Título: Ciudad de tinieblas
Autora: Naeh
Resumen:Un solo error puede cambiar el destino de una persona para siempre.
Clasificición: R
Disclaimer: Todo lo que reconozcáis es de Rowling, el resto mío.
3. Castillos de aire
Como era habitual en su rutina se levantó temprano, tomó un largo baño y se vistió con sus túnicas oscuras.
Una vez en la cocina se preparó un café cargado, con tres cucharadas de azúcar. Adoraba esa bebida más que ninguna otra, y sin embargo muy pocos conocían como le gustaba tomarlo. Maldiciendo entre dientes la elevada temperatura que quemó su lengua se dispuso como cada día a trabajar unas horas en el invernadero.
Adoraba pasar las horas sumergido en aquel lugar, tratar en primera mano los distintos ingredientes que utilizaba para sus pociones. Nunca pensó que esa parte del procedimiento llegaría a recompensarle con tal tranquilidad.
El jardín también estaba lleno de distintas plantas y pequeñas zonas de tierra tratada por todas partes, aquí y allá, perfectamente divididos en un orden que respondía a un perfecto esquema mental. Algunos a la eterna sombra de unos árboles, otros al constante sol, otros sobre los que siempre había agua cayendo, y otros simplemente inclasificables para ojos inexpertos.
Alzó sus ojos hacia la casona que se erguía ante él. Era un lugar hermoso, y había aprendido a llamarlo hogar a pesar de las circunstancias. La piedra le daba majestuosidad, pero sin lugar a dudas, y a pesar de los magníficos jardines, lo que era inmejorable era el interior.
La planta baja era sencillamente acogedora, un salón con chimenea, una terraza cubierta, una amplia cocina y un par de cuartos más con sus respectivos baños. Severus todavía recordaba el comentario ácido surgido de su boca en cuanto lo había visto por primera vez, aunque todos los sarcasmos se le habían acabado al contemplar lo que sería su laboratorio.
El sótano contenía miles de frascos que escondían los más variopintos y exquisitos ingredientes; las paredes del mismo estaban escondidas tras demasiadas estanterías, las cuales parecían mantener el peso de lo que podría haber sido la sección prohibida y la biblioteca entera de Hogwarts; además en todas partes calderos en ebullición y todos los utensilios deseados por cualquier experto en pociones.
Pero quizás, lo que siempre había negado, a pesar de no ser cierto, era lo mucho que le gustaba el piso de arriba, más exactamente su habitación. Era sencillamente impresionante, y su apego por ella estaba más unido a lo que ahora provocaba una extraña sensación de soledad, que a los muebles o al asombroso balcón.
Él se había encargado de dejarlo todo perfecto antes de marcharse.
Con un gesto de disgusto sacó todos esos pensamientos de su cabeza y se centró en la tarea que tenía entre manos. Debía mandar aquella remesa de pociones antes de que terminara la semana, y perderse en el pasado no le ayudaría a centrarse en el resto de sus investigaciones.
Fue una sensación extraña, como una especie de temblor en el aire, al principio no quiso darle importancia, pero una segunda vibración le puso en alerta.
Antes siquiera de ser consciente tenía su varita desenfundada y avanzaba sigilosamente bordeando la casa. En más de dos años que llevaba allí jamás nadie había conseguido cruzar aquellas barreras. Él mismo era consciente de ese hecho, pues hacía ese mismo tiempo que él no podía salir del lugar.
Conocía mejor que nadie los terrenos, así que usando a su favor eso, avanzó hasta poder estudiar al intruso sin que este se diera cuenta de su presencia.
Por su constitución supo perfectamente que se trataba de un hombre, algo delgado y no muy alto. No parecía tener prisa en lo que estaba haciendo, y por ello le dejó acercarse a la casa. Se sorprendió al comprobar que el extraño, al que seguía sin poder ver el rostro, tocase a la puerta como si fuera lo más natural en aquel caso.
Sin querer mostrarse confuso, y recordando que la sorpresa a su favor siempre le había sacado de graves apuros decidió que sería él quien pusiera la balanza de su lado.
No tardó ni dos minutos en enterrarle la varita en el cuello. Pero no estaba preparado para descubrir la identidad de su visitante.
Escuchar su voz tras tanto tiempo fue más de lo que había esperado aguantar cuando se levantó aquella mañana. Con una mirada airada tras su momento de visible debilidad se dio la vuelta y entró en la casa.
Necesitaba café, no, mejor dicho, necesitaba una buena poción contra las alucinaciones. Pero cuando la puerta que acaba de atravesar se cerró al entrar Harry supo que tendría que ser café para dos.
