La Mazmorra del Snarry
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La Mazmorra del Snarry... El escondite favorito de la pareja más excitante de Hogwarts

 

 El incordio de Severus. Capítulo II... por Alisevv

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alisevv

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El incordio de Severus. Capítulo II... por Alisevv Empty
MensajeTema: El incordio de Severus. Capítulo II... por Alisevv   El incordio de Severus. Capítulo II... por Alisevv I_icon_minitimeMar Oct 25, 2011 5:46 pm

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El incordio de Severus
Capítulo II
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—¿Harry ya se casó?

—Sí, se casó.

De repente, el rostro de su huraño dueño se transformó y su expresión se iluminó con una amplia sonrisa.

En ese momento, el espejo pensó que el dolor le había desquiciado. ¿Su amor se había casado y él sonreía? Pero entonces, el hombre levantó la mano y un brillo dorado en su dedo le aclaró todo. Antes que lograra encontrar las palabras para insultarle por el susto que le acababa de dar, la puerta se abrió nuevamente.

—Sev, ya estoy aquí —vio como Harry se acercaba a su pareja y le miraba fijamente—. Veo que todavía conservas el espejo. ¿Cómo te va con él?

—Es un poco metiche y un par de veces he estado a punto de mandarle una maldición, pero dado que me lo regalaste tú, no me queda más remedio que soportarlo.

Alegre, el espejo vio como Severus se inclinaba sobre Harry y atrapaba sus labios en un beso apasionado. Al momento, el joven pasó sus brazos alrededor de su cuello y el espejo pudo ver un brillo dorado en su dedo, muy semejante al que había visto en el de Severus.


El espejo estaba disfrutando del beso, cada vez más ardiente, cuando el Jefe de las
serpientes alargó una mano y todo se volvió negro para él.

—Severus, quítame este trapo de encima —se quejó, sin poder creer que su dueño le había cubierto con una manta cuando la cosa empezaba a ponerse buena—. Severus, joer, no veo nada. Severus...


Al fin se dio cuenta que debía resignarse, esa noche no vería nada. Quién sabe, quizás algún día podría atisbar un poquito, después de todo, estaba seguro que a partir de ahora esos dos empezarían a follar como conejos. De momento, podía oír perfectamente, y a juzgar por los ruidos que hacían, debían estar pasando una noche muy divertida. Resignado, se instaló cómodamente y se dispuso a escuchar.


Era un entrometido empedernido, no lo podía evitar.

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—Ya era hora que me quitaras este trapo —se quejó cuando Severus tomó una esquina del tejido y lo dejó deslizar—. ¿Sabías que los espejos mágicos también tenemos derechos? Es un abuso; mi cristal se opaca si no le da suficiente claridad.

—Sí, como no. Te quejas porque eres un mirón entrometido y corté tu diversión.

—Bueno, no del todo, en realidad; los sonidos resultaron bastante animados, debo decir.

—Hoy mismo te mudo a otra habitación —gruñó Severus, aunque no podía negar que le divertía la desfachatez del maldito espejo—. O mejor a un desván, muy oscuro y húmedo.

—No te atreverías —retrucó el objeto, muy seguro de sí mismo—. Me tienes cariño. Además, le gusto a Harry, él no te dejaría. Y hablando de Harry, tiene el sueño pesado, ¿cierto? —comentó, observando la figura desnuda que todavía dormía boca abajo, apenas cubierto con una sábana y mostrando sus redondeadas nalgas.

De inmediato, Severus se acercó a la cama y tapó adecuadamente al joven. El espejo soltó una carcajada.

>>Soy un objeto cuasi inanimado y te he visto desnudo montones de veces; ¿a qué viene ahora tanto pudor?

—Una cosa soy yo y otra muy diferente Harry, y puede que seas un objeto inanimado…

—Cuasi —puntualizó el otro, interrumpiéndole.

—Cuasi inanimado —concedió el maestro de Pociones—. Pero también eres un condenado voyeur —sacó su varita y le apuntó—. Creo que lo mejor será que te mude de inmediato.

—Espera, espera —le detuvo antes que empezara a levitarle—. Antes de mudarme, ¿por qué no me cuentas qué sucedió ayer? Creo que me lo merezco, luego del mal rato que me hiciste pasar.

Severus le observó, como si sopesara su próxima acción, y al final bajó la varita y se sentó sobre la cama.

