Título: Volver al pasado.
Resumen: En 1977, James Potter y Sirius Black planean una broma pesada. En 2011, Harry Potter y Severus Snape reciben una visita inesperada.
Beta: Rowena Prince.
Clasificación: NC-17.
Advertencias: Voyeurismo.
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La guerra había finalizado trece años antes y el mundo mágico británico había cambiado considerablemente. Los mortífagos que no fallecieron durante la
Batalla de Hogwarts fueron encerrados en Azkaban de por vida. Sus familiares fueron investigados a conciencia por el nuevo gobierno y, finalmente, muy pocos tuvieron la suerte de no acabar con sus huesos en la prisión. Entre ellos, estaban Narcissa y Draco Malfoy para la sorpresa de muchos. La defensa de Harry Potter en los juicios de ambos había sido de gran ayuda. No obstante, había que ser justos y tener presente que durante muchos años habían sido partidarios del Señor Tenebroso. Narcissa debía presentarse dos veces en semana en el Ministerio para firmar los pergaminos de su libertad condicional. A Draco se le sentenció a cinco años de libertad vigilada y se le asignó un tutor legal: Percy Weasley.
Muchos de los alumnos que ese año habían cursado –supuestamente– séptimo en Hogwarts y se preparaban para los ÉXTASIS, volvieron al colegio en cuanto éste abrió sus puertas de nuevo. Entre ellos, Draco Malfoy, que se había convertido en un paria dentro del castillo, al igual que otros de sus compañeros slytherin.
Otro juicio importante, y el único sin público, había sido el de Severus Snape. No se pudo contar con la presencia del imputado, ya que estaba en coma en San Mungo, recuperándose de la mordedura de
Nagini. Pero, al igual que en el caso de los Malfoy, Potter testificó a su favor ayudándose de los recuerdos que el profesor le había dado –cuando creía que iba a morir– y del locuaz retrato de Albus Dumbledore. El Wizengamot decidió absolver al maestro de pociones y condecorarle con la
Orden de Merlín de Primera Clase, que también recibieron aquellos alumnos que lucharon contra las fuerzas oscuras aquella noche.
A todos esos magos jóvenes, que no habían abandonado el castillo y que lucharon para defenderlo, se les abrió un abanico de posibilidades. Se les ofreció volver al colegio a estudiar, si así lo deseaban, pero también se les dio la oportunidad de incorporarse a distintos puestos de trabajo con los ÉXTASIS necesarios aprobados con las mejores calificaciones. Hubo quien optó por lo primero, como Hermione Granger, Hannah Abbot o Justin Flich-Fletchley. Pero muchos decidieron escoger la vía laboral, como Ron Weasley, Neville Longbottom y Harry Potter, quienes se convirtieron en los aurores más jóvenes de la historia del cuerpo. Aún así, las cosas no pintaban fáciles para nadie. Había que recuperar la estabilidad del gobierno; que la población fuera justa y no tomara la revancha; recuperar la economía diezmada de varias familias; luchar contra décadas de intolerancia... Fueron años duros para todos.
En esa época, Harry Potter sorprendió a propios y extraños: no retomó su relación con Ginevra Weasley, se fue a vivir solo a
Grimauld Place tras restaurarla y, durante meses, cuidó a Severus Snape en el hospital. Cuando éste despertó, en el momento en el que Harry le aseaba, no se lo tomó nada bien. Pero, tras la molestia inicial, las explicaciones siguientes y las visitas de Kingsley Shacklebolt –ministro de magia– y de Minerva McGonagall –directora de Hogwarts– todo cambió. Hizo lo posible para recuperarse lo antes cuanto antes, aceptó las disculpas y cuidados de Harry y volvió a su puesto como profesor de defensa contra las artes oscuras en cuanto salió del hospital, convirtiéndose, además, en el nuevo subdirector de la escuela.
Años más tarde, con una población que había perdonado pero no olvidado, Minerva decidió jubilarse, al igual que Pomona Sprout y Horace Slurghorn. Severus pasó a ser el nuevo director, Filius Flitwick se encargó de la subdirección y ambos se vieron en la tesitura de contratar a más personal. Eso tuvo como consecuencia que Draco Malfoy, Neville Longbottom y Harry Potter se unieran al cuerpo docente de la escuela. Los dos gryffindor habían decidido dejar el cuerpo de aurores: el primero por petición de Hannah, su esposa. El segundo, porque estaba
felizmente decepcionado de su trabajo, cómo él mismo decía. Le gustaba su empleo, pero estaba cansado y ansiaba una vida más tranquila.
El joven slytherin había sido una auténtica revelación. No quedaba nada del adolescente mimado, caprichoso y altanero de los tiempos bélicos. Había cambiado mucho a la fuerza, empezando por el rechazo de sus compañeros durante el curso que el ministerio le impuso repetir. Los problemas habían comenzado con los trabajos grupales asignados por los profesores: nadie quería trabajar con él, excepto aquella chica a la que siempre había llamado
sangre sucia. Estudiar con Hermione, había implicado hacerlo también con Ginny... que acabó convertida en su esposa, después de que él terminara su Maestría en Pociones. Obviamente, el acercamiento a ambas mujeres, había supuesto que su relación con Harry mejorara muchísimo... y también que se convirtiera en una pieza clave en el trato entre Severys y el joven de ojos verdes.
Y es que, después de que Harry estuviera meses en el hospital cuidando a su antiguo profesor, sintiendo que se lo debía al hombre, éste le echó de su lado en cuanto salió de San Mungo. Sin embargo, coincidieron en los eventos organizados por el Ministerio, a los que no les quedó más remedio que ir. De igual forma, se tropezaron en la boda de Draco y Ginny, y en la que les sentaron en la misma mesa: la de los solteros. A partir de ahí, y debido a la conversación forzada que comenzaron para no tener que salir a bailar con ninguna mujer disponible, la relación fue mejorando.
