La Mazmorra del Snarry
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La Mazmorra del Snarry... El escondite favorito de la pareja más excitante de Hogwarts

 

 Un Milagro de Navidad. Parte I

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alisevv

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MensajeTema: Un Milagro de Navidad. Parte I   Un Milagro de Navidad. Parte I I_icon_minitimeMar Ene 05, 2010 4:32 pm



Título: Un Milagro de Navidad

Resumen: Luego de varios años separados, Harry y Severus se reencuentran y empiezan un romance. Pero el destino a veces juega en contra. ¿Podrán vencer la adversidad y lograr realizar su amor? ¿Serán capaces de conseguir un milagro de Navidad?

Disclaimer: Todo es de Rowling, bueno, casi todo ^^.

La idea de esta historia nació a raíz de una película que vi hace unos cuantos años, Un asunto de amor (Love Affair), protagonizada por Warren Beaty y Annette Bening. No se puede decir que sea una adaptación, ya que mi memoria es muy mala y sólo recuerdo dos escenas, algo que ocurre en medio de la película y la escena final. Quienes hayan visto Un asunto de amor, seguramente identificarán el parecido en dichas partes. El resto, es idea de mi muso.




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Harry Potter se encontraba sentado frente a la chimenea encendida, en su pequeño pero cálido apartamento ubicado en la zona central del Londres muggle. Su mirada distraída, se perdía en las hermosas bambalinas y las alegres luces multicolores que adornaban su arbolito de Navidad, y los primorosos paquetes envueltos en papeles brillantes que estaban cuidadosamente colocados al pie.

A sus veinticinco años, recordaba con cierta nostalgia la tristeza de una infancia donde veía todo desde la distancia, porque en aquel entonces ninguno de los adornos o los regalos eran suyos. Ahora sí, todo aquello le pertenecía; pero aunque de forma diferente, la tristeza persistía, pues no tenía a nadie con quien compartirlo.

Dio un suspiro y tomó un sorbo de la taza de chocolate que tenía olvidada en la mano. Debía llevar un buen rato abstraído, porque ya el líquido estaba casi frío. Dejó la taza en una mesita y se desperezó, pensando que tal vez saldría a caminar un rato. Siendo Nochebuena, las tiendas cerraban tarde, mientras los compradores buscaban frenéticos los obsequios de última hora. Podría acercarse hasta Hyde Park, donde habían programado un concierto navideño, o ir a Trafalgar Square, que quedaba muy cerca, a admirar el inmenso árbol de Navidad allí exhibido.

Aunque había rechazado las muy insistentes invitaciones de sus amigos, que iban a celebrar Nochebuena en un lujoso restauran, la verdad es que no le apetecía quedarse solo en casa, así que se levantó y se dirigía al perchero a tomar su abrigo y su bufanda, cuando las llamas de la chimenea comenzaron a emitir una luz azulosa: alguien estaba a punto de llegar por la red flu.

Se quedó observando, intrigado. Pocas personas tenían acceso directo a su chimenea, y se suponía que en esos momentos todos ellos se encontraban cenando lejos de su casa. Al momento, un rubio elegantemente vestido salía de la chimenea. Sin siquiera saludarle, se quedó mirando las llamas, esperando. Instantes después, tendía su cuidada mano para sostener a una bella joven hermosamente ataviada.

—Hermi, Draco, ¿qué hacen aquí? —preguntó Harry, mirando a sus amigos, interrogante.

—No íbamos a permitir que te quedaras aquí solo en Nochebuena— replicó la chica, por toda respuesta.

—Y si lo creíste por un sólo momento, eres mas tonto de lo que pensaba —agregó Draco, burlón.

—Les dije que no quería ir.

Y Harry hablaba con sinceridad. Todos sus amigos iban a asistir en parejas y a él no le apetecía hacer un mal tercio… o lo que fuera.

—Tienes que venir, Harry, es Nochebuena —rogó su mejor amiga—. Además, Draco invitó un amigo.

—¿Tú también? —el joven moreno miró al rubio con reproche—. Vale que Ron, Neville y hasta Blaise hayan intentado presentarme a alguno de ‘sus amigos’, ¿pero tú?

—Lo hice obligado —se defendió el otro.

—Draco —le regañó su novia, dándole una palmadita en el brazo—. Harry, no es lo que piensas. Es sólo que el amigo de Draco —explico, cuidándose muy bien de no mencionar el nombre del supuesto amigo— lleva varios años fuera del país y no tiene a nadie conocido. Y es Nochebuena.

—Sí, Hermione, sé en qué día estamos. Y si no lo supiera, lo has repetido tres veces.

La chica le miró, suplicante.

—Harry, por favor, hazlo por mí, ¿sí?

Él la miró y lanzó un profundo suspiro de impotencia.

—Vale, iré —cedió al fin—. Espérenme un momento y sírvanse algo mientras voy a cambiarme —pidió, al tiempo que caminaba hacia su habitación.

—Potter, ponte algo elegante, aunque sólo sea por esta noche —suplicó su amigo rubio—. Y péinate.

—Que te den.

Cuando Harry desapareció tras la puerta, Draco miró fijamente a su novia.

—No sé, Hermi, todo esto sigue sin gustarme. Mi padrino y Harry se odian.

—Corrección, se odiaban —puntualizó ella, dándole un suave beso en los labios—. Tú los viste en nuestro séptimo año, mientras Harry se entrenaba para luchar contra Voldemort —no pudo evitar un ligero estremecimiento al mencionar su nombre, a pesar de que el monstruo había muerto hacía años—. Fueron muy unidos en aquella época. Si no hubiera sido por el Profesor Snape, Harry no lo hubiera logrado.

—Es posible, pero eso no quiere decir que se cayeran bien —argumentó su pareja.

—No te preocupes más, amor. Verás que todo va a salir perfecto.

