Título: El cetro de los dragones
Autor: Meiyua
Personajes: Severus Snape, Harry Potter
Género: Romance
Clasificación: G
Disclaimer: Los personajes de Harry Potter no me pertenecen. Su autor original es JK Rowling yo los utilizo solamente como diversión y sin ningún fin lucrativo.
Resumen: Con el fin de las vacaciones en puerta y los estudiantes a punto de regresar, la profesora McGonagall decide organizar un viaje al extranjero para sus alumnos y, más que nada, para un viejo colega al cual trató muy mal en una época.
Noruega es el lugar perfecto para su disculpa y de paso para celebrar un cumpleaños al calor del cetro de los dragones que festejan su propio año nuevo. Ese año sí será especial.
El cetro de los dragones
«Con este frio y yo vagando por un castillo malditamente viejo y desértico» pensó Snape mientras apresuraba sus zancadas y miraba el vaho que se le escapaba al tiritar
Bajó la escalinata congelada que daba a los jardines de Hogwarts y caminó por la pequeña vereda de piedra que descendían casi en picado hasta la cabaña de Hagrid. Cuidaba meticulosamente cada paso que daba. Todo estaba demasiado resbaloso y lo menos que quería en esos momentos era caerse de culo y proporcionar, a los contados alumnos que quedaban en el castillo, los chismorreos del resto del año.
Bufó de nueva cuenta y maldijo por lo bajo el nombre de Minerva McGonagall. Ese día había amanecido una nota de ella amarada a la pata de su negra lechuza, que rascaba la puerta de su oficina en las mazmorras cuando despertó.
Severus, necesito comentare algo lo más pronto posible.
Pero no te preocupes, tomate tú tiempo y ven a verme cuanto antes.
Minerva.
«Tomate tú tiempo y ven a verme cuanto antes» se repitió mentalmente
«¿Es que esa mujer no sabe cuán contradictorio suena eso? Y para colmar las cosas se me esconde cuando la busco. Todavía que ella es la que me llama y…»Refunfuñando mentalmente siguió descendiendo. La última pista que había obtenido del paradero de la mujer, la cual le había proporcionado Filch, decía que había bajado a ver a Hagrid, ¿para qué? quién sabe, pero le había dicho al celador que iba para allá. Por tanto él debía ir también, rezando por que esta vez si la encontrara. Y si no era así, entonces dejaría de buscarla y que ella fuera a con él.
Estaba bien que los mocosos a los que él debía educar pensaran que no era lo suficientemente humano como para sufrir por los cambios de la naturaleza y no le importaba, de hecho le era bastante beneficioso para infundir temor, pero eso no quería decir que todo lo que se decía fuera cierto. Y maldita sea como tenia frio en esos momentos. No quería andar por el patio buscando a nadie, pero tenía que.
Cuando llegó a la casita del guardabosques se las ingenio para no terminar con los pies enterrados en el barro y tocó un par de veces, agudizando por instinto el oído.
—¡Muchísimas gracias, Profesora! No la defraudare. Le prometo que será especial. Contactare con Charlie y le aseguro que estaremos allí… ¡Le doy mi palabra! —escuchó vociferar alegremente a Hagrid en el interior del hogar.
—Te creo, Hagrid, te creo. Esto tiene que ser especial…
«Especial…» volvió a tocar
«¿Qué cosa tiene que ser especial?»Escuchó perfectamente cómo se rompía una taza y no dudo que el semi-gigante la hubiera tirado en un respingo. Lo había asustado. Se frotó entonces las manos por debajo de la túnica, en un intento de calentarse un poco y compuso su rostro sereno. Nadie tenía que saber sobre su… debilidad.
Esperó un minuto entero en el pórtico, escuchando cuchicheos que no alcanzaba a descifrar. Secreto. Le estaban guardando un secreto.
—¿Quién? —preguntó Hagrid al fin.
—Soy yo, Hagrid. Me dijeron que la Directora se encontraba contigo, ¿es así?
—Oh, sí… ¡Sí!
La puerta se abrió bruscamente y allí estaba. Al fin encontraba a esa endemoniada mujer gato.
—Severus, esperaba que me estuvieras esperando en mi despacho —dijo como saludo la mujer, asomando la cabeza tras el peludo saco de Hagrid, que abarcaba casi todo el marco de la entrada.
—Me pareció leer en su carta que la buscara cuanto antes —susurró Snape alzando una ceja.
—Oh, por favor, hombre… no tienes que tomarte todo tan literal —hizo una maniobra para salir de la casucha sin aterrizar en Snape—. B-Bien… ¡bien! Listo. Vamos a mi despacho. Allá te cuento.
«Mujeres…» rodó los ojos «
Con magia o sin magia, brujas»Caminó a la par de McGonagall, comenzando a pensar que estaba esperando algo mucho más importante de lo que en realidad le diría. Tanto esfuerzo para encontrarla seria en vano. Como dijo ella, quizá bien podría haberla esperado en junto al calor de la chimenea. Pero quién sabe, a lo mejor la mujer estaba intentando hacer que bajara la guardia para luego soltarle una bomba.
