Epilogo
Corría un día soleado y caluroso. Uno de esos pocos días del año en que puedes disfrutar del campo sin problemas. Y en la mansión Snape, se llevaba a cabo el primer cumpleaños del hijo menor del matrimonio, su nombre Albus Tobías Snape Potter. Era un pequeño ángel y sus padres agradecían que fuera tranquilo, muy diferente a sus hermanas mayores.
Albus tenía la piel clara, unas pequitas preciosas adornaba sus mejillas, sus ojitos eran verdes como los de su papá Harry, su alborotado trozo de pelo era rojo como lo fue el pelo de su abuelito, tenía unas pobladas cejas y pestañas largas, toda una bola de ternura que conseguía arrancar suspiros en sus tíos y tías. Sus hermanas mayores eran más diferentes, pero igual de tiernas.
Sarah Eileen Snape Potter poseía unos cabellos lacios y negros como Severus, la piel clara y suave, sus ojos verdes tenían un tono oscuro y relucían de travesura e inteligencia, su pequeña nariz siempre estaba metida en chocolate o crema como glotona que era la niña, alta para su edad, vivía corriendo y sacando canas verdes a sus niñeras. Ella tenía unos lindos 6 años.
Rachell Lily Snape Potter por el contrario, tenía la piel acaramelada de Harry, el cabello castaño rojizo lleno de rulos, tenía la nariz de Severus y sus mejillas con pecas, sus ojos negros eran muy curiosos y se asombraban con todo, era de esas niñas que pintaban donde y con que sea lo que lograba que le riñeran cada cinco minutos, era una amante de los animales y sus padres le tenía mucha consideración cuando pedía cuidar un animalito enfermo. Contaba con 4 años y era un terremoto.
Ese día en especial, las niñas aprovecharon que los adultos estaban armando la mesa para soplar las velitas, y junto a su amigo Scorpius Malfoy Nott, llevaron un gorrión a las caballerizas con Charlie el veterinario de la mansión.
― Charlie ¡Charlie! ―llamo Rachell.
― Pequeña Pie ¿Qué hacen acá?¬ ―le dijo con cariño a la chica, pues Pie era el nombre de mascota favorito de Rachell.
― ¿Puedes ayudarlo? ―le mostro que la patita del gorrión estaba lastimada.
― Claro, déjame ver. ―y los guio a su estudio.
El estudio veterinario era amplio y tenia de todo, los niños ya habían estado allí antes. Charlie reviso al pequeño y dictamino que solo era un pequeño esguince y, que con reposo y un torniquete, estaría bien en unos días. Estaban por regresar a la fiesta, cuando Harry los encontró.
―¿Coque acá estaba? ¡Ja! ya me lo debí imaginar. Andado, mis niños, ya están todos a la mesa.
―¡Si, pastel!
Y se fueron corriendo antes de que el ojiverde los tomara de la mano.
― Esos tres en la adolescencia van a ser tremendos, mis condolencias. ―dijo riendo divertido el veterinario.
― Ja ja ja ja, sí que sí. ―y fue a seguir a los pequeños traviesos, que llenaban su corazón de dicha.
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