La Mazmorra del Snarry
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La Mazmorra del Snarry


 
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La Mazmorra del Snarry... El escondite favorito de la pareja más excitante de Hogwarts

 

 PROTEGIENDO A HARRY

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Rowena Prince
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MensajeTema: PROTEGIENDO A HARRY   PROTEGIENDO A HARRY I_icon_minitimeDom Dic 18, 2011 3:41 am

Clasificación: NC-17

Género: angustia, aventura,drama

Personajes: Harry Potter, Severus Snape, Hermione Granger, Ron Weasley, Kreacher (entre otros), originales.

Spoilers: Las Reliquias de la Muerte.


Advertencias: contiene escenas de sexo explícito

Resumen: Harry y Ron están en el Ministerio preparándose para ser Aurores. Severus Snape es un solitario que pasó un año en Azkabán, hasta que la defensa de Harry lo sacó de allí. Mientras Harry hace sus prácticas como Auror y Snape se lame sus heridas en Spinner´s End, tres horribles crímenes cruzarán de nuevo sus vidas, con ayuda del lado más Slytherin de Harry Potter

Disclaimer: los personajes y su universo y el campo semántico pertenecen a JKR. No obtengo ningún beneficio económico de este ejercicio de escritura.





Protegiendo a Harry
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Rowena Prince
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MensajeTema: Re: PROTEGIENDO A HARRY   PROTEGIENDO A HARRY I_icon_minitimeSáb Mar 31, 2012 7:17 pm

PROTEGIENDO A HARRY. CAPÍTULO 1. Primera parte.

Una misión peligrosa.

No podía quitarse esa imagen de la cabeza. Había visto el cadáver esa misma mañana. Kingsley los había reunido a todos mediante un memorándum zumbador urgente a primera hora. Y allí estaba, sobre una camilla metálica, completamente desnuda, con la luz de las blancas paredes de la sala de autopsias rebotando sobre su piel. Era muy joven, casi una niña, menuda, frágil. Parecía de cera, o de plástico, como un maniquí roto, toda pálida, rubia y blanquecina, salvo por unos llamativos moratones en los antebrazos y unas espeluznantes manchas rojas en las rodillas y en los tobillos. Tenía los ojos hundidos, con prematuras ojeras azuladas y oscuras bajo el párpado inferior. Las señales en el cuello eran fácilmente identificables: dos orificios pequeños, agudos y profundos, de una redondez perfecta. Otro agujero, de esos minúsculos que dejan las agujas, destacaba en las venas descoloridas del brazo izquierdo. Rachel, Rachel Walker, 17 años, prostituta, adicta a la heroína, que hacía la calle en la zona de Stratford, conocida entre los muggles por su alto índice de delincuencia.

Era ya la octava víctima del vampiro. En los últimos tres meses, varias prostitutas habían sido asesinadas en los barrios periféricos de Londres. Todos los casos presentaban el mismo perfil: muchachas casi adolescentes, que ejercían la prostitución en zonas marginales y aisladas, de rasgos delicados, especialmente guapas; seguramente, las más demandadas. En su mayoría, eran extranjeras, chicas procedentes de países del Este o de algún lugar remoto de Asia. Pero, cuando el ataque había afectado a una joven británica, las alarmas se habían disparado.

El Alcalde de Londres había presionado entonces a Scotland Yard y la prensa había empezado a hablar de un nuevo “Jack el Destripador”. Fue a partir de ese suceso, cuando la máxima autoridad de la policía británica muggle había pedido auxilio al Ministerio de Magia. Las autopsias sólo habían revelado dos cosas: que la mayoría de las chicas había sido objeto de malos tratos y que los muggles no eran capaces de explicar la causa de la muerte. No eran asesinatos corrientes, las víctimas estaban desangradas, pero sin rastro de sangre en el lugar del crimen, y los cuerpos presentaban dos misteriosas perforaciones en la yugular, limpias y precisas.

Harry tenía el estómago del revés. Kingsley y, sobre todo, Roger Davis, el jefe del Departamento de Aurores, no habían escatimado detalles. La mención de las prostitutas había provocado ciertas risas burlonas y pícaras entre algunos de los aurores convocados y una mueca de asco en Eveline Morris, una de las más veteranas. Davis, un mago alto, moreno, de pelo muy corto y facciones que recordaban a Harry las de un general romano de película muggle, no se tomó el asunto a risa. Les explicó todo aquél sórdido asunto de la trata. Cómo, en la mayoría de los casos, las chicas eran engañadas en sus países de origen y, una vez en Reino Unido, obligadas a la fuerza, mediante palizas y amenazas, tal y como delataban las marcas de Rachel, a ejercer la prostitución, retenidas contra su voluntad y, muchas veces, introducidas en la droga para hacerlas más dependientes y vulnerables. Hubo algunas voces discordantes. John Gibson, que daba a Harry clases de barreras protectoras mágicas, había interrumpido, con cierto aire de superioridad, el discurso de Davis para comentar que la mayoría de las prostitutas ejercían el “oficio más viejo del mundo” voluntariamente, que era una manera fácil de ganar dinero y que nadie tenía por qué interferir en algo que él consideraba un tema de libertad personal. Harry podía oír todavía, la grave y disgustada voz de Davis clamando contra lo que él llamó “cultura de la tolerancia” y exponiendo, casi escupiendo, que aquello de dedicarse voluntariamente a algo tan degradante como la prostitución era, prácticamente, simbólico, ínfimo, un número ridículo de personas, en tanto que la demanda era descomunal, universal, inconmensurable y que eso convertía la trata en un negocio altamente lucrativo, en una de las actividades más rentables del planeta, y por el que se sometía a cientos de miles de mujeres, pero también a niñas, niños y hombres, a una forma atroz de esclavitud en la que estaban implicados hasta los gobiernos e instituciones de algunos países. Harry sentía náuseas sólo de pensarlo.

Tras ese debate, vinieron los detalles forenses, la especialidad de Davis. No había duda de que el responsable de las muertes era un vampiro. Y ahí estaba lo extraño, porque éstos no mataban a sus víctimas, en todo caso, las convertían en sus semejantes. El Jefe del Departamento de Aurores tenía claro que estaban ante un caso excepcional, un individuo de singular crueldad, que agredía sexualmente a sus víctimas antes de chuparles la sangre y dejarlas deshidratadas. Que se sentía atraído por su belleza y por su juventud y que, seguramente, encontraba especialmente excitante el que se dedicaran a la prostitución, por no hablar de lo mucho que esa actividad le facilitaba sus ataques nocturnos en lugares solitarios. El hecho de que las sangrara hasta quitarles la vida era absolutamente anormal; pero él, en su detallado examen forense, había detectado importantes restos de toxinas procedentes de la saliva del criminal y que explicaba, a su juicio, que era una criatura fuera de lo común, especialmente violenta y agresiva. Kingsley aportó su propia teoría. El “modus operandi”, a su juicio, podía responder a que hubiera estado con los mortífagos, a que, en algún momento, hubiera sido aliado de Voldemort. Sólo así, según él, podía explicarse su desprecio por la vida humana, tratándose además de mujeres muggles, así como la inusual fiereza de las agresiones. No los iba a engañar, estaban advertidos de lo peligrosa que era la misión.

Por lo demás, tenían pocas pistas. Scotland Yard sólo les había entregado ese último cadáver, el único caso por el que parecían mostrar interés, y todo lo que habían encontrado era un par de cabellos que no pertenecían a la víctima y que, quizás, fueran del criminal, y una pequeña cantidad de arena sucia y oleosa en los zapatos de Rachel que, tras ser debidamente analizada, indicaba que la habían asesinado cerca de alguno de esos arroyos inmundos por los que fluían los vertidos de la ciudad.

Después de la reunión, fueron a la cafetería para la pausa de media mañana que hacían todos los alumnos. Aún con el estómago revuelto, Harry no se explicaba cómo Ron podía masticar con toda tranquilidad un sándwich mixto.

- ¿Tú lo harías, Ron?

- ¿El qué?- preguntó Ron, con la boca llena, sin dejar de mover las mandíbulas.

- Acostarte con una prostituta…

- ¿Estás loco, Harry? Hay que estar muy desesperado para hacer eso, ¿no crees? - Ronald tragó y echó un trago a su cerveza de mantequilla

- Vale que hay chicas muy guapas. Y he oído que con ellas puedes hacer cosas que ni te imaginas y que con otras mujeres sería imposible, pero no le veo la gracia a tener que pagar por… bueno, ya me entiendes.

- No, yo tampoco le veo la gracia. Y menos si sabes que no lo hacen por propia voluntad. No tenía ni idea de todo eso de la trata. Es asqueroso.

- Bueno, ni tú ni yo tenemos que rebajarnos a eso, Harry. – A Harry la palabra “rebajarnos” le produjo un cosquilleo de satisfacción – Yo tengo a Hermione, soy incapaz de mirar a ninguna otra y tú… bueno, tú… eres un héroe, ya te saldrá alguien que te guste. Cuando te animes, claro, porque…

A Harry se le aceleró el pulso. Una vez más iba a salir el tema de su ruptura definitiva con Ginny y su vida solitaria en Grimmauld Place.

- Vale, vale, no quiero hablar de eso ahora, Ron - le cortó – Voy a ofrecerme voluntario para la misión. ¿Te animas? A Ron se le paró la boca. Miró a Harry, durante unos instantes, con los ojos muy abiertos.

- ¿Crees que nos admitirán? Aún no hemos acabado el periodo de formación, ni siquiera hemos hecho las prácticas.

- Ya has oído a Kingsley. Los muggles están desesperados. Y el Ministerio anda muy escaso de aurores, después de las bajas de la guerra, las purgas y todos los que están dedicados a terminar con los mortífagos en fuga- Harry se estremeció al pensar en Snape.

