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| El Demonio de Edén | |
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Sol Aprendiz de vuelo
Cantidad de envíos : 282 Fecha de nacimiento : 19/01/1982 Edad : 42 Localización : Santiago de Chile Galeones Snarry : 17926 Fecha de inscripción : 16/02/2009
| Tema: El Demonio de Edén Vie Nov 25, 2011 5:52 pm | |
| Título: El demonio de Edén
Genero: Misterio, romance
Disclaimer: Los personajes no me pertenecen, son de propiedad de J.K. Rowling, sólo los tomo prestados para divertirme con ellos. No percibo ningún beneficio económico.
Advertencia: AU. Slash.
Capítulo 1. Secretos
El crepúsculo matutino coloreaba el horizonte. El aire era frío y prístino. Sin embargo no era extraño en aquellos parajes de las tierras altas. La superficie del mar, azul oscura, iba surgiendo de entre las sombras de la noche y, parecía esperar el primer rayo de sol para cabrillear con alegría. De la bahía cubierta de bruma venía un viento, solo el incesante rumor de las olas turbaba la calma de ese amanecer. Aquel pueblo perdido en la costa escocesa era un buen refugio, nadie jamás le encontraría ahí. Sabía que había emprendido la huida de un modo cobarde, pero es que tras la revelación que le hiciera su padrino no se había sentido capaz de enfrentar otra vez al muchacho rubio con el que había echo tantos planes para el futuro. Jamás tendría oportunidad de concretar sus sueños de amor, como los que atesoraría cualquier muchacho de veinte años.
Por otra parte estaba el engaño. No podía perdonarles a su madre y padrino que no le dijeran antes la verdad. Habían permitido que se ilusionara con una alianza que no era posible, pues jamás podría aceptar la propuesta de matrimonio de Draco Malfoy, nunca, no después de saber la verdad. Una verdad terrible y dolorosa. Pero no era el único motivo que le había llevado a escapar de su hogar. El saber que su madre había traicionado a su padre, era doloroso. Recordaba vivamente a su padre, James. Había muerto cuando él tenía apenas cinco años.
Ahora su padrino le había revelado la verdad. No había muerto a causa de una fiebre extraña, sino en un duelo con Lucius Malfoy, padre de Draco. Ambos hombres se habían enfrentado por causa de su madre.
Lucius Malfoy había sido un hombre con fama de libertino. Era capaz de seducir a todo hombre o mujer que le atrajese. Su madre era una mujer bellísima y había despertado el interés de Lucius. El hombre la persiguió incansablemente hasta que ella cayó en su trampa. Cuando James se enteró a través de la confesión arrepentida de Lily, fue en busca de Lucius, conocía su fama, y no dudó en responsabilizarlo por la traición de su esposa.
Durante la fría mañana en que los dos hombres se enfrentaron sin testigos ni solemnidades de ningún tipo, Lucius Malfoy hirió de muerte a su padre James. Su padrino, enloquecido de rabia y dolor mató a Lucius. Por tratarse de dos familias con influencias y poder, las autoridades le echaron tierra al asunto, se habló de rivalidades financieras.
La esposa de Lucius Malfoy, a pesar de estar al tanto de las infidelidades de su esposo, también guardó el secreto de aquel enfrentamiento, lo hizo para no manchar el apellido Malfoy, ante todo deseaba proteger el honor de su hijo y el propio. Tras la muerte de su marido marchó a Francia donde educó a su hijo Draco, alejándolo de cualquier rumor que pudiera perjudicarle.
Draco Malfoy regresó a Inglaterra, y como era de esperarse al frecuentar la misma sociedad que Harry no tardaron en coincidir, existió simpatía y atracción desde el primer momento. Aunque Harry estaba consciente de que el muchacho rubio, pese a su juventud y belleza evidentes no despertaba en él una pasión desenfrenada. Siempre había creído que cuando se enamorara lo haría no solo con el corazón, sino también con los sentidos. Tal vez aquello se debía a que los dos habían recibido una estricta educación, esa educación que les hacía respetar los cánones de la buena sociedad al pie de la letra, y no permitía dar rienda suelta a las pasiones por muy intensas que estas fuesen.
Harry dejó escapar un suspiro. Draco y él no se habían besado ni una vez siquiera. Ahora ya no tendría jamás la oportunidad. Nunca conocería el sabor de los labios del chico rubio. Después de que se escapara otro involuntario suspiro, prefirió concentrarse en lo que sería su vida de ahora en adelante, debía buscar el modo de sobrevivir. El problema era que no sabía cómo. No había que ser muy experto para comprender que definitivamente no encajaba en el paisaje, en aquel pueblo costero era bastante difícil que encontrara algo en que ocuparse, aunque en realidad no sabía hacer nada, pues no había sido educado para trabajo alguno. Pero a pesar de ello debía intentarlo y si no encontraba nada ahí, simplemente debería marcharse y buscar el modo de subsistir en otro lugar. Le quedaba poco y nada del dinero que había tomado al salir de su hogar en Londres.
Caminó por la serpenteante calle principal, donde existían varios comercios. Se detuvo frente a la única posada del lugar. Revisó la bolsita de monedas que llevaba, no era mucho, pero por lo menos le alcanzaría para comer algo, hacía día y medio que no probaba bocado y su estómago hacía ruido. Entró decidido al lugar, pues no era de los que se intimidaban al enfrentar nuevas situaciones. Además estaba seguro que estando tan lejos de Londres no podían haber llegado a ese lugar recóndito noticias sobre la desaparición del heredero de la familia Potter. Esto le infundió más confianza.
Su entrada a la taberna naturalmente atrajo todas las miradas de los lugareños, le siguieron murmullos en un idioma que nunca había oído. Como no entendía en absoluto lo que esa gente decía no hizo caso y se dirigió hacia una mesa cerca de la ventana y ahí esperó con las manos cruzadas a que alguien viniese a atenderle.
Pronto se acercó una mujer rubia con un delantal inmaculado y preguntó que se le ofrecía. Pidió algo para desayunar. La mujer luego de darle una mirada de pies a cabeza asintió con una sonrisa comedida. Observó el paisaje a través de la ventana, sintiendo las miradas curiosas de los clientes, no cavia duda de que rara vez llegaba a ese pueblo llamado Dovan un forastero. En otro lugar y circunstancia le hubiese preocupado despertar ese nivel de interés, pero como en aquel sitio perdido nadie le conocía no se inquietó en lo más mínimo.
Después de terminar su desayuno no se atrevió a marcharse enseguida de la posada. Aún no había solucionado lo que era su mayor problema en ese momento, el alojamiento y la comida. Las pocas monedas de que disponía no le durarían más allá de tres o cuatro días. Necesitaba un empleo urgentemente.
A pesar de su preocupante situación no lamentaba en absoluto la decisión de abandonar su hogar.
Dio una mirada en derredor y comprobó que una vez más los lugareños estaban pendientes de él. Para evitar que sus ojos se toparan con los de aquellos en los que despertaba tanto interés, dejó vagar su mirada por el lugar. De pronto llamó su atención un panel de madera en la pared del fondo de la posada, parecía contener anuncios. Se levantó de la silla para ir a mirar, naturalmente que no esperaba encontrar nada interesante, sólo se trataba de mera curiosidad.
Observó el panel. La mayoría eran noticias referentes al pueblo, que ni siquiera se molestó en leer, en un lugar como aquel difícilmente sucederían acontecimientos interesantes. Pero vio con cierto asombro que uno de los anuncios solicitaba una maestra para una niña de nueve años. Leyó con atención y se percató de que la fecha del anuncio indicaba que había sido puesto hacía más de un año. Sacó la hoja y con ella en la mano se acercó a la mujer que estaba tras el mesón.
—Disculpe señora, ¿puedo hacerle una pregunta?
—Claro joven —respondió la mujer con una sonrisa.
—Este anuncio donde piden una preceptora tiene fecha de hace más de un año, ¿por qué aún está en el panel?
—Porque nadie ha respondido a la solicitud.
El muchacho arrugó el ceño.
Un hombre de aspecto bastante vulgar, que bebía apoyado en el mesón se mantuvo silencioso, pero muy atento a la conversación que sostenía el muchacho de ojos esmeraldas con la tabernera.
—¿Y cree usted que aún la necesiten?
—Así debe ser joven. Nadie que tuviera una gota de sensatez se interesaría por semejante empleo.
Harry miró con cierto asombro a la mujer.
—No creo que educar a una niña de nueve años sea algo tan malo —opinó Harry.
El hombre que bebía en el mesón soltó una risotada estridente.
El joven de ojos esmeraldas evitó mirarlo. Era evidente que ese hombre no conocía aquella norma de educación que dice que no está bien oír conversaciones ajenas.
—En este caso sí lo es. El que hizo poner ese anuncio fue el «Demonio de Edén».
El muchacho arrugó el ceño, aquella denominación resultaba contradictoria, puesto que Edén y demonio eran palabras que se contraponían por razones obvias.
—¿Demonio de Edén? —repitió Harry sin esconder su asombro —. Esa es una denominación bastante curiosa.
—Edén es una isla, no está lejos de aquí. No es una isla muy grande, es habitada por un Conde al que se le conoce como «El Demonio».
Harry guardó silencio por un segundo, y justo cuando iba formular otra pregunta aquel sujeto que había permanecido bebiendo habló.
—Ninguna mujer aceptaría semejante trabajo, correría grave peligro con aquel «Demonio».
Harry que había evitado mirar a ese hombre recién volvió el rostro. Aquel sujeto tenía un semblante tan desagradable como su risa, su rostro estaba surcado por cicatrices que le daban un aspecto violento.
—Aunque… creo que un señorito como usted también estaría en peligro —soltó el sujeto, dándole al joven de ojos esmeraldas una mirada de pies a cabeza.
Harry volvió el rostro enseguida, maldijo una vez más aquella facilidad que tenía para sonrojarse igual que una chica.
—Rockwood, guárdate tus comentarios —dijo la tabernera con tono brusco.
—¿Y por qué le llaman así? —preguntó Harry, intentando ignorar a ese hombre desagradable.
—Porque es un hombre maldito. Su apellido atrae la desgracia desde hace generaciones. Su familia fue maldecida por una bruja.
—Esas cosas son para niños.
—Se equivoca joven, por estas tierras esas cosas son reales. «El Demonio de Edén», es un hombre maldito, su sangre está condenada. Su esposa murió hace dos años a causa de la maldición.
—No puedo creerlo —respondió Harry.
—¡Bah! Esas son tonterías señora Hooch, ella no murió a causa de ninguna maldición; todos saben fue el mismo «Demonio» el que la mató, de seguro le estorbaba, ya le había dado la hija que necesitaba —intervino el hombre llamado Rockwood —. Por eso la niña dejó de hablar.
Aquellas palabras llenas insidia de parte de ese hombre no hicieron otra cosa que aumentar la curiosidad de Harry.
—¿La hija de ese Conde no habla? —preguntó Harry lleno de asombro.
—Dejó de hablar tras la muerte de su madre, sólo la niña sabe que le sucedió a lady Eleonor —respondió la tabernera.
—Fue el «Demonio», él hizo algo para que su hija dejara de hablar, de ese modo no podría decir que él mato a su madre —intervino Rockwood.
—De seguro que aquella muerte se debió a la casualidad —opinó el muchacho de ojos esmeraldas.
—La causalidad no tiene cabida en la isla Edén. En ese sitio habitan fuerzas malignas. Créalo porque es verdad —dijo la tabernera.
—Lo maligno de ese lugar es aquel «Demonio» —insistió Rockwood.
La tabernera miró a Harry con una sonrisa.
—Es claro que usted no es de por aquí, caballero. Nadie que haya nacido Dovan negaría la existencia de las maldiciones.
—Bueno no pretendo cuestionar sus creencias, es sólo que con todos los avances que tenemos hoy en día me resulta difícil creer en ciertas cosas —dijo Harry con sinceridad.
—Es libre usted de creer o no, pero aquí todos sabemos que la historia de la maldición es completamente cierta.
—No puedo creer algo semejante, es terrible y absurdo a la vez.
—La pequeña tiene la sangre maldita del padre —intervino el hombre llamado Rockwood otra vez.
Harry esta vez miró horrorizado al hombre. No comprendía como alguien podía referirse de ese modo a una niña pequeña.
—Eso que dice es completamente ridículo —soltó Harry con enojo.
El hombre esbozó una sonrisa malvada.
—Se nota que es usted un señorito muy fino y educado, por eso le recomiendo que tenga cuidado con lo que dice, a cualquiera de por aquí podría no gustarle su tono.
Harry a pesar de ser de una contextura delgada y tener menos estatura que Rockwood no se dejaría intimidar.
—Usted debería sentirse avergonzado por hablar en malos términos de una niña pequeña que ningún mal le ha causado.
El hombre, a diferencia de lo que Harry creyó, no se molestó, todo lo contrario, soltó otra estridente risotada. Luego se lo quedó mirando fijamente. Reconoció que a pesar de la traza de caballero de ese muchachito, cuya edad no debía pasar de los veinte, había también algo de insolencia y desafío en él. Lejos de disgustarle le pareció divertido. Hubiese dado cualquier cosa por tener la oportunidad de llevarlo a su cama y, ahí domarlo a base de embestidas tan salvajes como fogosas. Este pensamiento de índole sexual, le excitó a tal punto que junto con sentir como se ponía duro las mejillas le ardieron con violencia.
Harry al ver que el rostro del hombre se volvía levemente rosado, se sintió satisfecho. Después de todo, sus palabras le habían afectado.
La tabernera que, estaba enterada de la debilidad que tenía el hombre por los jovencitos, comprendió de inmediato la naturaleza de aquel sonrojo, le dirigió a su cliente una mirada de advertencia. El hombre llamado Rockwood, tuvo la extraña delicadeza de fingirse avergonzado ante la mirada de la mujer, tomó su jarra en señal de retirada, no sin antes darle una libidinosa mirada al joven de ojos esmeraldas que ni siquiera lo notó, pues había dejado de prestarle atención.
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Su imperiosa necesidad le obligaba a tomar una decisión rápida. Estaba en un pueblo costero, perdido en el confín de la tierra, no era sensato dejarse amedrentar por creencias populares, que hablaban de maldiciones y otras tonterías. Necesitaba un trabajo, y ese Conde posiblemente aún necesitara a alguien que pudiera educar a su hija. Tenía completamente claro que en el anuncio se solicitaba el servicio de una preceptora, no preceptor. Pero no se arredraba ante esa realidad, pues su educación era de excelencia y gracias a su madre conocía todas las normas que la alta sociedad exigía a una dama. Estaba convencido que en ese punto igualmente podía serle útil a la hija de aquel Conde.
Además era un caballero y sabía cómo agradar a la gente. El Conde, por mucho que viviera casi en el fin de la tierra, no dejaba de ser un noble y de seguro apreciaría sus cualidades. Por otra parte hacía más de un año que se había publicado el anuncio; el Conde a esas alturas ya debía estar convencido de que nadie se presentaría para asumir el puesto, si tenía algo de inteligencia no le rechazaría por un simple detalle de género.
A medio día estaba instalado en la embarcación que le llevaría a isla Edén. Después de tres horas de viaje ya estaba poniendo los pies en el pequeño embarcadero de la isla. Sonrió con alegría al percatarse de que el lugar no estaba desierto después de todo. El hermoso verdor estaba salpicado de pequeñas construcciones. Hacia el lado este, a una altura considerable se observaba una construcción de aspecto señorial y misterioso, no demasiado grande si se la comparaba con otras de ese estilo, o inclusive si la comparaba con la casa de su propia familia. Aunque pensando que la habitaban nadie más que el Conde y su hija, era excesivamente grande. La torre que se levantaba hacia el lado norte de la isla de daba una aspecto abrumador.
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Estaba de espaldas contemplando por la ventana, cuando escuchó que la puerta se abría. La figura de su criado Tom, se detuvo en la entrada.
—Tiene una visita, Excelencia —dijo el hombre con tono frío.
Sin apartarse de la ventana, se preguntó quién sería. No podía tratarse de su administrador. El señor Filch, no debía presentarse hasta fines de mes.
—¿Quién es, Tom? —preguntó con extrañeza —.No puede tratarse del señor Filch.
—No señor, se trata de un jovencito —dijo el criado con tono desabrido.
—¿Y dijo qué quiere?
—Dijo que viene de Dovan, para prestar sus servicios como preceptor de la señorita Gabrielle.
—¡Un jovencito! Necesito a una dama para ese trabajo, jamás confiaría mi hija a un hombre, está loco. Dile que se marche, que no pienso recibirlo.
El criado que respondía al nombre de Tom, ni siquiera se inmutó ante el tono airado de su patrono. Cerró la puerta y se marchó.
Sintió frustración ante su mala suerte. Había pasado casi un año y medio desde que pusiera el aviso en Dovan, y cuando por fin alguien respondía, resultaba no ser la persona adecuada. Necesitaba a una institutriz, una mujer, alguien que pudiera enseñarle a su hija a como desenvolverse mínimamente en sociedad, pues de aquello dependía el futuro de la pequeña.
Un jovencito. No dejaba de parecerle extraño aquel suceso. Ninguna persona juiciosa vendría a Edén a solicitar un empleo de preceptor de su hija, no si había pasado antes por Dovan, el pueblo donde todos decían que él era un «Demonio». Aquel jovencito de seguro era algún embaucador oportunista en busca de alguna víctima.
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Los ojos de Harry vagaban por el pequeño salón donde le había dejado esperando el criado. El sitio era elegante sin duda, pero completamente desprovisto de alegría. Los colores eran escasos, en realidad estaban ausentes. El mobiliario antiguo, las alfombras, aunque finas no eran de colores alegres, hasta los cuadros de las paredes eran fríos. Los jarrones vacios de flores. Aquel no parecía el hogar de un demonio, pero sí el de un muerto en vida.
Al observar el lugar, por primera vez le acució el temor. Tal vez había cometido un error al presentarse ahí, de pronto sus alarmas se dispararon y recordó las cosas dichas por la tabernera y aquel hombre tan desagradable. Un frío le recorrió por la columna vertebral, algo decía dentro de él: «Vete, huye de aquí, escapa antes de que sea tarde».
Dejó salir el aire de los pulmones. Había empleado el último dinero que le quedaba en el pasaje de la embarcación que le había traído hasta Edén. No tenía con que costear un pasaje de regreso al continente. Aunque, si recordaba las palabras del barquero: «Tenga cuidado en ese lugar jovencito», fueron las palabras exactas acompañadas por una mirada de profunda lástima. Podía ser que si le rogaba al hombre, éste, gustoso le llevara de regreso a Dovan.
Sacudió al cabeza en señal de negación. Se estaba comportando de forma absurda, él nunca había sido cobarde. Estaba al tanto de que los habitantes de las tierras altas eran supersticiosos, pero él jamás lo había sido, ya estaba en el castillo y no huiría de modo cobarde.
La puerta abriéndose cortó el hilo de sus pensamientos, se volvió bruscamente esperando encontrarse al «Demonio». Pero no, sólo se trataba del mismo criado que le había recibido minutos antes.
—Su excelencia no lo recibirá, me ha mandado decirle que nunca contratará a un hombre para preceptor de la señorita Gabrielle —soltó sin ningún preámbulo el criado.
Harry que solo un segundo antes había deseado huir de ese tenebroso lugar, sintió indignación ante la respuesta. Ese Conde engreído se daba el lujo de rechazarlo sin siquiera haberle recibido para escuchar su petición. No existía ni un alma dispuesta en ese confín a educar a su hija, y pese a ello ese hombre se daba el lujo de rechazarlo. Tras una breve pausa Harry reaccionó.
—Dígale a su patrón que no pienso marcharme hasta que me reciba —dijo Harry con aire altanero mientras se sentaba tieso sobre un sofá.
El criado lo miró perplejo.
—¿A caso no sabe usted en la casa de quien está? —preguntó el criado.
—En Dovan recopilé toda la información disponible. Sé que el Conde no encontrará a otra persona que solicite el empleo, así que estoy dispuesto a esperar, dígaselo por favor.
Tom arrugó el ceño. Aquel joven era bastante peculiar. Debía conocer las cosas que se decían del Conde, y sin embargo, no parecía preocupado, todo lo contrario, tal parecía que estaba empeñado en conseguir aquel trabajo. Salió del salón para ir al despacho. En cuanto abrió la puerta observó que su patrón aún estaba junto a la ventana.
—¿Y bien Tom, ya se marchó? —preguntó enseguida el Conde.
—No su Excelencia, ha dicho que no piensa marcharse, esperará hasta que usted lo reciba.
El Conde se sorprendió tanto que apenas pudo ocultarlo.
—Vaya —dijo el hombre —. Debe tratarse de alguien o muy valiente o muy estúpido.
