El Hijo de las Profecías.Género: Romance/Aventura
Clasificación: NC/17
Advertencias: Chan=Adulto/Menor - Au/Universo Alterno
¿Completa?: No
Croosver Narnia(Solo el mundo y algunos Narnianos)/Harry Potter.
1 Detrás de la PuertaSeverus Snape estaba teniendo un ml día. Definitivamente malo.
-Pasa- dijo la voz del director a través de la puerta de su despacho.
Severus entro con toda la dignidad posible, a pesar que el dolor de las cruciatus aún provocaba espasmos en sus extremidades. Sentía que en cualquier momento sus fuerzas cederían. Rogaba no tener público cuando eso sucediera.
-Has ido a que Poppy te revise?- preguntó el Director, preocupado por el charco de sangre que comenzaba a formarse debajo de la mano del hombre.
-No, Albus, y preferiría no tener que hacerlo, soy capaz de curarme yo mismo. Solo quiero terminar con esto rápido.
-Bien, bien mi muchacho- suspiró el mayor, consciente de que no iba a lograr nada.- Dime qué fue lo que sucedió.
-El Señor Oscuro logró dar con los hechizos de localización y destrucción del hogar donde tiene a Potter escondido.- dijo presuroso, cuanto antes terminara, más rápido podría dirigirse a sus aposentos. La mirada del director se pasó de ser preocupada a estar extremadamente alarmada, pero no interrumpió.- No pude hacer nada por impedir su súbito deseo de invadir en ese momento. No tenía forma de comunicarle a la Orden de sus acciones, asique me hice cargo del grupo que secuestraría a Potter, con el fin de hacer algo por él.- Suspiró.- No sé lo que sucedió Albus, vimos como el chico se dirigía al galpón de la casa de los Dursley. En cuestión de segundos estuvimos allí, pero no había rastro del chico. No pudo utilizar la aparición, de eso estoy seguro, las barreras son muy poderosas, incluso nosotros tuvimos que llegar andando hasta la casa.
-Entonces, ¿Harry está a salvo?- pregunto con miedo de recibir una negación.
-Te repito- dijo con voz amenazante- que no sé qué pasó, Albus. Lo vi entrar allí, con mis propios ojos, pero cuando nosotros entramos tras él, ya no estaba. Fue cuestión de segundos…
-¿Hace cuanto de esto?-
-20 minutos. Los suficientes para aparecerme frente al Lord, admitir mi fracaso y que me torturara a gusto. Por suerte solo fueron 15 minutos, me preocupa el hecho de que estuviese apurado por algo.
-Ya nos enteraremos de ello más tarde, Severus. Ve a atenderte tus heridas por favor.
Con una leve inclinación, Severus salió lo más rápido que su dignidad le permitió.
No entendía que había sucedido con el mocoso, y eso lo podía de pésimo humor. Nadie podía desaparecer de la nada, incluso los magos tenían explicaciones para ello, pero la nada no era una de ellas. Una vez en sus aposentos tiró su varita con desgana sobre la mesa principal, abrió su boticario para proveerse de calmantes. Eligio con cuidado cada uno de ellos, a conciencia de sus efectos. Estuvo a punto de llevarse a la boca el primero cuando distinguió una puerta, que podía jurar, la noche anterior no estaba allí.
Se acercó curioso, pero no con temor. Nada que provenía de Howarts podría jamás atemorizarle, no por nada era su hogar.
En cuanto tocó el picaporte, supo que había algo raro allí. Empujó la puerta hacia adentro, y lo siguiente que supo fue que al menos tres lanzas lo apuntaban amenazadoramente. Escuchó voces, pero le era imposible entenderlas. Un zumbido agudo se apoderó de sus sentidos y ya no supo mas nada.
_____________________________
-Mi Señor, ¿hay algo que le inquiete?- preguntó Reepicheep.
