La Mazmorra del Snarry
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La Mazmorra del Snarry


 
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La Mazmorra del Snarry... El escondite favorito de la pareja más excitante de Hogwarts

 

 Dulce Maldición (One shot)

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Danvers
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Danvers


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Dulce Maldición  (One shot) Empty
MensajeTema: Dulce Maldición (One shot)   Dulce Maldición  (One shot) I_icon_minitimeDom Feb 14, 2010 12:43 pm

Dulce Maldición por Danvers
Resumen:
Snape se acicala en su mazmorra esperando la visita mensual de Harry Potter...
Categorías: Harry Potter Personajes: Harry Potter, Severus Snape
Géneros: Horror, Romance, Suspense
Advertencias: Ninguno
Desafíos: Escalofríos en la mazmorra
Desafíos: Escalofríos en la mazmorra
Series: Ninguno
Capítulos: 1 Completo: Sí Palabras: 7392 Lecturas: 700 Publicado: 31/10/09 Actualizado: 31/10/09

Notas de la historia:

En respuesta al reto: Escalofríos en la Mazmorra de la Mazmorra del Snarry. Es un placer estar entre vosotras aunque no tenga mucho tiempo para pasarme, chicas...
Todo de Rowling, menos el porno que es mío y las cucharadas que mete mi beta Nagaira... Y mi segundo beta Nexus XD


1. Dulce Maldición por DanversDulce Maldición por Danvers




Dulce Maldición
Severus Snape admiraba su reflejo en un espejo, cosa que raramente hacía.
La verdad es que el cambio era portentoso. Su pelo brillaba como nunca lo había hecho, ni aun de joven, antes de entrar en contacto diario con los nocivos ingredientes. Caía sedoso y fino, las puntas pulcramente dobladas sutilmente sobre los hombros, perdido el denso peso que tenía antes de aplicarse la poción.
Exquisito, pero artificial. Maldición, ése no era él.
Con un golpe de muñeca eliminó de un hechizo la loción que se había aplicado en el pelo, perdiendo el trabajo de semanas que había invertido en su elaboración.
Había pretendido mejorar su aspecto, embellecerse para él. Pero no estaba dispuesto a perder su particular apariencia por el camino. No porque él no mereciera el cambio, sino porque estaba seguro de que (por alguna extraña razón que no conseguía entender), ya le gustaba como era. Traicionar su aspecto sería traicionarle a él. Al deseo y la atracción que veía en sus ojos cada vez que le miraba. Sería arriesgarse a perder ese ligero temblor en el tono de su voz cada vez que pronunciaba su nom...
-¿Severus?
Se giró alarmado, extrañado de haber sido sorprendido. ¿Había llegado antes ese mes? No, era la hora exacta, puntual como siempre. Había sido él el que se había distraído, intentando acicalarse inútilmente cuando sin ningún afeite ya lograba despertar esa mirada que esperaba secretamente cada treinta días, la que le estaba regalando en ese preciso momento y que sentía que no merecía.
-Disculpa, estaba divagando. Me hago mayor.
El joven le rió la broma, tendiéndole una mano que el pocionista se apresuró a aceptar, alargando como siempre el contacto, más que apretándola; acariciándola. Y él se dejaba encantado.
-Si tú te haces mayor, entonces yo...
Snape tembló al comprender el lamento. Realmente Harry Potter se veía envejecido. De apariencia cansada, rendida. Su aspecto le recordaba al de Remus Lupin años atrás, tras la muerte de Black.
Y es que Harry también había perdido mucho en la guerra. Amigos, personas que consideraba su familia. Seguridad en sí mismo. Su humanidad.
O eso creía él, equivocadamente, como no se cansaba de rebatirle Snape.
En esencia Potter seguía siendo un chico tímido, en realidad ya todo un hombre, amable y cariñoso, con un candor que no le supo reconocer en sus años como estudiante.
Puede que su pelo peinara ya canas, mucho antes de lo que la naturaleza le hubiera dictado. Puede que su rostro empezara a mostrar el paso del tiempo mucho más acusadamente de lo que debería a su edad. Puede que su piel estuviera marcada con cicatrices imborrables, cada vez más numerosas.
Pero eso a él no le importaba. Al revés, le veía más atractivo que nunca. Había algo en esos toques de imperfección que mejoraban el cuadro de invencibilidad que habían querido pintar en él.
Ahora era vulnerable y le necesitaba. A él.
-Tú sigues siendo un joven irritante. Calla y bebe -le ordenó, bromeando cómodamente en el distendido ambiente que se creaba siempre entre los dos.
Snape se acercó a un caldero cercano que aún calentaba a fuego lento, vertió una dosis en una copa, y se la tendió.
Harry se bebió su poción matalobos.
-Egss. -Expresó su asco, cosa que normalmente no hacía-. No intentes mejorar el sabor, prefiero el punto ácido de siempre a este regustillo amargo -le dijo con humor en los ojos, unos ojos ahora sin la barrera de sus gafas, que no necesitaba gracias a sus sentidos agudizados. Al menos la licantropía le había traído algo bueno...