—Tiene apariencia de caballero fino —respondió Tom.
—Bien ya que no quiere marcharse… pues tendrá el honor de conocer al «Demonio de Edén» —dijo el hombre con una sonrisa burlona.
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Harry esperaba sentado casi al borde del sofá que el Conde se presentara, furioso por su negativa a marcharse, ya que ni siquiera había sido invitado, esa era la verdad. De pronto la puerta se abrió con algo de violencia. Se levantó rápidamente y fijó sus ojos el hombre que se había parado en el umbral. Ahí estaba el «Demonio de Edén». Era un hombre de imponente estatura, mucho más alto que su padrino, tomó nota de ello, así como se fijó en la negrura de su cabello que caía justo por debajo del cuello de su levita. El rostro estaba oscurecido por una barba incipiente. Sus ojos eran oscuros como la noche, en su boca no había ni un asomo de sonrisa. Ese aspecto tosco y fuerte presencia, hicieron pensar a Harry que aquel título de «Demonio de Edén» era completamente justificable. Por alguna extraña razón el corazón había comenzado a latirle apresuradamente.
—Soy Severus Snape, Conde de Knighton… —dijo el hombre mientras se acercaba con paso firme.
Se detuvo a unos centímetros del joven. Se sorprendió en grande al encontrarse con esos ojos verdes que le observaban con asombro, pero sin una pizca de miedo. Tal parecía que sus referencias demoniacas no habían impresionado en absoluto al muchacho, porque era tal como había dicho su criado, un muchacho. El enojo que había experimentado apenas un segundo antes debido a la audacia de su atrevido visitante se esfumó por completo. Ahora sólo podía pensar, aturdido y presa de una extraña emoción, que nunca había visto un rostro más hermoso que ese que permanecía a poca distancia del suyo.
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Última edición por Sol el Vie Nov 25, 2011 6:54 pm, editado 1 vez | |
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| Tema: Re: El Demonio de Edén Vie Nov 25, 2011 5:59 pm | |
| Capítulo 2. Un caballero tenebroso
Harry parpadeó confuso al percatarse del asombro que mostraba el rostro de su forzado anfitrión. Naturalmente que eso bastó para que el Conde se recompusiera de inmediato.
—Me encantaría saber a quién tengo el honor de saludar —dijo Severus Snape con tono grave y sosegadamente cautivador, de ese que hacía estremecer a las damas y, también a muchachos como Harry.
—Harry… —balbuceó el muchacho, repentinamente afectado por el tono y la mirada de ese hombre.
Severus Snape asintió y esperó a que el muchacho frente a él dijese algo más, pero aquello no sucedió.
—Por favor, tome asiento —indicó cortésmente el Conde.
Harry se reprendió mentalmente por mostrarse afectado, sin embargo aceptó la indicación con toda la dignidad posible.
—Me llamó Harry Potter y he venido a solicitar el empleo de preceptor.
—Preceptora —corrigió Severus —. Yo puse ese anuncio esperando la visita de una dama.
—Pero ninguna dama ha mostrado interés por el trabajo —atajó Harry.
—Es usted muy joven, ¿Qué edad tiene? ¿Dieciocho?
El muchacho se sintió algo ofendido.
—Tengo veinte años —respondió Harry con altivez.
—Entre dieciocho y veinte no hay mucha diferencia, ¿no cree?
—Pues yo creo que existe una gran diferencia, milord.
Severus levantó la ceja con aire burlón. Sin duda el comentario le hizo gracia.
—Hmm… sinceramente yo no la veo.
—La diferencia radica en que tengo casi tres años de experiencia en círculos sociales, además de una educación de primera, más completa que la de cualquier dama. Hablo varios idiomas y también los escribo, sé historia, ciencias, astronomía, anatomía…
—No es necesario que enumere todo lo que ha aprendido. No tengo dudas de que está muy bien calificado —interrumpió el Conde con tono un tanto brusco —. Pero mi deseo no es que mi hija se convierta en una enciclopedia, simplemente deseo que aprenda como desenvolverse en la sociedad. Eso quiere decir que aprenda algo de música, cómo debe llevar una casa, atender a invitados. En fin esas cosas que debe aprender una dama de sociedad…
Harry miró con enojo al Conde. No podía creer que ese hombre tuviese una visión tan limitada para el futuro de su hija.
—Le aseguro que ser una persona socialmente correcta no todo en la vida, perdóneme la sinceridad, pero creo que usted tiene intereses algo pobres para el futuro de su hija…
Severus Snape, no esperaba escuchar eso. El enojo se encendió en el cerebro del Conde. Quien se creía que era ese mocoso, para cuestionar de ese modo lo que él deseaba para el futuro de Gabrielle y los motivos que tenía para ello.
—Mire señor Potter, lo que usted opine me da exactamente igual. Si no le parece puede marcharse por donde vino.
Harry se quedó tieso. Ese era un punto en contra, lamentablemente tenía cierta propensión a ser excesivamente sincero y eso le había traído más de una dificultad. Pero era parte de su naturaleza, cuando algo no le parecía daba su opinión y ya. Sin embargo, la última frase del Conde le abrió una luz de esperanza, el hombre de ojos negros no había dicho que se marchara, más bien le estaba dando la opción de decidir. Sin duda eso era un avance significativo.
—Bueno sinceramente me gustaría quedarme… quiero decir deseo ayudar en todo lo que sea posible a su hija.
—Honestamente no sé cómo podría ayudarla, ¿puede usted enseñarle a ser una dama?
Harry recordó al instante a su madre. Su relación tan estrecha con ella le había permitido conocer muchos aspectos importantes de lo que era ser una dama de sociedad; aquel conocimiento le permitía ayudar a la pequeña Gabrielle.
—No le quepa la menor duda milord. Tengo preparación musical, toco el piano bastante bien…
—¿Toca el piano? —preguntó Severus con cierto asombro, pues aquello era una actividad propia de las damas.
—Sí. A mi madre siempre le ha gustado mucho la música, y como soy hijo único aprendí a tocar el piano gracias a la dedicación de ella.
Severus tomó nota mental de lo dicho por el muchacho, era hijo único. Sin duda aquello le serviría para averiguar más antecedentes de aquel joven tan poco común.
—Bien creo que con que Gabrielle aprenda a tocar el piano será suficiente.
—¿Eso significa que estoy contratado?
Severus miró al joven fijamente. Sabía que nadie más se presentaría, por lo tanto debía aceptar que este mozuelo educara a su hija.
—Sí, está contratado. En lo referente a su honorarios…
—No se preocupe por eso milord, ya hablaremos de ello más tarde.
Severus alzó una ceja. Ahí estaba otra vez, no era arrogancia, sino la tendencia de quien ha crecido rodeado de sirvientes y está acostumbrado a mandar.
Harry comprendió enseguida que nuevamente estaba actuando como si estuviese a la misma altura del Conde. Lo estaba. Cuando cumpliera veintiún años heredaría el título de su padre, Marqués de Glentworth. Pero naturalmente debía olvidar aquello, eso pertenecía a su pasado. En este momento sólo era el preceptor de la hija de un Conde y debía actuar como tal.
—Bueno milord, quiero decir que si a usted le parece podemos dejar el asunto del salario para después. Creo que debería ser presentado a la señorita Gabrielle, es muy importante que me gane su confianza, ¿no le parece?
—Está bien más tarde discutiremos aquello de los honorarios. Tom lo guiara hasta la torre, el ala completa está dispuesta para mi hija. Naturalmente usted deberá ocupar una habitación contigua a la de ella.
Harry sólo prestó atención solo a una parte de lo dicho por el Conde.
—¿No me llevará usted para presentarme ante su hija? —preguntó el joven con asombro.
—No lo creo necesario.
—Pues yo sí milord, no me parece adecuado ser presentado a la señorita Gabrielle, por un criado.
—Tom es un empleado muy fiel, tiene toda mi confianza.
—No pretendo poner en duda eso milord. Ya que esta será la primera vez que su hija me verá, creo que facilitaría mi trabajo el que usted me presentara, creo que podría ganarme la confianza de Gabrielle más rápidamente.
—No sé si eso ayude. Mi hija es una niña diferente. Supongo que en Dovan le dijeron que ella no habla.
—Sí, estoy al tanto de ello, pero no lo considero un problema, ella me oirá y eso me basta por ahora.
Severus miró sorprendido al joven. Mucha gente del continente e inclusive algunos de la isla consideraban una maldición el hecho de que su hija hubiese perdido el habla. Debía reconocer que la actitud optimista y tan relajada del muchacho estaban abriendo dentro de él algo parecido a una esperanza, pequeña eso sí, pero esperanza al fin y al cabo.
—¿Ha traído equipaje?
—Bueno, no viajo con mucho, esa es la verdad.
Severus le dio una mirada al atuendo del muchacho.
—El clima en la isla es bastante frio, necesitará otro tipo de vestimenta y por supuesto un calzado más acorde con el terreno. Pero ya nos encargaremos de eso mañana. ¿Dónde está su equipaje?
—En la carreta que me trajo hasta aquí.
—Tom irá por él. Mientras tanto lo llevaré a la habitación de Gabrielle.
Sin decir más, el Conde se levantó y caminó hacia la puerta, después de abrirla le indicó al muchacho con una seña que le acompañara.
Harry siguió al Conde por un estrecho pasillo, que era tan oscuro y falto de vida como todo lo demás en ese lugar. Pero en realidad aquello ya le daba igual, en ese momento estaba más interesado en observar la esbelta figura del Conde; el modo en que balanceaba los hombros al caminar, las piernas largas y fuertes enfundadas por unas botas de montar. Pero el interés del muchacho no llegaba hasta ahí, observó aquella parte que el chaquetón negro no le dejaba ver, intentando imaginar su forma, aunque estaba seguro que no iba a decepcionarse. Cuando se dio cuenta de lo que hacía apartó la vista de golpe. Estaba observando a quien era su patrono de un modo impropio. Tendría que buscar el modo de controlarse. Él nunca había mirado a otro hombre de esa forma, ni siquiera a Draco que era tan hermoso.
Llegar a la planta que ocupaba la pequeña Gabrielle no era precisamente fácil. Además de subir varios tramos de escaleras interminables, era necesario dar varias vueltas antes de alcanzar finalmente las habitaciones que ocupaba la niña. Cuando estuvieron frente a la puerta de la habitación, Harry experimentó un leve cosquilleo en el estomago.
No sintió ningún temor antes de su entrevista con el «Demonio», sin embargo, ahora le preocupaba no agradarle a la niña, quizá ella igual que su padre, esperaba la llegada de una preceptora.
El Conde se quedó parado a un lado de la puerta esperando que él entrara. Lo hizo. De inmediato la niña que estaba en la cama se levantó. Miró a Harry con expresión desconcertada.
—Gabrielle, este joven será tu profesor. Sé que te gustaría una institutriz, pero ninguna dama se presentó.
Harry no despegó la vista de la niña. Poseía un rostro hermoso. Su tez pálida contrastaba con lo negro de los ojos.
El Conde guardó silencio un breve segundo, como esperando que la niña manifestara alguna objeción, pero nada sucedió. Ella sólo se quedó mirando fijamente a Harry.
—Hola Gabrielle. Soy Harry, estoy seguro de que nos llevaremos muy bien —dijo el muchacho con una sonrisa alegre y confiada.
Severus miró a su hija una vez más con evidente preocupación.
—No es necesario que se quede milord. Gabrielle y yo conversaremos, así podremos conocernos un poco.
El hombre de ojos negros miró al muchacho desconcertado. No imaginaba como pretendía conversar con su hija si la niña no pronunciaba ni una palabra.
—Esta bien, les dejaré entonces —dijo mientras se encaminaba hacia la puerta, antes de salir se detuvo —. La cena se sirve a las ocho en punto. La habitación de enfrente será la suya, puede disponer de ella con absoluta libertad.
—Muy amable milord —respondió Harry con una leve inclinación de la cabeza.
La habitación quedó silenciosa tras la marcha del Conde.
Harry se fijó que la niña aferraba una muñeca con mucha fuerza. De seguro que aquel juguete era su compañera, su apoyo.
—Esa es una muñeca muy hermosa. Mi madre tiene varias como esa.
La niña levantó la mirada. No supo Harry si aquello sucedió porque él había nombrado a su madre o por lo de las varias muñecas. En todo caso había logrado llamar la atención de la niña y eso era lo importante.
—Esa muñeca debe tener un nombre muy especial —comentó Harry.
Gabrielle pareció aferrar la muñeca con más fuerza que antes.
—Estoy seguro que cuando nos conozcamos mejor me dirás como se llama.
Naturalmente Harry ya sabía que no tendría una respuesta, pero eso no lo desalentaba.
Se acercó a la mesa para observar lo que había en ella. Encontró lápices y papel desparramado por la mesa. Harry esperaba ver algún dibujo, pero nada, todo estaba en blanco.
—¿Te gusta dibujar Gabrielle? Sabes que yo pinto un poco… no soy genio, pero algo me resulta. Quedé muy impresionado con la belleza de la isla, me encantaría pintar algún paisaje.
Harry luego de hablar se volvió a mirar a la niña, pero ella le había dado la espalda y ahora se entretenía con su muñeca sin mostrar interés por lo que el joven decía. «Esto no será fácil» pensó, sin embargo, este desafío le llenó de entusiasmo.
Se acercó a una repisa para mirar los juguetes que había en ella. Se notaba que no habían sido tocados en mucho tiempo. Luego dio una mirada en derredor con más detención. La habitación no era precisamente alegre. No había nada animado ahí. Era igual a lo que había observado en el salón, carecía de vida. Definitivamente eso no ayudaría a que Gabrielle volviera a ser una niña feliz. Tenía que hacer algo al respecto.
—Gabrielle, ya que este lugar será nuestro sitio de estudio y juegos, creo que debemos reformarlo. Darle un aspecto más vivo, más alegre. Hablaré con tu padre al respecto.
Harry volvió la mirada hacia la niña y, descubrió que por un breve segundo ésta le había mirado. Eso animó al muchacho. Se esforzaría al máximo para ganarse la confianza de Gabrielle.
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Una persistente lluvia había impedido durante más de una semana que Harry abandonara el castillo. Por eso el primer día en que brilló el sol, el muchacho aprovechó de salir y respirar un poco de aire puro. Sin embargo, esos días de encierro no fueron un desperdicio. Luego de hablar con el Conde al respecto, introdujo varios cambios en la rutina de Gabrielle. La niña ya no tomaba sus alimentos en la planta infantil, lo hacía en el comedor, junto a su padre y Harry.
El muchacho insistió con el Conde, en que no era saludable para la niña comer sola, pues no había nadie que se asegurara de que tomara sus alimentos realmente. Para felicidad de Harry, el Conde se mostró predispuesto a aceptar los cambios, así como también los aceptó dócilmente Gabrielle. El muchacho de ojos esmeraldas se quedó bastante sorprendido la primera noche que llevó a la niña al comedor, pues tanto ella como su padre se mostraban cohibidos uno en presencia de la otra.
Harry observó con curiosidad la actitud tanto del padre como de la hija. La niña se mostraba tímida ante su padre y el hombre parecía que había olvidado como desempeñar su rol. Pero a pesar de ello, el muchacho pudo percibir que no había gestos hostiles entre ellos. Harry pensó que tal vez el alejamiento se debía a que luego de la muerte de la esposa del Conde no hubo quien tendiera un puente entre padre e hija, y ahora pasado dos años no sabían cómo acercarse.
Pero aquello no era lo único que había percibido Harry en sus pocos días de estancia en el castillo, también notaba que el criado del Conde, mostraba hacia su persona una actitud recelosa. A veces el muchacho tenía la impresión de que ese hombre le vigilaba constantemente. Se preguntaba si seguiría órdenes del Conde. Era muy probable.
La noche anterior Harry había buscado un té en la cocina, antes de irse a dormir. La señora Weasley, era una mujer muy amable. Se había mostrado feliz con su llegada. Le había dicho que llevaba mucho tiempo rogando a su santo para que alguien llegase a la isla y rescatara a la señorita Gabrielle de aquella tristeza que la consumía y, de paso también salvara a su patrón. Según la señora Weasley, el Conde era un hombre bueno, pero que nunca había conocido la felicidad verdadera, su matrimonio de poco más de siete años con la madre de Gabrielle, lady Eleonore, no había sido muy afortunado.
Harry escuchó con atención. Se preguntaba si a caso el Conde aún amaría a su difunta esposa. Sentía algo extraño cada vez que estaba cerca del hombre de ojos negros. No se intimidaba a pesar de las cosas que había oído decir en Dovan, acerca de que Severus Snape era un demonio. En los pocos días que llevaba habitando el castillo había concluido que ese hombre estaba muy lejos de ser un demonio. Era más bien un hombre solitario, triste, replegado en sí mismo. Cada vez que Harry lo miraba no podía evitar preguntarse cuando sería la última vez que ese hombre misterioso había sonreído.
Esa mañana el Conde viajaría al continente. Harry después de soportar estoico aquellos días de lluvia imparable pensó que era necesario cambiar la rutina. Una visita a Doven no le vendría mal, por el contrario, era una magnífica oportunidad para comprar algunas cosas imprescindibles, como por ejemplo un par de botas que fuesen menos finas y más acordes al terreno de la isla. Además estaba seguro que sería una oportunidad para que Gabrielle se distrajera.
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Gabrielle entró delante de Harry al comedor y, tan silenciosa como siempre ocupó el puesto designado para ella.
—Buenos días, milord —saludó Harry al Conde que ya ocupaba su lugar en la cabecera de la mesa.
—Buenos días señor Potter —respondió el Conde con su tono neutro de siempre.
Harry se dirigió al aparador donde estaba el desayuno. Sirvió un plato para Gabrielle y luego preparó otro para él. Todo esto lo realizaba con relajo y desenvolvimiento, sin percatarse del modo especial en que era observado por los negros ojos del Conde.
Durante las comidas era Harry quien ponía los temas de conversación. No le resultaba fácil. Gabrielle no hablaba, y el Conde casi siempre contestaba con medias frases. Pero para Harry no podía existir nada peor que desayunar o cenar en medio de un silencio glacial, por eso hablaba bastante y se esforzaba al máximo porque Severus respondiera algo más que «sí» o «no» a lo que él decía.
—Milord, no cabe duda que hoy hará un día muy hermoso. El viaje al continente será muy agradable.
—Mis viajes al continente están muy lejos de ser agradables señor Potter, por eso los realizo solo cuando es estrictamente necesario.
—Es comprensible milord, pero yo no lo decía por usted.
—¿No?
—No. Tengo algunas cosas que comprar en Dovan, así que iré con usted. Gabrielle también vendrá, estoy seguro que el viaje le sentará de maravilla.
—Creo que no es una buena idea señor Potter. Si tiene necesidad de comprar algo puede encargarle a Tom.
—Definitivamente no. Prefiero ser yo mismo quien se encargue.
Severus le dirigió una mirada disgustada al muchacho, pero éste le ignoró por completo.
—Señor Potter, no quiero que Gabrielle se vea expuesta con las gentes de Dovan.
—Milord, el tener a su hija relegada en esta isla no hace más que fomentar las habladurías de la gente. No existe ningún motivo para que Gabrielle no pueda visitar Dovan.
—Señor Potter, las razones por las cuales mantengo a mi hija alejada de esos…
Pero Harry no le dejó terminar.
—Milord, si usted insiste en que Gabrielle no salga nunca de la isla no hace más que contribuir a que esa gente ignorante piense cosas absurdas sobre su hija.
—Señor Potter, si mi hija llega a vivir una situación desagradable estando en Dovan le aseguro que...
—No será necesario que me despida milord —respondió Harry rápidamente —, yo mismo renunciaría.
Severus miró con sorpresa al muchacho.
—¿Sería tan amable de permitirme acabar la frase, señor Potter? —preguntó Severus con un dejo de impaciencia en la voz.
—Oh por supuesto milord.
—Bien… lo que iba a decir es que no permitiré que nadie sea desagradable con mi hija, y el que se atreva pues deberá aceptar las consecuencias.
Harry miró al hombre de ojos negros con una mezcla de orgullo y admiración de la que apenas se dio cuenta.
—Es encantador de su parte… milord —dijo el muchacho con una sonrisa.
Severus apartó la vista enseguida, mostrándose casi indiferente ante las palabras del joven de ojos esmeraldas. Pero esa indiferencia sólo era aparente, pues en realidad la frase y la sonrisa que la acompañó, hizo que su corazón latiera más rápido.
