5. Y mientras el Verano llega...
Cuando llegaron a Narnia, el suspiro general de alivio fue casi audible. Casi.
Lebannen disimuladamente se deshizo de todos aquellos que querían darle una bienvenida más efusiva de lo que el caso merecía, y se fue prácticamente corriendo al final del puente. Bran lo siguió todo el tiempo.
Montaron en los caballos que tenían designados, y dejando el desembarco en manos de Hobber, tomaron las monturas que estaban dispuestos para ellos, y se dirigieron al sendero que conducía al castillo.
-¿Fue un buen viaje, mi señor?- pregunto el caballo, para sobresalto de Bran. Se regañó mentalmente, ya nada debería sorprenderle.
-Creo que más de uno me odió, si es que no los desquicié en el viaje de vuelta, Cleos.
El caballo soltó un berrido muy similar a una risotada.
-Oye, ¿podrías no tironearme tanto el cabello?, no es de utilería.- le reprochó la montura de Bran.
-Lo lamento- dijo con aprensión, aflojando el agarre.
Lebannen sonrió y negó con la cabeza. Como adoraba a ese hombre rezongón y malhumorado.
Galoparon en silencio el resto del camino, hasta que divisaron el castillo. Cleos, adivinando la ansiedad de su señor, apuró el paso, seguido de cerca por Myt, la montura de Bran.
Lebannen se bajó de un salto, pero para su compañero no fue tan fácil. El caballo no tenía montura, por lo que durante el camino se había sostenido solo con sus rodillas. Estaba algo entumecido y se sentía torpe, por lo que trató de buscar la mejor forma de bajarse sin quedar en ridículo. Pero no tuvo que pensar mucho.
-Deja que te ayude- dijo alguien a sus espaldas, y sintió como dos manos fuertes lo sujetaban de su cadera y lo deslizaban hacia abajo.
Lebannen se dio cuenta de la diferencia que existía entre ayudar a desmontar a una mujer de a un hombre, además de que los años no venían solos. Perdió el equilibrio, por lo que solo atinó a sujetar aquel cuerpo con fuerza contra el suyo, mientras Bran se agarraba de su cuello.
Cayeron al suelo con un ruido sordo, Bran encima de Lebannen, al cual no parecía incomodarle para nada la posición.
Y así quedaron, abrazados y mirándose de muy cerca.
Lebannen adoro esa mirada entre sorprendida y ofendida, que al parecer comenzaba a derretirse por otro sentimiento que no alcanzaba a dilucidar.
Bran se en un principio no quiso conectar con sus ojos. Se distrajo observando sus facciones, sus pequeñas arrugas, su barba de tres días. Quiso acercar una mano para comprobar si la textura de la piel bronceada era tan suave como se veía desde allí. Y entonces miro a sus ojos y se sintió perdido. Perdido por la adoración que estos desprendían, la intensidad de los sentimientos que trataban de taladrar todas sus defensas y dejarlo a su merced. Sintió las manos que rodeaban su cintura acariciar su espalda, y por primera vez en muchos años, se sintió deseado. Aquel hombre era mayor que él, era guapo a más no poder y por sobre todo era un rey. Y lo quería a él.
Aún mirándolo desde arriba, Bran inclino un poco más la cabeza para percibir mejor su aroma, y aunque su orgullo le recriminaba que estaba por caer en la trampa, por un momento dejo que las sensaciones placenteras lo dominaran. Con la nariz delineó la mandíbula del hombre, luego subió hasta sus mejillas y allí se quedó, nuevamente anclado por la mirada, esta vez nublada por el deseo. En ese segundo, las cosas para Bran encajaron y sus pies tocaron suelo, volviendo todo a la normalidad. Su normalidad. Así es como se sentía seguro, teniendo el control.
Hasta que fueron interrumpidos y toda la magia se fue al diablo.