-Este mes no he cambiado la fórmula -respondió, desconcertado-. He estado... ocupado en otras cosas.
-Ya -respondió con tono condescendiente.
Había notado el cambio de sabor con sus agudizados sentidos afectados por la proximidad de la luna llena. Pero estaba acostumbrado a que Severus escondiera los esfuerzos que hacía para mejorar su vida. Sabía que, aparte de la futilidad de mejorar el sabor de la poción, estaba trabajando en una nueva pócima que pretendía evitar el dolor y el desgaste que la transformación causaba a su cuerpo.
Pero si Snape no quería hablar de ello, no tocaría el tema. Conocía muy bien a ese viejo profesor puntilloso y adusto, por eso precisamente sabía que en su interior no era así en absoluto. Y también sabía que nunca debía mencionar que conocía cómo era en realidad, o perdería esa cómoda confianza que se había tejido entre los dos.
-¿Me invitas a un té para quitarme este amargor de la boca?
A veces Snape le ofrecía una bebida, otras era Harry el que la solicitaba. Se había convertido en un ritual, mes tras mes. Así se había forjado esa intimidad entre los dos, sentados en la pequeña salita en el rincón del laboratorio, un ambiente que se había ido creando para cubrir sus necesidades, una vez al mes.
El sofá había sido transfigurado al principio, cuando el cuerpo del Harry aún no se había adaptado a las transformaciones y la simple dureza de una silla era un suplicio para su espalda. Y sus posaderas.
Luego llegaron los cojines, uno de esos detalles que Harry sabía no debía comentar, pero que sus maltratados huesos agradecían silenciosamente.
Snape transfiguró también un gramófono como broma personal. Harry reía fingidamente indignado ante el chascarrillo de que la música amansaba a las fieras, pero las charlas amenizadas con música barroca empezaron a ser lo mejor del mes. El descanso del guerrero antes de su lucha particular con la luna.
Entre discusiones y peticiones musicales, Harry fue conociendo un poco más a su antiguo profesor.
Y se fue enamorando de él.
De su devoción por Häendel, aunque luego se riera de ello cuando ponía su Hallelujah. De la pasión que ponía al hablar de Bach, disculpándole incluso que fuera alemán en favor de su virtuosismo. Siempre le hacía reír cuando comentaba que todos esos músicos alemanes se llamaban Johann, demostrando su poca aptitud para la creatividad que requería la música.
Pero sobre todo se enamoró de sus largos silencios, que sólo a su lado no eran incómodos. Se enamoró de esos gruñiditos que hacía cuando consentía en ponerle al lánguido Vivaldi, o cuando fingía taparse los oídos para no tener que soportar el cansino canon de Pachelbel, uno de los Johann que odiaba. Pero que le ponía mes tras mes, sin tener siquiera que pedírselo.
Fue entonces cuando Snape empezó a hacerle regalos. Aparecían cada mes en su salita, con la excusa de la influencia lunar. Tener algo en las manos calmaría su ansiedad, o al menos evitaría que el joven le pusiera histérico con el constante movimiento de sus manos.
Harry no le contradijo explicándole que realmente era él el que le ponía nervioso. Que sus manos se movían solas porque ansiaban rodear su cuello, acariciar esa barba descuidada que cada vez veía menos, para su disgusto.
Callando, se llevaba cada mes el objeto en cuestión consintiéndole el capricho de comprarle otro al siguiente mes. Velas circulares, enormes canicas muggles, incienso cónico... recuerdos de sus tardes mensuales que atesoraba luego en casa, en su soledad.
Soledad que no quería compartir, porque su maldición era suya y de nadie más. No podía arriesgarse a compartir su vida con alguien y acabar infectándole por accidente. Mucho menos si la persona que amaba era quien corría el riesgo.
Ya era suficiente riesgo pasar la tarde en su compañía, viendo cómo los lazos se estrechaban, la confianza crecía, la intimidad cada vez era mayor.
Una copa, un zumo para él, la cadenciosa música de fondo, los característicos aromas del laboratorio que Harry relacionaba con el afecto, la calidez, el amor. El ambiente perfecto.
Solo que él no era la persona perfecta para Severus. Después de tantos años de enfrentamientos y alerta constante, no necesitaba un licántropo a su lado, una bomba de peligro que podría contagiarle en cualquier momento del mes, tan solo con el intercambio de sangre o saliva.
Así se había contagiado él, mordido por uno de los cachorros de Greyback, la nueva generación de hombres lobo al servicio de Voldemort. Aún no se sabía si los habían manipulado de algún modo, pero el caso era que cuando le mordió no estaba transformado. Y le contagió de todos modos.
-Acidez, Harry. Acidez -le corrigió Severus, rescatándole de esos dolorosos pensamientos.

∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞

Esa tarde Pachelbel no sonó. Cuando Snape se dignó a ponerle a Vivaldi, hacía rato que la charla se había acabado. Era en esos momentos cuando Harry necesitaba tener algo en las manos para no lanzarse al cuello del hombre que deseaba marcar como suyo.
Pero ese mes parecía que Severus se había olvidado de comprarle el acostumbrado detalle.
Y eso hacía que en lugar de estar los dos mirando a su regazo, el hombre no apartara la vista de su rostro y él cada vez estuviera más sonrojado, sin saber a dónde dirigir la mirada. Porque conectar con esos ojos negros, significaría abrirle su corazón, su mente. Severus Snape leía sus ojos sin necesidad de legeremancia.
Sabía muy bien lo que sentía por él, y Harry mismo conocía los sentimientos del pocionista hacia él. Pero no podía ser. No tenía sentido hablar de esos sentimientos, tan evidentes para los dos, porque su relación era imposible. ¿Cómo declarar tu amor a una persona que no podrás besar siquiera? ¿Cómo admitir tus sentimientos cuando todo habría de quedar en palabras?
Luego, en su cama, soñaría con haber dado el paso. Con haberle mirado a los ojos, confesándole lo que sentía sin tener que decir una sola palabra. Soñaría con besos que no contagiaban, con poder rogar por ser mordido sin miedo a que su piel se rasgara. Soñar que se sometía y entregaba sin miedo a un posible pequeño desgarro.
Soñaría despierto con la mano dentro de los pantalones, descargando la frustración que le causaba la cercanía de Snape y de la luna llena.
Ansioso por alejarse de la tentación para entregarse a ella en su mente, se levantó de pronto con una nerviosa sonrisa en la boca, junto a una absurda excusa-: Debería irme, es mejor que esté ya en casa.
Pero Severus no iba a aceptar esa evasiva. No cuando sabía que su casa era el único lugar en que se encontraba seguro una tarde de luna llena. No cuando había tomado la decisión de que ese mes se acabaría la sutil y velada seducción. Deliciosa pero exasperante.
Por ello había intentado acicalarse. Por ello había guardado el bello pisapapeles en forma de luna para otra ocasión, esperando que ese día fuese su cuerpo lo que calmasen esas exquisitas manos.
Oh, había previsto que no sería fácil. Harry no aceptaría sus sentimientos, aunque fuese innegable la atracción que ambos sentían. Y sabía muy bien por qué. El maldito sentimiento de culpa del Gryffindor.
Se negaba un futuro a su lado del mismo modo en que rechazaba una vida normal. Por la misma razón por la que se encerraba en Grimmauld Place sin apenas relacionarse. Porque había sido un necio insensato al colocarse sin pensar entre aquel maldito hombre lobo y Hermione Granger, pero ahora de pronto se había convertido en un juicioso eremita que huía del contacto humano para no poner en peligro a nadie con su presencia.
Bien, él había sido Mortífago, sabía mucho de peligro y más aún de daños colaterales. Estaba dispuesto a asumir el riesgo por unas caricias, por poder besar aquella piel maltratada.
Sólo esperaba que Harry aceptara su acercamiento.
-Harry -le llamó levantándose él también.
En dos grandes zancadas le alcanzó antes de perderlo en la chimenea, como cada mes.
Le detuvo sujetándole los hombros, y cuando lo hubo frenado dejó que sus manos descendiesen por su pecho, apretándose a su espalda. El contacto era exquisito, más intenso que los fugaces roces llenos de electricidad que sólo conseguían dejarle con ganas de más.
Dejó una de sus manos vagar a placer por el tonificado torso, mientras la otra tomaba posesión de su cabeza asiéndola por la mandíbula y ladeándola para hacerse un hueco donde apoyar su rostro.
La calidez de su cuello era sencillamente deliciosa. Respiró su aroma unos segundos antes de echar un inquieto vistazo a su expresión. Ojos cerrados, boca entreabierta; la estampa del deseo. Fue la confirmación que necesitaba para seguir con sus atenciones. Besó con fervor cada una de las cicatrices que marcaban la parte derecha de su rostro, con cuidado de no acercarse demasiado a la boca y despertar el pánico al contagio. Lamió con fruición una antigua cicatriz que partía de la oreja y había observado mes tras mes desaparecer dentro de su camisa. Para su decepción, solo se alargaba dos centímetros más. Pero entonces otra llamó su atención, en la nuca, justo por encima de la melena mal cortada. Necesitó las dos manos para apartar el rebelde pelo, pero mereció la pena el esfuerzo. La piel de alrededor se estaba erizando al contacto con su aliento, resaltando aquella perfecta imperfección. Amaba el contraste. La adoró con pequeños besos y suaves lamidas... hasta que su activa mente, maldita fuera, se preguntó con curiosidad cómo habría llegado a arañarse en aquel lugar. - ¿Cómo te la hiciste? Ésta no la había visto... -susurró erizando aún más la piel de su nuca.
El recuerdo de su maldición tensó a Harry como si le hubiera lanzado un hechizo con esas palabras. Sin girarse siquiera, se deshizo de su abrazo dando un firme paso hacia delante.
Luego comentó con lo que intentaba que fuese un tono despreocupado-: Me la hice hace tres meses. Una noche especialmente dura, aquella.