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El viaje al continente duró tres horas. No hubo inconvenientes durante el trayecto. Harry se dedicó a disfrutar el aire y la belleza del paisaje, y no sólo él, Gabrielle tenía la mirada feliz. Esto hizo que el joven de ojos esmeraldas se sintiera mucho más animado. De vez en cuando dirigía su mirada a hurtadillas hacia el Conde. El viento desordenaba el cabello negro del hombre dándole un aspecto más salvaje. Harry sin quererlo se estremeció ante el pensamiento. Cuanto más observaba a Severus, más atractivo le parecía. En aquel momento por primera vez el joven lamentó el hecho de que el Conde sintiera atracción solo por las mujeres. Aunque no sabía nada de la vida íntima del él, no tenía dudas de que había amado y seguramente aún amaba a su esposa, pues esa mirada apagada y triste solo podía deberse al dolor que le había causado la muerte de lady Eleonor.
Severus apenas podía creer que estuviera realizando ese viaje al continente en compañía de Harry y su hija. La situación era para él tan extraña como perturbadora. El muchacho había impuesto su voluntad de un modo asombroso, le había dejado sin argumentos para negarse. Ahora desde la parte más alejada de la embarcación le observaba de vez en cuando. No comprendía porque no mostraba el temor hacia su persona.
En ese preciso momento, volvió su cabeza para encontrar los ojos del Conde observándole con insistencia. El estómago le dio un brinco y Harry se censuró a sí mismo. No era sensato dar rienda suelta a semejantes emociones, aunque era difícil no estremecerse cuando esa mirada oscura le envolvía de pies a cabeza.
Al desembarcar en el puerto de Dovan, Harry se encaminó en compañía de Gabrielle hacia la posada del pueblo, le consultaría a señora Hooch, donde encontrar un zapatero. Por fortuna el lugar a esa hora de la mañana no estaba muy repleto. Fue recibido con una mirada asombrada por parte de la tabernera, parecía que no podía dar crédito a que él aún estuviese con vida, pero sin duda el que la hija del Conde le acompañara era lo que más la impactaba.
Harry no se sintió a gusto con semejante reacción e imaginó que Gabrielle tampoco lo estaría, así que demoró lo menos posible en la taberna y se encaminó hacia la dirección del zapatero del pueblo. Al llegar a la cabaña llamó a la puerta y mirando en derredor esperó. Su sorpresa fue tamaña cuando en el umbral de la puerta apareció ese hombre.
—Vaya vaya… mire a quien tenemos aquí —fue el saludo de Roockwood, mientras mostraba una sonrisa que al muchacho de ojos verdes le hizo sentir escalofríos.
—¿Es usted el zapatero del pueblo? —preguntó Harry intentando no sonar demasiado conmocionado.
—Así es.
—Necesito que fabrique para mí un par de botas —dijo Harry tratando de no darle importancia a la mirada depredadora que el hombre le dirigía.
—Pase a mi taller, necesitaré tomarle medidas —respondió Roockwood, abriendo la puerta.
Harry dudó un segundo, pero luego se armó de coraje, estaba seguro de que aquel sujeto no se pondría impertinente estando la pequeña Gabrielle a su lado.
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| | | Sol Aprendiz de vuelo
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| Tema: Re: El Demonio de Edén Vie Nov 25, 2011 6:08 pm | |
| Capítulo 3. Situaciones del pasado
Harry tomó la mano de Gabrielle al momento de entrar a la casa de Rockwood, estaba nervioso y no cayó en cuenta de que esa era la primera vez que tenía contacto físico con la pequeña.
Dio una mirada rápida al lugar, y luego fijó sus ojos en el hombre.
—¿Cuánto tiempo cree que tardará en confeccionarme unas botas?
—No demasiado.
—Bien… estoy listo para que tome las medidas.
Rockwood asintió con la cabeza mientras fijaba su mirada en Gabrielle.
—Es hermosa, tal como lo era su madre… pero tiene los ojos del padre —dijo Rockwood, causando algo de asombro en Harry.
—¿Conoció usted a lady Eleonor? —preguntó el muchacho.
—Por supuesto. Mi familia es de Edén. Yo vivía ahí cuando el Conde llegó con su esposa.
Gabrielle observaba con mucha atención a Rockwood.
Harry, pese a la sorpresa que le causaban las palabras del hombre, no quiso hacer preguntas. Quería terminar con el asunto rápidamente y marcharse.
—Siéntese aquí —indicó Rockwood, acercando un banquillo hacia el muchacho.
Harry soltó la mano de la niña y se sentó. Rockwood a su vez hizo lo mismo arrastrando con bastante ruido otro banquillo. Se instaló frente al muchacho y le tomó el pie, enfundado en una finísima bota. Comenzó a jalar el cierre. Esto hizo que Harry se sobresaltara.
—¿Qué hace?
—No puedo tomar la medida de su pie con la bota puesta.
—¿Y a caso no puede usar la bota como modelo?
—No.
Harry se quedó tieso mientras veía como el hombre quitaba la bota lentamente. Aquella situación le parecía demasiado íntima, por lo mismo se sintió totalmente incómodo.
Rockwood, dejó caer la bota y tomó el pie de Harry desde el talón. Con unos cordeles finos midió el pie del joven desde varios ángulos. Luego siguió hacia la pantorrilla, cosa que hizo que el joven se tensara mucho más. Luego, de modo deliberado, apoyó sus dedos toscos en el muslo de Harry, era más de lo que éste podía soportar. El muchacho estaba a punto de obligarle a apartar la mano cuando una voz que sonó fría y peligrosa habló tras él.
—Ya has tomado suficientes medidas, Rockwood.
El aludido levantó la cabeza. Harry aprovechó de apartar su pierna, pero estaba tan sorprendido por la presencia del Conde que no atinó a nada más.
—Snape —susurró medio sorprendido Rockwood.
—Si ya está listo señor Potter, espere afuera con Gabrielle.
Harry no se sintió nada alegre con el tono en que el Conde se dirigía a él, pero como Gabrielle observaba con ojos atentos la escena se abstuvo de hacer algún comentario. Se volvió a calzar la bota lo más rápidamente que pudo.
—¿Cuándo cree que las tendrá listas? —preguntó a Rockwood que tenía la mirada fija en Severus.
—Tardaré unos cinco días —respondió el hombre aun sin mirarle.
—Bien, las recogeré entonces…
—Eso no será necesario —intervino Severus —. Tom vendrá por ellas.
Harry miró alternativamente a un hombre y al otro. Era evidente que se desafiaban con los ojos. Prefirió por el bien de Gabrielle abandonar el lugar de inmediato.
—Vamos Gabrielle —dijo Harry, luego se volvió a mirar a Rockwood —, hasta luego.
Cuando estuvo fuera respiró profundo. Estaba confundido, no entendía porque el Conde se había presentado ahí y porque había tenido esa actitud tan hostil.
—No esperaba verte por aquí, Snape —dijo Rockwood.
—Eso es evidente. Al ver la libertad que te estabas tomando con mi empleado, compruebo que mi intuición no me falló, fue acertado venir.
Rockwood sonrió de modo malicioso.
—Me suena a celos lo tuyo Snape.
—¿De ti? —respondió Severus con una sonrisa irónica.
El zapatero no respondió enseguida.
—Presiento que el muchachito no tiene idea de quién eres, ¿aún no has intentado llevarlo a tu cama?
—Si lo he intentado o no… no es de tu incumbencia.
Un destello de ira se dibujó en la mirada de Rockwood.
—Tienes razón, no me importa.
—Me alegra oírlo —respondió Severus altivo, para enseguida darse la vuelta y salir del lugar, pero se detuvo al escuchar la voz del hombre.
—Sabe que asesinaste a tu esposa, yo mismo se lo dije el día en que llegó a Dovan.
El rostro de Severus adquirió un color más pálido del habitual, encaró a Rockwood.
—¿Tú?
—Sí. Yo estaba en la taberna el día en que el muchacho preguntó por el aviso que habías puesto. Debo reconocer que tiene agallas, porque la información no le intimidó.
—Una prueba más de que nos has cambiado ni un poco, eres el mismo miserable de hace diez años.
—No te parecía miserable cuando follábamos por los rincones del castillo.
—En ese entonces no sabía de lo que eras capaz, pero afortunadamente abrí los ojos a tiempo.
—Te burlaste de mi Snape, eso es algo que nunca te perdonaré.
—Eras lo suficientemente adulto como para aceptar las consecuencias de tus actos Rockwood. Además no fuiste una víctima realmente, eras demasiado astuto como para eso.
—Lárgate de mi casa —ordenó Rockwood.
Severus hizo un saludo despectivo y se volvió.
—Snape, ten cuidado con el muchacho. Sería una pena que te enamoraras de él, lo estarías condenando a una horrible muerte… quizá tan o más terrible que la de tu esposa.
El hombre de ojos negros se marchó sin decir nada.
Una vez que se encontró fuera de la vivienda de Rockwood, Severus dejó escapar el aire. Había tenido éxito conteniendo los intensos deseos que tenía de estrangular al zapatero. Debía controlarse por el bien de su hija, su reputación ya era bastante dañina para la pequeña como para que él contribuyese a que la maledicencia de la gente de Dovan aumentara. Se acercó hasta Harry y, aprovechando que Gabrielle se había alejado un poco para observar a los caballos que pastaban libremente le habló al muchacho.
—Señor Potter, la próxima vez que vaya a permitirle a un desconocido tomarse libertades con usted, procure no hacerlo delante de mi hija.
Harry se sintió ofendido por la insinuación, sus mejillas se volvieron rojas de puro coraje.
—Su advertencia está demás milord —respondió Harry con tono duro —, yo estaba a punto de reprenderlo cuando usted entró.
Severus se arrepintió casi enseguida de sus palabras. Sin embargo un sentimiento inexplicable que dominaba sus sentidos no le permitió disculparse.
—Con su permiso milord, aún tengo que realizar algunas compras —dijo Harry dándole la espalda al hombre de ojos negros.
Severus lo vio alejarse con Gabrielle para emprender el regreso hacia el centro del pueblo.
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El regreso a Edén para Harry fue menos alegre. Estaba realmente ofendido a causa del comentario del Conde. Mientras navegaban, ni una sola vez volvió la vista para observarlo como había hecho por la mañana. Sin embargo pese a su mal humor había cosas en las que no podía dejar de pensar. Su curiosidad crecía gradualmente. Hasta el momento se había preguntado miles de veces por que el Conde se había quedado en la vivienda de ese hombre, qué materias tendría que tratar con un sujeto como Rockwood; por el modo en que se habían mirado podía asegurarse que no existía ni un poco de simpatía entre ellos.
Además recordaba perfectamente las palabras dichas por ese hombre el día de su llegada a Dovan. Estaba más que claro que odiaba al Conde, ¿pero qué motivos tendría para tal odio?
Durante la cena Harry percibió a Severus más taciturno de lo habitual, y eso era mucho decir. Cada vez estaba más seguro de que algo tenía que ver en eso aquel zapatero tan desagradable. Después de llevar a Gabrielle a la cama y leerle un poco hasta que la niña se durmió, con bastante facilidad pues el viaje al continente la había agotado; bajó a la cocina para beber una taza de té.
En la cocina encontró a la señora Weasley, una mujer muy agradable que le había acogido con sincero afecto desde el primer día de su arribo al castillo.
—Parece que la señorita Gabrielle se durmió temprano —comentó la señora Weasley al ver entrar a Harry.
—Así es, el viaje al continente la agotó bastante.
—Jovencito, tú has sido una bendición para esa pobre niña; desde que murió su madre no había mostrado interés por abandonar la isla.
—Yo creo que se divirtió.
—No tengo duda de eso, tú eres muy especial. Estoy segura que hasta para el señor el viaje fue más agradable.
Harry vio en aquel comentario de la señora Weasley una oportunidad para comprender algo de la extraña situación que había vivido en la casa del zapatero de Dovan.
—La verdad no lo creo.
—Ah supongo que lo dices por las habladurías de la gente, pero es así, siempre le miran con malos ojos cada vez que va al continente.
—No, bueno yo no vi a nadie que le mirara con malos ojos, supongo que delante de él fingen. Hay un hombre de apellido Rockwood en Dovan, es el zapatero del pueblo; creo que existe bastante animosidad entre el Conde y ese hombre.
La señora Weasley guardó silencio y, con eso Harry tuvo la confirmación de que algo malo había sucedido entre los dos hombres.
—Te prepararé una taza de té —dijo la señora Weasley.
—¿Permitiría que lo haga yo? —preguntó el muchacho.
—¿Sabes preparar té?
—Sí. Siempre le preparaba té a mi madre, ella misma me enseñó.
—Pues adelante jovencito, realmente deseo probar ese té.
Harry tomó la tetera e inició la preparación, tal como lo hacía para su madre. Un dolor le oprimía el corazón al recordar a Lily. Prefirió apartar evocaciones dolorosas y pensar en otra cosa.
—Me llevé una gran sorpresa con ese zapatero —comentó Harry mientras llenaba la tetera de porcelana con el agua que había sido recién sacada del fuego.
—¿Y eso por qué? —preguntó la señora Weasley.
—Conocí a ese hombre el día que llegué a Dovan, estaba en la taberna bebiendo.
—Ah no me extraña, es conocido por su afición desmedida al alcohol.
—En esa ocasión no se refirió al Conde en buenos términos. Estaba presente cuando yo pregunté por el aviso de que se necesitaba una preceptora para esta isla.
—Eso no es extraño. La gente de Dovan nunca habla bien del señor.
—Sí, pero ese hombre dijo cosas especialmente desagradables. Me dijo que el Conde era un hombre maldito, que cualquiera que estuviera a su lado corría peligro. También habló de Gabrielle, dijo que le había quitado la voz… para que no contase que era él quien había asesinado a lady Eleonor.
La señora Weasley movió la cabeza en señal de disgusto.
—Ese Rockwood nunca fue bueno.
—Hoy cuando estuve en su casa me contó que él había vivido aquí en Edén.
—Sí, pero se marchó poco después de que el señor trajera a lady Eleonor.
—¿Y eso se debió a una casualidad o es que existió algún problema entre ellos?
La señora Weasley guardó silencio y miró pensativa a Harry.
—Discúlpeme, creo que estoy siendo descortés al preguntar tanto y sin tener ningún derecho —se apresuró a decir Harry.
—El antiguo Conde, el padre del señor contrató como asistente a Rockwood, vivía en esta casa y se encargaba de todas sus cosas, antes lo hacía mi esposo Arthur.
—¿Y qué sucedió con su esposo?
—Arthur murió en un accidente dentro de esta misma casa, cayó de la ventana de la torre, en esa época no tenía barrotes.
—Señora Weasley, jamás lo hubiese imaginado, cuánto lo lamento —dijo Harry sorprendido y apenado sinceramente.
—Eso pasó hace quince años.
Harry pensó que eran los mismos quince años trascurridos desde la muerte de su padre a manos de Lucius Malfoy.
—En esa época… milord vivía aquí.
—Oh no, el señor estaba en Londres en aquel tiempo.
—¿La madre de milord también murió joven?
—Lamentablemente sí. Era una buena mujer, pero el antiguo Conde no la respetaba, la pobrecita nunca conoció la felicidad, el señor Tobías sólo deseaba un heredero.
—¿Y de qué murió la madre de milord?
—De una enfermedad. Naturalmente que todos atribuyeron la muerte de la Condesa a la maldición, hasta el mismo Conde lo creyó. El señor y su padre nunca se habían llevado bien, luego de la muerte de la Condesa se fue a Londres y ahí vivió hasta que debió regresar cuando el Conde enfermó.
—¿Y cuando milord regresó, Rockwood aún estaba al servicio del anterior Conde?
—Sí. Habían pasado solo unas semanas desde el regreso del señor para cuando el señor Tobías murió. Entonces el señor heredó las propiedades y los títulos de su padre, y las mismas responsabilidades y preocupaciones.
—Han sido muchas las pérdidas en la vida de milord.
—Así es.
—Y ese hombre Rockwood al morir el viejo Conde se marchó de la isla.
—Oh no, claro que no. Se quedó en el castillo, para servir al nuevo Conde de Knighton.
Harry arrugó el ceño confundido.
—¿A milord?
—Sí, y veo que te asombra mucho.
—Es que por el modo en que se miraron esta mañana, queda muy claro de que se odian profundamente.
—Pero una vez fueron amigos.
—¿Amigos?
—Sí, el señor siempre fue un hombre de buen corazón, noble más allá de su título. Tras la muerte del señor Tobías permitió que Rockwood se quedara en esta casa y siguiera trabajando para él, pero en realidad nunca le trató como un simple empleado, tenían una relación especial.
Harry creyó entender y sintió una especie de pinchazo en el estómago.
—Nadie lo creería —comentó el muchacho.
—Sin embargo, esa buena relación duró solo un tiempo. Rockwood comenzó a actuar como si fuese dueño del castillo y de toda la gente de la isla. Hubo muchos problemas, pues era un hombre prepotente y cruel.
—¿Y milord permitía aquello?
—El no lo sabía, nadie se atrevía a quejarse por miedo a las represalias de Rockwood.
—¿Y entonces cómo fue que acabó la amistad de ellos?
—Pues simplemente que Rockwood no pudo tener al señor engañado mucho tiempo.
—Lo despidió entonces.
—No exactamente. El señor un día cualquiera dijo que se iba a Londres, para arreglar cosas con el administrador de su padre. Tardó tres meses en regresar, y en ese tiempo Rockwood se sintió dueño del lugar, ya te lo imaginarás jovencito. Pero un día el señor volvió y no venía solo, traía a una hermosa jovencita con él, su esposa, lady Eleonor.
Harry apenas pudo disimular su asombro.
—Fue una verdadera sorpresa, pero nos alegramos por el señor, y también por nosotros porque estábamos seguros de que la nueva Condesa, no iba a permitirle a ese Rockwood, que siguiera comportándose como el dueño del castillo.
La señora Weasley sonrió al recordar aquello.
—No te puedes imaginar cómo se puso ese hombre al saber que el Conde se había casado, enloqueció de rabia.
—Tal vez tenía esperanzas de convertirse en el dueño del castillo de modo oficial—aventuró Harry.
—Es probable que lo pensará. Y la nueva situación le resultaba humillante así que renunció a su puesto y dejó la isla para siempre.
—Ahora comprendo porque odia tanto a milord.
—Ha sido él quien desde entonces se dedicó a llenarle la cabeza de cosas a la gente de Dovan en contra el señor.
—Pero usted dijo que el antiguo Conde pensó que la muerte de su esposa fue a causa de la maldición.
—Así es. Lo de la maldición se remonta a épocas muy antiguas. Rockwood llevado por el coraje se ha encargado de que la gente no olvide ni un momento la maldición.
—Yo me niego a creer eso, estoy seguro que todas esas muertes tienen una explicación lógica.
—No sabes cómo me gustaría pensar como tú, pero la muerte de lady Eleonor nos hizo recordar que la maldición está ahí, existe y no hay como eludirla.
A pesar de las fatales evidencias Harry se negaba a creer que tal maldición fuese real.
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Severus estaba molesto por lo que había visto esa mañana en la casa de Rockwood. Estaba claro que ese hombre jamás perdería una sola oportunidad de fastidiarlo. La actitud que había tenido hacia el joven preceptor de su hija era una prueba de ello. Ahora que habían transcurrido varias horas y tenía la cabeza más fría, aceptaba que la acusación que le había hecho al joven de ojos esmeraldas era del todo infundada. El muchacho se había sentido ofendido y con todo derecho.
Tenía que encontrar el modo de disculparse, y cuanto antes lo hiciera mejor, pensó Severus.
Y como si el muchacho de ojos esmeraldas hubiese intuido la sinceridad de su propósito golpeó la puerta de su despacho pese a lo avanzado de la hora.
—Milord, sé que es un poco tarde, pero necesito hablarle de algo importante —dijo Harry.
Severus le miró con cierto temor, quizá el joven venía a decir que renunciaba a su puesto. No sabía muy bien porque, pero lo último que deseaba en la vida era que ese joven se marchara.
—Pase —indicó el hombre mayor.
Harry entró al despacho y se quedó de pie mientras el Conde cerraba la puerta. Observó a Severus con atención y naturalmente lo encontró tan serio como el día en que le había conocido, pero ahora además parecía preocupado. Al instante vino a su mente lo dicho por la señora Weasley. Ahora que conocía algo más de la intimad del Conde comprendía perfectamente su reacción de esa mañana en casa de ese sujeto Rockwood.
—Milord, yo quería decirle que… —Por favor no diga nada, estoy completamente consciente de que mi actitud hacia usted fue incorrecta. No tenía ningún motivo ni tampoco derecho a poner en duda su honorabilidad. Sé que mis palabras le ofendieron profundamente y me siento absolutamente arrepentido de haberlas formulado —dijo Severus de corrido.
