La Mazmorra del Snarry
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La Mazmorra del Snarry


 
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La Mazmorra del Snarry... El escondite favorito de la pareja más excitante de Hogwarts

 

 El atrapatodo

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K Kinomoto
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K Kinomoto


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MensajeTema: El atrapatodo   El atrapatodo I_icon_minitimeVie Mayo 27, 2011 11:50 am

Título: El atrapatodo
Pareja: Severus/Harry
Resumen: McGonagall le asigna una tarea a Severus y está convencida de que el profesor va a necesitar una ayudita por parte de Harry.
Clasificación: PG-13.
Beta: Snape’s Snake
Frase del concurso: "Cuando sale algo mal y sonríes es porque ya sabes a quién echarle la culpa".
Disclaimer: Los personajes no me pertenecen y no gano nada con ellos, excepto el enorme placer de manipularlos a mi antojo, que no es poco.



El atrapatodo


La reunión de profesores estaba siendo tan aburrida como se preveía. Esa era la parte que Harry odiaba más de su trabajo como profesor.

Si no fuera porque esas reuniones le permitían observar largamente y en silencio al fruto de sus más recientes desvelos, creía que sin duda caería enfermo cada vez que McGonagall convocase una.

En esos momentos, el sujeto en cuestión se hallaba recostado contra su asiento, las manos apoyadas en la larga mesa de caoba y una sonrisa satisfecha en el rostro. Y Harry sabía perfectamente lo que eso significaba.

—¿Se puede saber por qué sonríes, Severus? —preguntó la directora, molesta—. Nos enfrentamos a un serio problema. En la situación actual, el aula de Encantamientos no puede ser utilizada, pero todo el material y los libros están ahí, necesitamos encontrar un lugar donde Filius pueda seguir dando sus clases y recuperar el material necesario hasta que podamos utilizar de nuevo la sala.

—¿Y por qué no hacemos que sea el culpable de la situación el que se esfuerce en resolver el problema? —contestó el hombre, pragmático.

—¿Oh? ¿Es que has descubierto ya al culpable y no nos lo habías dicho?

—Para encontrarlo sólo hay que buscar en la torre de Gryffindor —explicó con aplomo.

—Protesto —dijo Harry por inercia.

McGonagall suspiró.

—Harry, ya te hemos dicho varias veces que cuando no estés conforme con algo, sólo tienes que decirlo y exponer tus razones, no decir simplemente "protesto", esto no es un tribunal.

—Severus está asumiendo, una vez más, que los Gryffindors son los únicos que causan problemas —dijo el chico—. Eso debe ser discriminación, o algo así…

—Sólo me remito a lo que reflejan las estadísticas, Potter. Los números no engañan.

—Harry, me llamo Harry. A los demás profesores les llamas por el nombre de pila, ¿por qué a mí no? —Se exasperó.

La sonrisa volvió al rostro del hombre, esta vez, cargada de sarcasmo.

A Harry le enervaba que siempre hiciese esa diferenciación con él. En los seis meses que llevaba como profesor en Hogwarts no había conseguido que le llamase por su nombre ni una sola vez, a pesar de que él mismo se había acostumbrado muy rápido a referirse a su colega como Severus. Claro que él tenía un interés especial en crear proximidad con el hombre. Un interés muy concreto que se iniciaba en esa voz susurrante desbordando de los finos y crueles labios del pocionista y acababa en la considerable erección en la entrepierna del chico cada vez que tenía a Snape más cerca de lo tolerable.

Y, ¿cómo, el Chico-Que-Vivió, había pasado de odiar a muerte a Snape a sentir que le faltaba el aire cuando se le acercaba? Eso era lo que a él le gustaría saber, para ver si existía alguna manera de revertir el estado de las cosas.

Porque, si ya había sido duro soportar al hombre cuando le odiaba de verdad, mucho más lo estaba siendo ahora que le deseaba pero odiaba desearle mientras tenía que fingir de cara a los demás que seguía detestándole tanto como antes...

Bueno, vale, había dejado de fingir que le detestaba porque le resultaba demasiado difícil sobreactuar de esa manera. Pero creía que su aire de afectada indiferencia quedaba lo bastante bien como para mantenerlos a todos engañados.

—Sé más disimulado, Harry, si no quieres que Severus se dé cuenta de que te gusta...

Oh, Merlín, pensó, ese susurro ha sido de Trelawney. Y si ella había descubierto lo que sentía por Severus, significaba que realmente había hecho un terrible trabajo enmascarando sus emociones.

