La Mazmorra del Snarry
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La Mazmorra del Snarry


 
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La Mazmorra del Snarry... El escondite favorito de la pareja más excitante de Hogwarts

 

  Y algún día, la felicidad. Capítulo 4. Atrapado en el infierno

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alisevv

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MensajeTema: Y algún día, la felicidad. Capítulo 4. Atrapado en el infierno     Y algún día, la felicidad. Capítulo 4. Atrapado en el infierno I_icon_minitimeJue Mar 17, 2016 8:43 pm

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—¡¡¿¿QUÉ??!! —Harry se levantó de un salto con el rostro desencajado y comenzó a pasear nerviosamente frente a Severus, soltando imprecaciones y blasfemias sin parar—. ¡MALDITO CHUPASANGRE MAL NACIDO!! —el tono de su voz destilaba un odio visceral—. ¡Ya sabía yo que no se podía confiar en el maldito desgraciado! ¿Cómo se atrevió? —estrujaba violentamente una mano contra otra mientras su rostro enrojecía más cada vez—. ¡Entregarte A Voldemort! ¿Por qué lo hizo, Merlín, por qué?

Al escuchar sus propias palabras una luz se hizo en su cerebro, comprendiendo al fin. Lo había hecho por celos. Por culpa de sus malditos celos había hundido a Severus en el mismísimo infierno. Pero junto con esta revelación, llegó otra muchísimo más cruel y terrible. Él tenía la culpa. Por su maldita culpa el hombre que amaba se había visto sometido a quien sabe cuántas torturas y vejaciones. Debería estar muerto. Si hubiera muerto al nacer, las personas que amaba no hubieran sufrido o muerto por su culpa. No merecía vivir.

Y su agónica reflexión, se liberó del único modo posible.

>>¡¡¡NOOOOOO...!!!

El grito desgarrador sacudió el corazón de Severus, quien se precipitó hacia Harry, el cual, con una fuerza descomunal nacida de su propia desesperación, en ese momento estrellaba su puño contra la pared de piedra sin tener en cuenta el dolor que ello le estaba produciendo. Le abrazó por detrás, sosteniendo sus brazos para evitar que siguiera haciéndose daño. El hombre más joven se retorcía desesperado, intentando soltarse y proseguir con su auto-castigo, pero el abrazo de Severus se hizo aún más fiero, inmovilizándole casi por completo.

—Tranquilo, amor, tranquilo —susurró en su oído intentando que se calmara—. Eso ocurrió hace mucho tiempo, ahora estoy bien. Estoy aquí, contigo.

El más joven se relajó ligeramente dentro del abrazo, luego se giró hacia su pareja y enterró su cara en el firme pecho, llorando de manera descontrolada. Aflojando el agarre, Severus le condujo hasta un sofá, y luego de sentarse, lo acomodó en su regazo, acunándole suavemente hasta que se tranquilizó.

>>Shh, amor, shh —murmuraba mientras los fuertes sollozos se iban apaciguando—. Cálmate, ya todo pasó.

—Es que no entiendes, Severus —los ojos verdes le miraron fijamente, mostrando una tristeza y un remordimientos infinitos—. Yo tuve la culpa —aunque los sollozos se habían calmado, las lágrimas seguían brotando incontenibles, formando profundos surcos en las mejillas del mago más joven—. Por mi culpa fuiste atrapado y torturado por Voldemort.

—¿De qué demonios estás hablando? —preguntó Severus, mirándole con extrañeza—. Los únicos culpables son Gustav, Voldemort... —se detuvo brevemente, como buscando ánimos para pronunciar el último nombre—...y Lucius.

—Ellos fueron quienes te maltrataron, pero yo fui el causante de que te atraparan —el hombre intentó intervenir, pero Harry alzó una mano, impidiéndoselo—. Es así. Si no hubiera sido por mí, jamás habrías abandonado la propiedad y la protección de Vasili. De no haber sido por esa estúpida promesa que te obligué a hacer... —Severus negó con la cabeza pero Harry le ignoró—. Y si Gustav no hubiera tenido celos de mí, nunca te hubiera entregado. Y...

Severus, viendo que no había modo de contener la diatriba de auto culpa de su pareja, bajó la cabeza y tomó sus labios en un tierno beso, que prolongó hasta que sintió como el otro se relajaba visiblemente. Cuando al fin se separaron, observó el rostro congestionado, y tomándolo entre sus tiernas manos, depositó un beso en su frente y luego sumergió la mirada en los llorosos ojos verdes.

—Escúchame, Harry, y escúchame bien porque lo que te voy a decir es mi mayor verdad, la más absoluta —al ver que el joven lo miraba con atención, continuó—: Si me dieran la posibilidad de cambiar algo en mi vida, lo que fuera, a cambio de perder tu amor, no cambiaría absolutamente nada; ni el dolor, ni el sufrimiento, NADA, porque tu amor —y ahora el de nuestro hijo— son lo único que me sostiene en la vida. ¿Sabes por qué sobreviví al infierno de mi permanencia con Voldemort? —Harry negó con la cabeza, incapaz de emitir sonido—. Porque pensaba en ti. Anhelaba poder verte aunque fuera una vez más. Tú recuerdo me sostuvo, Harry. El recuerdo de tus amorosos ojos verdes y tu dulce sonrisa. Por ti estoy vivo.