Harry se quedó sin habla, nunca esperó que ese hombre, conocido como “El Demonio de Edén”, fuese capaz de dirigirse a él, que era casi un crío, en esos términos. Observó al hombre por varios segundos, aún daba vueltas en su cerebro todo lo que la señora Weasley le había contado, y sin saber cómo ni por qué acortó la distancia que le separaba del hombre y, poniéndose en puntillas le rodeó el cuello con los brazos y luego apegó su boca a la del Conde.
El impacto le impidió reaccionar en el primer momento. No recordaba ya cuanto tiempo había pasado desde la última vez que había sentido el contacto de otro ser humano tan próximo. Los labios del muchacho de ojos esmeraldas presionaban sobre los suyos, quedaba claro que nunca antes había besado. La sorpresa inicial se transformó en un deseo abrumador, en una necesidad avasallante y entonces reaccionó, tomando al muchacho por la cintura y apretándolo contra su cuerpo. Lo escuchó gemir y eso fue suficiente para despertar aquel deseo primario. Besó los labios de Harry con suavidad pese a que la hoguera de su cuerpo ardía sin control.
Ahora ya todo estaba claro para él, todas esas sensaciones y sus sentimientos de aquella mañana en casa de Rockwood. Todo se reducía a un solo hecho innegable, estaba enamorado. Sí, lo estaba, y aquello había sucedido desde el primer día en que ese joven sorprendente y tan hermoso le había mirado de un modo que casi había paralizado su corazón.
El calor del cuerpo de Harry era intensamente enloquecedor. Su aroma, su piel suave. Se rindió a los sentidos. Comprendió que pese a la inesperada audacia del muchacho, aquel era su primer beso, pues le besaba con los labios cerrados. Con delicadeza y poco a poco, su fogosa lengua fue buscando el camino hacia esa cavidad húmeda que le recibía con ardiente timidez.
Harry sintió que perdía la cabeza, todo él temblaba de modo descontrolado. Pero era maravilloso sentirse apegado al cuerpo del Conde de un modo tan estrecho. Podía sentir su pecho duro, y no solo eso, también percibía la dureza del hombre rozando su muslo. Gimió de gusto y placer.
En ese momento recordó aquellas palabras de su padrino Sirius con respecto a lo que sentía alguien cuando la persona amada le besaba por primera vez. «Todo desaparece en derredor, y sientes que solo existes para quien amas». Ahora tenía la certeza absoluta de que nunca había estado enamorado de Draco Malfoy. El chico rubio con toda su belleza jamás le provocó semejante torbellino, el muchacho rubio era hermoso, casi un ángel; pero el Conde era otra cosa, era un hombre verdadero, era todo músculos y fuerza, era fuego y pasión.
Harry sintió como era levantado del suelo y llevado hacia el sofá. Ahí fue despojado con prisa de su pantalón. Sabía que debía esperar más o menos, pues su padrino le había explicado como dos hombres hacían el amor; sin embargo fue totalmente sorprendido cuando sintió que su erección era atrapada por el calor húmedo de la boca del Conde. Aquello jamás lo imaginó posible. Su corazón latía como loco, abrumado por la felicidad y la sorpresa.
Ahora no tenía dudas de ningún tipo. Todo lo que había ocurrido en su vida tenía por objeto llevarlo hasta ahí, a los brazos de este Conde misterioso que con una sola mirada había sellado su destino. Amaba a Severus Snape, el «Demonio de Edén».
Harry ahora descansaba la cabeza en su hombro. Permanecían sentados en ese sofá que sería para siempre cómplice de aquel encuentro secreto y fogoso. Pero para Severus las cosas no eran tan simples. Aunque ya no podía negar que estaba enamorado de Harry, tenía miedo. La maldición era cierta y había perseguido a su familia desde muchas generaciones. La muerte de su esposa era la prueba más reciente. Eleonor había sido una víctima inocente. El no la había asesinado como decía Rockwood, por lo menos no directamente. Pero era responsable, lo era por el simple hecho de haberse casado con ella. Sabía bien que de un modo u otro las personas a las que se permitía amar acababan pagando el precio.
Ese era el motivo por el cual se mantenía alejado de Gabrielle. Darle su afecto a la niña sólo la condenaría al mismo final que había tenido su madre.
Y ahora estaba Harry. Este jovencito ingenuo y dulce que no comprendía el peligro en el que se encontraba. Acababa de entregarse confiado y lleno de pasión. Era imposible no amarlo, ¿Qué haría ahora que las cosas se habían salido de control? ¿Debía a caso despedirlo? Buscar el modo de que abandonara Edén para siempre. No sería fácil, no después de lo sucedido entre ellos. Pero encontraría el modo de que Harry se marchara, aún estaba a tiempo de salvarle la vida.
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| Tema: Re: El Demonio de Edén Vie Nov 25, 2011 6:14 pm | |
| Capítulo 4. Esperanzas
Harry, la noche anterior se había despedido del Conde con un dulce beso, pero sin palabras. Consideraba lo vivido en los brazos de Severus tan maravilloso, que decir algo estaba demás. Por otra parte, había visto en los ojos negros del hombre, un brillo de culpabilidad y miedo. No necesitaba preguntar el porqué de aquello, ya conocía el motivo.
No tenía dudas sobre sus sentimientos hacia Severus, aunque no podía asegurar cuales eran los sentimientos del Conde hacia él, pero algo en su corazón decía que ese hombre le amaba.
Esa noche jamás la olvidaría, sin importar qué sucediera en su incierta vida.
Cuando esa mañana llegó a desayunar en compañía de Gabrielle, ya sabía que debía esperar de parte del Conde. En todo caso nunca lamentaría haberse comportado de un modo tan irreflexivo al besar a Severus Snape. Jamás imaginó que las cosas entre ellos se precipitarían de ese modo, pese a ello no iba a olvidar el lugar que ocupaba en el castillo, era un empleado.
—Buenos días, milord —saludó Harry con toda naturalidad a Severus.
El hombre que no le había oído llegar tenía los ojos clavados en una de las ventanas. Al escuchar el saludo del joven le miró brevemente a los ojos y luego se concentró en su desayuno.
—Buenos días señor Potter —respondió con tono formal —. Buenos días, Gabrielle.
La niña miró al hombre seria como siempre y se acomodó en su sitio.
Pasaron unos minutos en completo silencio mientras Harry degustaba su café. Pero el muchacho no era de los que podía estar callado mucho rato. Al sentarse había notado la postura rígida de los hombros de Severus, comprendía el motivo.
—Milord, hoy hará un día estupendo… tengo intenciones de llevar a Gabrielle a dar un paseo a caballo, ¿no le gustaría acompañarnos?
El hombre miró brevemente al muchacho.
—Gabrielle no sabe montar, señor Potter.
—¿No? —preguntó Harry mirando a la niña sentada frente a él.
De inmediato leyó en los ojos oscuros de Gabrielle un brillo de entusiasmo. Ella deseaba ir de paseo, de eso no tenía dudas.
—Eso no es ningún problema. Yo sé montar a la perfección.
—No hay impedimento en que lleve a Gabrielle a montar, siempre y cuando regresen temprano.
—¿Entonces no vendrá con nosotros?
Severus se levantó de la silla.
—Me disculpo por no poder acompañarles, pero tengo asuntos urgentes que atender.
—Está disculpado, milord —respondió Harry con una sonrisa suave.
El hombre inclinó la cabeza y salió a toda prisa del comedor.
Harry sin darse cuenta dejó escapar un involuntario suspiro, mientras sus ojos se quedaron pegados en el lugar donde el Conde había estado sentado.
De pronto se percató de que Gabrielle, había dejado la cuchara suspendida en el aire y ahora le miraba fijamente.
—Tu padre es el hombre más asombroso que existe, Gabrielle —dijo Harry —. Nunca conocí a nadie como él. Por eso jamás debes hacer caso de las cosas malas que dice la gente.
La niña le devolvió una mirada intensa, como si respondiera que estaba de acuerdo con Harry. Esto último animó mucho al muchacho.
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Severus estaba bastante desconcertado por la actitud de Harry. El muchacho acababa de actuar como si todo siguiera normal entre ellos, como si la pasada noche no hubiesen hecho el amor. Porque en el fuero interno de Severus, pese a que el acto sexual no llegó a consumarse, de todas formas Harry le había entregado su adorable inocencia sin poner una sola objeción. Nunca antes alguien había confiado en él a ese punto. Ni siquiera Eleonor.
Un sentimiento tierno y la vez culpable luchaba por salir a la luz. De repente su cerebro se encontraba fantaseando con la maravillosa idea de que Harry se quedara para siempre en la isla. Se lo imaginaba despertando junto a él cada mañana. Se soñaba feliz, amando y siendo correspondido; como nunca sucedió con su desafortunada esposa. Eleonor nunca le amó, le respetaba y sentía afecto por él, inclusive agradecimiento, pero no amor. Y en cuanto a él, la situación no era diferente. Se unió a ella en un precipitado matrimonio luego de cortejarla tres meses. Las razones de tal unión habían sido varias, pero ninguna de ellas se relacionaba con el amor, ni siquiera con la atracción física.
No fue un secreto el hecho de que Eleonor nunca fue feliz a su lado y, seguramente no lo hubiese sido con ningún otro, pues cuando él la conoció ya era una muchacha atormentada y llena de miedo. Se casó con ella con la intención de liberarla, salvarla y, creía haber tenido éxito, pero entonces la maldición otra vez se hizo presente y se llevó la vida de Eleonor, y de paso dejó a su pequeña Gabrielle sin habla.
Era doloroso para Severus vivir inmerso en esta realidad. Su situación no le permitía abrigar esperanzas de ningún tipo.
Sin embargo la situación más preocupante era la de su hija. Si Gabrielle no recuperaba el habla, entonces sus posibilidades de abandonar Edén y tener una vida alejada de maldiciones y desgracias no serían posibles. Por otra parte estaba la promesa que le había hecho a Eleonor. Gabrielle debía mantenerse siempre alejada de sus abuelos maternos. No estaba seguro de cuánto tiempo más podría sostener esa promesa; habían pasado dos años desde la muerte de Eleonor, y esa gente aún no daba señas de vida, pero presentía que aquello podía cambiar en cualquier momento. La fortuna de Eleonor era demasiado grande como para mantener por más tiempo a alejados a unas aves de rapiña como lo eran los abuelos de Gabrielle.
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Bill Weasley era un muchacho muy atractivo que se encargaba de cuidar los caballos del Conde. Cuando Harry llegó hasta las caballerizas con Gabrielle, y le pidió que le ensillara un caballo para dar un paseo; fue recibido con una amplia sonrisa, tal parecía que ya había oído hablar de él.
—Buenos días, señor Potter —saludó Bill —, le ensillaré a Winey, es una yegua muy mansa, no le dará ningún problema.
—Muchas gracias —respondió Harry y sonrió al ver que la mirada de Gabrielle brillaba de entusiasmo —¿Te gustan mucho los caballos, no es así Gabrielle?
La pequeña levantó los ojos hacia Harry. Aquellas miradas se habían transformado en el medio de comunicación entre ellos.
—Creo que un poni sería un caballo adecuado para ti, ¿te gustaría que hablara con tu padre sobre ello?
La mirada de Gabrielle se intensificó y, además sucedió algo diferente que hizo muy feliz a Harry. La niña apretó la mano del joven. Era la primera vez. Harry lo interpretó como una señal, aunque Gabrielle no pudiera hablar, el entendimiento y la confianza entre ellos crecía.
Cuando el caballo estuvo listo, Harry lo montó con gran agilidad; hacía tiempo que no tenía la oportunidad de volver a montar y se sintió feliz. Bill Weasley ayudó a montar a Gabrielle; la niña quedó sentada delante de Harry.
Como el muchacho de ojos esmeraldas no conocía la isla, Bill se ofreció a acompañarles. Harry aceptó de buena gana.
Desde una de las altas ventanas del castillo fueron seguidos por la mirada del Conde. Harry no lo sabía, pero Severus había dado órdenes expresas de que jamás dejaran solo al muchacho cuando abandonara la seguridad del castillo.
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La mañana era agradable y el paisaje espectacular. Bill sirvió como guía de excursión. Harry pudo conocer a la gente que habitaba las humildes viviendas salpicadas por aquí y por allá. La marcha fue lenta, el terreno era escarpado en aquella zona por detrás del castillo. Pero los caballos estaban hechos para el terreno y Harry se sintió muy confiado montando a su yegua.
De vez en cuando hacían un alto en el camino y Gabrielle, con un catalejo se entretenía en mirar a puntos lejanos del horizonte, silenciosa lo compartía con Harry.
El instrumento les permitió observar embarcaciones en el horizonte lejano que a simple vista sólo parecían manchas. Bill le explicó a Harry que el arenque era una de las principales fuentes de alimentación de las familias que habitaban la isla.
El muchacho de ojos esmeraldas a través del relato que le hacía Bill, supo que toda la isla estaba gobernada por el Conde. La gente que vivía fuera de los terrenos del castillo habitaba pequeñas granjas dadas en arrendamiento hacía muchas generaciones por el anterior Conde de Knighton. Las tierras eran cultivadas con el propósito de no solo alimentar a las familias, sino también como medio de sustento. Sin embargo, lo que se obtenía de la tierra no era suficiente, por eso la mayoría de la gente de Edén, se dedicaba también a la pesca, recolección de algas, confección de tejidos, además de otros servicios para la comunidad.
Las casas eran muy sencillas. La mayoría de ellas estaban construidas con piedras de todos los tamaños y formas levantadas una sobre otra para formar muros dispares alrededor del suelo de tierra y bajo gruesos techos de paja. Harry pensó que seguramente no eran muy abrigadoras en un clima tan extremo como debía ser el invierno en la isla; aunque todas contaban con una tosca chimenea a través de la que se escapaban el humo de turba que por el clima ardía constantemente.
Pese a la condición humilde de los campesinos, Bill le aseguraba a Harry que la gente de la isla era muy feliz. Todos profesaban respeto y afecto al Conde, en la isla nadie se refería a él como «El Demonio», y tampoco existían murmuraciones por el hecho de que Gabrielle no hablara, muy diferente a lo que sucedía en el continente. Harry se alegró mucho al oír aquello, era un alivio para él saber que la gente de la isla no despreciaba ni temía al Conde.
Harry no estaba del todo consiente de cuanto le agradaba escuchar a Bill hablar del Conde de aquella forma; con respeto y admiración, totalmente diferente a lo que había escuchado a la gente de Dovan. Estuvo seguro de que a Gabrielle también le agradaba aquello.
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La mañana pasó en un abrir y cerrar de ojos para Harry. A la hora del almuerzo Bill, invitó a Harry a que hicieran un alto en la excursión para que visitaran la casa del mayor de los hermanos Weasley, Charlie.
El muchacho aceptó encantado lo mismo que Gabrielle.
El día había sido como una pincelada, comenzaba a caer la tarde cuando Harry decidió que ya era tiempo de regresar, era mejor aprovechar los rayos del sol que aún alumbraban. Todo había resultado de maravilla, lamentablemente para Harry las cosas no continuaron de ese modo. Llevaban un buen trecho recorrido desde que dejaran la casa del hermano de Bill, cuando el caballo de éste último perdió una herradura, no era algo grave, pero sería incomodo para el animal andar por el escarpado terreno de ese modo. No estaban demasiado lejos de la casa de Charlie, por lo que Bill decidió regresar para pedirle a su hermano un caballo.
Harry no quiso re andar el camino, así que sin preocuparse por la situación le dijo a Bill que le esperaría en ese lugar, aún era temprano y mientras el muchacho pelirrojo iba por otro caballo, Gabrielle y él podían observar el paisaje desde ese sitio.
Una pequeña foca gris que pudo observar con el catalejo llamó la atención del muchacho de ojos esmeraldas, le pareció tan fascinante aquel animal que decidió descender del caballo y acercarse más al acantilado para observar más de cerca, Gabrielle fue detrás de él.
No supo Harry cuanto tiempo pasó desde que se acercara al acantilado para observar a esa curiosa foca, hasta que repentinamente bajó el instrumento y recién se percató de la presencia de la niña junto a él. Al instante comprendió que algo no estaba bien. La mirada de Gabrielle estaba fija en las olas que rompían furiosas unos metros más abajo. Las mejillas de la pequeña de pronto habían perdido el color sonrosado, y sus ojos eran cruzados por una sombra de algo más profundo que el miedo.
A su vez Harry se asustó. Le habló a la niña para llamar su atención, pero ella no respondió. Estaba rígida y cuando el muchacho la tomó del brazo comenzó temblar de modo casi convulsivo.
—Gabrielle, qué sucede, por qué estás temblando, ¿tienes frío?
No hubo respuesta. Los temblores parecían incrementarse y sin embargo la pequeña no apartaba su vista del mar.
El muchacho miró con miedo en derredor, no sabía qué hacer, no comprendía que había provocado esa reacción inesperada en la niña. Tuvo que emplear la fuerza para apartarla de ese sitio y llevarla hacia donde pastaba la yegua. La rodeó con sus brazos para intentar calmar los temblores, pero no tuvo éxito. La palidez en el rostro de Gabrielle parecía aumentar.
Decidió regresar al castillo sin esperar a Bill. No le resultó fácil montar a Gabrielle, pues el cuerpo de la niña tenía una rigidez antinatural. Sin embargo empleó toda su fuerza hasta conseguirlo. Aunque no estaba muy seguro del camino imaginó que el animal le guiaría con el instinto. Afortunadamente así sucedió, al llegar a una empinada colina por fin al otro lado divisó el castillo.
Al llegar a los establos pidió ayuda a gritos. El primero en llegar fue Tom, luego lo hizo la señora Weasley seguida por el Conde, cuyo rostro estaba pintado de alarma. En medias palabras explicó lo sucedido a Gabrielle; entonces el Conde miró en todas direcciones preguntando por Bill.
—Su caballo perdió una herradura, y regresó a la casa de Charlie para buscar otro caballo.
—¿Y por qué demonios no le esperó? —gritó el Conde fuera de sí.
Harry abrió los ojos con asombro y miedo, era la primera vez que ese hombre le atemorizaba.
—Milord, le juro que lo hice, sólo regresé porque de pronto Gabrielle comenzó a comportarse de un modo…
El mismo Conde tomó a su hija de los brazos de Harry para llevarla al interior del castillo.
—Luego tendrá que darme las explicaciones necesarias, ahora hay que llevar a mi hija a su habitación.
Harry se quedó sin palabras. Vio consternación en la mirada de la señora Weasley, y odio y desconfianza en los ojos de Tom. No comprendía que había sucedido. Descendió del caballo con agilidad y se fue detrás del Conde.
Gabrielle fue depositada con cuidado en la cama, aún temblaba intensamente. Harry se sentía culpable aunque no entendía que había sucedido con la niña. La señora Weasley se había encaminado hacia la cocina para prepararle algo caliente que calmara los temblores.
El Conde, a diferencia de lo que Harry imaginó, no se acercó a la niña. Se limitó a observarla con rostro preocupado desde el borde de la cama. Pese a que el fuego de la chimenea ardía fuerte la pequeña aún temblaba.
Harry miró al Conde.
—Milord, yo no…
—Sus disculpas están demás señor Potter, el daño ya está hecho —fue la respuesta destemplada del hombre de ojos negros.
El muchacho se sintió herido, pues no sabía que daño le había inferido a la niña. Tras esas palabras el Conde abandonó la habitación.
Harry luego de mirar entristecido hacia la puerta se acercó a la cama de la niña. Silencioso se recostó a su lado y la rodeó con su brazo.
—Lo siento Grabrielle, lo último que desearía en la vida es lastimarte —murmuró el muchacho.
A diferencia de lo que Harry creía su cercanía sí logró calmarla, y luego de beber el té de hierbas preparado por la señora Weasley, Gabrielle se durmió tranquilamente.
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Harry tenía un nudo en el estómago cuando bajó de la torre, estaba seguro que sería despedido por el Conde. Pero él no deseaba irse, no ahora. Aunque era un misterio para él aquella reacción de Gabrielle, estando al borde del acantilado, no quería marcharse sin hacer algo por ella. Cuando llegó al despacho y justo se disponía a tocar la puerta, esta se abrió. Bill con el rostro levemente enrojecido salía del lugar. El muchacho de ojos esmeraldas comprendió que el simpático joven pelirrojo había sido reprendido por el Conde. Se olvidó por completo del temor de hacía un instante. Fue sustituido por un sentimiento de rabia ante lo que le parecía una injusticia. Bill no era culpable de nada.
—Bill… si milord te ha culpado por lo sucedido yo le explicaré que no…
La frase Harry quedó suspendida, pues la figura del hombre de ojos negros apareció en la puerta.
—Bill, tenía órdenes expresas de no dejarles solos a mi hija y a usted en ningún momento.
—Milord, y Bill cumplió con su cometido. El caballo perdió una herradura y él…
—No necesito escuchar la misma explicación otra vez señor Potter, ambos actuaron con imprudencia.
