gabrielle62
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| Tema: Alevosía Lun Mayo 26, 2014 12:47 pm | |
| Título:Alevosía Autor:gabrielle62 Personajes:Harry Potter, Severus Snape Resumen: Harry siente que su vida no vale la pena, rompe con Ginny incapaz de seguir adelante con esa farsa. Entre semana es el joven y laureado Jefe de Aurores. Los sábados Harry se pierde en tugurios del mundo muggle, donde nadie le conoce y se embriaga hasta quedar inconsciente. ¿Qué le ocurre a Harry? Género:Angustia, Aventura, Romance Clasificación:R Advertencias:Muerte de un personaje Capítulos: 1 Publicada: 05/08/09 Palabras:9671 Actualizada:05/08/09 ¿Completa: Si OoO Ginny y él habían roto. Molly había organizado su boda de principio a fin, manteniendo a Harry al margen como si fuera poco menos que un pelele sin voz ni voto. Cuanto más se acercaba la fecha más seguro estaba de que no quería casarse, y dos meses antes del evento, Harry había explotado, dejando muy claro que si algún día decidía casarse, él tomaría parte activa en el que sería uno de los acontecimientos más importantes de su vida, y que aún no estaba preparado para dar semejante paso. ¡Solo tenía veinte años, por Merlín! Se había liado una buena. Sólo la interposición de Arthur Weasley entre el joven y las dos mujeres Weasley, logró evitar que aquello fuera un auténtico desastre. Harry no había pretendido montar semejante lío, sólo quería que entendieran que necesitaba vivir como un joven de su edad y que no se sentía preparado aún para formar una familia. Ron y Hermione eran los que más le apoyaban y también quienes más le defendían, como de costumbre. —Harry, tú no estás enamorado de mi hermana, ¿verdad? —le preguntó su amigo tres días más tarde, mientras comían. Se quedó tan atónito ante la pregunta, que se le cayó la cuchara llena de sopa que estaba a punto de llevarse a la boca, en el plato, y se puso perdido. Tenía fideos hasta en el pelo. Afortunadamente, estaban comiendo los tres solos, pues desde su negativa a casarse, Molly le evitaba y Ginny no quería verle. Era un intento de coacción por parte de ambas mujeres que Harry no estaba dispuesto a aceptar. Decidió que hablaría con Ginny aquella misma noche. —Yo la quiero —dijo avergonzado. —Pero no la amas —sentenció Hermione—. No has podido olvidarlo, ¿verdad? Hacía ya dos años que se había sincerado con ellos en un momento de debilidad, cuando un mes después de que la guerra hubiese terminado, sus amigos se habían aparecido en Grimauld Place para sacarle del lastimoso estado en que se hallaba tras los funerales de Fred, Lupin y Thonks. Ellos sabían que Harry no era tan fuerte como los demás se empeñaban en creer, e intuían que había algo más que atormentaba a su amigo, aparte de su obvia tristeza ante la pérdida de sus amigos. Harry se quebró ante Ron y Hermione y acabó por confesarles lo que le ocurría, seguro de que si en alguien podía confiar era en ellos. Ron tragó duro; Harry era su mejor amigo, pero Ginny era su hermana y no quería que se hiciera ilusiones con alguien cuyo corazón pertenecía a otra persona. Ron detestaba a Snape, ahora con toda su alma, por haber herido a su amigo de esa forma. Le odiaba por comportarse una vez más como el bastardo grasiento que siempre había sabido que era… ¡Y pensar que le habían salvado la vida! Cayó en la cuenta de que cuando ayudaron a Snape, Harry ya había pasado por aquella afrenta, y aún así, había llorado por él cuando pensó que se moría. Harry creía que nadie se había percatado de sus lágrimas, pero él se había dado cuenta. “¡Que despropósito!”, pensó Harry. Su amigo intentando animarle, cuando Ron había perdido a su hermano en la guerra, y él había sido incapaz de ir más allá de darle un fuerte abrazo. Siempre había tenido problemas para expresar sus sentimientos, suponía que era una secuela más de su “encantadora” vida junto a los Dursley. Pero sus amigos tenían razón, no le había olvidado, a ellos no podía engañarlos, eran sus mejores amigos y le conocían como nadie, pero no quería hablar demasiado de él, ni siquiera con ellos, le hacía sentirse como un pobre imbécil masoquista. Se sentía mal también por Ginny, porque al fin se había decidido a terminar con una relación que jamás le llenó y que le estaba asfixiando, pero nunca había encontrado el valor necesario para romper con la hermana de su mejor amigo. Nunca…hasta ahora. Esperaba que Ron se pusiera hecho una furia cuando le dijo que iba a terminar con Ginny, pero se llevó una sorpresa. —Has tardado en decidirte, compañero —le dijo, poniéndose en pie. Harry le imitó, dudando si su amigo iba o no a golpearle, pero Ron le dio una palmada en la espalda y salió de la cocina. —Siempre dijo que no funcionaría —apuntó Hermione por toda explicación. Harry fijó los ojos en su plato y no dijo nada más. A veces, resultaba frustrante que le conocieran tan bien. OoO Harry se sentía atraído por su profesor de Pociones desde hacía más de un año, algo que no entendía muy bien como había llegado a suceder, pero había ocurrido de forma paulatina aunque el hombre era un bastardo con él y siempre lo había sido.
