La Mazmorra del Snarry
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La Mazmorra del Snarry... El escondite favorito de la pareja más excitante de Hogwarts

 

 Juegos clandestinos

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K Kinomoto
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K Kinomoto


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MensajeTema: Juegos clandestinos   Juegos clandestinos I_icon_minitimeMar Mayo 31, 2011 11:41 am

Titulo: Juegos clandestinos.
Beta: Silvara Severus.
Disclaimer: Los personajes de Harry Potter no me pertenecen, tienen un autor y una historia original.
Advertencias: Sadomasoquismo.
Clasificación: NC-17
Frase del concurso: “Cuando te sale algo mal y sonríes es porque ya sabes a quién echarle la culpa”.
Resumen: Hasta a las peores cosas hay que saber sacarles el lado bueno, abrir la mente a las posibilidades y no estancarse en lo obvio. Así que, como yo, cierra los ojos y disfruta del placer que da el dolor, no importa porque allá venido este.


***



Juegos clandestinos.


El sol parecía reacio a salir ese día; unas nubes negras habían cubierto el cielo temprano y el eco de los truenos resonaba en los amplios pasillos del imponente castillo, mientras una brisa fresca cruzaba el aire, volviéndolo casi glacial. El agua comenzó a caer en los prados, al tiempo que el viento azotaba con fuerza las copas de los árboles.

La lluvia parecía aumentar con el trascurso de las horas y, lentamente, los alumnos comenzaban a inundar los corredores del colegio. Con las pesadas y abrigadas capas colocadas sobre sus hombros, fueron tomando cada uno sus rutinarias clases, tratando de poner su mayor empeño en ellas, según miraba yo desde las sombras, hasta que éstas cesaron al fin, abriéndoles paso a un merecido descanso y a una reconfortante llovizna que, aunque aún mojaba, era bastante grata para el cuerpo.

Las risas de los jóvenes, que chapoteaban en el agua estancada de los jardines, alegraban el ambiente. En lo más alto del cielo, al fin, parecían vislumbrarse unos sutiles rayos de luz que, aunque no alcanzaban a calentar, iluminaban la vista de los traviesos alumnos que se divertían realizando crueles travesuras a todo aquél que se cruzara en su camino.

Tal era el caso de un joven rubio, bien parecido, con porte altivo y aristocrático, que cruzaba los jardines interiores sintiéndose dueño de todo lo que pisaba. Iba escoltado como siempre por sus amigos: dos grandes guardaespaldas, compañeros suyos; una chica que parecía gustar de él y otro chico más que, por lo que veía, trataba de imitar su caminar.

El joven era Draco Malfoy, justo al que parecía estaba buscando, solía portar con gran orgullo su apellido, a pesar de todas las cosas que se relacionaban con él. Era adinerado y altanero, y, por consiguiente, sus amigos lo eran también. Interesados hasta cierto punto en su dinero, más que en su persona, hacían cualquier cosa por complacerlo, como lo que el rubio había planeado hacer esa misma mañana en un desértico pasaje del castillo. Sin embargo, la idea al final había resultado ser un desastre: las puertas de madera se habían convertido en astillas, las bien formadas armaduras habían salido volando por todas partes y los cuadros que adornaban el lugar, estaban ahora a medio quemar, al igual que el salón de la puerta arruinada. Todo estaba total y completamente destrozado e inservible.

—Draco, me dijiste que lo sabías hacer —chillaba la chica del grupo, tratando de huir del lugar—. Esto no pinta nada bien.

—¡Qué lo sé hacer! —dijo el aludido, indignado de que dudara de sus palabras—. Alguno de ustedes ha debido de interferir. Ya les dije que era algo delicado, idiotas.

—De cualquier forma... estas metido en un lío —le aseguró, mientras los escoltas permanecían en silencio.

—¡Y una mierda! —exclamó, pasando sus ojos por el desastre—.Yo no hice nada. ¿Por qué tendría que pagar las consecuencias?

