Regalo para el Arbolito de la Mazmorra.
En especial, para Danvers, aunque ella ya sabe que todos mis Snarry son suyos. Un beso enorme y Feliz Navidad.
A día de hoy faltan 67 días.
Su enfado era monumental. Se abría paso por el ministerio como si fuese suyo. Llevaban dos años mangoneándole, haciendo de él lo que querían. Lo habían utilizado para todo lo que les había convenido, y como que se llamaba Harry Potter que hoy lo iban a escuchar.
Abrió las grandes puertas sin necesidad de varita, no le hacía falta para hacer magia y en un momento como aquel, mucho menos. Sentía la magia fluir por todo su cuerpo, notaba como cada poro de su piel expulsaba esa radiación que normalmente intentaba mantener a raya pero que hoy iba a utilizar para asustar a aquella gentuza que osaba enfrentarse a él.
Entró y se posicionó, con su uniforme de la academia de aurores, enfrente de todo el Wizengamot.
–¿Otra vez usted, señor Potter? –fue lo que le preguntó el miembro portavoz de aquella vista.
–He venido porque por lo que veo, no se ha tomando en consideración mi declaración en este caso. Les he hablado, creo, lo suficientemente claro, y no entiendo porque han subestimado mi confesión y la han pasado por alto de esta forma.
–Entiéndanos, señor Potter, todo el mundo que testifica a favor de alguien espera que la sentencia sea favorable, pero no podemos soltarlos a todos y ya está. Si lo hiciésemos, dentro de nada estaríamos de nuevo infestados de mortifagos.
–Pero no puede meterlos a todos en el mismo saco. Es injusto y además irracional. Yo…
–Señor Potter –llamó la atención uno de los miembros– haga el favor de salir de aquí si no quiere ser acusado de desacato.
Harry miró al frente con descaro y antes de salir, añadió.
–Está bien, pero esto no va a quedar así, de eso pueden estar seguros.
Salió fuera y la tomó con el primer banco de madera que encontró por el camino dándole una fuerte patada.
Se dirigía al departamento de aurores cuando alguien tiró de su túnica con fuerza. Se volvió un poco enfadado, pero su semblante cambió a sorpresa cuando se encontró frente a uno de los miembros del Wizengamot; uno al que no tenía ningún deseo de ver, precisamente, porque era el que más le molestaba de todos ellos. Severus Snape, al que le habían concedido aquel puesto por su papel en la guerra. Papel, que gracias a él, fue descubierto, y ahora, parecía no hacer nada para defender la causa que él pretendía y que además creía que le importaba.
–¿Qué demonios quiere, Snape? –se negaba a llamarle señor, y mucho menos, profesor.
–No sabe contenerse, ¿eh, Potter? –le dijo con su habitual tono de desprecio– si quiere ayudar a Draco esta no es la mejor forma de conseguirlo.
–¿Ah sí? Mejor hacerlo como usted, y estar de lado del bando que lo mandará a azkaban.
–No sea arrogante, yo ya vote en contra, pero solo soy uno y no puedo hacer mucho más. En cambio si nos reunimos los tres, quizás podamos conseguir algo.
–¿Los tres? Ni hablar –dijo mirándolo como si estuviera bromeando– no pienso hacerlo, además, Malfoy ni siquiera lo sabe.
–¿No sabe que está ayudándolo? –le preguntó estupefacto.
–Claro que no, si lo supiera no se dejaría –dijo como si fuese más que obvio.
Snape meditó durante unos minutos. Quizás tenía razón. El cabezota y orgulloso de Draco Malfoy no se dejaría ayudar si supiese que es Potter quien lo estaba haciendo. Pero entonces…
–¿Por qué, Potter? –interrogó preguntándose que sacaría él de beneficio con aquello.
–Porque tanto él como su madre me ayudaron a ganar esa guerra. No pude hacer nada por su madre y no quise hacerlo por su padre. Me gustaría poder ayudarle a él.
–Siempre tan noble… –ironizó.
–Si va a burlarse de mí esto termina aquí, ya tengo que darles demasiadas explicaciones a Ron y Hermione de porque estoy haciendo esto. No voy a aguantarle a usted también –añadió mientras se daba la vuelta para marcharse.
–No sea merluzo –volvió a detenerlo– solo bromeaba. Me gustaría verlo en mi despacho cuando le sea posible, mándeme una nota con un memorándum.
Harry asintió y volvió al cuartel. Aquella semana iba a ser agotadora.
Snape estaba sentado en su despacho la mañana del jueves, cuando un memorándum de carácter urgente apareció en su mesa. Comprobó con gusto que era de Potter y le respondió con un sí a su pregunta sobre si tenía un momento libre.
La puerta se abrió y el casi auror, entró en ella. Parecía que había estado esperando tras ella a que le contestara la maldita nota, ya que no tardó más de un par de minutos en hacerlo.
Pasó y prácticamente se tiró sobre un sofá que había en su amplio despacho como si habitualmente lo hiciera, provocando que Snape se retorciera en su silla por la falta de educación.
–Vaya, es enorme –dijo asombrado pero sin ninguna doble intención.
–Es lo que tiene ser miembro del Wizengamot. Y ahora, pasemos a lo realmente importante, como ayudar a Draco a que no sea mandado a azkaban.
–Yo pensé que declarando todo era suficiente, joder, si salgo en la WWZ diciendo cualquier tontería que el ministro me obliga a decir, todo el mundo me hace caso, y cuando digo algo que realmente sale de mi mismo, me toman como si estuviera loco…
–Bueno, el problema aquí Potter, es que el ministerio aun lo ve como a un crío. Por eso lo manejan como quieren. Tiene que hacer ver que ya no lo es, ¿Qué edad tiene ya? ¿Dieciocho?
–Tengo veinte años –dijo mirándolo con el ceño fruncido como si no pudiese creer que no supiera eso.
–Bueno, es más o menos lo mismo. Pero usted ya no es un niño tiene que demostrarle al ministerio y al Wizengamot al completo, que su palabra vale lo mismo, e incluso más, que la de cualquier otro mago.
–¿Y cómo voy a hacer eso? –preguntó realmente interesado. Parecía que era una buena opción.
–Pues haciendo cosas de hombres… no deje que lo mareen ni le pidan favores y no haga todo lo que le digan… tome sus propias decisiones sin importarle lo que opine el resto.
Harry asintió.
Era la primera vez que alguien le decía aquello y parecía muy coherente. Es decir, llevaba haciendo lo que le pedían desde que había terminado la guerra, con la excusa de que era lo mejor para todos, pero ¿Qué había hecho por él mismo? Nada, y para una cosa que realmente pedía le decían que no y lo trataban como decía Snape. Como un niño. Le habían dado razones infantiles para que desistiera y no siguiera molestando, ¿Cómo no se había dado cuenta antes? Pues se iban a enterar.