Kingsley los recibió en su magnífico despacho con una sonrisa de oreja a oreja. No tuvieron que hacer ningún esfuerzo para convencerlo. En cuanto le formularon la propuesta, la recibió encantado, como si la hubiese estado esperando. Les expuso, haciendo muchos gestos y moviendo mucho las manos y paseándose de un lado a otro de la sala, cuál era su plan para capturar al vampiro asesino. Había atacado en distintos lugares, todos en las afueras de la ciudad, en los suburbios del extrarradio, adonde llevaban a las chicas que acababan de reclutar. Lugares oscuros, casi deshabitados, a los que los clientes, ávidos de carne fresca, se desplazaban sin temor a ser sorprendidos por algún conocido o por alguna patrulla policial.

De acuerdo con esos datos, Davis había trazado un mapa, el que colgaba de una de las paredes del despacho de Kingsley, con los lugares en los que se habían encontrado los cuerpos y en los que las marcas rojas mostraban las zonas preferidas del agresor, con repetidos ataques. La idea era mandar un pequeño grupo, formado por dos o tres aurores, a vigilar cada uno de ellos para sorprender al vampiro “in fraganti”. El problema era que necesitaban un cebo en cada equipo, pero contaban con pocas mujeres en el Departamento y, además, el polígono de Stratford, el del arroyo, doblemente pintado de rojo en el mapa, era el más arriesgado, el más expuesto. Kingsley bajó la voz para decir, con tono de misterio, que necesitaba que Harry se travistiera, que se disfrazara de prostituta. Ante la horrorizada cara de Ron y la estupefacción del propio Harry, el Ministro no dudó en comentar que era el más indicado, por su complexión y por su estatura. Ronald y el otro miembro que asignaría al equipo, Mark Taylor, apenas unos años mayor que ellos, eran demasiado corpulentos para ese papel. Mark era alto y robusto, moreno, de mandíbula cuadraba, con los ojos un poco saltones y una cicatriz en la ceja izquierda que le hacía parecer bruto y un tanto fanfarrón.

Harry salió de allí con dolor de cabeza. Por un lado, estaba satisfecho, iba a participar en la operación; pero, por otro…la idea de vestirse de mujer le puso los pelos de punta. Ron estaba aún más escandalizado, como si aquello, en lugar de una estrategia hábilmente diseñada, fuera una humillación. Pero lo peor estaba aún por llegar.

Una semana después, ya estaban organizados todos los equipos y habían empezado las rondas en los puntos previstos. Harry, Ron y Mark entraban en acción esa noche, así que tenían que prepararse. Harry acudió con los nervios a flor de piel al vestuario. Notó un pinchazo en el estómago cuando, junto con las túnicas y las protecciones habituales del uniforme de Auror, vio colgados unos trapos de colores que simulaban una blusa y una falda.

- ¿Has visto eso? – Ron parecía ofuscado, las orejas se le habían puesto coloradas.

- Sí, lo he visto. No quiero ni pensar en la pinta que voy a tener

. - No, no digo la ropa. Digo “esto” – Y Ron sacó del perchero una boa de plumas de color rosa.

La imagen lívida de Rachel, tirada como un deshecho en la sala forense, le vino a la mente.

- Me da igual Ron, tenemos que hacerlo.

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MensajeTema: Re: PROTEGIENDO A HARRY   PROTEGIENDO A HARRY I_icon_minitimeSáb Mar 31, 2012 7:18 pm

PROTEGIENDO A HARRY. CAPÍTULO 1. Segunda parte.

La potente voz de Mark, metiéndoles prisa para reunirse en el traslador, los obligó a actuar. Mientras Ron se enfundaba un elegante traje muggle, con chaqueta cruzada, botones dorados y pantalones de raya perfecta, que le permitirían hacerse pasar por cliente, en caso necesario, Harry se tuvo que pelear con unos minúsculos trozos de tela. Era realmente complicado saber qué parte había que meterse por la cabeza y qué parte por las piernas. Sólo tenía claro que iba a estar casi desnudo. Ron lo miraba con una expresión extraña, entre fascinado y horripilado.

- Creo que deberíamos pedir ayuda. Puedo llamar a Hermione

. - Es una excelente idea, Ron. La necesito. Como nunca – reconoció Harry.

Hermione trabajaba en el Departamento de Legalidad Mágica, en la Oficina de Ley Mágica Internacional. Tardó menos de tres minutos en llegar a la sala del Departamento de Seguridad en la que se encontraban los chicos. Por la dureza que había en sus facciones y por su mirada furibunda, a Harry le quedó claro que estaba al corriente del lío en el que se habían metido. Ron puso cara de resignación.

- No sé cómo a Kingsley no se le cae la cara de vergüenza. Mandaros a esa zona de Londres, sin estar debidamente preparados y haciendo de cebo para un vampiro violador y asesino. Es una locura.

- Vamos, Hermione. Hemos pasado por cosas mucho peores que ésta – medió Ron.

- Eso no quiere decir que tengáis que estar siempre jugándoos la vida.

Harry, que había conseguido ponerse la blusa pero no lograba que la falda le pasara de las rodillas, estaba empezando a perder la paciencia

. - ¿Vas a ayudarnos o no, Hermione? – Tiró la falda al suelo – Esto es desesperante.

La chica tenía el ceño fruncido y los labios apretados.

- ¿Te enseñó el cadáver, verdad? Kingsley es muy listo, ha sabido cómo tocarte la fibra sensible. Preferiría ayudaros a abandonar esta misión.

- Pues pierdes el tiempo entonces – soltó Harry, cada vez más irritado – Vamos a ir allí y a capturar al vampiro, aunque tenga que vestirme sólo con la boa

. - Está bien- cedió Hermione - pero deberías empezar por ponerte las tetas postizas.

Después de echar sin contemplaciones a Ron de la habitación, se pusieron manos a la obra. Harry pasó un momento crítico, cuando Hermione se empeñó en depilarlo para que la transformación, como ella la llamó, fuera más creíble; pero antes de que abriera la boca para protestar, imaginándose que lo iba a despellejar con cera caliente, la chica hizo una floritura con la varita y su piel quedó tan tersa como la de un recién nacido. Fuera, Ron trataba de calmar a Mark que, harto de esperar, había ido a buscarlos, convencido de que se habían rajado.

Se quedó de una pieza al contemplarse en el enorme espejo invocado por Hermione. Tuvo que darle la razón a Kingsley. Los rizos de la larga peluca pelirroja dulcificaban sus facciones. Las gafas habían sido eliminadas y sustituidas por unas lentes de contacto imposibles de detectar. Las cejas, antes gruesas y desaliñadas, se habían convertido en unas delicadas líneas que suavizaban su mirada. Aunque las pestañas postizas le resultaban molestas, sus ojos parecían más grandes y el efecto era aún mayor gracias a la máscara y a las sombras violetas que intensificaban el verde esmeralda de su iris. Parpadeó varias veces, incapaz de resistir un gesto de coquetería, asombrado de su propio aspecto. Sus labios, ahora rojos y brillantes, parecían más gruesos y se le antojaron extremadamente sensuales. Hasta las piernas resultaban más largas y curvilíneas con aquellos zapatos y las medias de rejilla. Era una auténtica puta. Sintió un escalofrío de excitación. De no haber sido por el grave y urgente asunto que lo atormentaba, se hubiera metido mano allí mismo.

Cuando se dispuso a marchar, notó con horror el peso y el volumen de las tetas de pega, con las que tropezaba al mover los brazos; pero, con todo, lo más complicado era caminar con aquello en los pies y eso que, según Hermione, una verdadera prostituta hubiera llevado unos tacones muchísimo más altos; pero a eso se había negado en redondo y había hecho bien. Sin embargo, las caras de Ron y de Mark lo recompensaron enormemente. Ron lo miraba con la boca y los ojos muy abiertos. A Mark parecía que se le iba a desencajar la mandíbula de un momento a otro. Cuando volvió a respirar, Taylor lanzó un largo y agudo silbido. Ron tardó un poco más en sobreponerse, se había quedado con la expresión de un pez fuera del agua, pasando una mirada entre azorada y avergonzada de Harry a Hermione y de Hermione a Harry. Éste tuvo que morderse la lengua para no soltar una fuerte carcajada; pero, a gusto con su papel – a pesar de un cosquilleo en las tripas, como si su conciencia quisiera llamarle la atención – meneó las caderas y se sacudió la melena.

Finalmente, Ron consiguió tragar saliva y enfocar los ojos:

- Estás… estás… espectacular, Harry.

- Bien. Pues entonces, ya estamos listos – dijo, tratando de que su voz sonara más firme y masculina que nunca.

El traslador los dejó de golpe en el arroyo de Stratford, al que estuvieron a punto de caer. Para poder levantarse, embutido como estaba y sin control de sus tobillos, Harry tuvo que agarrarse a los pantalones de Mark, quien aprovechó para darle una palmada en el culo. Ron soltó un bufido de exasperación

. - ¡Dejaos de bromas! No estamos aquí de cachondeo.

Echaron un vistazo alrededor. Estaban al final de un polígono industrial de calles solitarias, naves cerradas y abandonadas y mezquinas farolas que parpadeaban proyectando una luz fantasmal. En aquella esquina, el riachuelo serpenteaba, hediondo y ennegrecido, rodeado de vegetación áspera y salvaje, perdiéndose en la oscuridad de una amplia zona sin urbanizar de la que llegaban a distinguir algunos árboles y matorrales. A pocos metros de dónde habían aterrizado, terminaba una carretera de asfalto descarnado que conducía al único lugar que tenía vida: una provocativa y chillona luz de colores de neón bajo la que un gran portón metálico parecía dar paso a una improvisada sala de fiestas. Cuando salieron a la carretera y se acercaron, pudieron oír la música. La entrada, vigilada por dos hombres de color de aspecto fiero y hostil, estaba llena de coches. Fue entonces cuando vieron a las chicas. Apenas cuatro o cinco paseaban desperdigadas a ambos lados de la carretera, pendientes de cualquier automóvil que se aventurara por allí.

