La Mazmorra del Snarry
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La Mazmorra del Snarry


 
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La Mazmorra del Snarry... El escondite favorito de la pareja más excitante de Hogwarts

 

 El que rie al último... Capítulo I

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Undomiel24
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MensajeTema: El que rie al último... Capítulo I   El que rie al último... Capítulo I I_icon_minitimeSáb Oct 31, 2009 9:24 pm

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Título: El que ríe al último…

Autor: Undomiel24

Pareja: Severus/Harry

Género: Angst, Drama, Terror.

Clasificación: NC-17

Advertencia: Violencia, Tortura, Muerte de personaje, Tragedia.

Disclaimer: Los personajes de Harry Potter no son míos, pertenecen a su autora J. K. Rowling.


Capítulo I


Bajó las escaleras en espiral que conocía de memoria, las mismas que durante muchos años habían precedido amenas charlas acompañadas de una taza de té, reuniones improvisadas para simplemente hacerle compañía al antiguo propietario de esos cuartos, o silenciosos juegos de ajedrez que sólo eran interrumpidos por el ofrecimiento de un caramelo de limón…

Habían pasado casi seis meses desde que finalizara la batalla contra Lord Voldemort, pero los daños aún seguían presentes en aquellos que habían sido lo suficientemente afortunados (o desafortunados, según se viera) para sobrevivir a tantas desgracias. Nadie había salido completamente ileso de esos nefastos y oscuros días. Por supuesto, muchos enemigos y aliados habían caído, peleando por sus respectivos ideales y muriendo por los mismos; pero cosas así, resultados así, eran inevitables en tiempos de guerra.

Snape hizo una mueca mientras seguía avanzando por los interminables pasillos del castillo, alejándose de la que alguna vez fuera la oficina de Dumbledore y que ahora era ocupada por la nueva Directora de Hogwarts, Minerva McGonagall; uno más de los muchos cambios que había dejado tras de sí la última batalla. Después de la búsqueda de los horcruxes, la maldición del anillo no se había detenido en corromper la mano del anciano director, sino que había avanzado por todo su interior, menguando de forma alarmante e irreversible sus poderes. Albus ni siquiera había podido participar en la guerra, confinado como había quedado a permanecer en una cama por lo que restaba de su existencia. Había sido un golpe devastador para la Orden del Fénix no poder contar con la presencia de su líder en un momento tan crucial como aquel, pero lo único que les había quedado era la resignación. Snape también se resignó.

Y ahora, después que los días oscuros terminaran, los remanentes debían ser reestablecidos, incluyendo al mismo Hogwarts. El castillo había quedado dañado después de la guerra. Dos de sus torres se habían desmoronado, incluyendo la de Astronomía, y el Gran Comedor había servido solamente para ir acumulando los cadáveres que las peleas iban dejando a su paso, y entre esos montículos de cuerpos habían podido verse Mortífagos, miembros de la Orden, elfos domésticos y, lamentablemente, alumnos del colegio. Aún ahora, mientras el profesor de Pociones daba vuelta en el último pasillo antes de entrar a las mazmorras, pudo distinguir en su camino algunas huellas latentes de la guerra, marcadas sobre los muros de los corredores y en las baldosas de piedra sobre las que caminaba.

Observó la puerta que conducía a sus habitaciones y no pudo evitar suspirar de alivio; al fin terreno conocido y seguro. No dejaba de agradecer que su laboratorio privado y sus habitaciones estuvieran en la parte más profunda del castillo, casi llegando a los mismos cimientos, pues habían sido de los pocos lugares que habían quedado sin daños después de la batalla.

Enfocó su magia para quitar las barreras que protegían la entrada y en seguida susurró la contraseña. Al entrar a su despacho, lo primero que le recibió fue el calor de su chimenea encendida. A pesar de que el otoño apenas comenzaba a dejarse sentir en el ambiente, en las mazmorras el frío ya era muy notorio, y seguiría aumentando hasta la llegada de la primavera al siguiente año. Pero él no podría vivir en otra parte del castillo que no fuera ahí. El frío siempre había sido el menor de sus problemas, y había terminado por acostumbrarse a él después de vivir tantos años en las mazmorras.

