La Mazmorra del Snarry
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 The Marked Man. Capítulo 37. Desayuno en Privet Drive

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alisevv

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MensajeTema: The Marked Man. Capítulo 37. Desayuno en Privet Drive   The Marked Man. Capítulo 37. Desayuno en Privet Drive I_icon_minitimeJue Jun 28, 2012 5:01 pm

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—¡Dudley! ¡Baja las escaleras en este instante!

Petunia Dursley gritó hacia la habitación de su hijo por tercera vez en esa mañana. Su cabello estaba descuidado; había perdido su reciente imagen de peluquería, y ahora lucía como si tuviera dificultades para pasar un peine por él. Esa mañana ni siquiera lo había intentado.

No hubo respuesta proveniente de lo alto de las escaleras, así que Petunia comenzó a subir.

>>¡Si no sales de esa habitación, te sacaré de los cabellos! —rugió.

La puerta de la habitación se abrió con un crujido.

—No, mamá, por favor —gimoteó una voz a través de la abertura.

—Llevas más de una semana sin asistir a clases. ¿Sabes cuántos son los honorarios de Smeltings? ¿No te das cuenta de lo importante que es que tengas buenas calificaciones para conseguir trabajo? Ésa es la única razón por la que tú padre trabajó todos estos años en en Grunning: el Presidente era un antiguo Smelting.

—No puedo, mamá, no puedo salir. Ellos me están esperando —protestó.

Petunia perdió la poca paciencia que le quedaba. Empujó la puerta para abrirla y aferró unos mechones del cabello rubio de Dudley. Jaló, y ciertamente el chico se movió esta vez.

Dudley chilló ante el dolor y las lágrimas, que ya se reunían tras sus párpados, saltaron de sus ojos. Pero no salió; sólo se tiró en el piso del dormitorio.

El agarre de Petunia se había aflojado un poco mientras su hijo se deslizaba, pero todavía encontró varios mechones de pelo rubio en su mano cuando jaló hacia atrás. Esto finalmente la convenció de que era una causa perdida. El hecho de que Dudley prefiriera soportar el dolor que salir de su habitación para ir a la escuela le indicó cuán serio era el problema.

Suspiró. La última semana las cosas habían ido de mal en peor. Estaba acostumbrada a saber hacia dónde se dirigía su vida, cómo se desplegaba cada día: Despedirse de Vernon, llevar a Dudley a la escuela, y pasar el día ocupándose de su casa, familia y reuniéndose con otras damas de ‘cierta clase social’ del Pequeño Whinging. Su vida había estado organizada, pasando perfectamente como una máquina bien aceitada. Pero, de repente, las pesadillas habían comenzado. Y era extraño, porque habían empezado al mismo tiempo para todos los residentes del número cuatro de Privet Drive. Cada noche desde que se iniciaron, Dudley, Vernon y ella misma despertaban repetidamente. Ahora, todos lucían andrajosos y con ojeras, y Petunia se preocupaba de que pudieran terminar perdiendo el control de la realidad.

Dudley había empezado a sufrir de agorafobia. No salía de la casa, y con frecuencia permanecía encerrado en su habitación por horas o incluso todo el día. Era como si temiera a alguien, o a algo, que estaba esperándole más allá de las paredes del número cuatro de Privet Drive. Tan severa era su fobia que estaba perdiendo peso. Donde las dietas habían fallado, su perturbación mental estaba teniendo éxito con rapidez. Y casi siempre estaba enfermo. Petunia había tenido que cambiar las sábanas un par de veces. Ella se estremeció. El vómito de Dudley le recordaba los detalles de sus propias pesadillas.

Vernon, su esposo, también estaba teniendo pesadillas. Petunia no sabía mucho sobre ellas, excepto que el sueño del hombre era muy inquieto, y que gritaba palabras que sonaban como ‘inspector’ o ‘sargento’. Se preguntaba por qué su esposo estaba teniendo esas pesadillas sobre la policía. ¿Tendría algún oscuro secreto que ella desconocía?

Sus propias pesadillas la tenían enferma. Incluso había comenzado a fumar nuevamente. Había dejado de hacerlo después de fumar un par de años en su adolescencia, cuando era joven y estúpida. Pero nunca se le había pasado por la imaginación que tuviera necesidad de hacerlo de nuevo. Como una madura y sensible mujer que nunca había fumado, siempre había despreciado a esas ‘ineptas zorras del Consejo de Damas’, que andaban por ahí con cigarrillos en sus bocas.

Se rindió y bajó de nuevo las escaleras. Dudley cedería en algún momento y bajaría a buscar algo de té y tostadas, que era lo único que comía en esos días. Petunia no tenía fuerzas para seguir peleando con su hijo esa mañana. Escuchó que Vernon bajaba las escaleras y la seguía a la cocina.

—¿Tampoco hoy conseguiste que Dudley se levantara? —gruñó el hombre.

