Cuento de Navidad por
DanversResumen:
Adaptación del Cuento de Navidad de Charles Dickens.
Respuesta al reto de Navidad de la Mazmorra del Snarry.
Categorías:
Harry Potter Personajes: Harry Potter, Severus Snape
Géneros: Romance, Sobrenatural
Advertencias: AU=Universos Alternos
Desafíos:
Regalos Navideños en La MazmorraDesafíos:
Regalos Navideños en La MazmorraSeries: Ninguno
Capítulos: 2 Completo: Sí Palabras: 8945 Lecturas: 1094 Publicado: 25/12/08 Actualizado: 28/12/08
Notas de la historia:
Feliz Navidad a
tod@s.
He intentado aportar algo nuevo a esta historia, aunque será difícil por las muchas versiones que tiene, pero es que Snape es taaaaan Scrooge...
Espero que paseis al menos un buen rato leyéndola...
Disclaimer: Los personajes de Rowling, el argumento de Charles Dickens, vamos que yo apenas pongo nada... XD
Beta: My lovely tomato... Como siempre, Nagaira. XP
1. Capítulo 1 por Danvers
2. Capítulo 2 por DanversCapítulo 1 por Danvers
Dumbledore había muerto, para empezar.
¿Lo sabía Snape? Por supuesto que sí ¿Cómo podía ser de otra manera? Dumbledore había sido su socio en la tienda de pociones. Había puesto el dinero y el entusiasmo, mientras que Snape había puesto el trabajo y había hecho del negocio su vida.
El pocionista nunca borró el nombre del viejo director. Allí seguía siete años después de su muerte, encima de la puerta de la tienda: Snape & Dumbledore.
Mientras recordaba a su estimado amigo, el único que tuvo, escuchó el timbre de la puerta. Como estaba en el helado sótano, triturando ingredientes para pociones, tuvo que subir las escaleras, mientras se quejaba a cada escalón.
Cuando abrió la puerta, se encontró con un apuesto joven de penetrante mirada verde y con una cicatriz en forma de rayo cruzando su frente.
-Buenos días, Snape.
-Potter -escupió, como si realmente le diera asco pronunciar ese nombre-. Un día antes. Como si no tuviera más cosas que hacer que preparar la poción matalobos para el engendro de tu...
-Está bien. Me voy -le cortó, desanimado y sin fuerzas ya para contestar al huraño de Severus Snape-. Mañana regresaré.
-¡No tan rápido! Aquí la tengo... algunos sabemos hacer nuestro trabajo. Llévatela hoy, y ahórrame tener que soportar tu presencia dos días seguidos. A saber por qué habrás venido un día antes, sin tener en cuenta el trabajo que...
-Mañana es Navidad -contestó cansadamente, como si esa respuesta fuera a apaciguar el genio del hombre.
Pero si había algo que Snape no soportaba, era la Navidad. De hecho habían muchas cosas que el consumido señor Snape no apreciaba, pero se podría decir que la Navidad ocupaba el primer lugar de su lista negra.
En esas fechas había muerto el Señor Tenebroso, hacía ya quince años. No es que lamentara la muerte de semejante personaje, que había traído tantas desgracias a su vida. Pero ese día ocurrió algo que encaminó su vida hacia el lúgubre pantano de soledad en el que se estaba ahogando.
En Navidad falleció también Dumbledore, como si hubiese esperado a asistir a un último aniversario antes de dejar este mundo. Hombre de fiestas, ese Albus. Casi un padre, el mejor amigo. El único.
El único que había conseguido que saliera de la soledad a la que él mismo se había condenado. Con el único que se había permitido ser amigable y cordial, o al menos con el que no se había esforzado en ser hosco y huraño.
Pero ese tiempo había pasado, Dumbledore había muerto, y delante de él tenía a la persona con la que más antipatía trataba, esperando una respuesta.
-Paparruchas. Eso es la Navidad. Pero ya que el resto del mundo se digna a celebrarla, lo menos que podría haber hecho el licántropo era venir él mismo a recoger su remedio y alegrarme tan "señalada" fecha sin tener que soportar tu presencia.
-Creía que tampoco te alegrabas de ver a Remus -murmuró Harry con pesadumbre en la voz.
-Cualquiera es mejor que tú -señaló con toda la rabia que sentía, que era mucha.
Le dolía la visión de ese hombre. Su sola presencia le recordaba que algún día había tenido algo parecido a una vida, y que se había permitido tener esperanza en el futuro. Y creer en la existencia de la felicidad...
Ahora que ya no tenía expectativas de que el futuro le trajera ninguna emoción positiva, se ocupaba de hacerle el mismo daño que el hombre le hacía a él simplemente por existir. Y por obligarle a soportar su presencia, mes a mes.
Como siempre, Harry digería como podía el mal trato recibido, preguntándose una vez más por qué seguía malgastando sus afectos en una persona que nunca correspondería sus sentimientos, porque carecía de ellos.
El tenso momento se alargó incómodamente sin que ninguno de los dos supiera ponerle fin, Harry por temor a que su voz delatara lo mucho que sufría, y Snape por no encontrar algo más punzante que superara lo que acababa de decir.
El siguiente en hablar fue el elegante hombre rubio que entró en la tienda, exclamando-: ¡Feliz Navidad, padrino!
-¡Paparruchas! -gritó Snape molesto porque hubiera interrumpido su pasatiempo favorito; ofender a Potter.
-¿Paparruchas la Navidad, padrino? -preguntó su ahijado, que no se había percatado aún de la presencia de una tercera persona en la tienda.
-Feliz Navidad,Malfoy-contestó Harry educadamente.
-¡Potter! Espero que no hayas venido en calidad de auror -comentó jocosamente Draco, repitiendo una broma que se había convertido ya casi en un saludo entre ellos.
-La acritud no es un delito -dijo mirando fijamente al oscuro hombre que le observaba con el ceño fruncido-, todavía -añadió, dejando unas monedas sobre el mostrador.
-Que tengas unas felices fiestas, Malfoy - declaró cordialmente, dejando claro que sus felicitaciones se limitaban al rubio.
-No más que las tuyas, Potter -contestó afablemente, como si quisiera compensar el mal trato que recibía siempre en ese establecimiento.
Cuando la puerta se cerró, sin ninguna suavidad, el joven empezó a regañar a su padrino, compadeciéndose del auror.
-No sé cómo Potter aún se atreve a pisar esta tienda. Lleva años soportando tus puyas, y no pierde la esperanza...
-Nadie le obliga a venir. Podría hacerlo el licántropo, o mejor, podría enviar la poción y ahorrarme visitas indeseadas -espetó, exponiendo lo que había propuesto numerosas veces, sabiendo el daño que provocaba en Potter y disfrutando del gesto de dolor que se reflejaba en su rostro-. Y no sé qué esperanza puede tener viniendo a mi botica.
-Para ti cualquier visita es indeseada, padrino. Y no te hagas el desentendido, sabes perfectamente lo que siente Potter por ti.
-No, no sé nada -se apresuró a constatar, ofendido-. El mocoso insolente me odia, eso es lo que siente por mí.
-Ni es un mocoso ya, ni te ha odiado nunca. Debería, Merlín sabrá por qué no lo hace, pero te aseguro que odio es lo último que siente por ti. Te sigue mirando con aquellos ojos de tierna esperanza con que te miraba en los años de la guerra.
-¡No! -negó Snape, como si con eso pudiera alejar cualquier sentimiento positivo.