Sus acompañantes, temiendo que los inculpara a ellos, se giraron para mirarle.

—¿Qué quieres decir con eso? —preguntaron a coro.

—Ya lo sabrán.

Por la mirada que ponía, parecía que una brillante idea se le había ocurrido. El joven se dio media vuelta, sin amedrentarse, y comenzó a caminar en dirección contraria. Siendo quién era y cómo era, tenía bien desarrollada la mente para obtener ideas que le permitieran librarse de un castigo. Y, generalmente, éstas le funcionaban bastante bien para desgracia mía. En su rostro se delineó una sonrisa satisfecha cuando alcanzó su objetivo. Con un elegante ademán, tocó en la puerta del despacho que se alzaba frente a él y, paciente, aguardó la respuesta.

La puerta se abrió, y la figura intimidante de un profesor se dejó ver.

—¿Necesita algo, señor Malfoy? —siseó el mayor alzando una ceja.

—Pues, verá profesor, he visto algo y creí que debía informar a alguien —comenzó a decir pausadamente, para proseguir cuando un movimiento de cabeza del hombre se lo indicó—. Lo que pasa es que Potter....


Antes de lograr escuchar otra cosa, volví a mi realidad. No se fue todo eso, quizá la magia causo que mirara aquello como si de alguna forma me interesara saberlo, si es así, no lo se.

De cualquier forma ya quedo en el pasado.


En este momento preciso, no sé lo que ha pasado o por qué estoy en este lugar. Sólo noto el gélido piso rozar mis pies, que ya casi no siento. La rugosa piedra de éste se clava en mi trasero y, en mis muñecas, empieza a aumentar un dolor latente. Hay algo calido que parece correr en surcos por mi lacerada piel. Hace demasiado frío; el cuerpo hace rato que lo tengo entumecido y esa tibia humedad es un consuelo para mis incontrolables temblores.

Respiro con dificultad y siento que todo a mi alrededor da vueltas. De repente, una puerta se abre con un golpe sordo en la habitación y una grisácea luz se deja ver frente a mí, alumbrándome y encandilando mi vista. Estoy tan cansado que difícilmente mantengo los ojos entreabiertos, y el cuerpo se me sostiene sólo por los brazos que mantengo alzados. Tomo apenas la fuerza suficiente para levantar un poco la cabeza; quiero saber quién ha entrado, quién me ha encontrado de esta forma: desnudo, sangrando y sucio, pero me es imposible. Hay algo que me falta y sólo alcanzo a observar unas figuras borrosas. Cierro los ojos de nuevo. Qué más da mirar si todo estará nublado. Escucho el eco de unos pasos acercándose a mí, retumbando como tambores en mis oídos; parecen apresurados por la velocidad con la que llegan y el vigor con el que golpean el suelo.

Escucho una conocida voz de mujer, acompañada del grito agudo de otra más:

—¡Santo dios! ¿Qué paso aquí?

—¡Harry! ¿Me puedes escuchar? ¿Estás bien? —La chillante voz del hombre hace que vuelva a ocultar el rostro para tratar de proteger mis oídos. Me pregunta si estoy bien. ¿Acaso no le es obvia la respuesta?

—¿Quién te hizo esto? —pregunta la voz de una jovencita entre sollozos. Parece ser la misma que ha gritado antes.

Sé que los conozco, pero no recuerdo sus nombres

“Quién...”, me repito mentalmente, cuando siento que alguien se acerca más a mí y libera de la opresión a mis muñecas. Mis brazos caen flácidos por el cansancio, a mis costados, y mi mente comienza a divagar, mientras miro el brillante exterior.

