HÉROES
Capítulo 0
Notas de la historia:
"... Nacerá el amor,
De a quien le pertenece la luz
de entre la oscuridad,
de quien forma la oscuridad
de entre la luz.
Y cuando se crean, seran héroes,
el uno del otro, del mismo mundo.
Nacerá la paz, la justicia,
El silencio y el perdón..."
¡Disclaimer! Este es mi primer Snarry, así que tengame paciencia. Si ven algún error notificadmelo en los comentarios, por favor.
Este fanfic va a ubicarse a lo largo y ancho de el libro de la Orden del Fénix, y la profesora Umbridge va a mantenerse en la historia, al igual que diversos elementos -véase, Voldemort-
Va a contener escenas sexuales y va a hablarse de la salud mental, el mal de la ansiedad y lo mal vista que está.
El plan es que sea un Slowburn, aunque también habrá dramita, m-preg y un seguido de parejas colaterales al Snarry:
Wolfstar (Sirius x Remus)
Draco × Fred
Ronmione ( Ron x Hermione)
Nuna (Neville × Luna)
Una vez aclarado esto: ¡Que empiece el Snarry!
HÉROES
Capítulo 1
El suave y constante traqueteo despertó al chico de cabello rizado y enmarañado, que se encontraba dormido profundamente , apoyando la mitad de su rostro contra el gélido cristal.
Bostezó y se estiró de piernas y brazos, parpadeando varias veces y sobando con su cálida mano esa enturmecida mejilla que había estado cerca de unas dos horas contra el vidrio. Este separaba al Expreso a Hogwarts de una lluvia espesa, que no hacía más que amodorrar más a los pasajeros de ese cubículo.
Harry Potter miró a su alrededor, colocandose sus redondas gafas. A su lado se encontraba Ginny Weasly, la hermana menor de Ron, su mejor amigo, ydel abarrotado árbol genealógico Weasly. Frente a ellos estaban Luna Lovegood, a quien había conocido unas horas antes y Neville Longbottom, un amigo cercano de su misma casa, Gryffindor.
Todos se habían dormido, y ahora él era el único que había conseguido desprenderse de los brazos de morfeo.
Ese curso no había podido ir con sus amigos Ronald y Hermione, puesto que ambos estaban en un vagón independiente, para prefectos. Harry ya se había reconciliado con la idea de no acompañarlos, y se sentía cómodo tras haber conocido a esa extraña chica de Ravenclaw.
Volvió a parpadear, y se inclino hacia delante, estirando el cuello para ver si alguien estaba por los pasillos. Nadie. Solo vio su propio reflejo en el cristal de la puerta, y no pudo sostenerle mucho la mirada.
Su cabello azabache estaba alborotado, con sus rulos hacia todas las direcciones, tapando también su extraña cicatriz en forma de rayo. Sus ojos, verdes como esmeraldas, estaban algo apagados sobre unas oscuras ojeras que le acompañaban desde el Junio anterior. Al menos Molly Weasly le había eliminado esa expresión huesuda por falta de comida.
Volvió a fijarse en sus amigos, y con sumo cuidado les colocó las mantas suministradas magicamente al empezar a llover. Arropó primero a Ginny, tapandole bien las piernas para que no le entrara frío. Posteriormente hizo lo mismo con sus compañeros de enfrente, aunque esta vez debió taparlos bien por los hombros y piernas. Fue algo complicado no despertarlos, Luna había recostado la cabeza en el hombro de Neville y este había rodeado su cintura con un brazo, para así compartir una gigantesca manta de color crema, peluda y suave. En su otra mano se encontraba Trevor, su sapo, y junto a él estaba su adorada Mimbulus mimbletonia. Esa extraña planta que sería la primera y única contraseña del curso era una casta de cactus gris con forúnculos en lugar de espinas.
Harry volvió a recostarse en su sitio, colocó su propia manta roja en su regazo y miró con más detalle hacia la ventana. Los últimos rayos de sol acababan de refugiarse tras unas escarpadas cordilleras. Faltaba cerca de una hora para llegar, calculó acertadamente.
Se puso a pensar vagamente en su verano, finalmente tranquilo al estar a apenas distancia de su verdadero hogar, el castillo y fortaleza de Hogwarts.