Comenzó admirando su doble labor como espía, empezando a entender un poco la tarea tan difícil que el maestro realizaba. Engañar a Voldemort no era sencillo, y sin embargo, Snape llevaba años haciéndolo, era un auténtico experto en ocultar sus emociones.
Harry luchaba contra aquella turbación que sentía cada vez que le veía, negándose a reconocer otro sentimiento hacia el profesor que fuese más allá de la admiración.
Hasta que un buen día, tuvo que admitir que le gustaba aquel oscuro hombre al que antes odiaba.
Snape no era un hombre atractivo pero Harry le observaba con disimulo cada vez que tenía ocasión; era más fuerte que él, más fuerte que nada de lo que hubiese sentido antes hacia nadie, ni siquiera hacia Ginny.
Le subyugaba el aura de misterio que envolvía al profesor. Estaba convencido de que Snape guardaba más secretos que las cámaras de alta seguridad de Gringotts.
Le hechizaban aquellos ojos, oscuros como pozos sin fondo, que nunca le miraron sino con desprecio. Le fascinaba su voz grave y profunda, su manera de moverse, y le atraían poderosamente sus manos de dedos finos y largos.
El morbo que el hombre le provocaba, alimentaba las fantasías nocturnas de Harry. Hasta que le vio asesinar a Dumbledore y su deseo cayó en picada al mismo ritmo que aumentaba su odio.
Jamás podría perdonarle.
OoO Hacía ya dos años de la ruptura. Ginny salía con Neville y Harry seguía frecuentando la casa de los Weasley. Una vez aclarado todo, las aguas volvieron a su cauce poco a poco. Ginny era feliz con su nueva pareja y ya planeaban casarse. Harry se alegraba por ellos. Ambos eran grandes personas y merecían ser felices. Harry seguía solo. Apuró su octava pinta (1), ya estaba totalmente ebrio y había ido al baño varias veces a liberar su repleta vejiga, la última con dificultad, dada su embriaguez, pero no soportaba nada más fuerte que la cerveza, así que tenía que beber mucho antes de alcanzar el punto que buscaba; ese puntito que te impedía coordinar una frase de forma coherente, pero que sobre todo, no te dejaba pensar. Lo ocurrido el día de la batalla seguía latente en lo más recóndito de su alma y le llevaba a ahogar sus penas, las noches de los sábados, en el primer pub muggle que encontraba y donde nadie le conociera. Al menos lograba olvidar durante unas horas aquel día que creyó que no sobreviviría y decidió decirle lo que sentía realmente por él, para recibir a cambio la última humillación de Snape, la peor de todas. Sólo su trabajo como Auror aportaba alguna luz a su vida, porque le hacía sentirse útil. Pero no era suficiente, nadie le esperaba cuando regresaba a su apartamento y sus noches estaban llenas de pajas solitarias. OoO
Eran demasiadas pérdidas, demasiados infortunios, días sin apenas comer y noches sin dormir. Su preciosa e inteligente Hedwig, el único vínculo que tenía con el mundo mágico cuando estaba en casa de sus tíos. Ojo loco, el valiente Auror que finalmente había sucumbido por protegerle, y ahora también el entrañable Dobby.
Harry no había permitido que nadie le ayudase; él mismo había cavado la tumba del fiel elfo con sus manos, quería hacerlo sin magia. Después, le había enterrado y plantado aquellos brotes verdes sobre su tumba, que florecerían al llegar la primavera.
Probablemente, no había un lugar más hermoso en el mundo para enterrar al fiel elfo que allí, en el acantilado próximo a la casa de Bill y Fleur, desde donde se divisaba una espectacular vista del mar.
Pero aún así… lamentaba mucho dejarle atrás. Dolía tener que decirle adiós para siempre.
OoO
Tras el rechazo de Snape y acabar con Voldemort, Harry estaba devastado. Se sentía como un paria y no encontraba su lugar. Matar a Voldemort le convertía en un homicida y eso era demasiado para él, porque era incapaz de asumirlo y seguir con su vida. “El Salvador del Mundo Mágico”, le llamaban. ¿Qué dirían si vieran ahora a su héroe? Rió para sus adentros. ¡Menudo héroe de pacotilla!
Nunca se libraría del estigma que le marcaba como el asesino del Señor Oscuro, no importaba cuantos eufemismos usasen para esconder la verdad, había tenido que matar para poder seguir vivo…para que el mundo mágico pudiera vivir en paz. Pero el fin rara vez justificaba los medios, y él sabía perfectamente lo que era, lo que le habían forzado a ser, y también, por desgracia, sabía como se sentía a causa de ello…
Sólo quería ser uno más, un joven normal de veintidós años.
Ahora que al fin podía, por primera vez desde que recordaba, vivir su propia vida, no sabía cómo hacerlo. Snape siempre había sido una constante en su existencia, desde que pisó Hogwarts por primera vez y el maestro le dejó muy claro que le detestaba, poniéndole en ridículo ante toda la clase.
