La Mazmorra del Snarry
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La Mazmorra del Snarry


 
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La Mazmorra del Snarry... El escondite favorito de la pareja más excitante de Hogwarts

 

 INTERPOL | CAP 2: BARRICADE

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PoAkS

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INTERPOL | CAP 2: BARRICADE Empty
MensajeTema: INTERPOL | CAP 2: BARRICADE   INTERPOL | CAP 2: BARRICADE I_icon_minitimeMar Ene 18, 2011 4:52 pm

Hola!!!!

Aquí está el segundo capitulo de INTERPOL

En este caso le toca el turno a BARRICADE. Esta canción pertenece al cuarto disco de estudio de la, no me cansaré de decirlo, superbanda de NYC INTERPOL, que es homónimo.

Os dejo el link del vídeo:

https://www.youtube.com/watch?v=PYqzbnkhxPY

Y la letra, por supuesto:

http://www.azlyrics.com/lyrics/interpol/barricade.html

Y antes de pasar a lo importante, os comunico que alguna mención de ámbito sexual hay, pero aun nada de lemmon (lo bueno se hace esperar)

A DISFRUTAR!!!!

INTERPOL


Capítulo 2: Barricade

En Johannesburgo despuntaba un día sofocante, la radio vaticinaba temperaturas por encima de los 30 grados centígrados.

La agente Dunham estaba de papeleo hasta arriba, cuando sonó el teléfono se sobresaltó y derramó parte de su café con leche y dos de sacarina por el escritorio. El líquido fue absorbido con rapidez por la montaña de carpetas color marrón que formaban una pila en precario equilibrio. Soltó un taco mientras apartaba los expedientes de la bebida y habría el primer cajón pasa sacar unos pañuelos de papel e intentar así contener el desastre. El teléfono dejó de sonar. Después de recomponer su escritorio un mensaje apareció en la pantalla de su ordenador.

Ha sido extraído el expediente 000408015016023042. Contacte lo antes posible con su enlace en Lyon. Inminente cambio de domicilio. El sujeto puede estar en peligro. Procederá de acuerdo a las siguientes instrucciones.

Encontrará la documentación necesaria en el archivo adjunto.


Rápidamente abrió el mencionado archivo descargó el documento y lo imprimió. Echó un rápido vistazo y cogiendo la chaqueta que descansaba en el respaldo de su silla de oficina, salió rápidamente del despacho llevándose el teléfono móvil a la oreja.

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Cuando Harry se presentó de nuevo en el hall de las oficinas centrales de la INTERPOL, su rostro estaba congestionado, las palmas de las manos perladas de sudor frío y el nudo en la garganta no le permitía pronunciar palabra. Se limitó a agarrar fuertemente del brazo a Jules e intentar disimular lo mejor que podía mientras se dirigían hacia la salida. Agradeció a Merlín que Jules fuera tan prudente y no hiciera comentario alguno respecto a su extraño comportamiento.

Una vez en la calle el suizo dejó la compostura a un lado.

-Haggui…

-Aquí no, Jules. Tenemos que llegar a un sitio seguro.

Pero la calle estaba atestada de gente. Caminaron sin rumbo más de media hora hasta que Harry encontró un sitio en el que poder desaparecerse con Jules.

Una vez en el hotel apremió a su compañero para que empaquetaran todas sus cosas y dejaran la habitación lo antes posible. Pagaron en recepción, y con el corazón aun desbocado, instó a Jules para que volvieran en un coche de alquiler hasta Berna. Así lo hicieron.

Alquilaron un turismo azul. Con el depósito lleno, comenzaron el viaje de más de trescientos kilómetros que los separaban de su destino. Pararon en la primera gasolinera que encontraron y consiguieron avituallamiento, una botella grande de agua, botes de refrescos con cafeína y algunos snacks tanto dulces como salados. No pensaban parar hasta su destino si no era estrictamente necesario.

Cuando salieron del área metropolitana de la ciudad Harry ya no contaba con la alianza de la radio y la pregunta de las preguntas se hizo inevitable.

-Haggui, necesito que me expliques qué ha pasado ahí dentgo.

-Lo sé Jules, lo sé.

-No quiego metegme en tu vida pguivada, pego necesitague sabeg si tendguemos pgoblemas en la fgontega. Puedo haceg algunas llamadas…

-Esperemos que no sea necesario. Sólo puedo decirte que después de recuperar mi maletín, intenté salir de ese laberinto por mis propios medios y me topé con una información, cuanto menos inesperada, sobre alguien al que creía muerto.

