*~*~*
—¿Profesor? —llamó Harry desde afuera, y entró al escuchar un suave ‘adelante’ desde el otro lado de la puerta.
La habitación era bastante amplia; iluminada gratamente por los enormes ventanales, Harry pudo apreciar lo pulcra y sencilla que era. Al entrar, lo primero que le recibió fue una pequeña y cómoda sala cercana a la chimenea, la cual se encontraba apagada en esos momentos de la tarde. Las paredes tenían libreros empotrados en ellas, atiborrados de grandes y viejos volúmenes que, en opinión de Harry, habían disfrutado de mejores tiempos. Una pequeña mesa que estaba al lado de uno de esos libreros tenía sobre ella objetos extraños y de diversos tamaños; notó que algunos se movían y otros más, simplemente hacían ruiditos extraños. Harry sonrió ante el recuerdo de la vieja oficina del antiguo Director de Hogwarts.
El sonido de una puerta abriéndose le hizo girar la mirada a su izquierda, observando la alta y delgada figura de Albus Dumbledore de pie frente al umbral de la entrada que parecía dar a su oficina privada.
—Mi muchacho, me preguntaba cuándo vendrías a verme —sonrió con calidez.
—Buenas tardes, Profesor —saludó Harry, caminando hacia el anciano.
Un segundo después, Tonks apareció al lado del antiguo Director.
—¿Qué tal, Harry? —saludó la muchacha con una enorme sonrisa. Giró hacia Dumbledore y se despidió brevemente—. Vendré en un par de días.
—Gracias por todo, Nymphadora —expresó el anciano, observándola marcharse, y después dirigió sus ojos hacia Harry—. Comenzaba a creer que te habías olvidado de este pobre viejo —dijo, caminando hacia el centro de la salita para tomar asiento en un mullido sofá.
—Por supuesto que no, Profesor. Es sólo que le han recomendado mucho reposo y no había querido molestarle —comentó.
—La profesora McGonagall me ha hecho saber que tú y Severus preguntan todos los días por mí. Y te lo agradezco —aseguró Albus, logrando que Harry sonriera tímidamente.
El mayor llamó a un elfo para pedirle un servicio de té. Cuando las tazas estuvieron llenas y los platos atiborrados de dulces, Harry comentó:
—Aún creo que fue mejor lo que le sucedió —al terminar de decirlo, rectificó con rapidez—. Quiero decir, que no tuvo que estar en el campo de batalla. Por supuesto, la maldición del anillo es algo que lamentaremos.
—Te entiendo, Harry. Por desgracia, el efecto que la maldición dejó en mi magia es irreversible. Apenas logro realizar un Lumus con la varita —expresó, alzando su mano derecha y mostrando los vendajes que la cubrían.
A Harry no le pasó desapercibido el tono nostálgico en las palabras, y no pudo evitar que un nudo se albergara en su estómago. Albus Dumbledore había sido el mago más poderoso durante un largo tiempo, el único al que Voldemort había temido realmente. Para muchos, la desesperanza había caído sobre ellos cuando el Director del colegio había quedado incapacitado para la pelea, con su magia mermando cada vez más. La Orden pelearía sin su líder, y la desazón había estado presente durante cada segundo de cada uno de esos oscuros días. Para Harry, todo había pasado tan rápido, que simplemente un día se había despertado en la enfermería con el cuerpo adolorido y exhausto, y Madam Pomfrey le había recibido con la noticia de la caída de Voldemort.
>>Siempre he creído que la magia es una parte muy importante para un mago, forma parte de todo su ser —explicó Albus—. Pero aunque extraño mucho convocar mis caramelos a mitad de la noche sin tener que levantarme de la cama, creo que debo estar agradecido de seguir con vida —dijo, consiguiendo una sonrisa por parte del joven.
—Profesor… —comenzó Harry con un poco más de seriedad—, sabrá…
—Ah, sí —interrumpió con un poco de pesar, y sus ojos abandonaron todo brillo aun cuando se enfocaron en las llamas de la chimenea—. Un suceso lamentable, sin duda, la muerte del señor Malfoy. Más aún, la situación del joven Draco; su madre debe estar devastada y seguramente pasará mucho tiempo con él en San Mungo. No creo que su daño pueda ser reparado.
—Entonces es muy grave —dijo con vacilación; más que una pregunta, era una afirmación.
—Me temo que sí. A causa de la tortura a la que fue sometido, el joven Malfoy ha quedado imposibilitado para hablar. Después de destrozarle la quijada, le cortaron lo que le quedaba de lengua. Además, quien le infligió las heridas, también se aseguró de que no pudiera volver a ver.
Harry permaneció en silencio, e inconscientemente su mano aferró con más fuerza la taza de té que sostenía.
Albus le miró con atención por unos momentos. Sabía que el muchacho no se atrevía a expresar su verdadero sentir respecto a las noticias, principalmente por la imparable belicosidad que había existido entre él y Draco.