Recuerdo que estaba en los pasillos y que venía de mi entrenamiento de Quidditch con la ropa manchada de lodo. Un par de veces me habían derribado de mi escoba que, en ese momento, llevaba sujeta en la mano. Ya era tarde, no menos de las ocho de la noche. Nuestra casa iba perdiendo y el capitán había dicho que necesitábamos recuperar la condición física si planeábamos ganar en el siguiente encuentro. Mis pasos apresurados hacían el mismo sonido que un caballo al trote y el cabello, que lo tenía pegado a la piel, me impedía un poco la vista. Estaba bastante cansado y necesitaba apresurarme si no quería que me detuvieran.

Había doblado una esquina y casi llegado al pasillo que daba a las escaleras que me llevarían al cuadro de la dama gorda, y de ahí, a mi torre. Todo se veía desértico. Quizá estaban cenando o ya en la sala común. En cierto punto me detuve, y me lleve las manos a la cara para limpiarme el sudor. Estaba encorvado, con el cuerpo jadeante, cuando a mis espaldas, desde la oscuridad, un par de fuertes brazos me tomaron y me abrazaron hasta casi estrangularme el cuerpo.

Me resistía, golpeaba con todas mis fuerzas al sujeto que me tenía agarrado. Me quería liberar del agarre, pero por más que hacía, todos mis esfuerzos eran inútiles. Desesperado, logré golpear al tipo en la cara, aunque con esto, tan sólo conseguí girar el cuerpo lo suficiente para mirarlo y observar una sonrisa tétrica y satisfecha. Su varita me apuntaba directamente al rostro. En esa posición no podía defenderme, así que sólo atiné a cerrar los ojos, mientras un hechizo me impactaba de lleno, destrozando en mil pedazos mis gafas y volviéndolo todo negro.

Un ardor me trae de vuelta a la realidad. Me encuentro más cómodo, hasta con un poco de calor, pero... ¿Por qué? Miro a mi alrededor: una cortina blanca lo cubre todo y a mi lado derecho, hay una mujer que tiene el ceño fruncido, como si estuviera experimentando una mezcla de ira y preocupación. Parece que es por mi causa. De repente, advierto que alguien ha debido traerme a este lugar, pero no sé cómo ni quién.

Bajo la mirada hasta mi cuerpo. El dolor parece haber disminuido y, ciertamente, una cama es más cómoda que aquel calabozo donde me encontraba. Bajo la luz del día, que se desliza por las ventanas, alcanzo a ver mejor mi cuerpo. Tengo heridas, raspones y varios moretones por toda la piel, que se dejan ver claramente porque no traigo ropa. Sé como termine sin ella. Al menos eso, lo recuerdo muy bien.

Estaba reaccionando después de aquel hechizo que había logrado su cometido: desmayarme y que terminara inconsciente para no gritar, para que no le pidiera auxilio a alguien. La verdad es que no sé cómo me pude descuidar tanto. Recuerdo, ahora, que mantenía los ojos cerrados y que, durante un tiempo, me quedé solo escuchando lo que parecían ser cuerdas golpeando algo y objetos metálicos cayendo al suelo. Había abierto levemente los ojos, todo estaba oscuro, apenas iluminado por unas velas en una de las paredes.

Me intentaba soltar, me quería marchar de ese lugar lo más pronto posible. No sabía qué hacía allí o quién me había llevado, pero no me parecía bueno todo aquello. Intentaba bajar las manos, pero algo me lo impedía. A pesar de mi borrosa vista, había conseguido girarme y ver lo que parecían unas cuerdas de cuero negro, sujetándome firmemente al techo. Bajé la mirada, y aunque no pude ver qué era, sabía que me mantenía también fijo al piso, estático en esa posición.

Jadeaba de cansancio. Si había estado fatigado por la práctica, en ese momento lo estaba aún más. Paseé de nuevo mi mirada por el lugar. Quería encontrar algo, cualquier cosa con la que me pudiera deshacer de ese agarre y aunque, no tenía claro cómo iba a lograrlo, no quería quedarme sin hacer nada. También recuerdo que enfocaba lo más que podía la vista en la mediana oscuridad, esforzándome por distinguir algo, hasta que al final lo había logrado. Frente a mí, al otro lado de la habitación, estaba aquel sujeto que me había llevado hasta allí, aún con esa torcida y sádica sonrisa en el rostro y con su penetrante mirada negra puesta en mí. Se acercó lentamente.