Quizás tampoco era demasiado temprano para un buen whisky de fuego.
Un incómodo silencio se impuso en el salón mientras invocaba un par de vasos. Se alejó hacia la licorera de al lado de la pared opuesta mientras sentía la mirada de Harry en su espalda.
Maniobraba por el lugar con aparente decisión, como si realmente supiese que estaba haciendo. ¿Qué era mejor? girarse enfurecido o simplemente hacer como si fuera la cosa más normal del mundo que él volviera a aquel lugar.
Con su mejor máscara de indiferencia enfrentó su mirada. Una ceja alzada el único signo de interrogación que se permitiría.
-Necesito un favor- tres simples palabras que removieron su ser en una extraña mezcla de decepción e ira. ¿Tanto tiempo y solo regresaba porque necesitaba algo?
- Dime un buen motivo por el cual yo quisiera hacer algo por ti.
El silencio volvió al salón todavía más contundente que antes. Harry se levantó, se pasó la mano por el pelo en un gesto de sobra conocido para él y dejó escapar algo que sorprendió a ambos.
-Que todavía me amas.
Severus bufó con incredulidad ante la calmada frase, que aparentemente arreglaba todo para el otro hombre. Tenía a flor de piel una de las respuestas más venenosas posibles cuando Harry volvió a hablar.
-no lo niegues- clavó sus ojos en los suyos, y el aire abrasaba entre ambos- sé que todavía lo sientes, al igual que yo lo siento. Tan palpable como antes, nuestras magias se reconocen- se silenció un segundo y agregó en voz todavía más baja- sin marcha atrás, para siempre ¿recuerdas?
-¿en verdad eso importa, Harry?- su nombre en su boca, en ese momento, arrastrado y casi con decepción no se sintió como debería- dejó de importar el día que me encerraste aquí.
-cuando te puse a salvo aquí, Severus, cuando te puse a salvo- terminó con un susurro.
Se mantuvieron la mirada, uno con desafío y el otro con cansancio. Dejando pasar el tiempo entre ellos de nuevo.
-¿qué necesitas?
- una poción
- la haré- dudó un segundo antes de continuar- a cambio de mi libertad.
Harry le miró dolido, su mandíbula se apretó, y sus ojos cayeron al final hacia el suelo, completa y absolutamente derrotado.
-ni siquiera has preguntado en qué consiste.
- sea lo que sea, lo vale.
El moreno dejó un pergamino en la mesa con una última mirada cargada de demasiadas cosas, luego desapareció pasillo adelante hacia la habitación de invitados.
Siete días para la luna llena
Había olvidado lo que era tener a alguien más en la casa. Cada pequeño ruido, por insignificante que fuera ahora le sorprendía y lo ponía en alerta. Hacía dos días que no veía a Harry, desde ese último rostro desencajado por las emociones. El chico simplemente lo evitaba allá donde fuera.
No sabía cómo sentirse respecto a eso.
Pese a todo, Harry tenía razón.
Le amaba, le amaba tanto que moriría por él, pero a veces le odiaba lo suficiente como para matarle con sus propias manos. No sabía en qué punto exacto se encontraba en ese mismo momento.
Seis días para la luna llena
Le despertaron unos golpes en la planta baja. Pronto cesaron, pero estaba seguro que los había escuchado al igual que escuchaba ahora mismo sus propios pasos sobre el piso de madera.
Como cada mañana se dirigió al laboratorio para ponerse con aquella extraña poción que el chico le entregara. De camino se detuvo en la cocina para recoger su café matutino, esperaba que le ayudara a despejarse, es cierto que no solía dormir mucho, pero desde la llegada de Harry se encontraba incapaz de cerrar los ojos y dejarse llevar por Morfeo. Había demasiadas cosas en su cabeza, cosas del pasado, del presente, y del futuro.
Un escalofrío recorrió su espalda cuando vio su tazón preparado sobre la mesa, lo tomó entre sus manos y lo observó detenidamente antes de llevarlo a los labios. Cerró los ojos al comprobar que estaba perfecto.
Desapareció el resto del día, sin siquiera preocuparse por los ruidos de la mañana.
Cinco días para la luna llena
Esa fue la primera mañana que se encontró al chico. Se lo cruzó mientras este se iba hacia el exterior. Sabiéndose a salvo de otras miradas le estudió con calma. Estaba cambiado, más adulto. Había perdido aquellos rasgos aniñados que le habían acompañado hasta demasiado tarde. Ahora era un hombre de 26 años con demasiada historia a su espalda, una mucho más ancha que antaño. Se reprendió cuando su mente se disponía a bajar hacia zonas menos seguras. De nuevo se encerró en aquel laboratorio sin salir. Pero tampoco tuvo que prepararse el café ese día.