Había empezado con la familia Dursley, sin ninguna variación de su trato para con él desde que tenía memoria. Eso incluía una serie de recuerdos que decidió eliminar.
Luego, la amada y adorada normalidad de Petunia se vio truncada por los dos dementores que tuvo que auyentar de él y de su enorme primo. Fueron un mal augurio para avisar de todo lo que vino días después.
Se le citó en el Ministerio de Magia puesto que había hecho magia ilegalmente fuera de la escuela y siendo menor de edad. Aunque antes de esa visita estuvo en la Orden del Fénix, mejor dicho, su cuartel general instalado en la casa Black.
Allí las cosas no estuvieron tan mal, le pusieron al día de la situación del mundo mágico, de la naturaleza de la Orden y de su cometido actual. Lo que más le agradó fue estar con sus amigos y con Sirius y Remus.
Los dos semi-canidos estuvieron encantados de poder malcriar un poco al hijo de su difunto mejor amigo. Le contaron mil anécdotas de Los Merodeadores, de borracheras, de jugarretas, de sus padres, y hasta le enseñaron un album entero de fotos de esa peculiar familia. También le informaron de que habían iniciado una relación formal, pero Harry ya era más que consciente de su amor desde ese abrazo en la casa de los gritos, dos cursos atrás.
Le había alegrado más que nada en el mundo, el amor nunca era una mala noticia, y menos en esos tiempos difíciles. Harry les abrazó bien fuerte y les hizo prometer que si algún día llegaban a casarse, él sería el primero en saberlo.
Conoció a Tonks, una chica encantadora, y a varios miembros más de la orden, creando con los días y tareas una cantidad de recuerdos maravillosos, dignos de un Patronum. Todos eran geniales, menos Kreacher, el elfo doméstico de los Black, de nariz porcina, entrado en edad junto a una clara demancia senil, y el profesor Snape, con quien se encontró varias veces. Una vez coincidieron a solas durante dos minutos en la cocina, mientras Molly avisaba a los demás de una reunión extracurricular. Se hubieran asesinado de no ser porque las miradas, por el momento, aún no eran capaces de disparar la maldición imperdonable.
Todo alivió momentaneamente la angustia previa a la cita que tuvo lugar unos dos días antes de embarcarse al tren en el que ahora se encontraba. Había salido intacto, sí, pero no le quitaba el mal sabor de boca de no haber podido hablar con su salvador, Dumbledore. Gracias a él, el tribunal no había tenido la necesidad de cumplir su promesa de romper su varita y negarle el volver a la escuela de Magia y Hechicería.
- Añoro a los thestrals. -murmuró una voz soñadora, suave, que acababa de sacarle de su palacio de memorias estivales.
- ¿Que son, Luna? -preguntó amablemente, mirandola a los ojos con cierta curiosidad.
La chica rubia, que más bien rayaba lo albino, le clavaba sus ojos azules sin ningún temor. Agradecía internamente que no leyera El Profeta, porque eso había evitado a otra más recordandole su negada locura y una inventada mentira. La menuda chica no se había separado de Longbotton, quien seguía dormido, sino que se había acurrucado más a su lado, permitiendo que se perpetuara ese semi-abrazo.
- Thestrals -repitió- los caballos que tiran de los carros de Hogwarts.
- Los carros andan solos, Luna -comentó con cierta inseguridad, del mundo mágico ya no se sorprendería si no fuera así.
Luna negó y cerró los ojos, escondiendo sutilmente su cabeza en el cuello del chico a su lado. A pesar de no ver la luz en su mirada, Harry era más que consciente de que allí había más cariño que el de dos conocidos en un tren. Ahora, cuando la oscuridad se cernía sobre el mundo, cualquier chispa de amor brillaba con fuerza, y eso hizo sonreir al ojiverde.
- No es así, siempre han estado ahí. -explicó con toda la naturalidad del mundo.
- Y ¿porque no los ve nadie?
- Neville, tu y yo los podemos ver. - aseguró, como si Harry no acabara de confirmar que él no era capaz de divisarlos.
- ¿No me has escuchado bien? Nunca los he visto.
- Solo los ven aquellos que han visto morir a alguien.
