alisevv
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| Tema: Un Milagro de Navidad. Parte II Mar Ene 05, 2010 4:42 pm | |
| Los meses que siguieron estuvieron llenos de dicha y felicidad para la pareja. Severus se quedaba muchas noches en el apartamento de Harry en Londres, y los fines de semana que no tenía guardia, Harry los pasaba en el Valle d´Orcia.
Además de su trabajo en San Mungo, el joven pasaba buena parte de su tiempo estudiando para el muy complicado examen de admisión que debería aprobar el año siguiente, como requisito indispensable para ser aceptado en el postgrado de neurocirugía. Por otra parte, luego de muchas horas de rogar e incordiar, había conseguido que Severus empezara a pintar nuevamente. Lo que no había conseguido era que terminara la pintura del Valle d’Ordia, la pintura de su hogar.
—Aún falta algo para que el valle vuelva a ser mi hogar— le decía cada vez que su pareja tocaba ese tema.
A finales de marzo, un anunció en el periódico llamó la atención de Harry.
Tercer Concurso Anual de Pintura de Colonia
El Ministerio de Cultura de la República Federal Alemana, invita a la nueva edición del Concurso de Pintura de Colonia. Pueden participar pintores pertenecientes a cualquier país de la Comunidad Europea
El premio era un curso de un año en la Escuela de Pintura de Colonia, una de las mejores de Europa, y la posibilidad de exponer sus pinturas en varias galerías de la Comunidad.
—Severus, tienes que participar —le dijo Harry, entusiasmado, mientras le mostraba el diario—. Es una oportunidad única.
—Pero Harry, aún si ganara, cosa que dudo, no podría dejar la villa sola durante todo un año —argumentó Severus.
—Podrás viajar del Ministerio de Magia de Alemania al de Italia, como hago yo para ir a la villa. Tal vez sea algo pesado, pero es una gran oportunidad. A ti te gusta tanto pintar.
—No sé, Harry.
—A ver, piensa en ti, sin plantearte obligaciones ni nada más. ¿Te gustaría ir?
El hombre lo miró con los ojos brillantes.
—Sí. La verdad, sí.
—Entonces no hay más que hablar. Vamos, tenemos que elegir muy bien la pintura que vas a mandar al concurso.
Harry estaba en la sala de su apartamento, tratando de estudiar, pero le era imposible enfocar su atención.
Recordaba lo acaecido tres semanas antes, cuando las llamas de su chimenea destellaron, anunciando la llegada de alguien. Momentos después, Severus salía con paso elegante, sacudiendo las cenizas de su inmaculado pantalón gris. Al mirarlo, el joven notó que había recibido la mejor de las noticias.
—Gané el concurso. Me voy a estudiar a Alemania.
Aunque Harry había impulsado a Severus a participar en el concurso, y estaba muy feliz por él, no podía evitar que cierta desazón agitara su corazón. Con su pareja dividido entre el curso, pintar y atender los viñedos, y él con su trabajo en San Mungo y estudiar para el postgrado, iba a ser muy complicado que se vieran con frecuencia, si es que se podían ver alguna vez.
Por un tiempo, albergó la ilusión de que Severus le pidiera que se fuera con él. Podía haber pedido un permiso no remunerado en San Mungo y haberse dedicado a estudiar para el examen; al fin y al cabo, tenía una buena suma en el banco, y viviendo con Severus y compartiendo gastos, le alcanzaría de sobra para vivir ese año.
Pero los días habían ido pasando y Severus no asomó la menor posibilidad de invitarlo a irse con él. Al fin, tuvo que aceptar que eso no iba a suceder y resignarse a la realidad. Su pareja no tenía ningún interés en que fuera a vivir con él.
—¿Ya tienes todo listo, Padrino? —preguntó Draco que, sentado sobre la cama de Severus en su villa de Italia, veía como el hombre cerraba su baúl.
—Sí. Las pinturas están embaladas y ésta es toda la ropa que voy a llevar.
—¿Tienes donde llegar?
—Alquilé un pequeño apartamento amueblado.
—Ya veo —el joven se movió, incómodo—. ¿Puedo hacerte una pregunta?
—Claro —replicó, distraído, al tiempo que revisaba que todos sus papeles estuviesen en regla.
—¿Por qué no invitaste a Harry a acompañarte?
Esta pregunta sí logró que Draco captara la completa atención de su padrino quien, levantando la cabeza con brusquedad, fijó sus negros ojos en los del joven.
—¿A qué viene esa pregunta?
—Lo digo porque ustedes han estado tan juntos estos meses, que yo de verdad pensé que le amabas.
El hombre aspiro profundamente y se sentó en la cama al lado del rubio.
—Y le amo —confesó al fin.
—¿Pero no se lo has dicho, verdad?