Si Jules se asombró por la confesión del moreno no lo demostró abiertamente. En las oficinas de la INTERPOL podría haber más de un millar de expedientes de personas que se creían muertas o desaparecidas. Aparte de perseguir a criminales de ámbito internacional, también daban protección a testigos alrededor del mundo. Lo que no pudo evitar fue sorprenderse al descubrir que alguien mágico acudiese a este tipo de agencia para este fin. Si un mago quería desaparecer lo podía hacer por sus propios medios.

-Esa infogmacion es gefeguente a algún mago, Haggui.

-Así es.

-¿Pog qué un mago no utilizaría su pgopia magia para desapagueceg?

-Eso mismo me pregunto yo.

Jules no era ningún inepto. Sabía que Harry no quería hablar del tema. Se concentró en la carretera y condujo en el más respetuoso de los silencios, no haría ningún bien presionando al inglés. Harry miraba a través de la ventana. Su rostro reflejaba toda la confusión del impactante descubrimiento.

Severus. Severus está vivo. Voy a encontrarte maldito grasiento y vas a tener que responder a cada una de las preguntas que te voy a hacer, me valdré del cruciatus si hace falta. Por las barbas de Merlín ¿Cómo pudiste abandonarme así? ¿Qué mierdas estabas pensando para dejarme solo? Maldito bastardo, todo fue una gran bola de mierda. Una asquerosa y sucia mentira. Vas a desear haber muerto cretino mentiroso. Espero que esos muggles sepan esconderte bien, porque no pararé hasta encontrarte y entonces… entonces.

No sabía bien si sus lágrimas eran de dolor o rabia. Dolor por el abandono o rabia por tamaña infamia. Al final todas las conclusiones se reducían a una. Traición.

Sentía que necesitaba desahogarse. Miró de soslayo hacia la izquierda. Podría desahogarse con él. Era innegable que podría conocer la historia del niño que vivió, pero Severus siempre había vivido a la sombra de toda la cruenta historia que había sido su vida, hasta la derrota de Voldemort.

-Cometí el error de enamorarme de una serpiente. Una fría y despiadada serpiente que me abandonó cuando más lo necesitaba.

Jules se limitó a mirar en su dirección y animarle a que siguiera con una cálida sonrisa. Después de unos instantes mencionó que a todos nos ha pasado alguna vez.

-¡Qué me parta un rayo si es normal que alguien finja su propia muerte para desaparecer del mapa!

-No queguia seg descogtes.

-No, lo siento yo Jules, aun estoy digiriendo la noticia. Compréndeme, no es fácil asimilar que la persona en la que más confiabas, en la que habías depositado todas tus esperanzas y tus sueños, al contrario de lo que pensabas, no lleva cinco años muerto.

-Sin duda ha sido un comentaguio… como se dice… desafogtunado pog mi pagte entonces.

-Soy desafortunado...

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Samuel aun dormía cuando unos fuertes golpes lo hicieron saltar de la cama. Tenía el pelo pegado en la nuca y la frente, se lo revolvió despreocupadamente con la mano derecha, mientras que con la izquierda acomodaba sus genitales dentro de su ropa interior. Se dirigió hacia la puerta de su piso arrastrando los pies. Ya puede ser importante, porque si no probarás mis puños.

La puerta temblaba violentamente. Se estremecía bajo la inclemente insistencia de la persona que la golpeaba salvajemente, hasta que oyó como se descorría el cerrojo.

Los ojos de Samuel se abrieron desmesuradamente mientras contemplaba la belleza que casi había echado su puerta abajo. Rubia, con la melena recogida en una larga trenza que caía casualmente por delante de su pecho izquierdo. Sus piernas largas enfundadas en unos vaqueros lavados imposiblemente ajustados. Deportivas de corte bota negras con cordones blancos, del mismo color que su camiseta de tirantes anchos y escote generoso. El sujetador podía adivinarse fácilmente a través del algodón de canalé. Llevaba un soporte para el teléfono sujeto a una de las trabillas del pantalón y del bolsillo frontal derecho de los pantalones pendía un llavero con forma de delfín. Su piel tenía un bronceado suave, unas graciosas pecas resaltaban por la zona de su nariz. Los ojos eran de un marrón intenso, con abundantes pestañas y cejas perfectamente delineadas. Sus finos labios rojos, bien perfilados.

