Título: Un día sin magia
Autor: Meiyua
Categoría: Libros, Harry Potter
Personajes: Harry Potter, Severus Snape
Advertencias: No
Clasificación: NC-17
Genero: Romance
Disclaimer: No me pertenece absolutamente nada de lo que refiere a Harry Potter y todo su mundo. Todo es sin fines de lucro.
Resumen: El secreto mejor guardado en Hogwarts no es de dónde proviene toda su magia, sino que un día, cada cierto tiempo, se queda sin esta; se vuelve un castillo común y corriente y arrastra a todos sus inquilinos al mismo destino.
Se supone que Harry tiene lecciones de oclumancia con Snape, pero…
Un día sin magia
El ronquido más fuerte que haya escuchado en mi corta existencia fue lo que me despertó aquella mañana. Era mi quinto año en Hogwarts. Para ser más exactos, estábamos a mediados de año; puedo recordarlo perfectamente. En realidad, todo lo sucedido en el colegio lo puedo recordar con claridad, pero ese hecho sobresale especialmente en mi memoria. No por peligroso, heroico o vital… Es por algo más, algo que, aún ahora que estoy ya en la senectud, no puedo describir.
Había amanecido tendido boca arriba, con una mano colada bajo el resorte del flojo pijama muggle con el que solía dormir cuando joven, antes de que descubriera las ventajas de llevar una bata larga… Tenía la mano empapada del líquido blancuzco y espeso que seguramente se imaginan. Había estado despertando de esa manera en los últimos meses y no recordaba el por qué; digo… seguramente sería por algún sueño especialmente bueno que haya tenido, pero el recuerdo de este permanecía en blanco. Y tanto así era que me había acostumbrado a poner siempre un hechizo silenciador a mis cortinas.
La primera noche que me había pasado no lo tenía puesto y fue verdaderamente vergonzoso por la mañana. Todos me miraban como si mi cara estuviera exponiendo, no sé… ¡El súper tazón! Pero me estoy desviando del tema.
Saqué con pesar la mano de mi pantalón y abrí los cortinajes, sin molestarme en limpiarme. Era demasiado temprano como para que ninguno de mis compañeros de cuarto estuviera despierto aún; no hasta en otras dos o tres horas por lo menos.
Ron tenía los pies acomodados perfectamente sobre la almohada, los brazos extendidos hacia los lados cual Cristo Redentor, y la cabeza colgando de la cama hacia el lado derecho. Jamás entendí como era que descansaba de las mil maravillas en esas posiciones de cirquero chino. Y no es que tanga nada en contra de los cirqueros chinos, con lo flexibles que son.
Me levanté y caminé a trompicones a la ducha.
Había aprendido que lo mejor que podías hacer si no querías retrasarte para las clases, y eres un alumno que ama dormir, es dejar tus uniformes limpios en el cuarto de baño. Que importaban las arrugas, ¡lo importante es que no perdías el tiempo hurgando en tu inmenso baúl para encontrarlos! Era un ahorro de tiempo impresionante.
Así pues, media hora después estaba listo para marcharme de la torre. ¿Mi destino? Las mazmorras. Por más que le había rogado al profesor Dumbledore que me dejara abandonar las clases, o en su defecto que me las diera él, no había querido. Se había negado una y otra y otra vez.
—Cuando algo no te sale, practícalo. Y si sigue sin salirte, practica otra vez —decía. ¿Y les cuanto un secreto? ¡Era una porquería de consejo! Jamás logré aprender oclumancia, y no fue por falta de práctica.
Aquel día era prueba de mis palabras.
Odiaba estar en las mazmorras. Odiaba tener la varita de Snape apuntándome. Odiaba sentirlo en mi cabeza. Odiaba que algunas veces le ganara y lograra hurgar en la suya. Odiaba que me hiciera pensar mal de Sirius y mi padre. Odiaba pensar que él tenía razón en esa lucha. Odiaba pensar que se miraba mejor sin su espantosa capa de murciélago. Odiaba perderme en sus ojos cuando debía estar atento. Odiaba que me pateara el culo por ello. Odiaba haber descubierto que labios formaban un perfecto corazón. Odiaba querer descubrir si eran suaves…
Odiaba a mi maldita promiscuidad que me hiciera ponerme duro por quien no debía.