De acuerdo con el plan, Ron y Mark buscaron un lugar escondido donde acomodarse al acecho y Harry fue a ocupar su sitio entre la oferta de carne. Avanzó por la acera, luchando por mantener la compostura a pesar de la tortura de los zapatos. La noche era fría y desapacible y se sentía casi desnudo, privado de la protección de los pantalones, con las piernas y el culo prácticamente al aire, estirándose una falda que apenas le cubría los muslos y rogando a Merlín que los falsos senos se mantuvieran en su sitio.

No quería mirar a las otras descaradamente, pero se fijó en una muchacha morena, de melena corta y ojos tristes. Se apoyaba desfallecida en una de las farolas, como si estuviera a punto de desmayarse. Una yonqui. No muy lejos de allí, otra, aún más delgada, de rasgos eslavos, desafiaba la ley de la gravedad con unos tacones altísimos. Llevaba una falda tan corta que parecía un cinturón. Fumaba nerviosa, sin dejar de moverse. Harry, que empezaba a notar que se le erizaban los pelos de la nuca, buscaba un sitio en el que estar bien a la vista.

Cuando se quedó parado cerca de una chica que no aparentaba más de 15 años, una alterada y vibrante voz femenina lo sacó de su consternación.

- Eh, tú, guarra, ¿es que vienes a quitarnos el trabajo? ¡ya te estás largando de aquí ahora mismo!

Una mujer, ésta adulta, como de unos 25 años, se dirigía a él gesticulando de manera amenazante. Harry no sabía qué hacer, pero lo último que había venido a buscar era una bronca con las prostitutas. Se alejó a toda prisa de allí. Antes de que se diera cuenta, estaba de nuevo cerca del maloliente regato, junto a una espesa vegetación y sin un ápice de luz. La voz susurrante de Ron lo tranquilizó.

- Harry, estamos aquí, escondidos entre estos árboles.

- No creo que el vampiro te vea si te quedas aquí, tío. Deberías haberte apostado cerca de la discoteca – gruñó Mark.

- Si me acerco, lo único que voy a conseguir es que las putas me partan la cara. No quieren que esté aquí.

- ¡Joder! – exclamó Ron – No se nos ocurrió pensar en eso.

- Sí, tío. En lugar de un mordisco, te vas a llevar un navajazo – Mark soltó una risa ahogada satisfecho de su propia broma.

- Bueno, ¡basta de charla! – Harry no veía nada gracioso en la situación- ¿Por qué no os metéis en el club? ¿Y si el vampiro está allí buscando víctimas? Yo me pasearé por aquí e intentaré ponerme debajo de algún farol para llamar la atención

. - No, Harry, ni hablar – protestó Ron – Yo no te dejo solo.

- Vamos, Weasley – intercedió Mark – no le va a pasar nada. Es Harry Potter ¿no? Y tiene razón, deberíamos ver qué hay en la disco. Además, me estoy meando y necesito beber algo.

- Vale. Está bien, pero volvemos rápido.

Harry oyó como se alejaban los pasos en la hierba y, tras unos minutos, los vio salir de los matorrales camino del desvergonzado luminoso de neón. Encontró una luz mortecina lo suficientemente alejada de la mujer que lo había increpado y se dispuso a observar atentamente todo lo que le rodeaba en busca de alguna señal del asesino. Estaba helado de frío. Las chicas de la calle no llevaban más ropa que él. La de la melena corta y negra apenas se movía. La eslava no paraba quieta y se frotaba las manos. La mayor, que ya no lo miraba, tenía los brazos cruzados como tratando de darse calor. Todas con la mirada perdida en la carretera que desembocaba en el club.

Era una sensación muy extraña, como la de un perro callejero, como la de un animal perdido o abandonado. No pudo evitar pensar en Rachel. Ella había estado en este lugar, indefensa, expuesta, como un objeto de usar y tirar, a merced de cualquiera que pasara por allí, bueno, malo o regular y había tenido la desdicha de caer en manos de aquella bestia sedienta de sangre.

De pronto, oyó un ruido extraño, como si se hubiera agitado bruscamente uno de los árboles. Se acercó, impaciente por poner fin a la pesadilla; agudizó el oído, trató en vano de ver en la oscuridad de los matojos; pero no hubo ningún otro movimiento, sólo el aire frío que le cortaba la cara y le pinchaba en los ojos pintados. Se colocó de nuevo bajo la mugrienta farola, armándose de paciencia y tratando de colocarse la boa de modo que no le picara el cuello. Empezó a dar paseos, manteniéndose alejado de las mujeres, a las que echaba de vez en cuando alguna mirada de compasión.

Apenas pasaban coches y, cuando lo hacían, se acercaban al potencial cliente como moscas a la miel, pero ninguno de ellos había parado para reclamar sus servicios. El único movimiento estaba en la puerta del club. Los matones hablaban con los recién llegados y, tras varios asentimientos de cabeza y apretones de manos, los dejaban entrar. Harry no podía distinguir las caras y empezaba a preguntarse cuándo demonios iban a salir Mark y Ron de aquel antro.

Otro ruido le hizo pararse en seco. Esta vez, estaba seguro de que algo o alguien se había movido muy cerca de él. Dejó la calle y se adentró, sigilosamente, poco a poco, en los sucios arbustos. Al poco rato, le pareció que un gruñido sofocado salía de entre los dos cipreses que se erguían al borde del riachuelo. Con cuidado, con la varita preparada, fue avanzando lentamente. Contuvo la respiración, intentando localizar cualquier sonido insólito.

Giró rápidamente la cabeza cuando algo similar a un jadeo ronco y rasposo rasgó el aire. Con el corazón en un puño, se dirigió decidido hacia la orilla. Pero la falda era demasiado corta para sus pasos. Alarmado, notó cómo los tacones se hundían en la tierra húmeda, haciéndole casi imposible caminar silenciosamente. Antes de llegar a su objetivo, tras conseguir sacar el zapato del lodo inmundo, tropezó contra algo sólido y duro y cayó de bruces contra el suelo de barro.

Todo ocurrió de manera muy rápida. No había tenido tiempo de despegar la cara y, mucho menos, de alargar el brazo para volver a asir la varita. Un cuerpo grande, fuerte y musculoso estaba encima de él, apretándolo contra el cieno. Un aliento fétido, sanguinolento y corrompido, se deslizó en su oreja. Luchó con todas sus fuerzas por quitárselo de encima, tratando desesperadamente de incorporarse, pero una potencia sobrehumana le sujetó las muñecas a la espalda. La respiración entrecortada de la bestia, teñida del acento metálico de la sangre, hizo que se le pusiera la carne de gallina. Sus enérgicos intentos de darse la vuelta fueron interrumpidos por una rodilla que se clavó sin piedad en su espalda con la presión brutal de una apisonadora. El nauseabundo fango se le había pegado a los ojos, pero ahora amenazaba con meterse en su boca. La cabeza le daba vueltas en un intento angustioso por encontrar una solución. El corazón iba a salírsele del pecho y las venas de las sienes le iban a estallar.

Estaba atrapado, incapaz de moverse. De repente, una poderosa garra, como de hierro, le desgarró la falda y se abrió paso entre sus piernas. El pulso, a toda velocidad, le zumbaba en los oídos. Unas uñas afiladas como cuchillos destrozaron las braguitas de encaje y, en medio de su agonía por respirar, sintió una polla dura que se restregaba contra sus nalgas. Los gemidos de la criatura se aceleraron y el estómago de Harry se contrajo en un fuerte espasmo de repulsión. El vampiro lo sujetó de la cadera y le levantó un poco la pelvis para tener mejor acceso y a Harry le llegó una bocanada del aire putrefacto que emanaba del arroyo.

Rígido de pavor, centró toda su voluntad en resistirse, pero eso debió enfurecer a su agresor, porque una fuerza descomunal le dio la vuelta como si fuera de papel y se encontró cara a cara con unos ojos rojizos y unos desnudos colmillos que brillaban babeando en un rostro blanco y espectral. Antes de que su cerebro procesara siquiera la aterradora visión, hizo un último intento por zafarse, pero aquélla bestia sobrenatural era más rápida y más vigorosa que él y con un movimiento veloz y certero, como el de una flecha, le clavó los dientes en el cuello. Harry abrió la boca para gritar cuando aquellas dos agujas lo penetraron limpiamente, pero de su garganta no salió ningún sonido. Un dolor agudísimo lo atravesó de parte a parte, estremeciéndolo de frío hasta la médula.

Notó que las fuerzas le fallaban, que la visión se le nublaba, que perdía la consciencia…el ruido que hacía la bestia succionando su sangre le susurraba en los oídos, como una nana embriagadora que lo envolviera suavemente. No podía mantener los ojos abiertos, sus miembros habían dejado de obedecerlo y yacía mansamente en brazos del homicida. Una dulce calidez se apoderó de él y le pareció flotar en una nube, mientras unas chipas blancas, como diminutas estrellas, danzaban bajo sus párpados y abrían paso a un túnel negro y angosto en cuyo final se adivinaba una luz….

Un espantoso estruendo hizo que su corazón volviera a latir. Percibió, a lo lejos, una voz grave, que le pareció familiar. La opresión que sentía en el pecho desapareció y el aire volvió a llenar sus pulmones. En algún lugar, quizás cerca de donde descansaban sus miembros, se estaba produciendo una lucha, una refriega. Sus ojos cerrados se iluminaron durante un instante con un chorro de luz y, antes de hundirse en un profundo pozo de acogedora oscuridad, sintió cómo algo arrastraba su cuerpo.