Harry abrió la boca, volviendola a cerrar, sin saber que decir. Repitió la escena dos veces. Él los vería hoy, por primera vez. Cedric Diggory vino a su mente, dándole un golpe que no esperaba, provocando un conocido ardor en las esmeraldas del pelinegro. Cuando al fin consiguió disipar ligeramente la bruma del recuerdo recuperó la voz.
- ¿Tu has v-
- ¡Harry! -Una mata de pelo alborotada y encrespada entró alterada, despertando subitamente a Neville y a Ginny.
- ¡Hermione! ¡Casi me pellizcas con la puerta! -exclamó un cansado Ron, entrando tras su amiga.
- ¡Ahora no es momento para eso! -se giró hacia Harry, pasandole un transportín, del que salió un bufido y otra jaula de una menuda lechuza color café. - Hemos llegado y debemos ayudar a los de primero a llegar a las barcas ¿puedes llevarlos?
- Si, claro, no te preocupes Mione. -sonrió Harry, quien llevaría a las mascotas hasta el Gran Comedor .
- ¡Ay! -exclamó aliviada y abrazó bruscamente a su amigo- ¡Gracias Harry! Y ¡ahora a prepararos, vamos a para-
En ese momento se frenó el tren, y su estresada amiga tomó de la muñeca a su amigo pelirrojo, quien ahogó un grito por la inesperada fuerza. Antes de ser arrastrado miró por última vez mirar el compartimento en dónde estaba su mejor amigo.
- ¡Perdonadla, está histérica!
Después de eso solo se intuyó por la entonación de sus voces lo que sería una pelea que duraría aproximadamente casi todo el curso lectivo.
- Dame, deja que te ayude. -se ofreció la joven pelirroja, doblando su manta y dejandola a su lado.
- Gracias. -Harry le tendió el transportín de Crookshanks a su joven amiga de ojos chocolate.
Todos se levantaron e hicieron malabares con cierta falta de espacio para conseguir sacar el transportin, las dos jaulas, las revistas de Luna, y por último la Mimbulus, puesto que Trevor estaba ya bien guardado en un bolsillo encantado de Neville. Tras conseguir cargar cada uno con parte de el equipaje de mano, se unieron a la comitiva de alumnos desde los 12 a los 17 años, que caminaban seguros hacia los carros. Por suerte había dejado de llover.
Al bajar del tren, vieron a una mata castaña y encrespada guiar maternalmente a los de primero, de 11 años, junto con un esbelto pelirrojo que bromeaba con algunos nacidos de muggles algo asustados. No podrían haber elegido a una mejor pareja para esa tarea, ambos actuaban como un bonito matrimonio paternalista a la hora de tratar con niños. Fuera de ese escenario se peleaban muchísimo, en exceso para el gusto de Harry.
Al voltear la cabeza en busca de un carro vacío allí los vió. Enormes, oscuros, solemnes. A lo largo de varios segundos quedó petrificado, ni siquiera se dio cuenta de que Ginny le estaba llevando de la muñeca hasta uno de los transportes vacíos. Eran unos grandes caballos esqueléticos, dando la sensación de que solo una capa de piel aterciopelasa cubría esa estructura. Hacían sonar sus cascos contra el suelo, y algunos estaban estirando sus alas membranosas antes de empezar a tirar de las cabinas oscuras que iban a llevarlos hasta el gran comedor.
- Son… Extraños. -le confesó Harry a Luna, tras sentarse frente a ella y Ginny. La chica rubia solo le sonrió.
- ¿A que son preciosos? -preguntó soñadoramente, pensando que al bajar acariciaría a Claudia, la recientemente bautizada thetral por parte de la ojiazul. - Sobretodo Clau, ella es mi favorita.
- Pues a mi me dan algo de miedo. - Confesó Neville, mirando febrilmente por la ventana, la oscuridad nunca había sido su amiga.
- ¿De que estáis hablando? - Preguntó Ginny, extrañada, mirando uno a uno a sus compañeros de viaje y amigos, sin saber del tema de conversación que compartían.
- Thestrals. -contestó simplemente Luna.
- ¿No era que no existían? - Preguntó la pelirroja la misma duda que tuvo su compañero ojiverde en el tren.