Y no exagero. De verdad que lo odiaba. En aquellos momentos de mi quinto año, lo peor que asechaba mi vida no era Voldemort, era descubrir que era diferente. Y aunque por un momento pensé que el mundo mágico no tendría tantos prejuicios como el mundo muggle, me equivoqué. Era igual de retrogrado, aunque claro, si gozabas de cierta influencia positiva no había ningún problema. Y es que no puedes simplemente un día estarte duchando después de un entrenamiento de quidditch y ponerte duro como un tronco mientras contemplas a tu mejor amigo de toda la vida, con su piel de porcelana escurriendo en agua, sus rojiza melena destilando jabón y sus delicados labios entre abiertos, jadeando ligeramente, y seguir andando por la vida como si nada.
Había sido un problema que Ron dejara de verme como si fuera un peligro potencial para todo su ser, y aquellos momento seguía siendo un problema aceptar que sencillamente me ponía más una polla colgando que unas tetas bien puestas.
Sentía que era un desviado, un pervertido en toda la extensión de la palabra. Y el que me estuviera llamando la atención la peor persona que podía encontrar en todo el colegio, aún por encima de Draco, me hacia pensar aun peor de mi mismo. Y es que Snape era un bastardo. De verdad, era una hemorroide en el culo…
Pero eso no les estaba diciendo.
El profesor Dumbledore había decidido que, para compensar mis nulos progresos en la dichosa materia, lo mejor que podía hacer era practicarla aún más. Aquel era mi primer día del curso intensivo de oclumancia particular para Harry Potter, marca Severus Snape.
Todo el día. Estaría encerrado en las mazmorras, con la serpiente mayor, por todo el maldito día. A saber si tan siquiera me daría de comer.
Un par de firmes toques en la puerta anunció mi llegada y en nada apareció Snape en el umbral. Lucia ojeras bajo los ojos y su cabello no parecía tan pegado al cráneo como siempre solía estar; y en lugar de la capa de raso negro que solía usar, portaba una de un material más pesado, más abrigador.
—Adelante, Potter —dijo con voz rasposa, apartándose un paso de la entrada para que yo avanzara.
Así lo hice y enseguida comprobé el por qué de su atuendo. Aquel sitio estaba, no frio, helado. Si soltaba un poco de vaho podía ver mi propio aliento formar una nubecita frente a mí.
—Joder, que frio…. —mascullé entre dientes.
—Estamos bajo el lago, señor Potter —me contestó Snape, aunque no tenia que hacerlo en realidad. No le había preguntado nada, pero sospechaba que le encantaba recalcarme que sabía más que yo—. La temperatura del agua se mina a la mazmorra y se intensifica por la piedra. Los cuadros y tapices de los pisos superiores están encantados para que no penetré tanto el frio, pero como verá, aquí no hay.
—¿Por eso los dormitorios de los Slythering tienen tapices?
Entornó los ojos, mirándome fijo.
—¿Cómo sabe que tienen tapices?
—¡Oh! —Había metido la pata—. Bueno… Se lo escuché comentar a unos de esa casa hace tiempo. Y tampoco es que sea muy difícil de adivinar, digo… Si nosotros tenemos seguro ellos también. Y han de ser verdes, ¿no? Es…lógico…
Snape arqueó una ceja, pero en lugar de comentar algo más sobre el tema sacó su varita y apuntó a la chimenea.
Y en ese momento fue cuando nos dimos cuenta de que algo andaba mal.
Se suponía que tenía que haber encendido el fuego y calentado la habitación, pero nada pasó. Y Snape lo volvió a intentar, no una sino varias veces; siempre obteniendo el mismo resultado: Nada.
—Pero qué demonios… —refunfuñó entre diente y me volteó a ver como si yo tuviera la culpa.
—¡A mi no me vea! Yo acabo de llegar, y ni siquiera he sacado mi jodida varita —me defendí antes de que me acusara de nada.
—Cuide su lenguaje —me regañó—. Y sáquela de una vez. Pruebe si puede hacerlo usted.
—¿Tubo un accidente con su varita, profesor? Que descuidado —dije con cierto retintín en mi voz.
