Parte III. La traición.You're my stranger in the dark
I am lonely, lonely heart
Waiting for someone to take me home
You're my stranger in the dark
I am lonely, lonely heart
Waiting for someone to take me home (someone to take me home)
You're my stranger in the dark
I am lonely, vagabond
Hold me down, want you to bring me home
(Stranger by Tove lo)
Se despertó solo en una cama, sin más ropa que una sábana por encima, y durante un instante dudó si quería que el día empezara de verdad. Sabía que las pesadillas serían más reales que nunca, pero también sabía que nunca sería un buen momento. El rostro de Brad osciló frente a sus ojos, pero bloqueó el pensamiento. Por primera vez, fue consciente de que la Oclumancia tenía otras utilidades. Se incorporó con un quejido (Merlín, le dolían todos los músculos) y atinó a distinguir los contornos difusos de una mesilla. Palpó y sí, ahí estaban sus gafas. Se las puso y se dio cuenta de que estaba en una habitación. A juzgar por los colores (verde por doquier), era la de Snape. Hasta ese momento, nunca la había visto. Era amplia aunque bastante sencilla: paredes de piedra, una cama adoselada, un armario y un pequeño sinfonier. Muy del estilo de Severus, sin duda. Puso los pies en el suelo, y el dolor de su trasero le recordó de forma muy nítida el polvo de la noche anterior. Joder. No se arrepentía, de ninguna manera, había sido la hostia. Pero… Temía la reacción de Severus. Rebuscó en el armario de Snape algo que ponerse.
No estaba en el salón, así que se dirigió a la cocina con la esperanza de encontrarlo allí. Estaba tomándose un café, con el culo apoyado en la encimera. La situación fue un poco tensa.
—Buenos días —dijo Harry desde la puerta. No sabía muy bien a qué atenerse y la actitud de Snape no ayudaba a clarificar el asunto.
—Buenos días. —Dio un trago a su café—. Ya veo que has encontrado el armario de mis camisas.
Harry examinó las prendas que llevaba.
—Eh, sí. Era esto o salir en pelotas.
Un brillo divertido centelleó en los ojos del hombre.
—Habría preferido la segunda opción —dijo, mientras dejaba la taza y abría los brazos para apoyar las manos en la encimera.
Harry lo entendió como una clara invitación, así que avanzó hasta quedar enfrente.
—Podríamos negociar las condiciones para la próxima vez.
Snape abrió las piernas y lo cogió de la cintura, aproximándolo un poco más. Le miró de forma intensa.
—¿Quieres que hablemos de ello? —Toda la fortaleza de Harry se desmoronó con el tono preocupado de Snape. No, no quería hablar de Brad, ni de aquella maldita misión, ni de los muertos. Bajó el rostro y se separó de Severus—. No puedes esconderte eternamente.
Los ojos le escocían y volvía a notar la sensación de ahogo atascada en la garganta. Sintió que Snape le cogía de la mano.
—No fue tu culpa.
—Deja de repetir eso —estalló. La voz rota—. Sí que lo fue, yo les llevé hasta allí. Tú sabías que era una trampa y aun así no te escuché, me dejé llevar por el primer impulso.
—Basta de autocompasión —le dijo, muy serio. Harry le miró, descolocado—. No seré yo quien halague tu vanidad. Eres cabezota, impulsivo y poco metódico, pero no fue tu culpa. Si lo hubiera sido, no dudes que te lo diría. Pero por mucho que fuera una trampa, no podían saber el número de efectivos que llevaríais ni vuestras posiciones. Hay un traidor en el Ministerio, hasta Savage lo sabe, y hay que encontrarlo. —Hizo una pausa, y luego con voz más suave—. Ha sucedido una tragedia, Harry. Asúmelo, llora a tu amigo y da un paso hacia delante.
Era el discurso menos empático que había oído en la vida y, sin embargo, resultó completamente efectivo. Aún sentía el dolor en el pecho, pero podía respirar. Le dio un lugar en el que centrarse, un objetivo, su cerebro se puso a funcionar. Se mordió los labios. Un traidor en el Ministerio…
—Elton —dijo de pronto, como si fuera una epifanía—. No estaba en el ataque, sabía que teníamos un informador y conocía todo el dispositivo de los autores. —Alzó la cabeza hacia Severus—. Pero sobre todo, tenía un motivo.
—Su hijo —terminó Snape.
Harry se puso en marcha. Mandó un Patronum a Callie, solicitándole que le sacará un detalle de las entradas y salidas del Ministerio de Elton durante los últimos días, y se vistió. Se despidió de Snape con un beso rápido y llegó como un tornado a la Oficina. Callie ya tenía preparado el informe.