Al terminar, el mago se aferró al joven y también lloró; lloró de tristeza por todo lo que había sufrido en esos años, por la angustia y la soledad, pero también de alegría, porque había recuperado a su Harry, y eso era suficiente por dar gracias a los cielos.

Mucho, mucho rato después, ya calmados, se separaron; Severus, mirando seriamente a su pareja, declaró:

>>No tuviste la culpa, Harry. Yo me arriesgué a venir verte en la misma medida que tú te arriesgaste. ¿O acaso venir con un embarazo a cuestas es algo de todos los días? —notó que el joven, confundido, era incapaz de rebatir su razonamiento—. ¿Lo ves? Hice lo mismo que tú y por la misma razón, porque te amaba. Sólo que en mi caso las cosas salieron mal, pero fue así y tenemos que aceptarlo —le dio un breve beso—. Necesito que deseches el sentimiento de culpa —una suave caricia en la tersa mejilla— y seas valiente. Es imprescindible. Porque lo que te voy a contar es duro, muy duro, pero debes saberlo. Debes conocer toda la verdad, para que puedas estar alerta.

—¿Alerta para qué? —ahora Harry estaba intrigado.

—Para lo que pueda acontecer —al ver que la confusión seguía reinando en el bello rostro, musitó—: Deja que te explique todo y entenderás.

Harry se abrazó una vez más al cálido cuerpo y le besó con pasión. Luego, elevó la cabeza, endureció ligeramente el semblante y le animó a hablar

—Puedes empezar —susurró—. Prometo que seré fuerte.

—Bien —musitó Severus, apretando la mano de Harry con fuerza, y continuó con su historia—. Cuando recuperé la conciencia, me encontré en lo que aparentemente era el cuartel general de Voldemort y sus seguidores. Me levanté y me enfrenté cara a cara con la maldita serpiente —una sombra muy densa cubrió sus facciones ante el recuerdo.


Severus Snape reaccionó lentamente; alzando la cabeza con dificultad, inspeccionó el lugar donde se encontraba. Era un salón lúgubre y frío, donde la escasa luz presente era suministrada por pequeñas teas que ardían en las paredes. Su escrutinio fue detenido por una tétrica carcajada que pareció retumbar por las paredes de aquel antro.

—Vaya, vaya, vaya, miren nada más a quien tenemos aquí —la áspera voz de Voldemort tenía un timbre que indicaba la enorme satisfacción que le embargaba—. Nada menos que el mismísimo Severus Snape, nuestro apreciado traidor —se giró hacia Lucius, que estaba a un costado, arrodillado en señal de respeto—. Puedes levantarte, querido Lucius. Ya veo que ese vampiro, ¿cómo se llama?.. sí, Gustav, te dio el dato correcto. Hoy estoy realmente complacido contigo, tan complacido que recibirás la recompensa que desees.

El mago rubio se incorporó, y mirando a su señor con respeto, murmuró:

—No fue nada, Mi Lord, sabe que sus deseos son órdenes para mí.

—Tan lamebotas como siempre —se escuchó es sarcástico comentario de Severus, mientras se levantaba con cierta dificultad, todavía aturdido por el hechizo que le había lanzado Lucius previamente y furioso al pensar en la traición de Gustav—. Así que sigues siendo el perrito faldero de tu amo. ¿Qué otra cosa podría esperarse de ti?

—Al menos no soy un traidor —replicó el rubio con desprecio.

—Y un traidor que está en una gran desventaja, debo agregar —intervino Voldemort con tono burlón—. De hecho, no creo que estés en condiciones de insultar a mi hombre de confianza, ¿no crees? —y para demostrar su punto, alzó la varita y gritó “Cruccio”. Severus cayó nuevamente al suelo presa de insoportables dolores mientras sentía como si le destrozaran todos los huesos del cuerpo, pero de sus labios no escapó ni un gemido—. Haciéndote el valiente como siempre, ¿no, Severus? Pero gritarás, te juro que gritarás.

—Puedes hacerme lo que quieras —jadeó el hombre—, no te tengo miedo.

En ese momento a Severus no le importaba nada. Sabía que iba a morir, eso era inevitable, pero moriría con dignidad, no dejaría que sus agresores le vieran humillado. Su único pesar era que no podría despedirse de Harry antes de partir, que no podría besarle una vez más.

—Vaya, de lo que uno se entera —ahora, la satisfacción del Señor Oscuro era inconmensurable—. Así que nuestro traidor está enamorado, y precisamente de Harry Potter y al parecer es correspondido. Eso si es un buen chiste —mientras una desagradable carcajada retumbaba por el salón, un aterrado Severus cerraba completamente su mente, maldiciéndose por haber sido tan estúpido como para dejar la guardia baja, a sabiendas que Voldemort podía leerle la mente sin necesidad de usar varita—. De nada te vale cerrarte ahora, aunque seas tan buen Oclumentista como yo no vas a poder rechazarme por mucho tiempo.

—De hecho —puntualizó Severus, recuperándose—, soy mucho mejor que tú. Y puedo rechazarte durante un largo tiempo— sabía que no era verdad, que no podría resistir mucho si seguían las torturas que maltrataban su cuerpo, pero no pensaba demostrarlo

La furia que por un instante destelló en los ojos rojos fue la única señal de que el comentario había afectado el orgullo de Voldemort. Sin embargo, se recuperó de inmediato y continuó con el mismo tono burlón:

—Veremos si sigues pensando lo mismo después que acabe contigo. ¡Cruccio!