Adoraba tenerle la delantera, pero le hice caso. Saqué la varita y apunté a la chimenea. De nuevo nada ocurrió. Y mi cabeza bajó, como si tuviera un resorte, a ver el objeto entre mis manos. ¿Me la habrían cambiado? No, era la misma… La podría reconocer en cualquier parte. Pero no funcionaba, ¿por qué no funcionaba?
Sentí a Snape caminar de un lado a otro y lo voltee a ver.
—¿Por qué está tan oscuro? —dijo.
—Porque es de madrugada —contesté automáticamente.
—Las antorchas de los pasillos principales no sé apagan nunca, y las demás se encienden pasando las cuatro de la madruga, Potter.
—Oh…
—¿Estaba oscuro todo el camino? —me volteó a ver.
—Pues… —me puse a pensar, pero la verdad era que no me había dado cuenta. Aquella noche había luna y todo estaba ligeramente iluminado, lo suficiente para que alcanzaras a ver aunque sea un poquito—. En realidad no me fijé.
—¿Qué no se fijó? —bufó.
—¡Me acabo de levantar! No espere que esté muy alerta…
—¿Que no esté muy alerta? ¡Es magia! ¿Cómo no puedes darte cuenta si tu magia no funciona, Potter? ¿Cómo viniste todo el camino hasta aquí sin caerte de culo por las escaleras o sin toparte con Flitch?
Para ese momento Snape me gritaba, así que comencé a gritar también.
—¡No uso magia desde que abro los ojos! Y además, tú tampoco te habías dado cuenta. No me vengas a decir que soy el único animal de aquí.
—Cuide sus palabras, Potter…
—Pues cuide las suyas.
Me di cuenta de lo cerca de estábamos cuando percibí un olor a oliva, como del que acompaña a los jabones de tocador, y a tabaco. Snape estaba inclinado sobre mí, furioso, gritándome, fulminándome con la mirada. Su cabello oscilaba a un palmo de mi cara, perfumándome con su escancia, y su aliento caía directamente sobre su rostro. Y sentí un tirón involuntario bajo mis pantalones y un posó de deseo anclándose en mi pecho.
No lo pensé. Mi cuerpo actuó antes que mi mente. Bajé la mirada hasta los labios de Snape y delinee lo míos con mi lengua, trazando mentalmente los suyos en mi memoria. No noté que él seguida cuidadosamente cada uno de mis movimientos hasta que entre abrió los labios y me puse ligeramente en puntillas, tratando de alcanzar su boca con la mía.
Me puso una mano en el pecho, marcando distancia, y dio un paso para atrás.
Sabía que debía retroceder también; o más bien, algo enterrado muy en el fondo del deseo que me embargaba lo sabia, pero yo lo mandaba al diablo sin tenerlo en cuenta.
Cerré los ojos. Su tacto se sentía tan bien puesto sobre mí, aún con toda la ropa que separaba a su piel de la mía. Podía percibir sus dedos, largos, delgados, fuertes… Y desee con toda mi fuerza que me acariciaran.
Era ilógico que lo deseara. Snape no era precisamente el prototipo más atractivo de un hombre, ni el más galante tan poco. Pero jamás había sido yo alguien que buscara mucho. Me conformaba con perfecto porte aristócrata, su mirada firme, su cuerpo esculpido, sus reflejos entrenados y su voz, ¡oh, su voz! Esa voz celestial, pecaminosa, ronca, fuerte, firme, ruda… Igual como debía de ser su polla. Podía imaginármela, grande, gorda, rozando mis labios, incitándome, penetrándome, poseyéndome, reclamándome como suyo por siempre y para siempre. Y, aunque en esos momentos no sabía que tan eterno era un ‘para siempre’, deseaba que así fuera. Podía imaginarme, con un solo toque de su mano, permaneciendo enteramente a su lado.
Y me parecía la gloria.
—Potter… —dijo, y su voz, resonando en eco en su despacho, terminó de empujarme al abismo.
—¿Uhmm? —Cerré lo ojos y me aventuré un paso más hacia él.
—¿Qué hace?
—Justo ahora te deseo como no tienes una idea —le conteste. No era yo el que hablaba, era justamente eso, el deseo. El malditamente intenso deseo que sentía por ese hombre, ese profesor que siempre había sido un bastardo insensible conmigo.