—¿Qué pasa? —Estaba asustada—. ¿Estás bien?
—Perfectamente —dijo, mientras escudriñaba el informe. No tenía ánimo de ponerse a hablar de Brad ahora mismo—. Mira, Elton entró el día treinta de diciembre a las doce de la noche y salió a las dos de la mañana. ¿Por qué? ¿Qué estaba buscando? Se suponía que estaba de vacaciones.
Callie entendió todo de golpe. Se llevó las manos a la boca.
—Los esquemas del despliegue de los aurores. Crees que Elton… Su hijo.
Harry asintió.
—¿Puedes rastrearlo de alguna manera?
Callie se mordió los labios durante un momento, negando con la cabeza, y luego…
—Espera —Se giró hacia el mapa de Londres que cubría toda la pared—. Creo que Elton era de los pocos aurores que llevaban un hechizo localizador, por si había que avisarle de alguna emergencia familiar.
Hizo una complicada floritura con la varita y todas las luces parpadeantes se apagaron menos una. Estaba en su casa.
—Avisa a los demás, yo voy a ir adelantándome, que traigan algunos golpeadores.
Harry comunicó a Snape la dirección a través del tatuaje mientras salía del Ministerio. En cuanto estuvo fuera, se apareció en la calle Hortensia, número 24. Harry se acercó despacio a la puerta, obligándose a serenarse. Las manos le temblaban de puro rencor. ¿Cómo podía haberles hecho eso? Llamó al timbre y un momento después, apareció el rostro de Elton.
—Qué sorpresa, Harry, ¿qué haces aquí?
Sintió que la ira le quemaba en las entrañas. Dio un paso hacia delante y Elton retrocedió.
—Sabes perfectamente por qué estoy aquí, Elton. Sé lo que nos hiciste. —Siguió caminando hasta que Elton se tropezó con las escaleras que subían al segundo piso y se cayó al suelo. Harry no se detuvo—: ¡Ha muerto Brad! ¡Y otros compañeros! ¡Eran amigos tuyos!
Eltón se encogió como una cucaracha en el suelo, las manos en alto, protegiéndose la cabeza. Empezó a gimotear.
—Tienen a mi hijo, a mi hijo —Se echó a llorar—. Me prometió que me lo devolvería. Hoy. Era hoy. No me mates, te diré lo que quieras.
Se agachó junto al hombre y le puso la varita en el cuello. Elton tembló.
—Ya vale, Harry. —Una voz aterciopelada, como un bálsamo, llegó desde la puerta de la casa—. Tus compañeros se harán cargo de este pobre desgraciado.
Se dio media vuelta y vio a Snape. De pronto, toda la rabia se difuminó. Observó a Elton.
—¿Quién te lo iba a entregar y dónde?
—Él —chilló—. Al que llaman el Inefable. Habíamos quedado a las dos de la tarde en el número cinco de la calle Beltane de Londres. Tenía que acompañarme un hombre para que pudiera acceder. —Harry y Snape intercambiaron una mirada de entendimiento. Charlie Zabini—. Me dijo que fuera solo o mataría a mi hijo
Harry miró el reloj, era la una. Tendrían que correr.
—Dame tu varita —le dijo a Severus. Éste se la dio sin hacer preguntas y Harry le entregó la suya, sintiéndose un poco desnudo de repente—. Yo tengo que quedarme a esperar a los demás. Tienes el traslador y la varita para abrir la celda. Nos vemos en la calle paralela.
Snape asintió con rapidez y se desapareció. Callie, Savage, Dana y Arhur llegaron cinco minutos después con tres golpeadores. No hubo tiempo para muchas explicaciones, el tiempo estaba en su contra. Levantaron acta de lo sucedido y mandaron a Dana al Ministerio con Elton para que le tomara declaración. Tenían veinte minutos y siete aurores para idear alguna estrategia que no acabara en desastre.
—¿Si la entrada está protegida con magia de sangre cómo entraremos? —preguntó Callie.
—Charlie Zabini nos ayudará.
Cuando llegaron, Snape los estaba esperando con Zabini en una de las calles adyacentes. Savage frunció el ceño y le soltó un “de esto ya hablaremos, Potter”. Sabía que había arriesgado su puesto con esa estrategia: había permitido que un mago no auror, entrase al Ministerio y secuestrase a un preso. Pero las circunstancias mandaban y ya no tenía remedio. Se acercaron a los dos magos y Harry se apresuró a intercambiar las varitas otra vez. Aunque la de Severus había respondido bien a su magia, prefería mil veces la suya. Repasaron el “plan”, si es que podían llamarlo así. La idea era que pareciera que Charlie había conseguido escaparse del Ministerio y que volvía, de algún modo, al redil. Los demás, irían ocultos con encantamientos desilusionadores e indetectables hasta que Charlie les abriese la puerta. Harry lamentó no haber cogido su capa de invisibilidad.
