No estoy casado.
—¿De verdad? —miró de reojo las manos de Snape—. A mí me parecía que tú y este chico estaban juntos… También él lleva anillo y se miraban más juntos que con ese par de cobardes que esperan que me descuide para salirse.
Ignorando como Draco y Ron pegaban un salto, Snape se quedó mirando a Harry fijamente, esperando que dijera algo. Aguardó pacientemente un par de segundos, con el corazón galopándole dolosamente, deseando que negara lo que había dicho antes y le dijera al hombre si estaba casado con él. No tenía razón para negarlo.
—Es mi padre —dijo Harry como toda respuesta, haciendo que Snape cerrara los ojos por el dolor.
Snape ya no pudo decir nada más. Se despidió de una cabezada del hombre e hizo caso omiso de Draco y Ron cuando le hablaron. Sabía que, si decía una sola palabra, su voz sonaría vergonzosamente quebrada. Le había dolido tanto aquellas simples y cortas palabras… y Harry no parecía darse cuenta de eso. ¿Acaso tenía que entender algo sin que se lo dijera? ¿Había sido sólo porque ese tipo era el que había preguntado? No, no tenía que por qué haberlo negado. ¿Le daba vergüenza estar casado con él? ¿Sería por su edad… o por su apariencia?
No quiso preguntarle a Harry sus razones después de eso. Todo lo que quería era olvidar ese día, esas palabras, pero siempre estarían presentes en su mente, como si las acabaran de decir hacia segundos. Pero no podía reclamarle… no después de todo lo que él le había dicho cuando era Harry un estudiante. Se lo merecía, ¿no?
Los días pasaron demasiado lentos después de eso, pero al final había llegado el momento de la graduación. La ceremonia siempre se daba lugar un par de días antes del banquete de clausura y Lucius había invitado personalmente a Harry, Ron y Hermione, aunque Snape sabía que lo había hecho por cortesía, ya que Draco andaba con ellos últimamente y se hubiera visto mal que su hijo fuera y ellos no.
Snape estaba con los profesores en la mesa principal, esperando que dieran la media noche para entregar formalmente los certificados de estudios. Por tradición a esa hora se debían entregar cada año, después tendrían un pequeño banquete y luego una fiesta hasta el alba, en la que estaba a juicio de los profesores si se quedaban o no. Snape nunca se había quedado más allá de la comida. No le gustaba mucho mezclarse entre críos ebrios que, con las hormonas desatadas, se olvidaban de a quien le debían respeto. Sin embargo, en aquella ocasión fue diferente. Después de que cada alumno graduado se hubo hecho con su certificado y los platillos aparecieron en la única mesa que había ya de las cuatro de las casas, se levantó para ir con Harry.
El chico estaba parado al lado de Draco, mirando a unos Slytherin que intentaban atrapar un pavo al vuelo que alguno de ellos había lanzado. Se notaba perfectamente que estaban haciendo apuestas sobre a quién se le caía primero, ya que continuamente Draco sonreía con suficiencia y le pasaba un caballito de tequila a Harry. Seguro que había perdido.
Snape negó con la cabeza a la suerte de su chico y escuchó a la profesora Sinistra hablarle desde atrás.
—Parece que comienza a animarse el ambiente —dijo la mujer pasándole a Snape una copa de Wisky—. Me pregunto si Potter hará que te quedes esta vez.
—No es bien visto que los profesores convivan de esa forma con los alumnos —dijo Snape.
—Bueno, eso no te impidió hacerlo antes… ni ahora, ¿verdad?
Snape no dijo nada, solo le dio un trago a su copa e hizo un gesto como respuesta a la mujer. Ella sonrió ligeramente y, fingiendo que encontraba fascinante la disputa con el pavo, dijo:
—No es ningún secreto que tu moral anda por los suelos, Severus… Todos en el castillo saben que últimamente te la pasas más tiempo con los pantalones en las rodillas que dando clases. Tu materia es más fácil ahora incluso que la de adivinación donde sólo tienes que inventar patrañas. ¿Tu chico te consume mucho tiempo? Seguro que la diferencia de edad hace que no puedas mantenerle el paso.
—Eso no es algo que te incumba, Sonora.
—Tienes razón. Sin embargo, Severus, te lo digo como amiga… si sigues haciendo escenitas pasadas de tono por el castillo se enterará el comité, y te echarán del colegio aunque Lucius se ponga de tu parte —La mujer lo volteó a ver—. Deberías comenzar a ponértele firme a Potter.
—Yo sabré como llevo mi matrimonio, Sonora, así que no te metas.