- Al parecer sí, pero solo lo ve un grupo de gente. - Esta vez respondió a su pregunta el mismo Harry.
- Solo aquellos que hayan visto morir a alguien.
Luna completó la explicación del conocido Niño-Que-Vivió, cargando el ambiende de manera lúgubre sin darse cuenta. Por un momento, en la mente de tres de los cuatro pasajeros, hubo un pasaje en el que tras ese camino de tierra no estaba su escuela, su refugio, si no un cementerio. Quizás no cargaban muertos, pero allí, estaba el luto de 3 fantasmas.
- Creo que he visto un nargel. -Luna se acercó más a la ventana, cambiando de tema.
Esa intervención fue una liberación para todos, quienes pudieron charlar amenamente de su expectativa para el curso. Se aparcaron los carromatos frente a las inmensas puertas del castillo, que esperaban abiertas a sus alegres visitantes. Pero antes de que el pequeño grupo en el que se encontraba Harry pudiera entrar, debían cargar con todas las jaulas y transportines. Y así lo hicieron.
Se separaron antes siquiera de cruzar el solemne umbral que los recibía con una cálida luz que empapaba la zona frontal del castillo, olor a comida y el chisporroteo de algunas chimeneas. Luna se quedó acariciando una thetral significantemente más pequeña del que estaba justo a su lado. Neville fue directo a la mesa del Gran Comedor junto con Harry, pero antes, Ginny se había parado en la mesa Hufflepuff a saludar a unas conocidas.
A la hora de sentarse en la alargada mesa se reunieron con Ron y Hermione, quienes les sonreían, expectantes por contarles que volvieron a ir en barca, sintiendo en su piel esos viejos recuerdos de hacía un lustro exacto. Pero su relato se vió inmiscuido por el canto de el Sombrero Seleccionador, quien rezó para que las casas se unieran.
- Lo veo difícil. - susurró Harry, para mirar por el rabillo del ojo a un chico de cabello platinado.
Ron asintió y miró con una pequeña sonrisa como los niños iban descubriendo sus casas, e iban risueños a sus futuros hogares por los próximos 7 años. Ninguno parecía triste, como mucho asombrado. Un chico pequeñito casi lloró de alegría al saberse Gryffindor y fue corriendo hacia ellos, sentandose cerca del trío de oro. Tras esa emblemática escena, repetida curso tras curso, empezó el discurso de Dumbledore.
Todo hubiera sido normal, a no ser por una ridicula tosecilla que se conviertió en una mujer pequeña, -casi no debía tocar el suelo con los pies desde una silla- vestida de rosa y con cara de sapo, que empezó un discurso tremendamente aburrido que solapó al de Albus Dumbledore.
- ¿Porqué nos habla como si tuvieramos 5 años? -replicó Ron, con un susurro.
- ¡Shht! -le chistó su mejor amiga, quien intentaba escuchar el adormecedor discurso.
Ron hizo rodar sus ojos, dejandolos en blanco por un segundo. El discursó continuó y continuó, pero los jóvenes Potter y Weasly no retuvieron ni una mísera palabra. Al la señora de rosa haber terminado de hablar y ser secundada por un aplauso por pura educación, Greanger se giró con una expresión ciertamente alterada, aunque no menor a la que llevaba cuando arrastró a Ron por todo el tren.
- ¡Esto es terrible!
- ¿Que es terrible? -preguntó Ron, antes de abalanzarse a un muslo de pollo que acababa de aparecer en fuentes de comida sobre la mesa.
- ¡Oh, por Dios! ¿Es que no escucháis?
- Si que escuchamos, Mione, pero acepta que ese discurso era casi como un dardo tranquilizante. -dijo con más calma Harry, tomando puré de patatas, pollo y verduras para comer.
- ¡Pues que sepáis que os habéis perdido algo importante! Habrá cambios, y ¡creo que muy malos! Ha repetido demasiadas veces la palabra "Seguridad".
- Shi… mmhhnn… calla y come. -le dijo Ron, entre dentrellada y dentellada a esa deliciosa carne cocinada con cariño y esmero por los elfos domésticos.
Enfurruñada por la contestación del pelirrojo, Hermione les aplicó la ley del hielo, comiendo en silencio y partiendo a su torre sin siquiera despedirse o darles las buenas noches. Ojalá la hubieran escuchado, puesto que no le faltó ni una pizca de razón.