Cuando al fin llegaron al que era el despacho de la mujer desde hacía ya un par de años, lo primero que Snape hizo fue sentarse en la silla frente al escritorio, esa que estaba más cerca del fuego. McGonagall ondeo un poco su varita en el aire, y al instante apareció frente a ellos una humeante tetera, un par de tazas labradas de un color cobrizo y un platito de galletas de vainilla.
Algo caliente, eso le vendría perfecto. Algunas veces a Snape hasta le daba vergüenza lo ridículamente sensible que era con el frio. Una jodida serpiente en toda la extensión de la palabra, eso es lo que era.
Estaba con esos pensamientos cuando la mujer al fin comenzó a hablar, luego de servirle un poco de té.
—Lamento que me hallas tenido que estar buscado, Severus. Creo que debí releer lo que te escribí antes de mandártelo —se disculpó—. Tenía algo de prisa… y bueno, espero que comprendas.
—Comprendo, Minerva, no te preocupes. No fue mucho problema encontrarte —mintió—. ¿Esa prisa que dices tiene algo que ver con lo que dijiste me tenias que comentar?
La mujer asintió un poco y guardo silencio el tiempo justo para alcanzar a tomar un sorbo de la infusión.
—Así es, Severus —comenzó a decir, revolviendo los papeles frente a ella nerviosamente—. Como sabrás este lunes que viene deberían regresan los alumnos de sus vacaciones de invierno, y había pensado hacer algo… especial para los mejores de ellos y algunos otros.
Especial, de nuevo esa palabra.
—¿Para cuántos de ellos exactamente? ¿Qué es eso especial de lo que hablas? Y más que nada ¿Qué tiene que ver conmigo?
—Diez de cada casa, un viaje y tu vendrías.
Bueno, había obtenido una respuesta rápida, eso era un gran logro pero ¿viaje? ¿Con adolecentes? ¿Ir él? No, ni hablar.
—Hogwarts no hace viajes extraescolares. —contestó fijando la mirada en ella, en una clara muestra de negación.
McGonagall soltó un suspiro.
—Pues ahora los hace, por esta ocasión al menos.
—¿Qué se supone que tiene de diferente este año de los demás? —preguntó dejando la taza que había alzado minutos antes—. ¿Planeas cambiar una tradición de cientos de años solamente por autosatisfacer tus ocurrencias?
—Baja la voz cuando me hablas, Severus —lo regañó la mujer—. No se te olvide que sigo siendo varios años mayor que tú, y soy tu superior. Además no es algo que quiera hacer solo para autosatisfacerme o para salir de la rutina de siempre. ¿No crees que pueda haber una razón válida para todo esto?
—No, no lo creo —contestó sincero.
—Pues empieza a creerlo, porque lo hay.
—¿Y cuál es? ¿Cuál es ese motivo que te alienta a hacer esta locura?
—No sólo es algo que yo quiero hacer, es algo que he consultado con el resto del personal y todos están plenamente de acuerdo conmigo. Incluso los padres de familia han aceptado que se reduzca una semana la educación de sus hijos con tal de que se haya tiempo para hacer este viaje, Snape.
—¿Aumentaras una semana más las vacaciones? —gruñó levantándose—. ¿Es que tú has visto las notas de toda esa bola de soquetes a los que tengo que enseñar? No lograran pasar sus exámenes si les das más tiempo para sacar de sus cabezas lo poco que logré meterles.
—Quizá si fueras menos estricto...
—¡Y una mierda con eso!
—¡Severus Snape, cuida tu lenguaje! —saltó McGonagall de su asiento, encarándolo.
Vale, había metido la pata.
Guardó silencio, esperando pacientemente a que llegara el regaño. Era el profesor más joven que había en el colegio y su boca siempre le traía problemas con los veteranos.
—¿Es tan difícil para ti confiar un poco en nuestro criterio? —le pregunto ella, mirándolo por sobre sus gafas de montura cuadrada—. Sé… Sabemos que no hemos sido los mejores profesores, mucho menos compañeros de trabajo contigo. Sabemos que hasta cuando eras nuestro alumno te las tuviste que ver por ti mismo para sobresalir del resto, para aprender; sabemos que no fuiste el consentido de ninguno y también sabemos que cuando entraste a trabajar aquí te excluíamos, te ignorábamos, te hacíamos de menos, como si no existieras… pero ¿podrías confiar en nosotros al menos por esta vez, Severus?
—¿Hace falta que conteste eso? Ya sabes la respuesta, y sabes el por qué de esta.
McGonagall tomó un profundo suspiro, notablemente afligida. Sus palabras la herían, y Severus lo sabía, pero una disculpa estaba más allá de los límites a los que podía llegar.
