Culpad a Intruders y a su fantástico calendario anual de la existencia de este fic; y más concretamente, a esta maravillosa ilustración de Undomiel, que fue la que inspiró la idea:
http://segunda-dosis.livejournal.com/48657.html#cutid1PAREJA: Harry y Sev, por supuesto ^^.
CLASIFICACIÓN: NC-17
ADVERTENCIAS: La clasificación del fic se debe no sólo al sexo, sino también a los temas que se tratan en el fic: drogas, muerte, alcohol... Por favor, leed con responsabilidad.
RESUMEN: Severus es un ángel caído, cuyo cometido es influir en las almas de los hombres para arrastrarlas al pecado y al infierno. Torturado por los errores cometidos en su vida humana, conocerá a su némesis: Harry, quien le descubrirá que la maldad y el pecado no es lo único que mueve el mundo.
BETA: Rowena Prince. Gracias por tus siempre fantásticas sugerencias
DISCLAIMER: Los personajes no me perteneces, son de J.K. Rowling. Yo sólo los utilizo para satisfacer mi imaginación, sin obtener ninguna clase de beneficio.
CAPÍTULO 1: ALICE
El azul eléctrico de los focos bombardeaba sin piedad la pista, azotando las oscuras siluetas que convulsionaban al ritmo de la estridente música nocturna. El amplio local estaba abarrotado de gente: las pequeñas mesas que circunvalaban la pista de baile habían sido invadidas por los más variopintos grupos de jóvenes y, en la barra, los camareros no daban a basto para servir las bebidas.
Los decibelios y la adrenalina habían ido aumentando con el avance de las manecillas del reloj y, en ese momento, el olor dulzón de los intensos perfumes ya se mezclaba con el del sudor, cargando el ambiente. Las primeras voces balbuceantes empezaban a aparecer entre patéticos ritos de cortejo e insinuaciones, mientras algunas de las chicas más jóvenes probaban la primera pastilla que les llevaría de “viaje”.
El hombre, apoyado contra la barra, sonrió complacido por la imagen antes de apurar su copa de whisky.
“Ahí tienes a tus favoritos: plenos representantes de la virtud y de la decencia”. Cuando se giró a pedir otra, vio que una chica de apenas veinte años se le acercaba. Pupilas muy dilatadas y ojos demasiado brillantes.
“Cocaína.”—Llevo un rato observándote… Me estaba preguntando si habías venido solo y si podría invitarte a una copa.
Una de las cejas de Severus se arqueó. La joven era bastante bonita. El pelo rubio y lacio le caía con gracia por la cara, enmarcando unas dulces facciones que le daban un aire de inocencia; el apretado cuero negro de sus pantalones, sin embargo, delimitaba las curvas de una carretera que hablaba de llegar hasta los abismos más profundos del infierno.
—Y yo que pensaba que esa tenía que ser mi frase.
Ella sonrió con picardía.
—Bueno, los tiempos han cambiado. —La lengua de la joven apareció para humedecer sus labios—. ¿Quieres saber hasta qué punto?
—¿No crees que tu padre se molestaría si supiera que vas invitando a copas a desconocidos que te doblan la edad?
La muchacha hizo un mohín, simulando enfado.
—No soy tan joven. Además, me gustan los hombres maduros, tienen más experiencia —replicó, clavándole una mirada hambrienta—. Y tú, concretamente, pareces tener mucha en lo que a mí me interesa.
Severus dejó escapar una sonrisa.
“No puedes hacerte una idea”Tentado por el fuego que prometían esos labios, estuvo a punto de aceptar la sugerente oferta; pero su interés desapareció cuando vio que, detrás de su reciente amiga gerontofílica, la puerta del local se abría para dar paso a otra muchacha: su protegida. Sonrió. La melena castaña de la chica se agitó suelta sobre los hombros cuando bajó las escaleras de la discoteca embutida en unos apretadísimos pantalones negros y en una escotada camiseta.
“Bienvenida, Alice. Sabía que vendrías”. Unas cuantas miradas descaradas se clavaron en los atributos de la joven mientras caminaba hacia la parte más alejada de la barra, en busca de su habitual cerveza.