—No. Y no es buena idea que vuelvas a obligarle a entrar en el auto; la última vez que lo hiciste, tuve que lidiar con una escena enorme cuando llegamos a Smelting. Ahora no me siento capaz de manejar eso, así que es mejor que le dejes en paz. No va a ir a ninguna parte —espetó.

—¡No pienso pagar miles de libras al año para que él se quede sentado en su habitación! —bramó Vernon, el rostro rojo de furia—. Hablaré esta noche con él —ahora no tengo tiempo— y le diré que tendrá que ir al instituto local con esos gamberros de las viviendas de protección oficial. Ya he tenido bastante de estar yendo hacia una muerte temprana al trabajar sólo para dar a mi familia cosas que no saben apreciar.

Petunia dio la vuelta. La vista de su gordo esposo, con el rostro rojo, le revolvía el estómago. ¿Quién se creía que era? Trabajaba de lunes a viernes… ¡gran cosa! Lo mismo hacían todos los hombres de Privet Drive. ¿Qué quería? ¿Una medalla?

>>Espero que hoy haya algo decente para desayunar —continuó gruñendo Vernon.

Petunia tiró sobre la mesa el plato con tostadas frías. Agregó un platito con mantequilla. La mantequilla todavía estaba en su envoltura. Vernon se mostró furioso, pero Petunia pensó que si él quería mantequilla, bien podía hacer el esfuerzo de retirar el papel. ¿Por qué debería ella preparar encantadoras volutas de mantequilla para un hombre que actuaba como un gamberro? Se sirvió una taza de té y le agregó un chorrito de whisky, apenas para hacerlo más atractivo. Se sentó en su silla y encendió otro cigarrillo.

Vernon la miró, colérico. Ya había tratado de impedir que ella dejara de fumar en la mesa, pero le había ignorado. Él sabía exactamente cuándo su familia había dejado de respetarle: justo cuando habían comenzado las pesadillas. Vernon nunca había sido del tipo sensible; el repentino inicio de algo similar a la conciencia había sido un impacto poco placentero. No era un hombre religioso y nunca se había hecho preguntas sobre la mortalidad. Podía resultar buena idea examinar su vida y hacer algunos ajustes, sólo en caso de que se tuviera que enfrentar con un juez vengativo, ya fuera en esta vida o en la próxima. Ya no deseaba gastar su aliento pidiendo a su esposa que no fumase. De momento, ésa era la menor de sus preocupaciones familiares.

>>Sí, hablaré con Dudley esta noche. Algunas cosas van a tener que cambiar por aquí —enfatizó.

Se escuchó un repiqueteo en el buzón externo y el sonido del correo golpeando el felpudo. Petunia metió un mechón de cabello díscolo detrás de su oreja, asió el cigarrillo entre sus labios, y salió a ver si había llegado algo interesante. Quizás le habían contestado del W.I., suplicándole que reconsiderara su dimisión. Tal vez se habían dado cuenta de lo mal que se habían portado.

Sacó el correo de la estera. Habían dos sobres marrones: cuentas; una hoja de correo basura: ¡Esto no es spam! ¡Usted es un seguro ganador!; y un paquete acolchado con algo plano en su interior. Eso podía ser interesante… pero no, iba dirigido a Vernon.

Petunia regresó a la cocina y lanzó el paquete a su esposo.

—Para ti. El resto es basura.

El hombre aferró el paquete con sus dedos gordos como salchichas. Lo metió en su bolsillo mientras Petunia le miraba con el ceño fruncido. ¿Desde cuándo Vernon recibía correo secreto?

>>¿Qué es? —exigió saber.

Él frunció el ceño.

—Nimiedades.

—Las nimiedades no vienen en paquetes acolchados. Es algo que pediste —argumentó la mujer—. ¿Qué es?

—No es nada que te importe, eso es lo que es —gruñó, levantándose abruptamente y saliendo de la cocina, recogiendo su maletín del vestíbulo—. Me voy a trabajar. Mira a ver si puedes limpiar un poco hoy.

Petunia sacó la lengua a la espalda del hombre antes de volver a beber su té con whisky y terminar su cigarillo. Descubriría qué había en ese paquete. Tenía la corazonada de que, sea lo que fuere, Vernon lo había ordenado por internet. Revisaría su correo.

Dudley continuaba en silencio, Escondido en su habitación, mientras Petunia se sentaba en el escritorio de Vernon, frente a su computador. Vernon tenía la impresión de que su esposa no tenía idea de cómo usar su computador, impresión que Petunia no había hecho nada por contradecir. Ella abrió Outlook Express y la carpeta de ‘Correos Enviados’.

Gracias por su pedido. Farmacia Personal enviará sus artículos embalados en un paquete plano en uno o dos días. Estamos seguros que usted estará complacido con sus medicamentos y querrá seguir utilizando nuestros servicios.