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MensajeTema: Re: PROTEGIENDO A HARRY   PROTEGIENDO A HARRY I_icon_minitimeSáb Mar 31, 2012 7:20 pm

PROTEGIENDO A HARRY. CAPÍTULO 2. Primera parte.

EN LA GUARIDA DEL LOBO ESTEPARIO


En el breve instante entre el sueño y la vigilia, la mente de Harry se esforzó por situarse en el tiempo y en el espacio, calculando sin rumbo el día y el lugar, pero un dolor agudo y punzante en el cuello y una horrible presión en la cabeza le hicieron despertar bruscamente del todo. En un acto reflejo, echó la mano a tientas buscando las gafas pero, cuando abrió los ojos, se dio cuenta de que veía perfectamente. No sabía dónde estaba. Una tenue luz se filtraba entre las cortinas sucias y harapientas de una ventana estrecha y miserable situada por encima del camastro en el que se encontraba.

Lo primero que vio, en la pared de enfrente, fue una estantería abarrotada de libros viejos, polvorientos, muchos con las tapas desgastadas y descoloridas, otros ennegrecidos y algunos colocados en una difícil posición de equilibrio. Junto a la estantería, había una mesa desvencijada y una destartalada silla. Sobre la mesa, yacían varias velas derretidas, las lágrimas de cera pegadas unas a otras y rebosando en las palmatorias; un vaso medio vacío, con un líquido oscuro y humeante en su interior, un plato pequeño lleno de migas y un libro abierto. Harry se sintió mucho más tranquilo cuando vio su varita. Al menos, no le habían desarmado.

En el suelo, tras un rastro de polvo, como si lo hubieran desplazado de un golpe, un montón de ejemplares de El Profeta se había desmoronado y varios periódicos estaban desparramados por debajo de la mesa. Lo sorprendieron sus portadas, en las que aparecía su propia cara, la de las fotos que le habían tomado durante los juicios posteriores a la caída del Señor Oscuro.

La capa, larga y negra, sobre la silla, captó su interés. La sombra de Snape volvió a cruzar su mente. Su antiguo profesor se había librado milagrosamente de la muerte. Harry había luchado denodadamente para limpiar su nombre, pero eso no había evitado que el ex espía pasara casi un año pudriéndose en la prisión de Azkabán.

Su sospecha se reafirmó cuando sus ojos localizaron un armario, roto y entreabierto, por el que asomaban unas ropas largas, austeras y oscuras, como las que le daban ese aspecto de murciélago. Una punzada de excitación lo agitó. Fue consciente, entonces, de que se sentía débil, extraordinariamente cansado y de que ya no llevaba los trapos de colores, sino una camiseta y un pantalón, como de pijama, de color gris. Antes de que le diera tiempo a pensar en qué hacer en aquella situación, el sonido de unos pasos, firmes y poderosos, que parecían subir una escalera, lo dejó paralizado. La puerta se abrió justo en el momento en que sus miembros se estiraban en busca de su varita.

- ¡Snape!

- Tan agudo como siempre, Potter.

La presencia del hombre lo calmó definitivamente. Estaba a salvo. El que una vez fuera Director de Hogwarts tenía un aspecto lamentable. El pelo parecía más grasiento que nunca. Algunas canas, cerca de las sienes, despuntaban en los negros cabellos. No se había afeitado en días, unos círculos oscuros ensombrecían sus ojos y la túnica estaba arrugada y desaliñada, como si hubiese dormido con ella. Llevaba una pequeña bandeja en la mano con varias ampollas que contenían líquidos de diferente color y espesor. El hombre lo atravesó con una mirada intensa y escrutadora, como analizándolo rápidamente y, sin más preámbulos, cogió uno de los frasquitos y alargó el brazo hacia su cara:

- Bébete esto – le ordenó.

Harry tomó la botellita sin dudar y empezó a tragar un fluido de sabor repugnante, que le dejó un regusto asqueroso y áspero, como de hierba seca. Más sosegado, las preguntas se arremolinaron en su cabeza:

- ¿Cuánto tiempo llevo aquí?

- Tres días.

- ¡Tres días!

- Sí. Inconsciente. Exangüe y exhausto.

- ¿Usted estaba allí, verdad?

- ¿No recuerdas que pasó?

- Sí, claro que me acuerdo. Estábamos buscando a un vampiro asesino y esa cosa repulsiva me atacó. Oí unos ruidos raros antes, como si alguien apartara unos arbustos ¿Era usted?

- Sí, Potter. Era imposible atravesar esa maraña sin mover ni una rama. Pero no me descubriste – dijo con satisfacción.

Snape no lo miraba, agitaba uno de los frascos, en el que se revolvía un líquido viscoso y rojo como la sangre.

. ¿Pero por qué estaba allí?

El hombre se volvió hacia él y Harry pudo atisbar, entre los grasos cabellos, una espeluznante cicatriz que marcaba de un modo horrendo la garganta del hombre, mostrando una piel anormalmente lisa, pero rodeada de bordes arrugados y enrojecidos.

- Tómate esto. Le puso la ampolla en los labios, sin dejarle opción a respirar.

- ¿Qué rayos es?

- Una poción para reponer la sangre. Has perdido mucha.

Harry tragó rápidamente, pero, esta vez, el sabor era agradable, como el de un vino fuerte.

- ¿Cómo sabía que estaba allí, Snape?

- Tengo mis fuentes de información – dijo lacónicamente y, acto seguido, con un movimiento repentino que hizo que Harry se sobresaltara, le puso una mano callosa en la cara y le bajó el párpado inferior izquierdo con su dedo pulgar, examinándole con sus ojos negros como túneles infinitos

– Estás anémico, Potter, necesitas varias dosis – y volvió a centrarse en las pociones.

El muchacho notó cómo su cuerpo entraba en calor, pero se sentía incómodo.

- ¿Y mi ropa?

El hombre, que se había inclinado hacia él con otro de los misteriosos frasquitos, se incorporó rudamente y en su rostro se dibujó una clara mueca de desdén:

- ¿Ropa? ¿Llamas a eso ropa, Potter? – Levantó mucho una ceja y le echó una mirada burlona. Harry sintió que un rubor súbito le subía por las mejillas – Una minifalda, una blusa transparente, unas medias de rejilla, bragas de encaje, boa de plumas, zapatos de tacón…No te faltaba un detalle, muchacho – Su voz sonaba rara – Expuesto en la calle, como un bocado exótico y suculento – Ahora las mejillas y el cuello le ardían. Sintió tal sofoco que se apoyó en la pared a la que estaba pegada la cama.

- ¡Estaba en una misión, Snape! – exclamó avergonzado - ¡Disfrazado! – lo aterrorizó la posibilidad de que el hombre hubiera podido imaginar otra cosa - Estábamos trabajando en una operación especial. Queríamos capturar al vampiro que ha asesinado a varias prostitutas. Los muggles nos dijeron que era muy probable que apareciera por allí y …

Pero Snape lo interrumpió repentinamente:

- ¿De verdad crees que engañaste al vampiro, Potter?

Harry parpadeó, azorado.

- ¡Claro que lo engañé! ¡Me agredió! ¡Creyó que era una de ellas!

- Tu orgullo y tu ignorancia parecen no tener límites. Aún me sorprenden.

El chico se puso aún más colorado. Sintió una punzada en la boca del estómago. El hombre continuó mirándolo con gesto de desprecio, mientras le acercaba otra de las ampollas de color rojo intenso:

- Los vampiros huelen el sexo y la sangre a distancia, Potter. Es lo único que les interesa. Supo desde el primer momento que eras un hombre. Y son extraordinariamente sensibles a la magia. No fue casualidad que te atacara. Eras el único individuo mágico en esa calle abandonada.

- ¡Pero me rompió la ropa! Intentó, intentó …. – la palabra se le quedó atascada en la garganta. Sintió escalofríos al recordar lo que aquella espantosa criatura quiso hacer

– Intentó violarme.

Cuando pronunció esas sílabas, Snape se quedó rígido y lo miró fijamente, de una manera extraña y calculadora, como si fuera la primera vez que lo veía. Tardó en reaccionar y, cuando lo hizo, como saliendo de un estado de concentración, preguntó, con una voz suave, en un susurro

:- ¿Intentó penetrarte?

- ¡Sí! – insistió Harry, tratando desesperadamente de recuperar la dignidad delante de su antiguo profesor – Me rompió la falda y las bragas. ¡Me confundió con una de ellas!

- Un vampiro nunca se equivoca, Potter – dijo, arrastrando lentamente las palabras, como si fueran una sentencia.

Harry tembló levemente bajo la inquietante e inquisitiva mirada de Snape, sin saber muy bien lo que el hombre había querido decir, sintiéndose como un alumno de primer curso.

- Tengo que ir al baño.

- Esta allí – El hombre le indicó una pequeña puerta que se abría junto al armario roto, cerca de un rincón.

Cuando entró en el cuarto de baño, lo sorprendió que, en contraste con la mugre y la desidia de la habitación, estuviera algo decente. Pero dio un respingo cuando vio restos de barro en la bañera. Recordó cómo el vampiro lo había tirado y revolcado por el suelo. Instintivamente, se palpó el cuerpo. Snape tenía que haberlo bañado. Un estremecimiento lo recorrió al imaginarse, desnudo e inconsciente, en manos del hombre.

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MensajeTema: Re: PROTEGIENDO A HARRY   PROTEGIENDO A HARRY I_icon_minitimeSáb Mar 31, 2012 7:22 pm

PROTEGIENDO A HARRY. CAPÍTULO 2. Segunda parte.

Cuando volvió al dormitorio, su antiguo profesor había colocado un plato y una cerveza de mantequilla en la mesa. Harry se dio cuenta de que estaba muerto de hambre.