—Entiendo… Te entiendo. Pero por favor tú también comprende que es importante para nosotros hacer esto…
—¿Por qué? Dime vuestros motivos y quizá así lo comprenda.
McGonagall guardó silencio por unos minutos y asintió, levantando la mirada hasta la de Snape.
—Tú, Severus, tú eres el motivo.
—¿Yo? —preguntó incrédulo.
—No lo digas así —susurró ella—. ¿Crees que no nos duele cuando volteamos a ver el pasado y vemos como te hemos tratado, como te hemos juzgado sin darte ni siquiera el beneficio de la duda? Te juzgamos por tu apariencia, por tu actitud y no vimos lo solo que estabas, lo mucho que te arriesgabas a cada día por todo el mundo, ese mundo que te daba siempre la espalda. Cada uno de nosotros te hemos visto crecer, Severus. Te conocemos desde que tenías 11 años… y ninguno confiamos en ti. Fue como… como si fueras un extraño, como si no fueras nada nuestro.
Snape no supo que decir, sólo se quedó callado, mirando los ojos de la mujer frente a el rozarse en lagrimas mientras luchaba porque no se le quebrara la voz.
—Por eso lo queremos hacer —continuó diciendo—. Por ti, para ti. Para disculparnos por todo lo mal que nos hemos portado contigo, por cómo te hemos tratado. Por eso queremos que al menos una vez sea especial. Queremos hacerlo especial para ti, Severus.
—¿Qué cosa?
—Tu cumpleaños.
Su cumpleaños… era verdad, en unos días iba a cumplir años. Ya lo había olvidado. Jamás festejaba, era sólo una fecha como cualquier otra, pero ellos querían celebrarla. No lo entendía, ¿Por qué? ¿Por él? ¿Y que debería hacer? ¿Negarse y pasar otro año solo o aceptar y darle un poco de paz a sus conciencias? ¿Por qué no le daban solamente esa semana de vacaciones y se dejaban de tanta cursilería? Pero en el fondo, muy en el fondo, se sentía bien que alguien se acordara de ese detalle: su cumpleaños.
Se permitió pues un profundo suspiro antes de contestar:
—¿Viaje a donde?
—Noruega. Hagrid lo sugirió y me parece que es justamente lo estábamos buscando para celebrarte.
Celebrarlo, que raro sonaba eso.
—Suponiendo que aceptara —comenzó a decir Snape—, ¿Por qué debería celebrar mi cumpleaños al lado de cuarenta mocoso que me estarán dando la lata todo el día? Perdón, pero no me hace mucha ilusión la idea.
—Estoy segura de que puedes manejar perfectamente a tus diez mejores alumnos. Pomona, Flius y yo nos encargaremos de los de nuestras casas, así que no tienes que preocuparte por eso.
—¿Por qué ahora? Tuvimos tiempo durante las vacaciones para haberlo hecho y ustedes deciden esperar.
—Lo que veremos, Severus, sólo se puede ver en enero. Y tardamos más tiempo en hacerlo posible porque no es algo tan sencillo. Es un acontecimiento único que estoy segura que disfrutaras —sonrió un poco ella—. Vale la pena hacer un viaje con alumnos, aunque sea sólo tapadera, para poder estar en eso.
—¿Eso?
—Lo veras cuando estemos allí. Si aceptas, claro.
«Noruega… ¿Qué ocurre en Noruega sólo en enero?» se preguntó mentalmente Snape sin apartar la mirada de la Directora.
Vale, sabía que tenía que irse con cuidado con esa mujer. Si no le había tentado la idea de que le pidieran perdón, al menos con un absurdo viaje, si lo había hecho la curiosidad que le provocaba aquello. Y algunas veces eso pesaba más en su toma de decisiones que cualquier otra cosa.
Resopló.
—Bien, tú ganas. Te hare una lista de mis… candidatos.
—Gracias, Severus —sonrió Mcgonagall.
—Si me quieres agradecer mantente en un solo lugar la próxima vez que me mandes llamar.
Y dicho esto, salió.
***
El plan ya estaba trazado. Exactamente 11 alumnos estaban pasando ese año las vacaciones de navidad en el castillo y ninguno de ellos había sido elegido para el viaje. Así que Flitch, Sinistra, Hooch y Pomfrey habían regresado antes de sus vacaciones para quedarse a cuidar de los chicos durante el viaje, ya que Flitwick, Sprout, McGonagall y Snape viajarían junto con los estudiantes.
Por primera vez el expreso de Hogwarts partiría de King Cross de noche y casi completamente vacío. Y así fue. Por la mañana del lunes siguiente el tren arribó a la estación de Hogsmeade únicamente con cuarenta alumnos.