El cuerpo de Severus se retorció nuevamente ante la maldición que le era lanzada con potencia extrema, y gritó sin poder evitarlo mientras Voldemort reía despiadadamente.

>>Pensaba matarte hoy mismo —decía ese monstruo con una mueca malévola, al tiempo que detenía la maldición—, pero ahora sé que me puedes ser de mucha utilidad. Quién sabe, hasta me podrías ayudar a encontrar a tu amorcito.

—Nunca —jadeó Severus sin aliento—. Eso... nunca.

—No creo que luego de un par de días como invitado en mis mazmorras sigas pensando lo mismo —declaró El-Que-No-Debe-Ser-Nombrado con una mueca despectiva—. Verás como entonces estarás dispuesto a contarme todo lo que yo quiera saber y más.

—Nun...ca —repitió el herido con un último aliento, y se desmayó.

Pero antes que su profunda agonía le sumiera en la inconsciencia, Severus había alcanzado a notar la extraña actitud del hombre rubio parado a un lado de la habitación. Luego que el Señor Oscuro descubriera su más íntimo secreto, el rostro del Mortífago se había transformado, y un manto de furia demencial había cubierto sus facciones. Fue tan breve como una exhalación y de inmediato la habitual expresión fría regresó a su pétreo rostro; al parecer, había tomado una resolución.


Las últimas palabras de Severus fueron musitadas en un tono tan bajo que Harry, quien llevaba un buen rato con la vista fija en sus manos entrelazadas intentando contener la angustia que sufría al escucharle, levantó repentinamente la vista y la fijo en el rostro descompuesto de su pareja, preocupándose profundamente por la visión que se presentó ante sí.

El rostro de Severus estaba transformado. Los ojos, en los que brillaban las lágrimas que apenas podía contener, estaban llenos de angustia y dolor, y la boca estaba torcida en un rictus de amargura. Su cuerpo empezaba a temblar con fuerza, y su piel estaba pálida y fría. Estaba a punto de sufrir un colapso nervioso.

Entonces, cayó en cuenta de lo que había ignorado en su angustia por saber: Severus estaba a punto de derrumbarse. En las últimas horas se había visto sometido a una fuerte presión, tanto física como emocional, y su organismo estaba empezando a pasarle factura. Debía detener eso antes que fuera demasiado tarde.

Abrazó el tenso cuerpo y lo apretó contra su pecho, mientras pasaba su mano amorosa por la espalda del hombre, en movimientos circulares, lentos y tranquilizantes. Un buen rato después, aproximó su boca a su oreja y musitó quedamente, sin detener la mano acariciante sobre la espalda.

—Amor —su voz estaba impregnada de dulzura—. Por ahora ya es suficiente, debes descansar —mientras hablaba, depositaba ligeros besos al borde de la nuca.

—No —contestó con voz quebrada—. Te tengo que contar. Debes saber.

—Sí —la voz siguió siendo un murmullo relajante, acariciador—. Pero lo harás luego —la mano de la espalda sintió como los músculos se iban aflojando—. Ahora debes descansar. Casi amanece y estás demasiado agotado, y muy alterado. Mañana veremos todo mejor, ya lo verás.

—Pero debes saber —insistió el hombre.

—Sí, amor, lo sé —pequeños besos en la mandíbula y la mano de la espalda llegó a los hombros, masajeando suavemente—. Pero ahora vamos a dormir un rato. Es más —agregó con una repentina idea—, si te portas bien y me acompañas a la cama— le habló como a un niño pequeño mientras le ayudaba a levantarse —en la mañana, después del desayuno, llamaremos a Hogwarts y hablaremos con James.

Las facciones del mago mayor se transfiguraron con el pensamiento y en su rostro apareció una tímida sonrisa, mientras caminaban abrazados rumbo a la cama

—¿De veras podremos hablar con James? —el anhelo en su voz casi le rompió el corazón a Harry.

—Por supuesto —contestó, al tiempo que llegaban a la cama y empujaba a su pareja con suavidad sobre el lecho—. Ahora —le quitaba las pantuflas, mientras besaba los pies con cariño—, te voy a dar una poción tranquilizante... y no admito protestas —comentó, al ver que Severus hacía ademán de quejarse—. Es una poción muy suave que yo mismo uso a veces —le arropó cuidadosamente y, alargando el brazo, abrió el cajón de la mesilla de noche y sacó un frasquito lleno de un líquido azul—. Lo único que hará será relajarte y permitirte dormir sin sueños, así que no seas refunfuñón y abre la boca.

El hombre tomó sin chistar la poción ofrecida, y musitó:

—No te irás, ¿verdad? —parecía una tontería, pero de repente le había inundado el terror de llegar a perder a su pareja.

—Claro que no me iré —contestó, metiéndose bajo las sábanas y abrazando amorosamente a Severus. Éste se arrebujó contra él como si fuera un niño pequeño—. Ahora, duerme, amor, duerme que yo te cuidare. Nada volverá a dañarte. Lo prometo.



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Horas después, bañados y frescos, Harry y Severus charlaban frente a sendas tazas de humeante café. Como bien había dicho Harry, con el nuevo día todo parecía mucho mejor. Aunque, en esos momentos, Severus Snape sentía un tipo diferente de inquietud. Estaba aterrado ante la idea de hablar por primera vez con su pequeño hijo.

—No estoy seguro, Harry —decía, moviendo la cabeza de un lado al otro, denegando—. ¿Y si se asusta al verme así?