-Porque lo preguntas, viejo amigo?- preguntó el hombre sorprendido.
-Lleva varios minutos en la misma página de su libro señor.
Harry arrugó el entrecejo mientras se daba cuenta de que tenía razón, aunque agradecía que no hubiese comentado el hecho de que el libro se encontraba al revés.
-Reep, sabes que puedes llamarme por mi nombre, sin títulos.
-A veces olvido semejante honor.
El rey suspiró resignado.
- Ve a registrar que este todo listo para el equinoccio de Primavera, mi fiel Servidor.- pronunció las últimas palabras con un leve signo de ironía mientras sus ojos se iluminaban divertidos.
Reepicheep le dedicó una sonrisa traviesa, saltó de la mesa al suelo y se inclinó en una profunda reverencia, a sabiendas que el rey no disfrutaba de ellas.
-Y no olvides nuestra cita de cada noche, pequeño bribón, recuérdaselo a Mr. Tumnus y Castor.
-¡Entendido!- Y desapareció tras la puerta mil veces más grande que él.
Cada año, ese día, se reunía con sus más fieles confidentes para tener una pequeña aventura juntos. Buscar al Ciervo Plateado. Desde hacía años que ninguno faltaba a la cita de medianoche, pero la costumbre de recordárselo al pequeño roedor perseveró en sus palabra de despedida.
Con un suspiro, Harry se permitió volver a sus cavilaciones respecto a la vida que ahora tenía, y los años que apenas recordaba en su cansada memoria.
Una corriente de magia atravesó sus músculos, llegando hasta sus manos. Otra vez tenía esa sensación, esa necesidad de empuñar algo y drenar su energía por allí. No sabía exactamente qué, y le corroía por dentro el no poder recordarlo.
Sabía que existía una parte de su vida que ya no recordaba. Por más que hurgara en su memoria, había lagunas que le provocaban dolores de cabeza y confusas sensaciones, que prefería evitar. Y así, con el paso de los años, había evitado el ejercicio al punto de ya no recordar más allá de fantasmas y voces borrosas. Flexionó los dedos, tronando los huesos intentando alejar el malestar.
-¿Lebannen?- una voz femenina lo sacó de sus cavilaciones.
-Adelante, Arha- respondió. La mujer supo que estaba perdonada por la interrupción y entro al Salón de Juntas donde el hombre terminaba de planear unos detalles.
El Rey alzó la vista hacia ella y le dirigió una ligera reverencia. Sabían que entre ellos no era necesaria cuando estaban solos, pero era una simple muestra de respeto y cariño a la que se habían acostumbrado. Se levantó de su silla y le acomodó otra a ella.
-Estoy a punto de enloquecer- admitió. Lebannen se preparó para lo que ya presagiaba como un listado no muy corto de problemas- El solsticio comenzará en unas horas, pero los Arboles del Este aún no han podido llegar; las sirenas del Mar del Poniente dicen que no pueden presentarse porque las aguas de aquí no combinan con su colas- en este punto giró los ojos al cielo, sacando una sonrisa al Rey- y los Trolls tiene problemas para moverse sin romper nada. Demás está decir que las telmarinas están despotricando a los cuatro vientos por tener que rehacer varias de sus decoraciones a último momento.- la mujer prácticamente se desplomo en la silla.
-Todos los años lo mismo…- susurró. Ya llevaban 23 años celebrando las Festividades, y no podía recordar ninguno de ellos en donde la Reina no haya tenido jaqueca. Dejo el tema de lado y quiso compartir un poco de sus turbaciones del momento- Sabes?, últimamente eh estado pensando…
-¿En el enfrentamiento con Fimbar?- preguntó haciendo una mueca de descontento.- Mi Señor, no lo pienses más, yo fui quien impuso el castigo, es sobre mi conciencia que debe caer la culpabilidad de todo lo sucedido.
Ambos guardaron silencio ante el recuerdo, si bien no era eso a lo que Harry se quería referir, también era uno de sus temas de preocupación.