Los chicos pasarían ese día en el castillo, dejarían sus cosas en sus dormitorios y tomarían sólo lo necesario para cinco días. Después de la cena cada jefe de casa partiría a la estación con sus respectivos alumnos elegidos. El tren se pondría en marcha con 5 vagones únicamente, aparte de la maquina. Uno para los estudiantes de cada casa y otro más para los profesores.
Viajarían por la noche en tren hasta llegar a Aberdeen, donde se suponía debían tomar un traslador a eso del amanecer que los llevaría directamente hasta Stavanger, Noruega. Debía cargar cada quien con sus cosas mientras duraba esto último, así que se les había dicho a los alumnos que empacaran lo menos posible. Aunque claro, los profesores los ayudarían con un hechizo o dos para evitar incidentes.
Y así fue. Cuando todos hubieron cenado, y con el sol ya oculto, Snape se levantó de la mesa principal del gran comedor y fue hacia la de sus alumnos. Los elfos ya habían llevado las cosas al vagón correspondiente en el tren, así que él debía encargarse de no manchar la reputación de puntualidad que pesaba sobre su casa.
Les hizo una señal con la cabeza y diez de ellos se levantaron, quedándose únicamente dos aun sentados y con cara de envidia. Los dejó ir por delante de él. De esa forma podía vigilarlos mejor, además sabía que no eran lo suficientemente temerarios como para fingir no escuchar las instrucciones que les daba.
Por tanto, los alumnos de Slythering fueron los primeros en subir al tren, seguidos de Ravenclaw, Hufflepuff y hasta el último Gryffindor.
—Espero que tengan en cuenta —comenzó a decir Snape a sus chicos—, que cualquier tontería que cometan a partir de ahora se las cobrare a manera de puntos y castigos la semana que entra. Así que piensen dos veces antes de meterse en problemas, ¿entendido?
—Sí, señor —corearon.
Regañar, esa era la única forma que podía encontrar consuelo. ¿En qué diablos estaba pensando cuando acepto toda esa locura? Llevar de vacaciones de sus alumnos... ni que fuera su padre. Pero claro, todo eso era por él… ¿Y eso le consolaba? Comenzaba a pensar que no.
«Más vale que lo que nos espere en Noruega sea bueno.»Una vez que dio la advertencia, se fue hacia el vagón de los profesores y se sentó, dispuesto a tratar de conseguir un poco de paz mental. Ya había dado su palabra, no se retractaría ahora, pero ganas no le faltaban de hacerlo.
***
Snape cerró los ojos, escuchando como algunos volvían el estomago. El traslador los había llevado hasta un amplio y blanco llano. Ya estaban en territorio Noruego.
Paseó la vista por el lugar. Cada profesor estaba al lado de los de sus casas, esperando que se recompusieran para seguir con su recorrido. Tenían que llegar hasta el hostal que los albergaría durante esos días. Y se suponía que alguien debía ir a recogerlos a su llegada. Hagrid, para ser precisos. Él guardabosques había partido mucho antes que ellos para hacer los últimos preparativos
—¡Profesores! —gritó lo que Snape clasifico como una zanahoria de las nieves—. ¡Por aquí! ¡Acá estoy! ¡He venido a llevarlos al hostal!
—Charlie Weasley —farfulló Snape.
«Y yo que pensaba que me había librado de esa familia al menos por unos años…»—¿Señor Weasley? —preguntó McGonagall, medio encandilada con tanto blanco—. ¿Qué hace usted aquí? ¿Y Hagrid?
El joven se acerco hasta ellos, con una habilidad asombrosa para estar con los pies enterrados en 20 centímetros de copos apilados de hielo.
—Sí, bueno… Vera, Profesora… Lo que pasa es que pues lo detuvieron —sonrió medio avergonzado el chico—. Yo le dije que no lo hiciera, se lo aseguro, pero no me hizo caso y lo atraparon guardándose un huevo de dragón chino en los bolcillos. ¡Pero tranquila! Lo soltaran en un par de días.
—Bueno, supongo que es lo mejor —murmuro McGonagall—. Seria demasiada tentación para él.
—Mamá piensa lo mismo. Le ha estado llevando de comer estos días, dice que la comida de las prisiones es asquerosa. Le pregunte como lo sabe pero sólo recibí un coscorrón. «Por metiche» dijo.
—Y bien merecido —apoyó Minerva.
«¿Mamá?» repitió aterrado Snape
«No será que todo el clan Weasley está aquí, ¿verdad?»—Disculpen —dijo Snape para llamar la atención de ellos—, pero me parece que deberían dejar los saludos para cuando no halla 40 estudiantes muriéndose de frio.
«Sin contarme a mí.»—¡Oh, claro! —aceptó Charlie, volteando a ver a los chicos—. Todos síganme. Un autobús nos llevara a todos…
Los profesores dejaron que sus muchachos siguieran al joven. Se les notaba más entusiasmados desde su llegada, y no era para menos. Entre todos los del mundo mágico que sabían del asunto, Charlie Wasley era sinónimo de dragones, y los dragones en esos momentos le daban buena pinta a todo el asunto del viaje.