La relación laboral fue dando paso a una de amistad... que se transformó en otra cosa la noche que ambos se encontraron en un bar del Soho. Cuando se encontraron en la entrada de uno de los cuartos oscuros, cada uno acompañado por el ligue de turno, huyeron del lugar. Los siguientes días fueron incómodos, fueron incapaces de hablar el uno con el otro, ni tan siquiera para temas relacionados con la escuela. Pero, tras casi una semana de tensa convivencia en el castillo, Harry hizo gala de su valor gryffindor entrando al despacho del director para decirle que eso no podía seguir así y las aguas parecieron volver a su cauce. Después de eso, en plena época de exámenes, sin poder abandonar el castillo para un desahogo y conociendo la condición sexual de su jefe, Harry volvió a hacer gala de ese mismo valor gryffindor... sólo que Severus lo tachó más de inconsciencia gryffindor, la misma que hacía que Harry se metiera en líos en su época de estudiante y de auror.
Sin dudarlo, Harry se había plantado en la puerta del dormitorio de Severus y le había dicho 'Necesito echar un polvo'. La mirada de estupefacción de Snape había sido de campeonato, más teniendo en cuenta que el hombre nunca dejaba traslucir sus sentimientos o reacciones. Después de pensarlo unos segundos, Severus aceptó. La experiencia fue torpe y se podría haber tachado de patética, pero no fue la única vez que sucedió: habían llegado a una especie de trato basado en 'yo tengo ganas hoy, follamos y el día que tú tengas ganas, follamos'. Cuando llegó el final del primer curso de Harry como profesor, la relación era mucho más seria. Y para el siguiente curso, compartían habitaciones.
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Hogwarts, 9 de Enero de 1977.
Sólo la mitad del grupo alboroteador de gryffindor autodenominado
Los merodeadores estaba en el aula de pociones. La otra estaba en la biblioteca, terminando los deberes de una parte de ellos. La que estaba infiltrada en la mazmorra era la más peligrosa, por lo astuta y cruel que podía llegar a ser. Sobre todo, si la parte que ayudaba con los deberes a la más débil del grupo no estaba allí para impedirlo. Y, teniendo en cuenta el motivo por el que estaban en la clase vacía, se podía predecir que iban a ser muy crueles.
–Pásame los polvos de cuerno de bicorrnio –pidió James, con la mano extendida.
Sin dudarlo, Sirius dejó de batir la sangre de murciélago con la infusión de ajenjo para darle a su compañero el saco de polvos. Lo había hecho sin mirar, así que no se fijó en que, en realidad, le había dado el de polvos de garras de grifo. Tras eso, ambos siguieron con su tarea: uno removía la poción, mezclando la poción burbujeante con los finísimos granos que caían a la superficie. El otro movía la mano con fuerza, golpeando el cuenco de cerámica con las varillas de metal y consiguiendo que apareciera una espuma blanquecina en la superficie del líquido rojizo.
–¿Falta mucho? –preguntó Sirius, tras dejar el cuenco sobre la mesa.
El joven de pelo negro y alborotado miró el reloj de arena que tenían entre los ingredientes.
–No, sólo tenemos que esperar un minuto más. Añadimos la mezcla que has hecho – consultó el libro que tenía abierto a su izquierda.– Y, por último, trece vueltas: las impares en sentido de reloj y las impares en contra.
Sirius sonrió.
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Hogwarts, 9 de Enero de 2011.
El día transcurría de forma normal en un colegio interno. Los alumnos iban a clase, pero no prestaban mucha atención. Los profesores impartían las lecciones de la mejor manera que podían. El director revisaba los pergaminos que debía enviar al consejo escolar lo antes posible, detallando el estado de las cuentas del colegio y las mejoras estructurales que deberían realizar para el siguiente curso.
La jornada estaba a punto de llegar a su fin, ya que los viernes las lecciones terminaban a las tres de la tarde, en vez de a las cinco. Todo el mundo deseaba que llegara el 'fin de semana', sobre todo el profesor de Defensa, que con motivo del cumpleaños de su pareja, había organizado una cena especial. Tenía el regalo guardado en su despacho y sólo esperaba a que el director se dignara a dejar los documentos en los que trabajaba tan efusivamente desde hacía días para ir a su hogar.
Curiosamente, los viernes todas las clases se revolucionaban salvo las de pociones. Quizás porque Draco había aprendido de su primer año como profesor y había decidido dedicar ese día a hacer repaso de lo impartido durante la semana. Por ese motivo, siempre se aseguraba de tener ese día a los grupos de quinto y séptimo, que eran quienes más lo necesitaban, ya que se enfrentarían al final del curso a los TIMOS y ÉXTASIS. Ese viernes lo había dedicado a repasar pociones curativas y los alumnos trabajan en ellas con entusiasmo.
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Hogwarts, 9 de Enero de 1977.
Había pasado el minuto necesario, así que Sirius, con el mayor de los cuidados, cogió el mortero donde había batido su mezcla de infusión de ajenjo y sangre de murciélago. Dejó caer el líquido de forma lenta. En cuanto cayó la última gota, James empezó a revolver la poción: un giro a la derecha y otro a la izquierda. A su lado, Sirius contaba en voz alta.
–Uno... dos... tres... cuatro... cinco... seis... siete... ocho... nueve... –un humo verdoso se extendió por la superficie del caldero, como se suponía que debía ser–. Diez –. La poción comenzó a burbujear–. Once... James, ¿estás seguro de que está bien?
James Potter paró un momento para mirar a su amigo.
–¡Claro que está bien! Hemos seguido todos los pasos –. Volvió a retomar su tarea con el cucharón –. Doce... ¡y trece!
El caldero explotó y parte del contenido se derramó sobre ambos estudiantes, que agitaban las manos intentado apartar el humo, ahora negro, de su alrededor.
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Hogwarts, 9 de Enero de 2011.
El aula de pociones se llenó de humo negro tras el sonido de una explosión. Los escasos alumnos tosían sin parar, al igual que el profesor. Draco utilizó su varita para hacer desaparecer el humo, pero tardó varios minutos en conseguirlo.
–¿Estáis todos bien? –preguntó con la voz ronca, parpadeando rápidamente por las molestias ocasionadas por el humo.
Los alumnos respondieron entre toses y carrasperas... pero también se escucharon unas voces que Draco no conocía. Por instinto, apuntó a los dos jóvenes que había allí y que no conocía de nada.
–¡Por las pelotas de Merlín! –gritó el de gafas.
–¿Cuándo habéis entrado? La clase estaba vacía –preguntó el otro.
