La pequeña Amelie tiene miedo a las tormentas ¿podrán Severus y Harry calmar a su hija?
P.D.: Un pequeño relato que tenía en mente desde hace años y que, al fin, me puse a escribir.
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La tormenta sonaba fuerte y con estruendosos vientos que chocaba contra la ventana con rosales, del tercer piso de una bellísima mansión. La cual correspondía a la recamara de la hermosa niña que tenía el matrimonio Snape, dueños de la estancia. Su nombre era Amelie, su cabello lacio, largo y negro reposaba sobre la almohada; su piel lisa, suave y de color crema era tapada por un precioso camisón violeta y las mantas de color lila; su nariz, pequeña y fina, se asomaba por ellas. Sus ojos, generalmente relucientes y vivarachos de un color verde oscuro, observaban asustados alternativamente la puerta y la ventana. A la espera de que sus padres regresaran de la fiesta de promoción de su papa Harry, para acostarse con ellos y ya no tener más miedo. O que le contaran una historia que alejase el miedo, ambos eran buenas opciones para ella. Para su fortuna, no tardaron mucho más, ya que la puerta de su cuarto fue abierta por el rostro cansado pero tranquilo de su papa.
⸺Amelie, tesoro ¿te gustaría un cuento para pasar la noche?
⸺Si, por favor.
Severus se adelanto hacia la lampara de noche, mientras Harry tomaba uno de los libros de la estantería de su hija. Ambos hombres se sentaron a cada lado de la niña mientras ella se destapaba para verlos bien. Su papa había escogió su cuento favorito, lo que le saco una sonrisa enorme, ya no tendría miedo. Severus la miro con infinito amor, al tiempo que la arropaba y besaba su frente. Amelie soltó unas carcajadas que derritieron a sus padres, a la niña le gustaba cuando papa Severus la mimaba. Era la pequeña de cinco hermanos, por lo que siempre era a la que más consentían.
Harry empezó a leer, mientras su esposo aportaba los ruidos ambientales para sumergir a la niña en la historia y alejara sus pensamientos de la tormenta fuera de su cuarto.
“Había una vez, en un pueblito cercano a un bosque, un joven que amaba la fiesta de Halloween. Tanto era así, que confeccionaba sus propios atuendos, mesclando diversas criaturas mitológicas para ser el que recibiera más dulces. Pero un día, en el pueblo llego una extraña mujer que a todos asustaba con su aspecto desaliñado y carácter frio. El joven recibió consejos de no acercarse a la bruja, pero sin creer en las habladurías decidió tocar el timbre de su casa ese Halloween. La mujer lo atendió amable, a pesar de todo, pero el desafortunado joven cometió un error y la bruja, en su orgullo y humillación, lo embrujo: su disfraz seria su piel hasta que consiga un beso de amor verdadero.
El pobre muchacho intento quitarse su disfraz, pero jamás lo logro, asustado y avergonzado, huyo de casa internándose en el bosque. Pasaron muchos Halloween después de aquello, pero ya no había alegría en el joven monstruo, solo una tristeza que no parecía tener fin.
Sin embargo, el destino le quiso ayudar. Un mercader llego una noche de Halloween al pueblo, serio y de porte osco no consiguió vender mucho. Aun así, paso de puerta en puerta para que la gente viera sus productos. Al llegar hasta la casa de la bruja, fue excepcionalmente gentil, pues ya había tratado con una de estas mujeres y sabia lo orgullosas de sus poderes estaban. Al dejar la casa, noto que la gente lo miraba asombrado y, fue entonces, que escuchó sobre el joven monstruo. Con gran curiosidad, pues era algo que no podía evitar, fue al bosque al encuentro de esa criatura.
Camino largo rato, hasta encontrar un caminito de velas, algunas sobre el suelo y otras colgando de ramas de árboles sin hojas. Y en el claro donde acababa el camino, se encontró una camita sobre la que descansaba un muchacho que le robo el aliento. Con cuidado se fue acercando, hasta quedar enfrente. Lo llamo y, en cuanto sus ojos se abrieron, ambos quedaron hipnotizados por los ojos contrarios. Estuvieron toda la noche charlando y contando historias; y, justo antes del amanecer, se dieron un beso.
Un beso que rompió el hechizo de la bruja y los dejo felices. El joven fue a disculparse con la mujer, quien a su vez pidió perdón. Entonces el joven y el mercader se casaron y vivieron felices para siempre”
Con el paso del cuento, los ojos de la hermosa niña se fueron cerrando, adentrándose en el mundo de los sueños. Al terminar, sus padres la besaron y salieron con cuidado de la habitación; la pequeña Amelie ya pudiendo dormir tranquila por lo que restaba de la noche.
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⸺Y… ¿comieron perdices?
Severus se acostó junto a su esposo, ambos ya en pijama, mirándolo divertido.
⸺Amor, a ti no te gustan las perdices.
Harry soltó una alegre risita, que contagio al director de Howarts.
⸺Bueno, pero así van los cuentos, ¿no?
⸺Supongo.
Y, con un dulce beso, se dispusieron a dormir.
FIN