—Ojala tengas razón —Draco la abrazó con amor—. Sino, creo que tú y yo podemos irnos preparando para morir lentamente.



Un Milagro de Navidad. Parte I Gif-animados-WebDiseno-Lineas-Particion_06432_zpsi58j44am



Al entrar en el local donde les esperaban sus amigos, Harry tuvo que admitir que el lugar estaba muy bien. El joven silbó mientras miraba a Hermione y Draco.

—Vaya, esto es todo un lujo, ¿cómo lo descubrieron?

—Ron y Blaise vinieron a cenar la otra noche —explicó Hermione—. Al parecer, la comida es exquisita.

—Y la música perfecta —comentó Harry, mirando con atención el pianista que tocaba en una esquina.

—Y se puede bailar —agregó Draco—. Y lo mejor de todo es que es un lugar de ambiente mixto, por lo que vamos a estar muy cómodos —en ese momento se acercó el anfitrión del lugar.

—Buenas noches, señores. ¿Tienen reservación?

—Sí, a nombre de Draco Malfoy.

El hombre revisó su listado.

—Sí, aquí están —replicó, sonriente—. Si me acompañan, por favor. Los están esperando en su mesa.

Mientras caminaba entre las mesas repletas de personas que reían y compartían felices con los seres que amaban, Harry se alegró de que sus amigos hubieran insistido en que los acompañara, en el fondo él también quería sentirse entre su gente. Sonriendo internamente, pensó que incluso podría soportar unas horas de conversación con el amigo de Draco.

Al acercarse a la mesa designada, observó a quienes allí estaban. Aún bajo la media luz, Ron se veía ruborizado, seguramente por algo que le estaba susurrando Blaise, quien estaba inclinado sobre su oído, y Neville y Luna escuchaban atentamente lo que decía un hombre vestido de negro, que daba la espalda a los recién llegados. Harry le miró con más detenimiento; el pelo negro recogido en una pulcra coleta, el cuello fuerte y los anchos hombros, ¿acaso? Sacudió la cabeza, negando; no, no podía ser él.

—Chicos, al fin llegan —la alegre voz de Ron le sacó de sus pensamientos. Giró un segundo la cara hacia el pelirrojo, y para cuando su atención regresó al desconocido, se encontró con dos profundas lagunas negras que los miraban con detenimiento.

—Señorita Granger —escuchó como Severus Snape empezaba a saludar con cortesía.

—Profesor Snape, que alegría que esté de regreso en Inglaterra —dijo Hermione, inclinándose para darle un discreto beso en la mejilla, a lo que el hombre contestó con una leve sonrisa que dejó a Harry embobado; el rostro de su antiguo profesor, definitivamente se transfiguraba cuando sonreía.

—Draco —una ligera inclinación de cabeza a su ahijado antes de fijar su atención en Harry—. Señor Potter, me complace verlo tan bien.

—A mi también, profesor —contestó el joven, luego de una pequeñísima duda.

—Ya no estamos en el colegio, así que pienso que los títulos están de más, ¿qué les parece si todos se tutean? —propuso Draco.

—Me parece bien —una nueva sonrisa del hombre y el corazón de Harry dio un brinco.

Asintiendo, Harry se sentó. Mientras todos los demás charlaban amigablemente, él empezó a recordar su séptimo año, aquel tiempo cuando pensó que sentía ‘cierta’ inclinación sentimental hacia su huraño profesor. Pero desde entonces habían pasado casi ocho años, no era posible que siguiera sintiendo algo por el hombre… ¿o si?

Lo que sí era indudable, era que los años habían sido generosos con Severus Snape. Su piel, antes cetrina por pasar tanto tiempo encerrado en el castillo, ahora lucía lozana y con un muy atractivo tono bronceado. Su cabello se veía suave y brillante, para nada grasoso, y su sonrisa ahora mostraba unos prístinos dientes blancos.

Sus movimientos eran seguros y elegantes, exudando una sutil y a la vez apabullante masculinidad por cada uno de los poros, y en cuanto a su carácter, también parecía haber cambiado positivamente. Pese a que seguía siendo irónico y algo distante, ahora se veía relajado y hasta podría decir que ‘casi’ simpático, mientras charlaba con todos de manera cordial y respetuosa, incluso con Neville Longbottom.

Haciendo a un lado sus reflexiones sobre el hombre que se sentaba a su lado y que, aunque por distintos motivos, para él seguía siendo una incógnita, Harry se unió a la conversación.

—Así que van a casarse —decía Severus media hora después, mientras sorbía un trago de su Whisky y miraba a Blaise y a Ron.

—Sí, por suerte en el mundo mágico no hay tantas restricciones como en el muggle —contestó Ron, ligeramente ruborizado.

—¿Y para cuándo van a entrar en el grupo de las afortunadas víctimas de la felicidad conyugal? —indagó, no pudiendo evitar el tonito burlón.

—La boda será para marzo —replicó Blaise, entusiasmado—. Ron empieza entrenamiento con su equipo de Quidditch a finales de abril y queremos darnos por lo menos un mes de luna de miel.

—Hacen bien, porque después… —Severus movió la cabeza, denegando.

—Vamos, padrino, no les quites el entusiasmo a los chicos —intervino Draco—. Que tú no creas en el matrimonio no quiere decir que sea malo.

—¿No crees en el matrimonio? —preguntó Hermione—. ¿Por eso no te has casado?

—Digamos que no he encontrado una persona con la que pueda firmar un compromiso a perpetuidad, mis parejas no han sido lo que se dice estables —el hombre dio un trago a la bebida, mientras sin saber porqué, Harry sintió cierta desazón ante la idea de que al otro no le gustaran los compromisos.

—¿Nunca te has enamorado? —le preguntó Luna, con su eterna expresión soñadora—. Es tan lindo enamorarse.

Severus Snape meditó un momento ante la pregunta.