—S… Sn... Tú... que... —había balbuceado, sin lograr concretar frase alguna.

—Dilo claro, Potter —bufó él con voz profunda, para después darme una fuerte bofetada—. Pronuncia bien mi nombre si lo piensas hacer.

El corazón me dio un vuelco. Sí, era él; el temido profesor, el hábil espía y respetado hombre, Severus Snape. Él era el que me tenía en aquella situación y el que parecía disfrutar de verme confundido. Lo notaba en su mirada, en cómo me veía.

Cerré nuevamente los ojos, deseando que todo fuera un sueño, pero el firme agarre de mi cara no me hacía la tarea fácil. Sentía sus largos dedos clavarse en mi piel, arañarla agudamente, y su pesado aliento cayendo sobre mi cara. Yo movía bruscamente el rostro. Sabía lo que venía y, al final, llegó. Su lengua recorrió mi mejilla, saboreando mi piel como si fuera su presa, dejando tras su paso una viscosa humedad. Se deslizaba por mi rostro, corriendo hacia mi boca, mientras me clavaba las uñas en mis hombros, intentando arrancarme la ropa. Con una rasgadura constante, lo logró, dejándome rápidamente al natural y con surcos en la piel.

Dirigí mi mirada hacia él, sólo para mirarlo tomar una fusta, mientras se comía mi cuerpo con la mirada. No entendía bien lo que se le cruzaba por la cabeza. Me acarició la cara con el cuero del objeto que llevaba entre sus manos, bajando por el cuello y el pecho, hasta que sentí como me golpeaba con éste el abdomen, sofocándome ligeramente. Me iba dando golpes sin compasión por todo el cuerpo, dejándomelo rojo, ardoroso, hasta que llego a mi entrepierna y mi flácido miembro recibió el golpe más tortuoso. Un intenso dolor me recorrió completamente el cuerpo y, aunque me había intentando encorvar, los agarres me mantuvieron erguido. Sólo alcancé a soltar un alarido, antes de reaccionar un poco y apretar fuerte los dientes. No le quería dar ese placer. Lo miraba de reojo y, entonces, se fue a por otra cosa. Yo sospechaba que él lo estaba disfrutando y pude confirmar esto, cuando mi mirada se situó en un creciente bulto entre sus piernas, tristemente camuflado por el negro de su pantalón.

La imagen se me borra de la mente al sentir que alguien me sacude. Ahora que presto atención, me están llamando. Dicen mi nombre una y otra vez con insistencia. Creo que el que los ignore por pensar en lo que sucedido, hace que se preocupen más por mí. Y no sé si eso es bueno o malo.

Con la mirada perdida, giro lentamente el rostro hasta donde he escuchado las voces y luego, los miro. Han debido de ponerme unos anteojos, porque las figuras borrosas ya tienen forma y las reconozco. La primera persona, la que está más cerca, es Poppy. Trae en las manos una copa llena de algo, aunque lo más probable es que sea una poción. Sin pensarlo mucho, la tomo con ambas manos y me la llevo a los labios. La bebo sin detenerme a tomarle sabor, es mejor así. La medimaga, al notar que está ya vacía, me la quita y se aleja, y yo muevo perezosamente el cuerpo, sintiendo un hormigueo. El dolor y las magulladuras que quedaban en mí, van desapareciendo y noto que vuelvo a estar vestido. Alguien me ha puesto un pijama y yo ni me he dado cuenta.

—Harry, ¿cómo te sientes? —Escucho la voz de Dumbledore preguntarme.