-Reina Lily, creí que estábamos de acuerdo en que ninguno obraba por cuenta propia en los casos graves. Aunque la sentencia haya sido anunciada por tus labios, fue decisión de ambos que se aprobara.
La mujer bajó la mirada que comenzaba a empañarse en lágrimas, mientras unas nubes se arremolinaban tapando el sol. Nunca en Narnia hubo tantos días de lluvia seguidos como en esa época. La tristeza de la Reina era palpable, así como la furia del Rey cada vez que los truenos partían el cielo en miles de pedazos. Por suerte estos días escaseaban.
-¡Arriba el ánimo mujer!. Hoy es un día de fiesta, los Narnianos y el sol se merecen disfrutarlo.- dicho esto, se levanto con agilidad impropia de un hombre de su edad, rejuvenecido por los ánimos que intentaba convencerse, sí tenía. Envolvió suavemente con sus manos el rostro de la reina y enjuagó sus lágrimas con los pulgares
-Permiso- se escuchó la desde la puerta entreabierta.
-Pasa cariño.- permitió la Reina.
-Madre, ¿estás bien?- preguntó con preocupación el joven. Ante ellos se erguía su primogénito, un hombre de 20 años, con el cabello negro y revuelto por los risos descontrolados, con la mirada verde penetrante.
-Claro que sí, Harry. Solo recordaba cosas desagradables.- Lebannen tomó la mano de la que fuera su mujer hacía 15 años para reconfortarla.
-Sabes que mamá es un poco emotiva.- dijo con burla para aligerar el ambiente, sacando una sonrisa a su hijo y una mirada de reproche de la Reina.
Harry miró con calidez las manos de sus padres entrelazadas. Sabía que ya no se amaban con la fuerza de los amantes, pero la cantidad de sucesos que habían vivido juntos hacía de ellos unos compañeros inseparables, unidos por la fuerza del cariño y respeto que se tiene entre familiares. Claro que en secreto, Harry no dejaba de soñar con la minúscula posibilidad de que su madre vuelva a amar a su padre, y su padre vuelva a… desear a las mujeres. Aunque no podía quejarse, él mismo jugaba para el mismo carril.
- Bueno, creo que tengo que ir a consolar a unas guapas sirenitas, ¿no?-
- Me haría un gran favor, mi señor.- dijo ella, tomando aire y sacando una sonrisa convincente. Las nubes afuera comenzaron a despejarse, y casi pudieron escuchar los suspiros de alivio de los narnianos.
-Mi señora.- dijo él mientras le hacía una reverencia y se acercó a la puerta.- Aihal-, le dijo en voz baja, sabía que su hijo aún se sentía incómodo con su nombre verdadero.- ¿Tus hermanas?.
-Están con las hilanderas, padre. Anduvieron de aquí para allá causando estragos mientras intentaban ayudar, hasta que a una de las dríades se le ocurrió ponerlas a desenredar hilos. A sido una gran idea, llevan horas allí sentadas, bastante concentradas.- dijo con diversión en los ojos.
El Rey soltó una carcajada y palmeó el hombro de su hijo mayor mientras compartían una mirada cómplice.
-Sí que ha sido una muy buena idea - suspiró-. La hora se aproxima, ve a alistarte, Príncipe Heredero.- Harry casi se derrite de la felicidad al ver los ojos cargados de orgullo de su padre.
Se despidieron con un cabeceo cortés, y el Rey se dirigió a la salida a cumplir con lo prometido a la reina.
Al llegar afuera se detuvo unos instantes para observar Cair Paravel. El hermoso castillo era glorioso, no solo por su arquitectura exquisita, sino por la cantidad de vida que emanaba. De él entraba y salían todo tipo de seres, siempre bien recibidos como si fuese su casa, ya que ese era el deseo de los reyes reinantes. Arha La Intrépida, Sabia y Valiente. Lebannen, El Justo y Magnífico. No había quién en el reino que no supiera lo incómodos que ponían a los reyes recibir tales apelativos, y sin embargo no podían dejar de colorear sus historias con las más magnificas descripciones sobre ellos.