Eso fue algo invariable durante siete años en los que él siempre estaba presente para hacerle notar lo torpe que era y señalarle cada uno de sus errores, y si tenia público, mucho mejor. Muchas veces Harry quiso maldecirle.
Cuando Severus Snape, seguro de que iba a morir, le entregó sus pensamientos, fue cuando el joven entendió muchas cosas de la vida de aquel hombre, que de otro modo nunca hubiese comprendido.
Harry se parecía demasiado a su padre y era el hijo de alguien a quien Snape detestaba; además, siempre estuvo enamorado de su madre, lo cual indicaba que Snape no era homosexual, y eso reducía sus ya inexistentes posibilidades a menos uno.
La vida no había sido justa con Snape, pero él también había cometido graves errores. Convertirse en Mortífago fue el peor de todos ellos; arrepentirse y ponerse al servicio de Dumbledore, un intento de redimirse.
Hizo un gran servicio a la Comunidad Mágica y ésta jamás se lo reconoció. Era normal que estuviese tan amargado, para colmo de males tuvo que convertirse en el asesino del viejo Director por expreso deseo de éste.
¡Cómo odió Harry a Snape entonces! Tanto… que le persiguió en un débil intento de causarle todo el daño posible. Sus hechizos eran nimios comparados con el poder del profesor, al menos lo eran entonces. Podía haberle herido gravemente, y sin embargo, Snape no lo hizo, se limitó a salvaguardarse mientras huía, evitando los torpes intentos de Harry.
Todos estos pensamientos acudían confusos a su abotargada mente. Siempre era lo mismo hasta que conseguía estar tan borracho que ya no podía ni pensar.
El local en el que se encontraba era una vieja tasca a la que se accedía por unas empinadas escaleras, pobremente iluminadas por unas luces amarillentas y unas cuantas velas. Los techos eran bajos y abovedados, y apenas se cabía de pie.
Recordó que había una salida lateral a un callejón hacia el cual se dirigió; además, nunca habría logrado subir las malditas escaleras sin acabar rodando por ellas.
No podía aparecerse en su apartamento en esas condiciones. Si lo intentaba, su cuerpo se escindiría, dejando partes del mismo por todo Londres, y tampoco era plan. Así que sentarse al aire fresco mientras esperaba que se le pasasen los efectos de la tremenda curda que tenía, se le antojaba una estupenda idea.
Sus piernas se negaban a sostenerle y trastabilló, pero justo antes de estamparse contra el suelo, alguien detuvo su caída. Lo último que alcanzó a ver antes de perder el conocimiento fueron unos ojos negros que conocía demasiado bien, así como el desprecio que aquellas pupilas desprendían; unos ojos y una mirada que jamás hubiese esperado volver a sentir sobre su persona.
OoO
Nada más llegar a Godric´s Hollow, habían ido a visitar la tumba de sus padres y luego a la casa de Batidla Bagshot, la anciana amiga de Dumbledore, donde les habían preparado una letal encerrona. La anciana estaba muerta y Nagini, que se encontraba dentro de su cuerpo, había atacado a Harry, mordiéndole en el brazo en un intento de retenerle hasta la llegada de Voldemort.
Afortunadamente, habían logrado escapar, aunque ni Hermione ni él sabían muy bien cómo lo habían logrado; pero la varita de Harry, su preciosa varita, se había roto y no parecía tener arreglo ¿Qué iba a hacer él ahora sin varita?
La desaparición de Ron no había hecho sino empeorar todo aún más. Hermione lloraba todas las noches y Harry se sentía vacío, muy triste y también muy cansado.
Acampaban en el bosque de Dean y la ausencia de Ron pesaba como una losa. Tras varias noches sin dormir apenas, Harry estaba más alerta que nunca. Aquella noche se había quedado haciendo guardia y llevaba puesta toda la ropa de abrigo que tenía, pues hacía muchísimo frío.
La oscuridad se volvió hermética según avanzaban las horas y él se amodorraba por momentos.
Entonces lo oyó; era un leve sonido, apenas apreciable, pero en el silencio de la noche todo se intensificaba.
¿Por qué no habían funcionado los hechizos protectores? La explicación la tenía ante sus ojos; era un patronus, de una cierva, blanca como la nieve, que le observaba fijamente...
Harry supo casi al instante que le buscaba a él y se levantó despacio, sin miedo. Aquel patronus le resultaba extrañamente familiar; los oscuros ojos de la cierva le contemplaron durante largo rato y luego, el hermoso animal empezó a alejarse.
Harry le rogó que volviera, pero la cierva continuó alejándose, perdiéndose entre los árboles, hasta que de pronto desapareció y la más completa oscuridad se apoderó nuevamente del bosque. Entonces Harry sí sintió miedo, además de una gran sensación de pérdida.
— ¡Lumos!—exclamó con voz temblorosa, temía que todo fuera una trampa y que le fueran a atacar de un momento a otro. No sabía porqué la cierva le había conducido hasta allí, pero tenía que haber una razón.