—Sí, creo que en verdad mereces saber lo que sucedió.

Severus caminaba por los pasillos desiertos, rumbo al Gran Comedor, lugar donde se iba a efectuar la ceremonia. En su cabeza bullían las palabras que su espejo le había dicho momentos antes. Sabía que tenía razón, lo sabía, pero el problema era que tenía razón en todo: era un maldito cobarde incapaz de luchar por su felicidad.

Cuando llegó ante las puertas del lugar elegido para la ceremonia sentía una pesada losa aplastando su corazón. Estuvo a punto de dar media vuelta y escapar corriendo, encerrarse en su mazmorra y no volver a salir, incapaz de enfrentar la realidad. El sólo pensamiento de que el espejo le reclamaría que ni siquiera había tenido valor para ver al hombre de su vida casarse con otro, le dio las fuerzas que le faltaban. Respiró profundamente, dejó salir su rostro inexpresivo habitual, y empujó la puerta.

La vista que le recibió fue un puñal es su corazón. El altar profusamente adornado, los invitados elegantemente trajeados, Oliver Wood esperando junto al altar con una amplia sonrisa.

Mientras caminaba con lentitud por el recinto que había sido transformado para adaptarse a la ceremonia, sintió más que vio los rostros que le observaban con mirada despectiva. Sabía que no era el personaje favorito de la mayoría de los presentes, pero eso no le importaba; Harry le había invitado y él tenía tanto derecho como ellos para estar allí. Fue conducido por uno de los elfos domésticos hasta la banca principal, donde ya estaban sentados Hermione Granger y varios de los Weasley. Aunque el menor de los pelirrojos le miró con expresión hosca, en los ojos de la chica Granger había algo que no pudo descifrar, una especie de mezcla entre tristeza y esperanza, y en el fondo una súplica que parecía ir dirigida hacia él.

La actitud de Wood también parecía algo extraña. A diferencia de los demás, la mirada del joven mostraba… ¿curiosidad? No pudo seguir reflexionando sobre la actitud del Gryffindor porque en ese momento las puertas del Gran Comedor se abrieron y Harry entró en el salón.

Estaba hermoso. Más hermoso de lo que le había visto jamás, con una túnica de color verde musgo y el cabello peinado hacia atrás con gomina. Aunque, pensó distraídamente, si de él dependiera el joven luciría su hermoso cabello alborotado de costumbre, era tan parte de él. Quizás podría dejárselo crecer hasta los hombros y atarlo en una coleta, pero esa gomina, jamás.

Cuando Harry pasó a su lado le sonrió, una sonrisa llena de calidez y de cinco años de bellos recuerdos. Una sonrisa que por su propia culpa hacía meses que no veía. Ahora, la pesada losa sobre su corazón era casi asfixiante y fue creciendo a medida que la ceremonia avanzaba, mientras las palabras del espejo brotaban en su recuerdo como flashes: cobarde… sin valor para reclamar lo que es tuyo… aún estás a tiempo.

—Si alguno de los presentes tiene una razón para que esta ceremonia no deba celebrarse, que hable ahora o calle para siempre.

¿Qué decía el oficiante? ¿Y por qué Harry le miraba con tanta angustia, como pidiéndole algo? De hecho, ¿por qué todos le miraban como si esperaran algo de él?

Aún estás a tiempo para reclamar lo que es tuyo. A tiempo. A tiempo…

—Yo protesto.

¿Había sido él quien expresara esas palabras en voz alta? ¿Y Harry sonreía? ¿Qué estaba pasando allí?

—¿Cuál es la razón de su objeción, profesor Snape?

¿La razón de su objeción? ¿Por qué había protestado? Ahora todos pensarían que era un pobre tonto. Pero daba igual, a él nunca le había importado lo que la gente dijera. ¿Pero por qué había protestado?

... Aún estás a tiempo de reclamar lo que es tuyo.

Entonces lo supo. Supo que tenía derecho a luchar por Harry. Si le decía que no, entonces sí iría a su mazmorra a lamer sus heridas y romper el maldito espejo; pero si le decía que sí…


—¿Hubieras sido capaz de partirme en pedazos? —preguntó el objeto, dolido—. Y te agradecería que dejaras de llamarme ‘maldito espejo’.

—Créeme, si Harry me hubiera dicho que no, te hubiera lanzado una maldición.

