Abrió la puerta sin dudar más y al entrar, sus ojos escrutaron el despacho pacientemente. Todos los frascos, el color de las paredes, el frescor que desprendía el despacho…todo eran recuerdos que acudían a su mente en busca de una paz que sólo él había conseguido darle. Cada castigo injusto que le obligaba a pasar horas a su lado, había sido con el tiempo una pequeña bendición.
Arrastrando los pies, se acercó hasta la silla donde supuestamente, debía sentarse, cerrar los ojos y confiar en que pasara lo que pasara, el final del principio estaba cerca. Nervios descontrolados, labios resecos y fríos ante el miedo y la excitación de al fin, poder entregarse a ese sentimiento que tantas veces había soñado con probar.
Escuchó la puerta cerrarse y dio un respingo. El instinto le decía que se girase para verle pero su corazón, le obligó a quedarse en su sitio, con los ojos cerrados y el cuerpo rígido. Debía esperar.
Pasos acercándose a él con la lentitud de quien tiene el tiempo en sus manos, y no le importa desperdiciarlo en tomarse las cosas con calma. Sentía aquella fragancia que sin poderlo evitar, le obligó a sonreír. Sin abrir los ojos, dejando que el resto de sus sentidos actuara, escuchó que los pasos se habían detenido tras él.
El sonido de algo deslizándose por detrás le hizo ponerse tenso y más, al sentir como una fría y suave seda le envolvía los ojos. Su misterioso amante le estaba cegando, obligándole a no defenderse de lo que pasara.
-Confía en mí, por favor- escuchó.
Relajándose al reconocer la voz, su corazón dejó a un lado el miedo para dejar que la excitación del momento recorriera su cuerpo. Aquella voz fuerte, autoritaria y protectora al mismo tiempo, era la de su amado profesor, aquel que tras años de odio había conseguido enamorarle con unas simples fresas. Respiró profundamente al sentir aquellas manos suaves acariciar su cuello con delicadeza, como si un gesto agresivo pudiera romper el momento que estaban viviendo.
Deglutiendo, respiró profundamente al notar como un dedo empezaba a subir por su cuello hasta llegar a la mandíbula donde, uniendo un segundo dedo, empezó a acariciarla suavemente hasta subir a la mejilla. El calor empezaba a recorrer su cuerpo, sentía un extraño cosquilleo en su estómago y en zonas que hasta ese momento, no había sentido con tanta fuerza ni necesidad.
Elevó su mano hasta la de su amante pero un simple-No-imperioso y seguro, le hizo descender y ponerse en la misma posición.
A merced de los designios de Severus, el joven suspiraba ante las caricias que aquellos traviesos dedos le dedicaban. Deslizándose hasta sus labios, empezaron a rodearlos mientras incapaz de negarse, los entreabría permitiendo que el más osado de ellos, se adentrara haciéndole de forma inconsciente, capturarle para poder saborear su piel.
Succionando el dedo, lamiendo aquel intruso que había decidido jugar con su lengua, un pequeño gemido escapó al sentir como abandonaba su boca para mojar sus labios con delicadeza. Suspiros de deseo abandonaban su garganta ante aquellas caricias que le regalaba. Caricias que le llevarían a la perdición que tanto anhelaba.
Gruñó enfadado al sentir que se apartaban de sus labios para no saber si volverían pero, tras unos segundos que le parecieron minutos, olfateó algo que le resultaba muy familiar. Una sonrisa surcó su rostro al reconocer aquel aroma que tantas noches le había acompañado en sus sueños.
-Fresas- murmuró entre risas suaves y nerviosas.- Sev, sólo a ti se te podía ocurrir una idea semejante- comentó intentando camuflar los nervios que florecían de forma incontrolable.
-Las fresas son una de mis frutas preferidas y tú- susurró en su oído- eres la fresa más apetecible que jamás haya deseado. Eres la fruta prohibida que mi alma pedía poseer.
Risas nerviosas salían de sus labios al sentir aquel cosquilleo tan delicioso. La mezcla de nervios y excitación, el deseo y el miedo a entregarse de aquella forma recorrían su alma de forma incontrolable. –Sev, yo…
Un simple susurro antes de mordisquear su lóbulo le hizo enmudecer. Severus estaba jugando de forma traicionera, obligándole a disfrutar de aquellas sensaciones sin poder defenderse de ninguna manera. Estremeciéndose al notar como sus labios bajaban por su cuello, enrojeció sin poderlo evitar al sentir sus manos deshacerle la camisa.
Era perverso, retorcido, injusto y demencialmente tentador. Se dejaba llevar por primera vez sin miedo, deleitándose de aquellas caricias que jamás soñó poder disfrutar. A cada roce de sus dedos su cuerpo se agitaba de forma incontrolable. ¿Cómo podía mantener la cordura si unas simples caricias, le estaban enloqueciendo?
-Es injusto- farfulló entre gemidos- Severus, me estás volviendo loco, esto no es justo.
-A estas alturas, deberías saber que me encanta cometer injusticias sobre todo, si es contigo-contestó seductoramente antes de besarle los hombros los cuales, habían empezado a quedar desnudos ante aquellas imperiosas manos.
-Abusas de que eres profesor y yo, solamente un pobre alumno- replicó excitado ante los besos. Aquello era peligroso, terminaría por ceder fácilmente, sin darle oportunidad alguna a defenderse de aquellos besos y caricias. Debía ser capaz de negarse, al menos de poder quitar aquella venda de sus ojos y mostrarle, que él también sabía jugar.