No podía evitar pensar en quién podía estar ayudándole, Dumbledore estaba muerto, al igual que sus padres y Sirius. Lo ojos oscuros de la cierva le recordaban a los de Snape, sólo que los del maestro de Pociones jamás le contemplarían con tanta dulzura.
Sonrió amargamente por sus tontos pensamientos y siguió avanzando en busca de alguna pista.
Entonces descubrió una charca helada y caminó hacia ella con cuidado, apuntando con la varita a su superficie para ver si se veía algo allí.
Cayó de rodillas, impactado al ver de qué se trataba:
La espada de Godric Gryffindor, con su resplandeciente empuñadura revestida de rubíes, reposaba en el fondo del agua.
Intentó convocar la espada con varios encantamientos, pero desistió al ver que ninguno daba resultado.
— ¡Diffindo!—gritó como último recurso, y entonces el hielo de la charca se resquebrajó con gran estruendo.
Sabiendo que no le quedaba otro remedio, se desnudó rápidamente y dejó la varita de Hermione, aún encendida, sobre la nieve. Se sumergió apresuradamente, intentando no pensar en la locura que estaba cometiendo. El mortal frío sacudió todos los órganos de su cuerpo, sentía que se entumecía, le costaba un triunfo respirar y un doloroso latigazo en el cerebro al sumergirse casi le sumió en la inconsciencia. Buscó a ciegas la espada, la cogió y tiró de ella; inmediatamente sintió que algo le rodeaba la garganta y le estrangulaba. La cadena del horrocroux que colgaba de su cuello se había enredado alrededor del mismo y amenazaba con ahogarle. Estaba a punto de asfixiarse y no veía salida alguna.
Cuando volvió en sí, tenía el cuerpo amoratado y se encontraba de bruces sobre la nieve, tosiendo y con ganas de vomitar. ..
— ¿Estás loco o qué?—la voz que más había deseado escuchar durante los últimos y terribles días le produjo una inmensa alegría, que dio calidez a su maltrecho corazón. ¡Jamás en toda su vida se había alegrado tanto de volver a ver a Ron!
Éste acababa de salvarle la vida, y aunque seguía echándole la bronca por ser no haberse quitado el horrocroux antes de sumergirse, Harry estaba demasiado contento de verle como para pensar en nada más. Excepto en el color de los ojos de aquella linda cierva que le recordaban a los de Snape.
OoO
Los oscuros ojos se entrecerraron hasta formar dos estrechas rendijas mientras que, profundamente molesto, observaba al joven dormido en el sofá. No podía creerlo cuando le vio en el pub totalmente borracho.
Algo fallaba, y mucho, en el plan establecido, si Potter, en lugar de estar disfrutando de su merecida vida en libertad y dejarse adorar por el Mundo Mágico, como tanto le gustaba, se emborrachaba hasta quedar casi en coma en un antro de mala muerte. Tenía curiosidad por saber qué le había ocurrido a ese torpe Gryffindor para llegar a ese estado; mucha curiosidad. No había vuelto a saber nada de Potter desde que terminase la guerra, donde una vez más la suerte, que siempre llevaba pegada al culo, le había hecho salir victorioso frente al Señor Oscuro. Fuera como fuese, Potter había vencido, devolviendo la paz y la esperanza al Mundo Mágico.
Demasiadas veces en esos cuatro años se había cuestionado sus actos para con el joven y había imaginado ciertas “situaciones”…entre ambos.
Las cicatrices de su cuello eran horribles y permanentes, y tenía una leve parálisis en su brazo izquierdo; eran las secuelas que le habían quedado de su encuentro con la serpiente, pero podía haber sido mucho peor. Tenía suerte de seguir con vida. Una vida que muy a su pesar debía en gran parte al atractivo joven que ahora dormía en su cama.
Había sobrevivido y vuelto a Hogwarts, pero nunca le habían reconocido su arriesgado papel como doble espía, ni su valiosa contribución a la resolución de la guerra a favor del bando de la Luz.
Cuando Potter, que había presenciado todo, mostró como prueba ante el Wizengamot los pensamientos que él le había cedido cuando creyó que no sobreviviría, todos pudieron ver lo que realmente había sucedido aquel día en la Torre.
De cualquier modo, Snape nunca pudo perdonarse haberse convertido en el asesino del único hombre que había creído en él. Ese era un estigma que le acompañaría durante toda su vida. Cuando Potter acabó su declaración supo que no le condenarían, pero siguieron desconfiando de él. No era un hombre agradable ni que cayese bien, lo sabía, y maldito lo que le importaba; eso decía y diría siempre a todo el que estuviese dispuesto a escucharlo, pero lo cierto era que todo lo que había sucedido durante y después de la guerra le habían hecho encerrarse aún mas en su concha.
Evitaba en lo posible el contacto con otros seres humanos, sólo sus repelentes alumnos le mantenían en contacto con la realidad. Eso y sus obligados encuentros por temas escolares con McGonagall, la actual Directora de Hogwarts. El poco tiempo libre de que disponía lo pasaba en sus aposentos, leyendo o trabajando en alguna poción nueva, o… espiando a Harry Potter.