Era prometedor incluso para Snape, aunque… ¿no se suponía que hacían eso para él? Porque hasta ahora no habían hecho nada que le gustara, y comenzaba a sentirse estúpido por estar esperando algo bueno para él. ¿Y su le habían visto la cara? ¿Y si sólo querían que fuera como nana a esa tierra extranjera? Vale, eso también sonaba tonto, pero… ¿Y si era verdad?
Comenzó a caminar, siguiendo al resto, tratando de alcanzar a McGonagall. La nieve estaba mojándole la túnica y le pesaba.
—Minerva —le llamó cuando la hubo alcanzado—. ¿Puedo preguntar qué hacemos exactamente aquí?
—Ya sabes que hacemos aquí, Severus. Además, mañana lo veras con tus propios ojos. No comas ansias.
—Comienzo a pensar que no debí haber venido —susurró Snape—. ¿Y qué fue ese «mamá» de hace un momento? No estará el… aquelarre Weasley aquí, ¿verdad?
—Siempre me he preguntado cómo es que te las arreglas para que hasta un apellido suene igual que una maldición cuando sale de tu boca —lo miró reprobatoriamente McGonagall.
—Talento natural —contestó Snape, curvando un poco los labios—. Ahora, contéstame.
—No sé a quien haya invitado el señor Weasley. Aunque él sabe lo que planeamos y… bueno, quizá él lo haya divulgado también.
«Como se les ocurra sacar un pastel y cantar las mañanitas juro que…»Cuando llegaron al final del llano atravesaron unos 15 metros de bosque y llegaron a un sendero empedrado esparcido de sal. Esperándolos allí había un autobús un tanto viejo que apenas era un poco más angosto que el camino. No sería un bonito viaje.
—Suban todos —dijo Charlie—. Llegaremos como en una media hora.
Y sin más, subieron todos.
Severus había preferido mirar por la ventanilla para admirar el paisaje. Sabía que si lo hacía lo único que conseguiría seria un potente mareo que le acentuaría el frio y el malestar estomacal que le producía el pensar en lo negro que se miraba su futuro en ese… camino.
Exactamente en 30 minutos al hostal. No podía negar que era un paisaje cautivador, incluso relajante si ignoraba las ruidosas presencias a su alrededor. ¿Qué maldito afán tenían por gritar por cada cosa que miraban?
A diferencia de los hostales muggle, los mágicos tenían mayor capacidad de hospedaje y aun seguían siendo baratos y daban un ambiente hogareño. Al que llegaron era una casa de unos tres pisos, bastante larga y ancha. La fachada estaba cubierta por piedra antigua y el techo tapizado de nieve.
Una mujer mayor que parecía una peluda pelota con piececitos salió a encontrarlos a la puerta. Les sonreía cálidamente, parecía que le agradaba mucho la idea de ir a albergar a tanta gente y poder así tener compañía al menos por unos cuantos días.
Entraron de inmediato a la casa. Un reconfortante calor fue lo primero que percibieron.
—Las habitaciones están subiendo las escaleras —dijo la mujer indicando con su cabeza al fondo del pasillo—. Las de la derecha son de los alumnos. Ya se han puesto los nombres de los que ocupan cada una en las puertas. Por otra parte, las de los profesores están en la izquierda. Cada uno puede tomar la que desee siempre y cuando están desocupadas.
Snape volteó a ver las dichosas escaleras, deseando un poco huir de todo ese ambiente… cálido.
—Podrás subir después de que hablemos, Severus —dijo McGobagall como adivinando sus pensamientos—.Tenemos que ponernos de acuerdo con la organización que tendremos y las precauciones que se tomaran antes de llegar la noche.
—Apresurémonos entonces.
Quizá ahora si podría averiguar qué era lo que se traían entre manos.
—Su atención por favor —alzó la voz la Directora—. El desayuno se servirá a las 10 de la mañana, así que tienen tiempo aun para hacer lo que sea que deseen hacer. Espero que sean precavidos con sus acciones. Y recuerden que tienen que estar aquí a las 8 de la noche en punto. Tenemos… una sorpresa para ustedes.
Los alumnos se miraron expectantes entre si y subieron a sus habitaciones, con toda la pinta de irse a dormir.
Los profesores no tardaron mucho en ser conducidos hasta la sala del hogar. Había una gran chimenea encendida en ese lugar y sinceramente Severus lo agradeció. Una gran ventana ocupaba una de las paredes. Estaba cubierta por una gruesa cortina que caía hasta un piso de madera. Los muebles parecían viejos, no antiguos... viejos.
—¡Fred, Ron! Dejen eso ahora mismo —los melodiosos gritos de la señora Weasley fue lo primero que escuchó.
Los jóvenes aludidos se estaban lanzando algo que se parecía mucho a galletas rancias. Claro, como se lo temía. Se había reunido todo el aquelarre Weasley.