-Mi pobre alumno que está condenado a ser amado por su terrible profesor- comentó terminando de sacarle la camisa para poder observar aquel pecho joven y delgado. Suave, delicado y de aquel aroma que sólo Harry poseía. La fragancia de la hierba había quedado impregnada en su piel obligándole a recordar, lo hermoso que llegaba a ser. Lentamente apoyó sus labios en uno de sus pezones para dar, un suave beso.
Un gemido de placer salió espontáneamente traicionando al chico. No esperaba aquel beso, ni sentir aquel placer recorrerle su columna. No había sido más que un roce pero incapaz de poder soportarlo, temía rogarle que le hiciera el amor sin más preámbulos. Él no era así, era más racional, retraído e incapaz de mostrar deseos pues su timidez, y el pasado que le seguía a cuestas allá donde fuera, le habían convertido en un chico que no solía expresar demasiadas cosas.
Sonriendo con cierta maldad, el moreno lamió el pezón con suavidad, degustando el sabor que le hacía recordar porqué se había enamorado de aquel niño que poco a poco, dejaba a un lado la infancia para convertirse en un adolescente. Su esencia seguía siendo parecida, pero ahora la atracción era más fuerte, salvaje o imparable quizás. Mordisqueando suavemente aquel manjar, sus labios se torcían divertidos al escuchar los gemidos de su amante. Era inevitable no sonreír ante aquellos gemidos que luchaban por no salir con tanta fuerza.
Conocía a Harry lo suficiente como para saber, que estaba nervioso, excitado y en parte avergonzado. Un niño condenado a una vida que no quiso, sin nadie que le protegiera ni amara cuando más lo necesitaba. Un adolescente que había crecido con la presión de convertirse en víctima o verdugo. Demasiadas cosas para que alguien pudiera soportarlo solo y ahora, en aquel despacho vacío, dos almas que pretendían unirse para siempre dejaban suelta su pasión para no atarla nunca más.
Sev, por favor…-gimió entreabriendo los labios. No quería ceder tan deprisa, quería esperar, ser capaz de negarse por unos minutos pero aquel calor era imparable. El deseo recorría su cuerpo quemando cada centímetro de piel que encontraba a su paso. Sin poder soportarlo, sus manos fueron hasta el pelo de su amante para acariciarlo. Necesitaba tocarle, asegurarse que aquella locura era real y no fruto de su imaginación.-Dime que eres real, por favor.
Frenando lentamente la locura que le embargaba, acarició la mano de Harry y la besó con una dulzura que nadie conocía en él- Te conozco desde que eras un niño, te he visto crecer, convertirte en un joven fuerte, valiente y con una carencia que sólo yo conozco y comparto.
-El amor- farfulló sonriendo con suavidad- El amor que se nos negó antes de que pudiéramos disfrutarlo, ¿verdad?
-Sí-afirmó acariciándole las mejillas- Nuestras almas han sufrido el mayor de los castigos siendo inocentes. No hemos conocido amor y cuando lo hemos probado…
-Nos lo han arrebatado- contestó cogiéndole las manos para que no se apartara de él- Necesito que me ames tanto Severus, tanto.
Sonriendo se acercó al chico y pegando sus labios a los del moreno empezó a succionarlos con suavidad. Deliciosos, calientes, joviales y tentadores. Cuantas noches había soñado con poseer esos labios de cualquier forma habida y por haber. Besándole con deseo, su lengua se adentraba sin permiso para encontrarse con una compañera que lidiaba de la misma forma.; ansiosa, desesperada y fuera de control.
Los besos se tornaban salvajes sin poderlo evitar. El deseo era más fuerte que la razón y sus bocas no podían contentarse con aquello. Más, necesitaban mucho más y para eso, Severus tenía demasiadas ideas para que esa primera vez, fuera inolvidable para los dos.
Separándose de él, le levantó de la silla abrazándole contra su cuerpo- Harry, confía en mí. Haga lo haga, déjate llevar por el momento- susurró con voz profunda.
Un escalofrío recorrió su cuerpo al sentir aquel derroche de sensualidad entrar por su oído. Profunda, fuerte, era la voz de Severus simplemente.-Sí, haré lo que me digas- contestó incapaz de negarse a nada pues era más el deseo que la cordura.
Sin soltarle, agarrándole fuerte de la cintura, le llevó hasta la mesa del despacho donde lo tumbó con fuerza sin darle opción a levantarse. Sentía la pierna de Severus acariciarle la entrepierna de forma juguetona. Un gemido escapó de sus labios mientras su cuerpo se contorneaba de placer. Incapaz de percatarse de nada de su alrededor, sólo notó como le cogía las manos y besándole el cuello, las ataba. No sabía de dónde había sacado las cuerdas ni cómo podía atarlas al escritorio, pero en menos de diez segundos, sus manos habían sido prisioneras.
Sin vista ni tacto, cierto miedo se mezclaba con la lujuria de sentirse desprotegido ante él- Sev, ¿qué piensas hacer?- preguntó nervioso y excitado.
-Recordarte porque razón, soy el profesor más temido de Hogwarts- contestó acariciándole los labios- Esta noche es nuestra, nos pertenece y haré que nunca la olvides por años que pasen. A partir de esta noche, las fresas serán una fruta que te hará recordar lo peligroso que puede ser amar a Severus Snape.
-Me gusta el peligro- contestó el chico sonriendo mientras sentía su cuerpo arder. No sabía que tenía planeado para él, ni que pensaba hacerle pero de algo estaba seguro. El amor que sentía por su profesor era real y correspondido, por lo tanto no podía temer nada, ¿o quizás sí?