Desde que le declararan inocente de todos los cargos contra él, se había convertido prácticamente en un ermitaño. Potter no le había mirado ni una sola vez durante el juicio, hacía ya cuatro años, y por alguna razón, que no acertaba a comprender, que Potter le ignorase le molestó profundamente.
La visita que había efectuado esa mañana al apartamento de Hermione Granger había sido reveladora. Su novio se encontraba también allí, y si bien no le habían recibido cordialmente al principio, hablaron mucho… de Harry Potter.
Cuando salió del apartamento de la chica, una hora después, tenía muy claro lo que tenía que hacer.
OoO
[i]No había vuelto a Hogwarts hasta ahora, Habían entrado a través de un pasadizo secreto que había en el Cabeza de Puerco, el antro que regentaba Aberforth, hermano del difunto Dumbledore. Era el único pasadizo cuya existencia desconocían los Mortífagos.
Nadie debía enterarse de su presencia allí, pero eso había resultado un fiasco total. Neville había salido a recibirlos, encantado de volver a verlos, y divulgado la noticia entre todos los miembros del ED antes de que Harry pudiera hacer nada por evitarlo.
Al parecer, llevaba algún tiempo escondido en la Sala de los Menesteres, y por el aspecto que presentaba con el pelo largo. y el rostro y los brazos llenos de heridas, además de sus ajadas y sucias ropas, no parecía haberlo pasado demasiado bien tampoco.
Harry no sabía qué hacer. Habían ido allí en busca de un horrocroux, con la intención de marcharse una vez lo hubiesen conseguido, pero no podía decírselo a su compañero así, a bocajarro, no podía arrojar semejante cubo de agua fría sobre el esperanzado Neville.
—¿Qué te ha pasado, Neville?—preguntó una tensa Hermione a punto de llorar.
—Bueno…Los Carrow se encargan de mantener la disciplina en el colegio. Amycus se encarga de la clase de Defensa Contra Las Artes Oscuras y nos obliga a usar el cruciatus con los que son castigados. Esto—dijo señalándose un profundo corte en la cara—me lo hizo por negarme a echar esa maldición a un compañero.
—¡No es posible!—exclamó Harry, estupefacto, mientras Hermione lloraba y las pecas de Ron se hacían más visibles que nunca debido a su palidez—. ¿Y él permite que eso pase?—preguntó una vez más con rabia, refiriéndose a Snape, el actual Director del colegio.
—¿Es el Director, no? Por supuesto que lo permite, es uno de ellos—dijo Seamus sin disimular su asco.
Harry no podía creerlo. No quería creerlo…
En ese instante, decidió que no abandonaría el castillo sin hablar con él. Lo había pensado ya antes pero le parecía demasiado arriesgado, ¿Y si se equivocaba y no era Snape quien le había enviado el patronus de la cierva para ayudarle tal y como sospechaba?
Ahora dudaba que fuese él, pues alguien que intentaba ayudarle a destruir los horrocroux para acabar con Voldemort, no podría tolerar la salvajada que estaban cometiendo con los alumnos de Hogwarts.
—Está bien, atended—dijo, decidiéndose a dejar que le ayudasen en su búsqueda; como habían dicho sus amigos, cuantos más, mejor—. Estamos buscando algo que nos ayudará a vencer a Voldemort, es un objeto, algo que creemos que podría pertenecer a Ravenclaw. ¿Habéis visto o sabéis de algo que pudiera pertenecer a la fundadora de esa casa, que tenga un águila dibujada o algo parecido?
—Ya te hablé de ella, Harry—dijo Luna—. De la diadema perdida de Ravenclaw, que lleva siglos desaparecida. Dicen que tenía poderes mágicos.
—¿Y nadie ha visto nunca nada parecido?—preguntó Harry con ansiedad.
Todos negaron con la cabeza.
—Si quieres tener una idea de cómo puede ser, Harry, ven conmigo a la sala común de Ravenclaw, allí está la estatua de Rowena—sugirió Luna.
—Harry… —dijo Neville—…, no nos han encontrado aún porque cada vez que salimos aparecemos en un lugar diferente del castillo. Nunca sabemos donde vamos a aparecer, así que debes tener muchísimo cuidado. Los Mortífagos vigilan los pasillos toda la noche.
—Gracias, Neville, lo tendré en cuenta. ¿Preparada?—preguntó Harry, mirando a Luna.
—Cuando quieras, Harry—dijo la chica, sonriendo.
Se ocultaron bajo la capa invisible y Harry empujó la pared. Ésta cedió y se aparecieron en medio de uno de los oscuros corredores del castillo. Harry se apresuró a sacar el Mapa del Merodeador, que guardaba en la pequeña bolsa de cuero que llevaba colgada al cuello.
Después de consultar el mapa varias veces, al fin llegaron a su destino. Se hallaban ante una escalera de caracol de la que no se veía el final. Ascendieron por ella y, tras interminables y mareantes vueltas, se encontraron ante una vieja puerta de madera que no tenía pomo ni cerradura. Sólo una vieja aldaba de bronce con forma de águila que Luna se apresuró a coger para llamar con ella a la puerta.
Una suave y musical voz le preguntó:
` —¿Qué fue primero, el fénix o la llama?