Sin embargo, la satisfacción de Severus se esfumó al ver aparecer, tras ella, a un chaval moreno. El
hombre apretó los labios. Podría haber sido un mendigo cualquiera, a juzgar por la desaliñada indumentaria que había elegido: vaqueros raídos y una camiseta descolorida; pero el radiante halo que rodeaba su menuda figura descubrió su condición.
“Fantástico. Ángel novato. ¿Para qué bajaran aquí si su cielo es tan maravilloso?”. Los ojos del muchacho recorrieron el local, presurosos, hasta que, finalmente, impactaron con los de Severus. El joven hizo una mueca de disgusto; también lo había reconocido.
—Bueno, ¿qué pasa? —dijo una voz femenina, devolviendo su atención a la barra. La chica rubia aún esperaba una respuesta—. ¿Quieres esa copa o no?
—No me importaría follar contigo, pero lo he pensado mejor y no quiero que me detengan por corrupción de menores. —Se levantó del taburete, a la caza de su nuevo compañero, e ignoró la voz de la desconcertada joven que, en un último intento, gritó a su espalada algo sobre que tenía más de dieciocho años.
Con su habitual parsimonia, atravesó la marea humana que mediaba entre el chico y él, y llegó al pie de las escaleras. Una mirada verde y penetrante lo recibió con desconfianza. El volumen de la música machacona le obligó a alzar la voz.
—Así que tú eres el nuevo. —dijo con desdén, pero el joven lo ignoró. Severus no tenía ninguna intención de comenzar una charla con el chaval, pero la falta de modales le repateaba en lo más profundo de las entrañas. Insistió—: Salta la vista que has sido bautizado (1), por lo que deduzco que tienes algún nombre. Ya sabes, esa palabra que te identifica y que los padres suelen poner a sus hijos cuando nacen.
Snape tuvo la certeza de que si las miradas hubieran podido matar, y si él hubiera podido morir de nuevo, habría caído fulminado al suelo en ese momento.
—Harry Potter —cedió el chico a regañadientes—. Me imagino que tú eres Severus Snape. Ya me habían advertido de que la estabas acechando. Ella no va a caer de nuevo en tus tretas, si eso es lo crees.
“Qué enternecedor…”—Pues más vale que seas bueno en lo tuyo, Potter. Llevo siguiéndola el tiempo suficiente como para saber que está condenada. Es débil y cobarde; no tienes nada que hacer con ella.
—Esta vez no lo hará. —Desvió su mirada hacia Alice. Se había acercado hasta una de las mesas, donde estaba sentado un grupo de jóvenes—. Está en rehabilitación y ha dejado a ese malnacido.
—¿En serio? Vaya novedad —replicó Severus, mordaz.
Con tan sólo veintiséis años, Alice había entrado y salido tantas veces de rehabilitación que resultaba difícil discernir si era adicta a las drogas o a su tratamiento. Había llegado a Londres siete años atrás, huyendo de su familia; una joven de diecinueve años repleta de sueños e ilusiones. Sin embargo, los sueños se habían apagado con la misma rapidez que la luz de una cerilla: un trabajo mal pagado y un piso cutre habían acabado con las primeras expectativas de juventud; mientras que la soledad y la frialdad de la capital londinense habían minado la esperanza de conocer a la gente adecuada.
Insatisfecha y decepcionada, la joven había sido una presa fácil para Severus. Se refugió en las drogas y en las salidas hasta altas horas de la madrugada para salir de su anodina vida y aliviar, en parte, la frustración que la consumía. La relación tormentosa con Frank, un compañero de trabajo manipulador y adicto al éxtasis, había hecho el resto. Ahora, de la chica que había llegado a la ciudad, sólo quedaban unos ojos azules como el mar, de mirada triste y vacía.
>>Y dime, Harry, lo de la ingenuidad y la estupidez, ¿es un requisito esencial para entrar en vuestro club angelical o es una lacra de los de vuestra especie? —preguntó, mientras observaba la mesa de Alice. Un nombre alto y gordo, con la cabeza afeitada y con una perilla rala colgando de la papada, se había sentado con ellos. Era Dan: un conocido traficante—. Porque está claro que la chica sólo necesita un empujón para recaer. No sería la primera vez.