—Muy bien, muchacho, si quieres conseguir algo, el primer paso es lograr que te llame por el nombre de pila, desde luego.

¿Hooch? ¡Dios!

Harry sintió una gota de sudor frío recorriendo su sien, pero no contestó a ninguna de las dos viejas metomentodos. Se pasó el resto de la reunión cabizbajo y con las mejillas ardiendo, sin enterarse de nada de lo que decían los demás ni intervenir en absoluto.

—Harry, ¿puedo hablar contigo un momento en privado? —preguntó McGonagall mientras el resto de profesores abandonaban la sala, tras la reunión.

—Sí, claro.

Cuando el último rezagado cerró la puerta tras él, la mujer observó al chico con aire adusto.

—Entiendo que debes estar pasando por un momento difícil… —comenzó.

—¿Eh? —preguntó Harry confuso, con expresión algo bobalicona—. ¿De qué habla?

—Es duro estar enamorado y que la otra persona no te corresponda…

El rubor de sus mejillas, que había conseguido mantener a raya en los últimos minutos, volvió a la carga en su máxima potencia. ¿Es que TODO el castillo estaba enterado de sus sentimientos por Snape?

—¿A qué… a qué se refiere? No… no comprendo…

McGonagall bufó exasperada. Nunca había tenido la paciencia que solía mostrar siempre Dumbledore.

—No me vengas con esas, muchacho. Sabes perfectamente de lo que hablo. Bebes los vientos por Severus y él no hace más que mostrarte indiferencia.

Ahí estaba. Ya lo había dicho con todas las letras. No había forma posible de fingir que no había entendido sus palabras.

—Hombreeee… tanto como beber los vientos…

—Escúchame, Harry, si quieres conquistarle, ahora tienes una posibilidad. Severus va a estar muy ocupado las próximas horas arreglando el desaguisado del aula de Encantamientos…

—¿Ah, sí? ¿Eso va a hacer?

McGonagall le dirigió una mirada reprobadora.

—Está claro que no has estado escuchando nada de lo que decíamos en la reunión, ¿verdad? No sé ni por qué te molestas en venir cada vez que convoco una…

—¿Es que puedo saltármelas? —preguntó, esperanzado.

—¡Por supuesto que no! Las reuniones del profesorado son de obligatoria asistencia.

—Oh —repuso, encorvando los hombros.

—Como te decía, Severus va a estar en el aula de Encantamientos, solo, y sin nadie que le moleste, durante las próximas horas. Entiendo que con todo el jaleo puede ser un poco difícil que encuentres el momento de abordar el tema que te preocupa, pero, aún así, no creo que dispongas de una ocasión mejor que ésta.

Harry parpadeó.

—¿Eh?

McGonagall resopló tan fuerte que pareció el bufido de un gato.

—¡Por Merlín, Harry! Te voy a enviar a ti también allí para que ayudes a Severus a restablecer el orden en el aula. ¡Aprovecha la ocasión para decirle lo que sientes o tendré que decírselo yo misma! —exclamó y, levantando la nariz hasta una altura sorprendente, abandonó la sala de reuniones a paso rápido.

Cuando Harry procesó la última información se sintió acorralado. ¿McGonagall acababa de ordenarle que se declarase a Severus? Eso no podía estar bien.

Se dirigió algo tambaleante al aula de Encantamientos, elucubrando sobre sus opciones. Fue fácil: no tenía muchas. O bien se sinceraba con Severus, o bien lo hacía McGonagall por él. Pero la directora no iba a hacer eso, en realidad, ¿no? No, claro que no. Aunque su mirada irritada cuando se había marchado de la sala no parecía augurar nada bueno, la verdad.

Con un suspiro, abrió la puerta del aula siniestrada y echó una atenta mirada al panorama.

Casi todos los pupitres estaban volcados y tirados por cualquier parte junto a tinteros, pergaminos, plumas, libros y demás material escolar; y varias decenas de diminutas criaturas correteaban, brincaban o aleteaban por toda la estancia.

Justo en medio, en una de las pocas mesas que aguantaban de pie, Severus ya se encontraba en plena faena; tenía las mangas de la levita dobladas hasta los codos, estaba subido en el pupitre en cuestión y apuntaba con su varita a algo que se escondía dentro del candelabro del techo.

—Petrificus totalus.

Algo se movió un poco entre las velas encendidas y cayó al suelo a plomo. Cuando Harry se acercó, comprobó que se trataba de un duendecillo.