Me quedo mirando la pared un par de minutos más, antes de mirar el resto de la habitación. Efectivamente, aquí está el Director, con sus relucientes ojos preocupados puestos en mí. A su lado, está McGonagall, con una expresión afligida mal disimulada, y apretando una servilleta para calmar sus temblores. Y detrás de ambos, está Hermione con los ojos hinchados. Ha debido de estar llorando.

Pensándolo más detenidamente, se me ocurre que ellos han debido ser los que me han traído hasta aquí.

—Harry, muchacho, dinos algo —chilla McGonagall.

—¿Recuerdas algo Harry? —Me pregunta esperanzada Hermione.

—Yo... Sí, lo hago —respondo en un susurro.

Suspiran aliviados y pienso que creían que me había quedado sin voz por el trauma.

—¿Quién fue Harry? —pregunta serio el Director—¿Quién te dejo de este modo? El culpable tiene que ser castigado de inmediato.

—Castigado... —susurro para mí, comenzando a divagar— Fue un... castigo. Uno excitante.

—¿Qué quieres decir con eso? —me pregunta uno de ellos.

Pero mi mente ya está lejos, demasiado lejos de allí como para reconocer quién ha sido. Ahora, volvía al pasado, a lo que había sucedido después de mirar aquella erección.

Snape había ido a por una mordaza de cuero. Se parecía al collar de un perro, pero con una pelota incluida que metió bruscamente en mi boca. Me apretó fuerte las correas tras la nuca y, mientras yo mordía fuerte aquello, él tiraba de mi cabello hasta casi arrancarlo. Me encajaba las uñas en el cuello, sacándome gotas de sangre, para luego lamerlas.

Una de las velas había flotado hasta su mano y ahora, pasaba la llama por mis pezones. No sabía por qué, pero eso no me disgustaba, al contrario. Solté un gemido, dividido entre el placer y dolor, cuando la cera caliente cayó en mi piel, escurriendo deliciosamente por mi abdomen. Escuché una risilla de él y lo miré, para descubrir que me observaba como si fuera vulgar basura, haciéndome sentir pequeño y repugnante.

—Potter —siseó, y un escalofrío recorrió mi espalda—, ha sido durante mucho tiempo una molestia; rompiendo las reglas, regodeándose en su fama y saliendo airoso siempre de todas las situaciones.

Entornaba los ojos de tal manera que parecía que aquello era por algo que había hecho, aunque no alcanzaba a saber qué era. Tan sólo pude balbucear algo que no se logró entender, mientras él me rodeaba, pensando en qué más me podía hacer. No tardó mucho en decidirse, ya que, poco después, traía entre sus manos un tubo extremadamente delgado.

Recuerdo que me miró unos minutos a los ojos, mientras tomaba mi miembro y lo acariciaba, estimulándolo. Mi cuerpo estaba reaccionando y yo sólo podía mirarlo atento. Repentinamente, sentí como frotaba su dureza con la mía y no pude evitar volver a gemir. Mirándome fijamente, tomó mi ya rígida polla firmemente y tras deslizar la piel de la punta, sin esperar nada, me comenzó a meter el tubillo. No supe cómo reaccionar, ni tampoco supe si me dolía más de lo que me gustaba o si, por el contrario, me gustaba más de lo que me dolía.

>>¿Te gusta Potter? —preguntó sádicamente al acabar su labor—. Es hora de que aprendas la lección y de que tomes tu castigo por ser un niño malo, por no respetar las reglas. Yo con gusto me voy a encargar de ello.

Vi como sujetaba por el mango una gruesa tabla que tenía unos picos por todo el largo. Yo jadeaba, tratando de seguirle la idea. Recuerdo que intenté encorvarme cuando lo sentí azotarme con esa cosa y golpearme una y otra vez el trasero. Era un dolor punzante y sentía que mi cuerpo palpitaba exhausto, pero, al mismo tiempo, me gustaba y eso era perturbador. Quería que parara y al mismo tiempo, que me diera más.