—Una vez en mi vida estuve a punto de hacerlo… supongo.

—¿Y qué pasó?

—Él se fue —contestó, cortante, cambiando bruscamente de tema—. Este lugar es realmente agradable. ¿Es nuevo?

—Bastante, Blaise y yo lo descubrimos hace poco —comentó Ron.

—Y es una suerte, que ya estábamos aburridos de ir siempre a los mismos lugares —agregó Neville.

—¿No exageran un poco? —Severus les miró con una ceja alzada—. Londres está lleno de buenos lugares.

—Sí, pero casi ninguno es de ambiente mixto —aclaró Draco—. Hay pocos lugares donde puedan estar cómodamente parejas gay, como Ron y Blaise, con parejas hetero, como nosotros.

—Sí, ya veo el punto —musitó Severus, pensativo, antes de girarse hacia Harry y sonreír de lado—. ¿Y el señor Potter en qué tipo de ambientes está a gustó?

El aludido sonrió; pese al tono irónico de su antiguo profesor, se notaba mucho más cordial que antaño.

—Si lo que quieres saber es mi orientación sexual —contestó con una sonrisa similar a la del hombre—, sólo tenías que preguntar. Me gustan los chicos.

La sonrisa de Severus se amplió ligeramente antes de preguntar.

—¿Sólo los chicos? Un hombre… digamos algo mayor, ¿podría tener alguna oportunidad?

—Dependiendo del hombre —la expresión de Harry no cambió, aunque le recorrió un calorcillo interno ante el evidente flirteo—, por supuesto que sí.

—Princesa, ¿bailamos? —se escuchó la voz de Draco, y Harry y Severus desviaron la atención para observar como la chica se levantaba y daba la mano a su novio, para alejarse abrazados.

—A mí también me gustaría bailar, Nev —pidió Luna, y al instante, ambos partían también.

—¿Bailamos también, amor? —preguntó Blaise, pero el aludido le miró frunciendo el ceño.

—No me apetece, estuve entrenando todo el día, me duele todo.

—Sólo una pieza —insistió el joven moreno, mirando significativamente a su pareja, intentando que entendiera; pero la sutileza no era precisamente una de las virtudes de su pelirrojo, así que buscó frenéticamente una forma de convencerlo—. ¿Y si vamos hasta la mesa del buffet? ¿A ver lo que hay de cenar?

—¡Genial! —Ron se levantó al instante, los ojos brillantes—. ¿Crees que me dejen probar un poco?

—Estoy seguro, cariño.

Cuando se alejaron, Severus y Harry se miraron y se echaron a reír.

—¿Crees que intentaban dejarnos a solas? —preguntó Severus, divertido.

—¿No se por qué dices eso? —replicó Harry, burlón.

—Definitivamente, a mis Slytherins les está haciendo daño esas juntas con tanto Gryffindor, olvidaron el indispensable arte del disimulo —tomó una botella de vino y lleno la copa del joven y la propia—. Entonces, dadas nuestras preferencias comunes, ¿debo entender que somos pareja esta noche?

Harry alzó la copa y la llevó a sus labios.

—Parece que a nuestros amigos se les ocurrió la peregrina idea de que lo fuéramos, sí —declaró, divertido.

—Pues no creo que sea buena idea decepcionarlos, al fin y al cabo es Nochebuena —Severus tendió su firme mano al joven—. ¿Bailamos?

—¿Bailar? No, no, soy pésimo bailarín.

—Vamos, es más fácil que hacer pociones —le animó Severus—. Lo que ocurre es que Minerva es pésima maestra de baile.

—¿Cómo sabes que…?

—¿Que Minerva intentó darles clase antes del baile en tu cuarto año? —completó el otro, risueño—. Porque a mí me tocó enseñar a los Slytherins.

—No te lo creo —Harry lanzó una carcajada.

—Sólo te diré que estuve a punto de envenenarle los caramelos de limón a Dumbledore —volvió a tender su mano—. Anda, la música es suave, sólo tienes que dejarte llevar —al ver que el joven aún dudaba, dio la estocada final—. ¿Acaso todo ese asunto del valor Gryffindor es puro humo?

—Vale, si te empeñas, pero conste que te estoy advirtiendo —tomó la firme mano y caminaron hacia la pista de baile.

Al llegar a la pista, Harry se dejó enlazar por los fuertes brazos que, rodeando su cintura, lo estrecharon contra un cuerpo cálido y firme. Empezaron a deslizarse con algo de torpeza por parte del más joven, pero el hombre le guió con seguridad y maestría, y pronto estaban bailando con cierto grado de soltura, por lo cual Harry se relajó.

Al terminar la pieza, se dieron cuenta que no les apetecía regresar a la mesa todavía, por lo que se quedaron en la pista. Cada vez más cómodo, Harry notó que Severus empezaba a estrecharlo bastante más cerca de lo que hubiera sido correcto en dos simples amigos, pero no le importó. Como era bastante más bajo que su pareja de baile, inclinó la cabeza y la apoyó en su pecho, recibiendo como recompensa un quedo suspiro y un abrazo aún más apretado. Bailaron así un buen rato más, hasta que se hizo el anuncio de que estaba abierto el buffet de la cena y se apresuraron a regresar a su mesa, donde ya sus amigos les esperaban, sonrientes.

El resto de la noche se les pasó en un suspiro; cenaron, charlaron y volvieron a bailar largo rato hasta que, alrededor de las cuatro de la mañana, el movimiento de los empleados les indicó que ya era hora de cerrar.

Mientras todos se despedían en la entrada del restauran, Severus se acercó a Harry.

—Me gustaría acompañarte hasta tu casa.

—Si estás dispuesto a caminar —contestó el moreno de ojos verdes—. La noche está hermosa y me apetece dar un paseo.

—Por mi, encantado, pero si no te importa, preferiría una zona algo más agradable.

