Lucius y Narcissa acaban de casarse pero por un malentendido con las cuentas de Lucius (le ocultó a su flamante esposa la mitad de su fortuna para no hacerle un buen regalo), van en carro completamente enojados. Recorren la ciudad, uno con una cara peor que el otro; pasean por los suburbios y llegan a la campiña.
Allí Lucius ve unos cerditos revolcándose alegremente en el barro:
-Míralos, Narcissa, ¿son parientes tuyos?
-Sí. Mis suegros.
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