Se despojó de su túnica y, con paso ligero, se dirigió a su reserva de licores y se sirvió una moderada cantidad de coñac. Tomó asiento sobre su sillón favorito y se dispuso a disfrutar de la tranquilidad que siempre estaba ansioso por conseguir después de una reunión con la autoridad máxima del colegio. Segundos después de que diera el primer sorbo a su bebida y que cerrara los ojos, escuchó el sonido de pasos, y no pudo evitar que las esquinas de sus labios se curvaran en una sonrisa ligera.

—Llegas temprano —escuchó que decía una joven voz.

Se permitió dejar salir un suspiro antes de abrir sus ojos y enfocar la imagen de Harry Potter, de pie frente a él y obstruyéndole la deliciosa calidez de la chimenea.

—La Directora no tiende a alargar las reuniones más de lo necesario —dijo por toda explicación, y de alguna manera, ambos terminaron esa frase en sus mentes: “como solía hacerlo Albus”.

—Entiendo. Me alegra que ya estés aquí —murmuró, sonriendo tiernamente y sentándose sobre el regazo del mayor.

—Harry —dijo con tono de advertencia.

—¿Qué? No estoy haciendo nada —se justificó, pasando un dedo sobre el cuello de Snape—. Aún.

—¿No tienes que hacer nada mañana temprano?

—No. Me he tomado mi año sabático después de terminar mis estudios aquí, ¿no recuerdas? —el dedo ascendió hasta el rostro, delineando suavemente los delgados labios.

—Cierto, ¿cómo olvidarlo? Si ésa es precisamente la razón por la que desde entonces invadiste mis habitaciones —dijo, dando un mordisco al dedo.

—¡Yo no invadí tus habitaciones! —exclamó con falsa indignación—. Tú me diste permiso para mudarme.

—Si por ‘permiso’ te refieres a entrar en mi despacho para encontrarlo desordenado por tus infernales objetos de Quidditch, con mi armario atiborrado con tu ropa y mi baño inundado, y aun así no haber arrojado tu trasero por mi puerta… entonces, supongo que sí te di permiso.

—¿Ves? Siempre es bueno dialogar civilizadamente contigo —sonrió triunfalmente. Se acomodó sobre el regazo del Profesor y se inclinó para darle un beso—. ¿Para qué te quería McGonagall?

—Profesora McGonagall, o si es demasiado largo para ti, Directora —corrigió, disfrutando el bufido que el joven soltara ante su observación.

—De acuerdo… ¿Para qué te quería la profesora McGonagall, Directora de Hogwarts, Colegio de Magia y Hechicería? —murmuró, bajando su boca hasta la mandíbula de Snape.

—Sólo me citó para discutir los arreglos del Baile de Halloween —dijo, soltando un leve jadeo al sentir la lengua de su pareja jugando con el lóbulo de su oreja.

—¿El Baile de Halloween? —susurró Harry con intención sobre su oreja, dejando que su aliento la acariciara.

—Sí, Potter, el Baile de Halloween. ¿Lo conoces? Es un festejo tradicional de Hogwarts que se celebra cada 31 de octubre —explicó sarcásticamente.

—Ah, claro, ese Baile de Halloween —contestó igualmente con sarcasmo, siguiendo su exploración oral.

—No sea insolente, Potter —soltó un nuevo jadeo, sintiendo el avance de esa boca, pero también siendo consciente de unas traviesas manos comenzando a desabotonar su túnica.

—Pero, Profesor, si aún no llego a la insolencia, apenas estoy tanteando terreno —soltó con algunas risitas, abriendo la chaqueta de interminables botones y prosiguiendo con la camisa blanca.

Severus no hizo nada por detener los avances de su pareja, simplemente se concretó en observar los sensuales movimientos que Harry hacía en su tarea por desvestirle hasta donde su posición se lo permitía. En pocos segundos, su pecho estuvo despojado de toda prenda y la traviesa boca no tardó en dejar besos sobre su superficie, lamiendo con deleite la piel de su cuello, dejando pequeños y suaves mordiscos a su paso. La combinación del rastro húmedo de saliva y el aire frío de las mazmorras hicieron que los estremecimientos se apoderaran de su cuerpo. Cerró los ojos con deleite cuando la lengua llegó hasta uno de sus pezones, saboreándolo como si de un dulce se tratara, y quizá para Harry así era, pues así lo veía él cuando se deleitaba en el cuerpo de su joven pareja.