-¡Mi señor!- gritó alguien a su espalda. Enseguida Bran volvió a la realidad y se levantó de un tirón.
-¿Qué sucede?- preguntó el rey irritado. Bran se atrevió a mirarlo a los ojos y vio allí una tormenta peligrosa.
-Oh, ¿interrumpo algo?- Klimt no dio tiempo a que le respondan- no sabe cómo nos complace su regreso, dice la reina que el banquete de bienvenida…
-Vale, ya vamos Klimt.- le dijo tratando de no sonar tan duro. Después de todo el muchacho no tenía la culpa. No del todo. O al menos eso pensaba él. – ¿Bran?- lo llamó cuando se dio cuenta de que lo no seguía.
-Acompañaré a Cleos y al otro a las caballerizas- dijo, ganándose un empujón con el hocico del “otro”- si no es mucho pedir, mi señor- añadió.
-Claro, no te demores.- dijo resignado el rey.
Klimt sonrió como si estuviese en la mañana de navidad, y se llevó al rey del brazo.
En la noche Bran puso atención en todos los movimientos del rey. Se maldijo por haber estado tan ciego y no haber visto por si mismo todo aquello que los marineros le confesaron esa tarde. Levanto la vista justo cuando el rey le ofrecía mas bebida. La rechazó lo más amablemente que pudo, pero no pudo evitar una sensación muy parecida al sonrojo cuando Tumnus le guiñó un ojo del otro lado de la mesa.
Vale, el rey estaba colado por él. ¿Qué esperaban que hiciera? El no se acostaba con desconocidos, no a menos que tuviera la certeza de que no lo volvería a ver. Lebannen sería un gran polvo, seguro, pero luego… ¿qué? No quería perder la posición de confianza que se había ganado entre el circulo interno del rey.
-¡Harry!- gritó un hombro desde la entrada del gran comedor.
-¡Jeren!- resonó el saludo del rey. Se levantó de un salto.
Ambos se encontraron a medio camino y se abrazaron. Las palmadas resonaron en la estancia, hasta que la gente que los acompañaba en la cena se levantó de golpe para ir a saludar al recién llegado.
-¡Pero miren nada más!, si fue solo ayer que ambas lloraban para que les prestara a Colmillo- se reía el hombre mientras las princesas gemelas se colgaban de sus hombros. No muy lejos de allí, un lobo blanco levantó las orejas al escucharse nombrado.
-Ven y comparte la mesa con nosotros, Jeren- invitó la reina.
-Mi señora, definitivamente usted debe ser el ama y señora del secreto de la belleza y juventud- alagó hincando una rodilla en el suelo, mientras besaba el dorso de su mano.
-Oh, vamos, déjate de tonterías que la comida se enfría- le dijo ruborizada.
Severus se conformó con su papel de segundo plano mientras bebía vino en su lugar. Observaba a ese hombre y se dio cuenta con disgusto que se parecía demasiado a ese insufrible Black. Se consoló con las diferencias físicas y el hecho de que el nombrado estuviese a años luz de ese planeta. Aunque por lo visto el rey le tenía mucho aprecio. Y había sido llamado “Harry”.
Tranquilo, hay miles de Harry´s en Inglaterra.
El resto de la cena giró en torno al recién llegado.
Luego de ser presentados, Jeren lanzó una mirada significativa a Lebannen, quien la esquivó y siguió como si nada. Bran se indignó, pero hizo de cuenta que no se había enterado de nada.
Hablaron sobre trivialidades y así Bran se enteró de que aquel hombre era un antiguo compañero de armas del rey, y un gran amigo de la familia. Por lo visto, vivía lejos de allí, y se desempeñaba como jefe de los Capas Rojas de su aldea.
Después de comer, Jeren y el rey se encaminaron a la sala en donde el rey solía relajarse luego del día, tomando alguna copa fuerte y si tenía suerte, hablando con Bran sobre trivialidades del día. Esta vez cambio de compañero, y eso disgustó muchísimo al Forastero. Ese era SU momento.