Hacía 25 años que habían llegado a tierra Narniana, siendo muy jóvenes, aunque no inexpertos respecto a la vida y el peligro. Cada uno tenía su historia que contar, y así lo habían hecho una vez, para no repetirla dos.
Una vez que exiliaron al Invierno Eterno tras una guerra cruda, comenzaron a construir el país que hoy reinaban. Las tierras eran extensas, y sus habitantes felices. Nada satisfacía más a los reyes.
Hubo un tiempo en que ambos estuvieron juntos porque les pareció era lo que se esperaba, lo normal. Su relación no duró más de 6 años, cuando ambos se dieron cuenta de que intimar no les satisfacía, por el contrario, les generaba situaciones incómodas. Con una sonrisa, el rey recordó con agradecimiento el día en que la reina se había puesto firme, le plantó cara y dijo a bocajarro lo que ambos pensaban desde el principio. “Esto no funciona. Somos un asco como pareja. Hasta acá llegamos.” Con una sonrisa, agradeció una vez más la elocuencia de su ex esposa, que aunque le había dado tres hijos maravillosos, no era su pareja predestinada.
Volvió al presente y aspiró el aroma de las plantas que se arreglaban en el jardín unas a otras, ayudadas por los Espíritus del Aire y el Agua.
Todos los solsticios eran fechas a festejar, se reunían para los ritos que Aslan les habían enseñado para agradecer como era debido a las deidades que propiciaban el clima de cada estación, despedir a quienes irían a dormir por un tiempo y recibir y alumbrar a aquellas que comenzaban su reinado. Pero había uno en especial al que todos amaban llegar cada año. El Solsticio de Primavera no solo los bendecía con nuevos nacimientos y el despertar del sol, sino que era aquel día en donde los Años de Luz habían comenzado a contarse cuando Lebannen el Magnífico había derrocado al Eterno Invierno y su emperatriz.
Lebannen tenía esos días difusos en su memoria, recordaba la tensión y preocupación por salvarlos a todos, y a la vez no saber qué hacer por cumplir con la profecía que le había sido designada. Recordaba que en su otra vida, Detrás de la Puerta, también había lidiado con algo parecido, pero allí contaba con gente que lo apoyara, un conocimiento básico de su situación y lo más importante, Poder. Aquí, cuando llegó, era solo un Hijo de Adán en medio de seres con miedo y oprimidos, no sabía a lo que se enfrentaba.
Hasta que conoció a Aslan. Un Dios con forma de león, imponente y sabio. Aprendió el arte de la Palabra, manejó la espada y a un ejército. No existía ser en Narnia más poderos que él, aunque la Reina lo seguía de cerca.
-Buenos días, amado Rey- corearon un grupo de jovencitas veinteañeras que, a juzgar por las telas que llevaban en sus brazos, se hacían cargo de alguna parte de la comitiva de decoración. Lebannen les dirigió una sonrisa y una reverencia propia en presencia de una dama, logrando que las mujeres se sonrojaran y rieran nerviosas mientras apresuraban el ascenso por las largas escaleras de entrada.
El Rey sonrió y negó con la cabeza, a sus 42 años, aún le sorprendía generar tales reacciones en las muchachitas. Aunque no le importaba crearlas en los muchachitos…
Ninguno de los reyes tenía pareja fija, realmente no sabía por qué la reina no tenía a nadie, pero sospechaba que la causa sería parecida. A pesar de haber vivido la mayor parte de su vida en esas tierras, había algo que los turbaba, un presentimiento de que en cualquier momento de un plumazo todo desaparecería, que despertaría de un largo sueño. La sensación les dejaba un desasosiego que les prendía una alarmita de sensatez cada vez que iba más allá con sus amantes. Porque claro que los había. Ambos eran sumamente discretos respecto a sus affaires, aunque por lo general, con la presión de criar a sus hijos adolescentes y llevar adelante un reino entero, con más de miles y miles de habitantes, no siempre era algo que desearan hacer al terminar el día. Una cama cómoda y mullida era mucho más apetecible. Pero eran humanos y la naturaleza llamaba, de vez en cuando.