¿Qué me hacia desearlo? No lo sabía, y tampoco quería detenerme a pensarlo.
—Compórtese, Potter —La mano que me mantenía alejado de él se volvió más firme.
Tomé su mano con la mía y, en lugar de intentar quitarla, la recorrí un poco sobre mi pecho. Quería que sintiera mi corazón latir acelerado. Acelerado por él, por su toque, por su presencia, por el deseo, por lo que quería que fuera para mi. Deseaba tanto que sintiera lo que yo estaba sintiendo.
Y creo que funcionó.
Su fuerza flaqueo por un momento, el necesario para que yo lograra pegarme a él. Quería aferrarme a su cuerpo, pegar mi dureza con la suya y besarlo como si no hubiera mañana. Pero no lo hice. En su lugar sólo rocé ligeramente sus labios y gemí.
Él no emitió sonido alguno. Ni siquiera se movió. Y para mi fue como una invitación a seguir, aunque no tenia idea de que era lo que tenia que hacer de allí en adelante. Así que abrí los ojos y me encontré con los suyos.
Sus oscuros topacios me miraban fijamente. Ya no perecían enojados y el ligero movimiento que dieron sus labios me aseguró que no lo estaba. Creí sentir entonces su lengua tantear suavemente mis labios. Pero no pude asegurarme de ello en ese momento.
Una luz amarillezca se coló bajo la puerta y al segundo siguiente alguien estaba para al lado nuestro.
Parpadee confundido. En menos de un segundo Snape había puesto un par de metros de distancia entre nosotros, dejándome allí, parado, con mi maldita excitación ocultándose fortuitamente entre las sombras y la mente girando enloquecida a su alrededor.
—Sabía que los iba a encontrar aquí —La voz de Dumbledore me sacó de mi ensimismamiento.
—Albus… —dijo Snape calmado, como si nada hubiera pasado entre nosotros. Y me hizo pensar por un segundo que lo había imaginado todo, pero aun conservaba su olor a tabaco dulce impregnada en mí y me aferré a eso para asegurarme a mi mismo de que había sido verdad—. ¿Qué es lo que está pasando? Mi magia no funciona…
—Ni la de nadie, Severus —contestó el Director y volteó a verme—. Lamento que hayas tenido que levantarte en vano, Harry… Tus lecciones tendrán que esperar. Ha surgido un inconveniente con el castillo.
—¿Qué tipo de inconveniente —volvió a decir Snape. Quizá sabía tan bien como yo que no me encontraba en condiciones de hablar.
—Es el día de regeneración, Severus.
—¿Hoy? —preguntó incrédulo—. Me tomas el pelo…
—Oh, no es así. Estoy muy seguro de lo que te digo.
La curiosidad pudo más en mí y pregunté:
—¿Qué es el día de regeneración?
Dumbledore sonrió.
—Es el día de descanso del castillo, Harry. El día que descansa su magia para regenerarla, para renovarla. No sucede muy a menudo…
—Dirás casi nunca —interrumpió Snape.
—…Pero sucede —continuó como si no lo haya escuchado—. El castillo ejerce bastante fuerza sobre nosotros, y nos arrastra al mismo mal; sin embargo, para mañana todo seguirá su curso normal. Así que mientras tanto tendremos que vivir un día sin magia.
No entendí mucho de lo que me dijo, aunque Snape parecía que sí.
—No te preocupes, Harry. Vuelve a tu habitación y duerme un poco más. En el desayuno os lo explicaré todo. Ahora, ¿me permites un momento a solas con Severus? Necesito conversar en privado con él.
No quería irme, quería que él se fuera y poder continuar las cosas en donde lo habíamos dejado, pero aún así acaté la orden. Le di una mirada más a Snape y a sus labios, y me fui de la mazmorra, sintiendo que dejaba atrás una parte de mi. Una parte por la que quería volver pero que simplemente se me impedía.
Una parte de que no podía ser mía aunque yo sintiera que me pertenecía.
Y desearía terminar mi relato justo aquí y dejarlos con el sentimiento dulzón que me embarga a mi en estos momentos, pero sé que lo más seguro es que me odien por no contarles qué fue lo que sucedió después. Porque las cosas no podían seguir como si nada después de lo que había pasado, ¿verdad?