- Aquí no hay lujos, Potter. Esto no es un hotel.

El chico se limitó a sentarse y cogió el pan y el queso del plato. Con la boca llena, continuó con sus interrogantes:

- ¿Dónde está?

- ¡Esos modales, Potter! ¿El qué?

- ¡El vampiro!

- Muerto

- ¿Muerto?

- No estarías aquí si no le hubiese clavado una estaca en el corazón.

- ¿Qué quiere decir?

Snape le lanzó una mirada dura, penetrante. Tenía los dientes apretados.

- ¿No lo sabes? ¿Verdad? – escupió. Harry negó con la cabeza, como un idiota – Después de morderte, habría tenido poder sobre ti. Te habría atraído hacia él, hasta saciar contigo todos sus apetitos y no habrías podido resistirte.

- No me dio tiempo a reaccionar, se lanzó contra mí… era… era muy fuerte – No pudo evitar estremecerse al revivir lo indefenso e impotente que se había sentido.

- Ten por seguro, muchacho, que de no haber estado yo allí, te habría matado – Harry percibió un claro tono de reproche en su antiguo profesor – Es casi imposible rechazar el asalto de un vampiro. Su fuerza es inhumana y poseen un talento natural para hipnotizar a sus víctimas, por no hablar de lo tóxica que es su saliva, lo suficiente para dejar en estado comatoso a cualquiera de quien se encaprichen. Un vampiro asesino es altamente peligroso, Potter. Cuando llegué a dónde estabas, te encontré desmayado, totalmente inerme, con esa alimaña alimentándose de ti.

Harry se llevó la mano al cuello, tratando de sobreponerse a las náuseas y tragando de golpe un trozo de pan.

- Ahora que esa criatura maléfica está muerta, se te cerrará la herida y desaparecerá.

- ¡Pero Kingsley quería que lo capturásemos vivo! – exclamó escandalizado - Íbamos a interrogarlo. Teníamos que averiguar por qué había atacado a esas mujeres, si había estado con los mortífagos, si….

Harry dio un pequeño salto sobre la silla cuando oyó el sonido de un cristal haciéndose añicos. La ampolla que Snape tenía en la mano se había roto y el hombre lo miraba ahora con una expresión implacable, con las facciones endurecidas de rabia.

- ¡No eres más que un crío estúpido y arrogante! ¡Lo bastante insensato como para seguirle el juego a ese mequetrefe de Kingsley! ¡Un político de mierda! Estás tan pagado de ti mismo que ni te has dado cuenta de que ha mandado al famoso Harry Potter para lamerle el culo al Gobierno muggle!

A Harry le pareció que Snape le acababa de dar una bofetada, un puñetazo en la boca del estómago. Se le aceleró la respiración:

- ¡Y usted no es más que un bastardo grasiento y egoísta, un insociable que no ha sido capaz de contestar a mis lechuzas, ni de darme las gracias por todos los esfuerzos que hice para sacarle de Azkabán!

Le escocían los ojos, como si las malditas lentillas permanentes fueran a derretirse. Entonces, el hombre lo miró de manera turbia y salvaje, con todas las arrugas marcadas fieramente en su pálido rostro. Lo cogió de la camiseta gris y lo levantó de la silla de un solo tirón, como un ave rapaz que hubiera apresado en sus garras a un pequeño ratón. La voz de Snape sonó como un murmullo de agua helada, masticando las palabras de manera fría, amenazadora, susurrante, despacio:

- Tú …sí que eres… un desgraciado… Potter.

A Harry se le puso la carne de gallina, lo atravesó una descarga de alerta.

- Suélteme, Snape, ¡suélteme! – se revolvió en vano en la silla- ¿Qué hace? ¡Está loco!.

- ¡Fuera, Potter! ¡Fuera de mi casa!- aulló el hombre totalmente trastornado.

Snape lo arrastró por la habitación como a un pelele. Harry, desconcertado por la brusca reacción del hombre y casi sin fuerzas, no intentó siquiera deshacerse de los puños que lo atenazaban. El miedo lo había dejado inmovilizado. En unos instantes, el hombre lo había empujado a trompicones por una escalera sucia y oscura y lo había arrojado contra lo que parecía la entrada de la casa, sin aflojar sus zarpas del pijama. A Harry le faltaba el aire. Le temblaron las piernas, cuando, sin dejar de mirarlo como un animal feroz, lo levantó con una fuerza brutal sobre el suelo y lo dejó con los pies colgando, restregándolo con violencia contra la puerta, antes de que ésta se abriera mágicamente de par en par con el sonido de una explosión. Un último empellón dejó a Harry, sentado de culo, en mitad de la calle de Spinner´s End.

- ¡Fuera! ¡Fuera de mi vista mocoso impertinente! ¡Y no se te ocurra volver a aparecer por aquí! ¡Maldito seas!

La puerta se cerró con un potente estallido, como el de una bomba. Con los oídos aún zumbándole y el corazón golpeándole frenéticamente las costillas, Harry se encontró tirado en el asfalto, descalzo, en pijama, desorientado. Un tintineo amortiguado llamó su atención. Su varita acababa de caer del ventanuco de la parte de arriba de aquella casa siniestra.

Hizo lo único que podía hacer. Cuando se apareció en Grimmauld Place, tambaleándose, se derrumbó en el primer asiento que encontró, dejándose caer a plomo en una silla de la cocina y apoyando el peso de su cuerpo y de su cabeza en la mesa. Estaba mareado. Cerró los ojos, tratando de ganar algo de control, pero varias imágenes y sensaciones daban vueltas en su mente, como un eco que resonara en su cráneo: el rostro fantasmagórico del vampiro, el frío, el barro, la impotencia, los periódicos, las pociones, los insultos… una corriente de rabia fluyó por sus venas. Y tres días. Tres días en blanco.

El exquisito aroma de la sopa de cebolla de Kreacher lo sacó de su letargo. El elfo lo miraba fijamente, con sus grandes ojos desorbitados llenos de expectación.

- Gracias, Kreacher. Necesito comer algo caliente.

- Han venido del Ministerio a buscarlo, amo Harry. Kreacher no sabía dónde estaba su amo.

- ¿Quién ha venido, Kreacher?

- El joven Ronald Weasley, amo, y otro hombre que Kreacher no conoce.

Después de tomarse la sopa, que le hizo sentirse mucho mejor, pensó en ducharse para ir al Ministerio, pero cuando ya se dirigía al baño, el ruido de unas voces en la entrada de Grimmauld Place lo hizo bajar de las escaleras. Habían llegado Ron y Hermione.

La joven, con una expresión de intensa felicidad, se echó sobre él y le rodeó el cuello con los brazos, con tal fuerza que Harry creyó que lo iba a ahogar.

. Oh, Harry. Estás a salvo - Hermione parecía a punto de llorar.

- ¿Qué hacéis aquí?

- Hemos venido varias veces, por si aparecías ¿Estás bien?- le preguntó Ron.

- Sí, sí. Estoy bien.Hermione lo había soltado y lo examinaba con mirada crítica.

- Estás muy pálido - La chica soltó un gemido cuando se percató de las marcas- ¡Bendito Merlín!

- No es nada - dijo, pasándose la mano por el cuello - se cerrarán y desparecerán.

Ron también lo abrazó, apretándolo contra su pecho y este gesto inusual lo conmovió aún más.

- ¡Cómo me alegro de verte, tío - comentó Ron - No sabes el susto que pasamos cuando regresamos de aquel tugurio y no estabas. Avisamos al Ministerio y vino Davis. Estuvimos dando vueltas como locos, peinando la zona, fuimos a tu casa...- Ron estaba ofuscado, tenía las mejillas coloradas y el rostro sudoroso.

. Lo sé, me lo ha contado Kreacher.

- Lo siento, Harry. Davis y yo te estuvimos buscando toda la noche, hasta que apareció Snape en el despacho de Kingsley y nos dijo que estabas en su casa.

- ¿Snape fue al Ministerio?

- Sí, tío. Se presentó hecho una furia. No te imaginas la bronca que le montó a Kingsley, estaba fuera de sí, peor que cuando estábamos en el colegio, daba miedo de verdad.

- Pero, ¡Snape no puede ir al Ministerio, lo tiene prohibido! Está sub praesidium, bajo vigilancia, no puede hacer todo lo que le venga en gana y menos eso- Harry no salía de su asombro.

- No se atrevieron a detenerlo, Harry - Hermione estaba muy seria y lo miraba fijamente, como si aún no se acabara de creer que estuviese entero.

- Davis y yo estábamos allí. Sólo le faltó echar espuma por la boca. Estuvo gritándole a Kingsley cosas sobre ti, diciéndole que habías estado a punto de morir por su culpa - Harry sintió un cálido cosquilleo en las tripas, imaginándose a Snape, atravesando como un rayo letal el Atrio y encarándose al Ministro - Lo amenazó.

- ¿Lo amenazó?

- Sí, Harry. Le dijo, literalmente, "si le pasa algo al chico, te mato". Nunca lo había visto tan descompuesto - La suave sensación que había anidado en el estómago de Harry subió rápidamente hacia su pecho hasta salir en forma de ligero rubor - No sé cómo averiguó que habíamos visto el cadáver de esa chica.

- ¿Sabía eso? ¿Cómo?

- No lo sé; pero sabía también dónde estábamos y qué íbamos a hacer, porque le contó a Kingsley, con todo lujo de detalles que el vampiro te había atacado y que te había rescatado de una muerte segura.- Ron lo miró, totalmente compungido - Davis y yo nos quedamos estupefactos oyendo cómo insultaba a Kingsley, lo llamó de todo, chillando como un loco. No me explico cómo, después de eso, los Aurores no lo echaron a patadas del Ministerio.