—¿Cómo lo sabes? —preguntó, frunciendo el ceño.
—Porque te conozco, sigues sin atreverte a expresar tus sentimientos —puso una elegante mano sobre el brazo del hombre—. Y Harry es una persona muy especial, necesita oírtelo decir. Todos los Gryffindors lo necesitan, te lo digo por experiencia.
—¿Te ha dicho algo?
—No, pero no hace falta ser adivino para saber que él lleva días anhelando que le invites a viajar contigo a Alemania, y que sabe que no se lo has pedido porque no quieres establecer un compromiso más profundo.
Severus se quedó largo rato pensativo; al final, suspiró y confesó con voz ahogada.
—Tengo miedo, Draco —musitó—. Harry es muy joven y hermoso. Si entablamos una relación más seria y luego se enamora y me deja, no lo resistiría.
—¿Y por no perderle más adelante vas a permitirte perderle ahora?
El hombre le miró, perdido.
—¿Qué voy a hacer, Draco?
—Si me preguntas, yo movería el culo y le llamaría para invitarle a irse contigo a Alemania.
Severus le miró por un rato. Su ahijado tenía razón, por su miedo, él mismo estaba apartando a Harry. Sonriendo agradecido, se levantó y se dirigió al teléfono. Luego de un rato, regresó al lado de Draco.
—Nadie contesta en su apartamento —informó, contrariado.
—Bueno, igual puedes llamarlo mañana desde Alemania.
—No, si no lo hago ahora no sé si me atreva.
—Pues no sé… —musitó Draco, antes que su rostro se iluminara con una sonrisa—. Ya sé. ¿Cómo vas a viajar?
—Por avión, desde Londres. Se trata de una invitación del mundo muggle.
—Perfecto. Compra un pasaje a nombre de Harry y mándale una lechuza pidiéndole que se reúna contigo en el aeropuerto.
—¿Tu crees?
—Claro, será perfecto —se levantó y buscó papel y pluma—. Vamos, empieza a escribir.
Harry regresó a su apartamento bastante deprimido. Sabía que Severus partiría en poco tiempo desde el aeropuerto de London City y había estado luchando contra el deseo de correr a despedirlo. Pero no podía; sabía que si lo hacía, se lanzaría a sus pies y le suplicaría que lo llevara con él.
Antes de que incluso pudiera quitarse el abrigo, observó una lechuza que picoteaba una de sus ventanas con algo que bien podía definirse como cabreo. Apresurándose, abrió la ventana y dejó entrar a la aterida ave. Cuando intentó quitarle la carta que llevaba en la pata, el animal empezó a picotearle.
—Vale, vale, no te enojes. No estaba en la casa, lo siento —mientras le daba una golosina para que se tranquilizara, rescató la misiva y desplegó el pergamino.
Harry
Cuando recibas esta carta probablemente estaré en el aeropuerto. Traté de llamarte al apartamento pero no te encontré.
Yo… sabes que no sé decir palabras bonitas. Todo lo que sé es que no quiero alejarme de ti.
Te lo ruego, ven conmigo a Alemania. Te estaré esperando con tu pasaje junto a mi corazón.
El avión parte a las ocho, no me dejes seguir sin ti.
Te amo
Severus
Se quedó largo rato mirando la hoja que temblaba en su mano, mientras las letras se distinguían borrosas a través de sus lágrimas.
Te amo
Merlín, Severus le amaba y quería que fuera con él.
Angustiado, miró el reloj que se encontraba encima de la repisa de la chimenea: faltaban diez minutos para las siete, debía apurarse.
Corrió hacia su cuarto y metió unas cuantas prendas y objetos personales en su baúl, pensando sonriente que su pareja le regañaría al ver tanto desorden. Cerró el baúl, lo encogió y lo metió en su bolsillo. Ya desde Alemania hablaría con los muchachos para que arreglaran todo con el casero y le enviaran lo demás, ahora no podía perder tiempo, Severus le esperaba.
Buscó su documentación y salió volando, bajando los escalones saltándolos de tres en tres. Al llegar a la calle y dar la vuelta hacia el pequeño callejón que acostumbraba utilizar para aparecerse, encontró con frustración que estaba ocupado por una pareja haciéndose arrumacos.
—¡Demonios! —masculló, ahora tendría que ir más lejos, menos mal que tenía tiempo. Caminó calle abajo y observó a lo lejos la casa abandonada que solía utilizar cuando no tenía alternativa. Al verla, aceleró el paso, ansioso, sólo tenía que cruzar la calle, andar media cuadra, y podría aparecerse.
Iba feliz y enamorado. Tan feliz que ni siquiera observó que estaba encendido el letrero de ‘NO PASE’. Tan feliz que ni siquiera escuchó el ruido de los frenos del auto. Tan feliz que sólo pudo sentir el fuerte golpe en su cadera y piernas, y todo su mundo se oscureció.