El pocionista recordaba la fecha, y si tras unas inocentes caricias en la mano el lobo había logrado liberar su furia a pesar de la poción matalobos, no quería saber lo que sufriría Harry esa noche tras el contacto más sensual que habían tenido. Que él había iniciado. Y por lo que sufriría una simple frustración sexual, mientras que Harry debería enfrentarse a su lobo interior.
Antes de que una sola palabra de disculpa y consuelo saliera de su boca, Harry apretó afectuosamente la mano que se había deslizado de su pecho hasta su hombro, y se despidió con un simple-: Gracias, Severus. -antes de desaparecer por la chimenea sin mirar hacia atrás en ningún momento.
Mirando fijamente el lugar por el que había desaparecido, Snape paladeó el insatisfactorio triunfo de haber saciado su curiosidad.
Tenía un sabor muy amargo.

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Había sido una mala idea sumergirse en su trabajo para aliviar el malestar que sentía. Lástima que le hubiese costado una segunda poción arruinada el darse cuenta de ello.
Limpiando el caldero de nuevo, se fijó en un pequeño resto pegado al fondo, de una dureza que de ningún modo podría haber dejado ninguno de los ingredientes de la poción calmante que acababa de realizar. Se preguntó si con el disgusto habría olvidado limpiar bien el caldero, error que no permitía ni a sus alumnos de primero.
Después de inspeccionar bien el fondo, raspó parte del residuo y lo colocó en un portaobjetos de cristal, para examinarlo con detenimiento.
No supo descubrir su composición, pero lo que sí averiguó le dejó atónito. No había en esa mezcla solidificada ninguno de los ingredientes que había usado aquella tarde.
¿Cómo podía haber sido tan negligente como para utilizar un caldero contaminado, sabiendo las consecuencias que podía acarrear?
De pronto entendió que su inquietud por Harry no había sido lo que había estropeado las pociones de aquella tarde. Que hubiese sido ese extraño residuo era peor, mucho peor. Porque además del trabajo de aquella tarde, podría haber estropeado todo aquello que hubiese realizado en él.
Se sentó en la salita del rincón sin permitir que la constante presencia de Harry en aquel lugar le distrajera. Tenía que recordar cuántas pociones había hecho con ingredientes poco usuales que pudieran haber dejado un rastro tan resistente como para evitar los habituales hechizos de limpieza. La voz de su madre se coló en su cabeza, recordándole siempre que los calderos había que limpiarlos sin magia. Pesado pero efectivo. Al final había llegado el día en que las palabras de su madre cobraban razón. Pero después de tantos años sin un fallo, ¿cómo demonios le había podido pasar ahora? ¿Tan despistado había estado, pensando en Harry?
Decidió repasar uno a uno los encargos de aquel mes, pero no surgió nada nuevo, ninguna poción que antes no hubiera desaparecido con un simple hechizo de limpieza. ¿Qué había hecho diferente? Ni siquiera ese mes había experimentado con la matalobos de Harry.
Un momento... Eso había hecho diferente. Siempre que tenía un hueco, estudiaba el modo de liberar a Harry de aquella condena. Y si ese mes no lo había hecho, había sido porque... ¡la maldita loción capilar! ¡Los ingredientes muggles con los que había experimentado!
Un sudor frío cubrió su rostro, enfermándole al contrastar con el calor que invadía su estómago. "Este regustillo amargo", había dicho Harry.
¿Habría utilizado precisamente ese caldero...?
Se levantó y corrió hacia el hornillo donde había lo dejado. Lo levantó y giró con tanta ansiedad que volcó la mesa auxiliar con todo su tintineante contenido.
El hecho no pudo molestarle menos, y eso era mucho decir teniendo en cuenta el terrible humor que sufría si algo en su laboratorio estaba fuera de lugar.
Pero las palabras grabadas en el fondo del caldero eran ahora mismo el centro de su universo.
Cobre, número 10.
El caldero que usaba para la poción matalobos. El caldero de Harry.
Le costó unos segundos reaccionar, pero cuando lo hizo recuperó inmediatamente las dos muestras que había guardado de las pociones dañadas, como solía hacer las pocas ocasiones en que algo no salía como era esperado.
Efectivamente, después de analizarlas, comprobó que el residuo era parte ahora del brebaje, la parte que sobraba y que las había arruinado.
Como seguramente habría hecho con la poción matalobos.
Sin pensar en cuántas pociones más habría alterado por su descuido, y sin importarle lo más mínimo, se dirigió a la chimenea para llamar a Grimmauld Place. Debía avisar a Harry. ¡Tenía que avisar a Harry!
Por desgracia, nadie contestó a su llamada.
Dejó el laboratorio, sin revisar por una vez que todos los hornillos estuvieran apagados, y subió las escaleras hacia el piso de arriba más velozmente de lo que lo había hecho nunca. Esas escaleras y cualquier otra.
Su estómago volvió a calentarse y encogerse cuando se acercó a la ventana. Con las luces apagadas, era más evidente el blanco fulgor que entraba por ella.
Efectivamente, la luz de la luna llena bañó su rostro mientras la miraba, por una vez con más aprensión de la que había visto a Harry hacerlo.