—No se va a asustar —le tranquilizó Harry—. Además, te ves muy bien.

—No es cierto —insistió—. Estoy muy flaco y demacrado. Me veo terrible.

—¡Caramba, Severus Snape! —exclamó el joven, lanzando una carcajada—. No sabía que eras tan vanidoso. Creo que se te pegó de tu ahijado Draco.

—No te burles de mí —reclamó, pero no pudo reprimir una tímida sonrisa—. Es que estoy muy nervioso.

—No, si ni se nota. Lo disimulas de lo mejor —se burló el otro.

Severus frunció el ceño e hizo un mohín de disgusto.

—Muy gracioso, señor Potter— miró fijamente los brillantes ojos verdes—. En serio, Harry. Creo que es mejor que esperemos a llegar a Hogwarts y que tú hables primero con él.

—Eso ni hablar —negó, rotundo—. No pienso darle ese disgusto a tu hijo, amor. Estoy seguro que Albus ya le contó que regresaste y debe estar ansioso por hablar contigo.

—Pero...

—Además —le cortó, pues acababa de escuchar un ruido característico en la chimenea—, creo que ya es tarde. Si no me equivoco, ese que llama por la chimenea es un mensajero de tu hijo pidiendo audiencia —comentó, sonriendo al ver el desolado y aterrado rostro frente a él. Se levantó de la silla y le tendió una mano—. Vamos

Con mano temblorosa, Severus la tomó, y con mucha aprehensión acompañó a Harry hasta la chimenea, quedándose a un lado.

—Harry —exclamó el rostro de Draco cuando el aludido se arrodilló frente a la chimenea—. Perdona por despertarte, pero Albus nos contó todo esta mañana y el enano está a punto de volverme loco. Tenía dos alternativas: o te llamaba, o lo estrangulaba.

—No te preocupes, Draco. Estábamos a punto de llamarles —le tranquilizó Harry.

—Amigo, ¿es cierto? ¿Severus apareció? —ante el asentimiento de su interlocutor, Draco continuó preguntando con voz rasgada—. ¿Y cómo está? Lo que me dijo Albus no fue precisamente tranquilizante.

—Sufrió mucho, Draco —los ojos del Gryffindor se llenaron de lágrimas—. Pero ahora está bien. ¿Quieres hablar con él?

—No, después hablaremos con calma. Es que si me demoro más, el enano va a acabar conmigo; hasta aquí me llegan sus gritos de furia. Sólo dile que le quiero, ¿vale?

—Ya te escuchó —afirmó Harry, mientras veía como la cabeza de Draco desaparecía bruscamente de las llamas y de inmediato aparecía el rostro de su hijo, cuyos ojos relampagueaban de furia.

—Papí —se quejó en cuanto vio a Harry—, mi padrino hablaba y hablaba y no me dejaba a mí —sus negros ojos, tan parecidos a los de su padre, se llenaron de repentinas lágrimas—. Papí —preguntó con voz temblorosa pero directa, por algo era hijo de Severus Snape—, ¿es cierto que apareció mi papá? Dime dónde está. Quiero verlo.

—Tranquilo cariño —susurró Harry. Al ver la carita llorosa del niño se le encogió el corazón—. Tu papá está aquí, ya lo vas a ver; pero tienes que calmarte, ¿vale? Recuerda que eres un niño muy valiente.

—Sí, papi. Lo prometo —afirmó el niño, limpiando los lagrimones de su pequeño rostro—. Pero dile que venga —suplicó.

Apartándose, Harry tendió una mano a Severus, quien aún fuera del objetivo de la chimenea había escuchado hasta la última palabra con el alma en la boca. Vacilante, el hombre aferró su mano y se arrodilló frente al fuego.

Al ver la carita de su pequeño por primera vez, sintió que le embargaba una felicidad increíble. Ese niño era suyo, su hijo... y era idéntico a Harry. Pero su pareja tenía razón, los ojos que en esos momentos le miraban aturdidos eran iguales a los propios.

—James... —musitó tentativamente, sin saber que decir.

El niño, al escucharle, comenzó a llorar nuevamente sin control; la emoción que sentía en ese momento era demasiado para su pequeño corazón.

—¡Papá! —gemía entre sollozos que partían el alma—. ¡Papá, regresaste! ¡Regresaste! ¿Viste, tío Draco? —dijo al rubio que en ese momento se había arrodillado al lado del pequeño para abrazarle—. ¡Papá regreso! —y extendía su pequeña mano tratando infructuosamente de alcanzar la de su padre que estaba realizando un movimiento similar—. ¡Papá, te quiero! ¡Te quiero mucho!

Tragando el nudo que se había puesto en su garganta amenazando con ahogarlo, Severus le sonrió a su niño con el rostro bañado en lágrimas.

—¡Yo también te quiero, hijo mío! —el tono era definitivamente desgarrador—. ¡Yo también te quiero!

—¡Papá, regresaste! ¡Te quiero!



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Unas horas más tarde, Harry y Severus se hallaban sentados frente a la chimenea encendida, la lluvia torrencial golpeando nuevamente las ventanas cerradas. La conversación de la mañana vía chimenea había sido de tal intensidad, que cuando terminó con la promesa a James de que pronto se reunirían con él en Hogwarts, tanto Harry como Severus estaban completamente desgastados. Después de pasar un buen rato hablando de su hijo, habían salido a dar una vuelta por los alrededores del hotel y habían almorzado. Y en ese momento se sentían completamente renovados.