Se encamino hacia su habitación, aunque a mitad de camino le interceptaron las Princesas Gemelas, rogando que las acompañara hasta su alcoba. Bran no supo en qué momento las niñas habían interpretado que podían tomarse confianza tal que se podían sujetarse cada una de sus brazos y arrastrarlo por los pasillos, pero ninguna se amedrentaba con su mirada de hielo y se ceño fruncido. Puede que el hecho de que él no sintiera ninguna antipatía por las niñas jugara en su contra.
-Asique ése era Bran- sentenció Jaren, una vez acomodado en su butaca favorita de la habitación en donde estaban.
-¿Que te preció?- quiso saber Lebannen.
-Osco, huraño, y hasta diría que amargado si no lo hubiese pillado sonriendo cuando creía que nadie lo veía.
-Vale, puede que el tipo sea un poco agrio, pero es solo una fachada- confirmó con seguridad.
-No me digas que…-
-Si te digo- sonrió Lebannen- le eh seguido desde que llegó. Al principio para asegurarme de sus intensiones, luego por curiosidad, y ahora por cariño. Se levanta temprano, ya casi no tiene problemas para ponerse la ropa- Jaren levantó una ceja- ¡No es eso! Sus maldiciones se escuchan hasta del otro lado de la torre, aunque ni el mismo lo sepa. En fin, su rutina consiste en aprender. Absorbe todo lo que ve, pregunta y averigua discretamente. El hombre es sumamente sutil, suele colarse en todos lados, sin que nadie se dé cuenta. Incluso mis hombres han tenido problemas o lo perdieron de vista más de una vez cuando yo no podía hacerme cargo de la tarea – suspiró como si estuviese orgulloso de un hijo.
-Por tus cartas, me lo imaginaba un poco más en amigable con la vida- se burló el mayor.
-Aunque no lo demuestre, disfruta de pequeñas cosas, como ayudar desinteresadamente. Una vez lo seguí al pueblo, y aunque estoy seguro de que su intención era dar un paseo, terminó ayudando a un anciano a reparar su cerco. También proveyó de plantas útiles a una vieja comadrona, y ayudo al viejo Percibal a arreglar su techo cuando los vientos eran demasiado fuertes. El no dice nada, solo ayuda y se va. Incluso se metió entre los escombros para sacar a las niñas cuando sufrimos el atentado. A veces no lo entiendo, pero otras, lo miro a los ojos y veo el mundo más claro…
-¡Puag!, ¡no te pongas meloso hermanito!- se quejó Jaren. Ambos rieron divertidos.
>>Bueno, tendré que estudiarlo un poco más para saber si realmente es digno de ti. Ahora vamos a lo que realmente me trajo hasta aquí.- Ambos se pusieron serios de golpe.- Me llegó tu orden de revisar el Muro, y lo hice con toda la eficacia que mis hombres y yo poseemos. Nada se ah movido de lugar. Cada roca y cada arbusto permanece quieto, allí donde lo vimos por última vez. Lo cual me inquieta. Es el orden natural de las cosas moverse. Es como la calma antes de la tormenta…
-¿Cómo es posible?, hace unos días mi consejo de guerra me declaro sus sospechas por aquellos que habitan del otro lado, Mas allá del Sol. La reina ah sido invadida por el invierno en sus sueños, y eso me preocupa- dijo pensativo.
-Pero no es lo único- dijo Jaren, mirándolo a los ojos- hay algo más que no me estás diciendo- le reprochó.
Lebannen suspiró, se conocían demasiado bien, era imposible librarse de sus conjeturas.
-El primero fue en el castillo de Caspian- murmuró bajito- las pesadillas están volviendo, como antaño-. No subió el tono de voz, temía que decirlo en voz alta pudiese dar más veracidad a sus palabras.