- ¿Cómo iban a hacer eso, Ron? ¡Acababa de salvarle la vida a Harry! Y el Ministro sabía que Snape tenía razón - intervino Hermione- Kingsley se ha portado como un cerdo. Ha puesto en juego vuestras vidas para impresionar al gobierno muggle.

- Sí, Hermione; pero te recuerdo que Snape no dijo nada ni de Mark ni de mí, como si no existiéramos- Ron parecía dolido.- ¿Cómo te ha ido con él, Harry?

Harry se puso tenso:

- La verdad es que he estado inconsciente todo el tiempo - sonrió forzadamente, tratando de cambiar de tema - Ahora necesito descansar.

- Bueno - Ron le dio una palmada en la espalda, se le veía más relajado - tenemos dos días libres.



Cuando llegó al despacho de Kingsley, no sabía qué se iba a encontrar. El antiguo Jefe de Aurores había cambiado. Al principio de acceder al cargo, todo seguía siendo cordialidad, entendimiento, cercanía. Pero, poco a poco, el Ministro se fue distanciado. Era cada vez más difícil hablar con él, siempre estaba ocupado, no tenía tiempo para nadie y las únicas ocasiones en las que estaba visible eran las reuniones en las que se trataban asuntos de máxima gravedad. No utilizaba los medios habituales para entrar y salir del edificio y siempre iba rodeado de un grupo inaccesible de Aurores guardaespaldas.

Esta vez, sin embargo, abordó a Harry con exquisita amabilidad. Se levantó del sillón nada más verlo y le estrechó la mano de manera firme y decidida, mirándolo directamente a los ojos, con una educada sonrisa que mostró unos dientes blancos y perfectos. Tras expresar su alegría por la visita y lo aliviado que se sentía de que, finalmente, todo hubiese salido bien, ofreció atentamente a Harry un vaso de whisky de fuego. Durante unos minutos, todo fueron muestras de preocupación por su salud y afectuosos elogios, pavoneándose por el despacho con su reluciente y morena calva y ondeando su lujosa túnica de terciopelo azul bordada en oro, el pendiente de su oreja derecha emitía destellos dorados, hasta que de manera jocosa, como si estuviera hablando de una broma pesada, empezó a relatar la visita de Severus Snape.

- Cualquiera que hubiese visto como se presentó aquí el otro día, como un perturbado, amenazándome, hubiera pensado que eras su hijo o su amante – A Harry le dio un vuelco el corazón – Pero parece que no tiene muy buena opinión de ti. Se puso a aullar, enloquecido, que eras un crío, un chaval impulsivo e imprudente. Se atrevió a acusarme de poner en riesgo tu vida buscando mi propio interés, cuando todos sabemos de lo que eres capaz. - Kingsley lo miró con una sonrisa burlona - Que eras un insensato, dijo, que te crees invencible. Claro que – el semblante del Ministro se volvió serio- ¿Cómo iba a saber él la importancia de esta misión?, la gravedad del asunto, su trascendencia para nuestras relaciones con el Gobierno muggle, esas pobres chicas, los muggles aterrorizados, ansiosos, deseando que el asunto se resolviera ...- Tomó un pequeño sorbo del vaso- Por supuesto que le dije que confiaba plenamente en ti, en tus habilidades, en tu talento; pero, según él, lo tuyo ha sido suerte y mucha ayuda

A Harry la sangre le palpitaba en las sienes. En cuanto el Ministro empezó a detallar la opinión que Severus Snape tenía de él, dejó de oír con claridad, recordó cómo el hombre lo había echado de la casa y las palabras le llegaron débiles y distantes, como a través de una niebla

. - Creo que Snape no te valora como te mereces, Harry. ¿Qué le has hecho?

La pregunta cayó como un jarro de agua fría, despejando a Harry por completo:

- Parecerme a mi padre. Mucho, según él .Y que mi madre prefiriera morir para salvarme la vida. No me perdona el hecho de que yo esté vivo y ella esté muerta - dijo Harry con amargura. Bebió un trago del whisky y fue como si una lengua de fuego le agujereara las tripas dejando por el camino un rastro de pura hiel.

- Ah, eso - Kingsley miraba distraído el fondo del vaso que ya estaba vacío - Recuerdo los detalles, por el juicio. No puede hacerte responsable de sus errores, es terrible, Harry - exclamó con énfasis- Es un hombre complicado. Creí que se retiraría a algún sitio solitario y no volveríamos a saber de él. Te estuvo protegiendo, por ella ¿no es así? - Harry sintió que la bebida lo abrasaba por dentro. Kingsley posó el vaso en su mesa. Se estiró como tratando de mostrar todo su aplomo - Si vuelve a aparecer por aquí lo arrestaré.

Harry salió del despacho del Ministro como del ojo de un huracán. Jadeaba, como si acabara de pelearse con una banda de mortífagos. Sentía una piedra abrasadora en el estómago y un afilado trozo de hielo en el pecho.

Cuando, tras recoger a Ron, se encontró con Mark Taylor, tuvo que hace acopio de toda su capacidad de control, esforzándose como nunca por mantener la serenidad, para no freírle a hechizos y maldiciones. El muy idiota se puso a bromear acerca de la pinta de fulana con la que se lo había encontrado Snape. Sólo la mirada angustiada de Ron salvó a Taylor de un merecido puñetazo en la boca cuando soltó algo así como "damisela en apuros", mientras la varita de Harry echaba chispas y le hacía una quemadura en la túnica.

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MensajeTema: Re: PROTEGIENDO A HARRY   PROTEGIENDO A HARRY I_icon_minitimeDom Abr 01, 2012 3:54 pm

PROTEGIENDO A HARRY. CAPÍTULO 3. Primera parte.

El funcionario.

Para disgusto de Harry, Davis volvió a unirlos a Taylor en su primer caso en prácticas. Un funcionario del Ministerio, del Departamento de Relaciones con los Muggles, de la Oficina de reversión de accidentes y excusas, había desaparecido. No sólo llevaba tres días sin acudir al trabajo, sino que su hermana, con la que vivía, había denunciado su ausencia.

Davis los acompañó en su primer día de investigación. La hermana de John Brady, el desaparecido, había activado un traslador para que les fuera más fácil llegar hasta su casa, en las afueras de un pueblo muggle cercano a Londres, en una zona boscosa y semisalvaje. Era una casa baja, modesta y sencilla, con un pequeño y descuidado jardín y un rústico cobertizo. Cuando abrió la puerta, se la encontraron muy nerviosa, tenía los rubios cabellos alborotados, los ojos rojos de llorar y unas ojeras muy marcadas en su maduro rostro.

Harry puso mucha atención en el modo en que Davis dirigía las pesquisas. Tenían que interrogar a la mujer y registrar la casa a fondo.

La hermana de Brady, Julia, temía que su hermano se hubiese suicidado, les dijo que estaba muy preocupada y angustiada y a Harry le resultaba evidente, le temblaban las manos y no paraba de tocarse el pelo, no pudo evitar sentir lástima por ella. Pero Davis no paraba de hacerle preguntas, sin inmutarse, con una actitud fría, impasible, sin mostrar en su cara ni un atisbo de compasión o de empatía. A Harry le volvió a subir por el esófago un reflujo de amargura, la manera extremadamente profesional de su jefe, como quien analiza un objeto, sin implicarse lo más mínimo, como incapaz de sentir, le recordó a Snape, que sólo era de carne y hueso cuando se le sacaba de quicio.

Davis se había sentado frente a Julia en la mesita de la cocina, en la que se veía el estado de ansiedad de su propietaria, porque había cocinado, pero el plato estaba casi sin tocar y aunque estaba limpia, daba cierta sensación de desorden. Sólo la tetera bullía rompiendo la atmósfera trágica y depresiva que parecía extenderse como una gélida bruma por toda la casa. Julia asía con fuerza una taza de té como quien se aferra a la esperanza. Contestaba entre sollozos las preguntas directas y certeras de Davis, que parecía estar talando el tronco de un gigantesco árbol para llegar a la raíz. La mujer contestaba con una voz agotada y hacía esfuerzos visibles por concentrarse en las respuestas, poniendo las pocas energías que le quedaban en colaborar.

Al final, la insistencia de Davis logró sonsacar a la apesadumbrada y llorosa Julia varios datos relevantes: que Brady se había divorciado dos años antes y que ya entonces había intentado quitarse la vida o, al menos, eso había dicho, que desde el divorcio había tenido problemas serios con su ex mujer, porque ésta le recordaba a la menor oportunidad que aún le debía una buena suma de galeones, que se había vuelto más taciturno y huraño, que apenas tenía amigos y pasaba mucho tiempo dedicado a su pequeña colección de huevos de criaturas mágicas, que había conocido a otra mujer con la que había salido durante un tiempo, pero que hacía un mes aproximadamente, esa novia había roto la relación y que su hermana le había visto muy desmejorado los últimos días. Entre sollozos y haciendo gestos señalándose a sí misma, como expresando que su hermano le daba problemas, explicó que tenía un carácter depresivo, con fuertes altibajos y que era difícil tratar con él, que llevaba tres días sin dormir, pendiente de que apareciera o, al menos, le mandara una lechuza, pero no tenía ni la menor idea de qué le había pasado, que no le había dicho nada de que pensara ir a ningún sitio, ni a dónde iba aparte del trabajo.

Tras el exhaustivo interrogatorio a la pobre Julia, que se quedó en la cocina agarrada a su taza de té y mirando a un espacio vacío, Davis los organizó para inspeccionar la casa. Mark se ocupó de poner el salón patas arriba, Ron subió a la habitación de la mujer, Harry tenía que examinar con lupa el cuarto del desaparecido y Davis estudiaría el resto.