-Buenos días. ¿El señor Sanders?

-Así es.

-Tenemos que hablar.

Sin esperar invitación alguna entró en la casa empujando a Samuel hacia adentro, que entre asustado y excitado se dejó hacer. La intrigante rubia cerró la puerta de un taconazo mientras recorría rápidamente la estancia con ojo clínico. Se movió por la sala como si fuera su propia casa.

-Haga el favor de darse una ducha y ponerse presentable. Lo que tengo que contarle no puede oírlo en calzoncillos y con una semierección matutina.

-No tengo ni idea de quién es, pero si quiere puede ayudarme con el último asuntillo.

-Agente Temperance Dunham.- enseño su placa. –Haga lo que le digo.

¿De dónde coño ha sacado esa placa? Será mejor que vaya a darme esa ducha.

Llegó al baño pensando que esta situación era digna de cualquier largometraje de Lynch. Deslizó sus calzoncillos hasta sus tobillos y se metió en la ducha. Se demoró el tiempo exacto que tardó en tararear una vieja canción de los Rolling Stones.

-oh no no no… hey hey hey… that’s what I say… I can’t get no!... I can’t get no!... I can’t get no!... no satisfaction… no satisfactio… no satisfaction….

Salió de la ducha meneando las caderas mientras se anudaba una toalla minúscula. Limpió el vaho acumulado en el espejo con la palma de la mano y sonrió a su reflejo.

Cuando salió del baño estuvo a punto de caerse de espaldas, todas sus cosas habían desaparecido. El piso estaba vacío, desvalijado, limpio. Sólo quedaba la chica con un extraño palo en la mano que lo miraba con una expresión indescifrable.

-¿Pero qué cojo…?

Un fogonazo de luz blanca lo envolvió todo, sus pupilas se dilataron, su rostro se relajó y una sonrisa bobalicona apareció en sus prietos labios. Alguien le tendía un viejo vinilo y él lo tomó al instante. Todo a su alrededor comenzó a girar vertiginosamente y ambos salieron disparados por la ventana del piso. Giraron incontables veces hasta que cayó de bruces en un suelo de damero blanco y negro.

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Jules aun tenía el corazón encogido después de la hora y media larga en la que Harry, con los ojos bañados en lágrimas y la respiración entrecortada, le había contado su historia. Sobra decir que sabía perfectamente quién era el niño que vivió y venció, pero su historia no trataba de eso. Voldemort estaba presente, como un estigma. Un sino que había forjado el carácter de Harry y tintaba todos sus actos. Valiente y decidido, pero lo que más le llamó la intención fue cómo de una perspectiva de tragedia podía haber surgido ese amor. Un amor verdadero, sencillo, puro.

La rabia crecía alrededor de su pecho como una amapola en primavera. Si Harry era el blanco en ese amor, ese bastardo de Snape, si era verdad que estaba vivo, era el negro. La oscuridad, las sombras, la intriga, las mentiras y la traición. Traición que cegaría a cualquiera, cualquiera que no fuera Harry Potter. Si Harry estaba ciego era de insano amor. Ese amor que no le dejaba respirar ni seguir con su vida. Ese tipo de amor que hacía que todos los nueves de Enero condujera sus pasos hasta el cementerio de Spinner’s End.

-No puedo ni imaginag lo confundido que debes estag Haggui. No sé como podguia ayudagte…

-Sí hay algo que puedes hacer por mí, Jules. No sé cuánto tiempo tendremos hasta que comuniquen mi falta al enlace de la policía muggle de Londres con la INTERPOL y que este se ponga en contacto con la central de aurores. Necesito un medio de transporte seguro para volver.

Jules puso todo su ingenio en marcha, una sucesión de ideas pasaron por su mente, pero lo principal era el control de daños y sólo podría averiguar la magnitud del suceso una vez llegados a Berna.

-Cuando lleguemos a Begna. Te quedagas en mi casa mientgas yo voy al ministeguio y hago unas aveguiguaciones. Luego volvegue a pog ti y podgas volveg a Inglatega.

-No quiero causarte más problemas Jules, lo mejor será que me vaya en cuanto lleguemos.

-Se hagá como acabo de decigte.

Harry no tenía más fuerzas para pelar ese día. Su corazón sangraba al igual que sus lágrimas caían incesantes. Pasaron por el puesto fronterizo sin más contratiempos. Por lo visto, no tendrían problemas para salir de Francia. Harry se sintió más seguro fuera del territorio galo, no sabía por qué, pero empezaba a notar todo el peso de su acción sobre sus hombros tensos y cargados.