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El viernes, cuando Severus llegó a su puesto en el ministerio, oyó murmullos fuera de su despacho. Parecía que la gente estaba llevando el mismo rumor de un lado a otro. Cuando salió a desayunar, preguntó a la chica que llevaba el papeleo de fuera que había pasado.
–¿No se ha enterado? Harry Potter está en el despacho del ministro, al parecer se quejó de algunas irregularidades de la academia de aurores y de lo que nadie sabía nada. Ahora el ministro se enfrenta a algunas familias y por supuesto a la mala fama que esto traerá consigo…
–¿Sabe algo más? –le preguntó realmente interesado.
–Sólo sé que se trata de favoritismos e incluso sobornos con los hijos de algunos empleados del ministerio dentro del departamento. Fíjese, que ha dicho que incluso a él le ofrecieron saltarse la preparación para auror… esto es un escándalo.
La chica, con la cual tenía bastante confianza lo miró asombrada como si aquello le pareciese desorbitado. A él no se lo parecía, había aceptado aquel puesto porque le habían prohibido dar clases en Hogwarts y además sabía que más que nada era para tenerlo vigilado, pero su vida ya había sido larga y dura y aquel trabajo representaba tranquilidad y asentamiento cosa que por una vez, iba a aceptar de buen agrado. Pero claro que estaba al tanto de aquellas irregularidades, pero él había decidido que ya no iba a inmiscuirse más.
La siguiente vez que Potter llegó a su despacho, lo hizo de una forma totalmente diferente. Venía empapado, lleno de barro y sangre y con un humor de perros.
–¿Qué ha pasado? –preguntó bastante asombrado.
–¿No se lo imagina? Me han mandado a las peores misiones desde que declaré aquellas cosas, pero si piensan que me voy a ir con el rabo entre las piernas, lo tienen claro, a mi a cabezota, no me gana nadie –Severus negó con la cabeza– tan solo venía a decirle que sintiéndolo mucho, voy a tener que seguir esta batalla yo solo, ayer me vieron hablando con Susan Bones, una chica que tiene familia en el Wizengamot y hoy la han interrogado acerca de lo que hablamos. No quiero meterle a usted también en un lio.
Para sorpresa de Harry, Snape tan solo se levantó, se dirigió a la chimenea y echó un puñado de polvos flú. Luego le hizo invitación a que pasase.
–Entre Potter, nadie puede interrogarme por lo que hago o por quien llevo a mi casa.
Harry más atónito que otra cosa, se metió entre las llamas sin mirar atrás. Luego sintió como su antiguo profesor hacia lo mismo.
–Bien –comenzó a relatar Harry una vez ambos habían llegado– la cosa es que ahora la gente me escucha más, y que creo que el ministerio estaría dispuesto a hacer lo que… –Harry paró de hablar cuando sintió que Snape lo miraba de una forma muy extraña– ¿qué?
–¿No piensa hacer nada con toda mugre? –preguntó con bastante asco.
–Pensaba hacerlo cuando llegase a mi casa.
–Arriba hay una ducha Potter, no puedo entenderle si el olor que desprende no me permite acercarme a usted a menos de cinco metros.
Harry puso los ojos en blanco y resignado subió a darse la maldita ducha.
A los quince minutos, mientras Severus leía tranquilamente sentado en su sofá, el desdichado auror bajó las escaleras con tan solo una toalla atada a su cintura.
–No había previsto esto –dijo tan solo ante la atenta mirada de su ex profesor.
Armándose de toda su contención, acompañó a Harry hasta su habitación y le dio algo de su propia ropa.
Cuando ambos estuvieron decentes a la vista, se sentaron junto a la chimenea y charlaron sobre lo que harían para que Draco pudiese salir airoso de aquella situación.
Comieron algo y luego volvieron al ministerio. Snape le aseguró que no le importaba que nadie le viese con él y que quien intentara interrogarlo iba a terminar bastante lejos. Por último, le dijo algo que tenia remordiéndole desde que el auror se presentó allí aquella mañana.
–Por cierto, Potter –le dijo intentando que su tono de voz no le jugara una mala pasada– siento que esté pasando por todo esto por culpa de mi consejo.
–¿Qué? de ninguna manera –le aseguró este– al contrario. Gracias a usted ahora sé que estaba siendo tonto. Ya no es solo por Malfoy. Llevo muchos años siendo manejado por gente y por fin me he dado cuenta de que puedo hacer lo que quiera con mi vida.
–Bueno, siempre ha podido hacer lo que quería.
–No, no podía, no cuando desde que era un crio me han estado diciendo lo que tenía que hacer y porqué estaba donde estaba. Siempre he creído que tan solo vivía para que la guerra terminase y la gente pudiera vivir en paz.
–No eres la herramienta de nadie.
–Ahora lo sé –respondió mirándolo intensamente– como usted dijo, me estoy comportando como un hombre.
Para asombro de Harry, el hombre frente a él sonrió ampliamente.
–Me alegra que por fin sea quien ha deseado y ansiado ser siempre, aunque ahora tenga que enfrentar muchas cosas, las hará siendo usted mismo y con conciencia de lo que hace.
–¿Por qué siempre dice lo adecuado? –preguntó sin ánimo de ofender.
–Porque sé que es lo adecuado. Además, lo he visto crecer y yo también tenía ganas de que les parase los pies –Harry le devolvió la sonrisa.
–¡Harry! –Oyeron a su espalda– ¿Dónde estabas? –preguntó Ron llegando algo ajetreado.
–Haciendo algunas gestiones. ¿Por qué?
–Hermione lleva toda la mañana buscándote como una loca.
Harry lo miró con desespero y se despidió de Snape antes de irse detrás de Ron.
A la mañana siguiente, Harry despertó temprano y con los ánimos renovados, sentía que podía comerse el mundo. Sus tripas le rugieron y pensó que primero tomaría al menos una tostada con mermelada. Después se dio una ducha, se vistió y se fue para el ministerio.
Cuando llegó el jefe de aurores lo estaba esperando.
–Cámbiese, en quince minutos salimos para Oxford, tenemos un código azul –dijo mientras lo miraba con reproche y salía de la sala.
Mierda.
Llegó a la recepción del Wizengamot y la chica que siempre estaba allí había sido sustituida por una señora de aspecto serio. Esperó un poco de cola hasta llegar hasta ella.
–Buenas –dijo intentando ser simpático– vengo a ver a Severus Snape.
–¿Tiene cita? –preguntó sin mirarlo.
–No, pero es urgente y él siempre me recibe
–Si no tiene cita no puede pasar. ¡Siguiente!
–Espere, no lo entiende, es algo urgente, necesito verlo, la chica que hay aquí siempre me ha dejado pasar sin problemas.
–Sería porque no haría bien su trabajo…
Harry suspiró resignado.
–¿Potter, que hace aquí? –Preguntó su jefe que había salido de la puerta que daba a los archivos con una carpeta enorme sobre las manos– ¿no le he dicho que se cambiase?