-Cuéntame de que se trata- Jaren se inclinó mas sobre su butaca, que se encontraba justo en frente de la del rey, separados por una mesa bajita que sostenía sus copas de vino. Lebannen escuchó de fondo el crepitar de las llamas en la chimenea y el golpeteo de la lluvia contra la ventana.
-Es bastante confuso, pero sospecho que se basan en mi otra vida, en los pocos recuerdos que pude lograr mantener vivo, y todos los otros que creía haber podido enviar al olvido para no perder la cordura.
Hubo un momento de silencio tenso. Jaren nunca logró que su amigo de casi toda la vida, su compañero de batallas, pudiera contarle toda su historia. Solo sabía algunas partes, algo relacionado con una profecía, una responsabilidad muy grande y un sentimiento de culpa que solía acarrearle depresión. Le llamaba por el nombre que le dieron sus padres, Harry, porque no acostumbraba a llamar a las personas por su nombre de la Creación, lo ponía siempre incómodo. De todas formas, no solía insistir en el pasado, pero presentía que estaba por llegar una época de cambios para Narnia, solo rezaba para que no les arrebataran a su rey.
Al otro día la gente amaneció con muy buen humor, tener al rey de vuelta en sus tierras era motivo suficiente para sonreír tranquilos y cantar al son de su propia rutina.
Lebannen no se sintió con fuerzas esa mañana para desayunar con todos, en cambio decidió preparar los planos que le había proporcionado Jaren para el próximo viaje que estaba organizando.
-¿Lebannen?- escuchó la voz de la reina pidiendo permiso.
-Pasa Arha.
Enseguida apartó varios de los planos que estaban en la mesa y corrió la silla para que la reina se sentara.
-No te vimos en el desayuno, ya eh pedido que te lo traigan para aquí- dijo sin dejar ánimos para una réplica.
El rey solo le sonrió y perdió la vista por uno de los ventanales. Arah solo esperó, sabía que algo perturbaba al rey y estaba buscando la forma de decírselo.
Lebannen tenía el semblante taciturno y reflexivo. Hacia pocas semanas que había vuelto a recordar su pasado, aquel que creyó enterrado para siempre en las sombras de la culpabilidad e incertidumbre de haberse ido sin más un día, dejando la guerra en su mundo en manos de aquellos a los que consideraba su única familia.
-Arha… desde hace unos días…
-Dime- pidió curiosa. El rey solía ser cerrado, incluso con ella que hacía años se había autoproclamado hermana menor.
-Yo… desde hace unos días… siento…- se tocó el pecho, incapaz de describir la sensación que le embargaban los recuerdos de su vida pasada en Detrás de la Puerta, Londres.
-Creo que te entiendo- murmuró la chica al ver su expresión de desasosiego.- No sé que significará, espero que Aslan pueda saldar nuestras dudas lo antes posible.
Harry cabeceó en señal de estar de acuerdo, pero su mente volvía a estar atrapada en el torbellino de pensamientos que se arremolinaban entorno a él, impidiendo pensar de forma coherente.
Una niña de pelos castaños y voluminosos junto a un muchacho de cabellos como el fuego apareció sonriéndole en ese momento a través de sus párpados.
-Hermione y Ron…- susurró el Rey.
-¿Tus amigos de Detrás de la Puerta?
-Sí, creo que si… ellos son los que aparecen con más frecuencia, pero no logro entender lo que me dicen. También hay más personas, ¡pero no logro ver sus caras!
La frustración lo estaba carcomiendo, meso sus cabellos con frustración. ¡Si tan solo pudiera entender esos malditos sueños! Golpeó la mesa con los puños cerrados, sobresaltando a la reina.
-¡Lebannen de Narnia!- lo reprendió.
-Lo lamento- dijo suave.
Otro minuto de silencio, y esta vez Arha aprovechó para ojear los mapas.
-¿Te vas al Muro?
-Sí, pero no ahora, más adelante. Luego de darle su Nombre a Bran, cuando comience el Verano.