«Maldito sea Charlie Weasley y su jodida boca.»—¡Severus, Minerva! Saludo el señor Weasley cuando se dio cuenta de sus presencias allí—. Bienvenidos, pasen… los estábamos esperando.
Sprout y Flitwick ya estaban sentados en un amplio sofá.
—Muchas gracias, Arthur —contestó McGonagall.
—¿Tuvieron buen viaje?
—Claro que si, muchas gracias..
Fueron conducidos hasta otro mullido sillón. Francamente, la sala era más grande de lo que todos habían esperado. La mayoría de los Weasley ya estaban allí, exceptuando a los más jóvenes que parecía que habían encontrado el juguete del año escondido en un tazón.
Charlie se frotó un poco las manos. Parecía emocionado cuando comenzó a hablar.
—Bueno, ya que estamos los importantes aquí, comencemos —sonrió recorriéndose hasta el borde de sus asientos—. Sé que algunos de ustedes no saben a dónde iremos exactamente. Pero va a ser genial… Partiremos de aquí a las 10 de la noche, después de que hayamos cenado, y culpen de eso a mi madre.
Todos voltearon a ver a la señora Weasley que alzaba la mano.
—Tendremos que ascender por la montaña por una montaña, aunque primero debemos llegar a ella —continuó diciendo—. Según como este el camino y los ánimos tardaremos de entre una hora y media a dos, así que por la media noche estaríamos llegando a nuestro destino, cosa que nos viene perfecto.
—¿Pegfecto pog qué? —preguntó Fleur, acariciando maternalmente su vientre de unos 6 meses de embarazo.
—¡Oh! Es que… Ehmm... —tartamudeó al joven.
—Allá lo sabrás, quería —sonrió Molly.
Así que no todos sabían. Perfecto… mucho mejor.
—Profesores —dijo McGonagall—. Cada uno de nosotros seremos los responsables por nuestros chicos, recuerden eso. Y ahora, Severus, fuera de aquí.
Snape levantó las cejas.
—¿Disculpa?
—Que vayas a tu habitación. Descansa, dúchate, duérmete… Haz lo que quieras pero fuera de aquí. Anda…
«Ahora me corren, que bien»Frunció un poco los labios y se levantó. Bueno, al fin de cuentas no quería seguir mirando tantas cabezas rojas.
—¡Wow! ¡Qué valor, profesora! —escuchó decir al gemelo Weasley que quedaba justo antes de cerrar la puerta de la estancia.
Subió las escaleras para ir a elegir una habitación, comenzando a sentirse también como uno de los niños que estaban de excursión en lugar del educador que era. Se pasó una mano por el pelo. Tomaría una ducha caliente, se cambiaria de ropa y si le daban ánimos saldría a buscar algún buen ingrediente que pudiera usar en sus pociones para matar el tiempo. Por eso siempre estaba metido en su laboratorio en invierno, para no pasar frio al lado del caldero.
Dobló una esquina. Todas las habitaciones ocupadas tenían una luz roja flotando en la puerta.
—Así que… ¿no te importa? —escucho decir a una voz extrañamente familiar. Demasiado quizá—. Yo… de verdad me avergüenzo de eso, pero…
—Tranquilo, Harry —respondió una voz femenina—. Escuche que es algo con lo que se nace y… bueno, no te diré que no me duele pero está bien para mí. Aún soy joven, ¿no? No me voy a comenzar a sentir como una vieja dejara que se quedara para vestir santos.
Snape asomó un poco la cabeza.
«Potter» se dijo a si mismo
«Potter y su novia Weasley.»—Lo siento tanto, Ginny. De verdad quería pero… parece que no quería en realidad y yo, bueno.. —se puso rojo.
—Déjalo ya, Harry —le enderezó las gafas la chica—. Si quieres disculparte conmigo sólo… Cuando encuentres a un tipo y ocurra lo inevitable, dime como fue con lujo de detalles.
—¿E-Eh? —el sonrojo se acentuó mas en sus mejillas.
—Te sorprendería saber lo mucho que le gusta a las chicas ese tipo de historias.
Ginny se metió a una de las habitaciones, dejando a Harry boqueando, como intentando despedirse pero sin que las palabras terminaran de salir de su garganta.
«Vaya… rompieron» sonrió internamente snape.
Perfecto, justo lo que necesitaba. Un Potter para hacerle la vida de cuadritos. Dio un paso más para que el joven se percatara de su perecía.
Harry pegó un respingo y volteó a verlo.
—¡Profesor!
—Señor Potter —saludo Snape—. ¿Qué pasa? ¿No pudo cumplirle a la señorita Weasley?
Harry frunció el seño. Parecía que no podía negarlo.
—Y-Yo… No es asunto tuyo, Snape.
—Veo que tenía razón —sonrió despiadadamente—. Yo podría prepararle algo que lo ayudara, ¿sabe?