—Claro, ¿adónde quieres ir?

—Tú sólo abrázame, yo guío.

—Vale, confiaré en ti —aún sonriendo, se giró hacia el resto de sus amigos—. Chicos, mañana hablamos.

—¿Adónde van? —preguntó Blaise—. Hay un sitio en el Callejón Diagon que abre toda la noche, podemos seguir bailando. No me digan que ya tienen sueño.

—Para mí fue suficiente por hoy —contestó el joven de ojos verdes.

—Y para mí también —agregó Severus—. Voy a acompañar a Harry a su casa.

—Bueno —Draco alzó una ceja y emitió una sonrisa irónica—, es mejor dejar a estos dos aburridos irse a dormir. Nos vemos en el Callejón Diagon —abrazó a Hermione.

—Harry, Severus, tengan cuidado —fue lo último que alcanzó a decir la chica antes de que ella y Draco desaparecieran. Momentos después, todos los demás se despedían y les imitaban.

—Parece que a esos les gusta la fiesta —comentó Severus.

—No tienes ni idea. Entonces, ¿nos vamos?

Con un gesto, el hombre abrió los brazos y Harry se acurrucó contra él. Segundos después, ambos también desaparecían del lugar.

Cuando llegaron a destino, el joven se separo y miró alrededor. Habían aparecido en uno de los paseos que bordeaban al río Támesis. Desde el lugar se podían ver los antiguos edificios, adornados con luces multicolores que se reflejaban en las oscuras aguas del río. Sin pensarlo, Harry se acercó a la barandilla de protección y admiró el magnífico escenario.

—Es hermoso —musitó, cuando Severus se reunió con él.

—Sí, especialmente en las horas de la noche. Cuando trabajaba en Hogwarts y pasaba mis vacaciones en Londres, todas las noches venía a este sitio y pasaba horas admirando el río.

—Supe que dejaste de dar clase en Hogwarts, ¿por qué?

—¿Me cansé de cuidar de Gryffindors torpes? —Harry lanzó una carcajada y el otro continuó—: La verdad es que la guerra y mis años de espía… — ensombreció el rostro, dudando, pero al fin se animó a seguir—, y mis anteriores años de mortífago, me dejaron muy marcado. Por eso preferí alejarme de todo y residenciarme en el mundo muggle y en otro país, aunque no he perdido del todo el contacto con el mundo mágico.

Harry posó una mano sobre la de Severus, que descansaba en la barandilla, y la apretó en un gesto confortante.

—¿Y dónde estás viviendo ahora?

—En el Valle d’Orcia.

—Eso está en Italia, ¿no?

—Sí, en la provincia de la Toscana. Es una casa antigua, heredada de mis abuelos paternos. Y tiene un terreno bastante grande, cultivado con viñedos.

—¿Te dedicas a producir uva? —preguntó Harry, asombrado.

—No, más bien vino —Severus le tomó una mano y empezó a caminar por el paseo. Harry, luego de la sorpresa inicial, entrelazó sus dedos con los del hombre y se dejó llevar—. No tienes idea de lo útiles que me han resultado los conocimientos de pociones para el desarrollo de nuevos vinos. Ahora estoy haciendo un estudio sobre la influencia de la temperatura en el proceso de maduración.

Harry le miró y sonrió.

—Si ya decía yo que era raro que estuvieras lejos de tu viejo laboratorio de pociones mucho tiempo.

—Y yo nunca pensé que te dedicaras a la medimagia. Te hacía más bien como el auror estrella del Ministerio.

—Sí, eso quisieron algunos, pero como tú, yo también vi demasiada crueldad, así que preferí dedicarme a sanar que a matar. Y aunque estudio en una universidad mágica y trabajo en San Mungo, preferí vivir en el Londres muggle. Así puedo hacer lo que estamos haciendo ahora, pasear sin que nadie note mi presencia.

—¿Y ahora piensas establecerte y convertirte en un medimago barrigón y burgués?

Harry lanzó una alegre carcajada.

—Por Merlín, ni burgués ni mucho menos barrigón. Me quiero especializar en neurocirugía.

—Interesante elección —comentó Severus, deteniéndose—. Y sería un verdadero desperdicio que te volvieras barrigón —paseó la mirada por la figura de Harry. Una mirada tan ardiente que envió escalofríos de excitación por la columna del joven—. ¿Sabes que me muero por besarte, verdad?

El otro asintió, mirándole con anticipación.

—Lo que no entiendo es porqué no lo has hecho todavía.

Sin esperar mayor invitación, Severus atrapó a su compañero por la cintura y le plegó contra su cuerpo. Bajó la cabeza y tomó los suaves labios en un beso profundo y demandante. Harry cerró los brazos alrededor del fuerte cuello y abrió la boca, entregándose a la seductora caricia. Por largo rato, las lenguas juguetearon una con otra, conociéndose, deleitándose, hasta que los hombres se separaron para recuperar la respiración.

—Bien, creo que es hora de que me vaya a casa —musitó Harry, impactado ante el abrumador deseo de llevar a su antiguo profesor hasta la cama más cercana y hacerle el amor el resto de la noche.

—Sí, ya es tarde —contestó el otro, cuyos pensamientos eran muy similares a los del joven—. Si me dices hacia donde queda tu apartamento, te acompaño.

—Creo que esta vez puedo guiar yo. Abrázame.

Se aparecieron cerca del apartamento de Harry y caminaron hasta las escalinatas que conducían al porche principal.

—Bien, hemos llegado —comunicó el joven de ojos verdes.

—¿Tienes guardia mañana en el hospital?

—No, estoy libre hasta Año Nuevo.

—¿Te gustaría viajar conmigo hasta el valle? Me encantaría mostrarte mi casa.

Ante la perspectiva, Harry sonrió, radiante.

—Me encantaría.