Pasaron la siguiente hora escuchando la radio que, por fin, Jules pudo volver a sintonizar. Harry lo agradeció internamente. Los remordimientos y las dudas volvieron a él como el sol vuelve a salir y ponerse día tras día. Quería ignorar esa voz que le decía que Severus no quería verle, que no quería saber nada de él. Que por eso había acudido a los muggles para que le escondieran. Su ex profesor sabía perfectamente que, él no le buscaría, no después de haberle visto en sus últimos segundos de “vida”, y menos aun en el mundo muggle.

Cuando el suizo aparcó el coche, Harry salió de su ensoñación. No sabía en qué momento su ceño se había fruncido tanto, que le había provocado una de esas jaquecas monumentales que parecen taladrar cada nervio de su ser. Esas jaquecas que sólo parecen tener una solución, arrancarse la cabeza. Se bajó del coche como un autómata. Esperó a que Jules entregara el coche de alquiler, con las maletas de ambos en la puerta del establecimiento. Los minutos pasaron, pero para Harry, que había perdido la noción del tiempo, parecieron segundos. Oía como Jules le decía algo mientras cogía su maleta y echaba a andar. Harry le siguió por instinto. Su cerebro se concentró en seguir al hombre de semblante taciturno, hombros bajos y andar nervioso. Caminaron por calles y avenidas, cruzaron y giraron durante unos cuarenta y cinco minutos. Al ver que Jules giraba la cabeza en su dirección Harry hizo un esfuerzo, el hombre le susurró:

-Estamos dando un pequeño godeo mientgas compguebo que nadie nos sigue y así puedo compgag los panecillos pgefeguidos de Sylvie, ya que no he podido tgaegle nada de Fgancia…

-Perdona Jules, ¿Sylvie?

-Es mi pgometida.

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Se desperezó feliz en el dormitorio de su casa de North York. Rápido y ágil se levantó de la cama, sus pies se sumergieron en la cálida alfombra DNA. Alargó la mano y sin moverse, cogió su Beo6. Puso música y levantó las persianas. La luz era blanca. Los rayos solares se reflejaban en la nieve que había caído incesante durante todo el día y noche anteriores. Se restregó los ojos con el dorso de la muñeca y mientras caminaba hacia la ducha, chequeó el correo electrónico. Entró en el baño, orinó y se metió en la ducha, de la que salió 5 minutos más tarde. Se secó rápidamente y se dirigió al vestidor. Acciones todas ellas realizadas mientras canturreaba

-Start Spreading the news… I’m leaving today… I want to be a part of it… New York New York…

Se vistió con unos vaqueros oscuros, camiseta interior y jersey de cuello vuelto. Se calzó unas buenas botas de piel y escogió una chaqueta de tweed con coderas. Bajó las escaleras y saludó con una escueta sonrisa y un afectivo, buenos días, a Lola mientras esta le tendía una taza de buen café solo y le devolvía la sonrisa.

Hoy le esperaba un gran día. Hoy inauguraba su exposición en AGO. Treinta de sus mejores fotografías esperaban hoy, ser el foco de todas las miradas, pero antes tenía que almorzar con el director artístico de una revista. Un antiguo amigo que seguro que le pediría, como favor personal, fotografiar a alguna actriz de moda para la portada de su próximo número. A cambio, él le pediría una buena reseña de su exposición en todas las revistas asociadas a su grupo editorial. Mientras repasaba mentalmente su agenda del día, sonó el timbre de la puerta. Lola salió rauda de la cocina para atender la puerta. Escuchó amortiguadamente la conversación que mantenían su interna y el mensajero. Seguro que es el primer regalo por la inauguración. Apuesto a que es una cesta de fruta de Lachapelle.

-Sr. Shepard, ha llegado esto para usted.

Se congratuló bastante al reconocer su propio éxito en brazos de Lola, una enorme cesta de frutas envuelta en papel celofán con un grotesco lazo azul noche. Con precario equilibro, Lola consiguió coger la tarjeta para tendérsela y salir corriendo para dejar la cesta en el salón. Justo cuando la mujer volvía a la cocina, volvió a sonar la puerta. Esa mañana iba a ser muy larga. En un momento decidió que esa situación le superaría, tenía que salir.