“Está demasiado enganchada a ambas cosas: a Frank y a la coca”—Un empujón que, supongo, te encargarás de darle tú —le recriminó—. Yo también me pregunto cómo es posible que lo que hacéis no os remuerda la conciencia. —Señaló hacia la multitud que se congregaba en torno a ambos—. Tú también fuiste uno de ellos.
—Lo bueno de ser un ángel caído es que no me tengo que preocupar por ella. —Y, después de un breve silencio, añadió burlón—: Afortunadamente, porque era una cosa bastante molesta.
Harry gruñó algo entre dientes, pero el ruido de la música se tragó las palabras del muchacho. Snape se abstuvo de preguntar. Fuera lo que fuese lo que hubiese dicho, seguramente no sería un dechado de sabiduría y ya habían hablado demasiado. Se dio la vuelta para marcharse, pero antes de dar un paso, el joven lo cogió firmemente del brazo.
—Nada de juego sucio. Conoces las reglas: sólo puedes utilizar la influencia. No te está permitido intervenir directamente.
Severus se deshizo bruscamente del agarre.
—No necesito que me recuerdes cuál es mi trabajo ni la forma en la debo llevarlo a cabo. —La irritación supurando entre las sílabas—. Más te valdría concentrarte en tu cometido. Lo tienes complicado.
Y, sin darle opción a contestar, emigró de nuevo hacia la zona del bar, esperando no volver a encontrar a la insistente chica rubia. Harry, después de unos minutos, también se aposentó en una de las banquetas de la barra, manteniéndose a una distancia prudencial de Snape.
La noche transcurrió tal y como había previsto Severus. En la mesa de Alice, las cervezas pronto fueron sustituidas por copas y chupitos, mientras, por debajo del tablero, se daba lugar una circulación de dinero y bolsitas de plástico, que empezaba y terminaba en las manos de Dan. Por un momento, la chica pareció resistir al llamamiento del polvo blanco, a pesar de que sus amigos ya habían establecido una ruta constante entre la mesa y el baño. Severus llegó a temer que Harry, quien se molestaba en lazarle miradas reprobadoras desde la distancia, hubiera estado en lo cierto. Pero la aparición magistral de Frank a mitad de la noche, le facilitó considerablemente el trabajo.
Una bronca inflamada entre ambos jóvenes y unas lágrimas de Alice fueron el alimento suficiente para que las dudas, que tan cuidadosamente había introducido Severus en la cabeza de la chica durante la noche, hicieran su efecto.
La vio desaparecer con su camello tras la puerta negra de los baños y supo que había ganado. Se giró hacia Harry. El ángel seguía sentado en el mismo taburete; sin embargo, permanecía inmóvil, con la mirada perdida en la silla que hasta hacía unos minutos había ocupado Alice. Severus, triunfante, se acercó hasta él e, inclinándose sobre su oído, le susurró:
—Te lo advertí.
El muchacho salió de su ensimismamiento y, sin decir nada, se alejó de allí. El aura que lo rodeaba ya no parecía tan resplandeciente.
“Tal vez con la próxima rehabilitación tengas más suerte, mocoso”, pensó divertido.
El hedor a muerte golpeó la nariz de Severus incluso antes de atravesar la entrada del pequeño y destartalado apartamento. Conocía demasiado bien ese olor dulzón y nauseabundo: la putrefacción de la carne, la vida en descomposición.
“Ya está hecho”, pensó, mientras sus dedos se abrazaban al pomo de la vieja puerta. Las bisagras oxidadas chirriaron y, al cruzar el umbral, los tablones de madera se lamentaron bajo el peso de sus pies. Severus, desde el recibidor, observó impasible el desolador panorama: frente a él, un angosto pasillo reptaba hacia las entrañas de la casa, en una penumbra y quietud propias de una tumba; tan sólo una distante melodía, amortiguada por las cuarteadas paredes, perturbaba aquel silencio sepulcral.
“Muy acogedor, Alice. Encantador”. Y, tras lanzar una última mirada a su alrededor, se sumergió por el corredor en busca de su premio.
Llegó hasta el dormitorio principal, acompañado del ruido hueco de sus pasos, y se adentró en él con decisión. Las sombras dominaban todavía la estancia y sólo unos tímidos rayos de sol conseguían iluminarla a través de las cortinas que caían indolentes junto a la ventana; pálidos y frígidos, se arrastraban por las sabanas revueltas de la cama, tiñéndolas de un rosa mortecino.