-Engáñate si quieres, pero a mí no puedes negármelo. Yo estaba allí, en la batalla. ¿Recuerdas, padrino? Vi a quién buscó en medio del caos, cuando todo acabó. Cómo se arrodilló gritando cuando te vio desplomado en el suelo. Cómo te rogaba que luchases por tu vida. Cómo te besó...
-¡Basta! ¡Fuera! ¡Fuera, fuera, fuera! -gritó exaltado, empujando a su ahijado hasta la puerta, y echándole por ella.
Aún no había recuperado el aliento, cuando la puerta se abrió de nuevo, y una cabeza rubia se asomó apenas por ella.
-Padrino, yo había venido a invitarte a nuestra comida de Navidad...
-¡FUERA! - vociferó Snape.
*********
Más tarde aquel mismo día, Snape cerró la tienda y se dirigió a su vivienda, en el callejón Knorturn. Calle oscura y tenebrosa, a juego con su carácter.
Al llegar a su puerta, ocurrió un fenómeno extraño. Si hubiera sido Halloween, hubiera pensado que estaba siendo víctima de un truco, si es que alguien se hubiera atrevido nunca a gastarle una broma al arisco Severus Snape.
Pero ni estaban en octubre ni existía alguien tan osado como para despertar la furia del amargado boticario.
¿Qué magia extraña había transfigurado entonces el llamador de su puerta en el rostro de Albus Dumbledore?
Aunque no, una nueva mirada le confirmó que su aldaba volvía a ser de sencillo hierro gris. Habría dudado de su cordura, si hubiera tenido algo parecido a la imaginación.
Decidido a olvidar el episodio, como solía hacer con las cosas no prácticas que lo perturbaban, se retiró a sus aposentos (sin cenar siquiera antes), y se refugió al lado del fuego, huyendo a duras penas de la frialdad de aquella casa.
No pudo relajarse mucho, de ese modo, porque en su afán por calentarse se había acercado demasiado a las brasas, y volvió a ver en ellas el arrugado rostro de Dumbledore.
-¡Paparruchas!
En ese momento, como respuesta a su grito, empezaron a sonar todas las campanas de la casa. Tanto se asustó, que no llegó a recordar que no tenía ni una sola campana en toda la casa.
Alerta como estaba, fue capaz de oír sonidos extraños que provenían del piso de abajo. Inexplicablemente, parecía como si alguien estuviese arrastrando algún objeto de metal por las escaleras, hacia su cuarto.
De pronto, una sombra atravesó la puerta, dirigiéndose directamente hacia la varita que le apuntaba.
-¿Dumbledore? -preguntó incrédulo Snape, cuando reconoció a su viejo amigo en aquel brumoso ser, rodeado de cadenas.
-Sí hijo mío, sí... -contestó el ser, con una voz tan etérea como su cuerpo.
-No puede ser. ¿Siete años has tardado en hacerte fantasma?
-No me he convertido en fantasma, querido amigo. Al menos no por más tiempo del que tarde en avisarte.
-¿Avisarme? ¿Avisarme de qué? -preguntó Snape, desconfiado.
-Querido hijo... no puedes seguir viviendo de este modo, sumergido en tu inquina y tu rencor. Te estás creando una pena en vida, que arrastrarás también en tu muerte. ¿Has visto estas cadenas? Son mi condena por el daño que hice...
-¿Daño? ¿Tú? No ha habido persona más bondadosa...
-No hijo, no. Yo también tomé decisiones equivocadas, lo que le ocasionó mucho daño a alguna gente, tú uno de ellos. Te obligué a arriesgar tu vida, a vivir bajo la presión constante de una doble identidad. Yo creé las cadenas que tú llevarás un día, si no cambias de actitud.
-No, Albus... no me obligaste...
-Sí lo hice. En otro modo al que lo hacía Voldemort, pero con el mismo resultado. Del mismo modo en que obligué a Harry a convertirse en un héroe trágico. A convertirse en una persona insegura y necesitada de amor. Amor que yo mismo le negué, al despojar de todo sentimiento cálido a la única persona que podrá amar nunca.
-No quiero hablar de eso.
-Por ello estoy aquí. Pero no seré yo el que intente hacerte ver la realidad. Está fuera ya de mis manos. Solo he venido para avisarte de la visita de otros tres fantasmas.
-¿Otros tres? -preguntó Snape aterrado. Cualquier visita le perturbaba, tanto si era de vivos como de muertos.
-Sí, creo que harán falta los tres para que tengas una visión completa de las cosas. A la una de la madrugada de mañana vendrá el primero. Espera a los otros en los siguientes días, a la misma hora.
-¿No podrías explicarme tú las cosas? -rogó esperanzado. Le gustaba la compañía del anciano, la primera que disfrutaba desde hacía mucho tiempo.
-¿No lo intenté, acaso, durante años? ¿Y me hiciste caso alguna vez? No, Severus. Debes ver lo que fuiste, lo que eres, y en lo que te convertirás si sigues con esa actitud hacia la vida.
-¿Y si te prometo que cambiaré?
-Tus promesas no valen mucho a esta altura, hijo mío. Si no estás condenado ya sin remedio es porque yo asumo mi parte de culpa y he intercedido por ti. Pero esta es tu última oportunidad. Aprovéchala, hijo. Lograrás tu felicidad y la de otros...
Y dichas estas palabras, desapareció.
Tanto trastocó la visita de su mentor al viejo pocionista, que se metió en la cama aún sin vestir. A pesar de su estado de excitación, se durmió al momento.
Le despertó el tañido del reloj, anunciando la medianoche.
¿Cómo podía ser, cuando el fantasma de Dumbledore se había ido a las dos de la madrugada?
Miró por la ventana, y la brumosa soledad del callejón le confirmó que no se equivocaba, del algún modo había dormido todo el día. Y si la visita que recordaba no había sido un sueño, en una hora recibiría la visita de un fantasma.
Qué extrañas cosas le pasaban... A él, que agradecía cada monótono segundo del día, siempre que no hubiese ninguna sorpresa, incluida cualquier visita desagradable (que de hecho lo eran todas).
¿Debía cambiar de vida, él, que nunca se metía en la vida de nadie? No era culpa suya si trataba mal a los clientes y visitantes, debía comportarse así para que ninguno se quedara con las ganas de regresar.
Y funcionaba como estrategia para mantener a la gente alejada. Todos excepto Potter. Aquel mocoso obstinado aparecía en su vida una y otra vez, negándole el descanso de no tener que verle de nuevo.
El chico que vivió, el Elegido, Harry Potter... Harry.
Perdido en prohibidos pensamientos en los que pocas veces se permitía caer, pronto le sorprendió el aviso de la una, con la mente y los pantalones agitados.
No le costó "apaciguarse". No cuando recordó que en breve recibiría una visita sobrenatural.
Puntual, las cortinas que rodeaban su cama se abrieron para dejar ver al más asombroso personaje.
Pelo largo y blanco, con aspecto de infante, pero una extraña sabiduría en su rostro.
Quien dice sabiduría, dice locura...
-¿Ravenclaw?
-No. El fantasma de las Navidades pasadas -contestó el espectro, sin inmutarse ante la estupefacción del hombre.
-Pero... tú eras mi alumna. Y no estás muerta. Tu padre aún visita mi tienda, buscando extraños ingredientes...
-Soy ella y no lo soy. No esta noche. Esta noche soy el fantasma de las Navidades pasadas -repitió la chica, como si intentara convencer a un niño. Sin diferenciarse mucho de su usual modo de hablar, por otra parte...
-No entiendo nada... -se lamentó el hombre, con las manos sobre la cabeza.