Al ver el movimiento de su profesor, los alumnos se apartaron rápidamente de los dos desconocidos que habían aparecido al fondo del aula. Conocían el protocolo en caso de ataque: salir lo más rápido y calmadamente posible y avisar a otros profesores de lo que ocurría. Así que, con cuidado pero ágilmente, empezaron a moverse hacia la puerta, mientras su profesor se acercaba hasta los desconocidos, varita en mano.
–¡No puede ser! –exclamó Draco–. ¿Potter, Black?
Los dos jóvenes estaban empapados por una poción que había teñido de azul fuerte sus camisas y enrojecido intensamente su piel. Pero aún así, al verse apuntados por la varita de quien pensaban que era Lucius Malfoy, sacaron las suyas también.
–¿Cómo has entrado en el castillo, Malfoy? –preguntó Black–. ¿No se supone que deberías estar lamiéndole las botas a tu amo?
Draco respiró hondo y se llevó una mano a la cara.
–¿Profesor, qué hacemos?
Los alumnos seguían agolpados en la puerta, sin saber cómo reaccionar y qué hacer, al ver a su profesor de Defensa en el aula de pociones... pero con unos cuantos años menos.
–Id a vuestras salas comunes, la clase ha terminado. –Se escuchó el sonido de la puerta al abrirse y antes de que saliera el último, añadió:– ¡Y no le contéis esto a nadie!
James y Sirius cuchicheaban sin dejar de apuntar a
Lucius, preguntándose cómo era posible que éste fuera profesor en Hogwarts. Draco cogió un vial de la mesa de una de sus alumnas y se acercó hasta ellos.
–Solo quiero una muestra de la poción –dijo al acercarse a ellos, para recoger unas gotas que escurrían por la piel de ambos. Los jóvenes se pusieron a la defensiva –. No soy Lucius Malfoy, soy Draco, el hijo de Lucius.
–¡Ya, y yo voy, y por las bragas de Morgana que me lo creo! –espetó James.
Draco guardó la varita y dejó la ampolla sobre la mesa. Después, se levantó la manga del brazo izquierdo y les mostró la pálida y limpia piel.
–No soy un mortífago. No soy mi padre –hablaba lentamente–. No sé cómo lo habéis hecho, pero ya no estáis en vuestra época.
–Déjate de gilipolleces. No somos imbéciles. –Sirius le miraba con los ojos brillantes, como si estuviera a punto de atacar.
–Sólo quiero una muestra de la poción, para ver qué habéis hecho. –Señaló a una puerta que había detrás de ellos–. Después, podéis daros una ducha, para quitárosla de encima y que no os haga daño. Cuando acabéis, iremos a ver al director. ¿Os parece bien?
James entrecerró los ojos.
–¿Cómo sabemos que no estás mintiendo? ¿Que no nos vas a atacar y que realmente estamos
en el futuro? –Se notaba cierto deje incrédulo en las últimas palabras.
–Porque os doy mi palabra de mago, –cogió la varita por el mango y se la ofreció– y mi varita.
Sirius se la quitó de la mano con fuerza y se la guardó en un bolsillo interno de la túnica. Luego cogió el vial con el que Draco había intentado acercarse a ellos, lo abrió y escurrió el cuello de la camisa, haciendo que unas gotas de la poción cayera al interior de la redoma. Tras eso, los chicos se miraron en silencio, James señaló la puerta con la cabeza y se fue hacia ella. Unos minutos más tarde, salió de allí totalmente limpio y seco. Sirius hizo lo mismo. Draco permaneció en silencio hasta que volvió a tener a ambos con él.
–Por favor, seguidme. El director tiene que saber esto. Iremos por unos pasadizos que nos llevarán directos a la gárgola que da a su despacho, para que nadie más os vea. Yo iré delante.
Sin más, se dio la vuelta y comenzó a caminar. Tras una última mirada, James y Sirius les siguieron.
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Severus leía por última vez el informe en el que había estado trabajando. Quería estar seguro de que no se dejaba ningún punto importante a tratar en la siguiente reunión con el consejo escolar. Los gastos en comida estaba más que justificados, así como el material necesario para algunas asignaturas: en Herbología se necesitaban semillas nuevas cada año, en Pociones hacía falta reponer ingredientes casi cada mes, en Cuidados de Criaturas mágicas necesitaba el alimento de los animales cada mes y reemplazar las criaturas fallecidas... Todas las asignaturas tenían un gasto normal, pero luego estaban los 'extras', que básicamente consistían en reponer el material básico de la asignatura. En ese informe se planteaba la renovación de los telescopios para Astronomía; nuevos juegos de té y bolas de cristal para Adivinación; material variado para Estudios Muggles, que comprendía los artículos más variopintos habidos y por haber, como ropa, juegos de mesa y hasta un 'ordenador'. Después estaban las partidas destinadas para el salario del personal, la de la reposición de las pociones de la Enfermería y todo el material medimágico necesario, la de los productos de limpieza que usaban los elfos domésticos y Filch. Y por último, la de la Biblioteca y el fondo perdido para alumnos huérfanos.
Aunque habían pasado trece años desde la guerra, sus efectos aún se notaban. Durante siglos, la administración del colegio no había necesitado usar la partida de fondo perdido excepto en pocas ocasiones. Pero ahora era diferente y casi no cubrían ese gasto: ropa, libros, material escolar... Tenían unos quince alumnos en esas condiciones y, según el libro de inscripciones, para el siguiente curso tendrían a otros cuatro más. No obstante, también había redactado otro informe, presentando la solicitud de ayuda al Ministerio, a ver si daban más galeones. E incluso, se había atrevido a exponer en él que los miembros del consejo fueran un poco más generosos con sus donaciones, de la misma forma que planteaba
cobrar a los padres por la educación de sus hijos. Algo nunca visto en todos los años de historia del colegio, que eran muchos.
Severus suspiró cansado y se apoyó en el respaldo de su silla con los ojos cerrados. Faltaba poco para que Harry terminara las clases del día y pudieran marcharse a casa, donde disfrutaría de los mimos que éste quisiera darle (seguramente muchos, por ser su cumpleaños), cenarían lo que fuera que Kreacher hubiera cocinado, seguiría con un baño relajante y acabaría con más atenciones por parte de Harry. Era el plan perfecto para el día de su quincuagésimo primero cumpleaños. Pero, como todo plan perfecto que se precie de serlo, se iba a estropear.