“El amanecer llega y revela la lóbrega realidad que la noche enmascara”. En el alféizar, un anticuado gramófono arrancaba tristes notas a un disco de vinilo, cantando una oda al amor eterno e imperecedero. Una mueca de desprecio se dibujó en la cara de Severus, y se preguntó hasta cuándo seguirían permitiendo que semejantes autores lacrimógenos torturaran los oídos de la gente con su inagotable reserva de ñoñerías y palabras vacías.
“Teniendo este gusto musical, no me extraña nada lo que has hecho, Alice”. Su negra mirada recorrió apresuradamente la habitación hasta que, por fin, a su derecha, descubrió su objetivo: el cuarto baño.
Se acercó, y el estupor se dibujó en su rostro cuando se asomó a través de la puerta entornada. Desde luego, era lo último que esperaba encontrar. Junto a la bañera, un joven, con las manos y los pantalones vaqueros manchados de sangre, se abrazaba con desesperación al cuerpo de Alice, que yacía inmóvil sobre las baldosas del baño. ¿Qué demonios estaba haciendo ese jodido crio allí? ¿Estaba sollozando? Bufó. Como si no hubiera tenido suficiente con la encantadora charla en el bar.
Su voz grave resonó al empujar la puerta de golpe.
—Tú —espetó, reclamando la atención del muchacho. Los ojos verdes de Harry aparecieron bajo un flequillo negro y desordenado—. Ya te dije que era mía. ¿Se puede saber qué estás haciendo aquí?
El joven, obviando la pregunta, volvió de nuevo la vista hacia el rostro macilento de la chica que sostenía entre sus brazos y, con tono débil, contestó:
—Tenía sólo veintiséis años.
Las cejas de Severus se alzaron en un interrogante mudo. Desvió la mirada hacia la joven, deleitándose con la vista del frágil cuerpo desnudo, y se dijo que, sin duda, había sido una mujer muy bella… Lo cierto es que él tampoco esperaba que Alice terminara con todo tan pronto, había sido una sorpresa; pero, ¿qué más daría la edad que tuviera? La gente moría todos los días.
Con aire de afectada indiferencia, se apoyó en el quicio de la puerta.
—Ya. Veintiséis años muy bien cumplidos, por cierto.
Las angelicales facciones de Harry se deformaron en una mueca de contrariedad y espanto.
—Pero, ¡cómo puedes hablar así! —exclamó el chico escandalizado—. Está muerta y debería darte vergüenza…
Severus entornó los ojos, dejándose caer todavía más sobre el marco de la puerta. Otra vez el mismo rollo místico sobre la decencia, la humanidad… Lo había escuchado cientos de veces y le cansaba soberanamente.
>>….ni siquiera eres capaz de mostrar un poco de respeto o de escrúpulos.
“Qué pesadez”—No gasto de eso, ¿recuerdas? Maldad, oscuridad, ser un ángel caído… ¿te suena de algo? —Harry hizo un gesto desdeñoso para acallarlo, pero el hombre continuó, receloso—: De todas formas, no me has contestado y me sigo preguntando qué haces aquí. Tus amiguitos no suelen venir a regodearse en su fracaso.
—He venido porque estoy convencido de que ha habido un error —dijo con decisión—. Ella no estaba destinada a acabar en ese horrible lugar; no estaba destinada al infierno.
¡Será una broma!, pensó.
—¡Oh, por tu endiablado Dios! Eres más imbécil de lo que suponía —exclamó, al darse cuenta de que hablaba en serio. Severus señaló con desprecio la cuchilla que descansaba en una mesita auxiliar, junto a la bañera—. Se ha suicidado (2), ¿qué más necesitas saber? No hay que ser un lince, precisamente.
Harry dejó cuidadosamente el cuerpo de Alice en el suelo y se levantó enfadado, con los puños tensos y apretados contra sus costados.
—¿Qué culpa tenía ella? Estaba sola, siempre estuvo sola. ¡Joder, ha muerto sola!—le soltó—. Nadie tiene derecho a condenar un alma sólo por cometer los actos a los que la ha abocado la propia soledad y la tristeza. No cuando lo único que ha hecho ha sido intentar huir de ellas y del dolor que provocan.