-Por eso estoy aquí. Para explicártelo. Coge mi mano.
Snape dudó un segundo antes de decir-: ¿Aparición? -preguntó, temeroso de seguir al fantasma.
-Tengo la licencia -respondió la chica, con una sonrisa orgullosa.
-¡JA! -lanzó Snape-, ¡lo sabía! Eres la hija de Lovegood...
-Ese es mi padre. ¿Acaso los fantasmas no tenemos padres?
-Pero entonces...
-No juzgues más a tu prójimo, Severus Snape. Esta noche eres tú el que va a ser juzgado.
Desapareció llevándose con ella al desconcertado hombre que había puesto la mano sobre su brazo.
*********
Aparecieron en una casa destartalada, que Severus Snape conocía bien.
En el comedor, un hombre gritaba a una llorosa mujer, mientras un niño se acurrucaba en una esquina.
Snape retrocedió horrorizado ante la escena, como si fuera a colocarse en el otro extremo de la sala. Sabía que era Navidad, aunque no recordaba cual, todas eran igual de terribles.
-No nos pueden ver, tan solo son sombras que fueron alguna vez -dijo el fantasma con voz compasiva.
-No... no quiero estar aquí -murmuró el hombre acongojado, sus ojos volando de otra de las tres figuras tangibles del comedor.
-Tienes que aprender...
-Ya sé lo que pasará. Siempre pasaba lo mismo...
-Ssshh... Observa -contestó la chica con una sonrisa soñadora, absolutamente fuera de lugar en aquel tétrico ambiente.
En pocos segundos el hombre borracho que chillaba a la mujer la empujó bruscamente, arrojándola al suelo. El niño se colocó rápidamente ante su madre, recibiendo la patada que iba dirigida a ella.
-Soy yo... soy yo... -murmuraba Snape, reviviendo la pesadilla de su infancia.
-¡No le toques! -gritó de pronto la mujer- ¡No a Severus! ¡A Severus no!
Poniéndose de pie rápidamente, sacó de su delantal una vara de madera con la que apuntó al hombre, que retrocedió asustado.
-¡Bruja! -chilló el hombre, como un insulto-. Quédate con el raro de tu hijo. Igual que tú tenía que salir, con ese ridículo nombre...
Y dejó la casa murmurando, en busca de un bar donde mojar sus miserias en alcohol.
La mujer cayó al suelo de rodillas, arrullando a su hijo en su regazo, consolándolo...
-Ya está, pequeño... ya está mi amor. Mi hombrecito fuerte... ya verás como un día te llegará la carta, aquella de la que hablamos, y te irás al castillo donde harán de ti un mago fuerte y poderoso...
Amargas lágrimas caían por los rostros de ambos Snape, el adulto y el pequeño.
-Vamos... -susurró el fantasma-. La noche pasa y debemos ver más cosas...
**********
Se aparecieron de nuevo, esta vez en una casa completamente diferente a la que habían visitado antes. Ésta era ordenada y luminosa, y la mesa estaba opíparamente preparada.
-Abre tus regalos, Dudders -dijo una mujer enfermizamente delgada, en comparación con el obeso niño que se dirigió a sus regalos.
Snape se fijó entonces en otro niño que miraba la escena sin moverse, aunque por su tembleque parecía estar conteniéndose. No debía ser muy mayor, a juzgar por su altura, lo único que podía deducir pues le daba la espalda.
-¿Ha dejado algo para mí? -preguntó el niño delgado, apenas con un hilo de voz.
-Tú no tienes papás que envíen la carta a Papá Noel -contestó cruelmente el otro niño, que ya había desenvuelto tres regalos, dejándolos de lado casi sin mirarlos.
Los dos adultos que los observaban se rieron sonoramente, como si el crío hubiera contado la cosa más graciosa.
A Snape le pareció una escena realmente cruel y horrible, y se preguntaba qué demonios tenía él que aprender de semejantes personajes.
-Pero... -insistió el niño, en voz baja-, Papá Noel sabe lo que quieren todos los niños...
-¿Y cómo va a hacer tal cosa? -preguntó burlón el hombre, tan obeso como el que obviamente debía ser su hijo.
-Con magia -contestó el niño, muy seguro.
Increíblemente veloz para un sujeto de su envergadura, el hombre recorrió en un segundo el trayecto que le separaba del niño y le dio un golpe en la cabeza con la palma de su enorme mano.
El niño aterrizó de bruces en el suelo, perdiendo las gafas que llevaba. Se quedó mirando aterrorizando cómo el hombre le gritaba-: ¡No existe la magia! ¡Nunca ha existido y nunca existirá!
Snape sintió un dolor sordo al ver esa montura de pasta negra. Casi sospechando lo que se iba a encontrar, buscó en la frente del niño, que ahora tenía de cara.
Efectivamente, allí estaba la cicatriz más famosa del mundo mágico.
Harry Potter.
-¡A tu alacena! -gritó el hombre, completamente ofuscado-. ¡Y no vas a comer en todo el día!
El niño se levantó rápidamente, cogió sus gafas y pasó como un suspiro por al lado de Snape, como si temiera que el maltrato continuara si se quedaba.
Para sorpresa del antiguo profesor del niño, éste abrió una pequeña puerta que había bajo la escalera y se metió por ella. En pocos segundos el barrigón le siguió y cerró el candado externo de la alacena.
Incomprensiblemente, la familia siguió entonces con la apertura de regalos, como si nada hubiese pasado.
El lunático fantasma del pasado hizo un gesto hacia Snape, como si fuera a asir su mano para realizar una nueva aparición. Pero el hombre retiró el brazo, incapaz de dejar al pobre niño en la situación en que estaba, aún sabiendo que hacía tiempo que habían ocurrido aquellos hechos.
-No puedes hacer nada. Son solo sombras del pasado -repitió la chica, soñadora.
-Déjame verle al menos -rogó con la cara y el corazón contritos.
El fantasma le indicó que le siguiera, y colocándose ante la ridícula puerta, la atravesó con su cabeza, quedándose en esa posición.
Snape la imitó, aún a riesgo de golpearse si no podía hacerse intangible él también.
Pero la atravesó, y pudo observar una escena tan triste como la que él había vivido en su pasado.
El niño estaba en un rincón de ese armario, acurrucado en una postura muy similar a la que él mismo se había visto minutos antes. Los brazos rodeando sus piernas, la cara oculta en el hueco de sus brazos.
Entonces el pequeño Harry levantó la cabeza y dirigió sus llorosos ojos hacia la puerta, exactamente hacia donde estaba Snape.
Por un momento, a pesar de saber que era imposible, el hombre pensó que le estaba viendo. Cuando escuchó su nombre, se convenció de que el niño le había llamado, de que Harry le estaba pidiendo ayuda, le estaba pidiendo que se lo llevase lejos de aquella casa.
-Severus...
Al escuchar la voz de nuevo, la reconoció como la infantil voz del fantasma/estudiante que le acompañaba.
-Aún nos queda otra parada, y la noche pasa...
Y sin más aviso, tiró de la mano del hombre y se desapareció llevándoselo con ella.
Lo último que vio Snape fueron las brillantes lágrimas que caían de esos ojos verdes.
**********
-¡No! -gritó Snape cuando vio a dónde le había traído el loco fantasma-. ¡Sácame de aquí!
-Esta es tu mayor lección. De los grandes errores se debe aprender, y aquí cometiste el segundo mayor error de tu vida.