Cuatro días para la luna llena
Estaba harto, aquella extraña mezcla le desconcertaba. Nunca en toda su carrera, que era mucha, se había encontrado con una poción semejante. Su curiosidad cada vez era más, y se comenzaba a arrepentir de no haberle preguntado cuando tuvo oportunidad. Escrito en aquel papel, con aquella pobre letra de siempre, había una serie de instrucciones muy precisas. Remover en el momento justo, subir fuego, bajarlo de nuevo, ingredientes picados, rayados, machados y casi tantas variedades como posibilidades. Entendía porque el Harry había ido a buscarle, no muchos podrían hacer aquello.
Y ese entendimiento le dolía todavía más.
Tres días para la luna llena
El chico, se negaba a llamarlo hombre, estaba hecho un asco. Le observó un rato a través de la ventana antes de darse cuenta que su mirada seguía sus movimientos completamente embelesado. Estaba como perturbado, su aspecto reflejaba una angustia que no creía recordar en los días previos.
Cuando al día siguiente de ocupar su casa le preguntó cuánto tardaría en terminar su poción, y le contestó que algo así le llevaría por lo menos diez días, sus ojos reflejaron esa misma sensación que ahora arrastraba por todo el lugar.
Se estaba empezando a poner nervioso, algo estaba ocurriendo, algo que tenía que ver con Harry, y de lo que él no estaba enterado.
Que en todo ese tiempo no hiciera siquiera el intento de hablar con sus amigos era un indicativo de que se trataba de algo gordo sin lugar a dudas.
Dos días para la luna llena
Esa mañana soñó con el pasado. Cuando abrió los ojos aún podía sentir el tacto caliente de la piel del chico. Cerró los ojos con fuerza, mientras se removía sobre la cama con frustración. Jamás podría olvidar lo pronto que se acostumbró a su presencia, y lo mucho que le dolió su ausencia.
Con la imagen de Harry todavía en su mente se acercó a la ventana para dejar que algún incauto rayo de sol bañara su rostro. Y entonces le vio, allí, en una esquina apartada al lado de un gran árbol. Contemplaba algo en la lejanía con mirada perdida. Dejó que sus ojos le recorriesen antes de bajar y dirigirse hacia él.
No sabía que le había empujado a ir en su búsqueda, pero cuando fingió no ver sus ojos conteniendo lágrimas que se esforzaban por salir, decidió que por una vez podía ser generoso y quedarse allí.
Nunca el silencio les había reconfortado tanto como ahora.
Un día para la luna llena
Estaba ante la puerta, la miraba fijamente como si pudiera atravesarla y averiguar qué ocurría detrás. Desde la llegada del moreno, este pasaba muchas horas allí metido, y podía sentir perfectamente toda la magia extra que allí se contenía. Magia que no era necesaria en ningún punto del lugar, ya que nadie podría atravesar todas las protecciones que el mismo moreno había impuesto tiempo atrás.
¿Qué demonios ocurría en aquella habitación? Su interés por saber se hacía cada vez más insistente. Llevaba todo el día decidiendo si lo que iba a hacer era inteligente o no, pero ya estaba cansado de quedarse con las dudas.
Tocó un par de veces de manera suave. Nadie contestó.
Tocó un par de veces más fuertes. Pero no parecía que hubiera nadie.
Escaldado ya de tanto misterio llevó la mano al pomo que cedió sin mayores problemas ante su sorpresa.
Tal vez, habría sido mejor no haber entrado.
Archivo rápidamente toda la información que sus ojos pudieron registrar en ese tiempo. Las cadenas a las paredes, los barrotes a modo de celda, el lugar completamente desordenado y un Harry mirándole fijamente con expresión cada vez más llena de pánico.
-¿cómo has entrado?- la fragilidad con que fue dicho rivalizó con la indignación por semejante entrada.
- Estaba abierto, Potter- el apellido se le escapó como acto reflejo de los viejos tiempos.
-Imposible, estaba sellada- ahora había seguridad en su voz, una que tomaba terrenos rápidamente.
-¿imposible?- No sabía si hacerle notar que eso era tremendamente incierto, ya que él se encontraba en la habitación, o reconducirle al verdadero tema importante allí- supongo que tú mismo lo dijiste el día que llegaste, nuestras magias no se afectan del mismo modo. No puedes restringirme o negarme dentro de nuestra propia casa, el enlace es más fuerte que eso.
No dejó de notar que se refirió a la casa como nuestra, y tampoco que Harry también se dio cuenta.