Luna se quedó pensativa unos instantes.
—¿A ti qué te parece, Harry?—preguntó.
—¿Qué me parece qué? ¿Acaso no hay una contraseña para entrar?—preguntó cada vez más confundido.
—No, tenemos que responder a la pregunta…
—¿Y si no sabes qué contestar, entonces qué?—volvió a preguntar Harry, que cada vez estaba más nervioso.
—Entonces… tendríamos que esperar a que viniera alguien que conociera la respuesta.
—Pe…pero Luna. ¡No tenemos tiempo de esperar a nadie!
—Tienes razón—dijo con aquella expresión que a Harry le hacía pensar que su amiga no era de este planeta—. Bueno…, creo que lo tengo. El círculo no tiene ni principio ni fin.
—Podéis pasar—dijo la afable voz, y la puerta se abrió facilitándoles la entrada.
Se encontraban en una sala redonda, la más grande de todas las que Harry había visto hasta entonces. Grandes ventanas con forma de arco, adornadas con cortinas en color azul y bronce, dejaban ver unas magníficas vistas de las montañas que rodeaban el castillo. El mobiliario, sencillo y práctico, se componía de mesas, sillas y estanterías repletas de libros. Al otro lado de la puerta, en un nicho, se alzaba la inmaculada estatua de una dama, tallada en mármol. Su cabeza estaba adornada por una diadema, también de mármol blanco, en la que se apreciaba una leyenda en letras pequeñas.
Harry salió de debajo de la capa invisible y se subió a la peana de la estatua, para poder leer lo que ponía en la diadema:
—La inteligencia es el mayor tesoro de los hombres—leyó en voz baja.
—¡Y tú eres el mayor estúpido de todos ellos!!—gritó una desagradable voz de mujer tras él. Del susto, Harry resbaló y cayó aparatosamente al suelo. La grotesca Alecto Carrow estaba ante él, y antes que el chico pudiera alzar su varita, ella apretó con un dedo la marca tenebrosa grabada en su antebrazo.
A Harry le ardió terriblemente la cicatriz y supo que estaba atrapado, mientras sentía la euforia de Voldemort. Nunca se acostumbraría a sentir las emociones de aquel monstruo como si fueran propias.
En ese mismo instante, la bruja cayó despatarrada al suelo ante el potente hechizo aturdidor que acababa de lanzarle Luna.
—¡Corre, Harry, bajo la capa!
—No tan deprisa, Potter —Harry se estremeció al reconocer la voz que le hablaba con suma frialdad y se dio la vuelta muy despacio, enfrentándole.
—Snape—escupió al ver que éste les apuntaba con la varita sin darles ninguna opción.
—Vengan conmigo—ordenó en un tono que no admitía réplica—. No creí que sería tan sumamente estúpido como para arriesgarse de esta manera, Potter. Él viene hacia aquí, sabe que está aquí. Todos lo saben ya.
Harry no replicó nada, el miedo le tenía paralizado, mientras que su corazón palpitaba contra su pecho con tal violencia que pensaba que era imposible que no escucharan su latido en todo el castillo.
>> ¡Escóndanse bajo la capa, rápido!—ordenó Snape. Harry no entendía nada, pero obedeció.
Dos Mortífagos aparecieron corriendo, varita en ristre, uno de ellos era Amycus Carrow.
—¿Le has visto, Severus?—preguntó, agitado.
—¡No!—exclamó Snape—. Yo también estoy buscando a Potter ¿No habrá sido una falsa alarma?
—¡No! Fue Alecto quien invocó la marca, voy a preguntarle, seguro que lo tiene retenido—dijo con un deje de orgullo.
—Sí, vayamos—contestó el Director—. Tú ve por ese corredor, no creo que Potter haya venido solo— ordenó al otro Mortífago, que salió corriendo.
En cuanto Amycus entró en la sala común de Ravenclaw, Snape le envió un potente Desmaius por la espalda, que le hizo caer al lado de su hermana como un fardo. Ató los dos bultos mágicamente y les impuso un Silencius.
—Señorita Lovegood, le encargo que vigile a estos dos, no les pierda de vista. Yo tengo algo que discutir a solas con el señor Potter, no le entretendré mucho.
Luna sonrió.
—Pero… Voldemort viene hacia aquí—dijo Harry con los ojos llenos de lágrimas por el dolor de su cicatriz.
Snape le puso la capa invisible encima y le ordenó que le siguiera. Hogwarts estaba infectado de Mortífagos buscándole. ¿De qué querría hablarle Snape precisamente ahora?
El hombre no perdió el tiempo, en cuanto estuvieron en su despacho selló mágicamente la puerta con varios hechizos para que nadie les molestase.
—¿Cómo permite que castiguen de ese modo a los alumnos? ¡Es inhumano!—gritó Harry.
—¿Cree que les iría mejor si otro Mortífago fuese el Director, Potter?—preguntó aún dándole la espalda—. Son órdenes de Voldemort, yo hago todo lo que puedo por protegerlos a ellos y al castillo, pero no es tan fácil…
— ¿Fue usted, verdad?—preguntó Harry —. Usted invocó el patronus de la cierva, me ha estado ayudando todo este tiempo…
—Desde que ingresó a Hogwarts, Potter, pero no se haga ilusiones, no lo hago por usted, se lo debía a ella, a su madre, y además se lo prometí a Dumbledore.