Dejó caer su cabeza sobre el respaldo del sillón y gimió sonoramente al tiempo que unos dedos desabrochaban su pantalón y tomaban posesión de su hinchado miembro. Sintió temblar la mano que sostenía su copa de coñac, ¿pero cómo podía importarle dejar caer la bebida cuando estaba siendo presa del placer?

—Harry… —susurró con voz rasposa, saboreando el nombre en sus labios. A pesar del tiempo que llevaban juntos, no dejaba de maravillarse ante su nombre saliendo de su boca.

Sin despegar sus dedos de aquel miembro, el joven alzó el rostro hasta observar a Severus, sonriendo al verle con los ojos cerrados y la cabeza ladeada. Mientras una mano masajeaba a su amante, Harry ocupó la otra para desabrochar sus propios pantalones, liberando su goteante pene y jadeando por la sensación. Abrió sus piernas tanto como le fue posible con la restricción que le imponía su pantalón, removiéndose sobre el regazo del mayor y juntando sus caderas hasta que sus erecciones se aplastaran la una con la otra; ambos soltaron un audible gemido por la sensación, y Harry comenzó a moverse al instante, restregándose a ritmo moderado mientras cerraba sus brazos alrededor del cuello de su pareja.

—Severus…

Snape abrió los ojos al escuchar su nombre, siendo atrapado inmediatamente por la expresión arrebatada de su amante; los verdes ojos destellaban con deseo salvaje, oscurecidos casi por completo debido al placer. El hombre llevó su mano libre hasta el cuello de Harry, inclinándole sobre él para poder poseer su boca en un arrebatador beso, siguiendo con sus propias caderas el ritmo que el joven había impuesto. Cuando estuvo seguro que Harry no se alejaría, guió su mano hasta el firme trasero, dándole un apretón para instarle a moverse más rápido, y el chico comprendió al instante su orden, imprimiendo un ritmo casi frenético.

—Ah… cielos… —exclamó Harry cuando se liberó del beso, sólo para que su cuello fuera asaltado por la experta boca del hombre—. S-Severus…

El aludido enterró su rostro en el cuello de su pareja, sintiendo su orgasmo aproximándose con alarmante velocidad.

Los escalofríos se adueñaron de ambos, haciéndoles mover el cuerpo con pasional frenesí, restregándose sin pudor y gimiendo con la libertad que les daban esas habitaciones. Harry fue el primero en paralizarse, presa del avasallador clímax, arqueando su espalda y echando la cabeza hacia atrás para gritar su descarga. Casi al mismo tiempo, Severus detuvo abruptamente sus movimientos y mordió con fuerza el hombro del muchacho mientras liberaba su semilla entre ellos, soltando un último gemido al tiempo que sus dedos dejaban caer sin remedio la copa de coñac, vertiendo el líquido sobre la alfombra.

El hombre se recostó cansadamente sobre el sillón, llevando consigo el cuerpo de Harry hasta rodearle con sus brazos. Quedaron en silencio en el despacho, recuperando sus respiraciones y disfrutando del calor de la chimenea. Mucho tiempo después, calmados y completamente saciados, Severus alcanzó su varita, lanzando sobre ambos un hechizo de limpieza. Cuando terminaron de acomodar sus ropas, optaron por quedar en la misma posición, con Harry sobre su regazo y su rostro cobijado en su cuello.

Snape llevó su mano hasta los cabellos revueltos del muchacho, bajando sus dedos por la sien y delineando ciegamente las juveniles facciones, sintiendo la respingada nariz que se arrugó ante su toque, percibiendo la suavidad de los labios que imaginaba rojos e hinchados. El muchacho parecía haberse quedado dormido; estaba completamente inmóvil y silencioso.

—Si tú supieras… —susurró Snape, acariciando la nuca de su amante—… lo mucho que significas para mí, Harry.