-Lola, recoge todos mis mensajes. A media tarde se pasara alguien a por mis cosas. Volveré mañana para comer.

-¿Vendrá el señor acompañado?

-No.

Le molestaba sobremanera que la mujer siempre estuviese instigándole con eso. Cierto era que, a sus cuarenta y tres años, Spencer Shepard era todo un triunfador. Fotógrafo respetado por sus compañeros y aclamado por críticos y público. De reconocida fama mundial, Spencer tenía todo lo que podía desear. ¿Cuándo aprendería esa mujer que no necesitaba la compañía de nadie para ser plenamente feliz? Estaba bien solo y amantes no le faltaban. Siempre había una modelo o una actriz dispuesta a calentar su cama a cambio de un fantástico reportaje de fotos.

Bajó al garaje y puso en marcha su Lamborghini Miura rojo y sonrió mientras el motor rugía. Hizo una llamada a su secretaria, salió del perímetro de su finca y puso rumbo al centro, su destino, la CN Tower.

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Cuando Harry salió de la ducha de su apartamento en Londres no lo podía creer. Aun estaba desconcertado. Si bien nada más llegar de Suiza por red flu, intentó disimular lo mejor que pudo, fingiendo que no había sucedido nada, después de tres semanas sus nervios estaban a flor de piel. Su susceptibilidad había alcanzado cotas muy, muy altas.

El jefe no parecía estar al tanto de nada de lo ocurrido en la INTERPOL y estos no se habían pronunciado en ningún sentido, ni siquiera con respecto al caso del Sr. Laboureau.

Mintió al jefe como tantas otras veces había mentido, algo más que tenía que agradecerle a Severus. Cuando dio su reporte en la central de aurores, cualquiera hubiese pensado que Harry estaba realmente derrotado por cómo les habían despachado, con un par de palmaditas en la espalda, de su propio caso.

El invierno estaba dejando paso a la primavera y los días se hacían perceptiblemente más largos. Harry hubiese deseado tener más trabajo para ocupar sus pensamientos, pero como había reflexionado una y mil veces la fortuna nunca estuvo de su lado. Ese domingo prometía ser largo.

No tenía planes y no los buscaría. Prefería quedarse en casa y regodearse en su miseria. Acudió a sus amigos en busca de apoyo, pero, cómo iba a saber él que reaccionarían de esa manera. Acaso sólo él veía a Severus en esa foto. Seguramente el pelo corto y esa extraña nariz podrían confundir a sus amigos, pero no a él. No. Había mirado esos intensos ojos de cerca demasiadas veces, como para no ver toda esa profundidad en la foto del expediente 000408015016023042, perteneciente a un individuo con las iniciales S.S.P. Eso era todo lo que tenía. Todo lo demás eran números incongruentes.

Una serie de números de mayor y menor longitud, de vez en cuando había intercalada alguna secuencia de números y letras, pero no podía sacar nada en claro. Sylvie, una muggle preciosa de brillante cabello negro e intensos ojos almendrados color verde turbio, había intentado, sin éxito, explicarle que probablemente fuese un código alfanumérico, asociado a algún programa de inteligencia de la INTERPOL. Ella, aunque bastante familiarizada con el manejo de ordenadores, difícilmente podría ayudarle con algo así. Inmediatamente acudió a Hermione. Si alguien podría ayudarle sería ella. Manutenía el contacto con el mundo muggle gracias a sus padres y era innegablemente inteligente. Después de una llamada por chimenea, aterrizó de rodillas en medio del salón de la casa que Granger y Ron compartían en un terrenito cercano a La Madriguera. Después de limpiar el desastre organizado, aun después de tantos años y tantos viajes, no le cogía el punto a la red flu, expuso claramente el caso.

Primero comentó con Hermione el contenido de la carpeta sin mostrarle la foto. Ella lo observó detenidamente y después del desconcierto inicial, convino en que era probable que fuese algún tipo de código para cifrar información de manera que, aunque el documento cayese en manos ajenas, el intruso no pudieran acceder a la información fácilmente y dar tiempo al propietario para tomar medidas. Estaba claro que Hermione Grager tenía una mente despierta y astuta.

-¿Tiene algo que ver con el caso que has estado investigando en Suiza, Harry?

-No se te escapa una Hermione. Tiene en común con el caso Laboureau, la situación. Ambos tienen que ver con la oficina de la INTERPOL, nada más. Uno termino allí y este – dijo señalando la carpeta que su amiga tenia entre las manos – comienza, también allí.