La puerta se abrió de golpe, dando paso a un Draco aparentemente calmado, pero alterado para el que lo conociera bien. Severus no pudo evitar levantarse molesto por la intromisión.
–Tenemos un problema, uno muy gordo –dijo Draco.
–¿Alguna explosión en la clase? –preguntó. Al fin y al cabo, no sería la primera vez que había un accidente en las lecciones de pociones.
–Sí. Una que nos ha traído un regalito. ¡Pasad!
James y Sirius entraron, agarrando fuertemente las varitas y mirando a Severus con cara de sorpresa, estupefacción y malestar. Severus abrió y cerró la boca varias veces, incapaz de decir palabra.
–¡Vaya! ¿Así que ésta fue la época a la que viajasteis? –La voz alegre del retrato de Albus Dumbledore rompió el silencio de la sala. Y seguidamente, cuatro voces sonaron a la vez.
–¿Cómo? –preguntó Draco.
–¡Por los cojones de Gryffindor! –gritó Sirius.
–¿
Snivellus director? ¿Dónde estamos? –James balbuceaba.
–¿Tú sabías esto y no me lo habías contado? –dijo Severus con un tono que mostraba su inmediato enfado, mirando al retrato.
Albus sonrió de esa forma en la que sin palabras daba a entender que sabía mucho más de lo que decía.
–Uno tiene sus secretos, aún después de muerto, Severus. –Volvió a adoptar su pose de director del colegio –. Draco, creo que sería mejor que nos dejaras a Severus, a los jóvenes Potter y Black, a mí... y al resto de retratos, a solas, por favor.
Draco asintió.
–Albus, ahora el director soy yo, no tú. Así que yo me encargo de esto, ¿de acuerdo?
–Sí, tienes toda la razón. Disculpa, fueron muchos años.
Severus le miró molesto, respirando profundamente.
–Draco, una pregunta antes de irte. –Se escuchó una risilla risueña por parte de más de un retrato–. ¿Quién lo sabe y cómo ha sido?
–Los alumnos de séptimo de hufflepuff y gryffindor. Hubo una explosión, el aula se llenó de humo negro y al despejarlo... estaban allí. Estaban empapados de poción, de la que he recogido muestras.
–De acuerdo. Ahora márchate y que el rumor no se extienda. O al menos que no llegue a los oídos a los que no deberían llegar.
–Lo intentaré.
Tras eso, Draco se marchó del despacho, cerrando la puerta.
–¿De verdad estamos en el futuro, Director? –Sirius se dirigió directamente al cuadro, ignorando a Snape. Pero éste no iba a estar callado.
–Sí, Black. Tú y Potter habéis llegado al futuro, no sé cómo, pero lo averiguaré. ¿Tenéis la más mínima idea de lo que habéis hecho? ¿De que podríais cambiarlo todo? Por no mencionar el trabajo que va a dar enviaros de vuelta.
–No creo que sea tan grave cambiar un futuro donde un sucio mortífago como tú es el director del colegio. –James le miraba arrogante, mucho más que sus palabras.
Severus se acercó a él con rapidez y le cogió del cuello de la camisa.
–Escúchame bien, insolente...
–¡Suéltale! –gritó Sirius, apuntando a Snape.
–¡Basta, Severus! –reprendió Albus.
Severus soltó a James y miró al retrato.
–Veo que tampoco se te quita la costumbre de defender a Potter. –Escupió con cierta amargura.
–No es eso. Lo que ocurre es que en 1977 tuve que lidiar con su desaparición y creo que podría servir de ayuda, si los tres os comportáis.
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A diferencia de Draco, que había preferido impartir clase los viernes a los alumnos de los cursos más altos, Harry había elegido a los de primero para ese día. Con ellos podía hacer ejercicios divertidos, consistentes en puzzles, adivinanzas y alguna ginkana. De esa forma, el último día de la semana no se le hacía tan pesado, más que nada porque siempre estaba deseando que acabara para irse a su casa. Porque, si había una regla no escrita entre el personal de Hogwarts, era que los viernes por la noche algunos profesores o el director, se marchaban del castillo. Todo planificado según los horarios de guardias y las visitas a Hogsmeade. Por supuesto, era bien sabido por todos que, desde hacía casi siete años, el director y el profesor de defensa se ausentaban a la vez.
Además, ese día en concreto era especial por ser el cumpleaños de Severus. Harry se había preocupado para que tuvieran ese fin de semana libre, porque lo único que deseaba era que ambos estuvieran en su hogar. Le había ordenado a Kreacher que hiciera el plato favorito del cumpleañero: pata de cordero asada con patatas, cebolla y pimientos. De postre, había encargado una tarta de limón en Florean Fortescue, que él mismo había ido a buscar al local del callejón Diagon y que ya había dejado en su casa. Y, por supuesto, estaban los regalos: un juego de redomas de cristal labrado por duendes y el nuevo lubricante que había escondido en la mesilla de Severus. Estaba convencido de que todo saldría perfecto.
Las clases habían sido divertidas: había montado una especie de juego mímico. Había dividido a las clases por grupos y cada miembro del grupo tenía que realizar en silencio los movimientos de varitas de determinado hechizo, o imitar a una criatura oscura. Ganaban puntos para sus casas según la dificultad de lo que tuvieran que ejemplificar, quien diera la respuesta acertada, la rapidez con que lo hicieran... Siempre era agradable ver a los chicos esforzarse, trabajando en equipo sin importar la casa a la que pertenecieran realmente.
Cuando terminó la clase, se quedó un rato en el aula ordenando los cojines que había tirados por el suelo y organizó algunos pergaminos. Al salir al pasillo, se tropezó con algunos alumnos pequeños que corrían por él y tuvo que esquivarlos. Iba hacia la sala de profesores, pasando por uno de los patios internos, cuando escuchó algo que le llamó la atención.
–¡De verdad! Me lo dijo la hermana de Jessica, que es de hufflepuff. El profesor Potter se apareció en la mazmorra, en medio de un gran fuego y siendo un niño de doce años.
Harry se acercó hasta ellas.
–¿Me podría decir qué es lo que he hecho, señorita Smith?
La chicas dieron un salto al saberse sorprendidas por el profesor del que hablaban. La que había dicho lo que escuchó se sonrojó, antes de hablar con timidez.