—¡Potter! ¡Merlín Poderoso! ¡Cierra la maldita puerta si no quieres que se escapen todas las criaturas! —Harry miró al hombre un segundo y después fue a obedecer la orden—. ¿Qué haces aquí, para empezar?

—McGonagall me ha pedido que te ayude a…

—¡No necesito tu ayuda para nada! ¿Qué se ha pensado, esa mujer? ¿Que no soy capaz de ocuparme de unas cuantas criaturas del demonio? Me he pasado la vida entre magos tenebrosos, ¡por Merlín! No me asusto de cualquier tontería, como si fuera un niño de cinco años. He pasado de un viejo chocho a una vieja desconfiada, ¿cuándo tendré un respiro?

—No me ha enviado a ayudarte porque crea que no puedes hacerlo solo… —sino porque quiere que me declare a ti, calló.

—Ah, ¿no? Entonces, ¿por qué?

Porque quiere que me…

—Porque piensa que entre dos lo solucionaremos más rápido y Filius se está impacientando por no poder usar su aula.

—Ah, de modo que Filius se está impacientando… ¡pues que venga él aquí a arrimar el hombro! —refunfuñó.

No parece que esté de muy buen humor, quizá no sea un buen momento para decirle nada, pensó Harry.

De improviso, un pequeño imp apareció de la nada, saltó sobre la cabeza de Snape y desapareció entre unos pupitres de más atrás. El profesor le lanzó otro hechizo paralizante, pero no llegó a tocarle porque la criatura era condenadamente rápida.

—Ya que estás aquí, no te quedes parado, Potter, ayúdame con esto —dijo, con brusquedad.

Se agachó para recoger al duendecillo que había hecho caer de la lámpara y lo metió en una especie de jaula de aspecto extraño. Era de consistencia etérea, como si la hubieran aparecido con magia y no se hubiera acabado de materializar del todo. Cuando Snape colocó a la criatura dentro, Harry vio cómo tanto su mano como el duendecillo atravesaban sin impedimento los barrotes; sin embargo, una vez el pocionista la apartó y levantó el petrificus de la criatura, esta se abalanzó hacia delante para caer luego de culo al chocar contra ellos.

—¿Qué es eso? —preguntó, señalando la jaula.

—¿Es que no has aprendido nada en el colegio, Potter? Es un atrapatodo. Sólo tienes que decidir qué quieres capturar en su interior y la criatura podrá entrar, pero no salir. Me lo ha prestado Minerva para la ocasión.

Harry se quedó mirando el objeto apreciativamente.

—Pero ahí no caben todas las criaturas que campan sueltas por aquí —dijo.

Snape suspiró.

—Obviamente, está hechizado. Desde dentro se percibe mucho más grande de lo que parece desde fuera —el chico asintió, comprendiendo al fin—. ¿Y bien? ¿Va a ayudarme o sólo ha venido a mirar?

Mirar estaba bien, desde luego. Mirar estaba muy bien cuando significaba poder observar a Snape a sus anchas, pero eso no era lo que el hombre esperaba oír.

—Eh... sí, claro.

Harry se arremangó también y empezó a perseguir a los escurridizos imps y duendecillos por toda la sala. Cuando consiguió petrificar y capturar al primero fue a dejarlo en el atrapatodo pero, al intentar retirar la mano de la jaula, vio que no podía sacarla.

—Estooo... Severus —llamó—. No puedo soltarme.

Snape, que tenía un imp sujeto por el pescuezo con dos dedos, se giró hacia él y le miró con una ceja alzada. Al verle atrapado y con las dos pequeñas criaturas estirando de sus dedos, pellizcándole y dándole diminutos mordiscos para que las liberase, sonrió con maldad.

—Oh, sí. Cierto —dijo—. Lo he conjurado para que mantenga dentro a cualquier criatura que no sea yo, no me acordaba. Piensa que, además de imps y duendecillos, también hay algún que otro diablillo alado. El que haya organizado todo este alboroto lo ha hecho a conciencia.

—Muy interesante y eso, pero... ¿puedes liberarme? No es que sus mordiscos hagan mucho daño, pero molestan bastante.

La sonrisa de Snape se torció en una mueca sardónica. Se acercó al chico -bastante más de lo que era estrictamente necesario, aunque Harry no iba a quejarse por esto-, metió en la jaula al imp que había capturado y susurró un conjuro con voz tan suave y profunda que Harry sintió un delicioso escalofrío que erizó el vello de su nuca.