Severus se estiró en el sofá, recostando su cabeza en el regazo de Harry, y comentó:

—Pareces llevarte muy bien con Draco. De hecho, James primero dijo que era su padrino y luego le llamó tío —comentó con clara curiosidad.

—Sí —contestó Harry, pasando sus finos dedos a través del cabello oscuro de Severus—. En realidad, es su padrino.

—¿Su padrino? —la sorpresa en el rostro adusto fue evidente.

—Aja —confirmó Harry—. Él y Remus —ante la muda pregunta en los negros ojos, explicó—: Unos días después de tu partida, me fui a Hogwarts con la intención de seguir mi entrenamiento. Allá estaban Draco y Remus, que para entonces eran novios —el rostro de Severus evidenció un asombro tan auténtico que Harry no pudo evitar echarse a reír.

—¿Lupin y Draco? —preguntó, incrédulo.

—¿De qué te extraña? ¿Acaso no nos enamoramos tú y yo? —preguntó Harry con una sonrisa.

—También es verdad —concedió, sonriendo a su vez—. Pero algún día me tienes que contar cómo pasó eso.

—No te preocupes, lo haré —prometió, sin dejar de sonreír—. Lo cierto es que ellos estaban conmigo entrenando cuando me desmayé repentinamente. Me acompañaron a la enfermería y madame Pomfrey me dio la asombrosa noticia: estaba embarazado —los ojos de Harry reflejaron la alegría que sintió ese maravilloso día—. Estaba tan feliz, Severus. Iba a tener un niño, tu hijo. Era lo más grandioso que me podía pasar. Pero fue un embarazo difícil y tú me hacías tanta falta, te extrañaba tanto

—Lo siento tanto, mi amor —Severus levantó el rostro y le dio un tierno beso, y sus ojos se llenaron de nostalgia—. Siento no haber podido estar contigo, disfrutar tu embarazo o ver nacer a nuestro niño. Siento no haber estado allí —terminó con pesar.

—Estuviste, cariño —aseguró el joven, apartando el cabello de su rostro y besándole la frente—. En cada paso siempre estuviste en mi corazón. Además —agregó, bromeando para alejar la repentina nostalgia—, dejaste un buen representante —Severus le miró, interrogante, así que explico—: Draco se tomó tan en serio su papel de tu ahijado, que estuvo a punto de volverme loco con tantos cuidados —movió sus manos de manera exasperada, arrancando a Severus una pequeña sonrisa—. Él y Remus me apoyaron durante todo el embarazo y en el parto. Por eso los nombré padrinos de James.

—Benditos sean —murmuró Severus, agradecido de que Harry hubiera tenido gente que le apoyara en ese trance tan difícil—. ¿Por qué no me cuentas como estuvo el parto?

—Bueno, la verdad es que estuvo bastante movidito —comentó con una sonrisa—. Verás...


Harry y Draco llevaban alrededor de una hora realizando los pocos entrenamientos que el moreno se podía permitir en su estado. Apenas le faltaba un mes para dar a luz y sabía que debería estar guardando reposo dadas las complicaciones inherentes a los embarazos masculinos, pero la guerra estaba en pleno apogeo y pronto se vería obligado a enfrentar a Voldemort. No se podía dar el lujo de descansar.

Repentinamente, un dolor agudo en el bajo vientre le hizo perder el aliento. Se apoyó en una pared mientras jadeaba repetidamente y cristalinas perlas de sudor empapaban su frente. Draco, notando la situación, acudió presuroso en su ayuda.

—¿Qué ocurre, Harry? —preguntó, preocupado—. ¿Qué tienes?

—No es nada, ya está pasando —le tranquilizó su amigo—. Fue sólo... —un nuevo latigazo hizo que detuviera lo que iba a decir, y mientras bajaba las manos para sostenerse el vientre, se apoyó pesadamente en el rubio—. Es un dolor muy fuerte —confesó cuando al fin pudo hablar—. Creo que este bebé quiere salir.

—¡¡¿¿Qué??!! —exclamó Draco, espantado—. No puede ser, todavía falta un mes.

—No me lo digas a mí —replicó, retorciéndose de nuevo—. Díselo... a él.

—Pero madame Pomfrey no está, salió a atender unos heridos —Draco sólo le sostenía sin saber que hacer—. Y no puedes abandonar el castillo con la situación como está, estarías muy expuesto, así que no puedo trasladarte a un hospital. ¡Merlín, ¿qué hago?! —musitó, más para sí mismo que para Harry.

—Llama a Remus —sugirió Harry, hablando pausadamente. Al ver que Draco le miraba aturdido, repitió—. A Remus, tu novio, ¿recuerdas? El hizo un curso de medimagia, seguro que sabe lo que hay que hacer.

Luego de ayudar a Harry a acostarse en el piso, poniendo bajó su cabeza un cojín que estaba tirado por allí, corrió hacia la chimenea que había en la sala de entrenamiento. Lanzó un puñado de polvos floo al fuego y gritó—: Remus Lupin.

Al instante, la sonriente cara del licántropo apareció en medio de las llamas.

—Hola, Draco. ¿Me llamabas?

—Sí. Ven rápido, te necesitamos —habló el rubio apresuradamente—. Es Harry. Su bebé quiere nacer.

Segundos después, Remus salió precipitadamente por la chimenea y corrió hacia Harry. Luego de examinarle, informó:

—El bebé está a punto de nacer, Harry —explicó pausadamente—. Voy a tener que dormirte para hacerte la cesárea. Pero no te preocupes, yo me encargaré de todo, he asistido a un par de partos. Tranquilízate y respira profundo.