—Pasajeros del vuelo ochocientos once con destino a Colonia, favor embarcar por la puerta número tres.
De nuevo esa espantosa voz llamando y Harry no llegaba. Angustiado, Severus miró una vez más hacia la entrada del aeropuerto pero no había ni señal de su pareja. ¿Por qué no habría llegado?
—Ultima llamada: Pasajeros del vuelo ochocientos once con destino a Colonia, favor embarcar por la puerta número tres.
—¡Maldición! —murmuró por lo bajo. Estaban a punto de cerrar la rampa de acceso, ya no podía seguir esperando. Quien sabe, quizás había recibido tarde el mensaje—. Mañana hablaré con él y cambiaremos el pasaje —colocó el pequeño papel en un bolsillo, junto a su corazón—. Sólo unas horas y mañana estaremos juntos para no separarnos más, mi amor.
El timbre del teléfono resonó en el apartamento de Draco y Hermione. Maldiciendo en arameo, el hombre rubio miró el reloj en su mesita de noche.
—Las cinco de la mañana, ¿quién demonios estará llamando a esta hora?
Refunfuñando y medio dormido, se levantó a contestar, pero cuando regresó a la habitación estaba completamente despierto y blanco como la cera.
—¿Draco? ¿Qué ocurrió? —preguntó su novia, preocupada.
—Harry tuvo un accidente, se encuentra en San Mungo
—¿Un accidente? —repitió la chica, mientras se levantaba veloz y caminaba a un armario a sacar ropa para Draco y para ella—. ¿Qué ocurrió? —preguntó, mientras ambos se vestían aceleradamente.
—No sé, parece que fue atropellado.
—¡Por Merlín! —gimió—. ¿Qué pasaría? ¿Te llamó Severus? —indagó, pues Draco le había contado sobre la carta de su padrino.
—No, fue alguien del hospital. Anda, dejemos de especular y vamos al hospital.
Cuando entraron a la habitación de Harry y lo vieron rodeado de tubos, el alma se les vino a los pies.
—Harry —Hermione se apresuró hacia la cama de su amigo, con los ojos anegados, se sentó en una silla que había a un lado y le tomó la mano—. Por Merlín, Harry, ¿qué te pasó?
El joven la miró mientras las lágrimas de congoja se deslizaban suavemente por su rostro demacrado.
—Estaba tan feliz, Hermi —gimió, angustiado—. Sev me escribió una carta, decía que me amaba, y ahora… —la voz se quebró en un sollozo angustiante—. ¿Qué voy a hacer ahora sin Sev?
—¿Le ocurrió algo a mi padrino? —preguntó Draco, alarmado, malinterpretando las palabras de su amigo.
—No, no, Severus debe estar en Alemania.
—¿Entonces por qué hablas así? —preguntó Hermione, quien también se había asustado pensando que le había pasado algo irremediable al hombre.
—Porque lo perdí.
—¿De qué hablas? —dijo el muchacho rubio, mientras sacaba su teléfono celular—. Yo tengo su número en Colonia. Le voy a llamar y en unas horas estará de regreso.
—¡NO!! —el grito del herido sobresalto a sus dos amigos—. No quiero que le llames —al ver que los otros dos le miraban sin entender, Harry respiró con fuerza para tranquilizarse—. Los doctores hablaron conmigo. No tengo heridas de gravedad, y los huesos rotos y los golpes mejorarán en unos días, pero… —se detuvo un momento y tragó con fuerza—… el golpe del auto afectó mi columna vertebral. Los doctores no saben si podré volver a caminar.
Sus dos amigos se le quedaron mirando, tan abrumados por la noticia que de momento no supieron que decir. Al fin, Hermione, acudiendo a su sentido práctico, le preguntó:
—¿A qué te refieres con que no saben?
—Toda la zona está demasiado herida e inflamada. Hay que esperar a que cure completamente antes de poder evaluar la situación y determinar si hay posibilidad de operar o va a ser una invalidez permanente. Aunque no son demasiado optimistas al respecto.
—Entonces con más razón debemos llamar a mi padrino —insistió Draco.
—No, no quiero.
—¿Por qué, Harry? —preguntó Hermione con voz dulce—. Tú lo necesitas mucho en este momento.
—¿Es que no entienden? —Harry habló con voz algo más calmada—. Severus tiene una oportunidad única. Sí sabe lo que pasó, se va a ver obligado a venir a cuidarme.
—No se va a sentir obligado —razonó Draco—. Él te ama, lo va a hacer de corazón.
—Lo sé. Pero yo también le amo y por eso no puedo aceptar que arruine un futuro prometedor por quedarse conmigo. Severus ama pintar, le he visto cuando pinta, y pasó demasiados años sin hacerlo por tristezas de la vida. Ahora que lo reencontró, no seré yo quien le impida disfrutarlo —miró fijamente a Draco—. Por favor, si te llama preguntando por mí, dile que me fui de Inglaterra.