>>Lamento no haber podido asistir al funeral del señor Malfoy hace unos días —continuó el anciano con la misma voz apenada y débil—. Narcissa necesitará de todo el apoyo que le puedan brindar, su situación no mejorará nunca. Sólo le queda la resignación —soltó un suspiro y enfocó su mirada de nuevo en Harry—. Tengo entendido que Severus tampoco tuvo oportunidad de ir.
El cuerpo de Harry se tensó al instante y no se atrevió a regresarle la mirada a Dumbledore. Por supuesto que Severus no había asistido al funeral de Malfoy. Ambos sabían que las acciones de Lucius en la guerra siempre se habían mantenido inclinadas a los ideales de Voldemort, y nunca se había mostrado arrepentido, ni siquiera por el bien de Draco. Sin contar cosas mucho más graves y…
>>¿Harry? —dijo tentativamente el antiguo Director, sacándole de sus pensamientos.
Los ojos verdes por fin decidieron mirar al anciano, pero estaban tan opacos que Albus frunció el ceño.
—Profesor, la verdad, no quisiera hablar respecto a los Malfoy, nunca fui cercano a ellos y lo que conocí de esa familia fueron puras cosas malas —expresó sombríamente, y su mente viajó fugazmente a los recuerdos de su quinto curso y la batalla en el departamento de Misterios, durante la cual había perdido a Sirius, su única familia.
—Entiendo, Harry —concordó el anciano, y durante el resto de la tarde decidió tocar temas menos tensos para ambos.
*~*~*
Una suave y distraída caricia en su cabeza fue suficiente para sacar a Harry de su profundo sueño. Los dedos de Severus se enredaban ligeramente en su maraña de negros cabellos mientras con la otra mano sostenía frente a sus ojos El Profeta. Las facciones del hombre lucían su típica expresión seria y reservada, mientras sus oscuros ojos se movían ávidamente por la plana del diario. De forma esporádica, la mano que acariciaba a Harry se detenía por unos segundos, acompañada del ceño fruncido de Snape y un audible bufido, antes de reanudar las caricias. Harry sonrió. Se atrevió a pensar que Severus quizá ni estuviese consciente de su mano deslizándose por su cabeza, rozando con gentileza la piel de su nuca y frotando cariñosamente el lóbulo de su oreja por momentos.
Después de varios minutos, Snape bajó el diario y se recargó contra la cabecera de la cama, cerrando los ojos.
—¿Sucede algo? —preguntó Harry, no resistiendo la curiosidad.
Los negros ojos se enfocaron con rapidez sobre él.
—Creí que seguirías dormido por un par de horas más. Aún es muy temprano —dijo por toda contestación, dejando El Profeta sobre la mesita de noche.
Harry desvió sus ojos hacia el diario, y aunque sin sus gafas le fue imposible alcanzar a leer ni siquiera el encabezado, pudo distinguir la imagen de Lucius Malfoy en la página. Snape se dio cuenta del escrutinio y explicó:
>>Al parecer, no han encontrado al asesino. Han pasado varios días ya, y siguen sin tener pistas del responsable —extendió su mano y acarició el ceño fruncido de Harry—. ¿Qué te sucede?
—Nada —contestó, inclinándose hacia el toque y cerrando los ojos; su mente vagó hacia las palabras que le dijera Ron varios días atrás, sobre mantenerse dentro de Hogwarts por precaución.
—No frunces el ceño por nada, Harry. Dime lo que te incomoda —insistió, acercando al muchacho hasta su pecho y rodeándole con los brazos.
Harry dejó escapar un pesado suspiro antes de arrebujarse contra el cuerpo de Snape, acomodando su rostro en el hueco de su cuello y cerrando los ojos mientras hablaba.
—Antes de partir, Ron me dijo que en el Ministerio tenían la sospecha de que el asesino estaba tras los Mortífagos que quedaban libres. Todos sabemos que tus lealtades se concretaron años atrás, y que Dumbledore limpió tu nombre frente al Wizengamot cuando yo apenas era un bebé… pero creo que sería mejor que no salieras del colegio —dijo con determinación.
Severus obvió la falta de formalidad de Harry para dirigirse a Albus y optó por guardar silencio durante unos segundos.
>>No quiero que salgas al peligro —susurró casi imperceptiblemente el joven de ojos verdes.
Snape respiró con profundidad, entendiendo el contexto implícito en esa petición. Harry temía más que nada perderle al igual como había perdido a mucha gente amada por él en el pasado, y por eso sabía que sus temores eran totalmente justificables.
—No deberías preocuparte por esas nimiedades. Parece ser que lo de Lucius fue un ajuste de cuentas personal, que por desgracia, también recayó en Draco. Han pasado varios días y dudo que esto pueda continuar.
—Aun así, me sentiré más tranquilo si te quedas aquí, en el colegio —rebatió con testarudez, enderezándose sobre el regazo de Severus.