—No gracias, señor. Las cosas funcionan perfectamente, aunque no lo crea —gruñó Harry.
—Si usted lo dice.
Volvió a emprender el paso. Sí, siempre le hacía sentir mejor molestar a ese chiquillo.
***
—No hagan ruido —les dijo Charlie en un susurro que apenas lograron escuchar.
Estaban reunidos a lo largo angosto pasillo. Era como una cueva, un túnel que los humanos habían hecho en el interior de la cueva. La pared del lado derecho se miraba distinta al resto. La roca que la conformaba parecía ser más brillante, y Charlie les había dicho que no la tocaran. Algo debía estar ocultando.
Habían salido a las 10 de la noche en punto del hostal. Snape había guiado tranquilamente a su grupo y los colegas a los suyos propios. La matriarca de los Weasley se había encargado de mantener en cintura a sus chicos. Harry iba al lado de Ron y Hermione, ocultándose de las curiosas miradas que les lanzaban los estudiantes detrás del cuerpo de los mayores al frente de ellos. Snape sabía que Ron y Hermione se habían comprometido hacia unos meses antes. Se casarían luego de que Ron se graduara como Auror junto a Harry. Aunque para ser sinceros, Snape no entendía por qué es que seguían queriendo trabajar con el ministerio después de todos los problemas que este les causo durante tantos años, pero muy probablemente lo hacían con todas las intención de llevar el cambio hasta esos corruptos muros.
Las colinas habían sido más empinadas de lo que había pensado y el camino había sido largo, bastante largo y lleno de obstáculos. Les habían dicho que no podían ir volando por precaución, ¿precaución a que cosa? Quién sabe, pero no querían arriesgarse a saberlo.
«Maldito frio, empinado y blanco Noruega.» gruñó Snape pasa sus adentros. Definitivamente lo borraría se su lista de lugares para vacacionar.
—Apaguen sus varitas —susurró Charlie—. El espectáculo está a punto de comenzar, así que por favor… no hagan ruido. Aquí estaremos seguros.
La hilera de luces mágicas se apagó una tras otra, sólo quedó una muy pequeña en la punta la del joven Weasley que dirigía la excursión.
Pasó la luz por la pared derecha y mientras esta se iba desvaneciendo, el lumus que quedaba desapareció y, enseguida, una casi sofocante oleada de calor los cubrió. Snape había pensado que se quedarían a obscuras, pero no fue así. Una amarillenta luz iluminó la caverna perfectamente, encandilándolos por un momento.
Snape se puso una mano en la frente para proteger un poco sus ojos de la luz y avanzó un paso más al hueco recién abierto. Alcanzaba a escuchar rugidos y lo que no supo como clasificar más que como aleteos, muchos aleteos. Cuando sus ojos se adaptaron a la luz al fin miró que era eso que irían a ver y se rehusaban a decirle.
—Vaya… —susurró muy bajito.
Frente a él estaba un espacio bastante amplio y profundo. La montaña a la que habían ascendido estaba hueca y en el centro albergaba una imponente construcción. Parecía una hoguera… una que habían hecho aquellas criaturas que aleteaban.
«Dragones.»Allí, frente a él, a escasos metros de distancia, estaban volando decenas de dragones. Formaban círculos alrededor de la hoguera, lanzando los cascarones ya vacios de sus crías. Parecía un rito. En lo más profundo estaban algunos dragones más, sentados en pareja alrededor del báculo que sostenía la hoguera. Ellos eran los que rugían y lanzaban llamaradas al cielo cada que un nuevo trozo de cascaron caía a las llamas, al fuego que ellos mismos habían creado. Aquella estructura parecía formar un cetro, un cetro que estaba siendo adorado por decenas de dragones.
Todos volaban libres y parecían cómodos por estar allí reunidos. Las llamaradas se contorneaban con el viento que soplaba. De ellas se desprendían pequeñas chipas rojas que flotaban como luciérnagas hasta posarse en las escamas de los animales que las rodeaban. Los dragones parecían brillar cada que eso sucedía y Snape no podía hacer más que mirar maravillado aquello.
—Cada año —susurró Charlie—, los dragones vienen aquí y hacen esto por todo el mes de enero. Están celebrando, agrediendo por todas las nuevas vidas que el año que pasó les trajo. Es un rito de fertilidad, de agradecimiento y fortaleza. Esas chispas que ven allí es lo que hace a su piel tan fuerte.
Así que eso era aquello que les había costado tanto tiempo conseguir los permisos para presenciar. Y no era para menos. Estar en ese lugar, tan cerca de dragones salvajes sueltos y sólo con un único tipo capacitado para manejar con ellos no era algo que se podía decir fácil.
«Mágico» pensó Snape.
—No podemos estar mucho aquí o ellos detectaran nuestro olor —siguió diciendo Charlie—. Sé que tardamos mas en llegar que en irnos, pero…
—Vale la pena —completó Snape, girando la cabeza para miraros.
