Precisamente Hoy por
DanversResumen: Snape nunca ha querido celebrar su cumpleaños. Precisamente este año será diferente... SNARRY en respuesta a al desafío de La Mazmorra del Snarry.
Categorías:
Harry Potter Personajes: Harry Potter, Severus Snape
Géneros: Romance
Advertencias: AU=Universos Alternos
Desafíos:
Un regalo para SeverusDesafíos:
Un regalo para SeverusSeries: Ninguno
Capítulos: 1 Completo: Sí Palabras: 3597 Lecturas: 800 Publicado: 09/01/08 Actualizado: 09/01/08
Notas de la historia:
Disclaimer: Ni Snape ni Harry me pertenecen, ni hago nada para lucrarme con ellos. Vamos... económicamente, claro.
NdA: Gracias a las administradoras de la Mazmorra por crear un lugar para las amantes del Snarry, que en castellano hay pocos...
1. Oneshot por DanversOneshot por Danvers
Notas del autor:
Respuesta al desafío de La Mazmorra del Snarry. Feliz cumpleaños, Severus!
Una sucesión de troncos se habían consumido en la chimenea mientras miraba la misma página del libro que tenía sobre mi regazo. La ira que sentía no me dejaba concentrarme en las letras que bailaban ante mis ojos.
Esta mañana desperté con temor. Quizá con más temor del que tenía habitualmente en mis cumpleaños pues, precisamente este año, era especial. Había empezado a convivir con alguien más íntimamente de lo que lo había hecho durante años con profesores y alumnos.
Pero mis temores, alentados por años de sustos a manos de ridículos elfos enviados por un no menos ridículo anciano, eran infundados. No me esperaba ninguna sorpresa, ningún regalo. Ni tan solo una irritante felicitación verbal. El cuerpo que desde hacía pocos meses calentaba mi solitaria cama, ya no estaba a mi lado.
El alivio que sentí me supo amargo, y ni siquiera disfrutar del desayuno en soledad, logró endulzar mi boca.
Acicalé mi persona en previsión de posibles visitas. Todos mis conocidos sabían de mi repulsa a celebrar la fecha, pero eso nunca les había frenado. Precisamente hoy no iba a haber diferencia.
La tensión de la espera ha ido llenando mi espíritu de rencor. Entendí que las felicitaciones de años anteriores se debían únicamente al compromiso de la obligada convivencia. Ahora que ya no eran compañeros, los docentes de Hogwarts ni siquiera se tomarían la molestia de mandarme una maldita lechuza. Había esperado más de Minerva, precisamente este año que me había declarado su admiración como colega, cuando dejé mi puesto. Seguramente sus amables palabras fueran causa de la emoción del momento. Al fin y al cabo la educada competencia que habíamos mantenido había durado muchos años. Hasta a mí mismo se me humedecieron los ojos al desalojar mis pertenencias de las mazmorras, donde había vivido tanto tiempo.
Las horas pasaban y no había nada que pudiera distraerme de la amarga sensación que crecía en mi interior. Me sentía despechado. Ni siquiera Lucius, con el que tanto había pasado, se había acordado de mí. Precisamente este año que había accedido a jugar mi doble juego y unirse a la Orden.
Debería estar complacido. Siempre me han irritado las muestras de afecto, y parece que hoy iba a escapar de ellas. Pero no me sentía feliz. Este desagradable sentimiento de abandono lo había causado él. Como todos los cambios que habían perturbado mi vida este año. Empezando por causar la muerte del Señor Tenebroso y dejarme sin trabajo. Sin ninguno de los dos.
Pero parte de la culpa la tenía el entrometido anciano. Casi me obligó a abandonar mi puesto. Después de tantos años de incondicional dedicación. Precisamente este año que me había librado de la peligrosa función de espía. Merecidas vacaciones. Tiempo para mi vida privada. ¿Qué maldita vida privada? Después de tantos años de servicio exclusivo tendría que haber sabido que carecía de ella. ¡OH! Pero ahí también se entrometió. Me enviaba insistentemente al auror de oro con estúpidas excusas.
A pesar de que no me molesté en esconder lo mucho que me desagradaba su presencia, siguió importunándome durante semanas. Se volvió a convertir en la insufrible presencia que había sido para mí durante su formación escolar.
Pronto ni se molestó en fingir una excusa para aparecer por mi casa.
Ni yo se la pedí.
A mí mismo me sorprendió que derribase los gruesos muros que había logrado construir durante años de aislamiento afectivo. Me descubría esperando su visita, contando los días sin su presencia. Deseaba compañía.