—No me va a creer.
—Dile que te dejé una nota diciendo que quería viajar un tiempo, conocer mundo, antes de empezar el postgrado. Que recibí su nota, pero que todavía no estoy preparado para un compromiso más serio, que me perdone. Te creerá.
—Le romperás el corazón, y destrozarás el tuyo, Harry —le advirtió Hermione.
—Mi corazón siempre va a estar con Severus, Hermione, pero yo ya no puedo seguir a su lado. Quizás lo nuestro nunca estuvo destinado a ser.
Luego de su conversación con su ahijado, Severus se quedó largo rato con la vista fija en un punto inexistente de la chimenea. Sentía que su corazón se había detenido y no volvería a palpitar. Lo que tanto había temido, por fin se materializaba ante sus ojos sin que pudiera hacer maldita cosa para evitarlo. Por segunda vez, el amor huía de su lado, y esta vez le dejaba sin siquiera una migaja de esperanza.
Y pese a todo no podía odiar a Harry, le quería demasiado. Sólo podía rogar para que, allá donde estuviera, pudiera ser absolutamente feliz.
Se levantó en silencio y se dirigió al estudio, donde había dejado todos sus cuadros. Con cuidado, buscó el cuadro inconcluso, aquel que Harry siempre le preguntaba cuando iba a terminar y él siempre le decía que más tarde. Quizás porque inconscientemente lo estaba reservando para un momento como éste. Para volcar en él todo el amor y el dolor que sentía su alma en ese instante.
Sacó un caballete y apoyó el cuadro; luego buscó sus pinturas, sus pinceles, su paleta, y comenzó a pintar. Su objetivo: transformar ese cuadro en la representación de su hogar, el hogar que nunca podría alcanzar.
La primavera se convirtió en verano y el verano en otoño. Mientras el tiempo seguía, imperturbable, todos fueron acostumbrándose a su vida.
Después de unas semanas de llanto y de sentirse miserable, Harry se fue acostumbrando a su nuevo impedimento y volvió a sonreír, aunque sus ojos verdes mantenían un velo constante de tristeza y añoranza.
Retomó su práctica en el hospital, aunque tuvo que adaptarse a trabajar con restricciones. También continuó estudiando, a pesar de estar consciente de que si no recuperaba la movilidad de sus piernas, también tendría que renunciar a su sueño de ser neurocirujano.
Incluso, había encontrado un nuevo objetivo en su vida. Ahora, todas las tardes, después de terminar su trabajo en el hospital, se dirigía a la sección infantil, donde un puñado de chiquillos enfermos lo recibían con gritos de alegría y un montón de amor. —Cuéntanos sobre la ballena blanca, Harry.
—No, mejor como Peter Pan venció al Capitán Garfio.
—Hoy nos toca a las niñas, cuéntanos la Cenicienta, ¿si?
Y aunque eso le ayudaba a seguir, cuando llegaba la noche y estaba solo en su cama, extrañaba unos brazos cálidos y una respiración que llenaba su alma. Extrañaba a Severus.
Severus, por su parte, trató de sumergirse en la pintura, con el deseo de olvidar. Caminando por las plazas y paseos, conoció gente nueva, artistas bohemios que, faltos de oportunidad, exponían sus obras bajo la protectora sombra de algún árbol, en la esperanza de que algún paseante les comprara algo, dinero que generalmente utilizaban para sobrevivir y adquirir materiales para seguir pintando.
Sentado al lado de esos increíbles seres humanos, y gracias a que conocía algo de su idioma, fue encontrando la verdadera esencia del artista, aprendiendo cosas que jamás hubiera podido aprender en una academia, por muy buena que ésta fuera. Y él, que nunca había tenido amigos, encontró un montón. Gente sencilla que compartía su amor por la pintura y que le enseñó que había un mundo distinto, un grupo de personas que veían la vida con optimismo y alegría a pesar de las dificultades.
Y pintó. Colocando su caballete allí donde viera algo digno de pintar, completamente entregado a su arte.
Pero al igual que Harry, cada vez que llegaba a su cama vacía, la abrumadora soledad inundaba su alma, y extrañaba a aquel alrededor de quien había girado su vida, por una u otra razón, desde que le conociera a los once años. Y cada vez que regresaba al Valle d’Orcia, iba a la colina al final del día. Pero ya ningún atardecer fue igual, porque su corazón ya no estaba junto a él.
Severus caminaba presuroso por el amplio paseo, habitualmente lleno de artistas bohemios, pero que esa tarde, en vista el inclemente frío, se encontraba casi vacío. Sin embargo, el hombre sabía que Bertram estaría exhibiendo sus pinturas a pesar de la espantosa temperatura.