–Eso intento –se justificó– pero esta amable señora no me deja pasar.
Su jefe alzó una ceja y lo miró sin entender nada.
–Vuelva a su puesto y póngase el uniforme.
–Sí, si es lo que quiero hacer, pero antes necesito entrar a ver a Snape.
–No sé que se trae con los miembros del Wizengamot, pero le he dado una orden –dijo ahora más severo.
–Por favor –dijo dirigiéndose de nuevo a la mujer– déjeme pasar, necesito entrar un momento.
–¡Potter! –Gritó su jefe– ¡ahora!
–Joder –dijo intentando mantener el tono de voz– que no puedo ponerme el maldito uniforme si antes no paso al despacho de Snape.
–¿Y se puede saber porqué? –preguntó dando a notar que su paciencia estaba acabando.
–Porque… –miró a ambos lados, aquello estaba lleno de gente– él tiene mi uniforme, ¿entiende? –dijo muy bajito.
–¿Qué demonios dice? Hable más alto.
–¡Maldición! –Gritó exasperado– ayer me dejé mi uniforme de auror en su casa. Me di una ducha y me puse su ropa para irme, así que me dejé MI uniforme en SU baño, ¿me entiende?
Toda la gente que había allí comenzó a murmurar y Harry lo único que acertó a hacer fue mirarlo retadoramente. “Maldito payaso”.
La puerta del despacho de Snape se abrió y este salió algo extrañado.
–¿Qué alboroto es este? ¿Qué ocurre? –Preguntó por ultimo a Harry directamente– ¿ha pasado algo?
Harry lo miró y después a su jefe sin saber que decir. Este último se dirigió al miembro del Wizengamot con total resignación.
–Hágame usted el favor de devolverle al auror Potter su uniforme reglamentario. –Luego volvió la vista hacia Harry y sonrió de forma irónica– y la próxima vez que quiera llevar a cabo ciertas prácticas que no voy a mencionar, no vaya dejándose su ropa por ahí. O al menos, no la del trabajo.
El Gryffindor bajó la mirada abochornado.
–Al menos su ropa es algo que puede recuperar –habló Severus, e hizo que todo el mundo quedase en silencio– en cambio su respeto y formalidad serán difíciles de encontrar, teniendo en cuenta que hace años que los perdió.
Todo el mundo volvió a cuchichear y Severus aprovechó para arrastrar a Harry hacia dentro.
–Vaya, gracias –dijo una vez la puerta del despacho se cerró.
–No debería dejar que le hablase de esa forma –inquirió mientras echaba polvos flu a su chimenea– quédese aquí, iré a por su ropa.
Cuando volvió, Harry se había sentado relajadamente en el mismo sofá.
–Tome, aquí tiene –la cogió, pero se quedó un momento sin moverse mientras ambos sujetaban.
–Esto… siento si ahora la gente piensa que usted y yo… es culpa de Ron que fue el que… yo…
–Tranquilo, Potter –dijo mirándolo como si no pasara nada– no creo que la gente se piense eso porque haya dejado ropa en mi casa.
–Sí que lo pensarán, todos piensan que… bueno… Ron le dijo a un compañero que me iban las varitas, y desde entonces no puedo acercarme a un hombre sin que haya cotilleo en el ministerio para rato. Y tiene que admitir que lo que ha pasado fuera dará para mucho…
–Ah, bueno –Severus lo pensó durante un momento– en realidad, entonces, el que tendría que disculparse soy yo –dijo algo divertido para quitarle hierro al asunto– no deberían relacionarle con alguien como yo y de mi edad. Usted sale peor parado.
Harry rió ante semejante estupidez.
–No diga tonterías… además, desde que ya no tiene tantas preocupaciones, parece mucho más joven.
–Vaya, gracias. Supongo –dijo riendo también.
–No me mal interprete –corrió a decir apurado– no es que antes pareciese muy mayor, pero ahora no da tanto miedo como cuando iba al colegio. Parece más relajado y no siempre viste de negro. Tiene que admitir que ahora se ve mucho mejor.
Harry lo miró de arriba abajo como corroborando lo que estaba diciendo. Snape tan solo pensaba que intentaba ser amable.
Estuvieron quedando durante varios días, después de aquello, para preparar lo que Harry diría ante el Wizengamot. Había pedido una vista para volver a defender porque Draco Malfoy no merecía estar entre rejas.
Harry estaba ahora mucho más positivo, hasta Severus se había dado cuenta de que tenía mucha más seguridad en sí mismo y de que iba preparado para ganarse a todos los miembros del tribunal.
Durante muchas horas, estuvieron preparando el discurso de Harry. Todos sabían que se traían algo, y no paraban los siseos de gente que se preguntaba que podrían hacer aquellos dos que nunca se habían soportado.
El día de la presentación, Harry se vistió con su mejor túnica, se peinó más que nunca y carraspeó frente al estrado antes de pronunciar su discurso.
Después de casi veinte minutos en los que tan solo paró para coger aire, terminaba bastante satisfecho.
–Por eso –concluía– y porque cuando el señor Malfoy supuestamente cometió los cargos que se le imputan, era menor de edad, creo que debería ser puesto en libertad. Además, como artífice de la muerte de Lord Voldemort, declaro, como he hecho en otras ocasiones, que el señor Malfoy y su madre me ayudaron en más de una ocasión a que esto fuese llevado a cabo.
Cuando finalizó. Se sentó en la silla que había justo en medio de la sala y espero con paciencia mientras los miembros hablaban entre ellos. De repente, vio que uno se levantaba y se acercaba a él. Con su voz ampliada mágicamente, comenzó a dar vueltas a su alrededor con bastante lentitud y a hacer preguntas.
–Si me permite, señor Potter, ya que usted insiste en que tiene competencia para decidir que el señor Malfoy no debería estar en prisión, me preguntaba si podría hacerle algunas preguntas para poder esclarecer el porqué de su pertinaz esperanza en que el caso le sea favorable.
–Adelante –dijo sin más.
–¿Le importaría que su declaración fuera bajo los efectos del suero de la verdad?
–En absoluto –sentenció.
El chico se acercó a Harry y le dio un pequeño vial que este bebió sin pensárselo dos veces. Severus desde su silla en el tribunal, se cuestionó que había llevado a sus colegas a hacer semejante estrategia.
A los pocos minutos, el hombre volvía a ponerse frente a Harry y comenzaba a lanzar preguntas.
–¿Es usted Harry James Potter, nacido el treinta y uno de Julio de mil novecientos ochenta? –preguntó de manera casi mecánica.
–Si
–¿Es verdad que nació en Godric´s Hollow pero fue criado en Surrey, con sus tíos?
–Si –volvió a decir automáticamente.
–Y díganos, señor Potter, mientras usted convivió con sus tíos, en Surrey, ¿es cierto que fue maltratado, humillado y sometido a vejaciones durante los años en que vivió con ellos?
–Sí –dijo ahora, con un temblor en la voz.