Ahora Harry quien estaba enojado.
—Milord, con todo respeto le digo que soy el único responsable de lo sucedido. Fui yo quien decidió acercarse al acantilado… ahora comprendo que no debí…
—Exactamente no debió —le interrumpió el Conde —, no sólo puso en peligro a mi hija, sino que también a usted mismo. Fue en ese mismo sitió donde mi esposa tuvo el accidente hace dos años. Gabrielle estaba con ella, la vio caer.
Harry se quedó sin palabras, miró a Bill y vio como el muchacho bajaba la vista.
—Yo… —balbuceó el muchacho de ojos esmeraldas —. No lo sabía, nadie me lo dijo ¡Por Dios! Nunca lo imaginé…
Harry se sentía apesadumbrado ahora que podía comprender la reacción de Gabrielle.
Bill bajó la vista, se disculpó con el Conde una vez más y los dejó a solas.
Harry le vio marcharse con un peso en el corazón. No había sido su intención perjudicar al joven.
—Milord…
El Conde hizo un gesto con la mano para indicarle que entrara al despacho y luego cerró la puerta con cierta brusquedad.
El hombre observó al joven por unos segundos y luego habló:
—Quiero que recoja su equipaje y mañana mismo abandone la isla. Está despedido señor Potter.
Harry sintió que el mundo se hundía a sus pies. Lo último que deseaba en la vida era marcharse de Edén. Pese a su sentimiento de culpa igualmente le pareció injusta tal medida y estaba decidido a oponerse, no se marcharía.
—¿Quiere despedirme después de todo el tiempo que debió esperar para que alguien respondiera a su aviso?
—Definitivamente no fue una buena decisión contratarle señor Potter. Está claro que no es apto para este empleo.
—Comprendo que esté molesto por lo sucedido, pero debe ser razonable milord, yo no sabía que lady Eleonor había sufrido un accidente en ese sitio, nadie me lo dijo.
—Eso ya no tiene importancia, el daño ya fue hecho.
—Hare todo lo posible por repararlo, milord, se lo juro.
El pareció no prestarle atención. Se acercó a mirar por la ventana.
—Sobre la mesa hay un sobre… es la remuneración por sus servicios. Presente el documento a mi administrador en Londres, el señor Filch…
Harry se sintió más que humillado por la mención del dinero, aunque estaba consciente de que era solo un empleado.
—No es necesario que me pague milord —respondió el joven con aire altanero.
El hombre se volteó a mirarlo.
—Es lo que corresponde…
—No. No tiene que pagarme… porque no pienso marcharme, no abandonaré a Gabrielle, menos ahora que conozco la magnitud de la tragedia que ha vivido al presenciar el accidente de lady Eleonor.
Severus esperaba cualquier cosa menos eso. Nunca nadie se había opuesto de ese modo a una orden suya. Se acercó lentamente al joven sopesando aquella actitud que a su pesar le dejaba perplejo.
—Señor Potter… —susurró el hombre con tono que helaría la sangre a cualquiera.
Pero para desgracia o ventura del Conde Harry no era cualquiera, era Harry y cuando tomaba una decisión nada en el mundo le hacía retractarse.
—Puede amenazarme todo lo que desee milord, pero no me marcharé de Edén; no dejaré a Gabrielle —respondió con terquedad el muchacho —. El único modo en que puede sacarme de la isla es echándome al mar, porque de ningún otro modo me iré.
El hombre mayor no sabía cómo reaccionar.
—Nunca en mi vida conocí a nadie tan terco e insolente como usted —murmuró el hombre.
—Soy terco cuando algo o alguien me importa. En este caso sé que su hija no desea que me marche, pese a lo sucedido. Gabrielle necesita de afecto y atención milord, algo que claramente usted no le da.
—¿Acaba de poner en peligro a mi hija, y todavía se atreve a cuestionarme?
—Lo hago. Porque he visto su comportamiento con ella, su indiferencia y frialdad es casi cruel, perdió a su madre, fue testigo de su accidente y a pesar de eso usted le ha negado su afecto.
—¡Maldición muchacho! —exclamó el Conde fuera de sí —. A caso crees que es fácil para mí, que me hace feliz el no poder acercarme a mi hija a pesar de desearlo con todo mi corazón.
—Nada le impide amar a Gabrielle, milord —fue la respuesta de Harry.
El muchacho a pesar de estar seguro que lo siguiente que haría el hombre sería darle una bofetada se mantuvo erguido y desafiante.
Pero de pronto los bríos del Conde parecieron apagarse, y en su lugar sólo quedaba la tristeza y el cansancio.
Sin decir una palabra y bajo la curiosa y atenta mirada de Harry, se dirigió hacia un compartimento secreto que había en la pared. Extrajo un cofre de madera que depositó sobre el escritorio. Luego procedió a abrirlo con una llave que guardaba dentro de una caja de metal que adornaba una mesa de arrimo. Abrió el cofre y extrajo con sumo cuidado un documento y lo depositó en la mesa. Después se apartó y miró con aire sombrío al muchacho.
—En Dovan te dijeron que yo era un demonio, un hombre maldito, pues es verdad… aquí está la prueba. Este pergamino contiene la maldición que hace siglos una bruja lanzó contra mis antepasados.
Harry abrió la boca con más asombrado que otra cosa. Se acercó a la mesa para observar el documento de cerca. No cabía duda de que el pergamino era antiquísimo, pero además estaba escrito en un idioma que Harry no conocía.
—Es gaélico antiguo, el lenguaje de estas islas y de mis antepasados.
—¿Qué dice? —preguntó el joven con asombro.
El Conde leyó primero en el idioma antiguo y luego lo tradujo para que el muchacho comprendiera su contenido.
—<em>«Durante mil años cualquier ser al que os permitáis traspasar la bruma de vuestro corazón, caerá bajo la losa más contundente de la muerte, mientras observáis sin poder evitarlo. Sólo alguien de corazón y mirada pura os librará de los errores del pasado, para poner fin a los dolores soportados, sólo entonces se romperá la maldición que os mantiene encadenados».</em>
—¡Mil años! —exclamó Harry enojado —. Maldita bruja.
El Conde levantó los ojos hacia el muchacho que no parecía nada impresionado tras conocer la maldición, solo molesto.
—Bueno milord, si ha querido leerme esto para que yo saliera corriendo, pues debo decirle que ha fracaso estrepitosamente. Creo que lo único impresionante de esta maldición es el modo en que suena en ese idioma antiguo, por lo demás pues me parece que solo es una amenaza que profirió una mujer despechada, y sí era bruja seguramente lo era por los malos deseos que albergaba en su corazón que debió, sin duda, ser muy negro.
Snape estaba impresionado, este muchachito mostraba un valor que ya se hubiese querido alguien con más años. Su intención no era asustarlo, solo advertirle al peligro que se enfrentaba; porque para su mal, había conquistado el corazón del Demonio de Edén.
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| | | Sol Aprendiz de vuelo
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| Tema: Re: El Demonio de Edén Vie Nov 25, 2011 6:19 pm | |
| Capítulo 5. Pasado doloroso
El Conde no hizo el real intento de que Harry se marchara. Porque no quería perderlo y, además comprendió que sería en vano. El muchacho era demasiado terco. Sin embargo, como su deseo era mantener a raya la maldición no se acercó a él, aunque lo deseaba intensamente.
Faltaban pocos días para la celebración de San Miguel, patrono de la isla. En esa ocasión se agradecía por lo que la tierra entregaba. De todo lo que se recolectaba durante el verano dependía la supervivencia a un largo y frio invierno.
Los días transcurrían con total calma. Su hija Gabrielle, ahora disfrutaba de la compañía de una amiga. Charlie había viajado a Londres con su esposa para visitar a la familia de ésta; dejando a su hija de nueve años al cuidado de la señora Weasley.
Gabrielle nunca había tenido una amiga de su misma edad. Durante los siete años que vivió lady Eleonor, fue la única compañía de su hija, y tras su muerte la niña se aisló por completo.
Harry al saber que la niña estaría al cuidado de su abuela, pidió a la señora Weasley que le permitiera a su nieta quedarse en el castillo con Gabrielle, estaba seguro de que la cercanía de una amiga haría que la pequeña olvidara más rápidamente el terrible episodio del acantilado.
Y parecía que el muchacho de ojos esmeraldas había tenido razón, pues antes de lo esperado la pequeña Gabrielle mostraba signos de estar olvidando aquel incidente tan doloroso.
En esos días el Conde se pregunta cada vez más frecuentemente, si podía ser que se estuviera equivocando al no darle a su corazón la oportunidad de amar libremente a ese maravilloso jovencito de ojos esmeraldas que con sus miradas y sonrisas le dejaba sin aliento. Ningún acontecimiento atribuible a la maldición se había manifestado hasta entonces a pesar de que él había aceptado ya su amor. Era tan difícil no desearlo.
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Una sonrisa muy esperanzada cruzaba el rostro de Harry cada vez que subía a la habitación de Gabrielle. Después de unos días desde aquel mal momento vivido en el acantilado, la niña había comenzado a mostrar signos de recuperación y, aquello se acrecentó tras la llegada de Luisita, la pequeña hija de Charlie. Por fin Gabrielle tenía una amiga. Harry se quedaba maravillado al verlas juntas, aunque la hija del Conde seguía sin decir ni una silaba, aquello no era impedimento para entenderse con su nueva amiga, al contrario, Luisita interpretaba de un modo extraño y maravilloso el lenguaje silencioso de los ojos de Gabrielle.
Harry estaba feliz de que el Conde hubiese aceptado su sugerencia de alojar a Luisita en el castillo, ahora que miraba a las dos niñas tenía certeza total de que su intuición no se había equivocado. Ahora Gabrielle estaba pintando el muro de la habitación de juegos, el mismo lugar con el que antes se mostraba tan indiferente. Pero no se trababa de una pintura cualquiera comprendía Harry. La niña estaba pintado el mar, y lo hacía con la ayuda de Luisita. A pesar de que faltaba bastante para acabar la pintura, Harry presentía que Gabrielle había encontrado el modo de revelar el secreto que escondía la muerte de lady Eleonor. Y no estaba equivocado.
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Aquel día era víspera de la celebración de San Miguel y era un acontecimiento muy especial. La tradición de la isla decía que las muchachas y los jóvenes solteros debían ir al campo a recoger las zanahorias silvestres que esa noche debían servirse durante la cena. Harry aceptó encantado el ofrecimiento que le hizo la señora Weasley, y también se fue a recoger zanahorias, llevando con él a Gabrielle y a Luisita.
Se divirtió en grande esa mañana, su compañero en la recolección de zanahorias silvestres fue Bill, que a esas alturas se encontraba completamente recuperado de la culpa por lo acontecido aquel día funesto en el acantilado. Y en ello había tenido mucho que ver Harry, porque el muchacho había instando al Conde a que se disculpara con el joven Weasley, por acusarlo tan injustamente. El hombre de ojos negros se había mostrado reacio en el primer momento, pero luego se había dado a la razón y no tuvo inconveniente en dar esa disculpa; y a cambio fue recompensado por la mirada amorosa y llena de admiración de parte del muchacho de ojos esmeraldas.
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Harry entró con libertad esa tarde en el despacho de Severus.
—Buenas tardes, milord —saludó el muchacho con gesto formal.
A Severus le divertía aquella formalidad que Harry empleaba en ciertas ocasiones.
—¿Cuándo me llamarás por mi nombre, Harry?
—Hmm… no lo sé, soy su empleado milord, no lo olvide —respondió el muchacho mientras se dejaba caer en un sofá sin esperar invitación.
Severus se cruzó de brazos mientras se reclinaba sobre su sillón.
—A estas alturas ya no estoy muy seguro de quien es realmente el señor de este castillo.
Harry le miró con algo de sorpresa, pero luego sonrió.
—Eso es muy dulce de su parte milord. Pero yo jamás osaría arrebatarle su puesto de señor de Edén.
—Por supuesto, quien desearía el titulo de «demonio».
—Oh milord, ¿hasta cuándo con eso? Se lo he repetido una y mil veces, si usted insiste en verse a sí mismo como un demonio la gente que le rodea también lo hará.
Severus guardó silencio. Harry notó que en realidad la preocupación del hombre no pasaba por el hecho de considerado más o menos demonio, había algo más.
—¿Sucede algo, milord?
El hombre no respondió enseguida, sus ojos miraron con tristeza al muchacho de ojos esmeraldas.
—Sí, lo que esperaba desde hacía tiempo —respondió con tono sombrío Severus.
La mirada de Harry equivalió a una pregunta.
—El señor Filch me ha escrito desde Londres, diciendo que los padres de Eleonor presentaran un reclamo formal para que Gabrielle les sea entregada a ellos.
Harry abrió la boca con temor y asombro.
—No puede ser —murmuró el joven.
—Es así.
—¿Y qué hará milord? —preguntó Harry mientras dejaba el sofá para ir a colocarse delante de Severus, sin cuidarse de que sus rodillas habían tocado directamente el frio suelo de piedra.
Severus en una acción refleja levantó al muchacho del suelo y lo llevó de regreso al sofá y se sentó a su lado.
—Luchar por mi hija, aunque no estoy seguro de tener éxito y lograr que Gabrielle permanezca a mi lado tal como se lo prometí a su madre.
—¿Por qué los padres de lady Eleonor quieren a Gabrielle?
—No quieren a Gabrielle precisamente, la niña no les importa, pero sí la fortuna que heredó de su madre.
—¿Cómo es posible ser tan miserable?
—No me extraña, nunca quisieron a Eleonor y mucho menos quieren a Gabrielle.
—No dudo de su palabra milord, pero me cuesta tanto comprenderlo.
Severus miró a los ojos a Harry. Por primera vez no se sentía solo como le había sucedido la mayor parte de su vida. Ahí sentado junto a él, estaba este muchacho, que en realidad era poco más que un niño y, sin embargo, desde su llegada al castillo había logrado infundirle más confianza y seguridad de la que nunca sintió en su vida.
—Harry —dijo el hombre tomando la mano del muchacho —, prácticamente nadie conoce la verdadera razón por la que me casé con Eleonor.
El muchacho recordó lo que le había contado la señora Weasley, pero no sólo eso también lo dicho por ese desagradable sujeto, Rockwood, sobre que el Conde luego de que lady Eleonor le diera la heredera que necesitaba la había asesinado. Por supuesto que él jamás creería algo tan horrible, Severus era incapaz de lastimar a alguien.
—Después que murió mi padre me vi obligado a asumir como nuevo señor de esta isla. No lo deseaba, mi infancia en este lugar había sido muy triste, sobre todo después de la muerte de mi madre. Pero tenía un deber para con esta gente y, cumplí. En esa época, había un hombre que estaba al servicio personal de mi padre, tras su muerte yo no tuve valor para decirle que se fuera; además él conocía como funcionaba todo aquí y por eso decidí que continuara en su puesto.
—Ese hombre era Rockwood, ¿verdad?
—¿El te lo dijo?
—No, la señora Weasley.
—Pues sí era Rockwood. Al comienzo todo fue bien —dijo el hombre mientras sus ojos se perdían en las llamas de la chimenea —. Esa fue la primera vez en mi vida que me sentí comprendido y apoyado, Harry.
—Lo entiendo, milord —respondió el joven.
—Creo que fue eso lo que me llevó a… involucrarme con él de un modo tan íntimo, más allá de lo que debía ser la relación de un señor y su empleado.
Harry le miró con intensidad, pues aún recordaba aquel breve, pero maravilloso encuentro acaecido en ese mismo lugar hacía unas pocas semanas.
—Pensarás que es un hábito en mí el seducir a mis empleados.
El muchacho sonrió.
—Si lo dice por lo que sucedió entre los dos milord, pues le recuerdo que fui yo quien se lazó en sus brazos aquella noche.
—Eso es verdad, pero yo tampoco puse mucha resistencia.
—Es que yo soy irresistible, milord.
No resultó incomodo hablar de lo sucedido esa noche, y esto asombró mucho a Harry.
Severus sonrió brevemente.
—Además de ser irresistible… eres único —dijo el hombre acariciando la mejilla del muchacho.
Aquel suave toque hizo estremecer a Harry, cerró los ojos dejando en evidencia toda la emoción que le despertaba el Conde.
Severus apartó su mano. Aquel gesto tan sencillo del muchacho despertaba en él deseos muy intensos, si no se controlaba terminaría echándosele encima para tomarlo de un modo que sería irreparable para el honor de Harry.
—La verdad tardé un poco en darme cuenta de que había cometido un grave error con Rockwood. No era la persona que yo creí, sus acciones fueron mostrando el verdadero rostro que tenía, ese que a mí me ocultaba. Cuando me di cuenta pensé en despedirlo, pero sabía que era demasiado hábil, y la verdad tuve miedo, no de que pudiera hacerme daño, sino de que sus argucias como amante me hicieran claudicar.
Harry sintió una punzada en el estómago. La palabra «amante», lo llevó a imaginarse con demasiada claridad a Severus en brazos de ese miserable hombre y, a pesar de que ya conocía por boca de la señora Weasley aquella situación, eso no lo hizo más sencillo.
—Por eso un día cualquiera le dije que iba a Londres por negocios. Deseé alejarme de él sin dar explicaciones, sabía que estaba actuando de un modo cobarde; la conciencia no me dejaba tranquilo al saber que durante mi ausencia gobernaría la isla con mano de hierro. No tenía intención de marcharme para siempre, pero sí demorar lo suficiente como para que al regresar se hubiese apagado aquel deseo que despertaba en mí. Tenía apenas una semana de estar en Londres cuando recibí invitación a un baile, nunca fui amigo de la diversión esa es la verdad, pero me sentía tan mal que deseaba perder la memoria de cualquier modo. Me presenté en el lugar sin expectativas de nada, solo olvidar mis problemas aunque fuera unas pocas horas. En ese baile conocí a Eleonor.
Harry miró al hombre con intensidad.
—Esa noche había decidido beber champaña y ser testigo de cómo otros, más felices que yo, se divertían. Fue cuando al mirar por inercia a un grupo de muchachas que me observaban con abierto interés y se reían al otro lado del salón de baile, vi a Eleonor. Lo que llamó mi atención hacia ella no fue su belleza, aunque tenía mucha, sino lo diferente que se veía de las muchachas que estaban con ella. Las otras reían y hacían toda clase de gestos rebuscados deseando llamar la atención de los caballeros solteros del salón, pero ella no, al contrario, parecía totalmente fuera de lugar, como si deseara fundirse con la pared para que nadie la notara. Me quedé observando por un rato, las otras jóvenes lograron su cometido, los caballeros poco a poco fueron solicitándolas para bailar, pero Eleonor se quedó pegada a la pared mirando a todos lados asustada. Sentí pena por ella, pero fue un sentimiento fugaz y, justo cuando había decidido buscar algo más para distraerme, vi como una mujer se le acercaba, no cabía duda de que se trataba de su madre. El rostro de Eleonor pareció desfigurarse, como si la sola visión de la mujer la aterrorizara. Fue evidente para mí, cuando fue jalada del brazo y llevada hacia un rincón que quedaba medio oculto por una palmera, que sería reprendida. Y así sucedió. Vi como la mujer la sacudía, me quedó claro que el motivo era el que ella no estuviese bailando como lo hacían sus amigas. No sé porque… pero no pude soportar ver su rostro así de aterrado, era evidente que al regresar a su casa recibiría mucho más que una simple reprimenda verbal. Entonces sin pensarlo crucé el salón, me planté delante y le solicité un baile, ella luego de un segundo de sorpresa me extendió su mano temblorosa. Bailamos toda la noche, ante la mirada rapaz de su madre, en ese salón todos sabían que yo sólo unos meses atrás había heredado el título de Conde y que era muy rico.
—Milord —dijo Harry, aprovechando de llenar la pausa que hacía Severus en su relato —, sólo puedo admirarlo por su actitud tan noble.
—Sí, y mi nobleza no terminó ahí. Al despedirme de ella esa noche le pedí permiso a sus padres para visitarla al día siguiente, naturalmente que mi solicitud fue recibida con júbilo.
—Sin duda milord, su corazón habló de...
—No Harry —interrumpió el Conde —. Te equivocas, no es lo que piensas, el corazón no tuvo que ver en mi unión con Eleonor. En esas visitas que le hice tras ese baile, fui descubriendo el horror que ella vivía. Era muy rica, pero por una disposición testamentaria sus padres no podían tocar el dinero, herencia de un tío. Eso había hecho nacer el odio en su madre; esa mujer perversa que debía amarla y protegerla, se hizo cómplice de los bajos instintos del padre, permitiendo al hombre que cometiera el tipo de abuso más infame que existe.
Al oír esta terrible revelación Harry sintió que los ojos se le humedecían. Ahora comprendía el porqué del juramente del Conde a lady Eleonor, de jamás permitirle a sus padres acercarse a Gabrielle.