Y precisamente hoy que no me hubiera incomodado demasiado recibir una felicitación, recibía la cosecha de la frialdad que yo mismo había sembrado.
Debería haberlo echado de casa antes de aquel día. Antes del día de la discusión. Antes del día que nos echamos en cara el pasado y acabamos rodando violentamente por la alfombra.
Mantuvimos una lujuriosa lucha en la que acabé vencido. Pero ni siquiera el concentrarme en la idea de que estaba siendo sodomizado por el maldito Harry Potter pudo evitar que me corriera vergonzosamente pronto. Suerte que en los siguientes meses he mejorado mi resistencia.
Después del mediodía, atacado por una inapetencia que no me ha permitido comer bocado, me he sentado ante el fuego con este libro por única compañía. Y no se puede decir que le haya prestado mucha atención. En realidad intento parecer despreocupado, esperando la inevitable sorpresa que, empiezo a sospechar, no llegará. Me parece increíble que todos me hayan olvidado. Incluso él.
Intento recordar cuántas veces le he nombrado el día de mi nacimiento, para advertirle de mi aversión a fiestas, regalos y felicitaciones. Creo que las suficientes como para que no olvide la fecha. Pero a veces es tan despistado que despierta mi parte hostil. Aunque eso no parece importarle mucho. No, cuando precisamente este año que se ha ganado su libertad acabando con la amenaza que pendía sobre él, se ha atado tan fácilmente a mí.
Sin promesas, sin románticas declaraciones, sin ni siquiera pedir permiso para instalarse en mi casa. Ha ido compartiendo mis noches con aterradora frecuencia. Con su estúpida y adorable inocencia, ha ido dejando olvidadas sus mudas de ropa. Ha irrumpido en mi apacible vida, para llenarla de inseguridades.
Porque aunque hace dos meses que regresa a casa cada noche, aún tengo cada día la incertidumbre de si esa noche compartirá mi lecho, o he de volver a mi fría soledad. Lo espero sin hacer preguntas, temeroso de sus respuestas.
Pero su olor en casa me convence de que ya no estoy solo. En cada habitación hay objetos suyos que me confirman que volverá a casa, aunque no me atreva a llamarla nuestra todavía. Un cepillo, una taza, la ropa sucia, o sus malditos aparatos muggles que nunca toco, pero que me recuerdan que volverá a casa cada noche.
Hasta ese cuadro muggle que mira todas las noches, recostado sobre mí mientras leo un libro. Me habla de su genio, cuando grita a los muggles que aparecen persiguiendo una sola pelota. Me habla de su generosidad, cuando conecta en la extraña pantalla los omniculares y no me recrimina cuando disimuladamente dejo a un lado el libro para observar el quiditch junto a él.
La chimenea arde en verde, cosa que antes me enojaba y ahora me conforta, porque significa que él ha vuelto a casa, a mí, cumpliendo un pacto que no hemos acordado. Pese a los años de desprecios. A pesar de mi carácter. A pesar de mi apariencia. A pesar de que antes de mí no hubo ningún hombre para él. A pesar de que pudiendo tener a cualquiera, hombre o mujer, regresa a mí cada día.
No me atrevo a levantar el rostro del libro que ya tiene la marca de mis dedos, por miedo a mostrar mi ansiedad. Besa mi cuello sin prisa, con suavidad. Pero las ansiadas palabras no llegan. Sigo con los ojos fijos en las letras que hace horas bailan ante mí. Susurra cansado que se va a duchar. No me felicita.
Mantengo la esperanza de que se asee para asistir a la hipotética fiesta sorpresa. Soportaría con exquisita paciencia a los invitados con tal de saber que ha pensado en mí. Que soy tan importante en su vida como para tomarse la molestia de los preparativos.
El sonido de la ducha me tienta. Desearía poder deslizarme desnudo a su lado, como él ha hecho las suficientes veces como para que me endurezca con tan solo oír el sonido del agua al caer. Pero espero paciente. He estado esperando demasiado como para estropear mi sorpresa. Porque tiene que haber una sorpresa.
Aparece en el salón descalzo y cubriendo sus caderas con una pequeña toalla. Me empalmaría sino fuese porque su pasividad hunde mis esperanzas. No va a venir nadie. Nadie se acuerda del antiguo profesor de pociones. Ni siquiera soy lo suficientemente importante para el hombre que comparte mi cama.
La visión de su pene me rescata de los negros pensamientos que me inundan. No sé si es inocencia o descaro, pero se pone tranquilamente a doblar la toalla que hace unos segundos lo cubría, mientras su cuerpo todavía húmedo moja la alfombra. La coloca cuidadosamente a mis pies y se arrodilla sobre ella, apoyando la cabeza sobre mis rodillas, mirando hacia el fuego.