Todos los miembros del Wizengamot, Severus incluido, comenzaron a murmurar y a preguntarse a donde quería llegar aquel hombre.
–He estado charlando con el psicomago del señor Potter, y tengo razones suficientes para creer, que el chico sentado en esa silla –dijo señalándolo– no tiene la cordura suficiente, ni la claridad necesaria, como para ser tomado en cuenta en un juicio de la pasada guerra.
Los cuchicheos fueron aun más altos y algunas voces se oían entre las demás “¿Cómo osa decir eso del héroe del mundo mágico?” o “que desfachatez” o “eso son solo mentiras”
–Con la venia del tribunal, les invito a que oigan como voy a demostrar que Harry James Potter, es incapaz de poder decidir sobre este tema. Por favor, sigan atendiendo.
Volvió a girarse hacia Harry y este trago con dificultad.
–Señor Potter –dijo de nuevo– ¿podría explicarnos donde vivió usted hasta los doce años?
Harry iba a decir en la casa de sus tíos, pero por dentro sabia a que se refería aquel hombre.
–En… –titubeó– en una alacena.
Toda la gente allí se miró estupefacta.
–Podría darnos más detalles, por favor.
–Era una alacena construida en el hueco bajo las escaleras. Mis tíos me hacían pasar allí casi todo el día porque les molestaba verme. Medía unos dos o tres metros cuadrados más o menos y apenas cabía el colchón viejo donde dormía y alguna cosa más.
–También he oído en algún sitio que le hacían trabajar y no recibía un trato propio de un niño de su edad. ¿Le importaría esclarecerme a que se refiere concretamente?
Severus se dio cuenta de que mientras Harry había dado el discurso lo había mirado en todo momento y que ahora su mirada estaba como perdida y no miraba a ningún sitio.
–Desde que aprendí a andar, mis tíos me obligaban a hacer las tareas domésticas, me recordaban en cada momento que no era bien recibido allí y me daban a hacer todo lo que ellos no querían, como cortar el césped las calurosas tardes de verano, o barrer la nieve de la entrada en invierno. Limpiar, fregar…
–¿Y en algún momento tuvieron con usted algún tipo de agradecimiento o remuneración por ello? ¿Era recompensado por todas esas cosas?
–No.
–¿Era tratado de la misma forma que su primo que contaba con la misma edad que usted?
–No –seguía respondiendo.
–¿Podría especificar en qué aspectos no era tratado con ecuanimidad?
–En absolutamente ninguno. Yo vivía en aquel cuartito mientras él tenía dos habitaciones. Jamás recibí un solo regalo o celebré ninguno de mis cumpleaños que pasaban totalmente desapercibidos para ellos. Jamás me compraron ropa o zapatos, teniendo que usar los de mi primo que siempre me venían bastante grandes. Si no me mantenía en silencio o hacia lo que ellos querían, solían castigarme sin comer o golpearme. Cuando venían visitas me encerraban para que nadie supiera que yo estaba allí, me recordaban cada instante que mi presencia allí no era deseada y se encargaron de que cada instante de cada día fuera lo más infeliz posible.
–Y, después de eso, señor Potter, una última pregunta, ¿Cuándo fue usted consciente de su condición de mago?
–El día en que cumplí once años.
–¿No fue informado de alguna otra forma con anterioridad a esa fecha?
–No.
–Me consta que sus tíos eran conscientes de esta situación, ¿no se lo contaron ellos?
–Me lo ocultaron, diciéndome que mis padres habían muerto en un accidente de tráfico. Y cuando las cartas de Hogwarts comenzaron a llegar, las destruyeron todas. El guardabosque de Hogwarts, Hagrid, tuvo que venir a buscarme porque mis tíos no querían que fuese allí.
–Bien, señores –añadió ahora dándose la vuelta para dirigirse al tribunal– creo que ha quedado más que patente que este chico no está en condiciones mentales para exigir nada frente al Wizengamot. Parece ser que su estado anímico es bastante inestable, sufrió una infancia traumática que estoy seguro le dejó secuelas y su falta de referentes paternos le confunde en ciertos aspectos ya que según se dice, mantiene una relación con un hombre que le supera en más de veinte años y que casualmente se encuentra sentado en esta sala, ¿no es casualidad?
Cuando terminó el discurso, las voces subieron de volumen y podían oírse todas las opiniones, aquello era un hervidero de comentarios a cual más jocoso.
El miembro al frente, declaró que debería deliberar y todo el mundo comenzó a levantarse e irse.
Cuando Severus llegó abajo, Harry ya se había ido, intentó alcanzarlo pero no dio con él. Durante el día, fue al menos tres veces al departamento de aurores, pero parecía que nadie allí lo había visto.
Pasó un par de días en que estuvo pensando mucho en lo ocurrido pero le permitió no aparecer porque imaginó que estaba avergonzado por lo ocurrido. Cuando creyó había pasado un tiempo prudencial, se presentó en Grimmauld Place. Sabía donde vivía, había sido el cuartel general de la orden y él mismo había sido miembro, así que sin más, se presentó en su casa y golpeó la puerta.
Para su sorpresa fue Granger quien le abrió la puerta.
–Buenas tardes –dijo con su habitual tono neutral– he venido a visitar al señor Potter.
Ella apenas le abrió la puerta y puso cara de que había sido una sorpresa verle allí, aunque no grata.
–Lo siento –dijo algo tímida, acostumbrado como lo tenía a su habitual vitalidad– pero Harry se encuentra indispuesto en este momento.
–Ya lo sé, Granger –respondió ahora si deificando su tono– es precisamente por eso por lo que he venido.
Ella alzó una ceja y abrió más la puerta.
–¿Usted sabe lo que le ha pasado? –Severus asintió– pues pase, porque llevo intentando sonsacárselo días y no suelta prenda.
El ex profesor entró ondeando su capa y pasó de largo preguntando donde estaba el chico. Hermione le señalo la habitación y giró el pomo que, obviamente, no se abrió. Lo intentó con los hechizos comunes pero nada.
–Vaya, parece que el maldito auror cree que solo él conoce este tipo de trucos –dijo más para sí– ya está –añadió cuando abrió la puerta.
Se encontró con el chico acostado en la cama y tapado hasta las orejas. Tan solo se veía de él un mechón de pelo negro y enmarañado. Suspiró porque no sabía bien como comenzar a hablarle. Habría sido más fácil para él que Harry hubiese hecho una estupidez y tuviese que regañarle o reprimirle por algo. No sabía cómo enfrentarse a lo que tenían que hablar, pero tampoco podía dejar al chico hundido como estaba. Pensaba que ya era algo mayor para las tonterías como aquella, pero después de oír todo lo que aquel engendro de mago había dicho frente a todo sus colegas, hasta se había sentido culpable por todas las cosas que le había hecho pasar cuando entró en Hogwarts. Él pensando que era un crío con aires de superioridad, que se creía lo más del mundo mágico, y resulta que durante todo aquel tiempo tuvo ante él a un chico maltratado y retraído. Alguien que había pasado muchas cosas y había cargado demasiado para la edad con la que contaba. Debería haberlo visto. Debería haberse percatado de aquella mirada vacía que también él tenía a esa edad.