—Cuando supe de esto, de inmediato la pedí en matrimonio. No pensé en nada más que alejarla de esa gente monstruosa, y ella me aceptó. No puso ninguna objeción por tener que abandonar Londres para vivir en esta isla perdida en el confín del mundo, al contrario, alejarse de esos miserables era todo lo que deseaba. Así fue como luego de ausentarme por tres meses de Edén, regresé con una esposa que nunca había tenido la intención de buscar.
Harry estaba impactado.
—Milord, si fue su nobleza de corazón lo que hizo posible su unión con lady Eleonor, estoy seguro que ella debió comprenderlo y le amó con todo su corazón.
—Las cosas no fueron tan sencillas, Harry —respondió Severus levantándose del sofá.
—¿Por qué no milord?
—No existía la pasión que debía tener esa unión. Cuando regresé aquí trayendo a Eleonor, la verdad era que sentía el mismo deseo de antes por Rockwood, pero sabía que por una cuestión de honor no volvería a involucrarme con él, por mucho que me buscara. Era un hombre casado que le debía respeto a su mujer. No quería que ella, después de sufrir tanto, terminara decepcionada de mí. Rockwood ayudó en ello, renunció al poco de mi regreso. Se sintió traicionado.
—Pero él no lo amaba, milord.
—Es cierto, pero eso no le impedía soñar con la posibilidad de convertirse en señor de Edén. En realidad era lo que había buscado desde el principio. Me sentí aliviado cuando se fue.
—Lady Eleonor no supo que usted y él…
—Sí, lo supo… le confesé la verdad sobre mi tendencia sexual. Ella era más sagaz de lo que yo pensaba y lo intuyó, no fui capaz de mentirle. A pesar de que no nos amábamos, no quería decepcionarla. Para ella fue un alivio saberlo. Los abusos que había sufrido por parte de su padre, no la predisponían a sentir deseo por su esposo, ni por ningún hombre. Respiró más tranquila al saber que yo no haría requerimientos sexuales.
—Pero y Gabrielle…
—Teníamos seis meses de casados y aun no consumábamos el matrimonio. Yo no tenía intención alguna de exigirle nada, pero ella sentía tanto agradecimiento por mí que una noche después de cenar, me dijo que deseaba darme un hijo, un heredero. Ella sabía que desde que partí a Londres no había tenido contacto físico con nadie, por eso a pesar de no sentir atracción por el cuerpo femenino, esa noche no la rechazaría. Para ella fue más difícil que para mí, yo respondí a mis instintos, para ella fue un sacrificio. Pero como sabíamos que sería la única vez… fue una noche extraña. Nos unimos varias veces, ella deseaba asegurar el embarazo porque sabía de antemano que no soportaría otra noche como esa. Cuando abandoné su habitación por la mañana, me sentía avergonzado y culpable por haber aceptado aquello. Me consideré bajo y miserable, yo no era mejor que su padre.
Harry comprendió la magnitud del sentimiento de culpabilidad y tristeza que cargaba el hombre, sin poder resistirse se levantó y lo abrazó. Para su felicidad Severus no le rechazó.
—Oh no Severus, no digas eso —dijo Harry olvidándose de todo formalismo —.No existe punto de comparación entre tú y ese mal hombre. Y lady Eleonor supo verlo, por ese motivo quiso regalarte la felicidad de ser padre.
—¿Cómo es posible que seas tan maravilloso Harry? Piensas de un modo tan generoso.
—¿Yo? No soy generoso, todo lo contrario… soy muy egoísta, ahora puedo verlo.
—Eso es imposible —dijo el hombre besando la frente del chico.
Ese breve instante pasó y el Harry quiso seguir escuchando la historia del Conde.
—¿Esa noche lady Eleonor y tú concibieron a Gabrielle, no es así?
—Sí. Un mes después Eleonor me confirmó que estaba embarazada.
—¿Y qué sentiste en ese momento?
—Felicidad. Y sorprendido comprobé que Eleonor también lo estaba. Ella había vivido un calvario junto a su familia y mi vida tampoco había sido feliz. A partir de ese momento más que ser esposos fuimos amigos, sentíamos afecto y nos respetábamos; con eso nos bastaba.
—Y ahora esa gente quiere a Gabrielle. No podemos permitirlo Severus, no sólo por la promesa que le hiciste a lady Eleonor, sino porque ellos no tienen derecho a arrebatarte a tu hija.
—Pero por lo que me ha dicho el señor Filch en su carta, lo intentarán.
—Pueden intentarlo todo lo que quieran, pero no tendrán éxito.
—Harry, esa gente son lo peor, irán con su solicitud a la corona y de seguro que mis antecedentes y las murmuraciones de la gente no me serán favorables.
—Tú lo has dicho Severus, son murmuraciones, nada es comprobable, porque en realidad no hay nada de lo que puedan acusarte. Eres un buen hombre.
—Los rumores pueden hacer mucho daño Harry.
—Eso lo sé muy bien —dijo el muchacho recordando el motivo por el cual había huido de su hogar.
Se hizo un breve silencio, mientras Harry sopesaba las alternativas que existían para salvar esa terrible situación.
—Severus, existe un solo modo de que esa gente no se atreva a hacer tal solicitud.
—¿Cuál?
—Que te cases.
—Casarme… ¿con quién?
—Pues conmigo naturalmente.
El hombre parpadeó con asombro.
—Harry… ¿me estás proponiendo matrimonio?
—Hmm… pues sí.
El hombre se quedó sin habla ante la naturalidad del joven.
—Piénsalo Severus, si esa gente insiste en llevar su solicitud a la corona será beneficioso que estés casado y Gabrielle tenga un hogar estable, no digo que no esté bien contigo, pero si te casas conmigo verán que esas cosas que dicen de ti no tienen ni una pizca de verdad.
Severus estaba impresionado.
—Aunque comprendo que tengas dudas, pues no sabes nada de mí.
—¿Qué te hace pensar que no sé nada de ti?
—No te he contado nada de mi vida.
El hombre se levantó del sofá y se dirigió hacia el escritorio. Regresó junto a Harry y le entregó una hoja. Era una carta escrita por el administrador, el señor Filch. El muchacho leyó la firma al pie de la página.
—¿Qué es esto?
—El señor Filch me la envió a pocos días de tu llegada. Yo le escribí informándole que había contratado como preceptor de Gabrielle a un joven de nombre Harry Potter. El me contaba en esta carta que un joven que respondía a ese nombre y con tus mismas características había huido de su hogar, y su padrino, ofrecía una recompensa a quien entregue información sobre su paradero.
—Hmm… ya veo. Entonces desde hace rato sabes quién soy.
—Harry, no quise engañarte, simplemente decidí respetar tu derecho a guardar esa información que corresponde a tu vida privada. Respeto los motivos que tienes para no decirme que eres el futuro Marqués de Glentworth.
—Agradezco tu confianza Severus, pero hay algo que creo que debes saber antes de que tomes una decisión sobre casarte conmigo.
—¿Qué es eso que debo saber Harry?
—Hui de mi casa porque estaba decepcionado de mi madre y padrino, me ocultaron… mejor dicho no me dijeron la verdad sobre la muerte de mi padre.
—¿Tu padre murió?
—Cuando yo tenía cinco años. Siempre dijeron que fue a causa de una enfermedad, pero no era cierto.
—¿Y cómo te enteraste de la verdad?
—Mi padrino me la dijo.
—Pero si acabas de decir que te la ocultó.
—Sí, lo hizo para proteger la reputación de mi madre y la mía.
El hombre arrugó el ceño.
—No entiendo.
—Severus, antes de conocerte creía que amaba a un chico de mi edad llamado Draco, y deseábamos casarnos.
—El te correspondía entonces.
—Sí. Yo estaba dispuesto a huir con él para casarnos. Mi padrino nos descubrió y entonces me dijo que no podía unirme a Draco, pues un pasado doloroso que involucraba a su familia y la mía nos haría desdichados.
En este punto Harry hizo una pausa para darse valor.
—Mi madre estando casada con mi padre, fue seducida por el padre de Draco, un hombre de mala reputación, que según lo dicho por mi padrino no respetaba ningún principio moral. Mi madre se sintió arrepentida y le confesó la verdad a mi padre, pero él, como era lógico no pudo evitar la ira y fue en busca del padre de Draco… fue asesinado por ese hombre en un duelo, y mi padrino no lo soportó, llevado por la rabia mató al padre de Draco.
—¡Por Dios! Es terrible, dos personas muertas.
—Nunca supe nada de aquello, todo se ocultó para evitar las murmuraciones de la gente. Según mi padrino lo hizo para protegernos a mi madre y a mí.
—Pero tú los culpas de todos modos, ¿no es así?
—No sé que me decepcionó más, si la mentira o el que mi madre traicionara a mi padre.
—Harry, imagino cuanto debió dolerte aquello.
—Sabes… es cierto que me dolió, pero si todo no hubiese sucedido… tú y yo jamás nos hubiésemos conocido.
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| | | Sol Aprendiz de vuelo
Cantidad de envíos : 282 Fecha de nacimiento : 19/01/1982 Edad : 42 Localización : Santiago de Chile Galeones Snarry : 17926 Fecha de inscripción : 16/02/2009
| Tema: Re: El Demonio de Edén Vie Nov 25, 2011 6:26 pm | |
| Capítulo 6. Sucesos inesperados
Severus miró con ternura al joven de ojos esmeraldas. Ya no se sentía capaz de rechazarlo, con maldición o sin ella se casaría con Harry.
—Ese dolor que te llevó a huir de tu familia es lo que te trajo hasta mí —dijo el hombre mientras besaba con ternura la mano del muchacho.
—¿Te casarás conmigo entonces?
—Harry me casaría contigo aunque no existiera la posibilidad de que me quiten a mi hija.
El muchacho se sintió tan feliz de escuchar aquello que se lanzó sobre los brazos del hombre mayor sin ningún recato.
Y Severus lo recibió con efusividad. Un instante después sus labios se unían por segunda vez en un beso apasionado. Tardaron bastante tiempo en calmar el ímpetu que se adueñaba de sus sentidos.
—Me enloqueces Harry.
—Y tú a mi Severus.
—Nunca creí que alguna vez podría experimentar lo que tú me haces sentir. Me llenas el alma mi amor.
—Te amo Severus, te amé inclusive antes de conocerte —dijo el muchacho mientras esparcía besos por todo el rostro del hombre.
—¿Antes de conocerme? —preguntó sorprendido el hombre de ojos negros.
—Sí Severus. Aquel día en Dovan, cuando leí el anuncio que habías puesto. La tabernera me habló de ti cuando le pregunté, dijo que eras un demonio y todas esas otras tonterías. En ese momento el corazón me dijo que debía venir, que tú me necesitabas. Aunque me ofrecieran otro empleo en ese mismo instante, lo hubiese rechazado. Y todo quedó más claro cuando te vi parado en el umbral de esa puerta.
—Yo también debo confesarte algo con respecto a ese día Harry.
—¿Qué?
—Cuando Tom me dijo que te negabas a marcharte, vine con la intención de justificar mi apelativo de «demonio», pero cuando miré tus hermosos ojos y este rostro de ángel, ya no pude pensar con cordura.
El muchacho soltó una risilla traviesa.
—Pues yo tampoco estaba en mis cabales, porque mientras me conducías a la habitación de Gabrielle, lo único que pensaba era en lo guapo que te veías. Nunca antes miré a ningún hombre de modo tan inapropiado como te miré a ti esa tarde.
—Sí que eres un muchachito travieso…
—Oh Severus… Yo era tan correcto, a Draco jamás lo miré como a ti, ni siquiera me animé a besarlo, en cambio contigo; no sé qué provocas en mí, pero pierdo la cabeza por completo.
—¿Tú pierdes la cabeza? Y que dices de mí… el día que me besaste terminé llevándote al sofá.
—Fue maravilloso lo que me hiciste, no tenía idea que fuera posible.
—Y yo no podía creer que me aceptaras sin ningún reparo.
—Así es el amor —respondió el muchacho —… Porque no me llevas ahora a tu habitación y repetimos esa experiencia maravillosa.
—¿Ahora mismo?
—No me importaría hacerlo aquí tampoco, pero creo que sería mucho más cómodo en tu cama.
—Harry, hace nada pensé que debía controlarme contigo o terminaría haciendo algo que sería irreparable para ti.
—Oh, bien si ese algo es lo que imagino, pues no tienes de que preocuparte porque ya estamos comprometidos y no permitiré que te arrepientas.
—Sé que no lo permitirías y yo no tengo intención de arrepentirme, sin importar que suceda.
Harry acercó sus labios a los del hombre y le besó suavemente esta vez. Ahora que comprendía la diferencia entre «enamoramiento» y «amor verdadero», daba las gracias al destino que lo había llevado hasta Edén.
—Llévame a tu habitación Severus, quiero aprovechar el tiempo que nos queda antes de la cena de víspera de San Miguel.
—Sus deseos son órdenes para mí, señor Potter.
Severus apartó al joven con suavidad y se puso de pie. Se dirigió a un punto específico de la pared a la altura de la chimenea.
—En ciertas situaciones es muy ventajoso habitar un castillo tan antiguo como este. Existe un pasadizo secreto que comunica este lugar con mi habitación en la segunda planta —explicó Severus mientras jalaba un mecanismo oculto.
Los ojos de Harry brillaron de entusiasmo.
—¿Alguien más conoce la existencia de este pasadizo?
—No. Nadie que no lleve el apellido Snape.
—Entonces no deberías revelármelo.
—Estas a punto de convertirte en mi esposo de hecho, y en unos días lo serás con todas las de la ley… Así que no hay nada que me impida compartir este secreto contigo —respondió Severus mientras una pared de piedra se movía y dejaba al descubierto un pasillo oscuro.
El corazón de Harry latió más a prisa. Una sensación inexplicable hizo que su estómago se sacudiera, cuando finalmente el hombre de ojos negros, luego de encender una lámpara, le tendió la mano. Sin dudarlo ni un segundo la tomó y así una vez dentro del pasillo y después de asegurarse de que la pared había regresado a su lugar, comenzaron el ascenso por los escalones que les llevarían a un mundo de felicidad que ninguno había conocido antes.
El final del estrecho pasillo era la habitación privada de Severus. La pared que se movía estaba disimulada tras un tapiz.
El Conde le tendió la mano al muchacho después de apagar la lámpara y dejarla sobre una mesa. Por la ventana un cielo nuboso y gris aportaba muy poca luz a la habitación.
—Es de proporciones extravagantes —murmuró el muchacho después de observar el lugar y detener sus ojos en la cama.
—Lo es.
—¿Por qué tan grande Severus?
—Yo no la elegí —respondió el hombre mientras se encogía de hombros —. Según recuerdo tiene varias generaciones de estar en este castillo.
—Debe ser muy fría para una sola persona. Nunca has tenido la oportunidad de compartirla con alguien más, ¿no es así?
—No, nunca. Tú serás el primero —dijo el hombre de ojos negros acercándose al muchacho.
—Muy apropiado, Severus —dijo Harry con una sonrisa —. Este es el día en que estrenamos nuestro amor.
—Oh Harry, a veces creo que eres el fruto de mi imaginación, ¿no será que la soledad me ha enloquecido? ¿No será que estoy soñando despierto?
—Lo mismo siento yo Severus. ¿Cómo es posible que seas real?
El hombre de ojos negros acercó al muchacho hacia su cuerpo. Le agradó notar que Harry estaba excitado tanto como él.
—Harry esto será diferente a lo del otro día, ¿lo sabes no es así?
—Lo sé —dijo el muchacho mientras tomaba la iniciativa para comenzar a desabotonar la levita del hombre —. Conozco el asunto, al menos en teoría.
—Mi amor, te prometo que seré muy cuidadoso… lo último que desearía en la vida es hacerte algún daño.
—Es cierto que soy virgen Severus, pero eso no me hace frágil.
—Para mí lo eres.
—Severus, soy un chico y quiero que me trates como tal. En realidad deseo que me trates como a un hombre, como a un amante… no quiero que el temor a lastimarme haga que te contengas.
Severus comprendió el sentido de las palabras de Harry. El muchacho deseaba que se sintiera libre para tomar su cuerpo, deseaba ser amado sin miedos.
—Eres todo un hombre Harry, eso lo tengo muy claro. Me lo hiciste ver el día que pretendí abandonarás Edén y te negaste. Sé que no eres frágil, pero deseo con toda mi alma que este momento sea maravilloso para ti, como lo es para mí.
—Ya lo es —respondió el muchacho y luego besó con pasión la boca del hombre.
Antes de lo esperado ya se habían despojado de las ropas de la cintura hacia arriba. Ahora las manos de Harry acariciaban cada contorno del pecho de Severus, mientras éste, presa del deseo que despertaban esos toques, mimaba con sus manos el trasero del muchacho, esto hacia que sus respectivas erecciones se rozaran, arrancándoles gemidos placenteros.
—Oh Harry… amor mío, creo que estoy más que listo.
Harry no supo cuanto tiempo pasó. Pero no debió ser mucho entre aquellas palabras y hasta que se encontró recostado sobre la cama. Mientras con delicadeza era despojado de su ropa, se preguntaba cómo era posible que la gente pensara que Severus Snape era un demonio. Era imposible no darse cuenta de la dulzura que poseía ese hombre. Era lo que lady Eleonor había visto, por eso quiso darle un hijo. El no estaba adaptado para darle hijos, pero a cambio le daría su vida, porque a partir de ese momento jamás lo dejaría.
Severus demoró solo lo necesario. Harry, para alegría suya, estaba completamente entregado. Eso le facilitaba las cosas. Y aunque estaba algo nervioso, pues había pasado demasiado tiempo desde que se encontró en esa situación por última vez. Casi se sentía tan novato como Harry.
Harry sabía que poseía el valor para afrontar el dolor que experimentaba en ese momento. No era cobarde. Pero aquello era bastante doloroso a pesar de que Severus se había tomado tiempo en prepararlo, sin embargo, resistió. No lo hacía solo por él, deseaba que ese momento quedara grabado en la mente y en el corazón del hombre de ojos negros como algo hermoso. Se propuso disfrutarlo, si el gozaba el momento también lo haría Severus.
Severus se preguntaba, mientras embestía suavemente al muchacho y experimentaba un placer que jamás imaginó que podía ser posible, si era realmente merecedor de todo aquello. Aun tenía dudas, no era fácil luchar contra años y años de creencias fatalistas sobre sí mismo. La respuesta a esa duda la recibió en la forma de un gemido que se escapó de la garganta del muchacho de ojos esmeraldas. Harry estaba totalmente entregado a las sensaciones que se adueñaban de cada centímetro de su cuerpo.
El hombre mayor escuchó al muchacho llamarlo por su nombre una y otra vez, después gemidos y suspiros. Finalmente sus voces suplicantes se mezclaban, porque Harry rogaba al hombre que no se detuviera jamás. Severus suplicaba al muchacho que fuese suyo para siempre, que jamás lo dejase. Junto con los juramentos de amor eterno llegó el orgasmo para Harry, Severus que se había contenido bastante, finalmente se dejó ir. Su cuerpo laxo quedo tendido sobre el de Harry, pasó tiempo antes de intentar moverse, pero el muchacho le habló:
—No amor… por favor no te muevas aún —pidió Harry con un gemido.
El hombre obedeció sumiso. Ese contacto íntimo le hacía tan feliz y tampoco deseaba que terminara aún.
—Me encanta estar así mi vida, pero estoy consciente de mi peso y no quiero que acabes demasiado cansado.
Harry soltó una risa en la que se evidenciaba que apenas se recuperaba del placer vivido.
—Sentir tu cuerpo sobre el mío es maravilloso, desearía que no terminará jamás.
—Este es el comienzo —respondió el hombre —. Tenemos toda la vida por delante.
Harry sonrió satisfecho. Se movió y el contacto íntimo cesó. Buscó el rostro de Severus y lo besó con ternura.
—Hmm… eres maravilloso —susurró el joven de ojos esmeraldas —, nadie creería que eres el mismo hombre que estaba dispuesto a mandarme de regreso al continente.
—Ese hombre era otro, uno que estaba completamente mal de la cabeza.
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Era la primera vez que la cena de la víspera de San Miguel, se celebraba como un acontecimiento realmente festivo. Todas las personas que trabajaban para el Conde asistían a esa cena. Era la tradición agradecer, preparando una cena con productos solamente elaborados y cosechados en la isla.
Las zanahorias silvestres que Harry había ayudado a recolectar por la mañana fueron a parar a una ensaladera de proporciones descomunales.
Harry y el Conde intercambiaban miradas cada dos por tres. Los recuerdos de la tarde que habían vivido estaban excesivamente frescos en sus mentes. Sin embargo, parecía que nadie lo notaba, y si lo hacían, pues tenían el tacto de no demostrarlo.
