Capítulo 3Causa perdida
Ni el eco de sus pasos en los sombríos y húmedos corredores de Azkaban mitigaban el ruido de su corazón acelerado. Habían pasado casi seis meses desde la última vez que estuviese frente a frente a Snape, fue en aquella mañana en que acudió a solicitarle ayuda para una poción que necesitaba en su trabajo. El profesor se la otorgó sin inconveniente, y aunque Harry habría dado lo que fuera por prolongar el encuentro, no fue así, Snape se despidió brevemente y nunca más volvió a encontrar un pretexto para ir a buscarle.
Aunque eso no impidió que lo viera en otras ocasiones. Harry se sentía a veces un adolescente flechado por un imposible, lo cruel es que sí lo era. Se escondía para mirarle aunque sea de lejos, para oír su voz impartiendo sus clases, para percibir su aroma al sentirlo caminar muy cerca… amaba su capa de invisibilidad.
Pero ahora volvería a hablar con él, y no era en las mejores circunstancias. Ni siquiera estaba seguro de cómo iniciar esa conversación.
El aire le faltó al dar vuelta al último pasillo, el más profundo, y refundido de la más triste prisión del mundo. Usó su varita para encender las antorchas necesarias, no quería delatar su presencia, pero afortunadamente el resto de las celdas de esa sección estaban vacías, continuó su camino hasta llegar frente a la situada en el sub-sub-subsuelo.
La magia del lugar reconoció su insignia como Auror y de inmediato se escuchó un click de la celda que se abría para él. El lugar era oscuro, no tenía ventanas, pero podía distinguir una silueta sentada al borde del maltrecho catre empotrado a la pared.
— Sabía que vendría, Potter. —se oyó la grave voz de Snape—. Supongo que necesitaba asegurarse de que no tengo la mínima posibilidad de escapar.
— ¡No, no, no! —negó Harry adentrándose a la celda—. ¡Snape, le juro que no tuve nada qué ver con esto!
— Entonces alguien usando poción multijugos y haciéndose pasar por usted es quien le otorgó tanto poder a Lucius Malfoy.
— ¡No sabía lo que hacía, me equivoqué!
Snape bufó, pero no de inconformidad o enojo, sino como si despreciara la inocencia de Harry.
— No estoy culpándole de nada, Potter, después de todo éste es mi lugar.
— ¿Qué está diciendo? Eso no es cierto, usted no merece la prisión, ¡usted fue un…!
— No se atreva a decir que fui un héroe. —le interrumpió Snape—. De mi mano murió gente valiosa, hice mucho daño… casi tendría que darle las gracias por su ingenuidad, eso ayudó a darme mi merecido. Me sentía inconforme en libertad, Potter, ahora puedo tener el castigo por mis crímenes.
— Cualquier cosa que haya hecho fue por mí ¿entonces yo tendría que estar encerrado también?
— Maté a Dumbledore, no importa el motivo, pagaré por ello.
— ¿Es que no se da cuenta? Lucius Malfoy le ha condenado al beso del dementor, no puede resignarse a eso.
— Es cierto, casi lo olvido. —dijo sin darle importancia—. En realidad estoy preparado, Potter. Desde el mismo instante que le escuché poniendo a Lucius Malfoy bajo su confianza, supe que terminaría de la peor manera, así que acepto lo que sea.
— ¿Porqué no me advirtió? ¿Porqué permitió que hiciera tal locura?
— Ya no es mi trabajo cuidar de usted, Potter, debe aprender a tomar decisiones y hacerse responsable de las consecuencias.
— Hablé con Lucius, él no desistirá, por eso he venido, voy a sacarlo de aquí.
Por unos segundos Snape guardó silencio, luego caminó hacia la puerta, estaba aún abierta pero no hizo el menor intento por salir. La luz de las antorchas pegó en él y Harry sintió que el corazón se le rompía en mil pedazos. Apenas tenía unas horas encerrado, pero era cruel su imagen luciendo esa túnica de presidiario. Sintió muchas ganas de llorar, se mordió el labio para no hacerlo.
— Podría salir incluso por mi propia cuenta ¿sabe? —dijo Severus apoyando la espalda en la reja junto a la puerta—. Pero no lo haré, estoy cansado de esta vida, no tengo nada allá afuera que me interese.
— ¡Pero yo no puedo permitirlo! ¡Es injusto!
— Sigue siendo el mismo atrevido de siempre. —escupió insolente—. ¿Porqué no escucha mis deseos? ¿Porqué le importa más su estúpida costumbre de creerse el salvador del mundo? ¡Déjeme en paz, Potter, no lo necesito, no me interesa escapar ni seguir viviendo, sólo déjeme en paz!