—Un día va a amanecer muerto en un rincón —refunfuñó, cuando vio que estaba en lo cierto y su amigo estaba sentado en su banca habitual.
Bertram Kehl era un hombre alto y de cabello blanco, que a la sazón contaba setenta y cinco años. Sin ningún familiar conocido, vivía en una pequeña buhardilla que le alquilaba una familia generosa por un euro al mes, que el anciano cancelaba puntualmente henchido de orgullo. Los dueños de la casa también pagaban la calefacción, argumentando que iba dentro del importe del alquiler.
Vivía de lo que ganaba con la venta de sus cuadros, y cuando pasaba muchos días sin vender, el pobre se acostaba sin comer, pues su orgullo le impedía aceptar lo que consideraba caridad.
Severus se había acostumbrado a sentarse un rato a charlar con Bertram siempre que pasaba por ese paseo, pues le encantaba la filosofía de vida que trasmitían todas las palabras del anciano. Y cuando veía que la venta se le hacía complicada, le compraba algún cuadro, con el pretexto de hacer un regalo, y aliviaba su situación hasta que las cosas mejoraban sin que el hombre se sintiera humillado.
Llegando al lado del anciano, Severus se sentó en la banca, sacó dos vasos de plástico y abrió un termo que traía consigo.
—Hace un frío que pela, Bertram —dijo, entregándole uno de los recipientes lleno de café caliente—. ¿Qué haces aquí?
El otro, agradecido, tomó el vaso, y después de soplar, dio un ligero sorbo.
—Está delicioso, gracias —dijo, antes de agregar—: Tengo que trabajar.
Severus abrió una bolsa que también llevaba y sacó dos strudels calientes, dándole uno a su buen amigo.
—Pero nadie va a venir a comprar con este clima, Bertram. Y el paseo está solo, no hay nadie vendiendo.
El alemán movió la cabeza desechando el argumento, mientras daba un nuevo sorbo al café.
>>Eres imposible —comentó Severus, riendo suavemente—. En todo caso, hoy es tu día de suerte, voy a comprarte todos los cuadros.
Bertram se le quedó viendo un buen rato.
—No necesito caridad, Severus.
—No es caridad. Se acerca Navidad y tengo varios regalos que hacer, es negocio.
—Tú pintas.
—Sí, pero necesito mis cuadros para una exposición —replicó Severus, bufando—. Y no protestes más. Si no estás interesado en vendérmelos, dímelo y busco otro pintor.
El anciano le dio una sonrisa agradecida.
—Esta bien, Severus, son tuyos.
—Pero tengo una condición.
—¿Cuál será?— preguntó Bertram, desconfiado.
—Debes prometerme que vas a dedicar estos días a pintar, y no vas a salir a vender hasta que mejore el clima.
Bertram le miró nuevamente. Claro que sabía las razones por las que su amigo hacía todo aquello. Pero él estaba enfermo, y el clima ese año era extremadamente crudo; sabía que si no aceptaba su petición, probablemente no lograría superar ese invierno. Entonces, sonrió.
—Lo prometo —musitó, antes de darle un bocado a su strudel y cambiar de tema—. ¿Vas a hacer una exposición?
—Sí, es parte del premio —explicó, animado.
—¿Para cuándo?
—Después del quince, voy a tener unos días de vacaciones y aprovecharé.
—¿Aquí?
—No, afuera, aunque aún no he elegido el sitio. Tengo cinco opciones.
—¿Inglaterra?
—Sí, es una de ellas.
—Acéptala —aconsejó el anciano, mientras se levantaba y empezaba a acomodar sus pinturas para que Severus se las llevara—. Haz caso a un anciano que ha vivido más que tú; regresa a Inglaterra, pasa la Navidad con tu gente.
—Ya no hay nada en Inglaterra para mí —musitó Severus con voz dolida.
—Quien sabe, Severus —Bertram palmeó su espalda—. Los milagros suelen ocurrir en Navidad.
—Harry —llamó Hermione, cuando el joven salió de San Mungo, manejando su silla de ruedas eléctrica.
—Hermi, que gusto verte —la saludó, sonriente—. ¿Cómo se te ocurrió salir de casa con este clima?
—Quería hablarte así que decidí venir a buscarte.
—Pues se agradece, la idea de esperar el autobús con este frío no me resultaba para nada atractiva.
—¿Qué tal si primero me invitas a tomar un chocolate caliente?
—Uyy, muy grave debe ser lo que me quieres decir para que me invites un chocolate —se burló el joven, al tiempo que entraban en una cafetería cercana. Cuando estuvieron cómodamente instalados y con una humeante taza en la mano, Harry buscó los sinceros ojos de su amiga—. ¿Qué pasa, Hermi?