—Los espejos somos unos incomprendidos —se quejó la imagen, negando con la cabeza—. En fin, ¿cómo terminó la cosa? ¿Te batiste en duelo con Wood por el amor de Harry?

—Ciertamente, en ese momento hubiera estado más que dispuesto a hacerlo, pero no hizo falta. Todo había sido puro teatro.

—¿Teatro? —la imagen levantó una ceja al más puro estilo Snape.

—Sí. Harry pensó que si después de tanto tiempo no me había animado a hablar, tenía que usar medidas más drásticas. Por eso pidió a sus amigos que le ayudaran fingiendo una boda, para ver si yo reaccionaba.

—Y vaya que lo hiciste.

Severus se le quedó observando con una expresión extraña.

—Ahora que lo pienso, ¿no será que tú estabas implicado en todo este entuerto? –le preguntó, sospechoso.

—¿Yo? —el reflejo se mostró francamente sorprendido y bastante ofendido, no en balde era el reflejo de Severus Snape-. ¿He pasado horas sufriendo por ti y me preguntas eso?

Por primera vez en su vida, el verdadero profesor Snape se mostró algo avergonzado.

—Bueno, fuiste un regalo de Harry, ¿no? —se defendió—. Además, en parte, todo esto sucedió gracias a ti —confesó con sinceridad, cosa que tranquilizó al espejo—. Recordé tus palabras y me atreví a reclamar lo mío.

—Me alegra, aunque me vayas a relegar a un miserable desván, oscuro y húmedo.

—Nunca se lo permitiría —se escuchó una somnolienta voz desde la cabecera. Pronto, un recién despierto Harry se acercaba al borde de la cama y se sentaba al lado de Severus, cubierto con una manta.

—Gracias —el reflejo le sonrió al joven—. ¿Y cómo es que ustedes dos terminaron —señaló los aros de oro en las manos de ambos magos —casados?

—Pensamos que ya que estaban los invitados, el Ministro, la fiesta… tampoco era como para desperdiciar todo eso, ¿no?

—Claro, ¿y también cambiaron las iniciales de los aros? —preguntó con picardía.

—Vale, me pillaste —Harry se echó a reír—. Digamos que tenía la esperanza de que todo esto funcionara y Severus me dijera que sí —miró detenidamente el reflejo de su amado esposo—. Está claro que no puedes seguir aquí, Sev me contó tu fama de voyeur y es evidente que no exagera cuando gruñe que eres un maldito entrometido.

—Y siguen con la manía de llamarme maldito —masculló el espejo.

Ignorando su queja, Harry continuó:

—Sin embargo, creo que podríamos cambiarte a una habitación más alegre y soleada, algo así como un cuarto infantil. ¿Qué les parece?


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—Sigo pensando que deberían pintarlo de rosa —se escuchó una voz que empezaba a fastidiar a los dos magos que estaban decorando la soleada habitación con tonos azules y cenefas adornadas con dragones, snitchs, calderos y varitas.

Severus bufó y un embarazadísimo Harry soltó un suspiro resignado.

—Te lo hemos explicado varias veces. En toda la historia del mundo mágico, sólo un embarazo masculino ha originado un bebé hembra. Es extremadamente improbable; no sólo por la combinación genética implicada en el hecho, sino porque la poción que se toma para el embarazo produce propensión a que nazcan varones.

—No te canses, Harry, hemos intentado explicárselo por activa y por pasiva. Discutir con él es imposible.

—Pero miren esa barriga —la imagen señaló el prominente vientre del joven—. Es una niña, se los aseguro.

Los otros dos le miraron, dándole por caso perdido, y siguieron decorando la habitación de azul

ººººººººº

—No lo puedo creer —gruñía Severus, mientras varita en mano empezaba a cambiar el color de la habitación de su bebé. Harry, quien sentado en una cómoda mecedora arrullaba un pequeño bulto enrollado en una cobijita rosada, se limitó a sonreír, divertido.

—¿Sería muy pedante aclarar que se los dije? —preguntó un espejo muy ufano desde el rincón de la habitación—. Severus, creo que ese rosa es demasiado claro, ¿no podrías oscurecerlo un poquito más?

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—Andy, ¿quieres dejar de escribir sobre el espejo? Vas a terminar rayándolo. Sabes que papá Severus le tiene mucho cariño.