–Potter –llamó con suavidad sin obtener respuesta– Potter. Harry –probó de nuevo.
Se acercó sigilosamente por si era que el chico estaba dormido.
Cuando se puso frente a él se dio cuenta de que sus ojos estaban abiertos de par en par. Si no fuese porque lo oía y veía respirar, habría pensado que estaba muerto. Aunque el susto se lo había llevado igualmente.
–Por amor de Merlín, que susto me ha dado –susurró mientras se sentaba junto a él en la cama.
Las pupilas de Harry, que miraban al frente, se desviaron a la derecha.
–Harry, escúchame –dijo intentando parecerle más cercano– no tienes que sentir vergüenza por lo que ha pasado, en todo caso, el hijo de su madre que lo dijo…
–No es eso –dijo con la voz quebrada y muy bajito– no es vergüenza.
–¿Qué es entonces? –Le preguntó destapando un poco su cara para al menos ver sus labios gesticulando las palabras– ¿Qué le perturba?
–Muchas cosas… es todo, es… –titubeaba– ¿Por qué? Tengo muchas preguntas y muchas dudas…
–A ver, no soy un erudito en esa materia, pero quizás te sirva de ayuda si me cuentas cuáles son esas dudas que tienes.
–Qué sabrá usted… si es un huraño, no le gusta la gente….
–No tiente la suerte, Potter –dijo mirándolo con el entrecejo fruncido– si no me gusta la gente, si lo entiendo tan bien, es precisamente porque al igual que la suya, mi infancia no fue la que un niño desearía.
Harry lo miró extrañado. No estaba seguro si era verdad, o simplemente intentaba se empático con él.
–Sé lo que se siente –dijo mirándolo fijamente– cuando las personas que te tienen que querer y proteger, son precisamente las que te hacen más daño, las que te desprecian. De verdad que lo sé. Crees que ahora nadie más va a quererte, piensas que si ellos que tenían que hacerlo no lo hicieron, ¿por qué otras personas lo harían? –Harry abrió la boca, pero la cerró. Sí, estaba claro que hablaba desde la experiencia– pero, Harry –volvió a llamarle la atención– el problema; lo anormal en este caso, no eres tú, si no ellos. Porque es antinatural no querer a un niño con el que pasas tanto tiempo, a un hijo, o a un sobrino en tu caso, pero como si lo fuera. Ellos tenían el problema, no tú.
–Pero… a mi primo… a él lo querían, lo apreciaban; le daban todo lo que podían y pedía. ¿Por qué yo no tuve esa suerte? ¿Acaso tengo algo de malo? ¿Por qué siempre me toca sufrir? Estoy harto…
–No tienes absolutamente nada de malo, todo lo contrario –comenzó a decir lenta y suavemente– has pasado muchas cosas en tu vida, y la mayoría en tu lugar, se habrían rendido a la primera de cambio. Es más, fui insoportable contigo en el colegio, cuando yo era el adulto y tú el niño, y ahora que eres un hombre, no me has guardado rencor y también estás ayudando a Draco que también te las hizo pasar canutas… Has dado tu vida por la gente a la que apreciabas y además, aun tienes un camino por delante para poder vivir como te apetezca y con quien te apetezca –dijo acariciándole el pelo sin darse cuenta– podrías preguntarle a cualquiera de tus amigos, a los cuales tienes ahí angustiados preguntándose qué te pasa. ¿O a caso quieres convertirte en un ser huraño como yo? –dijo riendo un poco– eres muy joven, tienes tiempo para darte cuenta.
–No digas eso –respondió Harry poniendo una mano sobre la suya– también eres joven y tienes tiempo. Si después de todo lo que me hiciste pasar en el colegio te he tomado este aprecio en tan poco tiempo, cualquiera podría hacerlo. Tan solo tienes que dejarte ver más a menudo.
–Bueno, tú no cuentas, eres Gryffindor y noble por naturaleza –recalcó sonriendo– en cuanto a eso… me gustaría poder…
–Espero que no intentes pedirme perdón por eso –dijo irguiéndose rápidamente– yo te ponía verde por detrás, así que se anula –le confesó riendo suavemente.
Severus resbaló la mano por su pelo y le apretó fuerte la nuca. Lo que no esperaba era que el chico se pusiera de rodillas en la cama y lo abrazara. Y fue un abrazo raro. Porque no era fraternal, pudo sentir como estuvo un rato abrazado a él y con los ojos cerrados mientras respiraba con tranquilidad. Como si aquello le diese una paz que no había encontrado en ningún otro sitio. Guiándose por su propia intuición, apretó fuerte la espalda del chico que apoyó la cabeza sobre su hombro en cuanto lo sintió y susurró un suave “gracias” tan cerca de su oído que hizo erizar cada vello de su cuerpo.
Se despegaron en cuanto oyeron la puerta de la habitación abrirse y a Hermione algo más relajada aparecer por allí.
–¿Se queda a cenar, señor Snape? –preguntó precavida.
Iba a contestar que no, de forma automática, pero la mirada de anhelo del Gryffindor, le hizo resarcirse.
–Está bien, Granger. Gracias.
A partir de ese momento, Severus tuvo que aguantar las visitas de Harry cada vez que este tenía ganas, o estaba agobiado, o enfadado, o simplemente, venía con ganas de contarle alguna tontería. Severus nunca había tenido la compañía de nadie, o al menos, no de alguien que no se fuera y que además volviera al día siguiente.
A las pocas semanas, vino más contento de lo habitual.
–¡Severus! –dijo entrando como un terremoto– he encontrado algo que puede ayudarnos con el caso de Draco.
Demasiado contento, entró y le enseñó notas algo que jamás habría podido imaginar encontrar en manos de Harry Potter.
–Es… no puede ser, ¿Cómo lo has conseguido? –le preguntó más que intrigado.
–Lo he encontrado en Malfoy manor. Están haciendo revisión en profundidad y lo encontré entre las cosas privadas de Malfoy. No es una prueba para ellos ya que estaba escondido entre sus objetos personales y no tenían permiso para registrar las habitaciones, pero si nosotros lo presentamos como prueba sí que beneficiaría a Draco.
Severus lo miró y le sonrió. En aquel diario había muchísima información que ambos podrían utilizar para intentar que su ahijado saliese del sitio donde estaba y pudiesen ganar el juicio que estaba a puertas de celebrarse.
Habían quedado en su casa porque Harry salía aquella noche tarde de trabajar y él ya no estaría en su despacho. Así que cuando oyó el sonido de la puerta la abrió con la varita y permaneció sentado en su sillón frente a la chimenea.