—Harry, escúchame…
—No, Severus, tú escúchame —pidió, atrayendo por completo la atención del otro—. No quiero que corras riesgos innecesarios, aún no atrapan al culpable y…
—Harry, no puedes prohibirme eso, hay salidas a Hogsmeade los fines de semana, y no puedo faltar a mis obligaciones por tu temor. Sabes que puedo defenderme perfectamente —aseguró con suma seriedad.
El muchacho bajó la mirada, sintiéndose impotente. Las palabras de Severus, aunque duras, eran totalmente ciertas. Ante todo, Severus tenía obligaciones que atender y no podía dejarlas de lado simplemente por sus miedos.
Las manos del Profesor le volvieron a recostar contra su pecho, vagando suavemente por su cuerpo, y a pesar de que acababa de despertar, Harry se sintió adormilado por las ligeras caricias.
—Cuando tus amigos regresen, me encargaré de que te distraigan lo suficiente como para mantener tu mente alejada de asuntos irrelevantes —escuchó la sensual voz sobre su oído, haciéndole estremecer.
—Ron y Herm regresarán dentro de mucho. El viaje lo tienen planeado para dos meses —dijo con voz suave—. Y con un poco de suerte, se extenderá hasta el Año Nuevo.
—Pudiste haber ido con ellos —murmuró Snape tentativamente, sin detener sus caricias.
—No, así fue mejor. Ellos también necesitan un tiempo a solas, y recuperarse —Harry sabía lo mucho que sus dos amigos necesitaban sanar las heridas dejadas por las pérdidas de la guerra, principalmente Ron. Estaba seguro que Hermione le ayudaría a superar la muerte que había devastado a los Weasley. Todos extrañarían a Fred.
Harry se quedó recostado contra Severus, escuchando el calmado palpitar de su corazón, sintiéndose arrullado por tan bello sonido… un sonido que le aseguraba ante todo que su pareja estaba viva, con él.
—¿Harry?
Los verdes ojos se abrieron apenas lo suficiente, tratando de poner toda su atención en la voz de Severus.
>>Antes de retomar tus estudios… —siguió el mayor, con un tinte de vacilación—, ¿te gustaría viajar a algún lado?
Eso fue suficiente para que despertara por completo. ¿Severus le estaba pidiendo viajar juntos? Miró con fijeza el maduro rostro, observando con atención su semblante.
Desde siempre, Snape había demostrado ser una persona sumamente retraída, amante de la tranquilidad y el silencio. A pesar de convivir la mayor parte del año con colegas, y de estar rodeado de niños y jóvenes, el adusto Profesor muy rara vez pasaba tiempo de ocio conviviendo con alguien más; ni siquiera estaba seguro que a Severus realmente le gustara viajar, fácilmente podría estar ofreciendo el viaje sólo para alegrarle, dejando de lado sus propias necesidades y comodidades.
—¿De verdad? ¿Harías un viaje conmigo? —preguntó Harry, sin poder ocultar su sorpresa.
—Por supuesto que sí. Podríamos hacerlo durante las Fiestas Navideñas, o si lo prefieres, las vacaciones de verano también funcionarían para eso —sugirió, curvando las esquinas de su boca—. ¿Qué te parece?
Para Harry, la pregunta sobraba. La simple idea de poder explorar mundo, conocer lugares que jamás se habría imaginado poder disfrutar, era algo que le llenaba por completo. De lo único que tendría que preocuparse, sería de escoger el destino que le seguiría al anterior, del tiempo que invertirían en cada lugar que visitaran. ¿El Mediterráneo? ¿El Caribe? ¿El Oriente, quizá?
Escaso de palabras, Harry sólo pudo lograr asentir con la cabeza, abrumado por la perspectiva de alejarse con Severus por un tiempo. Tener juntos su propio momento para sanar heridas.
*~*~*
El chirrido de la puerta fue tan sutil, que ni el más atento de los vigilantes habría podido distinguirlo entre la quietud de la noche, y con el mismo cuidado el pasador fue nuevamente colocado en su lugar. La oscura figura caminó con lentitud y sigilo, cubierto por su capa de los pies a la cabeza. Un tenue rayo de luna iluminó su silueta al pasar frente a la ventana, reflejando su luz sobre el brillante metal de la daga atada a la cintura del extraño.
Las penumbras ayudaron a que pasara desapercibido, pues ni siquiera había velas encendidas en la habitación. Sin embargo, la persona que buscaba se encontraba descansando más allá, detrás de una lejana puerta de roble. Dirigiéndose hacia su destino, atravesó el umbral con la misma facilidad que el anterior, sin prestar la menor atención a los alrededores; su vista estaba totalmente fija en la figura que reposaba en la cama. Ahora, con el cambio de escenario, el intruso vio su sombra proyectarse en las paredes de piedra, consecuencia de las llamas que refulgían en la chimenea de la alcoba.
Sin perder el tiempo, pues éste le era muy preciado, llevó su mano derecha hacia su cadera, del lado en el que la daga se encontraba sujeta con firmeza. La tomó con sumo cuidado, observando fugazmente sus detalles escrupulosamente labrados.
Y después, no se detuvo en comenzar a bañarla en sangre.
*~*~*