Retiró la mano del atrapatodo y se la masajeó con la otra, sin dejar de mantener sus ojos sobre los del hombre. Snape tomó la mano magullada entre las suyas y la observó con detenimiento.

—Vivirá —dictaminó, la soltó y se dio media vuelta con rapidez—, y ahora, ¡a trabajar! Tenemos mucho por hacer.

Harry rompió la rigidez momentánea de su cuerpo con un parpadeo. Nada, sin embargo, fue capaz de hacer desaparecer la hormigueante sensación que se había instalado en la boca de su estómago.

***


Horas después, y tras una ardua tarea mano a mano, lograron reducir entre los dos a la última criatura. El atrapatodo se veía abarrotado, pero Snape le aseguró que para ellas había un espacio enorme en su interior.

Arreglaron la clase para que todo estuviera en orden y, cuando acabaron, Snape hizo levitar la jaula y se dirigió hacia la puerta, pero cuando quiso salir al pasillo tropezó con una barrera invisible.

—¿Qué cojones...? —maldijo, frotándose la nariz, que se había estrellado dolorosamente contra la nada—. Algún imbécil ha lanzado algún tipo de conjuro de retención...

Harry se acercó al hombre y extendió una mano hacia delante, bajo el umbral de la puerta, hasta que sus dedos encontraron una superficie lisa y cilíndrica que no podía ver. Observó al hombre, mordiéndose el labio inferior, creyendo entender lo que pasaba. Vieja alcahueta…

Snape estaba ceñudo y parecía irritado. De pronto, dejó de masajearse la nariz y sonrió de manera perversa. ¿A quién va a culpar ahora?, pensó Harry, sea a quién sea, lo más probable es que vaya muy desencaminado.

—Seguro que es cosa de Cummings —afirmó—, ese crío inepto va lanzando hechizos por accidente donde quiera que va...

Aldo Cummings era, por así decirlo, el heredero de Harry en cuanto a ser el objeto de la mayoría de los castigos de Snape. El muchacho era bastante torpe, casi tanto como lo había sido Neville en su día, pero sólo estaba en primero y no tenía los conocimientos ni la habilidad necesarias para lanzar un conjuro como ése. Snape sabía esto tan bien como él, pero Cummings era un Gryffindor, y por ello le llenaba de satisfacción culpabilizarle de cualquier desastre que ocurriera en la escuela.

Harry exhaló un profundo suspiro.

—Cummings no tiene la capacidad de algo así, es sólo un niño —explicó—. De hecho… —se interrumpió, realmente, no tenía ganas de continuar esa frase, pero sabía que al final iba a tener que hacerlo de todos modos.

—¿Sí, Potter? —Le animó Snape, con mirada suspicaz.

—De hecho… sospecho que esto puede ser obra de… la directora.

Snape parpadeó, sorprendido. Fuera lo que fuera lo que esperaba escuchar, seguro que no era eso.

—¿Y en qué basas tal extraordinaria acusación?

—En que ella le ha prestado un atrapatodo para capturar a las criaturas y ahora somos nosotros, precisamente, los que estamos atrapados. Ella adora este tipo de ironías…

El pocionista ladeó la cabeza. Era cierto que McGonagall apreciaba siempre una buena muestra de fina ironía, pero era absurdo pensar que tuviera nada que ver con su situación.

—¿Qué motivos podría tener ella para encerrarnos a ambos aquí?

—Bueno, ella… —comenzó Harry, pero al sentir que el rubor acudía a sus mejillas, agachó la cabeza y bajó la voz a la mínima expresión— puede estar bajo la impresión de que… creo que piensa…

—¿Qué murmuras, Potter? Apenas te oigo, ¡habla más alto!

—Creo que espera que te confiese algo —soltó, sin levantar la vista del suelo, sintiendo cómo el calor se extendía hasta sus orejas.

—¿En serio? —Snape cruzó los brazos sobre su pecho y frunció el ceño—. ¿Y de qué puede tratarse? ¿Qué has hecho esta vez, Potter?

—¿Hacer? —Levantó la cabeza de golpe y miró al hombre con nada fingida inocencia—. ¡Nada! No he hecho nada, es sólo que… —de pronto, Harry decidió que le resultaba mucho más fácil mostrar lo que sentía que decirlo y se lanzó hacia delante para capturar con sus labios los de un muy sorprendido Snape, que tensó la espalda involuntariamente durante los breves segundos que duró el beso.