—¿Has asistido a un par de partos? —siseó Draco, apartando a Remus para que Harry no le escuchara—. ¿Qué significa eso exactamente? —preguntó, comenzando a preocuparse seriamente.

—Pues vi como la medimaga traía al bebé... — contestó en un murmullo, bajando la vista para no ver las orbes grises que en ese momento brillaban de irritación.

—¿VISTE? —gritó Draco, pero ante una seña de Remus, bajó nuevamente la voz—. ¿Viste? ¿Y sólo con eso piensas traer al mundo al hijo de Severus y Harry? —ahora sí que estaba realmente histérico.

—No te preocupes —le tranquilizó Remus, depositando un suave beso en sus labios—. Sé que hacer. Confía en mí, Harry y el bebé van a estar bien —y sin darle tiempo de replicar, llamó resueltamente—: Dobby.

De inmediato, se apareció el pequeño elfo doméstico.

—Sí, profesor Lupin, señor —saludó cortésmente, pero cuando vio a Harry acostado en el piso, lanzó un gritó—. Señor Harry Potter, señor, ¿qué le pasa? ¿Se cayó? ¿Se siente mal? —el elfo estaba realmente asustado.

—No es nada, Dobby —musitó Harry—. Es sólo que el bebé está por nacer.

—Así es —declaró Remus, y sin dar tiempo a reaccionar al elfo, ordenó—: Dobby, necesito que me traigas unas sábanas blancas limpias, muchas, y agua caliente.

—Sí, señor —y con un chasquido, desapareció.

Mientras Dobby regresaba, Remus transformó una silla en cama y levitó a Harry hasta ella. A medida que los dolores se hacían más frecuentes, la nostalgia del joven aumentaba

—Merlín, Severus —se lamentaba, con lágrimas en los ojos—. Tu hijo ya viene al mundo y no estás conmigo. ¿Dónde estarás, amor?

—Harry, tienes que serenarte —musitó Draco a su lado, sosteniéndole la mano mientras Remus preparaba lo necesario—. Esto no les hace bien ni a ti ni al niño.

—Pero, Draco —seguía gimiendo entre fuertes dolores—. Le necesito. Por piedad, Draco, necesito a Severus aquí.

—No es posible, amigo —denegó el otro con tristeza.— Pero estoy yo, y no te voy a dejar.

—Por favor, Draco —imploró—. Si algo me pasa, cuiden a mi bebé como si fuera suyo hasta que regrese Severus. Te lo suplico, Draco.

—Es innecesario que me lo pidas, porque sabes que lo cuidaríamos toda la vida de ser necesario —aseguró Draco, apretando la mano que se aferraba a la suya—. Pero tú vas a estar bien, y se lo vas a mostrar a Severus cuando regrese.

—Tal vez —musitó Harry, antes que un nuevo dolor le aturdiera. Cuando se recuperó, continuó—: Pero si no sobrevivo, protéjanlo. Prométemelo, Draco. Y cuando regrese Severus, dile que le amo, que siempre le amé.

—Te lo prometo, pero deja ya esos pensamientos negativos.

—Sí, los dejaré —aceptó—. Tengo que sonreír para recibir a mi hijo.

—Bueno, Harry, ya es hora —habló Remus en ese momento, levantando su varita y lanzando un hechizo tras el cual Harry se durmió profundamente.



—¡Merlín, Harry! —repitió Severus con añoranza—. Como hubiera deseado estar allí. Tuviste que criar tu solo a nuestro hijo.

—Fue un tiempo difícil pero tuve ayuda —comentó sin dejar de sonreír, para después añadir con guasa—. Pero no te preocupes, dejaré que te encargues de él los próximos cinco años y con eso estaremos a mano —la cara de terror que puso el hombre fue tan graciosa, que no pudo evitar lanzar una carcajada antes de añadir—: Es broma, es broma. Le educaremos juntos y nos convertirá en los padres más orgullosos del mundo.

—Yo ya lo soy —musitó casi para sí mismo. Luego, levantó la cabeza y miró los increíbles ojos verdes de su pareja—. James y tú son mi orgullo, nunca lo dudes.

Harry se inclinó y tocó con un nuevo beso los labios tan deseados. Al terminar, acarició el rostro amado, bajó la voz hasta convertirla en un murmullo, y preguntó:

—¿Te sientes con ánimos para seguir contándome? Sé que es muy duro recordar todo eso, pero mientras más rápido lo expulses de tu organismo más rápido podrás empezar a superarlo.

Ante la pregunta, el cuerpo de Severus se puso inmediatamente rígido. Se había sentido tan bien y relajado. Por unas horas había podido olvidar tanto dolor y sufrimiento. Pero Harry tenía razón, al mal rato darle prisa.

—Me encerraron en una mazmorra oscura y sucia —recomenzó la historia con voz ronca, apoyando aún más su cabeza en el regazo de Harry, como buscando consuelo y apoyo. El joven acarició su cuello y espalda, tratando de que conservara la calma y recordara que ahora estaba allí, a su lado, a salvo—. La humedad y el frío eran terribles, y el piso estaba plagado de alimañas. El único mueble presente era un camastro duro ubicado en una esquina —tragó y aferró con fuerza la mano que en ese momento acariciaba su frente; llevándola a sus labios, la besó—. A pesar de todo, me sentía feliz. Tenía temor de que, pese a mis esfuerzos, Voldemort lograra entrar en mi mente, descubrir este lugar y atraparte. Sabía que tú ya no estarías aquí, pero el día de tu cumpleaños tratarías de cumplir tu promesa. Esos dos días que me habían dado eran suficientes para mantenerte a salvo.