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No tuvo mucho tiempo para reflexionar, pero tampoco le hacía falta. Sabía lo que debía hacer, aún a riesgo de su propia vida.
Se lo debía a Harry.
No sabía cómo habría afectado a la poción el residuo, pero no tenía tiempo de descubrirlo estudiando las muestras descartadas. Por su culpa Harry podría estar pasando por su primera transformación completa, sin conservar su mente y personalidad. Si eso ocurría y conseguía salir de Grimmauld Place, el joven no se perdonaría nunca si llegase a atacar a alguien. Y peor aún, no le perdonaría a él.
Podía parecer un pensamiento egoísta e insignificante en esos momentos críticos, pero si una cosa tenía clara en su mente, era que no podía perder a Harry. Aún compartiendo sólo esos pequeños momentos mensuales, se había convertido en alguien imprescindible en su vida.
Con la varita en la mano, arrojó los polvos Flú y pronunció la dirección, intentando alejar de su mente la imagen de un furibundo lobo, enorme a los ojos de un niño de quince años.

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Evidentemente, la poción había fallado.
Si no hubiera estado antes en ese mismo comedor, no habría podido reconocer los muebles entre el amasijo de madera que cubría el suelo.
Aquí y allá, marcas de garras.
Tragó saliva y apretó con fuerza la varita, intentando oír algo en el silencio de la casa. Por experiencia, sabía de la inteligencia de los licántropos, habiéndose visto batido por la manada de Greyback en varias ocasiones. Una de ellas en la que Potter fue mordido, al interponerse entre un lobo y su presa.
Apartó esos pensamientos de su mente, debía mantenerla clara y alerta.
Antigua y ajada, la mansión fue su aliada al delatar un crujido en el piso superior. Sólo esperaba que sus pasos no fueran tan evidentes al subir las escaleras.
No había luz alguna en el primer piso, lo que era una desventaja para él. Seguramente Harry vería perfectamente en la oscuridad.
Harry no, el licántropo. Debía pensar en él como un enemigo, o no podría reaccionar a tiempo cuando le tuviera delante. Y eso podía llegar a ser fatal.
No se hacía ilusiones respecto al estado de su mente. Aún obviando el estado de los muebles del comedor, que no acudiera a su lado indicaba que Harry no dominaba al lobo. Un escalofrío corrió por su columna al pensar en ello.
Tenía su varita, y con ella su magia para defenderse. Pero no debía confiarse. Los instintos lobunos podían no ser fuertes en Harry, acostumbrado a inhibirlos. Pero él mismo había presenciado cómo se habían afinado sus sentidos; su olfato, su vista. No podía estar seguro de que otros sentidos no se hubieran agudizado también; el instinto de caza, la sed de sangre.
Un nuevo crujido delató al lobo, precisamente en dirección a la habitación de Harry. Esa localización llenó de esperanza a Snape, que encontraba revelador el lugar donde el licántropo se había refugiado. Si el olor de Harry le hacía sentir seguro, puede que también reconociese el suyo y no viera en él a un enemigo.
Rogando porque al menos la poción hubiera apaciguado la ferocidad del lobo, abrió la puerta con un hechizo y entró en la habitación de golpe, revisando todo el perímetro con cuidado de tener cubierta la espalda en todo momento.
No había mucho sitio donde esconderse, Harry parecía ser austero con los muebles. Tan solo había un lugar donde podría estar, así que avanzó lentamente hacia la cama, fijándose en el modo en que la colcha parecía caer bajo el colchón, como si alguien se hubiese deslizado debajo.
Bien, un hechizo y lo tendría sujeto. Luego intentaría razonar con él, y si no lo lograba, lo vigilaría durante el resto de la noche.
Abrió las piernas equilibrándose antes de atacar, alerta ante una posible ofensiva.
Por desgracia, su atención se centraba en el lugar equivocado, habiendo olvidado la primera regla en una batalla; cubrirse la espalda.
Había descartado el armario como posible escondrijo, subestimando la capacidad de estrategia lobuna.
Ni siquiera lo escuchó salir a su espalda, por lo que el zarpazo sobre su mano le pilló completamente desprevenido. Mientras era brutalmente empujado de bruces al suelo, vio rodar su varita hasta perderla de vista bajo el armario que ahora tenía la puerta abierta.
Intentando ignorar el dolor que quemaba en su mano, rogó por su vida sin ninguna vergüenza, aterrado al sentir el peso de unas garras sobre su espalda-: Harry -consiguió pronunciar a pesar del miedo que le angustiaba-, Harry por favor, soy yo -apelaba a la escondida conciencia.
Pero las garras se contrajeron a su espalda, respondiendo a sus ruegos con un cruel desgarro de ropas y piel.
Snape rió histérico, al pensar que de momento no se había contaminado, al no haber entrado en contacto con la sangre o saliva del lobo. Pensamiento cáustico, ya que su futuro se presentaba mucho más horrible que un contagio. Un húmedo hocico goteaba sobre su nuca, y sabía lo que significaba tener las fauces de un lobo pegadas al cuello.
Le sorprendió que su último pensamiento no fuera de queja o lamento, si no de piedad hacia Harry. ¿Cómo se sentiría el joven al día siguiente, al despertar al lado de su cadáver despedazado?
Un salvaje aullido heló su corazón. Estaba celebrando su captura, se disponía a degollar a su presa.
Pero el aullido no se acababa, y Snape casi se acabó impacientando. La expectación era insoportable, y el sonido de lamento del lobo lastimoso.
¿Lastimoso?
Efectivamente, los gruñidos eran cada vez más cortos y jadeantes, como si en lugar de reclamarle el lobo estuviera llorando por él, como un cachorro.
-¿Harry? -se atrevió a probar de nuevo-. Harry, soy Severus. Harry por favor...
El licántropo le golpeó con el morro, tan fuerte que hizo sangrar su labio. Bien, si no quería que hablase, no hablaría. Encontró gracioso de nuevo que en esa terrible situación aún siguiera haciendo control de daños y se preguntara si la mucosa del lobo habría entrado en contacto con su sangre.
Ese pensamiento le paralizó. Estaba sangrando. Ahora el labio, la mano desde el primer ataque. Y el licántropo no le había mordido. Ni siquiera había lamido sus heridas. Eso sólo podía significar que sus sentidos estaban sedados. Con la voracidad habitual de un lobo salvaje, habría sido devorado ya con toda seguridad.
Ese hecho y la confianza en Harry le dieron el valor que necesitaba para dar el siguiente paso. No podía confiar en la poción, ni podía poner toda la responsabilidad en el control de Harry. Tenía una ligera idea de lo que debía de estar pasando en su interior, si tenía razón y aún conservaba cierta conciencia.
Se giró lentamente, luchando contra el peso del lobo y la parálisis que el miedo provocaba en su cuerpo.
Logró liberarse, pero los aullidos que había dejado de temer se convirtieron en aterradores gruñidos.
Se obligó a abrir los ojos y observar a Harry, al lobo.
Merlín, era bellísimo. Aún en la situación en la que se encontraba, pudo admirar la belleza del pelaje, la intensidad de esos ojos verdes, impresionantes en el animal. Porque realmente parecía un animal, poco había de humano en su forma, al menos en esa posición, a cuatro patas ante él, levantando la piel que cubría unos imponentes dientes, de forma amenazante.