Un Harry Potter embutido en su uniforme de auror, entró por la puerta como un rayo y por lo que pudo ver, bastante enfadado.
Sin siquiera mirarlo, se puso frente a la chimenea y se quito la capa dejándola caer al suelo. Luego se desabrochó la chaqueta e hizo lo mismo. La siguiente prenda en caer al suelo fue la camisa, luego el cinturón, seguido de las botas negras y por último los pantalones. Cuando Severus se estaba preguntando si no sería que Harry no se había dado cuenta de que estaba allí, este se agachó, cogió toda su ropa y la echó al fuego, dejándole con cara de asombrado.
–¿Se puede saber a que ha venido eso? –preguntó pasmado aun.
–Ah –suspiró– libre al fin –luego se volvió hacia Severus que tuvo que apartar la vista– me han dicho en el cuartel que si sigo inmiscuyéndome donde no me llaman me expulsarían por mala conducta y desacato. Ya no pueden hacerlo, me he expulsado yo –dijo con una sonrisa.
–¿Qué has hecho qué?
–Lo que oyes, estaba más que harto, allí no era más que un títere. Ahora haré lo que me dé la gana.
Se sentó junto a Severus que no podía quitar la vista del chico semi desnudo.
–Comenzaré trayéndote algo de ropa, después podremos seguir con los preparativos para el juicio.
Severus subió arriba y se detuvo un momento junto a su armario. La visión de Harry con tan solo la ropa interior lo había dejado algo sobre saltado. A ver, él no era de piedra y aunque aquel chico fuese eso, un niño, ya tenía el cuerpo de un joven, fuerte y hermoso y era normal que atrajese su atención. Era fibroso y moreno además daba la sensación de que era cálido y suave al tacto. Se preguntó si lo sería.
Bajó con la ropa en la mano y se obligó a no mirarlo más de aquella forma. Era una pérdida de tiempo, como si un chico tan joven y atractivo fuese a fijarse en él. Además, Potter era del tipo sentimentaloide, y se había dado cuenta con el pasar de los días de que era un buen chico. Se merecía más de lo que tenía, incluso sabiendo que todo el mundo mágico lo idolatraba.
Como se había convertido en costumbre, estuvieron charlando hasta altas horas de la noche, entre vasos de whisky de fuego y pergaminos e historias.
El día del juicio de Draco llegó y Harry se paseaba preocupado por el despacho de Severus esperando a tener noticias de alguno de los dos. Estaba impaciente, no había ido al juicio porque el Wizengamot no se lo había permitido, pero eso no quería decir que no ayudase a Severus todo lo que podía y más. Se sentía en deuda con Draco y hasta no verlo fuera de aquella cárcel no iba a parar.
Una hora más tarde aproximadamente, ambos surgieron por la chimenea. Se asombro mucho al ver el desmejoro en el rubio. Parecía otro; gris, más pálido de lo habitual; pero nada que no pudiera remediarse con una buena ducha y comida caliente.
Expectante, casi ansioso, espero a escuchar las palabras que el mayor tenía que decirle para confirmarle lo que ya era más que obvio.
–Tan solo deberá cumplir horas de servicios comunitarios –dijo Severus como si algo le molestase.
–¿qué hace él aquí? –Preguntó el rubio con tono despectivo– ¿y porque le das explicaciones?
Harry le había insistido por activa y por pasiva que no quería que su antiguo némesis supiera que era él quien le ayudaba, según Harry, si Draco se enteraba probablemente se enfadaría ya que se creería entonces en deuda con él. Y no quería crear más de lo que había. Prefería que las cosas entre ellos, que ya estaban mal de por sí, no fueran a más.
–Yo –titubeó– ya me iba, gracias Snape, volveré cuando tenga otro problema.
Cabizbajo y taciturno, abandonó la estancia. Severus estuvo a punto de maldecir a Draco por ser tan estúpido y arrogante, pero tampoco podía dar demasiadas explicaciones de por qué el héroe del mundo mágico se encontraba aquel día en su despacho.
Varios días estuvo pendiente de cualquier lechuza o memorándum que pudiese traerle alguna noticia del antiguo auror. Tan solo se alimentaba de noticias del profeta, el cual se estaba empachando a deslucir, al ya de por si, abrumado chico. Se barajaban tantas posibilidades de porque había abandonado el cuerpo de aurores, que Severus temía que la verdadera entrase entre tantos disparates que podían leerse entre aquellas páginas.
Tuvieron que pasar dos semanas, para que en su propia casa recibiera una visita del joven.
–Hacía mucho que no sabía de ti, estaba preocupado –le dijo Severus que no temía en mostrar su interés.
–Ya, bueno, tampoco es que me haya paseado mucho por ningún sitio, me apetecía estar solo.
–No deberías; son unos desagradecidos, después de lo que hiciste por todos ellos deberían tener un poco más de respeto.
–Estoy acostumbrado no te preocupes. ¿Has almorzado? –preguntó de repente provocando que Severus arrugara el entrecejo– digo, si no lo has hecho podríamos…
–¿Qué haces tú aquí, Potter? –se oyó desde el quicio de la puerta.
Draco volvía a interrumpir una conversación suya con Harry, además cuando este le había estado a punto de invitarlo a almorzar.
–No seas tan mal educado con las visitas, Draco –le dijo su ex profesor.
Puso su habitual gesto de desprecio y se perdió por la puerta.
–Creo que es mejor que me vaya –dijo Harry algo cohibido– creo que sigo sin caerle del todo bien –acertó a bromear.
–No te preocupes, esta aun sigue siendo mi casa. Quédate a almorzar –se adelantó él mismo– mi elfo hace siempre comida de sobra.
Severus sabía que se arriesgaba mucho al sentar a aquellos dos en la misma mesa, pero por nada del mundo iba a dejar pasar la oportunidad de tener a Harry allí con él.
–¿Y has encontrado trabajo ya? –le preguntó bastante interesado.
–Pues por ahora me dedico a ayudar a Ron y George en la tienda, más que nada para pasar el rato.
–Eso está bien, que te mantengas ocupado.
–Sí, claro –interrumpió Draco no por primera vez– ¿Cómo es que ya no eres auror? Lo eras cuando me detuvieron. ¿Estabas aburrido sin mortífagos que detener? ¿Eh, Potter?
Harry bajó la mirada a su plato y no respondió, Severus le dio una patada a Draco bajo la mesa.
–Draco, por favor –insistió de nuevo, puesto que el chico se había molestado bastante en incordiar al otro joven.
Pero no paró en todo el tiempo que Harry estuvo allí. Ni aquel día, ni los siguientes en que se acercaba a saludar a Severus. Al principio venía y se quedaba con su ex profesor a pasar el rato, luego tan solo lo veía y se iba, y casi por ultimo tan solo lo llamaba por red flu para asegurarse de que estaba bien. No entendía porque el estúpido de Draco Malfoy aun seguía fastidiándole de aquel modo, cuando él prácticamente le ignoraba cada vez que ponía un pie allí.