En la mañana siguiente, declararon que ese curso el Lunes iba a cargar el mote de "El día maldito" puesto a las asignaturas y horas que tenían. Historia de la Magia, Avidinación, doble hora de pociones y Defensa Contra las Artes Oscuras. Binns, Trelawney, Snape y Umbridge. Y vaya si fue un día maldito.
Tras dos sermones de cerca de una hora sobre la importancia de los TIMOS -siglas que abreviaban las siglas de Título Indispensable de Magia Ordinaria- y de que de ellos dependía su futuro, tocaba la clase de pociones. Harry, siendo consciende del inexistente amistad o siquiera respeto mutuo, fue de los primeros en entrar en clase, creyendo que iba a evitar así alguna vejación por parte de Snape.
- Vaya vaya, de los primeros. ¿Al fin vas bajando los humos, Potter? - Oh, cuan equivocado estaba Harry.
Le miró con todo el desprecio que fue capaz de reunir en su pequeño cuerpo y se sentó en su lugar de siempre, más cercano a la pared trasera que al escritorio del profesor Snape. Sabía que si hubiera hablado podría haber perdido puntos, y Hermione estaba insoportable con que debíamos cuidar más que nunca los puntos, puesto que Umbridge fue Slytherin.
Sus amigos se sentaron a su lado, estando a punto para escuchar el tercer dictamen sobre los TIMOS y el fino paladar del profesor Snape para con sus alumnos. No aceptaría menos de un Extraordinario en sus próximos dos cursos.
- Hoy quiero que realiceis la Poción de Paz, destinada a calmar la angustia y sobretodo la ansiedad. Las instrucciones están en la pizarra.
Harry conocía de sobra esa poción, la había visto tantas veces, llena y vacía por todo su baúl, era casi un imprescindible. El chico nunca se lo había contado a nadie que no fuera Madame Pomfery y por ende Dumbledore, pero sufría de ansiedad crónica, originada con los Dursley, y reavivada constantemente cada curso por su mala suerte. Por primera vez, el joven Potter consideró que esa clase podría servirle de algo.
Intentó hacerlo lo mejor posible, concentrandose en como cortaba, echaba y removía todo lo que introducía en el caldero. Fue extremadamente cuidadoso con el fuego, y se concentró tanto en sus acciones físicas que se olvidó de lo más importante, leer bien las instrucciones. Lo tuvo claro una vez que su poción, en vez de turquesa estaba azul, y en lugar de humo plateado, lo emanaba gris.
En ese momento una familiar voz sonó a su lado, grave y estricta, aunque con un deje satírico y cruel. Odiaba a Severus Snape, sin duda.
- ¿Que se supone que es esta porquería, Potter?
- El Filtro de Paz. - Contestó, tenso, apretando su mandíbula hasta el dolor.
- ¿Seguro que sabes leer, Potter? -repuso Snape con calma.
Malfoy estaba disfrutando de lo lindo por la humillación en curso de Snape, ya estaba aguantando su carcajada.
- Sí, se leer -contestó Harry entre dientes.
- Pues enseñamelo. Tercera línea de las instrucciones.
Harry leyó las instrucciones en voz alta, tarea no precisamente sencilla gracias a todo el humo que habían creado las pociones en el aula.
- Y ¿has hecho lo especificado?
- No.
- ¿Perdón? - Severus tampoco es que adorara a ese niño. Era igualito a su padre.
- He dicho que no. -contestó firmemente, mirandole a esos ojos oscuros como pozos.
- Ya lo sé, Potter, este brebaje no sirve para nada ¡Evanesco!
Entonces la pócima desapareció del caldero, y allí quedó Harry Potter, como idiota, escuchando como sonaba de fondo la risa de su némesis, Draco Malfoy. Mientras todos embotellaban, presentaban su poción y anotaban una nueva redacción sobre el ópalo y sus propiedades como tarea, él salió corriendo del aula, con la rabia corriendo por sus venas, y esa conocida sensación de ahogo que pronto aplacó su ira.
...