Pero el joven no había sido invadido por el sueño de Morfeo, simplemente se había quedado quieto para disfrutar del letargo en que le dejara su orgasmo. Al escuchar las palabras del mayor, se enderezó sin salir del abrazo, apenas lo suficiente para mirarle de frente. El movimiento sobresaltó a Snape, quien no se esperaba que el otro estuviera despierto aún.

Los ojos, ahora bañados en un verde resplandeciente, se enfocaron en los del Profesor, comunicándoles el sentir de su propietario antes de que saliera con palabras en un suave murmullo.

—Pero lo sé, Severus —contestó, acariciando a su vez el maduro rostro y maravillándose ante la suavidad que embargó las facciones de su adusta pareja—. Yo también te amo, ¿lo sabes, verdad?

El hombre no dijo nada, pero la expresión de su rostro fue más que suficiente para Harry; los delgados labios se movieron hasta formar una ligera sonrisa, sin malicia, sin sarcasmo, sólo una sonrisa, y sus negros ojos brillaron con una luz que nadie más conocía… sólo él.

>>Vamos a la cama —murmuró con voz baja, abrazándose a Snape, quien un momento después, le levantó en brazos para dirigirse a sus habitaciones y deleitarse con un merecido descanso.


*~*~*


Última edición por Undomiel24 el Sáb Oct 31, 2009 9:28 pm, editado 1 vez
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MensajeTema: Re: El que rie al último... Capítulo I   El que rie al último... Capítulo I I_icon_minitimeSáb Oct 31, 2009 9:27 pm

*

Cuando abrió los ojos, lo primero que notó fue que no se encontraba en su habitación, durmiendo al lado de su esposa.

Giró el rostro y dio un vistazo a su alrededor. La habitación era espaciosa, de unos veinte metros cuadrados, y podría albergar una sala mucho más grande que el promedio, un comedor de mesa larga para varias personas e, incluso, cabrían todavía un par de libreros que se empotraran a las paredes, proveyendo un espacio para leer similar a una pequeña biblioteca; todo a la vez. Pero él no había colocado ese tipo de muebles; no había sofás ni comedores, ni siquiera un triste libro. Y eso se debía a que había destinado esta habitación a una función muy diferente a la de dar comodidad.

Los grises ojos observaron las paredes, las cuales no estaban tapizadas con papel de elegantes y complejas formas, ni pintadas esmeradamente como las del resto de la mansión; éstas mostraban los relieves característicos de la piedra oscura con la que estaban construidas, robando la poca luz que pudieran suministrar la docena de antorchas sujetas a las cuatro paredes, de las cuales, sólo una estaba encendida, aquella que tenía más cerca. No había ventanas que dieran luz, ¿pero quién las querría sabiendo el propósito de la habitación?

A pesar de estar en penumbras, Lucius pudo reconocer, con la familiaridad que dan los años, la sala en la que se encontraba. Por dentro, se debatió entre sentir alivio y sentir temor; aun cuando no estaba en su alcoba, supo que todavía se hallaba dentro de su mansión, pero el lugar en sí era suficiente para que la inquietud y el nerviosismo le cubrieran por completo. Podía imaginar los grilletes y cadenas que había en la pared a su izquierda, inmóviles y sin usar por algún tiempo ya, esperando ansiosos por una última víctima antes de que el paso de los años terminara por corroer el metal hasta la oxidación. La delgada silueta de los látigos era apenas perceptible en la oscuridad, pero Lucius recordaba muy bien cuántos de ellos había usado durante su juventud al servicio de Voldemort… y también sabía con macabra exactitud cuáles eran los más adecuados para infligir el mayor dolor a la víctima.

Un destello de la luz de la antorcha captó su atención al reflejarse sobre una superficie metálica y en relieves. El aparato tenía una altura mayor al del promedio de un hombre, pero la forma externa estaba construida para simular el rostro de una mujer y el cuerpo de un ataúd: La Doncella de Hierro*. Para poder abrirse, el ataúd y rostro se dividían por la mitad a modo de puertas dobles, permitiendo que la víctima fuera encerrada; quizá por fuera La Doncella podría parecer inofensiva, pero lo interesante se encontraba en el ahuecado interior, el cual estaba repleto de largos y punzantes clavos oxidados, colocados estratégicamente para evitar enterrarse en los órganos vitales de la víctima, provocándole gran dolor durante un interminable tiempo hasta que, finalmente, moría.