Todos habían dado un paso para atrás, él era el único que estaba más adelantado que el resto. Y entonces, desde atrás de los presentes comenzó a flotar una pequeña y gruesa vela blanca de llama azul. Tenía pequeñas piedras plateadas incrustadas en la cera formando un 41.
Los dragones seguían rugiendo, avivado el fuego, el calor, pero Snape lo único que podía mirar eran las sonrisas de sus acompañantes. Todos lo miraban fijamente y sin pronunciar palabra deletrearon entre labios un:
Feliz cumpleaños
—Pida un deseo, Profesor —le susurró Charlie. Era el que estaba más cerca de él.
Snape lo volteó a ver y luego regreso los ojos a la vela que había llegado flotando hasta el frente suyo.
«Un deseo…» pensó Snape, mirando fijo la llama azul
«Deseo… Que esta vez sea especial. Que el año 41 sea especial.»Y sopló.
***
Habían tenido que volver rápido y el camino se les había hecho más largo de ida que de vuelta. Así que pronto estuvieron de regreso en el hostal. Aún faltaba mucho para el amanecer y el ambiente fuera de la montaña era completamente gélido, pero por algún motivo a Snape no le importaba ya. Algo en su pecho hacia que se sintiera bien a pesar de todo.
—¡Profesor! —escuchó a Harry llamarlo.
Detuvo sus pasos cerca de la verja de la entrada y lo volteo a ver. Venía hacia él lo más pronto que la nieve lo dejaba.
—Ah… Gracias por esperar. Tengo algo que darle.
—¿Algo? —pregunto Snape, mirándolo de arriba abajo.
Sí, traía cargando un paquete, aunque no sabía de dónde lo había sacado. Era cuadrado y el empaque parecía bastante grueso, aparte de que tenía en un hechizo para mantener el calor.
—Sí, un regalo —contestó Harry y le ofreció la caja—. No es mucho en realidad, pero…
—Muchas gracias, Señor Potter —le cortó tomando aquello. No era tan desgraciado como para no saber ser agradecido.
—Harry.
—¿Disculpe? —lo miró
—Que me llame Harry. Ya no somos profesor-alumno… podríamos dejar las formalidades entonces, ¿no cree?
Snape suspiró.
—¿Le seria cómodo a usted llamarme Severus?
—Pues… No mucho en realidad —contestó sincero.
—Lo mismo para mí. Lo llamare por su nombre cuando me nazca hacerlo. Pero gracias por… permitírmelo.
—No hay por qué —sonrió.
Tomó bien la caja con una mano. Lo correcto cuando se da un regalo es abrirlo frente a la persona que lo da, y él no rompería esa norma de etiqueta. Se ingenio para rasgar el paquete y sacar el contenido de él sin parecer un tanto ansioso.
Era una pecera llena hasta la mitad de agua. En la superficie flotaba una pluma negra que fue descendiendo lentamente, y cuando llegó al fondo surgió de ella una pequeña serpiente marina que nadaba en círculos, conociendo su nueva casa.
—Es una tontería pero… Es que le quería agradecer por todo lo que hizo en el colegio por mí, ¿sabe? —dijo Harry mirando fijo la nieve a sus pies—. Así que, muchas gracias.
—No hay por qué darlas, señor Potter. La cuidare bien.
Harry sonrió como toda respuesta, volteando al fin a mirarlo a la cara. Snape inclinó un poco la cabeza. Comenzaba a sentirse incomodo.
—Sabe, profesor… —murmuro Harry como no queriendo.
Snape lo miró.
—Sé que está mal que lo diga pero… Si yo hubiera sido mi madre y hubiera conocido sus sentimientos… Yo lo hubiera elegido a usted.
El mayor no lo pudo evitar, se sonrojo. ¿Qué acababa de ser eso?
—¿Perdón?
—Y-Ya sé que debería ser mi padre, pero… bueno, lo quiero y todo pero… No era el mejor prospecto.
Guardo unos minutos silencio. No sabía bien como contestar, sólo sabía que esa sonrisa, esas palabras y esos copos de nieve comenzando a caer le provocaban algo muy en el fondo. Algo… distinto.
—Gratas palabras, señor Potter. Se las agradezco —dijo al fin y se giró para seguir caminando.
—S-Sabe… —lo volvió a llamar Harry. Snape sólo aguardo a que hablara sin mirarlo—. Estaré haciendo mis prácticas de Auror en Hogstmade… Quizá no veamos alguna vez, ¿no?
Snape ignoro el curioso latido que dio su corazón con las palabras y curvo inconscientemente los labios en una pequeña y sincera sonrisa.
—Quizá, señor Potter, quizá.
Snape caminó y Harry se quedó allí parado viendo como se metía a la casa.
«Parece que las cosas si serán especiales esta vez.»