—Severus está en la ciudad —le informo de sopetón. El joven enmudeció, lo último que había esperado oír era semejante noticia—. Mañana inaugura una exposición en una galería de Nothing Hill.
—¿Le viste? ¿Cómo está? —balbuceó, en cuanto se repuso lo suficiente para hablar.
—No le he visto. Habló por teléfono con Draco, justo ahora fue a verlo al hotel —al ver la mezcla de emociones en el rostro de su amigo, Hermione aconsejó—. Harry, tienes que ir a hablar con él. Debes contarle.
—No, Hermi, ahora menos que nunca. ¿Es que no te das cuenta? Va a exponer —los verdes ojos brillaron de orgullo—. Eso es muy importante, es el primer paso para que obtenga el reconocimiento que merece.
—Pero no va a perder eso porque tú estés a su lado.
—Probablemente ya me olvidó, ha debido conocer hombres muy interesantes en Alemania.
—Harry, Severus no te olvidó. Lo primero que hizo al hablar con Draco fue preguntarle por ti.
—¿Y qué le dijo Draco? —interrogó Harry, asustado.
—Que estabas en Londres —al ver que el joven iba a protestar, la chica alzo una mano—. Draco no podía seguir mintiéndole.
—¿Y si aparece por casa?
—No creo que lo haga, aunque pienso que sería lo mejor que les podría pasar a ambos.
—Hermione.
—No pienso decir nada más. Estás dejando ir tu felicidad por el caño, pero eres un adulto y sabes lo que haces.
Ambos se quedaron un buen rato pensativos.
—Quiero ir a la galería.
—Así se habla —la joven sonrió, radiante—. Mañana es la inauguración. Draco y yo podemos pasar a buscarte.
—No, no me has entendido. Quiero ir pero no mañana, sino en un par de días, ¿me acompañarías?
—Ay, Harry, ¿qué voy a hacer contigo? —Hermione lanzó un suspiro mientras tomaba la mano de su mejor amigo y la apretaba con afecto—. Sí, te acompañaré.
Dos días después, Harry, protegido bajo un hechizo de glamour, entraba en la elegante galería de Nothing Hill, acompañado por Hermione, quien a petición de su amigo también había cambiado su aspecto.
El joven de ojos verdes recorrió con orgullo toda la exposición, donde muchos de los cuadros ya lucían el cartelito de vendido. Cuando llegó al cuadro que ocupaba el lugar de honor, se quedó admirándolo con la boca abierta.
—Por fin lo terminaste, Severus —musitó en voz baja, mientras observaba el hermoso paisaje del Valle d’Orcia, y debajo de éste el título de la pintura, Sueño de Hogar. Sin embargo, notó que había algo que no estaba en el esbozo original. En la esquina inferior derecha, había pintado una pequeña colina, y sobre ella dos figuras abrazadas. Se acercó a mirar con más detalle y sus ojos se inundaron de lágrimas; eran Severus y él, tal como estaban vestidos aquella lejana tarde.
Frenético, buscó con la mirada a la persona encargada de la galería. Al poco, vio acercarse un hombre elegantemente ataviado.
—Buena tardes, monsieur, mademoiselle —saludó, con un acento francés a todas luces falso—. Espero que estén disfrutando la exposición.
—Buenas tardes, señor —contestó Harry con cortesía—. Me gustaría comprar este cuadro.
—Lo lamento, monsieur, pero no está a la venta.
—Por favor —suplicó, fingiendo estar realmente compungido—. Yo viví un tiempo en el Valle d’Orcia, cuando aún podía caminar. Este cuadro me trae muchos recuerdos de una vida que ya perdí.
—Pero es que…
—Por favor, es muy importante.
—Está bien, veré qué puedo hacer.
—Pero necesitó llevármelo hoy mismo, salgo de viaje mañana temprano.
—Pero eso es imposible, monsieur. Es el cuadro principal, la exposición quedaría…
—Estoy seguro que podrán arreglarlo. Estoy dispuesto a pagar el doble de su valor si me lo puedo llevar hoy mismo.
—Está bien. Si me disculpan un momento, veré qué puedo hacer —repitió.
—Harry, ¿acaso te volviste loco? Te va a costar una fortuna —dijo Hermione cuando el hombre se alejó.
—Daría todo lo que tengo por obtener ese cuadro. Si no hubiera aceptado, le habría enviado un imperio, te lo aseguro. No pienso permitir que nadie más lo tenga, ese cuadro no.
—¿Cómo que vendieron el cuadro? Di instrucciones precisas, no estaba a la venta.
—El joven estaba paralítico, me dio tanta pena. Además, ofreció mucho dinero por él, monsieur. Fue una excelente venta.