No tuvo que preguntarle cuál había sido el primero. Rodeado de Mortífagos, en plena batalla final, recordaba bien que él mismo seguía llevando la marca de la que se había arrepentido toda su vida.
-¡Eres tú! -gritó de pronto el hombre, viendo luchar a una jovencita casi igual que la que le acompañaba.
-Era yo. Pero no es a mí a quien buscamos. Allá, en el centro del claro.
Se acercaron mientras eran atravesados por hechizos que no les afectaban en absoluto. A pesar de saber eso, ver cómo haces de luz verde les atravesaban era realmente inquietante.
Llegaron al claro en el momento exacto. Una versión ligeramente más joven pero visiblemente más castigado del hombre, se retorcía en el suelo bajo la tortura del señor Tenebroso.
Sin aviso, Harry Potter se interpuso entre los dos, rompiendo el hechizo con un
Protego.
Un grupo de Mortífagos rodearon rápidamente las tres figuras, ocultándolas a la vista del fantasma y su acompañante.
Cuando lograron atravesar la barrera, Voldemort ya estaba muerto, y Harry estaba levantándose del suelo.
Lo primero que hizo fue mirar alrededor. Por el modo en que se lanzó contra él cuando divisó su cuerpo, exánime a dos metros del cadáver del Lord, estaba buscando a Snape,
El Snape consciente cerró los ojos por un momento, hasta que la chica golpeó con suavidad su hombro.
Tenía una lección que aprender...
Pero dolía tanto ver esa expresión de preocupación total en aquella cara tan odiada y amada a la vez...
Recordaba lo que había sentido al despertar y encontrarse a Harry Potter rogando por él, besando desquiciadamente su cara, rozando sus labios sin ocultar su ansiedad, con una timidez enternecedora.
Casi apartó la mirada, sabiendo lo que venía ahora. Pero no pudo evitar desear revivir ese momento en que se permitió levantar todas sus barreras y entregarse a esos labios que le estaban seduciendo.
La imagen del cuerpo de Potter sobre el suyo, estirados en el suelo mientras se besaban ansiosamente, casi le desquicia. Recordaba lo que había sentido al despertar en sus brazos.
Harry vivo y triunfante, a juzgar por el cuerpo que yacía a pocos metros...
Harry preocupándose evidentemente de él, rogándole que se recuperara...
Harry besando su rostro, con timidez pero nada inocentemente...
Harry haciéndole el amor a su boca, que se rindió sin luchar a esa lengua tentadora...
... y entonces el caos.
El Snape herido pareció volver en sí tras un hechizo, y tras observar a su alrededor, apartó bruscamente el cuerpo que tenía sobre él, arrojándole contra el suelo mientras él se ponía de pie.
-No te acerques más a mí -dijo despectivamente, en voz tan alta que pudieron oírla todos los que observaban la escena desde lejos-. Ahora que el Lord está muerto, no tengo porqué sufrir más tu compañía.
Para el Snape del futuro fue desgarrador ver el dolor que había producido reflejado en la cara del entonces adolescente Potter. Aquel terrible día le dio la espalda y desapareció hacia Hogwarts, internándose en el bosque.
Pero ahora podía comprobar el resultado de sus palabras, de su rechazo.
Harry se había quedado paralizado, como si esas palabras le hubieran hechizado. Había rozado el cielo por un momento, al verse correspondido por el objeto de sus afectos, y al momento siguiente había sido arrojado al barro, literalmente, rechazado y humillado públicamente.
Toda la tensión de la batalla cayó sobre él como una losa, y se puso a llorar bochornosamente. En pocos segundos sus más allegados le rodeaban, dándole un poco de privacidad y mirando hacia el lugar en que había desaparecido el causante del dolor del chico que vivió de nuevo...
-¿Por qué lo hiciste? -preguntó el fantasma con ingenuidad -. Estabas mintiendo, tus actos negaban tus palabras.
-Mira sus caras -susurró con odio, refiriéndose a las personas que rodeaban a Harry-, me odiaban, aún me odian. No iban a aceptar que me acercara a su chico de oro. Cuando acabé de besarle y vi el odio con que me miraban lo supe. Yo no era para él, no soy suficientemente bueno. Todos lo sabían, puedes ver cómo me miraban, con desprecio, incapaces de creer que Harry Potter se hubiera acercado a mí, me hubiera besado...
-Pero lo hizo -afirmó la chica, como si no hubieran visto hacía unos minutos quién había iniciado el beso.
-No sabía lo que hacía, estaba alterado por la batalla -admitió Snape, repitiendo el tantra al que se había aferrado todos aquellos años.
-Entonces sigue alterado, porque en el presente sigue deseando besarte...
-¿Qué sabrás tú del presente? ¿No eres el fantasma del pasado? Dime entonces, ¿hubiera aguantado Potter la presión de sus amigos? ¿El rechazo de la sociedad mágica? ¿Qué hubiera sido de mí entonces? Abandonado sin nada después de haberle tenido entre mis brazos... -La amargura de su voz descubrió lo mucho que había pensado en ello...
-Ah. Entonces es miedo.
-¡No soy un cobarde! -gritó Snape, perdido ya todo control.
-Quizá. Pero desaprovechaste la oportunidad de ser feliz por miedo a perder algo que no tenías. Eso no tiene mucho sentido, ¿verdad?
-No lo habría soportado... -admitió Snape entre susurros-, aún ahora duele cada vez que lo veo, y eso sin haber sido mío...
-Tienes poca confianza en Harry. ¿Acaso no te ha esperado todos estos años?
El hombre se la quedó mirando con una esperanza amarga, pues ya no podía volver atrás. Miró después al círculo de personas que se había abierto, mostrando a un agotado pero más calmado Harry Potter.
Se preguntó qué hubiera pasado si se hubiera enfrentado a todos y hubiera dejado el claro rodeando esa cintura que ahora enmarcaban los brazos de Weasley y Granger.
¿Realmente Potter le estaba esperando, aún después de todas las humillaciones de esos años? No podía negar el calor y la esperanza que veía siempre en esos ojos verdes, que le miraban buscando siempre algo más que ese odio con el que le trataba.
Sin prestar atención a su acompañante, se alejó del claro en dirección a dónde sabía que su yo pasado se encontraba. Lo encontró como recordaba haber estado, casi abrazando un árbol, sujetándose para no caer al suelo, como le había pasado en dos ocasiones antes de detenerse.
Estaba cansado y herido, pero su mayor debilidad se encontraba en su pecho, y no por ninguna lesión física. Había sido terriblemente duro recibir el beso de los labios más dulces que había probado nunca, y luego sentirse rechazado y juzgado. Si ni le apoyaban sus allegados, ¿qué pensaría el resto del mundo mágico? El elegido con un Mortífago feo que le doblaba la edad...
Se acercó hasta que vio claramente las lágrimas que surcaban su rostro.
Quiso borrarlas, confortarse a sí mismo, convencer a su alter ego de que su futuro sería un infierno de todos modos, sino volvía al claro y aceptaba el amor que tan generosamente le acababan de ofrecer...
-No puedes cambiar el pasado-comentó a su espalda el fantasma, que había seguido sus pasos-, pero puedes modificar el futuro que has labrado con años de resentimiento...
-¿Seguro que Harry aún me espera? -preguntó, permitiéndose por una vez mirar hacia delante con esperanza.
-Yo no sé más que lo que ocurrió, lo que fue. Pero pronto recibirás la visita del fantasma que controla el presente. Él te enseñará lo que es.
Y desaparecieron del bosque, dejando a un Severus Snape más joven, tratando de tragar un dolor que en una década aún no habría acabado de digerir...