Severus por su parte, cada vez que Harry se iba, tenía una bronca con Draco. Este seguía preguntándole que estúpida razón había para que viniera a casa, y harto, le había terminando diciendo que Harry le había ayudado con algunas cosas y que quería ser agradecido.
No entendió que aquello lo único que hizo fue molestar a Draco a un más, ¿Qué se creía Potter?
La siguiente tarde que fue a visitar a su antiguo profesor, este no estaba en casa.
–¿Aquí de nuevo, Potter?–preguntó resignado.
–¿Está Severus? –respondió igual de ácido.
–No sé qué te crees viniendo aquí a ver a Severus, quizás le ayudaras en el pasado, pero se ha acabado, o ¿acaso creías que de repente se había hecho tu amigo? Que iluso eres... haznos un favor y lárgate.
–¿Te ha contado…?
–Claro que me lo ha contado… ¿no te enteras Potter? Aquí tú eres el que sobra, ya has terminado con tu favor, así que ya no eres necesario. Lárgate con tus estúpidos favores con alguien que los necesite.
Harry se marchó de allí, llegó a su casa, se sentó y se quedó frente a la chimenea sin hacer nada y sin hablar con nadie. Como llevaba haciendo semanas.
Cuando Hermione Granger se postró frente a la puerta del que durante cinco años, fuera su profesor de pociones, una semana después, este la miró sorprendido.
–¿Qué desea, señorita Granger? –le había dicho.
–Usted… ¿ha visto a Harry estos días? –le preguntó algo retraída.
–No, hace bastante que no le veo.
–Si le ve, ¿le importaría decirle que lo estoy buscando? Gracias.
La chica se giró para irse, pero antes de que lo hiciera, Severus agarrando la puerta tan fuerte, como si temiera que esta fuera a escaparse, la detuvo.
–¿Qué quiere decir con que lo está buscando? ¿Cuánto hace que no lo ve?
–El domingo de la semana pasada fui a buscarlo para ir a casa de los Weasley a comer y no quiso acompañarme, este domingo volví a ir y no me abrió la puerta. Hoy volví a ir y entré, pero no había nadie.
–¿Quiere decir que lleva más de una semana sin saber nada de él? –ella asintió– ¿y no se ha preocupado hasta ahora de buscarlo?
–Perdone, señor, pero tengo una vida, ¿sabe? y no es como si Harry fuera un crio al que hay que alimentar y vestir, tengo veintiún años, tengo una familia, trabajo y una pareja…
–Sí, ¿pero no se ha dado cuenta de que él no tiene nada de eso? –Hermione lo miró comprendiendo lo que quería decirle– ¿no se da cuenta, de que lo único que él tiene es a usted y a Weasley?
Hermione miró al suelo y pareció pensar en algo.
–Hace una semana… o algo más, Ron me dijo que había ido a la tienda pero que lo había mandado a casa porque estaba muy ocupado. Le dijo que daba igual, que iría a ver a alguien y yo pensé que se estaba viendo con algún chico… estuvo muy bien hace un mes o así, más alegre de lo habitual en él, pero luego volvió a estar taciturno y triste… no sé qué piensa en estos días, yo… no sé qué le pasa… Pensé que cuando todo terminara estaría bien.
–Pase –le dijo Severus cuando vio que la chica parecía algo desesperada y temblaba.
Granger le explicó que desde que había terminado la guerra, Harry parecía sumido en una especie de montaña rusa emocional. Había días que parecía muy feliz, con ganas de hacer cosas y otros en que no quería ni salir de casa, que apenas les llamaba o que no quería ni verlos. También que jamás entendió porque dejó el cuerpo de aurores si era la única distracción que tenía y que las ultimas semanas había estado peor de lo habitual.
–¿Ahora también te traes a la sangre sucia? –preguntó Draco volviendo de hacer unas compras en el callejón Diagon– ¿y Potter no viene hoy también? Parece que por fin captó el mensaje.
–¿El mensaje? –Preguntó Severus– ¿Qué mensaje?
–La semana pasada cuando vino –dijo Draco mientras sacaba algunas cosas de una bolsa– le dije que no volviera por aquí, que no era bien recibido… En serio, Severus –dijo mirándolo como si estuviera loco–, no sé qué cable se le habría cruzado pero no sé que hacía viniendo aquí. Le dije que se marchara y que no volviera, que ninguno de los dos teníamos ningún interés en que siguiera viniendo. Le dije que ya lo habías aguantado bastante, fuera el favor que fuera ese que te había hecho.
Severus se acercó a Draco y lo agarró por la camisa.
–¿Con que derecho lo echaste de mi casa? –le inquirió de malas formas.
–Creía que estabas igual de harto que yo de que viniera a fastidiar a cada instante.
–¡No fastidiaba, Draco! El único que fastidia aquí eres tú, ese chico no te ha hecho nada, al contrario. ¿Sabes quién reunió todas las pruebas para que salieras libre de aquel maldito juicio? ¡Él! ¡Maldita sea, mocoso engreído! ¡No solo eso, por esa razón tuvo que dejar su trabajo, por la presión que el ministerio al querer defenderte!
–¿De qué hablas Severus? Creía que habías sido tú. No me habías dicho nada…
–Porque él me lo había pedido… ¡demonios, no has aprendido nada de lo que te ha pasado!
–Tranquilicesé, señor –le pidió la chica– lo mejor será que salgamos a buscarlo.
–Tú quédate aquí, Severus –le pidió Draco– yo saldré, hace frío fuera.
Draco salió a las oscuras calles de Londres a buscar al niño que vivió. No entendía nada. ¿Por qué le había ocultado que había sido Potter el que lo había salvado? Vale, quizás era porque siempre había sido in ingrato con él. Siempre lo había tratado mal, e incluso las veces en que le había salvado la vida, había seguido siendo estúpido y arrogante con él. Pero esta vez… Por primera vez en su vida, Draco Malfoy estaba arrepentido, arrepentido de algo que él había hecho. No como lo que su padre le obligó a hacer durante la guerra. No. Aquello lo había hecho él solo. Tenía que remediarlo.
Draco vagó por la calles hasta altas horas de la noche aquel día. Y el siguiente, y el siguiente. Y así estuvo hasta dos semanas, pero no había noticias de él por ningún lado.
Cuando habían perdido toda esperanza. Una mañana de domingo, Draco había ido a desayunar con unos chicos cerca del Soho después de una noche bastante movidita. Cuando uno de ellos le pasó una tostada y le dijo:
–Vaya, si que está bien ese camarero.
Aun con algo de alcohol en el cuerpo, casi se atraganta al comprobar que era Potter el que tras la barra, ponía unos cafés. Estuvo mirándolo al menos diez minutos seguidos por si era que aun seguía algo borracho. Pero no.
Pensó en acercarse y decirle que lo sentía, pero si metía la pata, seguramente se largaría y no tendría más oportunidad de hablar con él.