Había muchas máquinas más de tortura en la sala, y Lucius tragó con dificultad cuando reconoció la mesa sobre la que estaba firmemente sujeto de manos y pies: El Potro*. Por supuesto, también había sido muy bien utilizado durante la primera guerra, y había sido muy agradable ver su funcionamiento; pero ahora, atado a él, la gracia perdía su sentido. Intentó remover sus brazos, pero las cuerdas de piel no cedieron ni un milímetro, y cuando quiso mover sus pies, el resultado fue el mismo; para su mortificación, sólo consiguió herirse las muñecas y tobillos.

—Ah, me preguntaba cuándo despertarías, Lucius.

El eco de la voz resonó en las paredes, sobresaltando al aristócrata ante el conocimiento de tener a alguien más en la habitación.

—¡¿Quién eres y qué demonios hago aquí?! —gritó, parpadeando y estrechando los ojos, intentando enfocar la mirada, pero la luz de la antorcha no era suficiente para visualizar la enorme sala.

—Oh, estoy seguro que ya tienes una muy buena idea de lo que harás aquí. Incluso alguien como tú es lo suficientemente capaz de deducirlo —contestó burlonamente el desconocido—. ¿O me dirás que ya olvidaste para qué sirve tan… interesante habitación?

Lucius guardó silencio. Si algo sabía hacer muy bien, era mantener el control y no dejarse llevar por las burlas de los demás. Siempre había demostrado ser más inteligente, aguardando el momento indicado para atacar a su oponente y ganar… pero ahora, debía reconocer, las condiciones eran muy diferentes. Estaba desarmado y atado a la mesa, indefenso para cualquier cosa que su captor quisiera hacer. Inevitablemente, el miedo hizo presa de él.

—¿Qué es lo que pensabas obtener al venir a mi casa? —preguntó Lucius, tratando de reconocer la dirección de la que provenía la voz cuando ésta le contestó.

—¿Pensaba? No, Lucius, no hables en pasado, que esto apenas está por comenzar. Porque pienso obtener el pago de una pequeña parte de todas las cosas que hiciste.

Por un momento, Lucius quedó paralizado, procesando las palabras. Después, no pudo evitar que una sonora carcajada escapara de su boca, la cual resonó audiblemente en el cerrado lugar. Mientras reía, el desconocido no pronunció palabra alguna, dejándole desahogar su histeria en aquella acción; al terminar, Lucius dejó escapar un suspiro y giró la cabeza tanto como la mesa se lo permitió.

—Esto es ridículo. ¿Acaso se trata de una retorcida venganza por los sangre sucias que maté en la guerra? Por Merlín, el Wizengamot juzgó a todos los Mortífagos que quedamos vivos, y a mí me dejaron en libertad porque, al final, Narcisa y yo abandonamos la guerra para asegurarnos de que Draco siguiera con vida, sin importarnos nada más.

Por unos segundos, no hubo réplica para su explicación. Y no podía haberla, en realidad. Las autoridades del Ministerio habían deliberado que su participación al final de la guerra, se había inclinado a la neutralidad a favor de salvaguardar la vida de su desafortunado hijo. Ni él ni Draco tenían ya nada que temer.

—¿De verdad crees que estoy aquí… para vengar a las personas que mataste, Lucius? —preguntó pausadamente el captor, dejando entrever un toque de incredulidad en su voz. Y un segundo después, fue su turno de reír a carcajadas.

La estremecedora risa mandó escalofríos por toda la espalda del rubio, haciéndole cerrar fuertemente las manos y tensar el cuerpo en anticipación. Había escuchado reír a Voldemort muchas veces, y cada una de esas ocasiones había sentido inquietud y nerviosismo, pues nunca había sabido si escucharle reír era algo bueno o malo. Pero ahora, el sonido de esta carcajada le daba una sensación más aterradora, más inquietante.

Sintió miedo.