En cierto momento, noté que sus golpes cesaban y sentí las manos de Snape recorriendo la sangre de mi trasero, sobándolo. Giré tanto como pude la cabeza y lo vi apretarse el palpitante bulto antes de bajarse el cierre de su pantalón y sacarlo. Me dirigió una mirada que no supe interpretar y me agarro fuertemente de las caderas, al tiempo que mis pies, que en ese momento se podían mover, retrocedían varios pasos. Sabía lo que venía y lo quería. Mi mente seguía perturbada, confundida, pero mi cuerpo no y éste lo deseaba, así que, tragándome un poco mi orgullo, cedí a mis bajos instintos y separe las piernas, empinando el trasero para él, como una invitación. Aunque no lo veía, casi estaba seguro de que estaba sonriendo con suficiencia. Apretó mis caderas bastante fuerte y la punta de su gruesa polla entró en mí sin previo aviso, arrancándome un alarido amortiguado en la mordaza. Me retorcía frenéticamente al sentir entrar el resto de golpe, hasta que al final su abdomen topó contra mis glúteos.

Me seguía jalando del pelo dolorosamente, moviéndose cada vez más rápido dentro de mí, sentía que me iba a partir en dos con una de sus estocadas. Sin embargo, ahora, hasta mi mente pedía a gritos que me diera más duro, que me azotara el trasero y él, sin escucharlo, como si me conociera perfectamente, me complacía. Hacía que mi cuerpo se estremeciera por el dolor hasta que se convertía en un creciente placer. Sus envestidas se volvían erráticas y en todo mi cuerpo había un cosquilleo. Las cosas volaban por todos lados y sentía que estaba en mi límite. La vista se me hacía cada vez mas borrosa, hasta que con un certero movimiento, mi blanca y espesa esencia voló al frente junto con el tubillo que había mantenido dentro, mientras él me llenaba por dentro con la suya. Arqueé la espalda, al momento que una onda dorada de luz salía de mí y causaba una potente explosión.

Sí, justo eso era lo que había pasado antes de que me derrumbara en el piso y notara que la mordaza se había ido y que me encontraba completamente solo en ese lugar, justo antes de ser encontrado y traído aquí...

—Debe de estar confundido. —La voz de Dumbledore me saco de mi ensoñamiento—. Mejor dejémoslo solo para que descanse y después, hablaremos de lo sucedido.

—Yo... —balbuce mientras los veo asentir e ignorarme.

—Sí, eso será lo mejor —dice McGonagall, mientras Poppy cierra la puerta tras de sí.

—Descansa, Harry. —Me sonríe como puede Hermione.

En el momento en el que la mayor de las mujeres presentes abre la puerta para marcharse, Severus Snape entra con la ropa polvorienta, derecho y sin mirar a nadie más que a mí.

—Me enteré de que estabas aquí —me dice llegando a mi lado.

—Oh, sí... Bueno, me trajeron —masculle, mirando de reojo a los demás.

—Si no me hubieras mandado al otro costado de Gran Bretaña, te hubiera curado yo —me regaña—. Tenemos que practicar más lo de controlar tu magia.

—¿Sabes algo de lo ocurrido con Harry, Severus? —pregunta el Director.

—De hecho, sí —contesto como si nada—. Fue un.... juego clandestino entre mi marido y yo que se salió de control.

—Vaya juegos, Snape. Ambos están mal de la cabeza —dice McGonagall, mientras todos fruncen el ceño, enojados.

Solté una risilla y preguntoe tranquilo:

—¿Quién me acuso de qué esta vez, Severus?

—Draco me informó de que causaste una catástrofe por presumir de saber hacer bombardas en miniatura. —Me explica—. Como sabrás, merecías un castigo.

—Oh sí, claro que lo merecía —exclame paseando la mirada por su cuerpo—. ¿Lo reprenderás por culparme?

Arquea una ceja analizándome y contesta:

—Sólo si no te gustó.

—Bueno, entonces, esta vez saboreara la dulce miel de la “victoria”, sonriendo y regodeándose.

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