–Pues, según me dijeron, usted se apareció en medio de la clase del profesor Malfoy y era más joven.
Harry se echó a reír.
–Desde luego, ya no saben lo que inventar. Anda, id a jugar.
Retomó su camino hacia la sala de profesores, pero parecía que el rumor se había extendido más de lo que pensaba. Algunos decían que era un niño, otros que era un adolescente, varios que se había aparecido en medio de una explosión y muchos más que si había sido una simple aparición, aunque éstas no pudieran realizarse en el colegio. Siempre le habían hecho gracia ese tipo de súper poderes que se le asignaba por ser 'quien era', pero cuando escuchó que los aparecidos eran dos en vez de uno, que Draco los había llamado 'Potter y Black' y que se los había llevado con el director, la situación cambió.
Corrió por las escaleras, subiéndolas de dos en dos, hasta llegar a la gárgola que daba al despacho de Severus. A través de la madera pudo escuchar los gritos de Severus y de dos personas más.
–¡Eso no puede ser, es imposible! –El director se notaba muy enfadado.
–Sólo mientes,
Snivellus. Es lo único que has sabido hacer toda tu vida.
Harry se tensó al escuchar la voz de Sirius, pero aún así, abrió la puerta lentamente, pero los tres hombres estaban tan enfrascados en su discusión que no se dieron cuenta.
–¿Quiero saber por qué no puedo hablar conmigo mismo? –Exigió saber James.
–Porque estás muerto –respondió Harry, mirando a su padre.
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Sirius y James miraban asombrados al hombre que acaba de entrar en el despacho. Era igual que James, sólo que más bajo y con los ojos increíblemente verdes. Severus, también miraba a Harry, pero con una clara molestia dibujada en su rostro.
–Veo que ya te has enterado y que has tenido que venir a fastidiarlo más.
El comentario de Severus pasó desapercibido. Black había vuelto a sacar la varita, apuntando esta vez a Harry, mientras James se acercaba curioso a él.
–¿Quién eres?
–Tu hijo –respondió Harry sin apartar los ojos de los de su padre.
–¡Eso es imposible! ¡Ni tú estás muerto, ni éste es tu hijo!–gritó Sirius. James bajó la mano de su amigo que sostenía la varita.
–Lo es. No me preguntes por qué lo sé, pero lo sé.
Se acercó a Harry despacio y, cuando estuvo a su lado, pudo comprobar que exceptuando los ojos y la estatura, eran muy parecidos. Sin dudarlo, ambos se fundieron en un abrazo.
–¿Podemos dejar ya los sentimentalismos gryffindor? Tenemos un problema que solucionar –comentó Severus, más molesto de lo que ya había mostrado anteriormente.
Padre e hijo se separaron y miraron al director. Harry rehuyó la mirada furibunda de éste, dirigiendo la suya a Sirius. Pero éste le miraba con el ceño fruncido, como si no creyera nada de lo que estaban diciendo.
–Yo no me creo nada. Esto tiene que ser una broma... ¡no, es un sueño! Esa poción nos ha hecho algo y ahora estamos tirados en el suelo de la mazmorra, inconscientes y...
–Me temo que se confunde, señor Black –. La voz de Dumbledore interrumpió las divagaciones de Sirius –. Aunque algo de lo que ha dicho sí es cierto. La poción que estaban haciendo salió mal y les trasladó varios años en el futuro.
–¿A cuándo exactamente? –preguntó James, que no se había separado de Harry –. ¿Y qué es eso de que estoy muerto?
–Verás, papá...
–¡Potter, cállate! –exclamó Severus.
–No le hables así –gritaron Sirius y James a la vez.
–En realidad, Severus tiene razón. No deberían recibir información... –Severus señaló al retrato con una mano, en señal de que tenía razón–. Pero siendo como son, estoy seguro de que intentarán enterarse de todo lo que puedan. Así que, mi consejo, es que se les cuente algo, aunque no todo. Y que, por supuesto, se les borre la memoria antes de devolverlos a su época. Además, habría que ocultarlos durante el tiempo que estén aquí.
–Con lo que ha pasado, será imposible tenerlos aquí como alumnos –. Harry se pasó la mano por el pelo mientras hablaba, consiguiendo que James sonriera orgulloso.
–Lo ves, Canuto. Es hijo mío –comentó emocionado.
–¿Y qué pretendes hacer, Potter? ¿Llevártelo a casa?
–No es mala idea, Snape.
–Creo recordar que no vives solo –respondió el actual director entredientes.
Harry le sonrió ampliamente.
–Cierto, pero estoy convencido de que mi compañero será altamente comprensible. –El tono de voz fue duro, más propio de Severus que de Harry.
Los dos adolescentes miraban de uno a otro y Albus negaba con la cabeza desde su retrato.
–Haz lo que quieras.
–Por merlín que lo haré. –Miró a James y Sirius–. Venid conmigo.
Sin una palabra más, Harry salió del despacho con paso firme, seguido los dos jóvenes.
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Grimmuald Place había cambiado considerablemente. En el tiempo en el que estaban no era la casona lúgubre que Sirius y James conocían. Además, el primero había notado una gran alteración en las barreras de protección de la casa: para empezar, en su época no se podía entrar a ella con un traslador –como habían hecho– y sólo los miembros de la familia tenían permitido aparecerse en ella.
–¿Vives aquí? ¿Conmigo? –preguntó Sirius ilusionado, sin dejar de mirar embelesado el salón, girando sobre si mismo.
–No. Vivo con otra persona.
James y Sirius hablaron a la vez.
–Si no vives conmigo, ¿cómo es que vives aquí? –Sirius estaba extrañado.
–¿Tu esposa? ¿Tengo nietos? –preguntó James, ilusionado.
–Hagamos un trato: yo respondo vuestras preguntas, si vosotros respondéis las mías.
–De acuerdo –respondió Sirius –. ¿Qué quieres saber?
Los muchachos no pudieron evitar vanagloriarse de que estaban elaborando una poción, que habían sacado de un libro de la biblioteca de la familia de Sirius, para 'gastarte una broma a
Snivellus'. Divagaron durante un rato largo sobre todas las malas jugadas que le habían hecho a Severus y, a cada momento que pasaba, la sangre de Harry hervía más. Había vuelto a surgir en él la vergüenza que había sentido con quince años al cotillear en el pensadero de su actual pareja.