—Entonces te pasaré buscando mañana a las once. Como no eres residente de Italia, tendremos que aparecernos a través de una de las salas del Ministerio. Y recuerda llevar ropa muggle.

—Perfecto.

El hombre se inclinó y depositó un tierno beso en los labios de su acompañante.

—Feliz Navidad, Harry.

—Feliz Navidad, Severus.



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Después de llegar al Ministerio de Magia Italiano, Severus traslado a Harry hasta las afueras de San Quirico d’Orcia, un hermoso pueblo de origen etrusco, y el joven sintió como si acabara de volar hacia el pasado, a la época medieval.

Caminaron tomados de la mano a través de estrechas callejuelas, flanqueadas por casas antiguas, en cuyas fachadas se combinaba la piedra rústica con la pared lisa de colores de la tierra, ocres y marrones, y con los marcos de las ventanas fabricadas en madera rústica.

Severus le guió, atravesando el pueblo hasta llegar a un viejo establo. Al entrar, Harry se vio abrumado por el acre olor que impregnaba en ambiente.

—En poco tiempo te acostumbrarás —comentó su compañero, al ver que fruncía la nariz con desagrado. Luego llamó en voz alta—. Pietro, buon giornio.

—Buon giornio
, Severus —un hombre de unos sesenta años, bajito, rollizo y de pelo castaño entrecano, salió de uno de los pesebres—. ¿Come siete?

—Bene, Pietro, ¿e vostro?

—Bene —el hombre miró a Harry, curioso.

—Pietro, te presento a Harry Potter, un amigo de Inglaterra.

Buon giorno, signore —le saludó con una sonrisa—. Los amigos de Severus Snape son amigos míos.

—Tanto gusto, señor Pietro.

—Pietro, ¿podrías conseguir mi caballo y una montura a Harry? —se giró hacia el joven—. ¿Sabes montar?

—Un poco, pero no soy muy experto.

—No se preocupe, tengo el caballo perfecto para usted. Ni demasiado manso ni muy brioso —el hombre se alejo, y al poco tiempo regresó con el imponente garañón negro de Severus y un potro castaño con las patas negras y una mancha negra en la frente.

—Grazie mille, Pietro —dijo Severus, mientras Harry se alejaba un tanto, acariciando encantado a su caballo.

Siete Benvenuto —contestó el italiano, antes de bajar la voz hasta un tono que indicaba confidencia—. Il ragazzo è bello, siete fortunate —continuó, mientras Severus observaba a Harry y sonreía. Pietro tenía razón, era realmente hermoso.

Ambos jinetes partieron galopando por el hermoso valle, mientras la brisa azotaba sus rostros. Media hora más tarde, subían por una pequeña colina y se detenían ante la casa solariega de la familia Snape, que permanecía oculta a la vista por un bosquecillo de cipreses. Poniendo las cabalgaduras al trote, penetraron por una entrada disimulada entre los cipreses, que derivaba en un camino de piedra lisa, al final del cual se mostraba una casa hermosa dentro de sus líneas sencillas.

Era una construcción rectangular, provista de una larga galería exterior bordeada de columnas. La fachada era de un tono rosa viejo, los marcos de las ventanas estaban elaborados de una madera que brillaba bajo los rayos del sol, y el techo, fabricado en tejas rojas, lucía una serie de pequeñas chimeneas.

El piso de la galería exterior era de ladrillo rojo; a lo largo de la misma se habían colocado cómodos sillones rematados por cojines de alegres colores, y en varios lugares se veían adornos alusivos a la época navideña.

—La casa la cuida mi antigua nana —explicó Severus, mientras abría la puerta principal para darle paso—. Los adornos son culpa suya.

—En ningún momento pensé que tú fueras el responsable —se rió Harry.

—Me alegro, no quiero perder mi reputación tan bien ganada —replicó el hombre, antes de llamar en voz alta—. Nana Giussepina.

Bambino —Harry iba de un asombro en otro, al ver como una ancianita delgada y pequeña, vestida con un traje azul y un delantal de flores, salía y abrazaba a su antiguo profesor con afecto, sin contar con el hecho de que le había llamado bambino—. Al fin llegas, ragazzo. Enseguida sirvo la comida.

—Nana, quiero presentarte a un amigo —dijo el hombre, alejándose de los amorosos brazos y girándose hacia el más joven—. Él es Harry.

—¿Trajiste alguien a la villa? —musitó la anciana, incrédula, mientras ajustaba sus lentes para enfocar la vista en el invitado—. Severus, pero si es un belo ragazzo —se acercó a Harry y lo abrazó, afectuosa. Éste, correspondió al efusivo saludo con cierta timidez—. Bienvenido a la villa, Harry.

—Gracias, señora.

—Nada de señora, soy la nana Giussepina. Vamos, vayan a lavarse las manos —ordenó, dándoles un leve empujón como si fueran dos niños—. He preparado unos raviolis para chuparse los dedos. ¿Te gustan los raviolis, Harry?

—Si, señ… —al ver la cara de la mujer, Harry corrigió de inmediato—. Sí, nana Giussepina.

Luego se quitarse el polvo del camino, se sentaron a la mesa, en compañía de la nana y su esposo, un anciano alto, delgado y muy agradable, aunque bastante parco en palabras. Claro, Harry pensaba que, con lo parlanchina que era su esposa, era más que probable que el pobre hombre se hubiera acostumbrado a permanecer callado.

La nana era una excelente cocinera, y los raviolis, acompañados con pan recién horneado y mantequilla, a Harry le supieron a gloria. Luego del postre, una tarta de chocolate tan deliciosa que no pudo evitar comer dos pedazos, Severus le mostró la casa, y luego salieron por la parte trasera, donde una larga explanada de hierba terminaba en un pequeño lago artificial, con toda la zona cercada por una barrera natural formada por cipreses.