Cuando entró en el dormitorio, le sorprendieron la limpieza y el orden. Las paredes estaban decoradas con elegantes láminas. La cama era simple, pero tenía una colcha aparatosa, con grandes estampados rojos y dorados, perfectamente estirada. Las cortinas eran exageradamente ampulosas, con grandes borlas, que contrastaban con la modestia de la casa y de la propia ventana, de lo más elemental. Harry tuvo la impresión de que Brady trataba de vivir de una manera distinta a la que le había tocado en suerte. Buscó pistas, sobre todo, una posible nota de despedida, típica de un suicida, como le había advertido Davis, apuntes, escritos, lo que fuera. Observó con toda atención los libros, pocos, pero cuidadosamente colocados y revisó el armario y la ropa que había en él, túnicas de buena calidad junto a otras mucho más corrientes y desgastadas. Había también algunos objetos decorativos que parecían valiosos. Pero no encontró ningún escritorio ni ningún papel. Nada útil. Los otros estaban tan desanimados como él, no les quedaba más opción que buscar pistas fuera de la casa.

Estuvieron recorriendo la zona toda la tarde. Tras repartirse el terreno selvático y agreste en parcelas, buscaron objetos, restos, cualquier indicio; pero no sólo no localizaron el cadáver, no encontraron tampoco vestigios de ningún tipo de actividad mágica – Harry estrenó un hechizo detector, similar al “priore incantatem”- no hallaron pisadas ni ninguna marca que indicara que, al menos, el hombre había estado por allí. Para Davis no tenía sentido. Lo normal, según su experiencia, era que el cuerpo del suicida estuviera cerca de la casa. No había ni rastro de él.

De vuelta en el Ministerio, Harry y Ron continuaron la investigación preguntando a los compañeros de Brady y descubrieron algunos datos sorprendentes: los que trabajaban más cerca de él lo describieron como una persona introvertida, poco sociable, pero muy cumplidora, nunca había faltado al trabajo y era muy meticuloso y detallista en sus informes, casi obsesivo, según su propio jefe.

Thomas Adams, que era el que lo solía acompañar cuando tenían que atender algún accidente mágico, bromeó diciendo que le gustaba la buena vida a pesar de lo poco que cobraban. Hablando con él, averiguaron que el día anterior a su desaparición se había llevado un expediente, sobre un incidente en el barrio de Candem, en el que un mago anciano, enfermo de alzheimer, había hecho arder de modo fortuito el coche de su vecino muggle, tras discutir con su yerno. Pero, además, Brady le había comentado que quería pasar sus próximas vacaciones en las islas Canarias y que para poder pagar el viaje estaba pensando en vender algún huevo de su colección. Evidentemente, no parecían los pensamientos ni los actos de una persona que pensara en suicidarse. En su ficha del Ministerio, la foto mágica de Brady mostraba un hombre de expresión taciturna, casi triste, con unos ojos que recordaban un poco los de un besugo, medio calvo, con el poco pelo oscuro que le quedaba totalmente rapado y un bigote un tanto ridículo, como apuntó Ron.

El sábado por la mañana, Harry cumplió su compromiso con McGonagall. La Directora de Hogwarts, que había pasado grandes apuros para reconstruir el castillo tras la última batalla, le había enviado varias lechuzas pidiéndole que se reuniera con ella. Harry sospechaba cuál era el motivo. Volver al colegio, después de estar más de dos años sin pisarlo, lo llenó de emoción. Lo invadió una profunda nostalgia cuando atravesó los jardines y cruzó las grandes puertas de roble. Los pasillos, en fin de semana y a una hora tan temprana, estaban casi vacíos y Harry se alegró de ello, no estaba de humor para que lo señalaran, lo acosaran y le miraran fijamente la pálida cicatriz, aunque se resignó a que unos cuantos alumnos de tercer y cuarto curso intentaran retenerlo para que hablara con ellos cuando se dirigía a la gárgola de piedra, grande y fea, que daba paso al despacho de la Directora.

Cuando la vio, Harry pensó que McGonagall había envejecido mucho en esos dos años. Detrás de sus gafas cuadradas, las patas de gallo eran aún más profundas, igual que las arrugas que fruncían sus finos labios. Pero sus ojos tenían el brillo enérgico y juvenil de alguien ilusionado con un importante y apasionante proyecto. Minerva le ofreció una galleta y le acercó una caja metálica decorada con cuadros escoceses. Harry recordó las veces en las que había sido Dumbledore, en aquél mismo despacho, el que le había ofrecido caramelos o una taza de té. Levantó la vista hacia su retrato y lo decepcionó ver que el viejo profesor dormía tranquilamente en el lienzo, haciendo temblar ligeramente con sus resoplidos la larga y plateada barba.

- Ya te imaginas, para qué te he hecho venir, Potter. Y no necesito explicarte lo que significa para el colegio. No estoy, por supuesto, en contra de tu carrera de Auror – Minerva lo miró fijamente a los ojos, tenía una expresión seria y profesional – Yo misma te animé a ello hace años, pero me encuentro en una situación delicada. Me ha llevado tiempo y esfuerzo poner de nuevo en marcha el castillo y reiniciar las clases; pero la falta de profesores, en estos momentos, es un verdadero problema, me está complicando mucho las cosas. Quiero que sepas que, antes que a ti, le ofrecí el puesto de Defensa contra las Artes Oscuras a Severus Snape, pero, para mi sorpresa, lo rechazó.

- ¿Snape no quiso el puesto?- Harry estaba asombrado.

- No, Potter. Y he de decir que estaba convencida de que lo aceptaría, siempre lo había deseado. Me pareció – la voz de McGonagall se tornó más suave y cálida – que volver a trabajar en el colegio le serviría para mejorar su estatus, para que fuera respetado y se acabara por reconocer todo lo que él hizo, pero – Minerva arrugó la boca en un gesto de disgusto – parece que quiere convertirse en un ermitaño, como si quisiera enterrarse en vida. Rechazó de plano mi oferta, ni siquiera quiso darme explicaciones.

Sin saber muy bien por qué, Harry se sintió incómodo, como si la silla fuera tremendamente dura y estuviera astillada. Dudó por un momento si hablarle a la Directora de su encuentro con el ex mortífago, pero eso no haría más que debilitar sus propios argumentos para no convertirse en profesor.

- Lo siento, Directora McGonagall, pero quiero seguir con mis estudios de Auror. Acabo de empezar las prácticas, me queda ya sólo un año para acabar los estudios y me gusta, me gusta mucho lo que hago.

McGonagall lo miró atentamente, de arriba abajo, cruzó las manos encima de la mesa y exhaló un profundo suspiro:

- Reconozco que esperaba esta respuesta, señor Potter. No me había hecho ilusiones. Aún así – continuó, sin dejar de mirarlo con interés – quiero que sepa que siempre habrá un sitio para usted en esta casa.

Harry sintió una oleada de profundo agradecimiento hacia McGonagall. Volvió a mirar de reojo el cuadro de Dumbledore, que seguía descansando plácidamente ajeno a todo. Recorrió con la mirada la sala, observando esos extraños cachivaches que repiqueteaban igual que cuando el antiguo Director estaba sentado allí. Se le encogió el estómago al recordar la noche aciaga en la que salió de aquél recinto sabiendo que tenía que morir. La Directora lo acompañó a la puerta y le ofreció la mano al salir, pero Harry se tomó la libertad de darle dos besos en las mejillas. McGonagall se ruborizó levemente y hasta se puso tiesa, pero lo despidió con una complacida sonrisa.

No pudo evitar la tentación de perderse por el castillo, evitando con mucho cuidado, eso sí, encontrarse con alguien. Sus pasos traicioneros lo llevaron irremisiblemente a las mazmorras y antes de que se diera cuenta, estaba abriendo sigilosamente la puerta de la clase de pociones para comprobar si había alguien dentro. Pero tuvo suerte, estaba vacía. Parecía mucho más grande, pero tan fría y desapacible como siempre. Tuvo la sensación de que las paredes de piedra murmuraban en susurros con la grave y oscura voz de Snape, tratando a los alumnos con su desprecio habitual, con su mirada fulminante, paseándose soberbio, altivo e inaccesible entre los pupitres, ansioso por humillar a sus ocupantes, por aplastarlos con su imponente presencia y sus conocimientos.

El despacho estaba abandonado, se veía polvo en la superficie del escritorio. Slughorn se negó desde el principio a instalarse allí y, por lo visto, nadie lo usaba desde entonces. Se quedó mirando como hipnotizado los tarros de cristal con todas aquellas cosas repugnantes flotando en líquidos de aspecto asqueroso, hasta que una silla en un rincón captó su atención. Era la silla en la que se había sentado en las clases de oclumancia, frente a su odiado profesor, con tan sólo la mesa entre ellos. Harry sintió que la rabia y la frustración corrían por sus venas como un veneno. ¿Por qué no le dijo la verdad antes? ¿Por qué nadie le había dicho nada de su madre? ¿Por qué ese empeño en odiarlo, humillarlo y compararlo constantemente con su padre? Le dolían las palmas de las manos y se dio cuenta de que había apretado tanto los puños que se había clavado las uñas. Vio un caldero viejo y oxidado tirado en el suelo, bajo el escritorio, y una peligrosa pero fascinante idea surgió en su mente como un poderoso rayo que, en medio de la tormenta, rasgara de pronto la negra y densa oscuridad con su luz instantánea y cegadora.

Decidido, con el corazón latiendo aceleradamente, salió del polvoriento despacho y subió los peldaños de dos en dos, piso por piso, hasta que se detuvo delante del muro que ocultaba la Sala de los Menesteres. No perdía nada por intentarlo. Cuando la puerta secreta se abrió para él, amó la magia una vez más con todo su ser. A pesar del devastador incendio, la inmensa catedral, en la que se guardaban todos los objetos perdidos deliberadamente, seguía allí, como si nada hubiese ocurrido. Parecía mucho más vacía, con amplios espacios despejados, y Harry sintió una punzada de desasosiego, temiendo que la primera parte del plan que empezaba a diseñar en su cabeza no saliera bien. Pero fue presa de la excitación cuando, tras unas cuantas vueltas por los pasillos abarrotados de cosas extrañas apiladas en equilibrios imposibles, encontró lo que estaba buscando. Era increíble, pero su viejo amigo estaba allí. Salió triunfante de la Sala de los Menesteres con el libro de pociones del Príncipe Mestizo en la mano. Ahora, sólo tenía que hacer algunas compras en el Callejón Diagón.