Ron cada vez estaba más confundido, había estado al margen de la discusión y cuando quería engancharse ya fue demasiado tarde.

-¿Dónde quieres ir a parar Harry?

-Echad un vistazo a esto.

Harry tendió dramáticamente la foto hacia ellos. Sus amigos la ojearon buscando aquello tan evidente que hacía que el moreno estuviese tan intrigado. Pasaron casi un minuto en silencio observando a conciencia la fotografía, claramente de origen muggle, sin llegar a ninguna conclusión.

-Es un hombre bastante atractivo, me recuerda a un actor de Hollywood. ¿Qué tiene que ver contigo, Harry?

-¿Acaso no lo veis?- pregunto incrédulo.

-Ver el qué, Harry. Veo a un hombre de unos cuarenta años, con el pelo corto ojos oscuros y sonrisa interesante.

-Ya sé, ya sé Hermione, por una vez te he ganado- Ron estaba totalmente convencido, el escepticismo de su mujer era palpable.- Te has enamorado de un gallardo francés y has robado su expediente para decidir si quieres mudarte con él y vivir un romance apasionado sin miedo a que te mate o algo, a que sí compañero.

Harry quiso golpearle en la cara. Estampar su puño fuertemente en la mandíbula sonriente y esperanzada de su amigo. Al ver la cara de frustración de Harry, el pelirrojo fue difuminando su sonrisa paulatinamente hasta quedar estampada en su cara una mueca de desconcierto.

-Es Snape.

Hermione y Ron volvieron a mirar la foto y tuvieron una de sus charlas mentales, desarrolladas y perfeccionadas durante todos estos años de convivencia.

-Herm, Harry necesita urgentemente unas vacaciones, es imposible que este tío sea Snape. Míral,e no tiene los dientes verdes ni el pelo grasiento, es casi apuesto.

-Eso ya lo veo yo Ron, pero déjame hablar a mí, cariño. Esta situación es muy delicada. Si tiene un aire a… cómo se llamaba el galán de la película inspirada en el libro de J. Austen… bueno es igual, déjamelo a mí.


-Harry, cariño, es imposible que el señor de esta foto sea el profesor Snape. Harry lo viste, estaba gravemente herido y agonizante en la casa de los gritos.

-Pero cuando volvimos no había cuerpo…

-Ya te expliqué en su momento que el veneno de Nagini podía tener ese efecto en los cuerpos, actúa como un corrosivo muy potente. Llegando a casos extremos, como lo era el de Snape, a desintegrar por completo el cuerp…

-Sí, sí, dejando sólo una profunda marca en la superficie donde estaba el cadáver, que eso es lo que vimos cuando volvimos a por él.

-Exacto. Harry, este muggle ni siquiera se parece a Snape, y no entiendo por qué después de tantos años estás buscando a un muerto. ¿Qué ocurre Harry? ¿Estás seguro de que la ruptura con Oliver no te está afectando? Por qué no le pides unas vacaciones al Sr. McKeane. Tengo entendido que la oficina de aurores no tiene mucho trabajo últimamente, seguro que no tiene inconveniente en darte una semana o dos libres.

Harry estaba cada vez más obcecado y frustrado. No podía explicarles a sus amigos el interés que tenía hacia esto, sin destapar su secreto. Tenía que hacerles entender de otra manera.

-Pero Herm, vuelve a mirarla otra vez, fíjate bien en sus ojos. ¡Es él! Estoy seguro, es él y tengo que encontrarlo.

-Compañero, no entiendo nada. En el caso de que este muggle, que por cierto no se parece en absoluto al grasiento, fuera en realidad Snape, qué hace pasándose por un muggle… No lo sabes… yo te lo diré, esconderse. Salir huyendo, como una serpiente, para no tener que enfrentarse al juicio que le esperaba por la muerte de tanta gente. Para qué quieres tener contacto con un cobarde como este, que prefiere vivir entre muggles para esconderse de su pasado. Además, ¿hola? A quien le importa nada dónde esté Snape, era cruel y mezquino. Harry, compañero, déjalo estar. Estás sometido a mucha presión, haz caso a mi esposa –Ron paso un brazo alrededor de los hombros del moreno – Tómate unas vacaciones, vete a esquiar por ahí o piérdete en alguna playa exótica… o ve a visitar a Charlie en Rumania, seguro que estará muy contento de verte… tu ya me entiendes.