En la tarde, Severus le llevó a visitar los viñedos, el lagar y las bodegas, y por último el pequeño laboratorio donde se hacían las pruebas para mejorar los vinos y el desarrollo de nuevas variedades, no sin que antes la ironía de su antiguo profesor saliera a la luz y le advirtiera que tenía terminantemente prohibido tocar nada. Al final de la visita, rescataron un par de botellas de la bodega del que, según su dueño, era el mejor de sus vinos, pasaron por la casa a buscar pan, queso y fiambres, y cabalgando, bordearon el bosque de cipreses y siguieron hacia el otro lado de la colina, desde donde se contemplaba una excelente vista de una buena parte del valle.

—Espera unas minutos y verás algo realmente impresionante —comentó Severus, mientras servía dos copas de vino, entregaba una a su acompañante y señalaba el horizonte, donde el sol empezaba a descender.

A medida que bajaba hacia su encuentro con la línea del horizonte, el disco amarillo se fue tornando rojizo, y sus reflejos inundaron el cielo, creando una mezcla de rojos y naranjas brillantes sobre el fondo azul profundo. Demasiado pronto, el sol se escondió en el horizonte, dejando en su lugar un reflejó azulado, el inicio de la noche.

—Es tan hermoso —susurró Harry, extasiado.

—Sí, y efímero —la voz ronca se escuchó muy cerca, mientras Harry sentía un calido aliento en su cuello—. Como la mayoría de las cosas bellas. Por eso hay que aprovecharlas cuando se pueden disfrutar —terminó, al tiempo que dejaba un ardiente beso en el suave cuello.

Ardiendo de deseo, el más joven se giró hacia Severus, puso una mano sobre su nuca y lo atrajo hacia él, aceptando la sugerente invitación. Mientras sus bocas se devoraban una a la otra, Severus empujó suavemente a Harry hasta que estuvo tendido sobre la hierba, para luego acostarse sobre el, permitiendo que sus cuerpos se acariciaran, aún a través de la ropa.

—Dios, Harry, me muero por hacerte el amor —musitó sobre sus labios cuando se separaron para recuperar el aliento.

—Y yo —la respuesta fue como un suspiro—. Pero creo que deberíamos regresar a la casa, aquí nos vamos a pasmar.

Aceptando la lógica del razonamiento, Severus se levantó y le tendió la mano para ayudarlo.

—Dame un segundo —musitó, antes de dirigirse a los caballos, sacar su varita y recitar un conjuro. Al instante, ambos animales desaparecieron.

—¿Qué hiciste? —preguntó Harry, cuando el hombre regresó a su lado.

—Un viejo truco de magos —contestó, antes de apoderarse nuevamente de la tibia boca de su pareja. El joven cerró los ojos, entregándose al beso, y cuando los volvió a abrir estaban en una habitación.

—¿Ése fue otro viejo truco? —preguntó risueño, mientras Severus volvía a tomar posesión de su boca y sus manos empezaban a desnudarlo con febril ansiedad. No queriendo estar en desventaja, Harry imitó a su antiguo maestro, y muy pronto ambos hombres se abrazaban completamente desnudos, mientras sus caderas se movían en un ritmo cadencioso, frotándose entre sí y enviando oleadas de excitación a ambos.

Sin estar plenamente conscientes de cómo habían llegado hasta allí, pronto estaban en la cama, Severus sobre Harry, acariciándose como si el momento fuera tan efímero como el crepúsculo que acababan de presenciar y tuvieran miedo de que la noche llegara demasiado pronto.

Mientras mordisqueaba el cuello de su pareja, una mano del hombre se dirigió hacia las redondas nalgas del más joven, acariciando y tanteando cerca de su entrada, en una muda pregunta.

—Vale, puedes empezar tú —aceptó Harry, abriendo las piernas para darle mejor acceso—. Pero antes que acabe la noche espero que me permitas hacer los honores.

Con una risa ronca, Severus musitó unas palabras convocando un pequeño frasco de aceite del baño.

—¿Aceite de bebé? —preguntó Harry, risueño.

—No te burles, Potter —le dio una ligera nalgada, antes de untar un dedo en aceite y tantear la atrayente entrada—. Es excelente para la piel de los codos.

La carcajada del joven fue transformada en gemido cuando sintió deslizarse un ágil dedo en su interior, y empezar a hacer movimientos circulares, mientras la boca de Severus se cerraba en torno a uno de los rosados pezones. Pronto, la cálida boca bajó por su vientre al tiempo que un segundo dedo se unía a la preparación y el jadeo de su pareja le indicaba que había encontrado la próstata. Mientras Severus alcanzaba la hombría de Harry y dejaba a su lengua juguetear a placer, un tercer dedo entró en la calidez deseada. Muy poco tiempo después, sintió como el joven levantaba las caderas, en un esfuerzo por lograr un contacto mayor.

—Severus, entra ya.

Más que deseoso de cumplir la petición, el hombre colocó una generosa cantidad de aceite en su endurecido miembro, se colocó entre las piernas y, ubicándose en la entrada, se dejó deslizar en el cálido interior. Harry jadeó al sentirse lleno con la firme masculinidad y Severus al sentirse rodeado por las suaves paredes.

Un movimiento de caderas de su joven amante le indicó que ya estaba más que dispuesto, así que, mientras tomaba sus labios en un nuevo y ardiente beso, salió casi hasta el límite y volvió a entrar con fuerza, sintiendo una sensación tan deliciosa que pensó que se iba a desmayar de placer.

Pero no se podía desmayar porque necesitaba volver a sentir la delicia del roce de su masculinidad contra las estrechas paredes, así que salió una vez más, y volvió a entrar, y mientras enterraba la cara en el cuello suave y escuchaba los frenéticos jadeos de Harry pidiendo más, empezó a entrar y salir con fuerza, dando todo lo que tenía, todo lo que era, y recibiendo a cambio igual pasión y desprendimiento.