Volvió a tragar saliva con dificultad, frunciendo el ceño y deseando en su interior que la tortura terminara. Si le iban a matar, que el desconocido se dejara de charlas y lo hiciera de una vez. Odiaba la eterna espera en la que se estaba convirtiendo todo eso.

Cuando estuvo a punto de hablar, lo que salió de su boca fue un penoso y sorprendido quejido de dolor. Las cuerdas de sus manos y pies comenzaron a jalar de sus extremidades, estirándolas hasta que el dolor comenzó a hacer mella en su orgullo. Pocos segundos después, las cuerdas dejaron de seguir tirando, pero quedaron en la misma rígida posición, dejándole tenso como un arco.

>>No te confundas, Lucius. A mí no me interesa lo que hiciste con los muggles, o ‘sangre sucias’, como les llamas. Mi venganza es muy personal.

Se escuchó el sonido de un chasquido de dedos y una antorcha opuesta a la primera se encendió en la pared de enfrente… la pared que contenía los grilletes y cadenas. El sonido del metal chocando llamó la atención del Slytherin y giró el rostro. Lucius sintió su rostro palidecer.

Atado de pies y manos por los oxidados grilletes, estaba Draco, inmóvil y aparentemente inconsciente. Un gemido abandonó sus labios cuando vislumbró la penosa situación en la que se encontraba su hijo. A diferencia de él, Draco estaba completamente desnudo, y su cuerpo presentaba claras señales de flagelación, marcando su pálida piel con sendos caminos carmesí. Si Lucius hubiera contado con más luz en la habitación, habría visto las heridas de cuchillo que adornaban el pecho de su heredero, algunas de ellas tan profundas que ni siquiera el mejor hechizo o poción podrían cicatrizarlas por completo. Lo que sí pudo ver, fue el lamentable estado de los tobillos y muñecas de Draco, laceradas terriblemente por los rasposos y oxidados grilletes que le sostenían, los cuales habían desgarrado la piel externa y ahora dejaban a la vista la carne viva.

A pesar de su naturaleza orgullosa y soberbia, Lucius sintió sus ojos humedecer y su corazón detenerse. Su único hijo había sido torturado, aparentemente, por largo tiempo ya, y las heridas demostraban que había luchado cada segundo que había durado su martirio. Casi pudo haber sentido orgullo por él, pero el miedo y la desolación fueron más fuertes, y las lágrimas bajaron por el rostro del aristócrata.

—Draco…

—¿Sabes? Tu hijo fue bastante difícil de contener… para ser un Malfoy, quiero decir. Después de todo, la cobardía de esta familia es legendaria. Tú mismo lo expresaste, ¿no, Lucius? Saliste absuelto por salvar a este… bastardo —dijo ácidamente la voz, y el chasquido del latigazo se dejó escuchar, seguido rápidamente por un quejido.

Lucius observó cómo su hijo regresaba a la consciencia debido al dolor. Draco alzó levemente la cabeza, dejando ver que el agotamiento de su cuerpo no le permitía un mayor esfuerzo físico, pero lo que se alcanzaba a ver de su rostro fue incluso más impactante que la visión de su cuerpo. No podía ver sus ojos, pues éstos estaban obstruidos por la sangre seca que los rodeaba y marcaba su camino en descenso hasta el cuello; la boca también presentaba abundante sangre en sus esquinas, y la mandíbula parecía estar floja… quebrada.

>>Impresionante, ¿no es verdad? —comentó casualmente el desconocido—. Y eso que sólo utilicé un pequeño aparato que encontré en tu reserva. La Pera*, creo que la llaman —rió ligeramente. Pero al hablar de nuevo, su voz sonó de forma tétrica y maliciosa—. Creo que ahora Draco sí tendrá motivos para permanecer callado… permanentemente.

Los ojos de Lucius se abrieron con terror cuando, desde una de las oscuras esquinas de la sala, una figura caminó hasta quedar frente a su hijo. Debajo de la túnica del intruso, asomó una mano que se estiró hasta tocar los cabellos rubios del muchacho, acariciándolos ligeramente.

>>Draco, tu padre está aquí, ¿no quieres… saludarle? —al pronunciar la última palabra, tiró de los cabellos y levantó el rostro del chico de golpe.