Gabrielle se veía tan bien de lo más animada junta a su amiga Luisita.
Lamentablemente el carácter festivo de la cena no duró mucho. Todo se transformó en alarma cuando la señora Weasley obligó a Harry a arrojar la zanahoria que estaba a punto de llevarse a la boca. Todo el mundo se alarmó al escuchar a la mujer.
—¡Santo cielo! ¡Jovencito eso no es zanahoria, es cicuta!
La alarma tras esas palabras cundió entre los que cenaban, pero sobre todo se adueñó del rostro de Severus. Se levantó como un bólido y se acercó a Harry con el rostro pálido.
Harry vio el rostro alarmado del hombre y comprendió que había estado a punto de envenenarse, sin embargo, no era lo que más le preocupaba en ese momento. Temía más el efecto que ese incidente podía causar en el ánimo de Severus; le aterraba la idea de que asociara ese suceso a lo de la maldición, en la que había dejado de creer apenas unas horas atrás. La razón y el corazón son frágiles ante la posibilidad de la muerte del ser amado.
—¿Cómo es posible, señora Weasley? —preguntó con el rostro pálido el hombre mayor.
La señora con el rostro consternado no supo que responder. La horrorizaba ser responsable de semejante descuido.
—Milord, estoy seguro que ha sido un descuido mío, no sabría diferenciar entre una zanahoria y ese otro tubérculo. Es muy probable que yo mismo lo cogiese esta mañana. Todos quienes viven aquí los conocen, no se equivocarían jamás.
Severus miró con preocupación a Harry. No quería que después de los momentos tan felices vividos con el muchacho sus miedos proliferaran otra vez, pero le era difícil aceptar que aquello era sólo una coincidencia.
Harry pareció adivinar los pensamientos que tenían lugar en la cabeza del Conde, pues la línea que cruzaba su frente se había marcado intensamente.
—Por favor, milord, no permitamos que este incidente nos arruine la cena —dijo Harry con tono suplicante.
Severus miró al joven con rostro serio. Naturalmente que comprendía que lo que en realidad Harry le decía era: «No permitamos que esto nos quite la felicidad».
El hombre aceptó las palabras del joven y regresó a su lugar. Recién entonces se dio cuenta de que Gabrielle observaba con ojos temerosos a Harry.
—No te preocupes Gabrielle, todo está bien, el señor Potter está a salvo.
En un acto totalmente inesperado la niña buscó la mano del hombre. Era la primera vez desde la muerte de lady Eleonor.
Poco a poco la calma retornó a la mesa y todo el mundo se relajó. El incidente fue rápidamente dejado en el olvido.
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Era tarde y el castillo ya estaba silencioso. Harry después de acostar a las dos niñas que compartían la habitación se marchó. Estaba deseoso de ver a Severus y tranquilizarlo, en caso de que aún el hombre estuviese afectado por lo ocurrido durante la cena.
En cuanto tocó la puerta del despacho esta se abrió. Era esperado. Se echó en los brazos del hombre de ojos negros.
Harry no permitió que Severus hablara de ningún tema que no tuviese que ver con lo que sentían el uno por el otro y los planes para el futuro. Después logró dejar el asunto desagradable en el olvido cuando le pidió al Conde que una vez más le llevara hasta la cama a través del pasadizo secreto.
Al llegar a la habitación hicieron el amor una vez más con la intensidad de sus sentidos y, corazones totalmente sincronizados. Para Harry fue muy difícil abandonar el cuarto, deseaba quedarse toda la noche con Severus, pero era imposible, Gabrielle y Luisita dormían en la habitación del piso superior y por más que deseara amar a Severus durante toda la noche debía cumplir con su deber y regresar a la tercera planta.
Al llegar a su habitación sintió el cansancio que la jornada llena de agitación tanto física como mental. Cuando se metió en su cama, la encontró fría, el recuerdo del calor de otro cuerpo tomando el suyo aún estremecía sus sentidos. Le costó conciliar el sueño debido a esas sensaciones que se despertaban al rememorar las caricias, los besos y la sensación de sentirse invadido por la masculinidad ardiente del hombre que amaba.
Se durmió soñando en cómo sería, luego que se casara con Severus, dormirse todas las noches del resto de su vida en los brazos de ese hombre maravilloso.
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Por la mañana despertó sintiéndose más animado y dichoso de lo que jamás había sido capaz. La sola perspectiva de ver a Severus en el desayuno le infundió la energía sin límites. Después de asearse se vistió rápidamente. Entró a la habitación de Gabrielle. Despertó a las niñas que dormían tiernamente abrazadas.
Las dejó alistándose para el desayuno y se fue a la habitación contigua para ordenar un poco. Ese día era la celebración de San Miguel, por lo tanto, los estudios quedarían suspendidos.
Observó la habitación. Estaba bastante ordenada. No era mucho lo que había que hacer. Sus ojos se detuvieron de pronto en la pared que Gabrielle pintaba. Observó el dibujo, que estaba tomando una forma bastante definida, era el mar. Específicamente el acantilado donde había tenido el accidente lady Eleonor. No hizo falta analizar demasiado, para comprender que Gabrielle había encontrado la forma de contar lo que había sucedido aquel terrible día.
El dibujo mostraba a dos figuras paradas al borde del acantilado, una era más baja que la otra. Harry imaginó que una de ellas era lady Eleonor y la otra Gabrielle. Luego siguió observando y vio como una tercera figura observaba a las otras dos.
El corazón de Harry dio un brinco. No había dudas de que ese dibujo representaba a la niña y su madre en el acantilado, la figura pequeña sostenía un catalejo. La tercera figura estaba muy cerca de la figura grande con brazos extendidos, como si intentara tocarla. Ahí estaba la respuesta a lo sucedido. Ahora Harry tenía la certeza absoluta de que lady Eleonor no había muerto a causa de ninguna maldición, sino que había sido asesinada. Pero por qué alguien desearía hacerle daño. En su cerebro de inmediato se formó la figura de Rockwood. Odiaba a Severus lo suficiente, además tenía sobrados motivos para odiar a lady Eleonor, ella había truncado los planes al casarse con Severus.
Era una hipótesis bastante lógica, sin embargo, había algo que no coincidía. Lady Eleonor había muerto hacía dos años ¿Era posible que Rockwood esperara pacientemente durante ocho años a que se presentara la oportunidad de asesinar a la esposa del Conde, y, así cobrar su venganza finalmente? Recordaba además el modo en que el hombre, aquel día en Dovan había mirado a Gabrielle, su mirada no tenía nada especial, simplemente parecía admirar a la pequeña niña, mencionando que era hermosa como la madre.
Gabrielle tampoco había reaccionado de modo extraño. Si Rockwood fuera el hombre que estuvo en el acantilado, la niña se hubiese mostrado afectada de un modo u otro. Dio vueltas por la habitación tratando de recordar algún hecho fuera de lo común, sucedido durante el tiempo que estuvo en la cabaña del zapatero. A parte del odio que se manifestó en sus ojos con la sorpresiva llegada de Severus no hubo nada más, por lo menos nada que él notara.
Sin embargo, otra idea le invadió. Podía ser que simplemente Gabrielle no recordara a Rockwood como el hombre del acantilado. Después de todo era una niña pequeña, tenía siete años en el momento del suceso y bien podía ser que sus recuerdos estuviesen bloqueados. Tal vez el perder el habla no era la única consecuencia de presenciar el «accidente» de su madre.
La cabeza de Harry era un torbellino de ideas confusas. No sabía si debía informarle a Severus de inmediato de lo que había descubierto, temía preocuparlo sin tener algo más conclusivo. Decidió que esperaría un poco, el dibujo de Gabrielle aún no estaba terminado, era mejor darle tiempo a la niña, tal vez diera más información a acerca de quién había asesinado a lady Eleonor.
Cuando regresó a la habitación donde las niñas ya le esperaban vestidas, hizo todo lo posible por no mostrarse ansioso.
—Pero que niñas más bonitas tenemos aquí —dijo el muchacho con una sonrisa alegre.
—Gabrielle quiere que la lleve a montar, yo también quiero —dijo Luisita después de mirar a su amiga.
—¿De veras? Pues será un placer. Pero lo haremos después de la carrera de caballos, tenemos que ver correr a tu padre Gabrielle —respondió el muchacho.
—Mi abuelita dice que el caballo del Conde ganará este año, es el mejor de todos.
—Esperemos que así sea. Bien, ya debemos ir a desayunar y comer muy bien porque tenemos muchas actividades hoy y tenemos que estar muy fuertes.
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Al entrar al comedor el joven vio que Severus, como cada mañana ya les esperaba. Sin embargo, por la expresión de su rostro, Harry supo que aunque en apariencia todo se veía igual, su vida y la del hombre de ojos negros había cambiado desde el día anterior. Ante el resto de la gente deberían continuar mostrarse como el señor del castillo y su empleado.
El desayuno fue alegre como nunca antes. Severus no tuvo problemas en mostrarse alegre, nunca se había sentido tan feliz como ahora y no pensaba esconderlo, como tampoco pensaba ocultar lo que sentía por Harry.
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En los alrededores del castillo se había congregado una gran multitud. Todos habían venido a ver la tradicional carrera de caballos.
Bill había cuidado con esmero el caballo del Conde. Afortunadamente no había sido robado. La particularidad que tenía aquella carrera era que los participantes podían durante la noche robar el caballo de algún otro corredor y utilizarlo libremente. Nadie se había animado a robar el caballo del Conde.
Harry miró con entusiasmo a los participantes, entre los que naturalmente destacaba la figura del Conde. El hombre le había prometido durante el desayuno que ganaría la carrera por él. Para Harry no podía existir nada más halagador.
De pronto se formó un poco de revuelo en la zona de partida. Harry se volteó a mirar el porqué de aquello. Ahí a uno metros estaba Rockwood. Para el muchacho era extraño verle ahí, pues tenía entendido que en la carrera sólo participaban los habitantes de la isla. Le preguntó a la señora Weasley.
—¿Por qué ese hombre viene a correr?
—Viene todos los años, no pierde la esperanza de derrotar por fin al señor.
—Pero él vive en Dovan.
—Sí, pero nació aquí en la isla, además es primo de Tom.
Harry se quedó asombrado.
—¿Tom?
—¿No lo sabías jovencito?
—No.
—Son primos, lejanos eso sí. La familia de Tom no es de la isla, él nació en otro sitio. Llegó a trabajar con el señor un mes después que Rockwood renunció.
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| | | Sol Aprendiz de vuelo
Cantidad de envíos : 282 Fecha de nacimiento : 19/01/1982 Edad : 42 Localización : Santiago de Chile Galeones Snarry : 17926 Fecha de inscripción : 16/02/2009
| Tema: Re: El Demonio de Edén Vie Nov 25, 2011 6:34 pm | |
| Capítulo 7. Amargas verdades
Los caballos debían correr por una extensión arenosa de la accidentada costa que se extendía desde los muros del castillo hasta el espigón de roca y piedra que constituía el embarcadero de la isla. Era una distancia de más de un cuarto de milla que los corredores debían sortear de terreno desigual con obstáculos naturales que iban desde piedras verticales desgastados por el paso del tiempo hasta franjas de musgo de mar e inclusive restos de madera que era arrojada por la marea.
La hilera de jinetes que se habían acercado a la línea de partida era casi una docena. Ningún caballo llevaba montura, los competidores deberían hacer uso de toda su destreza para mantenerse sobre el lomo de sus caballos.
El corazón de Harry latió violentamente cuando en medio de toda esa muchedumbre vio a Severus. El viento le sacudía el pelo y la bruma de la mañana se enroscaba en las patas de su caballo. Con un orgullo sin límites Harry pensó: «Parece un guerrero de las Tierras Altas preparándose para la batalla». Llevaba un tradicional pantalón de montar que se ajustaba a sus piernas como una segunda piel y una sencilla camisa de algodón, Harry se estremeció con solo mirarlo, sintió un arrebatador impulso de correr hasta él, pero se contuvo.
Era la primera vez en años que el Conde participaba en la tradicional carrera, la gente estaba revolucionada por completo ante la perspectiva. Para los isleños ya no era el señor austero y refinado al que había que venerar y mirar desde lejos; ahora era un isleño más.
Harry no podía dejar de observarlo. Era cierto que el día anterior había conocido todos los atributos físicos del Conde, pero eso no evitaba que su corazón latiera de prisa en ese momento. Estaba esplendido. El cabello negro alborotado por el viento que soplaba desde el estuario se despeinaba sobre el ángulo del rostro, la oscuridad oculta de sus ojos. El verlo así tan magnífico, tan hombre, tan él, no hacía otra cosa que acelerarle el pulso y que su entrepierna se abultara.
Entonces el Conde buscó la mirada de Harry y, le sonrió. El muchacho le devolvió la sonrisa, avergonzado por el sonrojo que de pronto había subido a sus mejillas, sabía que la multitud les observaba con demasiada atención. Apartó la vista intentando calmar los ímpetus que el Conde le despertaba con solo mirarlo y entonces la sonrisa de sus labios se desvaneció de golpe al advertir la mirada de odio no disimulado que dominó los rasgos de Rockwood mientras observaba a Severus desde el extremo opuesto de la hilera de jinetes.
Rockwood al darse cuenta de que Harry le observaba retrocedió su caballo.
Entonces Charlie Weasley le llamó.
—¡Rockwood! ¿Qué haces, vas abandonar la carrera antes de empezar?
Los susurros recorrieron a la multitud.
Rockwood, adelantó su caballo antes de responder.
—No Weasley, es sólo que no tengo ganas de perder el tiempo hoy; todos sabemos quién ganará la carrera. El señor con dinero… que posee el mejor caballo —respondió Rockwood, mirando esta vez con franco resentimiento a Severus.
La multitud se quedó silenciosa. Sin embargo no les asombraba la actitud de Rockwood, conocían la enemistad que había nacido entre él zapatero de Dovan y el señor de Edén.
Severus se acercó con lentitud a Rockwood.
—Bueno Rockwood, si deseabas mi caballo debiste aprovechar la noche para robarlo. La tradición lo permite.
—Robar tu caballo Snape —respondió Rockwood con una sonrisa socarrona —. No, jamás, si quisiera robarte, sin duda sería algo que considerarás más valioso.
La última parte de la frase la dijo mientras fijaba sus ojos en Harry. Luego volvió su mirada a Severus, en un franco desafío.
—Rockwood, no quiero herir tus sentimientos, pero me temo que no estás a la altura.
Charlie decidió que era el momento de intervenir en aquella solapada disputa.
—Rockwood nos estás retrasando, si no quieres participar está bien…
—Tengo una proposición que hacerte Rockwood —interrumpió Severus —. Mi caballo correrá con dos jinetes, así no podrás decir que existe parcialidad.
Sin esperar la respuesta, Severus acercó su caballo hacía donde estaba Harry. Silenciosamente le tendió la mano. El muchacho sin prensárselo ni un segundo aceptó la mano del Conde y un segundo fue alzado sobre la grupa del caballo, quedando sentado delante de Severus.
—Con dos jinetes mi caballo será más lento, creo que así es más justo —dijo Severus.
Rockwood, miró al Conde de un modo casi asesino. Luego giró su caballo y regresó a ocupar su lugar en la línea de partida.
—Mi amor… será una cabalgada con muchos baches —dijo Severus con una sonrisa.
—No es un problema, milord, ya tengo algo de experiencia en eso de las cabalgadas bruscas —respondió el muchacho con un tono de marcada connotación sexual.
Severus soltó una carcajada que dejó asombrados a todos. Era la primera vez que le veían tan feliz y relajado. Muchos intercambiaron miradas, intuyendo que ese jovencito de ojos esmeraldas era el responsable de semejante prodigio.
—Parece que no fue tan buena idea subirte a mi caballo después de todo. Estaré más pendiente de cómo mi dureza rosa tu trasero que del camino.
—Al contrario milord, el sentirme tan apretado contra usted, debe incentivarlo a terminar pronto la carrera. Así después, con la excusa de que debemos cambiarnos, podemos ir a su habitación… y podrá cabalgarme del modo en que usted quiera.
—Harry… —murmuró el Conde con tono ronco de excitación.
En ese momento se borró de la mente de Severus todo absolutamente. Le importaba poco la carrera, Rockwood menos que nadie.
—Prométame que le ganaremos a ese idiota de Rockwood, milord.
—¿Eso quieres?
—Sí.
—Así será entonces —respondió el hombre mientras apretaba con fuerza las riendas de su caballo alazán. Que parecía compartir la excitabilidad de su amo.
La carrera resultó increíble para Harry nunca en su vida había cabalgado de ese modo, pero en ningún momento sintió miedo, sabía que en las manos de Severus nada malo podía sucederle.
Por su parte Rockwood por más que lo intentó, no pudo darle alcance al caballo del Conde y debió conformarse con ser el segundo, cosa que no hizo más que aumentar su coraje.
Los asistentes a la carrera se mostraron sinceramente felices de que ganara el Conde. A Rockwood no lo estimaban ni un poco. Recibieron a Severus con gritos de júbilo y aplausos. Por ahí entre la muchedumbre escuchó una voz, que a Harry le pareció ser de la señora Weasley, pidiendo un beso del Conde para el joven de ojos esmeraldas.
Severus no se hizo de rogar y después de ayudar a bajar al muchacho del caballo lo besó en la boca, delante de todos. La calidad de empleado y señor ya no existía. Todos los asistentes murmuraron entre asombrados y complacidos. Gabrielle miró a su amiga Luisita y por primera vez hizo algo de lo que nadie se percató porque estaban emocionados observando como el Conde besaba a Harry, sonreír.
Tom en ese momento le dirigió una mirada a Rockwood, era los únicos que no parecían felices por el acontecimiento.
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Harry y Severus, aprovechando que la gente se entretenía en competiciones y juegos, se dedicaron a vivir una tarde de pasión. Con la excusa de tomar un baño y cambiarse para el baile que empezaría unas horas más tarde, regresaron al castillo. Tomaron un baño juntos en la habitación del Conde, pero después de eso en vez de vestirse se fueron directo a la cama, pasaron casi tres horas ahí, viviendo esa pasión inagotable que les incendiaba el cuerpo.
—Milord, creo que mañana no podré caminar —dijo Harry mientras acercaba su rostro al pecho de Severus, luego de sentir por cuarta vez consecutiva, como el miembro completamente satisfecho del hombre mayor abandonaba su estrechez.
—Y yo que estaba pensando invitarte a bailar esta noche —respondió Severus.
—¿De veras?
—Sí.
—Hmm… no sería educado de mi parte no aceptar. Así que milord, al menos le concederé una pieza.
—Creo que con eso será suficiente —dijo el hombre mayor mientras besaba con suavidad los labios del joven —. La verdad, me gusta mucho más el modo en que bailas sobre mí. Me fascina tu forma de moverte, eres tan sensual, me enloqueces absolutamente.
Harry sonrió y buscó la mirada del hombre.
—Tú me enloqueces Severus, casi no creo que sea yo quien se comporta con tan poco recato.
—Pues yo quiero que seas siempre así.
—¿Crees que la gente sabe que estamos aquí haciendo el amor?
—Y si no lo saben lo intuyen, después del beso creo que dejamos muy claro nuestros sentimientos.
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El día había sido largo, lleno de emociones, Harry después de acostar a Gabrielle y Luisita cuando pasaban las doce, bajó silencioso hacia el despacho de Severus. Sabía que el hombre ya estaba desde hacía rato en su habitación descansando. El no soportaba la idea de dormir solo en su cama, así que iría a la de Severus, utilizando el estrecho pasadizo que ya conocía. Estaba cansado y no pensaba en ninguna necesidad sexual, sólo deseaba dormir en los brazos del hombre que amaba. Lo que Harry ignoraba era que Gabrielle no se había dormido realmente, y que ella y su amiga habían decidido seguirlo hasta el despacho. Pero al entrar, las niñas vieron que Harry había desaparecido, aquello las asustó así que decidieron ir en busca de Severus, subieron de regreso a la segunda planta.
Gabrielle con sigilo se acercó a la puerta de la habitación de su padre, no tenía llave así que empujó. Se quedó parada en el umbral de la puerta sin soltar la mano de Luisita, ésta le jaló la mano para llevarla hacia la cama donde el Conde dormía, pero cuando la niña corrió el dosel vio que Harry dormía en los brazos de Severus. Luisita se tapó la boca para acallar su risa. Luego de unos segundos de observarlos, salieron sigilosas de la habitación tal como habían llegado.
Era imposible saber qué hora era cuando los gritos de alarma les despertaron. Podían ser que llevasen dormidos apenas diez minutos o tal vez dos horas. Pero en cuanto escucharon las voces del pasillo se levantaron alarmados. El Conde se vistió lo más rápido que pudo, lo mismo hizo Harry con el corazón a mil.