Tiemblo. No deseo que perciba mi erección. No ahora que estoy irritado. Si no soy lo suficientemente bueno para que recuerde la fecha de mi nacimiento, tampoco soy bueno para que disfrute de mi cuerpo.
- Estoy agotado.
Asiento distraídamente, mientras mi mano traidora se hunde en su espeso cabello.
- He estado en Hogwarts.
Un antiguo temor no olvidado me obliga a separar la vista del libro y preguntarle:
- ¿Alguna misión?
- No. Me tomé el día libre.
Temo descubrir mi irritación cuando no puedo evitar cerrar mi mano sobre su pelo. No ha ido a trabajar y ha preferido compartir su tiempo con un viejo antes que conmigo. Precisamente hoy.
- Albus te manda recuerdos.
Gruño dándome por aludido, cuando lo que deseo es maldecirlo y huir de mi propia casa. Seguro que ni siquiera me han nombrado.
- También fui a la Madriguera.
El libro tiembla sobre mis piernas. Se tiene que dar cuenta de mi regazo no es estable. Pero no se mueve. Sigue socavando mi entereza con sus palabras.
- No he parado ni para comer, aunque Molly me ha preparado un tentempié, y Narcisa me ha obligado a tomar el té.
Vaya, sí que ha aprovechado el día. ¿Malfoy Manor? ¿Tanto le incomoda mi presencia que prefiere enfrentarse a Malfoy en su terreno? Temo que esté preparando su huída. La idea me golpea el estómago, pero no es una sensación nueva. La tengo cada día, hasta que me relajo al ver crepitar las llamas verdes.
- He logrado pararlos a todos, aunque Lucius ha estado a punto de maldecirme. Suerte que Draco lo ha parado a tiempo…
Se gira sobre mi regazo, mirándome fijamente. Le devuelvo la mirada intrigado, alzando una ceja.
- Les he rogado a todos que no te felicitasen. Molly te ha hecho un gorro a juego con la bufanda que te hizo en Navidad. Pero le he dicho que no querías regalos. Creo que hablará contigo… MgGonagall y Hermione se lo han tomado un poco mal. Lucius vendrá mañana. Es todo el tiempo que he podido conseguir.
Gracias a años de entrenamiento como espía no cambio mi gesto. Maldito Potter. La primera vez que me hace caso y precisamente lo hace el día que querría que me hubiera desobedecido.
- Aunque no confío en Albus. Me ha preguntado si estaba seguro de que no querías celebrar tu cumpleaños. Le he tenido que contar lo pesado que te habías puesto estas últimas semanas. Me ha observado un rato con su mirada yolosetodo y me ha sonreído. No me he fiado y he cogido su regalo. Pero tranquilo, me he deshecho de él.
Asiento sin abrir la boca. No sé si reír o llorar. Al fin y al cabo sí se ha tomado molestias por mí. Hasta se ha enfrentado a Malfoy. Pero lo más importante es que ha regresado a casa. Podría haber salido con Draco, o con algún Weasley. Pero no lo ha hecho. Y eso me basta. No necesito regalos, ni felicitaciones, ni la presencia de nadie más que no sea él.
Se incorpora y me mira con su franca sonrisa, como un cachorrillo buscando mi aprobación. No le puedo negar nada, y le sonrío en respuesta. Pero no le basta. Me mira expectante. Intento que no descubra en mi voz las ilusiones rotas.
- Gracias. Supongo.
No es una gran muestra de gratitud, pero mi ánimo no está ligero. Parece no haberlo notado, porque me sigue mirando con esa cara sonriente. Su expresión de cachorrillo se me antoja con ganas de atacar. Debo ser valiente… vivir con un león tiene sus riesgos.
- Me ha costado tanto convencer a todo el mundo…
- Y quieres que te lo agradezca…
Yo solo me meto en sus fauces. De cabeza y con los ojos vendados.
- Podrías aceptar mi regalo. Al fin y al cabo te he ahorrado el soportar a muchas personas que te hubieran estropeado el día.
Me pregunto cuántas son muchas. Si supiese que el huraño de Snape anhela ser reconocido… Me tendré que conformar con su regalo, que acepto con una sonrisa. Después de tantas molestias, seguro que se trata de algo muy especial.