Cuando el lunes volvió al trabajo, una lechuza parda le dejó en la mesa un mensaje desesperado de la hermana de Brady. Había caído en la cuenta de que en el cobertizo, donde su hermano guardaba celosamente su colección, faltaba uno de los huevos más valiosos.

Volvieron a la casa con la esperanza de encontrar algo con lo que empezar a deshacer aquél enigma. La tosca cabaña de madera era en realidad un pequeño almacén A primera vista, no había nada raro, salvo que todos los huevos estaban primorosamente ordenados y etiquetados. Detectaron varios encantamientos que servían para mantener la temperatura y proteger los objetos de la humedad. Harry miraba con admiración un enorme huevo dorado de Colacuerno húngaro, como el que le tocó atrapar en su cuarto curso, cuando Taylor dio un gemido ahogado:

- ¿Qué pasa? – pregunto Ron rápidamente.

- El huevo que falta es … -Mark parecía horrorizado, se cubría la cara con las manos - el de serpiente gigante de Ayeryawadi*. – A Harry se le erizaron los pelos de la nuca, era la especie a la que pertenecía Nagini.

- ¿Estás seguro?

- Sí, sí. Mira el cartelito. Estaba ahí – y señaló un hueco ancho y espacioso entre dos huevos pequeños cuyas cáscaras exhibían múltiples y diminutas motas de colores brillantes.

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Rowena Prince
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MensajeTema: Re: PROTEGIENDO A HARRY   PROTEGIENDO A HARRY I_icon_minitimeDom Abr 01, 2012 3:55 pm

PROTEGIENDO A HARRY. CAPÍTULO 3. Segunda parte.

Volvieron a revisar el cobertizo, de arriba abajo, con todos los hechizos de los que disponían, incluido el sanguinem revelo que era capaz de mostrar restos de sangre, incluso minúsculos e imperceptibles al ojo, pero sin resultado. Analizaron con lumos máxima las paredes, el suelo, los objetos de la colección, uno por uno. No había señales de lucha o de refriega o pisadas. Nada se había movido ni un milímetro. Harry extendió con cuidado la poción *ostendocutis alrededor de la zona en la que había estado el huevo en un vano intento de revelar huellas; pero, a pesar de su dedicación, no encontraron nada en aquélla cabaña. Sin embargo, ahora, todo indicaba que podía haber sido un robo.

Durante la semana, lo primero que tuvo que hacer fue un informe detallado del caso a Davis. Estaba frustrado, había intercambiado opiniones con Mark y Ron y ellos también estaban perdidos, los tres habían imaginado que encontrarían un cadáver y más pistas. Según Taylor, era el primer caso “raro” que tenía en su cortísima carrera de Auror.

Harry aprovechó la relativa tranquilidad de esos días para rumiar a placer la rabia acumulada contra Snape. Con el libro del Príncipe Mestizo - quién mejor, pensaba - en su poder, fue haciendo acopio de los ingredientes necesarios para su venganza. Aún tenía frescos en la memoria los insultos que le dedicó el bastardo en su casa, las frases de desdén, los menosprecios delante de Kingsley y hasta podía sentir el dolor en la espalda y en el trasero por el modo brutal y violento con el que el ex mortífago lo había echado sin contemplaciones de Spinner´s End.

Ya no quería justificarlo más, ya no encontraba consuelo en recordar sus sacrificios, en pensar en el hombre como en alguien que lo había protegido. Lo había dejado muy claro, todo lo había hecho por ella, él en realidad le importaba una mierda. Había sido muy fácil odiarlo. Snape había hecho todos los méritos para ello durante seis tortuosos años. Pero, ahora, sin saber muy bien el motivo, el odio había sido sustituido por una extraña desazón, por una sensación abrasadora y angustiosa. Había sido un ingenuo creyendo que el hombre apreciaría sus esfuerzos por sacarlo de prisión, que valoraría su empeño en que se le reconociera el papel crucial que había tenido en la derrota de Voldemort, su tesón por contar al mundo mágico su lealtad a Dumbledore y los grandes riesgos que había asumido. Quizás el bastardo grasiento tuviera razón y aún era un crío, pero eso se iba a acabar pronto. Se sintió satisfecho de su sangre fría cuando no le tembló el pulso al redactar la carta. Snape no quería volver a verle, pero tal vez no se resistiera a la tentación de recuperar sus memorias, ésas que sólo fue capaz de darle cuando el cabrón pensaba que iba a morir. Tendría todo preparado por si aceptaba la cita.

No fue nada fácil localizar a la novia de Brady. Su hermana no tenía mucha información, el tipo era tan reservado que ni siquiera ella sabía quién era, todo lo más un nombre, Amanda Sullivan y una dirección, la de una tienda de escobas en el Callejón Diagón.

Era una tienda pequeña, casi escondida, que pasaba desapercibida entre todos los escaparates mágicos y espectaculares del Callejón. Sin embargo, al entrar, vieron que estaba abarrotada de todo tipo de modelos, incluidos los últimos que habían salido al mercado, y que no faltaba ni un solo detalle para el cuidado y mantenimiento de las escobas voladoras, desde libros hasta toda clase de instrumentos y pociones. En una de las paredes, destacaban unos posters mágicos, de lo más realista, con el capitán de los Chudley Cannons atrapando la snitch mientras su escoba echaba chispas y con la portera de las Arpías de Holyhead apoyada en una escoba que refulgía cuando ella hacía una parada fabulosa. Mientras Ron se quedaba boquiabierto mirando la Ciclón 2020, el último grito, tan nueva que sólo la tenían los jugadores profesionales, Harry y Mark observaban cómo una pluma mágica levitaba sobre unas letras suspendidas en el aire en las que se invitaba a personalizar la escoba con el nombre del propietario. Harry tampoco pudo evitar la tentación de tener en sus manos la Ciclón y admirar su espléndida factura. Cuando, absorto, ya había olvidado por qué estaban allí, alguien carraspeó y una voz dulce y atiplada preguntó:

- ¿Puedo ayudarles en algo? ¿Qué desean?

Mark se apresuró a mostrar a la mujer su acreditación como Auror a pesar de que su condición era evidente por las túnicas que llevaban:

- Ya veo que saben que hago descuento a los Aurores, será un placer.

Amanda Sullivan era una mujer de mediana edad, de cara redonda y ojos castaños y expresivos. Bajita, regordeta y con el cabello oscuro recogido en un moño tenía un aspecto afable y risueño.

Pero Taylor soltó bruscamente:

- No venimos a comprar, estamos investigando un caso. ¿Conoce a este hombre? - Puso la foto de Brady encima del mostrador - La cara amable de Amanda se transformó por completo. A Harry no se le escapó la expresión de temor con que miró a Mark.

- Sí, estuvimos saliendo juntos un tiempo. ¿Qué pasa con él?

Entonces fue Ron quien tomó la voz cantante:

- Ha desaparecido. ¿Cuándo fue la última vez que lo vio? - Harry miró pasmado a su amigo, que taladraba a la mujer con la mirada, se estaba tomando muy en serio todo lo que Davis les había enseñado.

- Hace un mes, más o menos.

- ¿Han sido novios y hace un mes que no lo ve? ¿Por qué? - Ron apretaba las tuercas..

La mujer estaba ahora claramente alterada, empezó a rascarse el cuello y se mordía el labio inferior.

- Es que ... - tragó saliva de manera evidente - él quería que nos casáramos, pero yo no estaba convencida. Se lo tomó mal y dejamos de vernos.

- ¿Cree que podía haberse suicidado? - intervino Mark. Las facciones de Amanda se relajaron un poco.

- No sé, es posible. Eso fue lo que me dijo la otra vez.

- ¿Qué otra vez? - ahora fue Harry quien preguntó, harto de dar vueltas sin llegar a ninguna parte.

- Eh.... es que tuvimos una discusión, ¿saben?, cosas de novios, pero luego nos reconciliamos - Amanda esbozó una forzada sonrisa.

- ¿No sabe a dónde puede haber ido? - Ron volvía a la carga.

- No, no, ya les he dicho que hace más de un mes que no sé nada de él.
Echaron un último vistazo a la tienda y se volvieron al Ministerio como habían venido, con las manos vacías:

- ¿Sabéis lo que pienso? - exclamó Mark con cara de exasperación - Ese tío está ahora mismo pasándolo en grande en las islas Canarias y nosotros aquí, como idiotas, tratando de dar con él. Harry y Ron asintieron, compartían plenamente esa sensación.


*Gran río de Birmania (actual Myanmar) su valle y delta son de selva tropical monzónica.
* ostendo: mostrar / cutis: piel, envoltura

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MensajeTema: Re: PROTEGIENDO A HARRY   PROTEGIENDO A HARRY I_icon_minitimeDom Abr 01, 2012 6:17 pm

Hola Row

Linda, en los fics largos debes abrir un tema por cada capítulo. Por favor, lee
AQUÍ, está explicado todo claramente

Saludos
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MensajeTema: Re: PROTEGIENDO A HARRY   PROTEGIENDO A HARRY I_icon_minitimeLun Abr 02, 2012 2:26 am

GRACIAS, ALI
VOLVERÉ A EMPEZAR
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MensajeTema: Re: PROTEGIENDO A HARRY   PROTEGIENDO A HARRY I_icon_minitime

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