Harry no pudo soportar más toda esta farsa, el guiño de su amigo fue la gota que colmó su paciencia. Se revolvió del abrazo. Tomó la foto de las manos de una Hermione estupefacta y la metió con saña en la carpeta. De tres pasos largos y furiosos llegó a la chimenea, respiró profundamente y se giró una última vez.

-Ya sé que no lo entendéis, pero es él, lo sé y tengo que encontrarle. Una última pregunta Herm, ¿conoces a alguien que pueda ayudarme con el código?

-Lo siento Harry. Pero…

Echó mano a los polvos y se fue a su casa. De eso hacía más de dos semanas y estaba igual. No podía hacer nada. Hacía dos domingo había acudido a Hogwarts, con la esperanza de poder hablar con la nueva profesora de Estudios Muggles, pero sólo sumó una negativa mas. Lógicamente a ella no le había enseñado la foto, no era necesario y a McGonagall le soltó un simple, asunto confidencial directora, lo siento.

Y ahí estaba, con los ojos clavados en la dichosa carpeta, que ya acumulaba una importante capa de polvo sobre ella. Parecía devolverle la mirada, desafiante, orgullosa. Parecía burlarse de él, de la misma manera que su amante siempre le ponía a prueba con su sarcasmo ingenioso. Sus opciones se estaban acabando al igual que su paciencia y cordura. Cada noche se acostaba recordando sus manos revoltosas por su cuerpo, su olor y como las puntas de su largo cabello negro le acariciaban rítmicamente el cuello mientras follaban. Y todas, sin excepción tenía que recurrir al onanismo, mientras sus lágrimas parecían recordar los caminos de besos finos y furtivas caricias.

-Pues esta vez no te saldrás con la tuya maldito grasiento. Te voy a encontrar aunque tenga que bajar a los infiernos y volver cogido de una mano de Lucifer y de la otra de Voldemort…- se quedó pensando, sólo tres segundos - Tengo que ir a ver a Malfoy.

Salió corriendo hacia su cuarto a ponerse algo de ropa. El viaje hasta la mansión Malfoy sería largo. Unos pantalones de pana fina, camiseta interior, jersey de lana, botas de ante oscuras, cazadora de cuero, bufanda y guantes.

Abrió el armario de la entrada, encogió su Nimbus y la introdujo en el bolsillo de la cazadora. Cerró la puerta y bajó los escalones de dos en dos. Cuando llevaba cien metros volvió corriendo a su apartamento. Con la respiración entrecortada cogió la carpeta y salió como una snitch a la calle. En un callejón oscuro y desierto sacó su escoba y mientras notaba la carpeta apretada contra su pecho, entre la cazadora y el jersey, la Ninbus volvió a su tamaño normal. Hora y media más tarde divisaba la silueta de la mansión Malfoy.

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No sabía bien que hacia allí, era una locura, hacía años que no veía a Malfoy, qué locura transitoria se había apoderado de su mente. Qué le había hecho creer que Malfoy le abriría las puertas de su casa y le ayudaría sin más.

Cuando estés rodeado de serpientes tienes que pensar como ellas, actuar como ellas. Si no, se arremolinarán en tu cuerpo asfixiándote, para después, engullirte sin el menor remordimiento. Piensa, Potter.

La voz tan profunda y arrastrada parecía susurrarle al oído El moreno se estremeció e inclinó la cabeza para que su rebelde cabello se encontrase con sus pálidos y finos labios, pero sólo encontró el vacío. Pues claro que no estaba detrás de él para aconsejarle. Harry se abofeteó mentalmente por su irreflexión. Ahí estaba plantado, frente a la imponente mansión, sin más argumento que una carpeta, con unos folios llenos de números sin sentido, con la fotografía de un muggle que, vagamente recordaba a su amante. Sacudió la cabeza y se pasó una mano enguantada por el pelo intentando parecer más presentable, menos loco. Alzó la mano hasta la aldaba y la chocó contra la puerta tres veces. Un elfo domestico viejo y ajado le abrió la puerta tras unos segundos.

-Buenas noches señor, ¿Qué se le ofrece?

-Busco al Sr. Malfoy.

-Está durmiendo, señor.

-Eso lo imaginaba, por favor dígale que el auror Potter necesita verle.