La mano de Severus se cerró sobre la dura masculinidad de su amante, masturbándolo con vigor, y las estocadas se volvieron más rápidas y erráticas, y los jadeos se convirtieron en gritos, y pronto, el más joven se descargaba con fuerza sobre el vientre de Severus, y éste llenaba con su esencia el cuerpo de su amante.

Un buen rato después, mientras sostenía a Harry contra su pecho, el hombre consiguió fuerzas suficientes para hablar.

—Soñé tantas veces con esto —murmuró, mientras besaba suavemente su sien—. Pero la realidad es muy superior a cualquiera de mis fantasías.

El joven alzó la cabeza y le miró sin comprender.

—¿Soñaste con esto? No entiendo.

—¿Recuerdas el hombre que mencioné en el restauran, aquel del que pude haberme enamorado? —el otro siguió mirándole hasta que una luz de entendimiento afloró a sus ojos—. Sí, ese hombre eras tú.

—Pero… —el joven trató de internalizar lo que estaba escuchando—… ¿por qué no me dijiste nada?

—Eras casi un niño, mi alumno —lo estrechó más cerca de si—. Yo te llevaba demasiados años, no podía hablarte de mis deseos —se inclinó y tomó su boca en un tierno beso—. Aún ahora soy mucho mayor que tú, pero debo haberme vuelto más egoísta, porque fui incapaz de negarme a esto.

—Y yo me alegro —el joven posó uno mano en el fuerte pecho y empezó a trazar suaves círculos—. En aquella época también me sentía atraído por mi hosco e hiriente profesor de Pociones.

—¿En serio?

—Sí —al ver la mirada de duda, aclaró—. ¿Qué quieres que te diga? Debo ser masoquista.

—Y yo también, interesándome por un niñato insolente y con ínfulas de héroe.

Harry se echó a reír.

—Creo que fue mejor que no habláramos entonces. Si hubiéramos empezado una relación, nos hubiéramos matado a las pocas semanas.

—No estoy muy seguro de que no terminaremos matándonos ahora —se burló el hombre.

—No creo, hemos madurado. En todo caso —lo miró, indeciso—, a mí me gustaría intentarlo.

Los negros ojos se clavaron en las verdes esferas, cuya petición era más profunda que la expresada con palabras.

—Sí, a mí también me gustaría. Quien sabe, a lo mejor hasta terminamos sobreviviendo.

Y la risa alegre de Harry se perdió entre los labios que una vez más le besaban con pasión.




Un Milagro de Navidad. Parte I Gif-animados-WebDiseno-Lineas-Particion_06432_zpsi58j44am




Harry se despertó y, perezoso, se estiró como un gato. Sin abrir los ojos, tanteó el colchón a su lado y notó, decepcionado, que estaba vacío. Se incorporó, restregándose los ojos, y buscó sus lentes, que había dejado en la mesita de noche. Cuando se giró a observar el otro lado de la cama, toda su decepción se evaporó como por encanto. Sobre la almohada se encontraba una hermosa flor azul y una nota.

—Vaya, profesor Snape —musitó en voz baja—. Quien hubiera podido imaginar que eres un romántico.

Aspiró la fragancia de la flor silvestre y desplegó la nota.


Harry

Tuve que salir por asuntos del viñedo.
Baja a la cocina y Nana te dará de
desayunar. Regreso para el almuerzo.

Severus



—Supongo que la flor fue demasiado romanticismo para ti —se rió, al ver lo escueto de la nota, antes de pasear su mirada en derredor.

La habitación en que se encontraba, que no había podido admirar la noche anterior a causa de la prioridad dada a otras actividades, era sobria pero acogedora. Al estar en una esquina de la casa, el techo tenía un fuerte desnivel y estaba recubierto de madera, lo que daba al lugar cierta atmósfera de buhardilla bohemia. Las paredes estaban pintadas de beige suave, y frente a la cama, un enorme ventanal permitía observar el hermoso paisaje del valle d’Orcia, Los muebles eran de hierro forjado y madera, y el único adorno de las paredes desnudas era un enorme cuadro.

Harry se levantó y se acercó al cuadro, observándolo con curiosidad. Se podía ver toda la zona del valle a la hora del crepúsculo, tal como lo habían visto la tarde anterior. Pero lo extraño era que no estaba terminado; faltaba todavía como un tercio de la pintura, que apenas estaba esbozado, y como era de suponer al estar inconclusa, no aparecía la firma del autor.

Aunque intrigado, decidió que más tarde averiguaría sobre eso, por lo pronto era más urgente bañarse y vestirse. Frunciendo el ceño, se dio cuenta que no tenía ropa limpia, así que se dirigió a la cómoda de Severus, no creía que le importara que tomara prestado un boxer limpio. Cuando abrió la primera gaveta, vio una nota sobre la ropa pulcramente doblada y fue incapaz de contener una carcajada.

Señor Potter

Puede tomar lo que quiera y encogerlo a su tamaño,
Pero, por favor, NO DESORDENE

Severus



Luego de coger ropa interior, fue hacia el armario. Por suerte, los gustos de su anfitrión en cuanto a ropa parecían haber mejorado y no todo era de color negro. Tomó un pantalón gris y una camisa verde musgo y, luego de encoger todo a su tamaño, se dirigió al baño a darse una buena ducha.

Media hora después, entraba en la cocina, fresco y rozagante.

Ragazzo —le saludó la nana Giussepina con voz cantarina—. Ven, siéntate y te sirvo el desayuno, tengo pannetone recién hecho. ¿Sabes lo que es?

—Sí, nana, me gusta mucho.

—Perfecto —la mujer colocó el pannetone y una taza de chocolate en la mesa, y se sentó frente al joven—. Te queda muy bien la camisa de Severus.