Las palabras de Harry se clavaron en Severus como dardos envenenados, dejándolo paralizado. Inexplicablemente, la contestación había caído sobre él como una bofetada. Algo se removió en su interior y el olvidado recuerdo de una cabellera pelirroja acudió.
“Estás demasiado solo, Severus. ¿Por qué buscas recompensa donde sólo puedes obtener más tristeza?”. Las imágenes se amontonaban en su cabeza. Esa voz…
“Estás equivocando el camino. ¿Por qué sigues con ellos?, ¿por qué te refugias en el poder? Eso no va a cambiar nada”. Un dolor añejo le golpeó con fiereza; tan tangible que, por una vez, se lamentó de haber terminado en el infierno y de tener que soportar ese castigo.
—No soy yo quien las condena; es ese benévolo Dios tuyo el que las repudia —bramó, repentinamente cabreado.
“Tu maldito jefe no es tan simpático como lo pintan, te lo aseguro”.
La réplica que el joven tenía preparada murió en sus labios antes de salir, y un pesado silencio se instaló entre ellos. En la habitación contigua, la aguja del gramófono continuaba arañando su empalagosa canción.
“Debería haberlo estampado contra la pared”.
Severus aprovechó la tregua para recomponerse y para apartar de un manotazo los jodidos recuerdos que seguían revoloteando en su cabeza. El ceño de Harry se había arrugado en un gesto de frustración, como si estuviera esforzándose por encontrar una explicación o una contestación lo suficientemente buena. Permaneció mudo durante tanto rato que, por un instante, el hombre tuvo la esperanza de haber conseguido atajar el condenado parloteo de su némesis. Pero la esperanza duró poco porque, de pronto, Harry explotó:
—¡Pero no jugaste limpio! —Severus, todavía irritado, resopló ante la nueva avalancha de quejas—.
Estaba colocada de cocaína y estaba deprimida y tú…
“Todo bondad y buenos sentimientos. En cualquier momento voy a tener que ponerme a vomitar cual humano descompuesto”>>… vale que podías utilizar la influencia, pero…¡¡Llevaste a Frank!!
—Cállate y lárgate de una maldita vez, Potter —le interrumpió secamente, harto de tanta verborrea —. Es mía y punto. Asúmelo. —Se acercó a Harry, amenazante.
Repentinamente, una violenta tormenta de plumas blancas apareció ante los ojos de Severus, invadiendo el espacio de la estrecha habitación. Las albinas alas del joven ángel, ahora completamente desplegadas, brillaban resplandecientes incluso en aquel ambiente lóbrego y deprimente, como si miles de pequeñas bombillas se hubieran encendido. Sus ojos negros observaron el espectáculo, impertérritos, aunque tuvo que esforzarse por no dar un paso atrás, impresionado por el despliegue. Realmente, era una imagen imponente.
>>Vete —insistió.
Harry se agachó y, a modo de protección, arropó el cadáver con las enormes alas blancas.
—¿Me obligarás? —le retó.
Y la poca paciencia que Severus conservaba fue arrastrada por la indignación. Con una velocidad sobrenatural, Snape lo agarró violentamente por el cuello de la camisa y, alzando el menudo cuerpo en el aire, lo embistió brutalmente contra el lavabo. Las alas de Harry impactaron contra el estante del espejo y unos pequeños tarros de cristal se hicieron añicos en el suelo.
—Son las reglas —susurró peligrosamente el hombre. Sus caras sólo a unos centímetros de distancia—: Yo la gano, yo me la llevo. Todos las acatamos y tú, mocoso impertinente, no vas a ser la excepción.
La mano derecha le temblaba y, por primera vez desde que se convirtiera, el oscuro ángel tuvo el insólito impulso de golpear a otro ser; quería borrar de esa bonita cara todo rastro de determinación y desafío. Pero la ocasión se esfumó cuando la imagen corpórea de Harry se disolvió de pronto entre sus dedos.
“Ya estamos con la historia de que somos seres espirituales”, pensó con fastidio. Chasqueó brevemente la lengua.
“Lástima”.
—La próxima vez no te saldrás con la tuya —fue la furiosa contestación del joven, que se había vuelto a materializar a su espalda, en la otra punta del baño.