**********
TBC...
Volver al índiceCapítulo 2 por Danvers
De nuevo le despertaron los golpes del carillón, pero esta vez tan solo fue uno.
¿Cómo había podido dormir nuevamente todo un día entero?
De pronto recordó los acontecimientos de la madrugada anterior, y de la anterior a ésa. El dolor con que se había acostado le atacó de nuevo, sabiendo que con su actitud a través de los años había destrozado, no tan solo su vida, si no la de una persona que no había encontrado mucha más felicidad que él en su existencia.
Dispuesto a descubrir más cosas del presente, se levantó para recibir la visita del fantasma que le había anunaciado la señorita Lovegood.
No había nadie en la habitación, aún, pero bajo la puerta se filtraba una luz ambarina muy sospechosa. Se dirigió hacia allí, pero antes siquiera de asir el picaporte, escuchó cómo le llamaban por su nombre desde el otro lado.
Al abrir, le costó reconocer su propia casa. Parecía haberse transportado a un bosque verde, decorado con bolitas rojas. En medio del acebo, el muérdago y la hiedra, divisó una gigantesca forma (que no podía tratarse de otra persona...).
-¿Hagrid? -preguntó, confuso.
-¡Entra! Entra y conóceme mejor... -contestó la atronadora voz del gigante.
-¡Pero si ya te conozco! Habrase visto, y me invita a mi propia casa...
-Soy el espíritu de la Navidad presente, ¡mírame!
-Ya lo estoy haciendo y no encuentro más que al fantasma de Hagrid. Que por cierto pensaba que vagabas por el bosque prohibido...
-Eso todos los días. Menos hoy. O al menos esta Navidad. Pero Dumbledore me lo ha pedido y ya sabes que para mí Dumbledore...
-Ya sé, ya sé. Un padre, como para todos -contestó enfurruñado Snape, que había esperado otra clase de fantasma. ¿Cómo le iba a mostrar el camino ese sujeto, cuando sus mayores afectos en vida fueron animales?
-Eso es. Y gracias a él vas a ver cosas que con tu cabezonería no veías. Agárrate a mi capa, compañero.
Refunfuñando, Snape lo hizo. Seguramente no lo hubiera hecho si se hubiera tratado de la primera visita, pero después de todo el espíritu del día anterior también le había parecido un poco lunático al principio, y luego le había mostrado cosas que le habían hecho replantearse su vida.
Se aparecieron en un suntuoso comedor, donde cinco cabezas rubias rodeaban una opulenta mesa en la que se celebraba la comida de Navidad.
-Sé dónde estamos. Es la mansión de los Malfoy. Ése es mi ahijado -dijo, señalando con orgullo a Draco, que presidía una parte de la mesa.
-Sí, lo conozco. No le gustan mucho los animales... -comentó el gigante con reproche.
-... Y entonces me dijo: ¡Paparruchas! -dijo su ahijado, provocando que los adultos sonrieran comedidamente. Solo se oyó la risa infantil de un niño.
-¡Scorpius! -le regañó la mujer que se sentaba al lado de Draco-, no te rías del tío Severus.
-No le riñas, Astoria. A mí también me hizo gracia. Creo que hasta a Potter le hizo gracia. Pero claro, no se iba a reír delante del padrino. Por la cara que tenía, seguramente ya le había soltado alguna de las suyas.
-Severus nunca aprenderá -comentó el hombre sentado al otro extremo de la mesa-, si cuidara sus contactos la tienda tendría más clientes.
-Y si cuidara más a Potter no estaría tan solo -añadió Draco, riendo con su esposa y su hijo, que imitó a su padre sin entender de qué se reía.
-Espero que no animases a Snape al respecto -dijo secamente el otro hombre.
-¿Por qué? Tú has sido siempre el primero que intentabas convencerle de los beneficios que tendría al lado del salvador del mundo mágico... -le contestó Draco.
-Porque ya es demasiado tarde. Potter tiene un pretendiente más... adecuado.
-¿Desde cuando te preocupas tú de lo que sea adecuado para Potter? -preguntó la mujer que tenía al lado.
-Desde que es adecuado también para él. ¿Me equivoco, padre? -preguntó el ahijado de Snape. El hombre contestó con una ladina sonrisa-. Ahora entiendo por qué insististe en colocar a Potter al lado del Ministro en la cena del mes pasado.
-Touché. Me lo pidió él mismo, como un favor personal. Y sabes que el Ministro no es muy dado a solicitar favores, y menos a los Malfoy.
-Tendría que tratar algún tema con él. Sabes cómo son los políticos -comentó incrédula su mujer.
-Tienen suficiente buena relación como para hablar de cualquier asunto oficial en el Ministerio. No, es algo personal. Y a juzgar por cómo le miró durante toda la noche, es bastante "personal" -repitió, dándole esta vez un tono más intenso a la palabra.
-¡El señor Shacklebolt! -gimió sorprendida la mujer más joven-. Pero si es mucho más mayor que Potter... -añadió, atónita.
Los demás rieron entonces, observados por los abiertos ojos del niño, que no entendía nada. Ella misma se añadió a las risas cuando encontró la ironía del asunto.
-Entonces Kingsley lo tendrá fácil, porque al joven que vivió parece que le van mayorcitos... -Draco no pudo evitar la agudeza.
-No tiene gracia, hijo -le reprendió su padre-. Parece que Potter no está por la labor de corresponder al Ministro, y mira que el hombre se esfuerza. Pero no conseguirá nada mientras el testarudo Gryffindor siga obsesionado con tu padrino. Si queremos que el Ministro nos vea por fin con buenos ojos, deberemos apartar a Severus de su lado. Seguro que eso nos granjea muchos puntos a la familia...
-Pero padre... ¿y el padrino? -preguntó Draco, que en el fondo le estimaba.
-Le haremos un favor. Sabes cómo odia a Potter y sus visitas mensuales. Si lo pierde de vista, se ahorrará el tener que preparar cada mes un insulto nuevo...
En medio de las risas, el fantasma puso su enorme mano sobre el hombro de Snape, que no había abierto la boca en ningún momento. Se había limitado a escuchar cómo hablaban tranquilamente de manipular su futuro, con una expresión de seriedad en la cara y los puños tan apretados que las uñas empezaban a clavarse en las palmas de sus manos.
Desaparecieron antes de que el eco de las risas se hubiera apagado.
***********
El fantasma no dijo una palabra cuando se aparecieron de nuevo en otro comedor, éste mucho más humilde y pequeño, pero paradójicamente con una mesa mucho más larga, que llenaba casi toda la estancia.
Tan solo estaban ocupados la mitad de los asientos, el resto de la gente estaba de pie, hablando en pequeños grupos. La mayoría de aquellas cabezas tenían el pelo de color rojo...
Seguramente el espíritu no hablaba para que escuchase la conversación que tenían las dos personas que se encontraban más cerca, discutiendo en un rincón apartado. Reconoció en ellas a Granger y a su pelirrojo marido.
-Solo te pido que seas discreto -decía la mujer.
-No sé por qué siempre me dices lo mismo... -se quejó el hombre. Pero viendo la forma en que le miraba su esposa, añadió-. Vale, sé que a Harry le molesta, pero si no le echamos un empujoncito...
-Lo que vas a lograr es que se sienta incómodo y entonces no quiera ni acercarse a Kingsley, ya sabes cómo es Harry...