Y la situación no mejoró cuando los jóvenes decidieron que era hora de saber qué había pasado. Ayudado por la distracción que suponía la búsqueda del libro de la familia Black, Harry eludió la mayoría de sus preguntas y pensó que sería mejor cambiar de tema al ver la blanquecina cara de su padre cuando le dijo que Lily también había fallecido y que su pareja era un hombre.
–¡Venga ya! –Sirius se reía a carcajadas–. Ésa sí que es una buena broma.
Pero el rostro de Harry demostraba que hablaba completamente en serio.
–¿Tienes hermanos? –preguntó James pensativo. Harry negó con la cabeza–. ¡Pero el apellido Potter se extinguirá!
–Papá, estoy bien con mi pareja. Es un hombre muy inteligente, con un sentido del humor muy especial... y un carácter que hay que saber manejar, pero me ama. Siempre ha estado ahí para mí, cuidándome cuando tú no estabas.
–Por lo que dices, parece mayor que tú.
–Lo es –reconoció Harry.
–¿Qué edad tiene? –Sirius contenía la risa como podía.
Se escuchó el estallido de una aparición en el vestíbulo y, pronto, Severus entró en el salón.
>>¿Cómo has entrado,
Snivellus?
–Sirius, Severus puede aparecerse en casa.
James dejó caer el tomo que tenía en las manos.
–¡Por las bragas de Morgana! ¿Tu novio es
Snivellus?
La respuesta a su pregunta llegó de manera visual, con el beso que Severus no dudó en darle a Harry en los labios, y que éste correspondió. Ambos jóvenes salieron del salón visiblemente enfadados. Por los pasos y el portazo que se escuchó en el piso superior, Severus y Harry supieron que se habían encerrado en la habitación de Sirius.
–¿A que hora cenamos? –preguntó Severus como si nada pasara, ganándose una mirada dolida de Harry. Le rodeó la cintura con los brazos–. Habíamos hecho planes para esta noche, ¿lo recuerdas?
–Parece que los planes han cambiado.
–No tiene por qué.
–Lo han hecho –respondió el de ojos verdes, separándose molesto de Severus.
–¡Está bien!
Dicho eso, Severus también se marchó, pero en dirección al sótano, lugar en el que siempre se escondía cuando Harry y él tenían alguna desavenencia. Harry suspiró y se quedó solo en la biblioteca, buscando el manuscrito de encuadernación negra, sin título y que tenía escrito 'Propiedad de Orión Black' en la primera página.
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–¿Te lo puedes creer? No sólo es marica, si no que además, es el novio de Snape. –James paseaba nervioso por la habitación su amigo –. ¿Qué he hecho yo para merecer esto?
Sirius, recostado contra el cabezal de su cama, se encogió de hombros.
–¿Tú? ¿Y yo qué? ¿Has visto cómo está mi dormitorio? Le ha quitado mis pósters muggles.
–Te hablo en serio. Resulta que estoy muerto, Lily también está muerta... de ti no ha dicho nada, pero sólo hace falta ser un poco más listo que Peter para saber que si mi hijo vive aquí es porque la ha heredado o comprado. Y en ambas circunstancias, tiene toda la pinta de ser porque tú también estás muerto... como toda tu familia.
–¡Coño! –Sirius se sentó de golpe–. No había caído en eso. –Le miró preocupado–. ¿Qué crees que le habrá pasado a Reg?
–No lo sé. –El estómago de los rugió en ese momento. –Quizás deberíamos ir a cenar algo.
Ambos volvieron a bajar dispuestos a llegar a la cocina, pero el olor a cordero asado que se olía desde el comedor les hizo ir allí. Harry estaba cenando solo. Se sentaron con él, ocupando los dos servicios que no tenían un paquete envuelto en papel de regalo. El ambiente era tenso, al final, después de un par de bromas y de que Harry fuera tajante respecto a sus tendencias sexuales y su elección de pareja, se hizo más ameno. Harry respondió algunas dudas más que tenían sobre quién vivía y quién de sus conocidos seguía con vida, después de una guerra que se había extendido más años de los que habían esperado. Fue un duro golpe para ellos saber que no quedaba un solo
merodeador vivo, aunque habían dos descendientes.
A mitad de la cena, Severus apareció. Llevaba en la mano un pergamino con los ingredientes de la poción que había traído a James y Sirius desde los años setenta, pero era incapaz de decir en qué se habían confundido. Abrió su regalo con mucha parsimonia y se quedó sorprendido, como los otros dos jóvenes, al ver las botellitas de cristal de diferentes colores totalmente talladas con extravagantes dibujos. Ni quiso, ni pudo evitar besar a Harry en señal de agradecimiento, por mucho que James exclamara un 'No te pases con mi hijo'. Para tener un final de día lo más tranquilo posible, Harry acabó contando anécdotas no muy comprometedoras de su época. Básicamente hablaron de Quidditch, para desgracia de Severus.
Pocas horas más después se retiraron a dormir. Sirius ocupó su dormitorio, James el que había sido de Regulus y la pareja el suyo.
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Harry salió del cuarto de baño desnudo, sacudiéndose el pelo con una toalla. Observó a Severus, que estaba recostado en la cama leyendo el libro que le había regalado por navidad. Sonrió al notar que llevaba puesto un camisón gris, la forma velada que tenía de decirle que, aunque estaba molesto, esperaba tener atenciones esa noche. Se acercó a la cama, tirando la toalla al suelo antes de subirse al colchón. Gateó por él hasta estar junto a Severus y le quitó el libro, lo depositó en la mesilla y acalló la protesta de Severus con un beso.
–Aún estoy molesto.
Harry sonrió sobre la piel del cuello de su pareja.
–Lo sé, como también sé que quieres que te quite la molestia. Si no, no te hubieras puesto el camisón –dijo abriéndole los botones para tener acceso a su pecho.
–Has estado toda la noche hablando con ellos e ignorándome.
–¿Celoso? –preguntó, antes de darle un suave mordisco en la clavícula.
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James estaba incómodo en la habitación. No paraba de pensar lo que había descubierto ese día. Se levantó y fue hasta la habitación de Sirius, pero al abrir la puerta, escuchó los ronquidos de su amigos. Negando con la cabeza, cerró la puerta para volver a su dormitorio pero la curiosidad pudo más y se paró delante de la puerta del que compartía su hijo con Snape.