Caminó hacia la esquina de la habitación donde todo estaba siendo arreglado, había decenas de hechizos de contención, de silencio y bastantes más que ni le interesaban reconocer.
Se dio la vuelta y contempló al muchacho, se giró de nuevo y contempló aquella jaula. Pasar toda su adolescencia conviviendo con Remus Lupin le daba ciertas ideas poco alentadoras
-¿vas a meter un hombre lobo aquí?- ahora había un peligro en su tono, que antes no estaba ahí
Harry pareció sorprendido un segundo ante esa pregunta, como si le descolocara.
-¿todavía no lo entiendes?
Frunció el ceño un segundo, su mente intentando retrasar algo que su alma ya le estaba diciendo. Se acercó despacio hacia Harry y le miró detenidamente durante lo que parecieron horas.
Entonces sus ojos empezaron a recorrer su rostro, luego su cuello y luego sus brazos desnudos. Alzó las manos y lentamente comenzó a desabrochar la camisa que el más joven llevaba, cuando esta cayó al suelo siguió observando cada vieja cicatriz buscando la nueva que sabía encontraría. Harry contuvo el aliento cuando llegó a los pantalones. Y estos se deslizaron por sus piernas mostrando aquello que había estado buscando.
Una marca en el muslo derecho le dijo todo lo que necesitaba. El moreno apenas pudo sentir los dedos del otro rozarle allí donde la herida jamás desaparecería antes de que su antiguo profesor desapareciera del cuarto como alma que lleva el diablo.
Se quedó allí, de pie, sintiendo el frío calar su cuerpo apenas sin ropa, y sintiéndose aun más desgraciado de lo que nunca se habría imaginado.
Últimas horas de sol antes de la luna llena
El moreno apenas pudo dormir esa noche. Todos esos días estaban acabando con los pocos nervios que aún le quedaban intactos. Pese a poder tener a Severus cerca sentía que un muro todavía más grande que en el pasado se cernía entre los dos. Y le dolía, demonios, dolía casi más que cualquier otra cosa en su vida. Y había tenido que soportar mucho en todos esos años.
Comprobó por última vez todas las protecciones de la habitación y se encaminó con pauso resignado al exterior. Quería sentir el sol antes de que este desapareciera del firmamento. Quería espantar el miedo que en ese momento se apoderaba de su cuerpo.
Habían pasado algunos meses desde que se produjera la primera transformación, y aún hoy, sentía que no podría soportarlo. Que quizás esa sería la última noche que tendría que sufrir.
Cuando salió a los jardines se sorprendió al encontrar a Severus en su rincón, parecía que llevaba allí horas sin siquiera moverse. Ni siquiera dio señales de sentirle llegar. Se estaba dando la vuelta para no perturbarle cuando una pregunta le sorprendió.
-¿Por qué no me lo dijiste?
No supo que contestar a eso
-podría haberte preparado la matalobos.
Y ambos sabían, tras años de observar a Remus, que eso lo hacía más fácil.
-Yo…- no sabía muy bien que decir- no necesito algo que lo haga más llevadero Severus, necesito algo que me cure.
-no existe cura, deberías saberlo.
El más joven le dirigió una mirada indescifrable que decía mil cosas a la vez, pero que todavía guardaba aquella mueca de “se algo que tú no sabes” de la que tanto le gustaba presumir en el pasado.
-Harry, no existe cura ¿verdad?
-Eso es lo que estoy intentando averiguar.
Y la poción que en aquel mismo momento guardaba reposo en el laboratorio tomó un nuevo sentido para Severus Snape.
-¿de dónde..?- pero una mano alzada del otro le interrumpió.
-ahora no, por favor- Harry le dirigió una mirada de súplica- simplemente hoy no.
Y el mayor comprendió todo lo que implicaba ese “hoy no”.
Una luna llena que en pocas horas brillaría en el cielo, y causaría un gran daño en la tierra.
No volvieron a hablar, se quedaron en silencio, intentando asimilar todo lo que había cambiado en tan poco tiempo.
Luna llena
Severus nunca olvidará los gritos que salieron del otro lado de la puerta. Los golpes, los gruñidos y jadeos desesperados por mantener la humanidad. Años más tarde aún se despertaría empapado en sudor sabiendo que no pudo hacer nada, que se quedó allí fuera sin moverse, auto castigándose por no haberle cuidado como una vez prometiera.
Cuando llegó el amanecer y atravesó aquel umbral el cuerpo desmanejado de Harry le esperaba en un rincón.
Con infinito cuidado lo tomó entre sus brazos, y veló su sueño mientras maldecía al destino que una y otra vez se empeñaba en golpear al muchacho.
continuará...