—Usted le mató—acusó con rabia.
—Porque él me lo pidió. ¡Se estaba muriendo, por Salazar! La maldición del anillo le estaba lapidando de una forma terrible, moriría de todos modos en poco tiempo… ¡No tenía salvación! Y antes de… ¡Usted vio su brazo…! Él me rogó que le matase. Es la cosa más terrible que he tenido que hacer en toda mi vida.
La última frase la pronunció en voz tan baja que a Harry le costó trabajo entenderle. Suspiró… sabía que Snape estaba diciéndole la verdad.
—Le creo—dijo con sencillez.
Snape abrió mucho los ojos, el estupor reflejado claramente en su rostro, pero no dijo nada.
>>Sí —continuó diciendo Harry—y también creo que a pesar de lo que diga no me protegió todo el tiempo sólo porque lo considerase su deber. Yo…siento algo por usted desde hace algún tiempo, que no he sentido jamás por nadie—se había ruborizado y sonreía avergonzado—. Pensará que me he vuelto loco, y tal vez tenga razón, pero… quizá no sobreviva a Voldemort y no quería morirme sin decírselo.
— ¡Definitivamente es un imbécil, Potter!—bramó Snape, sobresaltando tanto a Harry que dio un respingo—. ¡Deje de intentar burlarse de mí, es igual que el bastardo de su padre! ¿Qué es esto, alguna especie de estúpida broma por su parte? ¡Estamos en guerra, Maldita sea!—gritó, avanzando hacia él hasta quedar tan cerca suyo que Harry sentía su aliento quemándole el rostro.
>>Pensé que había madurado—siseó como una serpiente, escupiendo las palabras—, pero veo que sigue siendo el mismo torpe arrogante de siempre. ¡Váyase a matar a Voldemort! Cumpla con su obligación si es que es capaz de hacerlo, Potter, y si sobrevive dedíquese a disfrutar de su fama y de las atenciones de la señorita Weasley…
Harry había palidecido considerablemente, se consideraba en ese momento el ser más mentecato del planeta, ¡Que tonto era…!
Pensar que aquel oscuro hombre podría albergar cualquier otra clase de sentimiento hacia él distinto al odio, era una utopía.
Sabía que Snape le había estado ayudando durante su huída, pero ahora tenía muy claro que sólo era una obligación para él. Además, se lo había dicho, creía que se lo debía a su madre y se lo había prometido a Dumbledore. Eso era todo, al fin comprendía. Dolía, pero entendía… No respondió nada, no era capaz de hacerlo. No quería que le viera llorar, así que se dirigió a la puerta y la cerró tras él, despacio. Con aquel gesto trazó una distancia entre Snape y él que a partir de aquel día iría más allá de lo meramente físico.
Los ojos negros se clavaron en la puerta que acababa de cerrarse mientras la duda se abría paso en su mente; había visto reflejados en los ojos del chico la profunda tristeza y decepción que sus palabras le habían causado.
Había experimentado el rechazo demasiadas veces en carne propia para no saber como se sentía el chico. Una vez más se había comportado como el bastardo grasiento que sus alumnos decían que era.
Normalmente, le producía una íntima satisfacción hacer pasar un mal rato a los Gryffindor, y Potter le sacaba de sus casillas como nadie lo hacía, pero aun así, no estaba nada contento consigo mismo. Esperaba que el chico venciese al monstruo y siguiera adelante con su vida. Lo que decía sentir por él solo era una tontería, un capricho de adolescente. ¡Tenía que serlo! Alguien como Harry no podía albergar esa clase de sentimientos por un bastardo como él, que le había mortificado a propósito desde que le conocía.
Estaban en plena batalla dentro del castillo. Fred Weasley acababa de morir y Percy, furibundo, gritaba:
—¡Rookwood!—aullaba, mientras corría tras uno de los Mortífagos que habían asesinado a su hermano.
Hermione intentaba retener a Ron para evitar que éste saliese corriendo tras su hermano:
—¡Déjame, Hermione! ¡Quiero matarlos a todos!—clamaba el pelirrojo roto de dolor.
—Te necesitamos, Ron, ¡Atiéndeme, por favor!—suplicaba la chica—. Sólo nosotros podemos terminar con Voldemort. ¡Tenemos que acabar con Nagini! Percy vengará su muerte.
Harry entendía perfectamente como se sentía su mejor amigo, ¡Quería resarcirse! También él quería acabar con los asesinos de Fred, pero sobre todo necesitaba saber que él se encontraba bien, a pesar de lo mal que le había tratado; sus sentimientos por el hombre no eran ningún capricho.
Una vez terminase esta maldita guerra, y suponiendo que ambos lograsen sobrevivir, se alejaría lo más posible de su camino, pero ahora necesitaba saber que estaba a salvo.