La reina asintió, no muy segura de estar a gusto con el asunto, pero aún faltan dos meses y medio para aquello, asique de momento lo dejó estar.
-¿Sabes?, creo que deberíamos encontrarle alguna actividad a Bran.- dijo cambiando de tema.
-¿Te refieres aparte del hecho que hace obras benéficas cuando nadie lo ve, mientras que cuando si lo hacen opone cara de “Odio la vida”?
Ninguno pudo evitar reírse con cariño de aquel hombre que se creía invisible en el castillo.
No tuvieron que esmerarse mucho, ya que el muchacho solito se encontró trabajo.
Un día, arto de las insinuaciones que escuchaba en los pasillos respecto a su falta de actividad, (comentario nacido de la envidia de ser uno de los del círculo del rey), cayó en una discusión afilada y despectiva, de esas que solo él es capaz, con un muchacho apenas unos años menor que él.
Bran, (al fin y al cabo se había terminado acostumbrando a su nuevo nombre), el rey de la ironía, había logrado tocar los nervios del joven fauno, haciendo que este lo retara en duelo.
El Rey, a quien no veía desde hacía varios días, justo pasaba por allí y se acercó para comprobar que nada se fuera de las manos.
-Athos, no puedes retar a alguien que carece del manejo de espada. No es justo de tu parte, resolvámoslo de otra manera.
Bran se sintió ofendido.
-Con todo respeto, Señor. No seré un gran maestro del asunto, pero estoy seguro de que puedo defenderme.- Y dicho eso, se encaminó a la sala de prácticas, sabiéndose seguido por los otros dos.
Había estado observando las prácticas de lucha con espada, y se dio cuenta de que de cierta forma se parecían a los duelos con varitas. Los movimientos fluidos, la distracción del oponente, los puntos débiles, el esquive…
El rey les prohibió utilizar espadas verdaderas, y bajo su vigilancia se vieron obligados a elegir sables de madera.
El muchacho hervía de rabia por no poder tener una batalla como correspondía, pero jamás se le ocurriría desafiar una orden del rey, mucho menos en su presencia. Bran sonreía presuntuoso, pegado de sí mismo, aunque no podía dejar de sentir la necesidad de impresionar al rey. Quería que se fijara en él, que lo observara en acción. No porque le interesara mucho su opinión, claro, solo que tenía una espinita clavada desde que había llegado su buen amigo al castillo, y él se sentía dejado de lado.
A partir de ese día se ganó un enemigo, y una profesión. Resulto que el Rey nunca había visto esos movimientos, y consideró adecuado incluirlos en la cuadrícula de enseñanza de Defensa Personal, y de paso le comento el asunto a su buen amigo Reepicheep, quien volvió loco a Bran durante días hasta que logro incluirlo entre sus filas de guerreros.
Todo era nuevo para él, jamás había entrenado para combates cuerpo a cuerpo. Al cabo de unos días, su cuerpo le pedía a gritos dormir una semana entera, pero no había indulgencia departe de la maldita rata.
Al cabo de dos meses de salir a correr antes de que despunte el sol, practicar con la espada hasta que se salieron ampollas en las manos, pelear con los puños y aprender a utilizar varias armas desconocidas; Bran fue consciente de los cambios que comenzaron a originarse en su cuerpo. Y estaba encantado. Nunca había tenido sus músculos tan tonificados, y había mejorado muchísimo su resistencia física. No que antes no la tuviera, pero había mejorado considerablemente.
Durante todo ese tiempo, fue consciente de la presencia del rey, que “casualmente” solía pasarse por los terrenos cada vez que a él le tocaba entrenamiento. Cuando levantaba la vista, lo encontraba mirando con poca discreción sus músculos generalmente expuestos. Si se veía descubierto, rápidamente retiraba la mirada sintiéndose indiscreto, hacía una reverencia y continuaba su camino. Bran se hinchaba de orgullo y excitación, obviamente siempre detrás de su máscara imperturbable.