Snape se tensó, entendiendo que los amigos del joven también pretendían juntarle con el flamante Ministro. Sí, él también sabía cómo era Harry, por mucho que se hubiera esforzado en ignorarle todos aquellos años: afectuoso, cálido, apasionado... y sobre todo, fiel. Fiel y paciente como para haberle esperado durante tanto tiempo. ¿Precisamente ese día iba a rendirse?
Con un mal presentimiento temblando en su interior, dio una ojeada al mar de cabezas pelirrojas...
Efectivamente, ahí estaba plantado. Alto, con su lustrosa calva negra y su aro de oro en la oreja, como si fuese una impresionante estatua de ébano. Mantenía una conversación con Arthur Weasley, pero su atención estaba fija en la chimenea.
No tenía duda de a quién estaba esperando...
En ese momento en que la furia le empezaba cegar y ensordecer, escuchó entre las brumas de su odio el nombre de Potter en los labios del pelirrojo-: ... que a Harry le gusta. O si no recuerda el año pasado, en la fiesta de fin de año. Desaparecieron juntos, y al día siguiente no pudimos entrar en Grimmauld Place porque las protecciones ministeriales nos impidieron el paso... -comentó, con picardía.
-Solo fue un primer paso, y no se te ocurra comentarlo delante de Harry si no quieres estropearle la ocasión de repetirlo. Sabes que aquel día estaba borracho, y después se arrepintió. De hecho, no ha vuelto a darle otra oportunidad. Y eso que Kingsley fue muy comprensivo, convenciéndole de que no le importaba que su corazón estuviese ocupado, porque él le haría olvidar a quien fuera...
-Ya, como si no supiese quién es el cretino que tiene a Harry permanentemente amargado...
-Un poco de respeto, Ron -dijo un hombre que se había acercado lo suficiente como para escuchar parte de la conversación-. Aunque no te guste a ti, piensa que Harry siente algo por él.
-¡No le gusta a nadie! -respondió el pelirrojo.
-A Harry sí -admitió la mujer, lamentándose.
-Exactamente -apoyó el hombre-. Y deberíais aceptarlo. Lo mejor es que no os entrometáis más.
-Lo mejor para Harry sería que se olvidara de ese grasiento gilipollas y fuera feliz de una vez... -corrigió con enfado el joven.
-En la vida no podemos escoger lo que es mejor para otros, Ron. Solo uno sabe lo que es mejor para sí mismo...
-¿Insinúas que Snape puede ser bueno para Harry? -preguntó la chica, incrédula.
-Afirmo que Harry lo cree. Y es el único que tiene derecho a decidir sobre su propia vida.
De pronto alguien entró por la chimenea y se alzó un revuelo. La pareja salió rápidamente de la esquina para darle la bienvenida al recién llegado, que no era otro que Harry.
Snape, antes de girarse a su encuentro, se quedó mirando pensativamente durante unos segundos al hombre que se había quedado pacientemente en la esquina, lejos de todo el barullo.
Quién le iba a decir que Remus Lupin sería el único que defendería sus intereses, o al menos que no recriminaría a Harry lo que sentía por él...
Pero entonces una profunda voz de tenor que conocía bien interrumpió sus pensamientos-: Feliz Navidad, Harry.
La escena que presenció al girarse, le perturbó más que las conversaciones que había escuchado aquella noche. De hecho, la visión estaba confirmando todo lo que había oído.
Delante de la chimenea, donde Kingsley había ido al encuentro de Harry, se hallaban los dos besándose intensamente. O al menos lo hacía el imponente mago, rodeando con sus grandes brazos el cuerpo inmóvil del joven.
Cuando los codiciosos labios del Ministro (según Snape), soltaron por fin al desconcertado chico que tenía la cara más roja que la letra hache de su jersey, todos los presentes se pusieron a aplaudir tontamente, menos el hombre que seguía en la esquina, que movía la cabeza con desaprobación.
¿Por qué demonios aplaudían todos aquellos mentecatos?
-¡Muérdago! -gritó de pronto la matriarca de la familia.
Y todos se pusieron a cantar:
"Y entrando en el salón nos detenemos
y nos besamos largamente bajo el muérdago
Desempaquetamos comida, empaquetamos regalos..."*
Snape intentó apartar de su mente el estruendo de voces, viendo (dificultosamente, entre las dos pequeñas líneas en que se habían convertido sus ojos) cómo el grandullón de ébano empujaba risueño al cohibido chico hacia el asiento que seguramente habría reservado a su lado.
Sin aviso, se vio trasladado fuera del comedor, mientras pensaba en cuál sería el lugar más apropiado para introducir el muérdago que colgaba en la repisa de la chimenea, si en la ávida bocaza del Ministro, o en su...
*"Canciones bajo el muérdago" de Binns.
**********
-¡Llévame de vuelta! -exigió, viéndose de pronto en su propia habitación-. ¡Tengo que volver allí! ¡Todos están en mi contra! ¡Van a alejarle de mí!
-¿Y te extraña viejo compañero? ¿Cuándo has hecho caso tú a Harry? -le recriminó el fantasma.
-¡Ellos me juzgaron primero! Me miraron mal desde la primera vez que Harry se acercó a mí, en la batalla final. Recuerdo sus caras, su repulsa... entonces no aplaudían, no...
-Yo ya estaba muerto entonces -se disculpó el gigante-. Pero antes de eso estaba vivo, y si no recuerdo mal, siempre trataste muy mal a Harry.
-... -Snape no pudo negarlo. Le gustaba más el espíritu cuando estaba callado...
-De todos modos ya no puedes hacer nada. Son solo oscuridades, digo... sombras... -masculló inseguro.
-Dime Hagrid, ¿era real lo que hemos visto hoy? ¿No puedo cambiarlo de algún modo? Haré lo que sea, lo que sea...
-Ese era mi presente, el del día de Navidad. Más allá no puedo decirte nada más. El fantasma del futuro acabará tu enseñanza.
Y sin más, Rubeus Hagrid (fantasma del presente por un día) desapareció, dejando a un lloroso Severus Snape tendido sobre la alfombra.
***********
Cuando despertó con sus huesos adoloridos sobre el suelo, no tuvo que mirar el reloj para comprobar que era la una de la madrugada.
Embebido de una súbita energía, se levantó dispuesto a acompañar al último fantasma a donde fuera necesario para escapar de esas extrañas visiones y centrarse en recuperar su vida, en buscar la felicidad a la que negligentemente había renunciado, en recuperarle.
Pero cuando vio la figura que le aguardaba ante la puerta, se olvidó de cuantas esperanzas tenía en su mente, y perdió toda la energía. De hecho olvidó también a los fantasmas, la Navidad y hasta la oportunidad de Dumbledore.
La criatura que heló su interior y su cuerpo le transportó momentáneamente al final de la guerra, a la pesadilla del juicio, al temor de acabar en Azkabán, al pánico de recibir el beso de una criatura como aquella...
-De... Dementores... -murmuró, como si al nombrarlo fuera a desaparecer.
El engendro no se desvaneció, pero se retiró un paso, como si le mostrase que no se iba a alimentar de él, o simplemente como si esperase que le siguiera.
Snape convocó con éxito su Patronus, un gran ciervo (cómo no), para lo que tuvo que recordar lo que había sentido aquel día en que Harry Potter le besó, justo antes de sentir las acusadoras miradas de sus compañeros. La plateada figura se colocó entre los dos, permitiéndole aclarar sus pensamientos y recordar que estaba esperando a alguien.
¿Acaso ése era el fantasma del futuro?
-¿Eres tú el fantasma que espero? -preguntó, con la voz temblorosa.