Observo cómo se levanta, todavía con la sonrisa en su rostro. Ya no me parece tan inocente. Al contrario, años de estudio desde lejos y meses de cerca me dicen que esa sonrisa taimada esconde algo. Empiezo a temer a mi regalo. Se queda plantado en medio del salón, con los ojos brillantes de emoción, pero sin moverse a buscar mi presente. O sí se mueve… Su mano se mueve. Bajo mi mirada y veo cómo hace crecer su erección. No puedo evitar sonrojarme. No me he permitido ser muy creativo con el sexo. Temo espantar a Harry, que nunca antes había estado con un hombre. Esto me sorprende. Intento aparentar la calma que me caracteriza, de la que ahora mismo carezco.
- Harry, no me puedes regalar algo que ya poseo.
Su sonrisa se amplía. Sus ojos brillan más. Su boca deja escapar un jadeo antes de contestarme.
- Yo te he tenido a ti, Severus. Hoy puedes tomar tú tu regalo.
Abre los brazos en clara invitación, por si no me ha quedado claro que él es el regalo. Su erección ya se mantiene por sí sola, desafiando a la gravedad y a mi cordura. Toda la tensión y la irritación que he ido acumulando durante el día se ubican en mi entrepierna, que se alza furiosa y demandante.
Lo tomo con ferocidad entre mis brazos y me permito desahogarme en sus labios. He estado sufriendo todo el día por mi regalo, y por Salazar que lo voy a disfrutar. Lo tomo por su trasero y lo izo hasta mí, para llevarlo a la cama. Me cuesta mantener el equilibrio, porque aunque sigo siendo más alto que él, sus fuertes músculos lo igualan a mi peso. Pero lo que más afecta a mi equilibrio es el constante y perturbador roce de su erección contra la mía.
Lo deposito sobre la colcha, alejándolo de mi cuello que ha estado probando durante todo el camino. Tiene una obsesión por esa parte de mi anatomía que me complace en extremo.
Me aparto y lo observo, jadeante, desnudo, entregado. Me lleva ventaja en su desnudez, así que me apresuro a despojarme de mis ropas. Me quedo tan solo con los boxers, que compré porque se había quejado del monocolor de mi guardarropa interior. Los que llevo son de color burdeos.
Le noto nervioso, así que intento ir despacio, pese a mi propia urgencia. Su cuerpo responde a mis caricias. Noto cómo se relaja bajo mis manos. Mi boca entra en juego. Lamo las perladas gotas que me llaman desde su erección. Gime y se arquea en respuesta. Decido que es pronto todavía y dirijo mi atención hacia su huesuda cadera, que siempre me incita a ser mordida. Oigo a Harry gruñir, pero precisamente hoy no voy a dejarle llevar el control. Hoy es mi día. Es mi regalo.
Empujando la cadera que he dejado húmeda con mi lengua, lo giro colocándome sobre él. Aparto su rebelde pelo y mi lengua se pierde por su nuca, uno de sus puntos más erógenos. Me costó descubrirlo, pero lo estoy aprovechando a fondo. En las noches en que Harry no me acosa, solo tengo que respirar disimuladamente contra su nuca para provocar que me busque.
Pronto gime roncamente, arqueando su espalda y rozando su trasero contra mi sufrida erección. Ese involuntario roce acaba con mi autocontrol. Lo sujeto por las caderas y busco fricción entre sus glúteos. La cadencia se vuelve frenética, y mis propios jadeos me devuelven la razón. Noto a Harry tensarse bajo mi cuerpo y me separo rápidamente.
Se gira y me mira con una vacilante sonrisa. Se acerca a mí y toma mis boxers para bajarlos. Sus ojos se abren desmesuradamente cuando mi erección asoma completamente dura. Aparto sus manos y vuelvo a tapar mi entrepierna.
- Harry, no te sientas obligado a nada. Yo me conformo con lo que tenemos.
- No quiero que te conformes. Quiero hacerte feliz. Deseo hacerte feliz.
Suspiro y me acomodo en la cama, colocando su espalda sobre mi pecho. No quiero que vea mi rostro, suficiente me cuesta hablar de mis sentimientos. Pero no quiero perderlo por un momento de placer. No temo hacerle daño, pero sé que aún no ha aceptado su sexualidad y tiene que superar esa etapa antes de dar el siguiente paso. Temo que no tenga seguros sus sentimientos hacia mí.
- Soy feliz cuando regresas a casa cada día. Para mí es suficiente tenerte conmigo cada noche. Solo permíteme compartir tu vida y me harás inmensamente feliz.
Temo haberlo presionado demasiado. No suelo ser excesivamente emotivo, pero debe entender el papel que ha tomado al irrumpir en mi vida. Noto como se convulsiona sobre mi cuerpo, temo que esté llorando. Lo giro y veo sus lágrimas, que no son de pena. Se está carcajeando.