Ya la primavera estaba por terminar su temporada cuando volvió a cruzar más de una palabra con él. Últimamente estaba muy enfrascado con sus asuntos de enemigos, del cual Bran estaba al día pero no participaba, dado que se esforzaba al máximo por dar su mejor rendimiento.
-Mi Señor- reverencio Bran en el pasillo cuando lo encontró. Extrañamente, se encontraban solos.
-Bran, que gusto verte.- dijo, mientras con sus ojos lo devoraba entero, dando a entender el doble sentido de sus palabras. El forastero sonrió de lado, pero no se atrevió a insinuarse. No por el momento. Después del viaje en barco decidió que a ese juego podían jugar los dos.
-Lo mismo digo mi señor. Mis compañeros extrañan su compañía en los entrenamientos.
-Ya sabes, la Primavera atrae muchos asuntos con ella, aunque no tanto como el insufrible invierno. Me veo obligado a atender muchos asuntos. Aunque mi mente prefiera otros.
-Una lástima en verdad, a mi me encanta el invierno. Sobre todo en la cama.- Ahí va, se reprendió mentalmente. Es que era difícil no caer en el juego de miraditas y sonrisas al que lo sometía el rey.
-En la cama, claro. Aunque yo la prefiero siempre y cuando tenga un buen par de piernas para enredarme.
-Por supuesto, un buen par de piernas musculosas y fuertes para enredarse, y un buen culo respingó para enterrarse. Gracias por la idea, Majestad.
Y con ese juego de palabras se despidieron, cada uno con una sonrisa incitadora, pero sin atreverse a ir más allá. Lo que no se dijeron, fue la solución para aliviar la tensión que se comenzaba a acumular en sus partes bajas, rogando por compañía inmediata.
No pasó mucho tiempo para que lo ascendieran a Maestro en Luchas. Con él, eran tres con el título. Bran no podía negar que estaba disfrutando de su trabajo. El suyo era uno de los pocos remunerados con dinero, ya que era una de las formas que el rey había implementado para que el oro que llegaba al castillo volviera a los ciudadanos. No cobraban mucho, pero teniendo asilo en el castillo, tampoco eran muchas sus necesidades. Aunque la satisfacción de saberse nuevamente autosustentable no se la quitaba nadie.
Se repartían a los alumnos de forma equitativa, y por lo general eran fijos de cada profesor, muy pocas veces rotaban. Por eso le extrañó verlo aparecer en sus horas.
-Joven Príncipe.- Reverencio primero, secundado de sus alumnos.
-Bran, chicos- saludo de mal humor.- Maestro, ¿puedo tomar clases con usted?
-Será un honor para mí, mi señor. ¿Puedo preguntar el motivo?- Bran no tenía un pelo de tonto, no por nada había dado clases por los últimos 15 años en Hogwarts.
-Bueno…- se removió incómodo el príncipe.- Un pequeño… mal entendido.
Bran lo miró atentamente, aumentando el nerviosismo del joven, que sin embargo no dejó de mirarlo a los ojos, con la expresión más estoica que fue capaz de conseguir. El pobre no sabía que sus ojos eran un libro abierto para el Maestro, tan parecidos a los de su padre…
-Disculpe Maestro- hablando de roma…
Todos los alumnos hincaron una rodilla en el suelo. Bran en cambio solo se inclinó, tal y como hizo con su hijo. Estaban en su territorio, allí, en sus clases, él era la autoridad. Y al rey no parecía importarle en absoluto.
-Liam, sal un momento por favor.
Algo habrá hecho, pensó el Maestro con curiosidad, viendo el intercambio severo entre padre e hijo.
Minutos después, mientras Bran repasaba el ejercicio de sus alumnos mientras estos luchaban unos contra otros, el Rey se le acercó.