Se caló un más la gorra que llevaba en la cabeza y terminó con premura su desayuno.
Harry estaba sacando la basura, cuando su jefe, le dio una palmada en la espalda.
–Hay clientes, sal tú, yo voy a fumarme un cigarro.
Se había preguntado porque estaba allí. Se había preguntado cada noche desde que había abandonado su casa en Grimmauld Place que era lo que le había llevado allí.
Quizás era algo masoquista y le gustaba aquello. Porque le recordaba tanto a sus días en Privet Drive que por una vez, se sintió cómodo. Quizás era una forma de volver al pasado. De intentar pensar que nunca había llegado al mundo mágico. Que todo el sufrimiento de aquellos años no había sido más que un mal sueño.
Y mientras aquel hombre cincuentón volvía a gritarle los pedidos o a meterle prisa, parecía que nunca había abandonado su pequeña alacena.
Prefería tener una pequeña alacena llena que una gran casa vacía.
Salió fuera y vio que tan solo había una mesa ocupada. A esa hora, de hecho, no solía haber nadie.
Se acercó por la espalda de aquel hombre que llevaba el pelo atado en una coleta negra.
–¿Qué desea? –preguntó.
Cuando Severus se giró y lo vio estuvo a punto de olvidar como se respiraba.
–Harry –dejó escapar como un suspiro de alivio.
Este pareció reaccionar de una forma parecida, porque se quedó allí parado sin decir nada.
–¿Qué haces aquí? –le preguntó cuando por fin pudo contener el aliento.
–He venido a por ti.
–¿Para qué?
–Para llevarte conmigo, por supuesto –respondió poniéndose de pie y acariciando el pelo del chico– no sé qué te diría Draco, pero siempre serás bienvenido en mi casa. Siempre.
–Eso ya no importa –dijo Harry mientras sentía que aquella mano le quemaba– yo… no hago nada allí. Aquí al menos tengo un trabajo y algo…
–¡Eh, no toque al chico! –dijo el jefe de Harry apareciendo tras la barra. Lo cogió de un brazo y tiró de él con brusquedad.
–No le ponga las manos encima –respondió Severus acercándose a él.
–No, Severus. Mi sitio no está allí.
–¿No volverás conmigo entonces? –preguntó ansioso.
–Salga de mi establecimiento en este momento –le ordenó aquel tipo.
Severus salió de allí con muchas ideas dándole vueltas en la cabeza, pero sobre todo, con la última mirada que había recibido de Harry al irse. Había tantos sentimientos enfrentados en aquella mirada, en aquellos ojos verdes, como fruta inmadura. Quería abrazarlo fuerte y decirle que tenía un sitio para él, que hacía tiempo lo tenía y no solo se refería a su casa.
Cuando su antiguo profesor abandonó la cafetería Harry sintió una clase de sentimientos enfrentados que le hicieron aun cuando regresó al piso donde se estaba quedando, preguntarse qué quería realmente. Porque deseaba fervientemente volver a verle, que viniera reclamándole, porque aquel calor en su cuerpo no lo había sentido antes y le reconfortaba tanto que habría dado cualquier cosa porque volviera a recorrerlo de nuevo. Pero había tomado una decisión, había abandonado el mundo mágico y tenía que mantenerse fuerte. No era un adolescente que enfadado con sus padres, había huido de casa.
–¿Qué haces tú aquí? –había preguntado cuando a los dos días fue Draco quien apareció por allí.
–He venido a pedirte disculpas –dijo sin rodeos– me he portado como un imbécil. No me di cuenta hasta que Severus me lo echó a la cara como una bofetada. Me gustaría dejar atrás tantas cosas… y una de ellas eres tú.
–¿Qué quieres decir? –le preguntó mirándolo algo desconfiado.
–Mira, Potter, Severus no me contó nada de lo que habías hecho por mi hasta que te marchaste y se enfadó tanto que si no llega a ser porque sabe que no tengo nada, me habría echado de casa. Entonces, me di cuenta de que con quien realmente estaba enfadado era conmigo, y no contigo o con ninguna otra persona. Si mi vida era una perfecta ruina, era porque yo la estaba haciendo así.
–¿Y piensas que pidiéndome perdón todo mejorará?
–No, pienso que si me perdonas, todo mejorará. No solo para mí o para ti, también para Severus –Harry pareció de pronto más interesado en la conversación y a Draco no le pasó ese detalle por alto– no se te ocurra decírselo, pero te echa de menos. Nunca debí echarte de su casa, no porque no fuera mía, si no porque no me di cuenta de lo que tú presencia allí mejoraba y animaba el humor de Severus hasta que ya no estabas. Tú quizás piensas que él vino aquí a por ti. Pero también lo hizo por él. Quizás él te necesita de la misma forma en que tú a él.
Harry meditó un momento todas las cosas que Draco le estaba diciendo y se dio cuenta de que por fin había encontrado lo que tanto se había esforzado en buscar. Y lo había tenido allí todo ese tiempo. No necesitaba a alguien, lo que realmente ansiaba era precisamente eso, que alguien lo necesitara a él. Sentirse eso, necesario.
Le sonrió a su ex compañero y le pidió que por favor, esperase la media hora de turno que aún le quedaba.
Cuando Severus se sentó después de cenar y se echó su copa de brandi, creyó quedarse dormido durante unos minutos, sacudió la cabeza y miró la hora. Esperaría unos minutos más y si Draco no aparecía se iría a dormir.
No habían pasado más de cinco, cuando oyó la puerta abrirse y se levanto con trabajo de la mecedora.
–Cada día llegas más tarde –dijo a la sombra que aparecía por el quicio de la puerta.
Al ver la figura de Harry su mano tembló, provocando que el vaso en su mano casi resbalara de esta. Pero cuando el chico corrió y se abrazó a él, el vaso si conoció el suelo rompiéndose en mil pedazos que ninguno de los dos se preocupó si quiera de mirar.
El abrazo fue intenso, lleno de las palabras que ninguno de los dos se atrevió a pronunciar. Posesivo, como ambos se sentían en aquel momento respecto al otro. Necesitado, como dos niños que jamás han conocido otro cariño que el de la pena.
Severus se separó un poco y sujetó la cara del chico entre sus manos y observó los ojos más bonitos que jamás había visto antes, no tenía los ojos de Lily Evans, tenía los de Harry Potter. Recorrió su cara con los suyos sin saber que significaban todas las cosas que sentía en ese momento y que recorrían su cuerpo como sin un huracán lo hubiese poseído.
Harry por su parte, aun tenía las manos sobre las caderas de él, que lo miraba como nunca nadie lo había hecho y sin saber si él lo sentiría igual de correcto en ese momento, terminó la distancia entre ellos y selló sus labios cerrando los ojos como si aquello le doliera.
Despacio, el sombrío hombre, saboreó los labios que se tendían frente a él con la delicadeza y dulzura que estos se merecían y lo abrazó aun más.