Harry se ruborizó intensamente, al suponer lo que debía estar pensando la matrona.

>>No te avergüences, ragazzo —dijo la anciana, tocando suavemente su mejilla roja—. Junto con mi esposo, mi niño Severus es lo que más quiero en el mundo, y daría lo que fuera por verlo feliz. Tú le importas mucho, tanto que te trajo a la villa. Es la primera vez que trae alguien a la villa que no sea Draco. Pero él no cuenta, es su ahijado.

Harry sonrió tímidamente, algo abochornado, y cambió rápidamente de conversación.

—Nana, en la habitación donde dormí… —se detuvo bruscamente, mencionar esa habitación no era precisamente cambiar de conversación.

—La habitación del niño Severus —la mujer sonrió con naturalidad, animándolo hablar.

—Sí, bueno… allí hay un hermoso cuadro del valle. ¿Quién lo pintó?

—El niño Severus.

—¿Severus? ¿Y por qué está sin terminar?

La mujer le miró por largo rato, como sopesando si era correcto que hablara de cosas íntimas de la familia. Al final, decidió que si había alguien con posibilidades de formar parte de esa familia en un futuro, ése era el hombre que tenía frente a si.

—Esta casa —comenzó, remontándose a muchos años antes —perteneció a los padres de la abuela paterna de Severus, Sofía Rinessi. Ella se casó con Robert Snape, un muchacho inglés que trabajaba en unos viñedos cercanos, un joven pobre pero muy honrado y trabajador.

>>Sofía y Robert tuvieron sólo un hijo, Tobías. Tantos sus padres como sus abuelos se volvieron locos con el pequeño, y lo consintieron terriblemente, cumpliéndole todos sus caprichos. Supongo que ése fue su mayor error.

>>Tobías se convirtió en un adolescente malcriado y egoísta. Cuando tenía quince años, los padres de Sofía murieron, y ella y su esposo heredaron la villa y los viñedos. Robert intentó que su hijo estudiara, diciéndole que al final todo esto sería suyo, pero fue inútil. En cuanto cumplió dieciocho años, se fue de casa y viajo a Inglaterra.

>>Pasaron algunos años y, un día, Tobías se apareció casado y con un recién nacido: Severus. Por aquel entonces, yo ya llevaba muchos años trabajando en la villa, y me dieron el bendito trabajo de atender al pequeño. Era tan hermoso y cariñoso, Harry, no tienes idea. Y parecía tan necesitado de amor. Tobías prácticamente ignoraba a Severus, y Eileen, la madre de mi niño, quien tenía un carácter hosco y en sus ojos siempre se percibía mucha tristeza, no lo trataba mucho mejor. Con el tiempo, supimos que Tobías la golpeaba y maltrataba, al parecer por el hecho de que era… —se detuvo un momento y miró a Harry con suspicacia—. ¿Tú no eres muggle, verdad?

—No, soy mago —confirmó Harry.

—Lo imaginaba, pero era preferible confirmarlo —dijo la anciana, mientras se levantaba y servía dos vasos de agua, entregando uno a Harry—. Toma, aliviará el dulzor del chocolate.

El joven dio un sorbo y la miró fijamente.

—Me contabas que el padre de Severus maltrataba a su esposa.

—Sí. Ella era bruja y Tobías, en su ignorancia, no fue capaz de entender lo que eso significaba.

—Lo entiendo. Mis tíos sienten el mismo temor hacia todo lo que tenga que ver con magia.

—Sofía y Robert convencieron a Tobías de que permitiera a Severus venir a la villa de vacaciones, así que, todos los años, pasaba el mes de agosto en el valle. Los primeros años era un pequeño alegre y simpático, pero a medida que creció, se volvió hosco y taciturno, supongo que influenciado por la situación que vivía en casa. Además, muchas veces venía golpeado y con heridas, y siempre decía que se había peleado con otros chicos y cosas así. Pero nosotros sabíamos que todo era obra de Tobías.

>>Intentando buscar algo que le hiciera feliz, al menos durante el poco tiempo que pasaba en el valle, sus abuelos inventaban todo tipo de actividades para animarlo. De todo lo que idearon, hubo dos cosas que fascinaron al pequeño: Un hermoso pony y una caja de pinturas.

>>Diciendo que iba a pintar su verdadero hogar, Severus empezó la pintura que viste en su cuarto. Cada año que venía, lo primero que hacía era subir allí y empezar a pintar, pero su tiempo aquí era muy corto y el cuadro avanzaba lentamente.

>>Entonces, cuando tenía quince años, la signora Eileen murió, y Tobías ya no le permitió venir al valle. Luego supimos que Severus se unió a gente mala en el mundo mágico. Sofía y Robert sufrieron mucho, pero no había nada que ellos pudieran hacer al respecto.

>>Pasaron varios años y un día mi niño regresó a la casa. Se veía tan solo y tan arrepentido. Para entonces, también su padre había muerto, y él cargaba un peso en su alma que nunca quiso contar a nadie. Y ya nunca quiso volver a pintar.

Cuando la anciana terminó su relato, Harry sintió un nudo que cerraba su garganta. Ya sabía que la niñez de su antiguo profesor había sido dura, pero no sabía hasta que punto. Y tomó una decisión: un día iba a lograr que Severus Snape volviera a pintar.


Buon giornio...Buenos días
¿Come siete?...¿Cómo estás?
Bene...Bien
¿e vostro?...¿Y tú?
Buon giorno, signore...Buenos días, señor
Grazie mille, Pietro...Gracias, Pietro
Siete Benvenuto...De nada
Il ragazzo è bello, siete fortunate...El muchacho es hermoso, tienes suerte
Bambino...Bebé
Belo ragazzo...Hermoso muchacho


P.d: Si algo de lo que escribí en italiano es incorrecto, espero me disculpen. Es culpa de los horribles traductores on line




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