—Y una mierda. Quiero mi cuadro de vuelta, y más le vale que lo recupere antes que termine la exposición o se las verá conmigo, monsieur
Harry estaba en el saloncito de su casa, acostado sobre un diván con una manta sobre las piernas. De nuevo era veinticuatro de diciembre, y como la Nochebuena del año anterior, había decidido quedarse en casa al calor del fuego en lugar de ir a cenar con sus amigos.
Pero a diferencia de aquella noche, esta vez estaba desesperado por asistir a esa cena, sólo porque sabía que Severus también estaba invitado. Hubiera dado todo lo que tenía por volver a ver sus maravillosos ojos negros y escuchar su voz. Pero era un sueño que no podía ser, no había forma posible para disimular su invalidez delante de su antigua pareja. Tendría que conformarse con acariciar la sencilla hoja de pergamino donde estaban escritas esas maravillosas palabras: Te amo
Miró el reloj sobre la repisa de la chimenea, casi la medianoche. De repente, unos decididos toques en la puerta hicieron que levantara la cabeza, intrigado. ¿Quién podría estar llamando a su puerta en vísperas de Navidad?
—Si es Santa Claus, no estoy— contestó.
—No soy ni parecido a ese gordo panzón, Potter, y aquí hace mucho frío. ¿Me abriría la puerta, por favor?
—Severus —musitó Harry, alarmado. Miró la silla de ruedas, en una esquina al lado del diván, y sacando su varita, recitó un conjuro y la envió a su habitación, cerrando la puerta. Luego, se acomodó mejor la cobija sobre las piernas y contestó:
—Está abierto, Severus, puedes pasar.
La perilla giró y, al momento, la figura de Severus se recortaba en el umbral.
—Buenas noches, Harry —saludó, al tiempo que cerraba la puerta, y el joven creyó que se derretiría al volver a escuchar la ronca voz—. ¿Estás enfermo? —preguntó, mirando la cobija de alegres colores sobre sus piernas.
—No, es sólo que tenía algo de frío.
—Ya veo —musitó el hombre—. ¿Puedo? —preguntó, haciendo ademán de quitarse el abrigo.
—Sí, claro, ponte cómodo.
Mientras se deshacía de su abrigo, Harry le miró, alelado. Con el smoking de impecable corte, la elegante bufanda blanca alrededor del cuello, y el largo cabello atado en una prolija coleta, Severus Snape estaba impresionante.
—Los muchachos me dijeron que no asistirías a la fiesta de esta noche —comentó el recién llegado, al tiempo que dejaba su abrigo en un perchero que había en un rincón—. Me voy en pocos días y no quería partir sin saludarte. Espero que no te incomode mi visita.
—Para nada —replicó Harry, luchando por mantenerse sereno—. Es muy grato volver a verte.
Severus le miró con suspicacia. En cuanto entró, había notado la hoja de pergamino caída a un lado del sofá, y, por supuesto, había reconocido su propia letra en ella. Y el nerviosismo de Harry le indicaba que algo extraño estaba pasando, aunque no podía definir qué era. Se sentó en un sillón frente al joven y estiró las piernas.
—¿Y cómo te fue en tu viaje por el mundo? —preguntó con tono casual.
—Bien —tragó con fuerza, cada vez se sentía más nervioso.
—¿Adónde fuiste?
—Yo… pues… a Egipto. Eso, viajé a Egipto.
—Ya veo. Lindo país Egipto —comentó Severus con una sonrisa—. Por cierto, Potter, va a tener que tomar unas clases de cómo ser un buen anfitrión. Estamos en Nochebuena y no me ha ofrecido una copa —reclamó, usando el mismo tono irónico de sus tiempos de Hogwarts. Harry pensó que sólo le faltaba decir cincuenta puntos menos para Gryffindor para ser un recuerdo perfecto.
—Sí, claro, que tonto soy —se disculpó—. En ese barcito hay bebidas, sírvete lo que quieras.
Todavía intrigado por la actitud tan extraña de Harry, que no se había movido del diván donde estaba acostado, el hombre se dirigió al barcito y procedió a servirse un whisky.
—¿Tomas algo? —preguntó, manipulando las botellas.
—No, gracias.
—¿Tendrías algo de hielo? —indagó, mirándole y mostrándole el vaso.
—Sí, claro, en la cocina —replicó, señalando una puerta—. Como si estuvieras en tu casa.
Severus entró a la prolija cocina frunciendo el ceño, ¿qué demonios le pasaba a Harry? Mientras abría el congelador bajo para sacar el hielo, su vista se posó en uno de los gabinetes altos; estaba vacío. Intrigado, revisó el resto de los gabinetes; mientras los de abajo estaban repletos de innumerables accesorios de cocina, los de arriba estaban completamente vacíos. Entonces, recordó lo que le había dicho el encargado de la galería unos días atrás y una luz de entendimiento asomó a su cerebro.