Al salir de la habitación el olor a humo era evidente. Bastó una mirada hacia la escalera del fondo para comprender que se quemaba la torre. Ahí estaba la habitación donde dormían las niñas, también Harry, pero el joven había decidido pasar la noche en la cama del Conde.
Severus se precipitó escaleras arriba, pero pronto el denso humo y el calor de las llamas le cortaron el paso. Harry detrás de él estaba horrorizado. Severus sintió que las piernas le flaqueaban cuando comprendió que Gabrielle y Luisita debían estar atrapadas en la torre. Sin embargo, de pronto escucharon la voz de Luisita, y no venía de la torre, sino del fondo el pasillo. Severus se volteó con ojos desencajados y entonces vio a las dos niñas tomadas de la mano, estaban unos metros más allá de la habitación donde él dormía, acababan de asomarse de la habitación que había pertenecido a lady Eleonor.
Tanto él como Harry recobraron la movilidad y corrieron hasta donde estaba Gabrielle y su amiga, las tomaron rápidamente en brazos para comenzar a bajar las escaleras hacia el primer piso. En ese preciso momento entraba desde el pasillo que llevaba a la cocina un tropel de gente, presididas por la señora Weasley y por dos de sus hijos que no trabajaban para el conde, Fred y George, pero también venía Bill.
—Señor, vimos el incendio desde el patio —dijo Bill.
—Señora Weasley, saque a las niñas… todo el que pueda ayude, o el castillo arderá por completo.
No fue necesario más, en el patio, la gente que se había quedado a pernoctar ahí, puesto que se le había hecho muy tarde para viajar a pie al otro lado de la isla ya se organizaban con el agua para apagar el incendio.
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Les había llevado varias horas apagar el incendio. Ahora comenzaba a amanecer. La luz reluciente del alba se mezclaba con la bruma que se mezclaba con humo. Harry observó que él y todos quienes habían ayudado a apagar el fuego tenían la ropa chamuscada y las pieles cubiertas de hollín.
Severus miró hacia lo alto de la torre ennegrecida por el humo y el fuego. Le importaba poco las pérdidas materiales, sólo agradecía que la hija de Charlie y su propia hija estuviesen a salvo.
Harry se le acercó. Se sentía culpable por lo sucedido.
—Lo siento mucho Severus, debí estar ahí.
El hombre lo miró serio.
—¿Estar dónde Harry? ¿En la torre? No digas locuras, gracias a Dios que fuiste a mi habitación porque de lo contrario…
—Pero dejé sola a Gabrielle y…
—¿A caso no notaste que mi hija y su amiga no dormían en sus habitaciones?
—Estaban durmiendo en la habitación de lady Eleonor —respondió el muchacho.
—Sí, y estoy seguro que no es la primera vez, por lo menos no para Gabrielle.
—Pero debí saberlo —se reprochó Harry.
—El incendio no ha sido tu culpa.
—Por supuesto que no, pero tampoco deseo que imagines que es culpa de la maldición.
—¿No te parece demasiada coincidencia? Ayer casi mueres envenenado con la cena y ahora el incendio.
—¿Estás diciendo que alguien intenta matarme?
—Bueno acabas de decir que no quieres que piense que es consecuencia de la maldición, entonces debo pensar que alguien quiere hacerte daño.
Harry guardó silencio, miró a Severus y un nombre cruzó por su cabeza. Rockwood. Supo que Severus pensaba lo mismo que él.
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Severus tomó la única decisión que era posible para tal caso. Harry, Gabrielle y él partirían a Londres al día siguiente. Estaban en peligro evidentes. Luisita también les acompañaría porque las niñas se habían hecho inseparables.
A Rockwood, no se le encontró por ningún lado, nadie sabía cómo había hecho para abandonar la isla sin ser visto. Pero todo el mundo le atribuyó la responsabilidad del incendio.
Harry por su parte no estaba dispuesto a marcharse sin Severus, éste último comprendió que si no viajaba con Harry jamás lo sacaría de la isla. Se prepararon para viajar a Londres a pasar la temporada invernal, la torre no era habitable. El invierno estaba próximo y la reparación no podría empezar hasta la primavera.
Severus ya había decidido que se casaría con Harry de camino a Londres. Así lo hicieron, en un poblado llamado Longtown, y alojaron en la única posada que había en villorrio.
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En su primera noche de bodas Harry durmió con su esposo, pero no hubo contacto entre ellos, pues, en la parte central de la cama dormían Gabrielle y Luisita. Sin embargo a Harry no le importó, porque ya había tenido el placer de conocer a Severus íntimamente. Tenían para dormir juntos y sin ocultarse todas las noches del resto de sus vidas.
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Harry siempre había adorado Londres, sin embargo ahora cerraba los ojos para imaginar el castillo de Edén envuelto en bruma, hacía una semana habían abandonado el castillo y ya lo extrañaba. El carruaje hizo una parada en Chancery Lane, donde estaba la oficina del administrador de Severus.
En cuanto bajaron del carruaje vieron a un hombre de baja estatura y aspecto rapaz esperándoles en la entrada.
—Bienvenido Lord Snape, lord Potter… es un placer conocerle.
—Hay alguna noticias sobre aquel asunto señor Filch —preguntó Severus mientras entraban al interior de la oficina.
—Las mejores milord —dijo el hombre con tono serio, dándole una breve mirada a la pequeña Gabrielle.
—¿De veras? —preguntó el hombre sin ocultar su esperanza.
—Hace tres días les escribí a ese señor anunciándole vuestro matrimonio con lord Potter, futuro Marqués de Glentworth, y las intensiones que mi lord tiene de usar todas sus influencias para evitar que exija un derecho que en realidad no tiene. Naturalmente que la noticia del matrimonio le impactó, ya que es de conocimiento público que el padrino de lord Potter, es nada menos que el cuarto Duque de Herrick, personaje altamente considerado por la corona.
Aunque Harry aún sentía disgusto hacia su padrino, daba gracias al hecho de ser quien era, pues su familia ciertamente infundía mucho respeto y también temor.
—¿Y qué sucedió? —preguntó Severus.
—El señor ha escrito diciendo que no desea causarle dificultades a vuestra señoría —dijo el señor Filch con tono medio burlón.
Severus intercambió una mirada con Harry. Para variar el muchacho había tenido razón.
—Son excelentes noticias señor Filch. Bien entonces no hay más que decir, ahora iremos directo a casa.
—Está todo listo para que se instale señoría.
Se despidieron del señor Filch, sintiendo alivio y felicidad, el asunto de los padres de lady Eleonor no podía haberse resuelto de mejor manera pensaba Harry.
Sin embargo la alegría del muchacho se borró un poco del rostro al pasar por Berkeley Square, el lugar donde estaba la residencia de su madre, Lily. Recordó los motivos que le habían llevado a huir de Londres. Aunque sentía que había perdonado a su madre, aún no estaba preparado para enfrentarla.
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Cuando llegaron a la residencia de Upper Brook, los sirvientes salieron a recibirlos. Tom, que había viajado antes con el equipaje de sus patrones se encargó de contratar al personal y poner la mansión en orden.
Luisita y Gabrielle estaban felices, el desagradable suceso del incendio había quedado en el olvido.
Severus respiraba más tranquilo al saber que nadie intentaría quitarle a su hija, pero sabía que significaba para Harry estar de regreso en Londres. Después de disfrutar de la cena y llevar a las niñas a dormir, se acomodaron frente a la chimenea de la habitación de Severus.
—Mi amor, desearía tanto que pudieras experimentar la misma felicidad que siento yo —dijo Severus.
—¿Por qué piensas que no soy tan feliz como tú?
—Estás preocupado, no puedes escondérmelo.
—El estar de regreso me hace recordar cosas tristes, pero eso no significa que no sea feliz… Eres mi esposo, soy dichoso.
—Yo deseo que seas infinitamente feliz.
—Lo soy estando en tus brazos Severus, no lo dudes ni por un segundo.
—¿Entonces me permitirías que te haga feliz esta noche?
Harry sonrió.
—Es lo que más deseo… el viaje se me hizo eterno desde Longtown. Han pasado cinco días desde que te sentí dentro de mí por última vez, te deseo Severus.
Eso bastó. Severus se quitó la ropa ante la mirada encendida de Harry. Cuando estuvieron desnudos dejaron caer sus cuerpos enlazados sobre la cama. Severus logró que Harry olvidara sus preocupaciones, no existía el mañana, solo el sublime momento en que se unían. Esa noche se amaron con lentitud voluptuosa, disfrutando cada detalle. Harry se deleitó con su propia excitación. Sus breves orgasmos, debido a la inexperiencia, poco a poco comenzaban a ser más prolongados, le hacía feliz saber que mejoraba como amante, no deseaba que su esposo tuviese motivos de queja.
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A la mañana siguiente Harry llevó a las niñas a que les tomaran medidas para sus ropas nuevas. Lo más probable es que debieran pasar la temporada en Londres y necesitaban vestuario adecuado. Sabía exactamente dónde dirigirse, aunque le atemorizaba un poco encontrarse con la modista que le diseñaba el vestuario a su madre. Muy pronto Lily y todos sus conocidos en Londres sabrían de su regreso.
Apenas había puesto un pie en la entrada de la tienda cuando escuchó que alguien pronunciaba su nombre.
—Harry, eres tú ¡Gracias a Dios!
Ahí, tan apuesto y elegante con su figura espigada y rostro de ángel estaba Draco.
—Draco —susurró sorprendido el joven de ojos esmeraldas.
—Harry —repitió el muchacho mientras se acercaba con el rostro lleno de emoción —. No puedes imaginar cuánto te extrañado. Supimos que viajaste a las Tierras Altas. Tu padrino hasta ofreció una recompensa.
—Hola Draco, cómo has estado.
El muchacho rubio se percató del tono casi indiferente de Harry.
—¿Qué clase de pregunta es esa Harry? Sufriendo como un loco desde que te marchaste.
Harry le miró con sorpresa. Draco nunca había sido tan efusivo en sus expresiones ni sentimientos.
—Me disculpo si te he causado algún mal.
—Harry, te escribí una carta, ¿no la recibiste?
Harry se preguntó como Draco le había enviado una carta si no tenía idea de donde estaba.
—No, lo siento Draco, jamás recibí nada tuyo.
—No importa —respondió el muchacho casi al instante —, estás aquí y es lo que importa. Nunca entendí porque te marchaste de ese modo Harry, pero quiero decirte que yo aún te…
—Buenas tardes —saludó Severus y se acercó a Harry, besándole la mejilla —, siento haberme tardado más de la cuenta mi amor.
Draco se quedó de piedra. Miró al hombre que se comportaba con tanta confianza con Harry, luego de un segundo comprendió.
—Draco, él es mi esposo lord Snape, Conde de Knighton, y ella es nuestra hija Gabrielle Snape y su amiga Luisita Weasley.
Draco les dio una mirada a todos en conjunto y luego volvió a mirar a Harry.
—Te has casado —dijo con evidente dolor —. Está claro que no recibiste mi carta tiempo.
Harry no podía decirle que debido al pasado, con carta o sin ella nunca se hubiese casado con él.
—No puedo decir que lo lamento Draco.
—Pues yo sí lo lamento Harry.
El muchacho rubio miró una vez más a Severus, y en un intento de recuperar la dignidad perdida los felicitó.
—Te deseo felicidad en tu vida futura —dijo el muchacho rubio, después de una ligera reverencia se marchó.
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Harry estaba apenado tras el encuentro con Draco, pero realmente prefería eso a que el muchacho debiera enterarse de lo que había sucedido entre sus padres. Era joven y encontraría pronto consuelo. Severus apoyó este pensamiento del muchacho.
Después de la cena Severus salió de la casa, debía visitar al señor Filch para solucionar ciertas cosas relacionadas con las reparaciones que se harían al castillo en Edén. Y aunque Harry estaba desanimado tras su encuentro con Draco, pues estaba seguro que el muchacho rubio le comunicaría la noticia a su madre y padrino. No era que no deseara verlos, creía que ya había superado la decepción vivida tras conocer aquellos sucesos del pasado.
En realidad temía que su padrino no aceptara a Severus. Conocía el carácter de Sirius, en ciertas circunstancias podía ser bastante duro.
Tras la salida de Severus se quedó en la sala cerca de la chimenea donde Gabrielle y Luisita dibujaban. Miró con detenimiento y se dio cuenta que el dibujo era igual al de la pared que las niñas pintaban en la sala de juegos de la torre, el mismo que se había quemado. Sin embargo, en este dibujo observó cosas nuevas, que no estaban en el anterior.
—¿Qué es eso que está ahí? —preguntó señalando el dibujo.
Fue Luisita quien respondió.
—Es Eleonor, la muñeca de Gabrielle.
—¿Y por qué está ahí?
—Porque el hombre la arrojó al mar.
El corazón de Harry se aceleró de golpe.
—¿Quién? ¿Quién fue el hombre que arrojó la muñeca de Gabrielle al mar?
—Gabrielle no puede decirlo, milord, porque entonces el vendrá y hará que el mar se lleve a su padre.
—¿De quién hablas Luisita, quien es ese hombre que entregó al mar la muñeca de Gabrielle?
—Fue el criado, milord. El asistente del señor fue quien echó la muñeca de Gabrielle al mar —explicó la niña.
Harry comprendió con total claridad lo sucedido. No era Rockwood quien había provocado el incendio, era Tom, había visto el dibujo de Gabrielle en la pared y comprendió que muy pronto la niña revelaría que lady Eleonor no había tenido un accidente sino que había sido asesinada.
Tom Riddle había asesinado a Eleonor; puso la cicuta en su plato, provocó el incendió. Harry hizo lo posible por calmarse. Dejó a las niñas en la sala y salió para preguntar a los otros criados por el hombre. Nadie le había visto esa tarde. Regresó a la sala y decidió recoger los dibujos, eran la prueba que acusaría a Tom, la puerta se cerró fuertemente tras él, por el rostro de Gabrielle supo que el que acababa de entrar no era Severus, sino Tom.
Se volteó sin poder esconder que ya conocía la verdad. Tom así lo percibió.
—Provoqué el incendio en la torre y a pesar de eso la mocosa igual siguió dibujando —dijo con resentimiento el hombre.
—Es usted un miserable. Por su culpa Gabrielle no pude hablar, la ha tenido amenazada todo este tiempo.
—Es cierto le dije que el mar se llevaría a su padre si ella abría la boca —dijo sin rastro de remordimiento el hombre.
—Todo iba bien, nadie tenía enterarse de nada, pero llegó usted a la isla para meter sus narices donde no debía.
—Asesinó a una mujer que ningún mal le había hecho, ¿por qué?
—Pero lo iba hacer, lady Eleonor descubrió que yo asesiné a Arthur Weasley. Yo lo empujé por aquella ventana.
Harry le miró sin comprender. Como podía Tom haber asesinado al esposo de la señora Weasley, si en ese tiempo ni siquiera vivía en la isla.
—Pero si usted no vivía en la isla, la señora Weasley dijo usted llegó mucho después de que Rockwood renunciara luego del matrimonio de Severus.
—Yo vivía en la isla más cercana a Edén, en Jura. Y conocí a Rockwood cuando era muy joven, servimos juntos en el ejército. Yo ayudé a que llegara al servicio del antiguo Conde.
—Usted ayudó… quiere decir que asesinó a Arthur Weasley.
—Hmm… sí, mi amigo Rockwood necesitaba el empleo, sabía que el viejo Conde estaba enfermo y tarde o temprano su heredero llegaría a tomar posesión de la isla. Y así sucedió.
—Rockwood fue su cómplice en el asesinato.
—Él deseaba el empleo, yo le ayudé a conseguirlo. Cinco años después murió el Conde, pero no por causa de su enfermedad. Rockwood facilitó mi entrada al castillo, llegué a la habitación del viejo Conde a través del pasadizo secreto, y acabe con él. El plan era que Rockwood supiera ganarse al nuevo Conde, iba por muy buen camino, pero de pronto sin decir nada vino aquí y luego regresó a Edén con una esposa.
Harry se quedó estupefacto, se suponía que sólo los integrantes de la familia Snape conocían aquel pasadizo que conectaba el despacho con la habitación de Severus.
—¿Qué ganaba usted con todo eso?
—Oro. Ayudé a Rockwood a cambio de oro.
— Y lady Eleonor, ¿por qué ella?
—Porque descubrió la verdad, que yo asesiné a Weasley, para que Rockwood entrara al servicio del Conde.
—No puedo creerlo. Lady Eleonor era inocente.
—Ella quería decir todo sobre la muerte de Weasley, y comprendió que yo había asesinado al viejo Conde cuando me vio entrando al pasadizo. Era una mujer inteligente.
—Por Dios, y que importaba si Rockwood ya no estaba con el Conde.
—Tenía que protegerme, ¿Qué cree usted que haría el Conde si se enteraba que yo muchos años atrás había asesinado a Arthur Weasley, para dejarle el camino libre a Rockwood?
—Usted y ese hombre fueron cómplices.
—Es cierto.
—No tenía derecho a asesinar a lady Eleonor, ni tener amenazada a Gabrielle.
—Era necesario muchacho, además la mala fama del Conde ayudó, todos creyeron que su esposa tuvo un accidente por causa de la maldición.
—¿Por qué quiso envenenarme? Se lo pidió Rockwood.
—Ah eso, pues sí… fue un favor especial para mi amigo.
Tom, no se había percatado de que Severus había regresado y desde la puerta hacía un buen rato escuchaba el relato de su criado. Apenas se dio cuenta cuando el hombre furioso le tomó por la garganta comenzó a asfixiarlo. Harry vio el rosto de Severus deformado por la ira, temió lo peor. Sin embargo la llegada de las niñas hizo que el Conde recuperara un poco la cordura. Harry llamó a los otros empleados de la casa y entre todos redujeron a Tom.
Tom Ryddle Fue entregado a las autoridades, el juicio duró casi un mes, la sentencia para sus crímenes fue la más dura, la horca. Ni Severus ni Harry lo lamentaron. Ese hombre había provocado la muerte de Arthur Weasley, la del viejo Conde, Tobías Snape, y la de lady Eleonor. En cuanto a Rockwood, aún no daban con su paradero, pero todos confiaban en que tarde o temprano le atraparían y era muy probable que pasara el resto de sus días en prisión.
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Hacia fines del invierno Harry y Severus se preparaban para regresar a Edén. A pesar de los sucesos terribles acaecidos en la isla, estaban felices. La temporada en Londres fue agradable, sin duda, pero ahora el corazón de Harry estaba en Edén. Y Severus que había visto siempre la isla como una condena, ahora que sabía que la muerte de Arthur, de su padre, y la de Eleonor no tenían que ver con maldición alguna, deseaba regresar y quedarse para siempre.
Ahora le importaba poco eso de convertir a Gabrielle en una dama, no era importante, sólo deseaba que la niña fuera feliz. Y su hija daba muestras de serlo, después que Tom saliera de sus vidas, había recuperado el habla.
Pero Harry y Severus no regresaban solos a Edén. Con ellos viajarían Lily, la madre de Harry. El muchacho se había reconciliado con su madre tras el encarcelamiento de Tom Ridley.
Agradecía la suerte de tener a su madre viva. El pasado estaba cerrado para él.
Para sorpresa de Harry tanto Lily como Sirius habían aceptado a Severus con franca alegría. Y se encariñaron profundamente con Gabrielle. Harry le dijo a su esposo que parecía que después de todo, Gabrielle sí sería educada por una dama de sociedad, pues Lily estaba decidida a enseñarle a la niña todo lo necesario.
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Fueron recibidos con algarabía por parte de los isleños. Severus por su parte apenas podía creer que le dijesen que lo habían extrañado.
Caminaban de la mano por el acantilado. Severus dejo caer un ramo de flores en recuerdo de Eleonor.
—Estoy seguro de que ella es feliz donde quiera que esté —dijo Harry mientras tomaba la mano de su esposo.
—¿De veras lo crees? —preguntó Severus.
—Sí, aunque no la conocí sé que deseaba que Gabrielle y tú fuesen felices.
—Soy feliz, te tengo a ti.
Harry sonrió y besó los labios del hombre de ojos negros
—Yo también lo soy Severus… Jamás imaginé que un «demonio» podría hacerme tan feliz.
—Quien me hubiese dicho que un ángel me amaría. Nunca sabré si la maldición era verdadera, pero hay algo de lo que no tengo dudas, eras tú quien estaba destinado a curar mi alma.
El muchacho de ojos esmeraldas abrazó al hombre. Se quedaron mucho tiempo observando como el sol se hundía en el horizonte, mientras todo en derredor de cubría de brumas y sueños.
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