-Lamento interrumpirte, Bran, pero me temo que tengo que pedirte un favor.
-Lo que necesite, mi señor.- a ninguno se le escapó el doble sentido, ya llevaban dos meses de práctica.
-Se trata de mi hijo- aclaró, y el forastero volvió a ponerse serio.-Necesito que lo instruyas de forma particular, como medida de castigo. No podrá gozar del beneficio de la compañía de los demás aprendices al menos por lo que queda de este esta estación y la siguiente.- Ya está por comenzar el Verano, pensó en su fuero interno.
-Claro señor- dijo, aunque dudó si preguntar lo siguiente- ¿puedo saber el motivo?- la curiosidad pudo más.
-Al parecer el chico está con el ego en el cielo- dijo con un suspiro- desafía las órdenes de sus profesores y arriesga a los demás aprendices con sus alocadas ideas.- Se frotó la cara con algo parecido a la desesperación- es mi heredero Bran, no pudo permitir que siga creyendo que las batallas son un juego.
Severus asintió conforme.
-Si lo que busca es severidad, entonces está con el indicado.
-Lo sé, eh recibido muchas quejas sobre sus clases, y de sus comentarios sarcásticos- dijo con una sonrisa. Bran no se sorprendió.
-No pretendo que los cerebros limitados entiendan mi sentido del humor- dijo despectivo, pero al rey le dio gracia.
-Ya, no seas tan duro con ellos. O con la mayoría de ellos- le pidió con una sonrisa.
-Mi señor, yo no le digo como reinar, usted no me diga cómo enseñar.
Lebannen levantó ambas manos en señal de rendición, y con esa postura y una sonrisa se dirigió a la puerta.
-Sólo no los mates, por favor- dijo desde allí, haciendo que varias alumnos levantaran la vista temerosos.
-Haré lo posible- murmuró en respuesta a la figura que se alejaba.
Las clases con el Príncipe Heredero comenzaron esa misma noche. El joven tenía habilidad, Bran lo reconocía, pero la arrogancia de sentirse invencible lo convertía en un blanco predecible.
-Muerto.- le dijo Severus por quinta vez en la noche, mientras se escuchaba el estrépito de la espada de madera caer al suelo.
-Vale, ya entendí.-Dijo Liam mientras empujaba de mala gana la punta de espada que se clavaba en su cuello. Gracias al cielo también era de madera.
-No siempre lo será.
-¿Qué cosa?- pregunto el príncipe sorprendido.
-La espada. En el campo de batalla no será de madera. En una batalla real, tú estarás muerto, y tus hombres contigo.
Liam resopló molesto. Odiaba a ese hombre, odiaba su sonrisa burlona cada vez que lograba vencerlo.
Quejarse con su padre no servía de nada, éste estaba convencido de que Bran era justo lo que el chico necesitaba, y aunque Liam lo odiaba, no podía dejar de admirar la fuerza y calidad de sus enseñanzas. Aprendió que por su padre no iba a conseguir nada, asique se dispuso a fastidiar a su maestro. Aquello sirvió menos que la primera táctica, el hombre estaba hecho de hierro forjado.
Ya rendido, se dispuso a aprender, y tarde se dio cuenta de que tal vez tendría que haber sido esa su primera opción. No solo encontró en Bran a un hombre dispuesto a ayudarlo aunque lo disimule, sino también a alguien de confianza y muy dado a la discreción. Comprendió el porqué del encaprichamiento de su padre por él, y se alegró de que lo hubiese elegido. Aunque nunca se lo dijo, claro.
En cambio, se dedicó a reírse en privado por la actitud de los dos hombres cuando estaban juntos, parecían adolescentes en pleno cortejo. Su padre solía llevarse a los hombres a su cama con mucha menos planeación, pero parecía que con Bran iba enserio, realmente quería conquistarlo. Y Laim se alegró, comenzaba a ver a ese forastero como a un amigo.