- Vaya, ¡me he enamorado de un romántico!
Sus palabras me dejan congelado. Nunca me había dejado tan clara su implicación emocional en esta relación. Entiendo que estaba esperando a que yo diese el primer paso. Me mira con adoración. Lo acojo entre mis brazos y borro su sonrisa con mis labios. Pronto retomamos el ritmo que habíamos perdido.
Nos besamos uno encima del otro. Giramos sobre nuestros cuerpos, luchando por tener el control, como siempre. El roce de nuestras erecciones se hace pronto insuficiente y me acaba pidiendo que lo prepare pronto. Veo la duda en sus ojos, pero al notar mi mirada indecisa me asegura sugerentemente que está deseando sentirme dentro. Me precipito al armario y vuelvo con un vial en mis manos.
Se tensa alrededor de mis dedos pero, bajo mis experimentadas manos, pronto el temor da paso al placer. Con la ayuda adicional de mi lubricante especial con calmante y dilatador incluido, pronto me deslizo dentro sin ninguna molestia para él, que parece sorprendido.
En dos estocadas lo tengo gimiendo y mordiendo la almohada. Me esfuerzo en usar mi experiencia para darle placer, pero la sensación de sentirlo apretado contra mí me hace perder el control. Ni siquiera puedo disfrutar del antiguo y sucio deseo de dominar a Harry Potter. El personaje ya no existe para mí. Solo puedo pensar en que Harry, mi Harry, se ha entregado ciegamente a mí, y eso me excita todavía más.
Aumento el ritmo de mis envites y noto que le gusta la rudeza del asunto. Sus fuertes gemidos acaban con la poca contención que me quedaba. Obligo a estirar su cuerpo a lo largo de la cama, brindando presión a su erección. Aumento el roce con el peso de mi cuerpo. Sujeto sus muñecas sobre su cabeza y me ayudo del apoyo para empujar con más fuerza.
Muerdo su cuello para no gritar demasiado, tanto como el brutal orgasmo me exige. No lo logro y acabo rugiendo roncamente. Harry convulsiona bajo mi cuerpo. Sus gemidos parecen un sollozo.
Lo libero de mi peso y me coloco a su lado, observando su rostro. Reparo en sus jadeos. A mi también me cuesta recobrar el aliento. Me mira satisfecho y cansado, eso inflama mi vanidad.
- ¿Te ha gustado tu regalo?
Le miro incrédulo. No es posible que no adivine mi respuesta. Abrazo su cuerpo y besa mi pecho en respuesta.
- No podría desear nada mejor.
- Aún no ha acabado tu cumpleaños. Puedes seguir disfrutando de tu regalo.
Se roza contra mi cuerpo, sugerentemente. Su sonrisa compite con la mía. Pero le gano con considerable diferencia.
- ¿Sólo se me permitirá disfrutar de mi regalo hoy? Los regalos no se devuelven, Potter. No me puede reclamar algo que me ha entregado. Tendría que haberlo pensado antes de regalar algo tan valioso.
Me mira desde sus profundidades verdes. Ya no sonríe. Temo su seriedad, yo solo pretendía espolearlo, como siempre.
- Tiene razón, profesor. Pero recuerde que tampoco va a poder devolverlo. Se va a tener que quedar con el regalo. Para siempre.
Si mis ojos reflejan mi emoción, deben estar conteniendo más agua que el lago de Hogwarts. Sé que ya no hablamos de sexo, sino del compromiso que tanto deseaba. Beso sus labios con veneración, sabiéndolos míos. Su suavidad apenas es rozada por mi lengua, en una pequeña cata. Me alejo después de presionar mi boca contra la suya, permitiéndome un pequeño gesto que demuestre mi derecho sobre la propiedad que me acaba de entregar.
- Para siempre.
Reclama su lugar habitual en el hueco de mi brazo, que le cedo gustoso. Acaricio su pelo perdido en mi pasado, buscando entre mis aniversarios algún día en me haya sentido más feliz que éste. No lo encuentro y sigo buscando en el resto de mis días. Confirmo que nunca me he sentido más complacido. Precisamente hoy, que se adivinaba un día adverso, se ha convertido en el día más feliz de mi vida.
- Severus… Feliz cumpleaños.
Gruño complacido pensando que a partir de hoy, los días de mi vida competirán con la felicidad que siento en mi interior.
FIN Volver al índiceImportante: Todos los personajes reconocidos públicamente son propiedad de sus respectivos autores. Los personajes originales e historias son propiedad de cada autor. No se genera ningún beneficio económico por este trabajo, ni se pretende violar los derechos de autor.
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