Os lo diré, pero pronto descubrirán que es más emocionante lo que estarán imaginando que lo que yo pueda relatarles.
Cuando volví a mi habitación en la torre de Gryffindor, descubrí que aunque seguían los ronquidos de Ron invitándote a echarte en la cama y descansar tan bien como él lo estaba haciendo, alguien ya estaba levantado.
Dean estaba sentado al borde de su cama, con una lámpara de aceite encendida a los pies. Tenía un libro entre las piernas haciendo de soporte para el pergamino en el que estaba garabateando. Estaba dibujando, lo sabía. Al parecer su a su mamá le hacia ilusión de tener un artista en la familia, alguien que ganara dinero y prestigio plasmando en lienzos a todas esas ilustres personas que alguna vez vivieron y luego haciéndoles cobrar vida con su propia magia. El trabajo de pintor era más pijo en el mundo mágico, Dean me lo dijo. Y también me dijo que en realidad si le gustaba la materia, aunque para otro tipo de cosas.
Prueba de ello era que en esos momentos lo que se encontraba dibujando era a Neville. A Neville y a su horrorosa rana que estaba dormida entre sus nalgas.
—Hola, Harry… —me saludó sin apartar la mirada de su bosquejo—. ¿De donde vienes?
—De abajo… Creo…Creo que soy sonámbulo —Se me daba tan mal mentir.
—Sí… Y yo creo que dormiste perfectamente anoche, ¿a que sí? —sonrió ladino—. Gemías.
Se me vinieron los colores al rostro. No me había parado a pensarlo, pero si lo que decía el Director era verdad, entonces mi hechizo había dejado de funcionar en algún momento de la noche… Y si juntaba eso con el hecho de cómo había despertado, allí tenia las consecuencias. Me habían escuchado.
—Oh, joder… Maldita sea…. Yo… Yo…
Dean sonrió.
—No les diré —me aseguró—. Pero me comprarás algo en la próxima ida al pueblo.
—Trato.
Me fui a sentar a mi cama, pensando que quizá sí, podría volver a dormirme por un rato más. Descubrí que estaba equivocado cuando un desgarrador grito rompió el silencio de la torre.
Hasta Ron pegó un salto en la cama y quedó perfectamente sentado en ella.
—¿Qué…? —se tallaba un ojo cuando la puerta de la habitación se abrió se golpe y Hermione, enmarañada y en pijama, entró casi volando.
—¡Oh, Harry! Es horrible… ¡No puedo hacer magia! ¡No puedo! ¿Habrá una fecha de caducidad para los magos nacidos de muggles? ¡Oh, dios! ¿Qué voy a hacer? ¿Y si me expulsan?
—Cálmate, Hermione… —le dije.
—¿Que me calme? ¿Pero tú me estas escuchando? ¡No puedo hacer magia! ¿Tú puedes? —me miró y se giró inmediatamente a Ron—. ¿Y tú, Ron? Eres un mago puro… ¿Puedes hacer magia? ¿Puedes?
—Hermione, cálmate… —insistí.
—¿Qué pasa?
—Hermione dice que no hay magia.
—¿No hay magia?
—Digo que yo no puedo hacerla, ¿ustedes pueden?
Uno a uno mis compañeros fueron despertando. No hace falta que les diga que el suplicio se extendió a todo el día, ¿verdad? Le dije a Hermione lo que el Director me había dicho. Me hizo repetírselo no menos de cinco veces.
En ese momento fue todo una novedad que no hubiera magia en el castillo y que nosotros tampoco tuviéramos, pero ahora francamente me resulta cansino explicarlo. El Director nos dijo, y también Hermione después de investigar por horas y horas, que la magia del castillo no podía venir que ninguna parte. Que tenía un núcleo mágico que cada tanto tiempo, generalmente unos cientos de años, necesitaba apagarse. Como una computadora para que no se sobre caliente.
El hecho de que nosotros no tuviéramos tampoco era solamente por estar metidos en sus terrenos. Si nos hubiéramos salido, hubiéramos podido haber hecho magia como si nada. +
¿Complicado? No tengo talento para la enseñanza. Espero que en algo lo hayan entendido.