Harry no sabía si lo que había hecho despertar al elfo fue su cargo, su gentileza o su apellido. Fue amablemente invitado a entrar, conducido hasta una sala grande, con muebles y tapices ostentosos, y abandonado durante treinta largos minutos.

Los mejores treinta minutos invertidos de su historia como mentiroso. Le parecieron tan productivos que se asombró de sí mismo. Cuando Malfoy apareció por la puerta, Harry estaba tranquilamente mirando por un ventanal hacia el precioso jardín de la mansión, el plan estaba en marcha, en cuanto se dio la vuelta dijo.

-Ahora comprendo por qué he tenido que esperar durante treinta y cuatro minutos por usted, Malfoy.

-Siéntase afortunado Potter, si hubieses sido cualquier otro, aun estaría esperando.

Harry recorrió la distancia que los separaba y le ofreció la mano. Draco pillado por sorpresa la estrechó, los buenos modales son innatos en él.

-A juzgar por su indumentaria Sr. Potter, deduzco que ha abusado de su autoridad para entrar en mi casa y forzar a mi elfo domestico a sacarme de la cama.

-No, no estoy aquí por una misión oficial.

-Entonces le agradeceré que sea breve, mañana tengo una reunión mañana a primera hora.

Harry bajó la cremallera de su cazadora y sacó la carpeta lentamente. La dejó casualmente sobre una mesa auxiliar y se dirigió hacia la salida. Cuando Draco abrió la puerta principal con la carpeta entre las manos, las mejillas sonrosadas y la mandíbula desencajada, sólo alcanzó a ver la estela que dejaba la escoba de Potter, una línea vertical de polvo en ascenso. Su batín de seda verde ondeó con la fría brisa nocturna.

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Makaveli se aseguraba de que ya habían ingresado los tres millones de libras en su cuenta de Las Barbados. Todo estaba en orden.

Cuando entró en el restaurante de comida rápida, sintió un tirón suave al pasar por una mesa en la que, un rubio pedante, miraba sus patatas y su hamburguesa con cara de profundo asco. El hombre parecía atreverse sólo con la botella de agua mineral. Fue hasta la barra pidió un menú XXL y un par de extras, al volver se sentó frente al rubio y empezó a comer como si tal cosa.

-Las hamburguesas americanas son claramente mejores que las de aquí, ¿verdad amigo?

-Yo no soy su amigo.

-Cualquiera que me ingrese tres millones de libras es mi amigo, colega.

Draco hizo aun más profunda su mueca al ver cómo, el americano hablaba, mostrándole una mezcla imposible de lechuga, mostaza, tomate, carne y pan. Tragó con dificultad.

-Entonces hágase usted mi amigo y dígame que es lo que tiene para mí.

El rudo joven sacó rectándolo de plástico, parecía una caja. Draco alargó la mano y lo cogió, aparentando estar familiarizado con el objeto en cuestión.

-Ya me había comentado Trinity que eras un poco rarito, pero colega, eso es un CD, no lo mires como si fuese a morderte.

Draco se abstuvo de preguntar qué era un CD. Se levantó dejando la bandeja en la mesa. Se alegraba profundamente de poder dejar atrás ese olor a comida muggle, tendría que tirar el traje a la basura, ese hedor no saldría nunca de su ropa. Se inclinó hasta poder utilizar un tono confidente con su acompañante. Arrastrando las palabras le susurró.

-Espero estar satisfecho con lo que obtenga de esto, porque si no, te encontraré. El día menos pensado te encontraré y recuperaré lo que no tendría que haberte dado nunca sucio muggle.

Pasó una mano por el pelo grasiento de Makaveli que se estremeció bajo su contacto. No se volvió a ver como Malfoy salía del establecimiento mientras se llevaba la mano con unos cabellos suyos al interior de su bolsillo, donde estarían protegidos de cualquier imprevisto, a la espera de ser utilizados en un conjuro de localización.

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En cuanto vio al halcón de Malfoy supo que su plan había surtido efecto. El cabrón se había hecho de rogar, pero después de dos semanas de, noches nada reparadoras y jornadas de trabajo de oficina en el ministerio, las noticias de Malfoy habían llegado. Abrió la ventana presto, deseando poder leer el mensaje del rubio.

Sr. Potter,

Me complace invitarle a una reunión informal en mi residencia. Le espero el Jueves a las siete de la tarde. No le adjunto la dirección ya que es bien conocedor de la misma.

Atentamente,

Draco Malfoy

Eso le daba justo un día.

CONTINUARÁ



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