Resumen del pedido:

Viagra. 48 cápsulas tamaño económico: $150,00
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Petunia frunció el ceño. ¡Viagra! ¿En qué demonios estaba pensando para gastar tanto dinero en viagra? Había sido tan predeciblemente aburrido con sus necesidades sexuales como de costumbre. El viernes era noche de sexo. Con lluvia o con sol, Vernon siempre salía a las nueve de la noche para bañarse, con las inevitables palabras: creo que me iré a acostar temprano, Petunia. Eso quería decir: Estate lista en nuestra habitación para cuando salga del baño.

Pero ahora que pensaba en ello, Vernon no lo había hecho el último viernes. Por primera vez desde que Dudley naciera, Vernon se había encerrado en su estudio dando un portazo. No había vuelto a salir, así que Petunia había visto televisión hasta que subió a acostarse. Vernon debía haber llegado mientras dormía. Quizás eso explicaba todo: Vernon se había vuelto impotente.

Bueno, eso también podía explicar su reciente mal humor. Su esposo siempre se había jactado de cuán ‘normal’ era, sexualmente hablando. Incluso había ridiculizado los anuncios sobre ‘problemas eréctiles’. Si los tíos llevaran una vida matrimonial normal, no tendrían esos problemas, había asegurado. Es toda esa perversión la que los vuelve impotentes.

¿Era eso lo que había sucedido a Vernon? Petunia cerró el Outlook Express, satisfecha de haber resuelto el Misterio del Paquete Acolchado. Estaba a punto de levantarse y abandonar el despacho cuando notó un ícono del escritorio: Chicoamor. Curiosa, hizo click en él…



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Cuando Vernon regresó esa noche, encontró a Petunia y Dudley esperándole en la salita de estar. Estaban al lado de un par de maletas.

—¿Qué sucede aquí? —preguntó, confundido.

—Dudders y yo vamos a tomar unas pequeñas vacaciones. Alejarse un tiempo le ayudará con su problema, y yo no quiero estar ceca de ti, Tío Mimoso. regresaremos la semana entrante… o quizás no —y con eso, Petunia levantó su equipaje y salió, con Dudley siguiéndola, avergonzado.

Todo esto era el resultado de la manera en que habían tratado a su sobrino, reflexionó Petunia. ¿El pequeño Harry habría sido víctima del Tío Mimoso? ¿Vernon habría tratado a Harry de modo que les pusiera a todos en vergüenza? Petunia se dio cuenta que se sentía verdaderamente apenada por el chico, y ahora deseaba haberse comportado de modo diferente. Pero era demasiado tarde para cambiar nada. Su resentimiento hacia su hermana había arruinado todo; incluso había terminado afectando a su propio hijo. Dudley había sido alentado a comportarse como un matón con Harry, y eso había cambiado su personalidad. Recientemente, había empezado a tener pesadillas donde él era intimidado. Esas pesadillas eran tan aterradoras que ahora no podía salir de la casa si ella no le acompañaba. Se había mostrado patéticamente agradecido cuando le dijo que se iban a alejar por un tiempo. Su hijo apenas podía esperar a abandonar Privet Drive.

Dudley se arrastró tras su madre. Estaba convertido en una ruina: una masa de miedos y paranoia. Sabía que se sentía incluso peor de lo que Harry acostumbraba sentirse. Recordaba al pequeño chico de ojos verdes mirarle suplicante cada vez que se metía con él. Nunca le dio concesiones a Harry; había hecho de su vida un infierno. Durante la última semana, Dudley había sido capaz de apreciar con exactitud cómo se habría sentido su primo. Era horrible —insoportable— y si hubiera sabido lo que ahora sabía, nunca lo hubiera hecho. Tenía mucho miedo. No podía volver a enfrentarse con los chicos de su escuela. No era capaz de enfrentar a nadie. ¿Cómo habría sobrevivido Harry todos esos años?

Vernon observaba con la boca abierta mientras su esposa y su hijo entraban en el auto y arrancaban sin otra palabra.

De alguna forma, Petunia debía haber logrado acceder a su sala de chat. ¿Qué habría leído? Ciertamente, lo suficiente como para maldecirle. Con una sensación de náuseas, supo que sus pesadillas se estaban haciendo realidad. Paseó la mirada alrededor de su desordenada salita de estar, para luego vagar hacia la vacía cocina, donde ya no estaba esperándole la bienvenida taza de té caliente, ni los aromas de la cena cocinándose. No había nada excepto platos sin lavar en el fregadero y un refrigerador casi vacío. En apenas una semana su vida se había derrumbado. Se hundió en una silla y acunó su cabeza entre las manos.

¿Qué había hecho para merecer eso? Incluso mientras se lo preguntaba mentalmente, la respuesta corrió claramente por su cabeza: Harry. Tú perseguiste a Harry, y esto es tu recompensa. Gruesas lágrimas cayeron de sus ojos. Vernon deseó no haberlo hecho jamás.




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