Se escuchó un ligero “clink” procedente de la puerta y Harry se apartó de inmediato del hombre.

—¡Uy! Parece que la barrera ha desaparecido, ¡qué bien! Ya nos podemos ir —dijo el chico apresuradamente y, acto seguido, intentó marcharse de allí con rapidez.

Sin embargo, Snape no iba a ponerle las cosas tan fáciles, ¿y cuándo lo había hecho? Sujetó al chico por la parte trasera de su túnica, frenando en seco su huída, le obligó a entrar de nuevo en el aula y cerró la puerta para acorralarle contra ella e impedir que intentara escapar otra vez.

El hombre apoyó las dos palmas en la madera, a ambos lados del joven, y acercó su rostro al de Harry con expresión mortalmente seria.

—¿Adónde crees que vas, Potter? ¿De verdad piensas que puedes besarme y largarte como si nada?

El chico no contestó, notaba el cálido aliento del hombre contra su rostro y no se sentía capaz de moverse ni de apartar la mirada de esos penetrantes ojos negros. Parecía hipnotizado.

—Dime —insistió Snape, bajando la voz hasta convertirla en un ligero susurro y acercándose más aún a la boca entreabierta de Harry—, ¿en serio crees que puedes tentarme con tan leve roce de labios y dejarme anhelando más, sin concederme siquiera la posibilidad de retribución?

¿Anhelando? ¿Tentarle? ¿Retribución? De pronto, Harry no comprendió qué significaban esas palabras, pero sí que, dichas por Snape, sonaban tan irresistibles como un canto de sirenas.

—Yo… —murmuró, y el sonido de la palabra quedó ahogado por los labios del hombre sobre los suyos, suaves y delicados como siempre soñó que serían, una caricia de terciopelo exquisita que le arrancó un leve gemido.

Snape exploró la mullida carne con la punta de su lengua, recorriendo el labio inferior de lado a lado para después repetir la suave caricia en el superior. Harry se dejó hacer dócilmente, todavía incapaz de reaccionar, todavía sin poder creer lo bien que se sentía aquello, y cuando la tentadora lengua tanteó la entrada a su boca, él le franqueó el paso con un pequeño suspiro y rodeó el cuello del hombre con sus brazos para acercarle más a él.

Se fundieron en ese beso durante largos e incontables minutos, durante los cuales, las manos de Snape recorrieron buena parte de la anatomía de Harry, acariciando, rozando, tocando, con dedos hábiles y delicados, todos los puntos que provocaban un temblor especial en sus rodillas.
En determinado momento, a Harry le fallaron las piernas y Snape le atrapó entre sus brazos para evitar que cayera, le condujo a uno de los pupitres y le hizo sentarse en la mesa.

—Es curioso… —murmuró el chico, casi sin aliento— yo creía que me odiabas.

—Sólo cuando no te deseo —aclaró el hombre, procediendo a continuación a besar el pálido cuello del chico.

Harry tembló y se agarró más fuerte a la ancha espalda del pocionista.

—¿Y ocurre muy a menudo? —preguntó.

—¿Lo de odiarte?

—Lo de desearme.

Snape le miró a los ojos y dijo, muy serio:

—Casi todo el tiempo.

Un jadeo escapó de los labios del joven, que se lanzaron con ansias a por la apetecible boca del profesor.

Después de eso, ya no hubo mucha más conversación. Sólo palabras sueltas, casi siempre inconexas, gemidos y jadeos ahogados, ropa volando por los aires, músculos tensos y extremidades agarrando, acariciando, aproximando un cuerpo al otro hasta que no existieran las distancias.

Sólo dos hombres sudorosos, magníficos y absolutamente hermosos sumidos en un instante de pasión.

Ah, y también unas cuantas decenas de criaturas maliciosas que escaparon de su encierro en cuanto sus captores dejaron de prestarles atención. Pero eso no pareció importarle a nadie en aquellos momentos.

Snape tomó a Harry despacio, sin prisa, tal como la relativa inexperiencia del chico requería, saboreando cada segundo como un regalo precioso. Harry se entregó sin reservas, disfrutando a fondo de la destreza del hombre y de la maravillosa sensación de ver hechas realidad sus fantasías de hacía tanto tiempo. Y cuando ambos culminaron su deseo y se quedaron mirando a los ojos, no hubo un silencio incómodo, sino cómplice, y la sonrisa que inundó el rostro de Harry se contagió al de Snape ampliada y mejorada.