Fue una pasada ver como se las ingeniaban los que toda su vida se habían valido de magia. Tenían una cara de eterno terror… Y la profesora de estudios muggles llenó el castillo de artefactos muggle y baterías alcalinas para que funcionaran. Draco parecía fascinado con un celular, Y Ron… Ron seguía sin entender la fascinación de su padre por todo aquello.
Se preguntarán si me dediqué todo el santo día a buscar a Snape y tratar de encontrarme ‘casualmente’ con él, pero la verdad es que fue justo lo contrario. Cuando la excitación del momento se me bajó de la cabeza, y pude pensar con claridad, me arrepentí con toda mi alma de haberme lanzado a él. Digo, ¿en qué estaba pensando? Lo más probable era que el hombre me hiciera la vida de cuadritos de ese momento en adelante por yo ser gay y él no.
Casi podía escucharlo diciendo algo como ‘
No sabe controlar su pija, Potter’ o
‘Tan cerdo como su padre, ya lo decía yo’. Eso era lo que esperaba que me dijera cuando me lo encontré al final de un pasillo después de la cena de ese día. Eso y una sonrisa de autosuficiencia.
—Potter —me saludo.
Me aclaré la garganta antes de hablar, pero no pude hacer nada por el sonrojo de mis mejillas.
—Profesor.
Por largo rato simplemente nos quedamos mirando. No había ningún ambiente romántico, o ganas de lanzarnos el uno sobre el otro, mucho menos había anhelo de amantes prohibidos. Lo único que había era silencio.
El Profesor caminó hacia mí, con su capa ondeando sutilmente tras de el, produciendo un frufrú al rozar el piso de piedra.
—Potter —se paró a un paso de haberme pasado, como si no quisiera que mirara su rostro—. Lo que pasó en mi despacho…
No me atreví a decir nada, a pesar de que Snape dejó un silencio para que lo hiciera. Quizá quería que negara mis hechos y mis palabras, yo también quería, pero me resultaba imposible hacerlo. Eso seria como mentirle a él y a mi mismo.
—No sé qué fue lo que pasó en mi despacho —continuó diciendo cuando se hizo a la idea de que no diría nada—, y tampoco espero que me dé una explicación de su comportamiento. Me resulta innecesario. Pero espero que no la próxima vez, si es que hay una, se detenga a pensar.
En ese momento no me dijo en qué me detuviera a pensar, pero tiempo después lo hizo, cuando ya había dejado el colegio; cuando ya no éramos profesor y alumno, cuando ya no era yo menor de edad, cuando nada de lo que hacíamos estaba prohibido, cuando ya tuve suficiente renombre para poner meter a mi cama a quien quisiera sin que me señalaran abiertamente con el dedo.
Snape continuó su camino sin decirme nada más y yo no lo seguí. Era tan solo un niño, un pequeño que comenzaba a descubrirse a si mismo y me aterraba lo estaba encontrando. Me aterraba ponerme a pensar en todo lo que abría podido suceder si Dumbledore no hubiera aparecido en aquel momento.
Me daba tanto asco. Y juré que no volvería a ceder a ese lado oscuro que me seducía, que me perfumaba…
Por un tiempo lo logré. Sólo por un tiempo.
Jamás supe lo que el Director conversó con él en su despacho. Y como os dije, el encuentro aquel día entre Snape y yo no cambió mucho nuestra usual relación, pero en algo lo hizo. Quizá no seria muy visible, quizá no fue algo que me lanzara directamente a su cama; quizá no lo pude besar ni ese, ni el año siguiente, ni el siguiente; pero en algo cambio nuestra relación, y al final lo besé.
Lo besé varios años después, cuando ya no había un castillo y normas que nos separara, cuando ya me había aceptado a mi mismo por completo. Y os aseguro que valió la pena la espera como ninguna otra…
Y os aseguro también que jamás desee volver a separarme de él. Y no lo hice. No a conciencia. No por voluntad propia.
Aún ahora vivo para amarlo, tan intensamente como siempre, tan profundamente como nunca… Y sé que él también vivió para amarme, para cuidarme, para hacerme el hombre más feliz del mundo, aún cuando me maldecía.