Harry, Ron y Hermione habían llegado hasta la casa de los gritos, gateando a través del estrecho pasadizo del sauce boxeador, habían pasado una auténtica odisea para encontrar la diadema de Ravenclaw. Harry había deducido donde se podía encontrar gracias a que él utilizó ese mismo lugar para ocultar el libro del Príncipe Mestizo en su sexto año.
Voldemort había ocultado el horrocroux allí hacía muchos años, cuando acudió a Hogwarts a solicitar el puesto de Defensa Contra Las Artes Oscuras a Dumbledore.
Nunca se le ocurrió que alguien le descubriría, pero Harry que era un rompe reglas, había necesitado un lugar durante su curso anterior para esconder el libro de hechizos y pociones de El Príncipe Mestizo, un lugar donde nadie lo pudiera encontrar, y recordaba perfectamente la estatua del horrible mago con peluca y una vieja diadema sobre ella que había visto en aquel lugar.
Habían encontrado la diadema perdida y eso casi les cuesta la vida por culpa de Crabbe, que invocó un fuego demoníaco, una maldición oscura que luego no supo cómo parar. El desdichado había muerto víctima de su propio hechizo.
Harry salvó a Malfoy y Ron a Goyle, pero no pudieron hacer nada por el pobre desgraciado de Crabbe.
No necesitaron acabar con el horrocroux, el fuego demoníaco lo hizo por ellos. Según Hermione era una de las formas de destruirlos, pero dijo también que esa era una maldición que ella jamás se atrevería a hacer.
Tras lograr salir del castillo, ser casi aplastados por un gigante y ahuyentar a mas de cien dementores, al fin estaban a salvo dentro del sauce boxeador, gateando a través del estrecho túnel en busca de Nagini para intentar acabar con ella.
Harry, cubierto con su capa invisible, no perdía detalle de la conversación que Voldemort mantenía con Snape. No le gustaba ni un poco el cariz que estaba tomado el asunto. ¿Acaso Voldemort iba a matar a Snape porque le creía el auténtico amo de la varita de Saúco? Sus dudas quedaron pronto aclaradas de una manera terrible.
—La varita de Saúco pertenece al hombre que mata a su anterior propietario y tú mataste a Dumbledore, Severus, por lo tanto no me queda otro remedio…—oyó que decía Voldemort.
Snape alzó su varita y a Harry se le paró el corazón. Ocurrió todo muy rápido…Un movimiento de varita de Voldemort y el globo de cristal que protegía a Nagini empezó a dar vueltas cerca de Snape, y antes de que el maestro de Pociones pudiese hacer nada, la esfera se le encajó hasta los hombros.
—¡Mátale!—ordenó Voldemort a su serpiente en parsel.
Snape abrió mucho los ojos y palideció considerablemente cuando la serpiente le mordió en el cuello, pero no pudo deshacerse de la esfera, cayó de rodillas y finalmente al suelo. Harry se percató de que se había mordido los nudillos con tal fuerza para no gritar que estaba sangrando. Apuntó con su varita al trozo de madera que le obstruía el paso y lo apartó para poder entrar.
Se arrodillo al lado de Snape con los ojos anegados de lágrimas; el profesor tiró de él y le pidió que lo cogiera. Al principio, no entendía lo que quería decirle, hasta que lo vio.
Algo diferente a la sangre surgía de Snape, era una sustancia color azul plateado que le salía por la boca, las orejas y los ojos. Harry sabía lo que era, pero no sabía qué tenía que hacer. Hermione rebuscó apresuradamente en su bolsito, al que había aplicado un encantamiento de extensión indetectable, y sacó tres frasquitos que llevaba en él, dos llenos y uno vacío.
—Es esencia de Díctamo, Harry—explicó mostrándole uno de ellos—. Detendrá la hemorragia. Ésta otra, es la misma poción que le administraron al padre de Ron en el hospital, cuando esa horrible serpiente le mordió, para contrarrestar los efectos del veneno— a la chica le temblaban visiblemente las manos y estaba a punto de llorar.
Harry no respondió nada, intentaba disimular como podía, mientras recogía los pensamientos de Snape en la pequeña redoma vacía que Hermione le había dado. De cualquier forma, no hubiera podido articular palabra. El enorme nudo de angustia en su garganta amenazaba con ahogarle. Rogaba mentalmente que el maestro se salvase.
Hermione pensaba que si conocía algo a su profesor, éste tenía que haber previsto que algo así podía llegar a suceder. Era maestro de Pociones, y muy bueno por cierto, así que esperaba que llevase consigo antídotos y pociones que pudieran ayudarle en esas circunstancias. Con esa esperanza, rebuscó en los bolsillos interiores de la capa de la túnica del profesor.
Casi gritó de alegría cuando halló dos pequeños frasco y se apresuró a administrarle el contenido de ambos, uno tras otro, rezando por no estar equivocada.
—Gra… gracias—musitó Snape, antes de caer en la inconsciencia.
Ron observaba desencajado como actuaban Harry y Hermione. Odiaba a Severus Snape, pero nadie merecía una muerte tan horrible como aquella.
Última edición por gabrielle62 el Lun Jun 02, 2014 4:58 pm, editado 5 veces | |
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