No era un gran plan. Pero era el único que tenían.
A las dos menos cinco de la tarde, salieron en comitiva: Zabini delante, custodiado por Snape y Harry, y los demás en la retaguardia. Contuvieron la respiración cuando entraron a la calle Beltane, preparados para cualquier tipo de contingencia. Pero estaba desierta, no había nadie por la calle. Avanzaron con tranquilidad y entonces, divisaron el número cinco. Alcanzaron la puerta de madera tachonada y estrecha, y Charlie utilizó los dientes pata abrirse una herida en la muñeca; extendió la sangre por la madera y se abrió con un crujido. Zabini pasó el primero sin problema, todo parecía ir bien; pero cuando Harry pisó al otro lado del dintel, una sirena empezó a sonar.
—¡Mierda! Una alarma.
Se oyó un estruendo en el piso de arriba (muebles que se movían, sonidos de desapariciones), y Snape y todos los aurores pasaron por delante de él y subieron las escaleras corriendo. Harry se quedó un poco rezagado… Lo justo como para ver a Zabini sacar un reloj de su bolsillo, darle tres vueltas a la ruleta y desaparecer. El reloj. La tres vueltas. Ser testigo de ello fue peor que una puñalada.
La operación, pese a ser improvisada, no fue tan desastrosa. Era cierto que habían perdido a Zabini y que no habían logrado detener al Inefable; pero a cambio, habían dado un duro golpe a los Hijos de Valborg. Habían arrestado a cinco magos de los círculos más altos y, sobre todo, habían rescatado al hijo de Elton.
Algo que el Ministerio seguro que calificaría como un éxito.
* * *
En cuanto aterrizaron en la sala de estar de casa, Harry dio rienda libre a toda la furia que había estado conteniendo delante de sus compañeros. Se quitó la túnica y la lanzó contra el suelo. Snape le miraba como si estuviera viendo a un desequilibrado.
—Le diste un traslador. —Tono duro como el acero—. A Charlie.
Snape, al menos, tuvo la decencia de no mentirle.
—Sí, se lo di.
Harry se llevó las mano a la cabeza.
—¡Era un delincuente, Snape! Formaba parte de una organización criminal. ¡Lo ayudaste a escapar!
—Era un crío —vociferó Severus—. Un crío que se había dejado llevar por unas idea extremistas, por el dolor que sufría su familia. Un crío que no se merecía lo que le esperaba en Azkaban.
Harry le empujó de forma feroz.
—Tú no eres juez, no te corresponde decidir quién vive, quién muere, ni a quién se castiga. ¡Me mentiste, me has traicionado y yo te creí como un iluso! —lo acusó, señalándolo con el dedo índice—. Por eso querías que Hermione retrasara el juicio. Querías protegerlo. ¿Por qué motivo? ¿A quién le rindes pleitesía? —Harry se embaló, sentía un monstruo en la boca del estómago que crecía y crecía, que le arañaba las entrañas. Solo había una forma de saber la verdad. Agitó su varita mientras gritaba—: Legeremens.
Y la habitación empezó a dar vueltas hasta desvanecerse. De pronto, Harry estaba en una celda con Severus y Zabini. Cuchicheaban. Vio un destello dorado, un juramento inquebrantable, la voz de Snape
“te ayudaré a escapar si colaboras con Potter". La imagen se disolvió y volvió a ver a Severus, pero esta vez hablaba con una mujer. Otro juramento inquebrantable.
“Salva a tu sobrino, Daphne. Ayúdame. Te aseguro que no terminará en Azkaban”. Ella miró a Severus envuelta en lágrimas.
“Dime qué quieres”. Hilos dorados que se entretejían alrededor de las manos.
“A Robert, tu marido”. Harry se sintió mareado cuando los sonidos y las imágenes volvieron a distorsionarse. Sintió que caía, que se alejaba. Y entonces, estaba en casa de Snape. Shacklebolt estaba intentado convencerle para que colaborase con los aurores.
“No puedo, tengo otros compromisos”. “¿Por qué?, ya estas liberado de tus obligaciones con Dumbledore”. Snape no contestó y Kingsley supo leer en su silencio.