La criatura se limitó a levantar el brazo hacia la puerta, como si esa horrible mano gris cubierta de pústulas estuviese señalando algo.
-¿Quieres que te siga? -añadió, aterrorizado.
Tenía claro que esa no era la forma en que actuaba corrientemente un Dementor, pero no podía creer que Dumbledore le hubiera hecho pasar por aquello. ¿No podía haber enviado a algún otro? Seguramente quería que esta lección le quedara bien grabada, pero antes de acompañar a semejante aberración firmaría un voto inquebrantable en el que juraría que estaba dispuesto a aprovechar la oportunidad que el viejo le había ofrecido...
Pese a todo, siguió a la criatura que había salido por la puerta, temeroso de no poder escapar de esa pesadilla si no lo hacía.
Al traspasar el quicio, se encontró de pronto en espacio abierto. El helor de la madrugada le golpeó como le había golpeado su gélido visitante.
Cuando miró a su alrededor, intentando situarse, comprobó que estaba en un tétrico lugar muy acorde con el macabro fantasma: un cementerio.
A pesar de la lúgubre oscuridad, divisó una figura arrodillada ante una tumba.
No tenía ningún deseo de acercarse, temiendo en su interior que esa lección sería tremendamente dura de aprender. Pero la criatura se acercaba aterradoramente, y en aquel fúnebre lugar no había podido mantener a su Patronus.
Alejándose de él, se acercó sin pretenderlo a la tumba custodiada. Vencido, rodeó la lápida para ir en busca de la aparición de aquella noche.
¿Qué le aguardaba en el futuro?
Se le heló el corazón al ver a la persona que estaba arrodillada, sollozando quedamente.
Harry. Harry estaba llorando la muerte de alguien. ¿Sería reciente? ¿Se trataría de alguien conocido?
Sabiendo que tendría que averiguarlo si quería pasar la prueba, leyó el nombre grabado en la piedra:
Severus SnapeCayó de rodillas a un lado de la lápida, casi frente a Harry. ¿Así acababa todo, después de revivir tanto sufrimiento? Sabía que no podía haber pasado mucho tiempo, pues Potter seguía siendo joven... Al menos, ¿habrían estado juntos algún tiempo, antes de su muerte? ¿Había conseguido algo de felicidad, antes de morir?
-Severus... -susurró el chico, llevando su mano hacia la lápida, para reseguir con fervor las letras allí escritas.
La voz de Harry le apartó de sus macabras preguntas, impresionado tanto por el dolor que destilaba como por escuchar por primera su nombre de esos labios.
-Harry.
Aunque le hubiera gustado ser él el que le hubiese nombrado, se vio igual que sorprendido que el joven, que sintió una gran mano posarse sobre su hombro.
-¿Otra noche aquí? Es tarde y hace frío... -Con esas dulces palabras logró que volviera en sí y accediera a ponerse en pie-. Tienes que olvidar, Harry, debes superarlo...
Desde su situación inferior en el suelo, Snape apenas pudo ver cómo el hombre negro llevaba una mano al rostro que había visto lleno de lágrimas, seguramente limpiándolas, mientras la otra le sujetaba por la espalda, notando su inestabilidad.
-Es hora ya. Deja que mi amor te consuele...
Firmando la frase, besó con delicadeza aquellos salados labios que apenas contestaron su gesto.
-Vámonos.
Sin contestarle, Harry simplemente se giró hacia donde Snape seguía arrodillado y miró la lápida que había acariciado unos segundos antes con tremendo cariño.
Snape supo entonces que se estaba despidiendo...
Un segundo después, ya no estaban.
-¡Nooooo! -gritó desconsolado, sabiendo que en ese momento Harry dejaba de ser suyo, si lo había sido alguna vez.
Enloquecido, se levantó para buscar al Dementor, que encontró dos tumbas más atrás.
-¡Despiértame! ¡Rápido! -le exigió -. ¡Ya he aprendido la lección! ¡Cambiaré! ¡Lo prometo! ¡Cambiaré!
En medio de los gritos sollozantes no se percató de que la criatura se había abalanzado sobre él, como si fuera a darle el beso de la muerte...
-¡No! ¡Espera! ¡No quiero morir! ¡No puedo moriiiiiiiir!
Pero como diría Dumbledore, no está en la naturaleza del Dementor el ser compasivo...
************
Cuando Severus Snape abrió los ojos, tardó unos cuantos segundos en situarse.
¿Eran ésas sus cortinas? ¿Eran ésas las columnas de su cama?
¡Sí! ¡Era su habitación!
Por aquellas cortinas había aparecido la chica-fantasma... Tras la puerta había estado Hagrid, el espíritu... Y ante ella... ante ella se había manifestado el horrible Dementor.
Pero estaba vivo, vivo... y con el alma ligera, llena de esperanza y alegría.
Sin taparse siquiera, Snape se asomó por la ventana que daba a la calle.
¡Era de día! Un luminoso y esplendoroso día que se abría ante él lleno de sorpresas.
-¡Muchacho! -gritó, haciendo que un joven se detuviera en medio del callejón -. ¡Sí, tú! ¿Qué día es hoy?
-¿Hoy? ¡Navidad, señor! -respondió el chico, pasmado.
-¡Maravilloso, maravilloso! ¡Feliz Navidad entonces!
Y dejando al joven atónito, se apresuró a vestirse con lo primero que encontró.
Tenía mucho que hacer. Muchas tiendas que visitar y mucho que arreglar de su apariencia.
Era un gran día y todo iba a ser perfecto...
***********
Cuando entró por la chimenea de la Madriguera, lo primero que hizo fue mirar arriba, en busca del muérdago.
Seguidamente observó a todos y cada uno de los presentes. Sabía exactamente dónde estaría cada uno, gracias a Hagrid.
No le costó entonces localizar a la señora Weasley, y tenderle ceremoniosamente el tradicional saco de Navidad, lleno de regalos para los pequeños y manjares varios para los adultos.
Sin esperar a que salieran de su estupefacción, buscó con la mirada los ojos del Ministro, que encontró llenos de temor y rabia.
Perfecto, tenía qué temer. Le devolvió el examen visual, asegurándose de que encontrase el aviso que pretendía darle; no te acerques a Harry.
Sin perder más tiempo, se desplazó sin dar ninguna explicación hacia la esquina donde tres personas lo miraban atónito.
-Feliz Navidad, Lupin -le felicitó, dejando claro que el saludo solo le incluía a él. No había olvidado que había sido el único que le había defendido en aquella casa del demonio-. ¿Siguen funcionando la poción?
-Eh, sí claro. Perfectamente, muchas gracias -contestó, con educación. Logrando reponerse un poco a la sorpresa, añadió -Feliz Navidad a ti también, Severus.
-Lo será, seguro -replicó, con una seguridad positiva que hacía muchos años que nadie escuchaba de su boca.
-¡Feliz Navidad! -se escuchó en la chimenea, tras el chisporreteo de la red Flú.
Harry Potter entró en el comedor y se quedó extrañado ante el silencio que no era en ningún modo común en aquella casa. ¿Lo habría provocado con su presencia?
Pero antes de que pudiera preguntar siquiera qué pasaba, una alta figura oscura se plantó ante él, haciéndole olvidar cualquier reacción a su llegada.
La última persona que habría esperado en aquella casa, se hallaba ahora frente a él. Su mayor anhelo, el hombre que más daño le había hecho en su vida, pero al que más deseaba hacer feliz: Severus Snape.