Intentó buscar a su Harry en esa verde mirada, aliviado cuando el licántropo dejó de gruñir y se quedó mirándole también, con la cabeza ladeada, como si fuera un cachorro curioso.
Le tendió la mano muy lentamente, asegurándose de que era la izquierda, la que no tenía heridas abiertas. El lobo adelantó el hocico con reticencia, olisqueando la mano con curiosidad. Debió encontrar un olor conocido, porque su cuerpo se relajó y se permitió seguir oliendo al humano que, a sus pies, ya no significaba un peligro inmediato.
Sentado sobre sus cuartos traseros, las patas ahora parecían más humanas, mientras empujaban el brazo de Snape para enterrar el morro en su axila. Pese a sentirse incómodo, el hombre le permitió sumisamente una inspección completa, desde el cuello donde su expuesta situación le hizo pasar realmente miedo, hasta su entrepierna, donde decidió que ya había aguantado bastante.
-Harry... -murmuró suavemente, empujando el hocico con cautela lejos de su ingle-, sabes que soy yo, Harry, ya está bien...
Pero el lobo había encontrado un olor que le gustaba especialmente, y no estaba dispuesto a perderlo. Snape se incorporó lentamente, hasta que quedó sentado en el suelo con la espalda apoyada en la cama. El lobo se adelantó siguiéndole y volvió a enterrar el hocico en aquel acogedor lugar, cuyo olor le atraía inconmensurablemente.
-Harry... Harry, ya basta -se quejó Snape, empezándose a sentir realmente incómodo-. ¡Basta! -gritó cuando el lobo empezaba a lamer la junta de los pantalones, deseosos de probar si el sabor era tan bueno como el olor.
El lobo se asustó y se apartó bruscamente, haciendo creer a Snape que se había confiado demasiado con el animal. Pero extrañamente no reaccionó con violencia a la reprimenda. Empezó a aullar lastimeramente de nuevo, estirándose cuan plano era a lo largo del suelo, y enterrando la cabeza entre sus patas, bajo las que asomaba el morro por el que lloriqueaba.
-Harry, está bien, no ha pasado nada -comentó Severus en tono conciliador. El lobo dejó de aullar y levantó la cabeza, mirándole con ojos de cachorrillo-. Anda, ven -le invitó con un gesto.
El licántropo se colocó a los pies de Snape, estirado de nuevo. A una nueva señal del hombre, avanzó con el estómago pegado al suelo, haciéndose sitio poco a poco entre sus piernas.
-Haarryyy -le avisó, sospechando las intenciones del travieso lobo.
Entendiendo por el tono que no era una firme amenaza, el licántropo quedó finalmente acomodado entre esas cálidas piernas, apoyando la cabeza sobre el muslo, aunque de vez en cuando rozaba obstinadamente el bulto que tenía a unos centímetros de su cabeza.
Severus se quedó en esa postura, acariciando cautelosamente el lomo gris del animal. Su mente era un torbellino, por el que volaban miles de ideas y excusas para lo que allí había pasado esa noche.
Teniendo en cuenta cómo había reaccionado Harry a su olor, y qué parte de su cuerpo le había llamado más la atención, la solución más plausible era que había sido reconocido como pareja del lobo. Y no solo eso, si no que a juzgar por la sumisión con que había aceptado su amonestación, el lobo que había en su interior le había aceptado como dominante.
¡Él, Severus Snape, el Alfa de tan bella criatura!
No, por supuesto que no podría ser su Alfa, ningún humano podía ser el guía de una manada de licántrop...
La idea tomó una forma tan real en su mente, que se recriminó el no haberlo ideado antes. Había enfocado mal la situación desde el principio. Había intentado desesperadamente curar a Harry para eliminar lo único que les separaba; el miedo de Harry al contagio. Pero había otro modo de eliminar ese miedo.
Si él se convertía...
Por supuesto que seguiría investigando la cura, o al menos la poción que evitaría el dolor y el desgaste físico de la transformación. De hecho ya estaba muy cerca de conseguirlo. Pero si lograba salvar esa barrera que les separaba, Harry sería suyo mucho antes.
Pensó en ello con los dedos perdidos en el bello pelaje y la mente perdida en una realidad con Harry, donde se levantaba junto a él, donde le rescataba de su absorbente trabajo a media tarde, bajándole el té y tomándolo a su lado en la salita, con buena música de fondo. Una realidad donde Harry compartía su vida y su lecho, imágenes que tantas veces había soñado despierto.
Sí, debería compartir también su maldición. Sufriría la transformación mes tras mes, junto con las secuelas.
Pero también recuperaría su fuerza y vigor, y sus sentidos se afinarían. Y lo mejor de todo, tendría a un cachorro al que cuidar en todos los sentidos...
Había pensado mucho (durante sus noches de soledad), en el riesgo que corría al amar a un licántropo. Y había llegado a la misma conclusión a la que llegaba ahora, cuando tenía la solución tan cerca, tanto como acercar su mano herida al parche húmedo que cada vez se hacía mayor en su pantalón, bajo la boca de su lobo.
El súbito sentimiento de posesividad que sintió al pensar esas palabras, le hizo temblar tan violentamente que sacudió la dormida cabeza. Era suyo. Era su lobo.
Lo que más le frenaba era traicionar la confianza que Harry tenía en él, contagiándose a propósito. Pero ese sentimiento de poder que empezaba a llenar su mente descartó la idea. Harry le había escogido. Tenía todo el derecho... no. Tenía la obligación de convertirse en aquello que el lobo había pedido con su comportamiento.
Sin un atisbo de duda, llevó la mano derecha a su pierna y restregó ásperamente la herida aún abierta contra las babas del animal.
Esperó atento a la respuesta de su cuerpo, pero no notó ningún cambio perceptible. Quizás su corazón latía más fuerte, aunque también podía ser debido al nerviosismo y la expectación que sentía.
De pronto empezó a arderle la herida. Un dolor punzante que empezó de repente, de una intensidad extrema, primero localizado únicamente en la mano, para luego fluir por todo su cuerpo corriendo por sus venas.
El lobo se despertó al notar la tensión del cuerpo que tenía debajo. Husmeó cauteloso su regazo, y de pronto se erizó al captar el olor de la mano herida. Se apartó todo lo que pudo sin dejar la habitación, arrastrándose a cuatro patas como si fuera él el herido. Alterado, empezó a aullar lastimosamente.
Snape mientras tanto se preguntaba qué había podido salir mal. Sabía cómo funcionaba el contagio, lo había estudiado minuciosamente, incluso en la misma sangre de Harry. Solo hacía falta el contacto de los fluidos corporales de la víctima con los del licántropo. Tal como había hecho. El cambio celular era inmediato, pero no había dolor en el procedimiento, incluso había gente que no se había dado cuenta de la infección hasta que se habían expuesto a la luz de la lu...
Su grito se unió al del lobo, y no era un grito de dolor aunque lo sentía, y mucho. Perdía la conciencia por segundos, mientras los poros de su piel se estiraban y dejaban salir un pelo crespo e inhumano.
-Harry -susurró, su último acto humano antes de que en sus ojos apareciera el Tapetum lucidum* y su visión cambiara, mostrándole la cosa más bella que había visto nunca, agazapada en un rincón de la habitación.
∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞

Cuando recuperó la consciencia, el dolor que sentía ya no era tan intenso, como si se hubiera apagado y solo mantuviera el recuerdo en su cuerpo.
Intentó moverse y el dolor fue una sorda sensación ante el inmenso placer que sintió. Placer indiscutiblemente sexual.
Gimió enérgicamente recibiendo en respuesta un suave jadeo, justo delante de él.
Esperaba estar dolorido y desorientado, pero no esperaba en absoluto despertar totalmente excitado, sintiendo más placer del que había sentido nunca.
Abrió los ojos intentando reponerse y situarse. Sabía dónde estaba y con quién, y sabía de qué tenía que recuperarse; había pasado su primera transformación como licántropo. Se había convertido en un hombre lobo, voluntaria y conscientemente, por estar al lado del hombre con el que ahora yacía.
Lo primero que divisó fue una deliciosa nuca, una que estaba horriblemente marcada, por una gran mandíbula que no dudó había sido suya pocos segundos antes. Acarició la piel incólume alrededor de las marcas, esparciendo sobre ella la sangre que manaba de la mordedura.
Harry se retorció ante el gesto, provocándole una nueva oleada de placer. Bajó la mirada lentamente, sabiendo lo que encontraría. Tuvo que separar su pecho de la espalda a la que estaba pegado, pero efectivamente así comprobó que más abajo estaba aún más íntimamente unido a Harry.
Jadeó extasiado ante la imagen de su cuerpo desapareciendo dentro del de su amante, de un cuerpo que pese a haber profanado, nunca antes había visto desnudo.
Pero por Salazar que era excitante encontrarse de pronto en esa situación, llevarse el premio de su cuerpo sin haberlo preparado siquiera. Saber lo que habían estado haciendo minutos antes, y saber que cuando lo habían hecho no eran totalmente humanos.
Se preguntó cómo después de la violenta transformación y el dolor que producía, había logrado mantenerse erecto y sin perder ese delicioso contacto. Obviamente la respuesta era clara, sólo hacía falta remitirse a la reproducción canina, imagen que en esos momentos no deseaba evocar en absoluto.
Mejor aprovechar las circunstancias antes de que Harry se preguntara cómo demonios habían acabado en esa situación.
-Harry -susurró en su oído, tal como había musitado desde la otra punta de la habitación, justo antes de transformarse.
No recibió más respuesta que un suave gemido, así que procedió a besar y lamer la nuca y espalda que tenía frente a su rostro.
-Harry -repitió, buscando el permiso que ansiaba. Una cosa era hacerlo como animales siendo casi animales, ahora que tenía conciencia no podía disponer de Harry sin su permiso.
Aunque lo tuviera tan deliciosamente encajado en su silueta. Aunque estuviera tan dentro de él que ya no tenía sentido buscar su consentimiento.
Arrastró la cadera por el suelo y pegó su pelvis a los glúteos de Harry, que le acogieron aún más profundamente.
-Mmm... -apreció Harry, aparentemente consintiendo gustoso.
Pero Severus no tenía bastante. Obviamente estaba sumido aún en duermevela, la razón nublada al mismo tiempo de dolor y placer. Y él quería una entrega total, sus nuevas emociones exigían sumisión por parte de su cachorro.
-Harry. Harry. ¡Harry! -intentó espabilarle antes de que le hiciera perder el control con esos pequeños empujones de sus caderas, buscando hacia atrás el contacto de su piel.
-Grrrr... -gruñó y ronroneó a la vez-, Severussss...
Snape no pudo contenerse al ruego de su pareja, no cuando al menos demostraba saber quién era él, en un tono que revelaba todo el deseo que sentía.
Ancló el brazo en la cintura del joven, manteniéndole inmóvil mientras se movía dentro y fuera de su interior, en un ritmo lánguido que sus doloridos cuerpos tolerasen.
Habían consumido la lujuria transformados en sus complexiones más resistentes, ahora sellaban su unión mística de un modo más humano, amándose y entregándose el uno al otro.
Severus aceleró el ritmo cuando Harry se lo pidió sin palabras, simplemente con un movimiento de caderas. Se maravilló ante el nivel de entendimiento que se había establecido entre ellos. Podía leer cada movimiento de su amante, qué pretendía expresar con cada gemido, cada jadeo.
Supo instintivamente el momento exacto en que su orgasmo se desató, tan sólo por el modo en que su cuerpo temblaba encajado al suyo.
En ese momento dejó que sus instintos le guiaran y, colocando una pierna sobre la cadera de su amante, rotó sobre él hasta quedar totalmente encima, entre sus piernas abiertas.
Aún estando todavía aletargado, Harry no pudo soportar mucho tiempo el frenético movimiento de su pareja sobre él, aprisionando su erección contra el suelo y bombeando el punto exacto con cada golpe de cadera. Pero lo que realmente le desbordó fue el posesivo mordisco que recibió en la nuca. El dolor y el velado instinto de sumisión que aún no entendía, le llevaron al orgasmo más intenso que había tenido. En forma humana.
Las nubes de su mente se fueron despejando poco a poco, con cada caricia a su dolorido cuerpo, cada lamida en su cuello, cada beso en su boca. Respondió satisfecho sabiendo que estaba con la persona correcta, a la que había amado y deseado durante tanto tiempo.
Debía ser un sueño, ¿verdad?
-¿Severus? -susurró, la voz aún ronca.
-Mhhmm -asintió el hombre, sin querer romper aún el encanto del momento.
Pero en uno de esos adictivos besos, Harry fue consciente de la realidad que estaba viviendo, y con la saliva compartida, el sueño se tornó pesadilla.
Era la primera vez que no recordaba nada tras una transformación, de ahí que le hubiese costado tanto ubicarse. Había estado consciente todas y cada una de sus lunas llenas, desde que se producía el cambio lupino hasta recuperar su cuerpo humano, gracias a Severus y su poción matalobos. Haber despertado sin recordar nada en absoluto le había desorientado, hasta el punto de cometer el error más grande de su vida, dejándose llevar por sus anhelos y maldiciendo la vida del hombre que amaba.
Aunque la realidad no hubiese sido de ese modo, el haber contagiado con seguridad a Severus le afectó de tal modo que el hombre no pudo sacarle de su error. Se replegó en su desnudez, enterrando la cabeza entre sus rodillas, estirado en el suelo cual lobezno asustado. Tan solo el grito de su pareja le sacó del lugar donde la culpa le estaba consumiendo.
-¡Basta! -gritó al final Snape, viéndose incapaz de sacar a Harry de su estupor tan sólo con el consuelo de palabras dulces y caricias suaves. Si su cachorro necesitaba autoridad, se la daría-. Levántate.
Harry no dudó un instante en seguir la orden, aún sin entender el impulso que le llevaba a hacerlo. Pero llevaba tiempo acostumbrado a sus instintos de licántropo, así que obedeció y se dejó llevar dócilmente hasta la cama.