Aún sabiendo que se arrepentiría más tarde, lanzó un hechizo creado por Los merodeadores que hacía que pudiera ver y oír a través de las paredes. La escena que se reveló ante él le dejó paralizado en el sitio.
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Harry se colocó entre las piernas de Severus, obligándole a separarlas, le cogió de la cintura y lo tumbó totalmente en la cama. A la vez, sus manos se escurrieron por debajo del faldón del camisón, acariciando la piel y levantando la tela hasta las caderas. Severus y él se besaban con ímpetu: se mordían los labios para después lamerlos y volver a morderse. Severus abrazaba a Harry, que ya estaba extendido sobre él e intentaba quitarle el camisón.
Como pudo, Severus levantó el culo del colchón para ayudar a Harry en su tarea y fue gratamente recompensado por ello con un suave mordisco en uno de sus pezones. Harry se apartó para sacar le prenda por la cabeza de Snape, la tiró al suelo y abrió la mesilla de noche de su pareja.
–Tengo otra sorpresa más para ti –dijo, mostrándole un bote de lubricante con 'efecto calor' que había comprado en una farmacia muggle.
–¿De tu época del Soho? –preguntó irónico. Harry sonrió y alzó las cejas.
–De la tuya –le respondió antes de besarlo de nuevo.
Harry bajó por el cuerpo de su amante, besó los pezones antes de llegar al estómago que lamió sin contemplaciones a la vez que su una de sus manos acariciaba la endurecida polla.
>>No tienes ni idea de lo que me gusta verte así.
Severus movió una pierna, metiéndola entre las de Harry y rozando su pene a posta.
–Creo que lo sé muy bien.
Harry le miró fijamente a los ojos, jugando con su lengua y la cabeza sonrosada y mojada de la polla de Severus. Se ganó un gemido grave y otra caricia con la pierna. A partir de ahí, se estableció el juego con el que muchas noches empezaban sus sesiones sexuales: mientras uno se comía al otro, éste frotaba con la pierna el endurecido miembro que se apoyaba en ella. Severus alzó la cadera cuando Harry pegó la boca a su pubis, tragándole entero.
–¡Joder! –gimió y Harry le soltó y, sin dejar de masturbarle con la mano, volvió a tumbarse sobre él para besarle.
–Dime que quieres.
–Que me folles fuerte –respondió Severus antes de besarle una vez más.
Cuando se separaron, Harry cogió el bote de lubricante, lo abrió y echó un poco sobre la yema de sus dedos. Severus abrió las piernas una vez más para facilitarle a Harry la tarea de lubricar su ano. Segundos después, Harry le penetraba con una sola embestida. Los gemidos de ambos resonaron en la habitación.
No dejaban de besarse acompasados con el ritmo de sus caderas. Se podía oír claramente el sonido de las caderas de Harry al chocar contra las glúteos de Severus en la lenta pero fuerte cadencia de sus movimientos. Susurros que sonaban a 'sigue así', 'dame más', 'ábrete para mí' o 'me gusta follarte' se entremezclaban con los jadeos y gemidos.
Harry no paraba de acariciar los costados y las piernas de Severus hasta que una de sus manos se coló entre ambos cuerpo.
–Córrete para mi. Quiero que me aprietes la polla –pidió Harry.
–Sí –respondió Severus entre resuellos–. Más rápido.
Harry aceleró, moviéndose más rápido pero también más fuerte. E incluso su mano se deslizaba con la misma fuerza firmeza y velocidad que sus caderas. Segundos después, Severus se corría arañando la espalda de su joven amante y manchándoles de semen. Harry se quedó quieto, enterrado en su pareja hasta el fondo, disfrutando de los compulsivos movimientos del esfínter que le apretaba como si estuviera ordeñándole. Al terminar de correrse, Harry se desplomó sobre Severus jadeando. Escondió la cabeza en el cuello del mayor que acariciaba su pelo y besaba sus sienes.
Durante varios minutos permanecieron en silencio, abrazados, acariciándose y besándose con amor. Harry usó la misma mano con la que había masturbado a Severus para sacar su polla de él, se inclinó hacia las sábanas que tenían a los pies y les tapó. Se acomodó mejor, colocándose a su lado pero con la cabeza apoyada sobre el palpitante pecho. Alzó el rostro, besó a Severus en los labios y sonrió al sentir la caricia de éste en su mejilla.
–Feliz cumpleaños.
–Gracias.
–Te quiero –. Harry miraba embelesado a Severus.
–Y yo a ti. Siempre.
Severus apagó las luces sin dejar de jugar con el pelo de Harry.
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James tragó saliva. No acababa de asimilar que tenía un hijo, un hijo gay. Un hijo gay que salía con su enemigo. Y les había visto follar. Deshizo el hechizo y bajó al salón con rapidez. Necesitaba un vaso de whisky, que se tomó de un trago tras servirse un par de dedos. Las piernas le temblaban sin estar seguro si era por el whisky o por lo que había visto: el cuerpo sudoroso de su hijo embistiendo contra el de un entregado Snape.
Incapaz de volver a subir a su dormitorio, continuó con la búsqueda del libro que él y Sirius habían usado para gastarle la broma. No tardó en encontrarlo, quizás porque se había obligado a concentrarse en ello para apartar de su mente las imágenes anteriores. Se sentó en uno de los sillones para localizar la poción en concreto justo en el momento en el que Severus entró al salón.
–Ya decía yo que oía ruidos aquí debajo.
–¿Y Harry? –preguntó James con la voz temblorosa, observando al adusto hombre que se servía un whisky también.
–Dormido.
James se sonrojó y volvió a mirar al libro. Severus se acercó con la botella en la mano y su vaso en otro. Dio un trago para ocultar su sonrisa.
>>No deberías espiar a los demás. Puedes llevarte sorpresas desagradables.
James le miró con los ojos abiertos de par en par.
–Lo sabías.
–Potter, ya no soy un adolescente de diecisiete años. Por si no lo has notado, hoy he cumplido cincuenta y un años. –Se sentó junto a James, dejando la bebida sobre la mesa–. Además, me he pasado casi media vida como espía, así que me conozco muchos trucos.
–Harry nos ha contado que la guerra había durado mucho tiempo. También que lily, mis amigos y yo estamos muertos.