“Potter… ¿después de todo este tiempo sigues protegiéndolo?” Severus suspiró: siempre.
Salir de la mente de Snape y volver a la sala de estar fue como caer sobre una edredón de plumas, un vuelo leve, apacible. Harry abrió los ojos y vio que Snape le miraba fijamente. Había algo allí, en sus ojos, quizás era miedo. Harry supo enseguida que había sido Severus el que le había permitido ver aquellos recuerdos. Harry no sabía qué decir después de aquello. Snape se había jugado la vida para ayudarle. ¿Le había estado protegiendo durante todo este tiempo?
—Convócalo.
—El qué.
—Tu
patronus.
Snape hizo una floritura con la varita y de ella salieron unos hilos plateados que formaron la figura de un ciervo con cornamenta. Harry ya no pudo dudar.
Cuando el patronus salió volando por la habitación, Severus se acercó a él.
—Hay algo más que debes saber. —Puso la mano sobre la frente de Harry y musitó—: "
Exhibire memoria"El cerebro de Harry se llenó de imágenes inconexas, bárbaras. Vio retazos al principio: sangre, piel muerta, materia orgánica en descomposición. Como si fueran miniaturas. Luego se ensanchó y había caras conocidas. Arthur y Thomas O´Brian. Savage. Una celda y un prisionero, maldiciones imperdonables y torturas muggles. Cuerpos moribundos, apaleados. Otro prisionero en estado de desnutrición, solo esqueleto y pellejo. Interrogatorios brutales, interminables, donde a los presos se les dejaba sin dormir durante días. Drenajes de magia y sangrías controladas. Vio cosas indescriptibles, vio cosas que habría preferido olvidar para el resto de su vida.
Snape rompió la conexión y bajó la manó hasta apoyarla en el cuello de Harry.
—¿Qué era eso? —Horrorizado.
—Eso son memorias de presos que han estado en Azkaban. La parte que el Ministerio no cuenta a la sociedad mágica. Las reivindicaciones de los familiares de los encarcelados, una de las razones por las que existen los Hijos de Valborg. —Harry recordó los comentarios de Arthur y Thomas, el silencio de Dana y Austin sobre los interrogatorios en Azkaban—. ¿Entiendes por qué intenté retrasar el juicio de Zabini?
El chico hizo un gesto de comprensión.
—¿El Ministro lo sabe?
Snape soltó un bufido irónico.
—Harry, es el Ministro quien lo ordena.
—Tenemos que contarlo, tú tienes las pruebas, podríamos demostrarlo.
Severus negó con la cabeza.
—Tú no puedes permitírtelo, parte de tu Unidad está implicada; y yo estoy en la cuerda floja, a un error de acabar en una celda. No es que cuente con muchas simpatías.
Tal vez fuera así... Pero Harry conocía a alguien sin escrúpulos al que le encantaría tener entre sus manos esta historia.
Parte IV.- Epílogo. La semana siguiente no fue fácil para Harry. Tuvo que asistir a tres funerales de compañeros fallecidos mientras el mundo mágico se conmocionaba con los artículos publicados por Rita Skeeter. Los titulares no eran muy elegantes, pero eran efectivos: "Escándalo en el Ministerio: torturas, asesinatos y orgías entre barrotes". Al menos removían las conciencias de la sociedad. Se organizaron asociaciones de "Derechos Mágicos", una de ellas baja la dirección de Hermione, y se convocaron manifestaciones multitudinarias. La presión social fue tan enorme que el Ministro Williamson y toda su corte se vieron obligados a dimitir. Slora lo sustituyó.
Después de aquello, Harry abandonó definitivamente su apartamento y se mudó con Snape. Y fue entonces, en el momento en que las cosas se calmaron y volvieron a la normalidad, cuando empezó a llorar a Brad de verdad. Con sus días y sus noches, con sus ausencias, con las bromas que ya nunca se harían, con la culpa. Snape respetó su espacio durante aquellas semanas y, aunque mejoró, aún pasó algún tiempo hasta que pudo volver al Caldero Chorreante.
Los Hijos de Valborg, tras las últimas detenciones, quedaron muy tocados y mantuvieron un perfil bajo. Supieron que el Inefable había abandonado el país.
En marzo, Snape recibió una carta vía cigüeña, correo internacional. Era muy críptica.
"Cumpliste tu palabra y yo cumplo la mía.
Inefable de los Espectros de Brocken.
G. H.
Nuremberg, Alemania.
Te saluda,
C.Z"
Al parecer, tenían un nuevo hilo del que tirar.