Severus recogió la varita que había rodado bajo el armario, y lanzó sendos hechizos de limpieza sobre los dos.
Una vez limpios se estiraron en la cama, Harry temblando en sus brazos a pesar de haber salido de su aturdimiento.
Antes de ofrecerle las explicaciones que le debía, Snape le acomodó posesivamente bajo su brazo y tapó su cuerpo desnudo.
-No recuerdas nada de anoche -afirmó, aunque había cierto punto de duda en la aserción.
Harry negó con la cabeza, sintiéndose de algún modo culpable por no hacerlo. Severus notó el sentimiento de culpa a través de la tensión de su cuerpo, del casi imperceptible olor que desprendía su cuerpo, parecido al del miedo que había mostrado al principio. Aún debía acostumbrarse a esos nuevos sentidos tan hipersensibles.
-Harry, ayer falló la poción, como habrás supuesto. En cuanto me di cuenta vine para evitar que escaparas de la mansión.
El joven se incorporó de golpe, sintiendo el dolor hundido en cada uno de sus músculos. Apartó la sábana que cubría la desnudez de Severus y buscó frenético arañazos, mordeduras, heridas que le hubiese podido infligir el lobo.
-No me hiciste nada -le calmó, alegrándose de estar de espaldas, donde llevaba las marcas de las garras-. Reconociste mi olor y...
-¡Pero podría haberte matado! ¿Por qué te arriesgaste de ese modo? -exigió Harry, perturbado.
-Reconozco que me expuse imprudentemente. Subestimé tus dotes de lobo como hice con las de humano.
Harry bufó, no estaba de humor para la ironía de Snape. - ¡Deberías haber...!
-Basta Harry -dijo con un tono firme pero sin levantar la voz-. Dime, ¿cómo te sientes cuando te ordeno algo?
El joven pensó, antes de contestar-: Empujado a obedecerte. Pero de buena gana, no siento que tenga que luchar contra la imposición, como con la imperius.
-¿Te sentías antes de este modo? -le preguntó, intentando que Harry llegara por sí mismo a la conclusión.
-En cierta manera. Pero creo que era más el deseo de complacerte. -A pesar de estar desnudo entre sus brazos, Harry se sonrojó, admitiendo por fin algo que ambos habían sabido desde hacía mucho.
Snape se enterneció de un modo que no había hecho antes. El sentido de posesividad era realmente fuerte, y Harry debía notarlo. -¿Te sientes atraído hacia mí?
Enterró la cabeza en su pecho antes de contestar. -Desde hace mucho.
-Lo sé, Harry.
El joven levantó la mirada y se quedó prendido en esos ojos oscuros, del mismo modo en que lo había hecho mes tras mes, antes de salir huyendo de la tentación. Pero ahora el mal ya estaba hecho, así que se dejó llevar y permitió que Snape devastara su boca, saboreándole como había deseado hacer durante meses.
Un suave pero intenso mordisco en el labio, y Harry entendió exactamente lo que Severus había intentado explicarle.
-No es atracción, es necesidad -dijo emocionado, rompiendo el beso-. Antes podía luchar contra el deseo, ahora no puedo; me he rendido -reconoció, sintiendo cómo perdía el calor que le había provocado el beso. Había sido débil, y ahora Severus estaba tan maldito como él.
-No te has rendido tú, lo he hecho yo. -Puso un dedo sobre esos labios que deseaba tocar con otras partes de su cuerpo, pero que ahora debía callar simplemente para asentar la situación. Había llegado la hora de las confesiones; o al menos parte, no pensaba arriesgarse a perder a su cachorro contándole cómo se había contagiado exactamente...
-Reconociste mi olor cuando estabas a punto de atacarme. -Se detuvo un momento para aplacar el súbito temblor del cuerpo que tenía entre sus brazos-. Pero reconocerme te frenó. Como has notado, tus sentimientos hacia mí han cambiado, se han hecho más fuertes, más primarios.
Harry entendió lo que Severus no estaba diciendo, pero estaba implícito en sus palabras y en sus propios sentidos. Se había convertido ya. No sólo le había contagiado, si no que le había infectado en luna llena, haciéndole pasar la primera transformación sin la ayuda de la matalobos.
-Dios mío, Severus. Podría haberte matado. Una vez hecho el cambio, y sin la poción, podría haber defendido mi territorio. Dios, si te hubiese...
-Harry. Piensa. ¿Cómo nos hemos despertado?
El joven se ruborizó, pero siguió pensando en todo lo que había leído sobre el comportamiento social de lobos y licántropos, que era mucho. -Pero dos machos juntos sin la inhibición de la matalobos...
-Has reconocido que me deseabas antes -Harry asintió, avergonzado-. ¿Qué sabes sobre la vida sexual lupina?
-Entre el macho y la hembra...
-No somos lobos, somos licántropos y mantenemos parte de nuestros más profundos instintos. ¿Qué sabes, Harry?
-Son monógamos. El guía de la manada es el... -La cara de Harry se llenó de comprensión y deleite -. Eres mi alfa.
-Soy tu alfa -repitió Snape paladeando el significado de la afirmación.
Ninguno pudo resistirse. Severus devoró su boca y Harry la abrió para él, ahora conscientemente entregado a su alfa, su amor, el hombre al que estaría unido el resto de su vida...
-¡Severus! -gritó de pronto, separándose bruscamente de él-. ¡Era mi primera vez!
Snape se quedó mirándole durante unos segundos con el rostro congelado, antes de transformarlo en estupefacción y luego mojarlo con lágrimas de risa.
-¡Severus! -se quejó de nuevo, palmoteándole en el hombro repetidamente-. ¡Estaba transformado, como animal! ¡Ni siquiera me acuerdo! -añadió indignado.
Secándose las lágrimas con el dorso de la mano, Snape le dijo poniéndose muy serio de pronto-: Piénsalo la próxima vez que me hociquees la entrepierna.
Harry se quedó boquiabierto, antes de rendirse a la risa de su amante y unirse a ella, como le pedía que hiciera el nuevo vínculo que tenían.
Ya habría otras primeras veces que recordar...

FIN

* http://es.wikipedia.org/wiki/Tapetum_lucidum

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MensajeTema: Re: Dulce Maldición (One shot)   Dulce Maldición  (One shot) I_icon_minitimeMar Ago 26, 2014 10:19 am

Awww Sev tan lindo se convierte en su alfa y todo resuelto jajaja creo ke de morir a despertar en esa situacion jamas lo imagino jeje muy buen fic!
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MensajeTema: Re: Dulce Maldición (One shot)   Dulce Maldición  (One shot) I_icon_minitimeDom Feb 15, 2015 8:57 am

Oh cielos, este fic ha sido intenso. Tanto amor reprimido, tanta culpa... para que al final Sev mandase todo a volar para poder estar con Harry.
Bueno, por lo menos al final el chico lo ha aceptado, ellos deben de estar juntos.
Ah!, aun me siento toda emocionada. Fue perfecto.
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MensajeTema: Re: Dulce Maldición (One shot)   Dulce Maldición  (One shot) I_icon_minitime

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