—Es un espejo, Eileen, no se puede rayar —desestimó un pequeño de unos seis años, cabello negro alborotado y ojos negros, que a la sazón estaba pintando sobre la superficie de cristal un dragón verde con las alas desplegadas.

—El vidrio no, pero la madera sí, y ya le has hecho un par de rayones; tienes suerte que papá no lo haya notado —razonó su hermana mayor, una chiquilla de lacio cabello negro y ojos verdes, de ocho años de edad.

El niño la ignoró y siguió con lo suyo. El espejo suspiró. Adoraba a esos dos pilluelos; les había visto nacer, había velado su sueño, había sido prácticamente su niñera. Sus sabios consejos habían sido de gran ayuda a ambos padres, y sus divertidos juegos habían hecho las delicias de los pequeños, pero en momentos como ése, los años que soportaba sobre sus viejas maderas pesaban un poquito más.

—Andrew Snape —retumbó una voz desde el umbral de la puerta—, ¿qué se supone que estás haciendo ahí?

El aludido se dio la vuelta, su pequeño rostro blanco como el papel. Su padre mayor sólo usaba ese tono cuando estaba muy enojado. Y al parecer, esta vez la bronca vendría por partida doble; papá Harry también estaba allí y no se veía para nada contento.

—Vamos, jovencitos —dijo Harry, instándoles a seguirle—. Ya casi es hora de cenar y tienen que bañarse primero.

—Sí, papi — musitó Eileen, y salió presurosa de la habitación. El niño dejó el creyón que tenía en la mano y siguió a su hermana, con la cabeza gacha.

—Andrew.

El pequeño giró la cabeza, compungido. Se le venía encima un castigo de aupa.

—¿Sí, papá Severus?

—Más tarde hablaremos tú y yo.

Cuando todos salieron de la habitación, el patriarca Snape convocó un paño y comenzó a limpiar la superficie cristalina con mucho cuidado, casi con afecto.

—No seas muy duro con él, es sólo un niño —pidió el espejo, al tiempo que la imagen de Severus Snape empezaba a aparecer en la superficie reluciente.

—Un niño demasiado travieso —suspiró Severus—. Se parece tanto a Harry.

El espejo se echó a reír.

—Y le amas más aún por eso. Además, tienes a Eileen, es igualita a ti. Seguro terminará en Slytherin.

—Sí, para compensar a mi hijo Gryffindor —replicó, riendo, dando su labor por concluida. Sacó su varita y lanzó un hechizo para reparar el daño de la madera—. ¿Por qué no me dijiste que te había hecho esto? —la imagen tuvo la decencia de ruborizarse—. Les cubres demasiado las travesuras —musitó, moviendo la cabeza en un gesto de resignación; sabía que ese espejo consentidor nunca cambiaría.

—¿Qué te voy a decir? Son mis pequeños y les amo.

Severus se sentó en una de las camitas y miró su reflejo con un gesto tierno, en la medida que podía ser tierno un gesto de Severus Snape.

—Gracias.

El reflejo hizo un gesto de extrañeza.

—¿Por qué? ¿Por ser entrometido, pesado, fastidioso, es decir, un verdadero incordio?

El maestro de Pociones lanzó una carcajada, de esas que eran tan frecuentes en él desde su boda con Harry.

—Sí, por todo eso —contestó, relajado—. Y también por ser el mejor amigo que he tenido en estos años; después de Harry, por supuesto.

—Debes ser un tío muy aburrido cuando tu mejor amigo es un espejo —se burló el objeto.

—Ya me conoces, sólo comparto con los mejores —Severus hizo una mueca y se levantó—. Mejor me voy, me deben estar esperando para cenar. ¿Hablamos más tarde?

—Claro. Siempre estaré aquí para ti.

—Lo sé.

El profesor de Pociones salió, satisfecho. Tenía un esposo y unos hijos que amaba y le amaban, y el mejor de los amigos posibles, aunque se tratara de un espejo. Después de todo, la vida había sido generosa con él. No todos podían presumir de tener tanto, ¿verdad?


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MensajeTema: Re: El incordio de Severus. Capítulo II... por Alisevv   El incordio de Severus. Capítulo II... por Alisevv I_icon_minitimeMiér Nov 23, 2011 2:43 pm

Ains, me matan los finales felices *__* Sobre todo con espejos snarrianos! ^^
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