—Como quieras. De todos modos, es tu empleo y no el mío… Que tengas una buena velada, Severus.
Snape miró como la mujer dejaba su copa en la mesa y luego se iba al lado del profesor Flitwich y la profesora Sprouth, que terminaban de comer. ¿Todos pensarían eso de que su moral andaba por los suelos? ¿Había hecho algo demasiado evidente? Pero antes de que lograra contestar a sus propias preguntas, un par de brazos lo abrazaron desde atrás por la cintura y un cuerpo se pegó al suyo.
Volteó a ver quien fue.
—Harry… ¿Qué haces? —le dijo, mientras sentía las manos del chico vagando por su pecho.
—Bueno… no nos vemos desde ayer, Sev, y te extrañé… ¿Tu no me extrañaste?
El chico se paró de puntillas para besar el cuello de Snape. Algunos estudiantes estaban comenzando a señalarlos. El mayor trató de apartar de su cuerpo las manos ansiosas de Harry. Ése no era lugar para que estuviera haciendo esas cosas, al menos podría esperar a que estuvieran en la habitación… de alguna forma lograría atenderlo al menos una vez. Sin embargo, Harry no parecía estar dispuesto a ceder sin dar batalla. En un descuido, lo rodeó hasta estar frente a Snape y se le colgó del cuello, apoderándose de inmediato de sus labios, besándolo furiosamente.
—Har… Uhm... Harry... —habló Snape entre beso y beso—. Basta… detente...
—¿Por qué? —jadeo Harry.
—Necesito ir al sanitario —mintió—. Ve con Draco a comer algo y te alcanzo en un rato.
El chico se le pego más hablándole al oído.
—¿Lo prometes?
—Lo prometo… ahora ve, ¿quieres?
Harry le mordió los labios y luego se separó de él diciéndole a Snape entre labios que no tardara. El mayor miró de reojo como Sinistra negaba ligeramente, mirando para otro lado, como diciendo “Uno se lo dice y es lo primero que va y hace”
Snape se pasó una mano por la cara. Éste era uno de esos momentos en los que no conocía ni siquiera un poco a Harry. El chico tenía momentos en los que se contradecía a él mismo, aunque… si lo pensaba mejor, a él era al único que le había importado siempre mantener la relación en privado. Al menos la parte sexual, pero quizá a Harry le gustaran ese tipo de cosas. Sin embargo, si era así... ¿entonces por qué lo había negado antes? ¿Habría sido aquello parte de algún tipo de juego fetichista? Se le estaba partiendo la cabeza para comprender.
Volteó a ver a Harry. Ahora estaba comiendo tranquilamente, enfrascado en su conversación con Hermione. Todos parecían demasiado felices… ojala él fuera tan joven como ellos. Quizá así no le importaría que las relaciones intimas salieran de la recámara... pero no, ya habían pasado esos años para él y no sabía cómo entenderse con Harry sin sentirse egoísta.
Se giró sobre sus talones y caminó a las enormes puertas de roble del gran comedor, saliendo de ese lugar. No quería sentir todas esas miradas puestas en él, quería estar solo, en un lugar oscuro preferiblemente, así podría tranquilizar un poco su mente y pensar qué hacer, lo que fuera, ya que en ese momento no se le ocurría ninguna idea.
Necesitaba alejarse de ese lugar, de tantos chicos que parecía le estaban contagiando la… torpeza mental. Caminó pues a la oficina del Director, dirigiéndose a la chimenea. Pensaba que seguramente a Lucius no le importaría si la utilizaba de ida.
Cuando hubo estado ya en ese despacho, caminó directamente al hueco con cenizas y tomó un puñado de polvos flu. Se introdujo a la chimenea, las arrojó al suelo, y desapareció del castillo en una llamarada verde. Cerró los ojos un momento, para evitar el mareo y salió tranquilamente una vez llegó a su destino.
El lugar estaba a oscuras a esas horas, solo habían encendidas algunas lámparas por aquí y por allá, proyectando sombras a la mayor par de de las mesas del local. Algunos magos giraron la cabeza para mirar a Snape, el resto ni siquiera reaccionó, solo siguió conversando o dándole largos tragos a su bebida.
Era una noche como cualquier otra en el Caldero Chorreante. Snape sacudió las cenizas de su ropa y caminó hasta la barra. Había en ella un rincón disponible que lo tentaba demasiado. Se sentó allí y aguardó a que el tabernero llegara a él.
—¿Qué vas a tomar? —preguntó el hombre.
Snape se permitió un largo suspiro antes de contestar y al final dijo:
—Wisky… doble.