Por la noche decidió que nada podría haber salido peor en su primer día. Mañana tenía su primer castigo con Dolores Umbridge por decir la verdad sobre Cedric y Voldemort, había sido humillado por Snape y ya había tenido su primera crisis. Aunque llevaba meses sin pasar una sola semana libre de ellas, tampoco se sorprendió tanto.
Al haber cenado ya, estaba en el salón común de Gryffindor, mientras Hermione tejía para Dobby y Winkie y Ron estaba haciendo la tarea por insistencia de la chica, al igual que Harry.
El pelinegro, tras haberlo rumiado mucho, decidió que le iría muy bien saber hacer su Filtro de Paz, así no molestaría ni a Madame Pomfery ni a Dumbledor. Aunque para eso tuviera que molestar uno o dos días a Snape, y no le agradaba mucho la idea. En verdad la odiaba, pero quería liberar a Dumbledore de una preocupación aunque fuera. Él y su complejo de héroe.
- ¡Hey! ¿Dónde vas? -preguntó Mione al ver como su amigo recogía sus cosas y las hacía volar hasta su cuarto, cuando él iba por la dirección contraria, a punto de pasar el retrato de la señora gorda.
- A estudiar. -Con un Accio hizo llamar al mapa del Merodeador y su capa invisible.
Un segundo después había desaparecido, y sus doa amigos se miraban extrañados, sin entender nada de lo que estaba sucediendo.
...
Cinco minutos más tarde, Harry salió de bajo su capa y golpeó de manera decidida la puerta del despacho de su profesor más odiado hasta el momento, Severus Snape. Escuchó unos pasos y la puerta se abrió, quedando tras el umbral su profesor. Tenía nariz prominente, la piel pálida, dos cortinas de pelo lacio y negro como la más oscura noche, al igual que sus ojos. Iba vestido con su ropa de profesor, esa bata negra que se veía tan incómoda y acartonada. Todo lo contrario de Harry, quien llevaba un pijama rojo, con leones dorados en los pantalones y una gigantesca H en el centro del jersey.
- ¿Que quiere ahora, Potter? ¿Seguir jodiendo? -preguntó con calma a pesar de lo mordaz de sus palabras. Se cruzó de brazos y le miró de arriba abajo, dejando ver en su expresión su desagrado.
- Me gustaría que me enseñara a hacer correctamente el Filtro de Paz, profesor Snape. -intentó ser lo más correcto posible, cosa que no pasó desapercibida en el mortífago.
Snape arqueó una ceja, ¿para que puñetas querría ese mocoso arrogante saber hacer esa poción?
- No lo haré. -contestó simplemente.
- Por favor, ¡profesor Snape! -rogó Harry, estableciendo contacto visual, de manera casi violenta.
- Dígame el porqué y quizás no le ponga un castigo.
- Eh… Yo.. Me gustaría saber hacerlo para los TIMOS.
El profesor cerró su puño en torno al cuello del jersey del pequeño Potter, mirandole con el ceño fruncido, hablando con furia algo mal contenida.
- Escucheme bien, señor Potter. Aún faltan 9 meses para los TIMOS, y cuando esté necesitado de el Filtro, el profesorado se lo proporcionará, como siempre. ¡Así que haz el favor de no mentirme a la puta cara!
Harry chasqueó la lengua al ser soltado con brusquedad, Snape le había obligado a estar de puntillas dado a su corta estatura. Antes de que el profesor cerrara la puerta con brusquedad, puso el pie entre el marco y la puerta, ganandose un buen golpe. Aunque hubiera dolido, no dejó que se viera en su mirada determinada cuando el profesor volvió a abrir la puerta.
- ¿Qué? -dijo Severus con toda la frialdad posible.
- Tengo ansiedad. Cronica. Diagnosticada por una psiquiatra muggle y más tarde aquí con Poppy. Quiero poder hacermela para mi mismo.
Snape, a pesar de haber visto la firmeza y determinación en los ojos de Harry, se negó a admitir que acababa de confesarle una verdad tan fuerte. Así que cogió el caminó fácil, seguir pensando que todo era una mentira, y que el chico que estaba delante de él solo era una sombra de su némesis pasado.
- Buenas noches, Potter. -gruñó.
Esta vez si que pudo dar un portazo y dejar a Harry como un pasmarote frente a su despacho.