Severus, haciendo un esfuerzo por contener sus instintos, aspiró una profunda bocanada de aire antes de girarse hacia él.
“No puedes volver a matarlo, Severus”, se recordó, mientras se vestía de indiferencia y se recolocaba con lentitud la levita negra.
—Tal vez —replicó tranquilamente, y con una maliciosa sonrisa añadió—: Pero, por ahora, tú has perdido. Así que largo de aquí.
“Y llévate contigo tus ínfulas de héroe y salvador”Harry le devolvió una mirada helada. Batió fuertemente las alas y con una ligera brisa, desapareció.
“Cada nuevo que llega es peor que el anterior y más impertinente.”Severus sacudió la cabeza y, un poco más calmado, se concentró en examinar la escena. Todo parecía pintado en rojo y blanco. El agua de la bañera, teñida por la sangre, había salpicado el suelo al sacar el cuerpo y en la loza blanca y fría de la tina, todavía podían apreciarse las huellas del suicidio, discurriendo por las paredes en la forma de riachuelos encarnados. El cadáver de Alice permanecía inerte: solitario, empapado y envuelto en un charco rosáceo. Casi sintió lástima por ella.
“Nadie debería ser condenado por no poder soportar la soledad”, había dicho Harry. Un
inexplicable sentimiento de desazón lo invadió.
—Como si ese niñato supiera lo que es eso —rezongó por lo bajo, mientras se agachaba junto a la chica muerta, intentando desterrar el extraño sentimiento de pérdida que se había alojado en su estómago.
Observó detenidamente las líneas sanguinolentas que surcaban la piel del antebrazo y, tras unos segundos, se sorprendió apartando con cuidado los mechones mojados que se empeñaban en pegarse a las juveniles facciones. Del maquillaje de la noche pasada, apenas quedaba nada; sólo unos restos de rímel, ahora convertidos en dos ríos negros y secos que nacían bajo unos ojos azules.
“Lloraste mientras lo hacías”, concluyó. Y en un impulso, borró con su mano el trayecto oscuro que las lágrimas de la muchacha habían trazado.
“Nunca más volverás a reír, Alice; pero te aseguro que tampoco volverás a llorar.” —Al menos, yo dejé de hacerlo —musitó, con la voz extraviada en sus recuerdos.
Pero súbitamente, en un instante de lucidez, retiró su mano de la gélida piel de Alice y se levantó.
“¿Qué demonios te crees que estás haciendo?”, se recriminó, horrorizado, mientras sus piernas se encargaban de poner distancia con el cuerpo de la fallecida. Instintivamente, frotó su mano contra la suave tela de su pantalón, con el deseo de borrar así toda huella de su acto.
Miró de nuevo hacia la chica, con recelo, y bufó sonoramente maldiciendo a Harry, a sus pseudo-lecciones de moral y a sí mismo por su propia debilidad.
“No, si ahora resultará que soy una hermanita de la caridad”. En realidad, pensaba a menudo que para ser un ángel caído, no es que fuera muy demoniaco. Al contrario que sus compañeros, apenas disfrutaba de las muertes violentas o de las orgías de sangre y vísceras. Él simplemente estaba vacío por dentro, como un campo yermo: sin emoción, sin sensación. Sólo dolor. Ese era su castigo y su infierno.
De pronto, la urgencia de acabar con todo ese desagradable asunto empezó a ser acuciante. Pensó que ya valía de memeces por un día, y se apresuró en extender sus alas sobre el cadáver para cobrarse su recompensa; oscuras como una cerrada noche de invierno, se abalanzaron sobre él cubriéndolo con el color del infierno: negro carbón. Tan sólo un instante después, Severus se esfumó del apartamento, dejando tras de sí la cáscara vacía de Alice y, en el dormitorio de al lado, las últimas notas de una canción.
Notas finales:
(1) Se refiere a personas que les atraen las personas ancianas o muy mayores.
(2) Si no hubiera sido bautizado, no podría haber ido al cielo, ergo, no podría ser un ángel.
(3) Como información adicional: suicidarse es considerado por algunas religiones, básicamente las monoteístas, como un asesinato. Es por ello que, en base a esas doctrinas, los suicidas estarían condenados al infierno, puesto que habrían renunciado a la salvación de Dios.