— ¡No puedo hacer eso!
— ¿Porqué no?
— ¡Porque estoy enamorado de ti, Snape! —gritó Harry sin poder contenerse.
Harry se detestó por escuchar su voz quebrada, habría querido decir esas palabras con la emoción de una esperanza. Siempre soñó que estaría sonriendo si un día se atreviera a confesar su amor, pero ahora lo único que quería era llorar como un niño.
Suspiró profundamente mientras se enjugaba furioso un par de lágrimas.
— ¡Di que soy egoísta, di que solo pienso en mí si quieres, pero no quiero perderte, no quiero que mueras!
Snape permaneció en silencio por unos segundos, la confesión de Harry no la había esperado nunca, era incomprensible que alguien como él pudiera enamorarse de un feo y gruñón profesor. Le escuchó sollozar en las penumbras, y después vio la silueta del más joven ir a sentarse en el catre, sorbiendo las lágrimas más dolorosas que había escuchado en su vida.
— Mientes muy bien, Potter. —susurró apenado.
— No estoy mintiendo. ¡Te amo, tonto!
— No, no puedes amarme, estás mintiendo porque crees que de esa forma podrás convencerme para escapar y no sé por qué crees que, aunque fuera verdad, tus sentimientos me importarían.
— No es esa mi intención, si estuviera seguro de que te importara lo que siento por ti, te lo habría dicho desde hace mucho, pero siempre supe que no sentías lo mismo. Me conformaba con saber de ti, con verte de lejos, con asomarme a la ventana y darte los buenos días aunque estuvieras a muchos kilómetros… pero ya no podré hacerlo, si no me dejas ayudarte, no puedo imaginarme cómo podré vivir sabiendo que tú no estás en algún lugar de este mundo.
Severus escuchó la respiración profunda de Harry, quizá no mentía, pero él ya se había rendido. Fue a sentarse a su lado.
— Vete, Potter. —ordenó con firmeza—. Vete y olvídate de mí, es demasiado tarde, si realmente quieres ayudarme, no me empujes a otra batalla.
— Severus… no puedo. Ven conmigo ahora mismo. —suplicó girándose hacia el Profesor para sujetarle las manos—. Mañana será más complicado, habrá más guardias y sé que piensan poner dementores… por favor, es ahora o nunca.
— Que sea nunca, entonces.
— Pero…
— Estoy cansado, ya no puedo sentir nada más que cansancio.
Harry se puso de pie llevándose a Severus sujeto a sus manos, pero al llegar al umbral de la celda, el profesor se negó a dar un paso fuera de ella. Con determinación se separó de Harry y él mismo se encargó de cerrar la puerta dejando al más joven fuera.
— ¿Porqué eres tan necio? —cuestionó Harry desesperado.
— Por tus mismas razones.
La respuesta cayó como un balde de agua helada a su corazón. ¿Snape estaba diciéndole que también le amaba? ¿Por eso le hacía a un lado?
Harry comprendió, nuevamente se había equivocado. Quizá si no hubiese confesado sus sentimientos, Snape habría terminado por aceptar huir con él. Abatido, se dejó caer de rodillas en el frío piso de piedra.
— ¡Soy tan imbécil! —sollozó angustiado—. Te he condenado a morir.
— Es mi elección, no la tuya… ni siquiera la de Lucius. Respétala.
— Esto tiene que ser una pesadilla. ¡Quiero despertar y ver que nada es real!... quiero tener la oportunidad de ir por ti sin que tengas un pretexto para rechazarme más.
— Ahora lo sabes, vete y no vuelvas más, Harry.
Severus volvió a la oscuridad de su celda dando por terminada aquella reunión. La luz de las antorchas se apagó y pudo escuchar los pasos de Harry alejándose mezclados con sus queditos sollozos. Entonces se permitió respirar profundamente, había hecho lo correcto.
Recordó el tiempo en que descubrió que extrañaba la presencia de Harry Potter, y la forma en que su corazón se aceleró el día en que el joven Auror fue a pedirle una de sus pociones. Habría querido detenerlo y no dejarlo ir, pero eso era absurdo, por eso decidió despedirse lo más rápido que pudo o temía no poder disimular su felicidad con solo tenerlo cerca.
Había ocasiones en que tenía la sensación de percibirlo en el colegio, pero eso era imposible, se convenció que se trataba de su imaginación y de ese agotador deseo de tener veinte años menos.
Se lo repitió tantas veces. Es imposible que terminó por engañarse a sí mismo de no desear esperanzas. Sus días fueron haciéndose más grises sin que pudiera hacer nada al respecto.
Ahora lo imposible había sucedido, pero Severus ya se había rendido, se sentía una causa perdida.