–Así es.
–No me ha querido contar ni cuándo ni como morí.
Severus le miró fijamente antes de servirle más whisky a James.
–Hace años, escuché una profecía en la que decía que una pareja tendría un hijo capaz de derrotar a Voldemort. Por esa época aún no era espía y se lo conté a él. Poco después me enteré de que la pareja erais Lily y tú, y que el niño era Harry.
James apretó el libro que tenía entre la manos con fuerza.
–¿Tú hiciste que nos mataran?
Severus suspiró.
–Eso parece. –Dio un trago.
–¿Harry lo sabe? –Severus asintió–. ¿Y tus sentimientos hacia Lily?
–Por supuesto. Los conoció la noche que me salvó, a pesar de saber que yo fui quien le contó la profecía a Voldemort.
–Mi hijo es imbécil.
–No. Tu hijo tiene el carácter de su madre.
James dejó el libro sobre la mesa y bebió de su copa.
–Bueno,
yerno, ¿qué más estás dispuesto a contarme?
El amanecer les descubrió sentados en aquél sillón.
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El sábado, Severus se lo dedicó a comparar la receta original de la poción y a investigar qué habían hecho los dos adolescentes, con la ayuda de James para la gran sorpresa de Sirius y Harry. A media tarde, ya habían descubierto el paso exacto en el que se habían confundido y Severus dedicó parte de la noche en realizar la poción que les haría olvidar lo que habían vivido. El domingo marcharon a Hogwarts para volver a repetir el mismo procedimiento.
Harry se negó a ver a su padre partir. No quería volver a perderlo de nuevo. Tampoco quería estar presente cuando él y Sirius tomaran la poción que había hecho, así que no se dio cuenta de que algo fallaba en el plan.
En las mazmorras, Sirius fue el primero en tomarse su dosis y, a los pocos minutos, se desmayó. James miró horrorizado a Severus.
–¿Qué le has hecho? –exigió saber.
–La poción le hará olvidar estos dos días aquí, pero para conseguirlo, debe estar dormido.
–¿Y cómo pretendes que hagamos la poción y volvamos a nuestro tiempo si estamos dormidos?
–Sólo he traído una redoma, la de Sirius. Para ti tengo otra cosa.
Severus le dio un trozo de pergamino en blanco a James, que lo miró incrédulo.
>>Tú vas a hacer esa poción y te ceñirás a la siguiente historia: estabais haciendo una poción pero algo salió mal y os desmayasteis. Sé convincente, como cuando mientes al decir que no me has hechizado por los pasillos. Después, vete a ver a Albus a su despacho, tú sólo, y cuéntale que vinisteis al futuro, pero que no sabes a qué fecha. Nunca le rebeles lo que sabes a nadie, ni siquiera a Lily. Podrías alterar el curso de los acontecimientos.
James asintió con la cabeza firmemente.
–¿Y el pergamino?
–Llévalo siempre contigo. Está hechizado para que sólo tú puedas leerlo en la fecha correcta. Cuando lo leas, quémalo.
–¿Cuándo...
–Al final del séptimo mes –interrumpió Severus–. Que tengas un buen viaje de vuelta al pasado James.
–Gracias.
Severus se marchó del aula de pociones. Tenía a un gryffindor que consolar.
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Valle de Godric, 31 de Julio de 1980.
El parto de Lily había sido duro, más en las condiciones en las que estaban. Sabía que su mujer tenía que descansar, se habían arriesgado mucho al salir de su escondite pero Lily necesitaba a una comadrona que la ayudara a traer a Harry. Su Harry, su pequeño niño de ojos verdes que dormía en sus brazos. Le dio un beso en la frente, donde años más tarde habría una cicatriz en forma de rayo. Después le dejó en la cuna, junto a la cama donde Lily descansaba.
Fue al despacho que tenía en la primera planta, el que tenía para planificar ataques de la orden, que luego le hacía llegar a Dumbledore a través de Fawkes. Un fénix muy útil que no necesitaba que una carta tuviera dirección para entregar al destinatario y que podía atravesar las fuertes barreras de magia sanguínea que protegían su hogar.
Abrió uno de los cajones de su mesa y buscó el pergamino que tenía guardado desde había casi tres años. Ya no estaba en blanco: unas líneas escritas con una caligrafía minúscula y de letras apretadas se dibujaban en uno de los lados.
Gracias por no molestarme en lo que quedaba de curso. Mientras hablábamos, comprendí por qué habías cambiado de actitud conmigo. Aún tenemos que enfrentarnos una vez más en el campo de batalla. Me reconocerás a pesar de mi máscara. Ya sabes que te queda poco más de un año, pero no te preocupes. Será feliz rodeado de amigos y yo estaré ahí para cuidarlo. Esa fue mi promesa a Dumbledore y pienso cumplirla siempre.
S.S.
Después de leer la misiva, James quemó el pergamino usado un Lacarnun inflamarae. Lloró silenciosamente mientras veía el pergamino arder.
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Hogwarts, 12 de Enero de 2011.
Era la hora del desayuno y, por tanto, la hora de llegada del correo a los habitantes del castillo. Una lechuza parda del servicio postal del callejón Diagon aterrizó entre el alicaído profesor de Defensa y del estirado director. Llevaba un sobre con el nombre de ambos.
Severus cogió el sobre extrañado y al abrirlo encontró otro sobre dentro y un pergamino suelto. Leyeron juntos la notificación del servicio postal en la que les indicaban que esa carta había llegado treinta años antes con la indicación de que fuera remitida a ellos en ese día.
Harry rasgó el otro sobre con las manos temblorosas y sacó un pergamino envejecido.
Has nacido hace un par de horas y ahora duermes en la cuna junto a tu madre. Eres un bebé precioso, pero imagino que todos los padres dicen lo mismo.
Si el murciélago graciento al que llamas novio tiene razón y te pareces a tu madre, estarás triste. No lo estés. Ha sido un placer verte, poder abrazarte y conocer tu historia. Ahora sólo queda que me hagas un poco de caso e intentes que la línea de los Potter no se extinga. ¿Habéis pensado en adoptar?
Y tú, Snivellus, trátalo bien porque te estoy vigilando y te esperaré el tiempo que haga falta para darte tu merecido si no haces lo que me prometiste.
J.P.
FIN