Sin embargo, el hombre no tardó en componer su expresión adusta de siempre, ésa con la que se sentía tan cómodo y que encajaba de forma tan natural en su rostro.

—Y ahora será mejor que nos arreglemos y… —echando una mirada alrededor, comprobó que el aula estaba prácticamente igual que como la habían encontrado al entrar, con todo desordenado y los imps, duendecillos y diablillos alados campando a sus anchas. Suspiró— y volvamos a empezar el trabajo desde el principio. Minerva va a preguntarse qué demonios nos ha llevado tanto tiempo…

—Creo que puede hacerse una ligera idea… —dijo Harry, que todavía tenía el rostro encendido y los labios hinchados y húmedos por la pasión compartida.

Snape se forzó a apartar la vista de tan exquisita visión porque sabía que, de no hacerlo, no sería capaz de abandonar aquellos brazos para cumplir con su deber. Se vistieron con pocas ganas, como añorando ya el tacto de la piel ajena y, mientras Snape se abrochaba el pantalón, Harry se le acercó por detrás y rodeó su cintura con los brazos, pegando su pecho y su cara contra la espalda del hombre. Snape cerró los ojos unos instantes, dejándose abrazar, sintiendo el calor del chico en su cuerpo como una caricia más, y después volvió a abrirlos y terminó de arreglarse.

Deshizo el abrazo que le sujetaba y se giró para encarar a Harry.

—Vamos, Potter… —el joven hizo un espontáneo puchero y Snape sintió que algo dentro de él se ablandaba. No estaba acostumbrado a esa sensación, pero no le desagradó— Harry —el rostro del chico se iluminó de golpe. ¿Cómo podía pasar de reflejar una emoción a la otra en sólo un segundo? El profesor no lo sabía, pero le complació y le fascinó a partes iguales ser él el causante de ese cambio—. Vamos, tenemos que empezar de nuevo.

—¿Me quito la ropa otra vez? —preguntó Harry, con picardía.

Snape le observó confuso unos instantes, pillado desprevenido, y después esbozó una pequeña sonrisa.

—Me refiero, por supuesto, a empezar de nuevo con la limpieza del aula.

—Ah… ¡qué lástima! —murmuró Harry, travieso.

Snape se dio la vuelta, ignorando expresamente el tono quejumbroso del chico para no caer en la tentación de nuevo. Al fin y al cabo, el deber era siempre lo primero.

Intentó no desanimarse demasiado al contemplar el panorama de todas las pequeñas criaturas alborotando en libertad y se arremangó de nuevo.

Cuando fue a llevar al primer imp a la jaula, se dio cuenta de que una sonrisa juguetona bailaba en los labios de Harry.

—¿Se puede saber por qué sonríes de ese modo? Tenemos que repetirlo todo desde el principio.

—Porque ya sé a quien voy a culpar yo de esto —contestó, haciendo un gesto vago con la mano que abarcaba toda el aula.

—¿Oh? ¿Y a quién, si no te importa compartir tan preciada información?

—A ti, por supuesto.

—¿A mí? —interrogó el hombre, enarcando las cejas.

—Sí, tú me has vuelto loco y has provocado que todo esto se vuelva a descontrolar otra vez.

—Así que loco, ¿eh?

—Loco por ti. Loco hasta el dobladillo de tu estúpidamente larga túnica. Y así mismo se lo voy a decir a la directora cuando me pregunte.

—¿En serio? Me pregunto si la locura será contagiosa —repuso el hombre y, agarrando a Harry por los hombros, se abandonó a la tentación de besarle una vez más.


FIN
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MensajeTema: Re: El atrapatodo   El atrapatodo I_icon_minitimeDom Jun 05, 2011 2:54 pm

Otro que ha sido toda una gozada de leer. Fantástico. La escena de Harry dándose cuenta de que todos conocen sus sentimientos por Snape es divertida y yo diría que tiene un toque realista ¿acaso no nos ha pasado eso alguna vez? que se nos nota a la legua? Y es McGonagall de alcahueta es impresionante, con bufidos y todo. Yo es que me la imagino así, me parece muy canon. Claro que ella tenía que conocer el secreto de Snape. Seguro que todos también sabían que Severus se sentía más que atraído por Harry. ¡Qué calor tuvo que hacer en el aula!, jajaja. Y muy bien escrito.



¡¡¡FELICIDADES!!!! HA GANADO MUY MERECIDAMENTE ¡SÍ SEÑOR!!!

Espero que nos deleites con más historias...
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