Incapaz de reaccionar, se dejó llevar por los acontecimientos, siendo consciente a los cinco segundos de que estaba siendo besado por aquellos labios que le habían atormentado durante años.
Snape acarició su boca con suavidad, como si pidiera permiso. Diez años atrás había rechazado un beso semejante, y entendería que ahora el rechazado fuera él. Pero no fue así. Durante unos segundos no hubo ningún tipo de reacción, pero como recompensa a su paciencia pronto notó cómo esa boca se abría para él, respondiéndole con una dulce bienvenida.
El beso duró el doble que el que había presenciado el día anterior. No lo hizo conscientemente, tan solo se dejó llevar por la tierna caricia de esos labios, hasta que su conciencia le recordó que estaban rodeados de gente que no era precisamente su aliada.
Cuando, muy a su pesar, se separó de aquella boca tentadora, le concedió a Harry unos segundos para recuperarse, en los que observó uno a uno los rostros que estaban girados hacia ellos.
¿Dónde estaban los aplausos, dónde las canciones?
-Muérdago -dijo entonces, ante la sorprendida cara de Harry, que aún no había entendido nada de lo que había ocurrido allí.
El joven le miró desconfiado, pensando quizás que esa iba a resultar una de sus muchas humillaciones.
-Eh... Te quedarás a comer, supongo... Severus -comentó Molly, recordando de pronto su papel de anfitriona. El hombre se había auto convidado, pero en vista de que Harry parecía haberle aceptado...
-No -respondió éste, aliviándoles de pronto-, tan solo he venido a buscar a Harry.
Los rostros se tensaron de nuevo, entre ellos el del perjudicado, que seguía sin fiarse del todo del cambio tan drástico que había experimentado Snape. Era como un sueño...
-Harry no puede irse -osó decir Ron -siempre pasa la Navidad en nuestra casa -afirmó, como si no pudiera cambiar la tradición.
-Este año no -contestó Snape rotundamente -. Y los próximos años dependerá absolutamente de vuestra actitud -amenazó directamente, provocando que incluso se oyera algún jadeo de sorpresa.
-Eso tendrá que decidirlo Harry... -respondió a la amenaza Kingsley, no dispuesto a darse por vencido y perder tan fácilmente el lugar que había ansiado durante meses.
-Harry elegirá lo que le haga feliz. Y yo pienso hacerle el hombre más feliz del mundo mágico -afirmó mirando fríamente al Ministro, burlándose internamente de la rigidez de su gesto.
Pero entonces el que se sintió burlado fue él. Sin contar a Harry, Remus y Kingsley, todos y cada uno de los asistentes a la comida de Navidad de los Weasley rompieron a reír.
¿Severus Snape hablando de felicidad?
¿Severus Snape haciendo feliz a alguien?
¿Severus Snape haciendo feliz a Harry Potter?
Se empequeñeció ante el coro de despectivas carcajadas que llenó el ambiente. Era tal como había imaginado. Todos le despreciaban, le detestaban.
Poco a poco aflojó el abrazo que había olvidado en la cintura de Potter, sintiendo por primera vez ese día cómo la amargura llenaba su espíritu.
Pero antes de recobrar de nuevo aquella tortura constante, sintió que la calidez de ese abrazo apagaba su frío, reafirmando su esperanza de ser feliz.
Harry se había aferrado a su brazo, sin permitirle que se alejara de él.
-Vámonos -le susurró, sin apartar su verde mirada de sus lóbregos ojos.
En ese momento comprendió el tremendo error que había cometido diez años atrás, y agradeció profundamente a Dumbledore la oportunidad que le había brindado de subsanar ese fallo.
Pese a lo que dijeran o hicieran sus amigos, Harry siempre le escogería a él.
Encontrando la fuerza en ese axioma, envió una mirada de triunfo a todos aquellos que aún se reían de él, y empujó a Harry hacia la chimenea, murmurando las palabras que les sacarían de aquella casa.
***********
Cuando aparecieron al otro lado del fuego, Harry supo que se encontraban en la mansión Malfoy por lo que había susurrado Snape antes de entrar en la red Flú. No es que él hubiera estado antes en aquella casa...
-¿Qué hacemos aquí? -le preguntó a Snape, con cierta animadversión.
Al hombre le hizo gracia que en ningún momento le hubiese pedido explicaciones sobre el modo en que le había reclamado, y en cambio sí lo hiciera cuando se refería al lugar donde le había llevado.
-Mi ahijado me ha invitado a comer -contestó, estúpidamente.
-A mí no -afirmó el joven, incómodo.
-Pensaba que te llevabas bien con Draco.
-Snape -escupió sintiéndose perdido y encontrando algo de seguridad en llamarle de ese modo-. ¿Qué-estoy-haciendo-aquí? -preguntó, dominando apenas su furia.
Severus no pudo más que responder con sinceridad-: Quiero estar contigo.
-Y yo contigo. Lo has sabido durante años. ¿Por qué hoy?
Snape dudó entre perder el tiempo con explicaciones sobrenaturales, o dejar su corazón inusitadamente expuesto.
Escogió la segunda opción-: Porque no quiero perder un solo día más de mi vida sin ti...
Escogió bien, porque no hubo más preguntas.
Harry se acercó a él, ansioso, y sus bocas se encontraron a medio camino.
El beso fue mucho más intenso que el que se habían dado bajo el muérdago, esta vez seguros los dos de que era eso lo que querían y ninguna otra cosa.
Ni siquiera se separaban para respirar, por lo que pronto empezaron a jadear.
Las manos pronto sintieron envidia de la danza que ejecutaban las lenguas, y empezaron a bailar sobre el cuerpo ajeno, intentando buscar entre toda aquella ropa algún resquicio por el que presentarse a esa piel extraña pero tanto tiempo deseada, por ambas partes.
Con todos sus sentidos dedicados a la pasión del momento, no se percataron de que alguien había entrado en la habitación, hasta que oyeron exclamar-: ¡Padrino!
-Feliz Navidad, Draco -contestó Snape, recomponiendo su ropa y controlando su respiración.
Harry se quedó detrás, sin saber qué decir.
-Has venido... -comentó el joven rubio, sin saber qué maravilla debía sorprenderle más, que su padrino hubiera decidido asistir a la comida de Navidad, o que le hubiese descubierto besándose con Potter en su salita.
Su ligero corazón se alegraba de ambas cosas.
-Sí... -dudó Snape, dirigiendo una mirada a la figura que aún jadeaba a su lado. Se veía tan tentador, sofocado y desaliñado por sus propias manos... -He venido a traerte esto... -Y le tendió un saco idéntico al que había entregado a los Weasley -. Hay algo para Scorpius. Dáselo después, nosotros tenemos que irnos.
Como recompensa por haber hecho la elección correcta, una suave mano se deslizó en la suya, cerrándose a su alrededor.
-Eh, bien... de acuerdo -asintió Draco, recibiendo el saco en sus manos-. Papá se sentirá decepcionado por no haberte visto...
-Seguro... -admitió Severus, sabiendo que Lucius también se sentiría decepcionado por la compañía que había traído...
-Adiós, Draco -dijo Harry, abriendo la boca por primera vez.
Tiraba intencionadamente de la mano de Severus hacia la chimenea, para satisfacción del hombre, que se preguntaba qué tendría tantas ansias de hacer...
FINVolver al índiceImportante: Todos los personajes reconocidos públicamente son propiedad de sus respectivos autores. Los personajes originales e historias son propiedad de cada autor. No se genera ningún beneficio económico por este trabajo, ni se pretende violar los derechos de autor.
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