—Merlín, Harry —musitó en voz baja, sintiendo que su corazón se estremecía de dolor.
Haciendo un esfuerzo sobrehumano, logró que su rostro reflejara una serenidad que estaba muy lejos de sentir y regresó a la salita.
—Buen whisky —comentó, pero no regresó a sentarse sino que, con aire distraído, dio un sutil cambio de dirección—. Sabes, terminé el cuadro del valle.
—¿Si? Me alegra mucho que decidieras hacerlo —replicó el joven, sin perder detalle de los movimientos del mayor.
—Sí. Pero lamentablemente lo perdí. No estaba a la venta —se fue acercando a la única puerta que quedaba en el saloncito—, pero el encargado de la galería se conmovió. Dijo que… —asió el pomo de la puerta y empujó.
—Severus, no… —suplicó Harry, los ojos anegados de lágrimas.
El hombre se quedó en el umbral, mirando alternativamente el hermoso cuadro sobre la cabecera de la cama y la silla de ruedas a un lado. Luego de un momento, se giró en redondo y clavó sus negros ojos en Harry.
—Dijo que un joven paralítico le había suplicado para que se lo vendiera —se acercó al diván y se agachó hasta quedar a la altura del otro—. ¿Qué pasó, Harry?
El aludido aspiró aire profundamente, el momento que había anhelado y temido con igual intensidad por fin había llegado.
—Ocurrió la noche que partiste a Alemania —empezó a explicar, con un tono que intentaba conservar sereno—. Recibí tu carta y…. Merlín, Severus, me sentí tan inmensamente feliz cuando leí que me amabas —el hombre alargó la mano y enjugó una lágrima rebelde que se deslizaba por la mejilla de Harry—. Empaqué unas cuantas cosas y salí corriendo. El callejón aquí cerca estaba ocupado y no pude Aparecerme, así que corrí calle abajo, con la intención de llegar a una casa abandonada. Pero cuando atravesé la avenida, un auto… —su voz se quebró y ya no pudo continuar.
—¿Y por qué no me llamaste? —preguntó el hombre, la voz impregnada de ternura—. ¿Por qué Draco me dijo que te habías ido a conocer mundo?
—Yo le pedí que lo hiciera —miró a Severus con una súplica en los ojos—. Al final ibas a hacer algo que realmente te gustaba, Severus, algo que llenaba tu alma. No podía permitirme ser la causa de que interrumpieras tu sueño.
—¿Acaso nunca lo entendiste, Harry? —Severus le tomó por los hombros con firmeza—. Tú eres mi más preciado sueño. Por muchas cosas que haga, sin ti mi alma siempre va a estar vacía.
—Lo siento tanto —musitó Harry, ya desmoronadas sus defensas y llorando sin control—. Tanto.
Severus le estrechó contra sí, dejando que se desahogara, y beso su siempre alborotado cabello negro.
—Tranquilo, mi niño, ya pasó —murmuró, mientras lo acunaba suavemente. Cuando sintió que la congoja iba cediendo, lo separó con suavidad—. ¿Qué te han dicho sobre la invalidez? ¿Es… irreversible?
—En la última visita que hice a San Mungo me dijeron que necesito una operación, que hay buenas posibilidades de que me recupere. Por fortuna, la única zona afectada son mis piernas; al parecer, eso facilita las cosas.
Severus sonrió ampliamente.
—Definitivamente las facilita —musitó con picardía, intentando animarle; Harry enrojeció, avergonzado, pero sonrió débilmente
—Sin embargo, no es seguro que me recupere —se apresuró a agregar, antes de acariciar el rostro del que siempre sería su amor—. Si no hay solución, no deseo que ates tu vida a un inválido, no es justo.
—Lo que no es justo es que me digas eso, Harry —el hombre le miró con los ojos negros llenos de amor—. Sé que vas a recuperarte, no por nada eres un mocoso terco y voluntarioso —el joven sonrió levemente—. Pero aún si eso no llegara a pasar, yo seguiría estando más que feliz de estar unido a ti.
>>Merlín, Harry, eres el mejor regalo que me ha dado la vida. Y mi único deseo es que el cielo me permita seguir disfrutando de este hermoso regalo hasta el último día de mi existencia.
—Te amo tanto, Severus.
El hombre retiró la manta para luego inclinarse y alzar a su pequeño en brazos, antes de tomar sus labios en un beso pasional, que fue correspondido con urgencia y ardor. Y mientras se encaminaban a la habitación, ambos supieron con certeza, en el fondo de sus corazones, que mientras estuvieran juntos y contaran con el regalo de su amor, no habría dificultades que no pudieran superar.
Mientras se amasen, siempre habría la posibilidad de encontrar un Milagro de Navidad.
Última edición por alisevv el Jue Feb 25, 2016 6:06 pm, editado 4 veces | |
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