La llegada de los Telmarinos, unos cuatro después de su victoria contra la Bruja Blanca, había supuesto en gran alivio en ese ámbito para ambos cuando su relación se vio formalmente terminada. Desde entonces, se habían satisfecho por sus propios medios, y luego encontrado alivio entre algún que otro mercader elegido de forma minuciosa.
Tomó aire y bajo lo que quedaba de las escaleras. Si no se ponía ya mismo a solucionar los dolores de cabeza de la Reina, mas tarde le caería una buena.
_____________________________
A la hora del crepúsculo, todo estaba listo y en su sitio. Todos los congregados estaban vestidos para la ocasión. Rodeando la mesa de piedra, con los reyes en medio, la ceremonia comenzó.
Nadie, por mas que tratara, era capaz de recrear con palabras el momento. La magia cimbraba en sus oídos, los envolvía en un cálido manto haciéndolos sentir protegidos, amados. Nadie sabía exactamente de donde provenía. Estaban los que decían que era el poder del rey, otros que era el amor de la madre tierra. Los más audaces juraban quera el canto de Aslan. Los mayores, habiendo pasado por el ritual muchas veces ya, sabían que era una combinación de los tres.
-Hoy, volvemos a celebrar un este hermoso día de Primavera.- Comenzó el Rey con voz profunda y calmada. Todos guardaron silencio escuchando con atención.- Hoy, hace ya 25 años, el Invierno se convirtió en una estación mas, repartiendo con el Sol la mitad de su reinado. Hoy, la Palabra prevaleció sobre el silencio del frío.
Se escuchó un murmullo quedo de satisfacción. Lebannen aguardó a que la emoción pasara.
-La Palabra, el Lenguaje Verdadero. Es una bendición que Aslan nos proveyó para vencer y recuperar la libertad, y es mi deber inculcarla en aquellos que presenten el don de poder manejarla. Sabemos, que con el habla Verdadera se puede conseguir el poder absoluto, nadie se puede negar a una orden cuando es proclamado con el Nombre Verdadero. No solo cada uno de ustedes lo poseen, también lo tiene las rocas, el águila, el agua y los cencerros.
>>Se requiere fuerza y destreza para manejarla, pero también una mente abierta para entenderla.
>>Un día como hoy, es propicio para aquellos que alcanzaron la mayoría de edad, sepan cual es su Nombre Verdadero. Jóvenes- dijo dirigiéndose a un grupo apartado, ansioso por convertirse en verdaderos adultos - lo que les revelaré en privado debe conservarse en secreto. No se sabe cuando se encontrarán con alguien con más fuerza que las de ustedes, con ganas de producir daño. Solo revelen su Nombre a aquellos que le sean de suma confianza, nadie tiene derecho a ofenderse por no ser merecedor de ella.- esta vez miró a los padre y familiares con clara señal de advertencia.
-¿Que pasa con los conjuros, mi señor?- pregunto un joven valiente.- Una vez que tengamos nuestros Nombres, ¿podremos usarlos?.
-No, mi querido Lennis.- el Rey conocía a todos sus narnianos, pero el chico no pudo evitar sonrojarse.- Los conjuros son parte de un arte peligrosa, y solo los dotados para utilizar el Habla podrán aprenderlo. No es algo común, pero sucede. Las personas dotadas son llamados Hechiceros, y son seres poderosos, capaz de intervenir en el equilibrio. Podrán llamar al halcón para que baje del árbol, calmar la lluvia con un susurro de palabras, amainar el fuego con una simple orden. Todo, utilizando el Habla. Pero deberán ser adiestrados con dureza, ya que una simple Palabra pondría a nuestro mundo, a nuestro amado Equilibrio, en caos total.