El quejido de dolor de Lucius hizo eco al de Draco. La quijada del muchacho colgó ligeramente de su rostro, haciendo que la boca quedara abierta y exponiendo un revoltijo de sangre, dientes y carne. Draco se removió débilmente entre los grilletes que le sostenían, dejando salir de sus ojos lágrimas mezcladas con sangre, mientras hacía un fútil intento de alejarse de su torturador. Quiso gritar, decir algo, lo que fuera, pero de su garganta no salieron más que quejidos y sollozos. El intruso volvió a reír.

—¿Cómo? —preguntó el encapuchado con fingido interés, acercando su oído a la destrozada boca del joven—. No logro entender lo que quieres decir, Draco. ¿Acaso tus padres no te enseñaron a hablar? ¿O será que el Señor Tenebroso no alcanzó a adiestrarte mejor? —rió, alejándose del muchacho y acercándose a Lucius.

El hombre no podía ver el rostro de su captor, pero pudo reconocer la sensación de ser observado de pies a cabeza… y sintió terror.

>>Me pregunto… ¿qué es lo que deberé usar contigo, Lucius?

—Eres un maldito bastardo —siseó con amargura el hombre, sin importarle ya que sus ojos dejaran correr libremente las lágrimas.

—No, Lucius, aquí el único bastardo… eres tú —susurró con peligrosidad. Se paró justo debajo de la luz de una antorcha, obstruyéndole a Lucius la desgarradora imagen de su hijo. Sus manos se alzaron hasta sostener la capucha de su túnica, y como en cámara lenta, el rostro del ejecutor quedó al descubierto.

Una vez más, Lucius sintió como si la sangre se congelara en sus mismas venas. Los vellos de su nuca se erizaron y los escalofríos hicieron presa de él cuando la voz susurró con tono mortífero:

>>Quizá debido a la enorme cantidad de atrocidades que hiciste durante toda tu vida, te sea difícil recordar lo que me hiciste a mí. Me dejaste un daño permanente, y eso jamás te lo perdonaré, maldito bastardo. Pero me encargaré de refrescarte la memoria, Lucius, y te puedo prometer que después de esta noche, ni siquiera en el infierno se te olvidará mi rostro.



*~*~*



La Doncella de Hierro*: Era una especie de sarcófago provista de estacas metálicas muy afiladas en su interior, de este modo, a medida que se iba cerrando se clavaban en la carne del cuerpo de la víctima que se encontraba dentro, provocándole una muerte lenta y agónica. Las más sofisticadas disponían de estacas móviles, siendo regulables en altura y número, para acomodar la tortura a las medidas del "delito" del torturado. Además, podemos encontrar desde el modelo más básico, que es un sarcófago de hierro puro y duro, hasta las más refinadas obras de arte, ricamente decoradas con relieves.

El Potro*: Es un instrumento de tortura en el que la víctima, atada de pies y manos con unas cuerdas o cintas de cuero, a los dos extremos de este aparato, era estirada lentamente produciéndole la luxación de todas las articulaciones —muñecas, tobillos, codos, rodillas, hombros y caderas—. Este método, se tiene constancia que se aplicó durante todo el período que duró la Inquisición en los países de Francia y Alemania; pero ya se conocía desde mucho antes y por supuesto se utilizaba frecuentemente en las lúgubres mazmorras de castillos, prisiones y palacios de justicia

La Pera*: Era un instrumento con forma de pera que una vez introducido en boca, vagina o ano, comenzaba a abrirse gracias a un mecanismo giratorio. Además en sus puntas gozaba de unos pinchos o púas que desgarraban la traquea, útero o el recto, dependiendo por la zona en la que fuera introducido. La modalidad oral de este invento era aplicada a las personas que habían obrado mal de palabra, es decir, herejes, ortodoxos...; la anal a los homosexuales; y por supuesto, la vaginal a las brujas que habían mantenido relaciones sexuales con el diablo, prostitutas, adulteras o mujeres que habían mantenido relaciones incestuosas.


Como mencioné antes, este género no es mi terreno. Espero que les haya gustado. Actualizaré cada semana, al igual que mi traducción.

Gracias por sus comentarios.

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