Durante ese tiempo no me suministraron comida, apenas un cuenco con agua para que mantuviera la conciencia. Periódicamente, bajaba algún Mortífago y se divertía lanzándome maldiciones. Al cabo de dos días me llevaron nuevamente ante la presencia de Voldemort.

—Merlín, Severus —señaló burlón su captor—. Mira que facha traes. ¿Dónde quedó la elegancia Slytherin? —al ver que el mago le miraba de frente, sin bajar la mirada, comentó—: Veo que aún te queda presencia de ánimo. No esperaba menos de ti, al fin y al cabo, pese a tus repetidas estupideces, siempre fuiste un hombre valiente. Pero veamos si todavía puedes cerrar tu mente a mí. ¡Cruccio!!

Luego de lanzarle la maldición un buen rato, penetró en su mente agotada; husmeó profundamente y reaccionó, lívido de furia.

—Así que hace dos días si hubieras podido informarnos del paradero de Potter y no lo hiciste. ¡¡MALDITO EMBUSTERO TRAIDOR!! ¡¡CRUCCIO!!

Mantuvo la maldición mucho tiempo, hasta que un Mortífago se arrodillo frente a él y murmuro:

—Mi Señor —habló Lucius Malfoy con la cabeza gacha—. Recuerde su promesa.

—Es cierto —habló el Señor Oscuro malévolamente, deteniendo la maldición—. No te destruyo en este instante, Severus Snape, porque tengo que cumplir una promesa —mientras intentaba recuperar el ritmo respiratorio, Severus escuchó, extrañado. ¿De qué diablos estaría hablando? ¿Qué promesa? Las siguientes palabras de Voldemort no ayudaron a tranquilizarle—. Aunque estoy seguro que preferirías morir en mis manos antes que tener que enfrentarte a lo que te espera. Llévenselo —fue lo último que escuchó antes de caer desmayado.



  Y algún día, la felicidad. Capítulo 4. Atrapado en el infierno Gif-animados-WebDiseno-Lineas-Particion_06432_zpsi58j44am



Severus despertó de nuevo en su mazmorra, aturdido, y cuando intentó moverse notó que le era imposible. Fuertes correas le tenían atado de piernas, brazos y cuello a una superficie rígida. Le habían despojado de su destrozada túnica y su camisa, y el torso desnudo subía y bajaba al compás de su agitada respiración. ¿De qué se trataría esta vez?

Una figura vestida de negro se acercó sigilosamente al indefenso hombre atado. Su rubio cabello y su blanca piel era lo único que se distinguía en la escasa luz reinante.

—Caramba, Severus, al fin despiertas —musitó, arrastrando las palabras y esbozando una sonrisa malévola—. Ya me tenías impaciente —al ver la duda en los negros ojos de su presa, rió entre dientes y comentó—: Imagino que te preguntas qué hago aquí y porqué estás en esa posición, ¿cierto? —Severus no respondió, no pensaba darle al rubio esa satisfacción—. Veo que no quieres hablar. No importa, hablaré yo —comenzó a dar vueltas alrededor de la plancha donde el otro estaba atado—. Esto tiene que ver con la oferta que me hizo Mi Señor, ¿recuerdas que me ofreció la recompensa que yo quisiera? Pues bien, mi recompensa eres tú.

Mientras hacía esta declaración, Lucius Malfoy se inclinó hacia el cuerpo tendido, entrando el limitado campo visual de Severus, y metiendo la mano en su túnica sacó un afilado estilete y lo empuñó junto frente al rostro de Severus.

>>Te estarás preguntando qué es esto —musitó, pasando la afilada hoja muy cerca del ahora asustado rostro del hombre atado—. Aunque por tu cara veo que ya sabes de qué se trata y cuáles son sus posibles utilidades. Pero déjame contarte algo que quizás no sepas —llevó la punta del arma hasta el torso desnudo y trazó una circunferencia alrededor del pezón. Una mueca de dolor apareció en el rostro pétreo de Severus, mientras un hilillo de sangre brotaba de la leve herida—. Hace algún tiempo, leyendo en un libro antiguo de magia —una nueva herida, esta vez cerca del ombligo, y una nueva mueca de dolor—, encontré la fórmula para una poción muy interesante; por cierto, prohibida hace más de trescientos años. Tal vez tú, como profesor de Pociones, la conozcas —un corte algo más profundo y un quejido incontrolable en los labios de la presa.

>>La llamaban “Espiritus Corpus Malignus”. Se utilizaba como método de tortura en los tiempos medievales —un corte nuevo, esta vez a la altura de la cintura. Severus tenía el rostro totalmente congestionado, pues a pesar de que las heridas eran relativamente pequeñas, el dolor era muy fuerte—. Entre sus propiedades, incluía el agudizar sensiblemente el dolor de cualquier corte —una nueva incisión, ahora en medio del pecho—, además de hacer mucho más lento el proceso de cicatrización, que cuando al final se producía dejaba unas marcas muy, pero que muy feas —otro corte, un nuevo gemido—. Y lo mejor de todo: con cada escisión, el mago o bruja al que se aplicaba iba perdiendo un poquito de su magia, un pedacito cada vez. ¿Adivinas ahora qué le pedí a mi Maestro como pago a mis servicios?