>>Aquel que de buena fe intente calmar una tormenta, enviándola lejos, estará desatando una catástrofe en donde sea que caiga esa tormenta. Deben aprender a respetar la naturaleza y sus caprichos, deben tener la fortaleza de dejarla ser y no intervenir.
El discurso siguió durante unos minutos más, y aunque el rey se hubiese querido extender un poco más, fue consciente de las miradas nerviosas y los movimientos inquietos de los jóvenes impacientes que iban a ser Nombrados esa tarde.
La multitud bajó en silencio, degustándose con la sensación del alma llena. Los reyes iban mesclados entre ellos, asintiendo a las palabras murmuradas de los que se iban recuperado. Si alguien ajeno a ellos los hubiese observado, habría visto a un montón de criaturas bajar en manada hacia los terrenos del castillo. Nadie podría jamás decir que entre ellos marchaban la gente común, mezclados con los más guerreros valientes, miembros del Consejo, los jefes de cada clan y los Grandes Reyes.
La reina y los príncipes escoltaron a la multitud devuelta para los terrenos, mientras que el Rey dirigía a los menores a la orilla del lago. A lo lejos, los padres observaban como, uno a uno, sus hijos con la edad adecuada, se internaban en las orillas poco profundas del lago para recibir su Nombre.
-Alistar, llamado así por tus padres. Amún, llamado así por la Creación.- le susurró al oído el Rey, y el joven pudo sentir como la fuerza vibraba en su interior, reconociendo el poder sobre sí mismo que ahora en más poseería.
Los minutos pasaron y la fila se achicaba. Varios de los que ya recibieron su verdadero Nombre, se dedicaban a contemplar con verdadera devoción a los Reyes. Ambos utilizaban sus verdaderos Nombres de forma abierta. No había nadie en el reino que los desconociera, y eso hacía que la admiración aumentara.
-Alondra, llamada así por tus padres. Kastrin, llamada así por la Creación.
Poco después, todos se dirigieron a la Gran Sala de los Tronos. Todos estaban vestidos para la ocasión. Los reyes se postraron frete a sus tronos, reverenciando la carga y significado que el poseerlos les acarreaba.
Los cantos resonaron en el lugar, haciéndose eco entre las paredes. Las plegarias fueron alzadas y escuchadas. Todos estaban exultantes, emocionados por ese nuevo año que comenzaba.
Como cada primavera, el Rey fue el encargado de encender las 4 antorchas que velaban por los cuatro puntos cardinales de Narnia.
La Reina repartió entre los presentes agua pura, extraída de la Fuente de Lágrimas de Aslan.
Mientras el crepúsculo caía, un coro de voces se alzó melodioso, llenando de regocijo a los presentes.
_____________________________
Esa tarde los festejos fueron increíbles, como siempre. Los reyes desde sus tronos se deleitaron con las hermosas artes de cada casa una de las razas que convivían en su reino. Las hadas se pusieron de acuerdo con las elfas y unieron sus danzas y músicas, creando algo nuevo y único. Los centauros hicieron gala de sus conocimientos creando un micro espacio en donde profetizaron los grandes cambios de ese año. Como siempre, las palabras enredadas y llenas de formulismos inconexos, hicieron que los Reyes tuvieran gran dificultad en seguirles el hilo. Todos rieron cuando, en medio de un silencio, el hijo de un enano preguntó: “papá, qué idioma es ese?”. Por suerte, los centauros no se ofendieron, por el contrario, se ofrecieron a adiestrar al niño si le interesaba su arte. Ambos reyes dejaron escapar un suspiro de alivio.
Reepicheep hizo un sorprendente despliegue de su ejército variopinto, no solo estaba formado por los machos de su raza, había varios hombres y algunas mujeres con arcos de otras también. Harry distinguió al hijo menor de Tumnus entre ellos, y no se le pasó desapercibido el brillo de orgullo de su padre. Jamás lo admitiría, menos aún estando en época de paz, pero el hecho de saber que había una cierta cifra de su población entrenados para proteger el país con destreza, le provocaba un gran alivio.
Los despliegues de habilidades se sucedieron, y los Reyes aplaudieron y felicitaron encantados a todos, amaban a su pueblo, y era tangible que eran correspondidos.
Cuando la ceremonia formal dio su toque final, el rey los invito a todos a la segunda parte de los festejos que se celebrarían en los terrenos expuestos del castillo, bajo el cielo abierto.
Cuando llegó el momento del baile, todos animaron al Rey, con silbidos y carcajadas. No por nada cuando alguien decía: “bailo pésimo”, alguien respondía “alégrate que no tanto como el rey”.
Comenzó a sonar “Queen for a day”* (https://www.youtube.com/watch?v=mt9GmdJNCNM), y Lebannen supo que estaba en problemas. Miró con el entrecejo fruncido a la Reina, que le respondió con una sonrisa brillante. Ésa era su canción, y nadie podía negarse a bailarla.
El Rey supo que era suficiente por una noche cuando ya había bailado con más de media docena de jovencitas medio ebrias. Prefería que su hijo se encargara del resto, la tarea no parecía disgustarle en absoluto. Se dirigió hacia su mesa para tomar otra copa de vino. Diviso a la Reina sentada entre un montón de niños, y no tan niños, congregados a su alrededor. Cuando vio a los faunos y minotauros hincharse con orgullo supo exactamente qué historia les contaba.
Miró a todos con regocijo, la luna los bendecía esa noche con un resplandor etéreo, haciendo de todo un cuadro festival, en donde los Narnianos y Telmarinos de distintas comunidades del país, se reencontraban, conversaban, reían y bailaban sin la sombra de la preocupación. Esa gente había sobrevivido a dos crudas guerras, primero contra el Eterno Invierno, y luego con el intento de invasión de Telmar. Se merecían ese día, y la vida despreocupada que llevaban.
-Mi señor, me temo que se requiere su presencia en los lindes oeste.- susurró Reepicheep. Harry no lo había oído acercarse al trono, por lo que inmediatamente se puso alerta, la seriedad en las facciones del roedor decían que no se trataba de algún narniano con algunas copas demás.
Salieron con sigilo de la fiesta, el rey intento ablandar su semblante preocupado cuando cruzo miradas con la reina a lo lejos. Se internaron entre los árboles, quienes cerraron filas a su alrededor eclipsando la vista de cualquier curioso que pudiera aparecer.
Pronto llegaron hasta un claro del bosque en donde estaban congregados varios centauros con sus armas apuntando a un bulto oscuro tendido en la tierra.
-Mi señor, este forastero no tiene pase, ni siquiera viste como los Telmarinos. No nos quiere decir su nombre tampoco. Nos pareció sospechoso.- dijo el Maestro del Viento, uno de los hechiceros que daban clases en la escuela que había organizado la Reina muchos años atrás.
Lebannen asintió conforme con el informe prestado y se dirigió al extraño que comenzaba a enderezarse. Se dio cuenta de que ya estaba sujeto a un hechizo de atadura, por lo que no se molestó en lanzarlo él.
-¿Quién eres, y qué haces fisgoneando en mis tierras?- la voz autoritaria del Rey fue lo suficientemente perturbable para que el hombre por fin se dignara a levantar la cabeza y observar a su interlocutor. Lebannen se quedó de piedra. Conocía a ese hombre, lo había visto antes… solo que no recordaba en dónde.