—¿Por qué? —fueron las únicas palabras del torturado hombre, quien ahora sabía que ni siquiera le sería concedido el alivio de una muerte rápida.

—¿Por qué? —repitió el hombre con el rostro desencajado de furia, hundiendo el estilete con más saña y recibiendo en respuesta un agudo grito—. Porque eres un maldito traidor, un malnacido que nunca mereció el privilegio de ser Mortífago.

—¿Tan... to... rencor —Severus hacía inauditos esfuerzos para emitir cada palabra —sólo por... que traicioné... a tu... Señor?

—¿Por traicionar al Señor Oscuro? No digas estupideces —el rubio daba vueltas alrededor de Severus, cada vez más furioso—. Me traicionaste a mí, a Lucius Malfoy —una nueva cuchillada descargando toda su furia concentrada—. Y con un niñato de mierda, con Harry Potter —al ver la incomprensión en el rostro de Severus, agregó—: Yo te amaba, desde siempre; ¿y cómo me lo pagaste? Traicionándome con un niño de la edad de mi hijo.

—Lo... nuestro... terminó ha... ce mucho... tiempo —Severus jadeaba tratando de entender, Lucius parecía al borde de la locura—. Tú... te ca... saste con... Narcissa.

—Porque mi Amo me lo ordenó —replicó Lucius con voz desgarrada—. Pero te amaba a ti... a ti —un nuevo corte, un dolor inaguantable, y el profesor de Pociones se desmayó.



Severus abrió los ojos por primera vez y miró el rostro inundado de lágrimas de Harry, quien no sabía cómo soportar la congoja que embargaba su pecho. Ni en mil años hubiera podido calcular la magnitud de las torturas que le habían sido infligidas a su amado. Severus se incorporó, y abrazándole apretadamente contra su pecho, se forzó a continuar el relato. Faltaba ya tan poco.

—No sé cuánto tiempo pasó desde entonces, y la verdad no es mucho lo que logro recordar de esa época, sólo que las ‘sesiones’ con Lucius se repitieron muchas veces. Además, de tiempo en tiempo otros Mortífagos llegaban y me golpeaba sin piedad. De ahí vino mi cojera —explicó lo evidente.

Yo ya me encontraba muy enfermo. Tenía múltiples heridas —la mayoría abiertas e infectadas— y la falta de alimentos hacía estragos sobre mi salud. Además, a raíz de tantas cortadas y por efecto de la poción, había perdido mi magia completamente —apretó a Harry con fuerza, mientras el joven enterraba el rostro en su pecho llorando desgarradoramente. Pero Severus se obligó a seguir hablando—. Un día, Lucius se presentó de improviso, pero su actitud no era la de siempre. Tenía la túnica desgarrada y manchada, el rostro y las manos llenos de sangre y barro. Fue hacia mí y me apuntó con la varita. Yo pensé que ese sería mi fin y di gracias por ello.


—Severus Snape —la voz de Lucius tronó por todo el recinto, el hombre estaba demencialmente furioso—. Tu maldito niño consentido lo logró —Severus no entendía de que estaba hablando—. Le mató, cumplió la maldita profecía.

“¿Profecía?”, se preguntó, esperanzado. “¿Acaso Harry...?”

—¿Quién está muerto? —preguntó con voz áspera.

—¿Quién más? Mi Señor. Le mató tu estúpido Harry Potter —al ver la tenue sonrisa que distendía los labios de Severus, se desquició aún más—. Pero no lo va a disfrutar. Ni él ni tú.

El hombre torturado se alegró. Sabía que ése era su fin, pero la tortura cesaría y Harry estaba vivo. Podría morir feliz.

>>¿Crees que te voy a matar? —Lucius lanzó una risa enajenada—. Por supuesto que no. Eso sería demasiado bueno para ti. He ideado algo muchísimo mejor, digno de Lucius Malfoy —giró alrededor del hombre con pasos lentos, siempre apuntándole con la varita—. Te voy a lanzar un Obliviate, para que a partir de ahora vivas como un Muggle más, sin magia y sin memoria, y sin el recuerdo de Harry Potter —el rostro de Severus estaba transformado por la angustia.

>>Pero hasta eso es poco, ya que el que olvida no sufre y yo quiero que sufras. Así que voy a hacer un Obliviate especial, uno que te permitirá recordar en digamos... ¿veinte años?. Sí, veinte años estarán bien. Entonces recordarás, viejo, marcado, sin magia e igual de enamorado de Harry Potter. Y sufrirás, porque ya tu niño te habrá olvidado... o estará muerto, porque no voy a descansar hasta deshacerme de él.

—¡¡NO TE ATREVERÁS, MALDITO!! —gritó Severus con las escasas fuerzas que le quedaban.

—Por supuesto que sí —otra vez la risa malvada—. Y no te preocupes por tu salud, me encargaré de dejarte en una zona muggle. Quiero que vivas muchos, muchos años de sufrimiento. Despídete de tu mundo, Severus Snape.

—¡¡NOOOO!!

—“Obliviate Perfectus Veinte”

Y el mundo que conocía Severus Snape, dejó de existir.




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Yuki Fer
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MensajeTema: Re: Y algún día, la felicidad. Capítulo 4. Atrapado en el infierno     Y algún día, la felicidad. Capítulo 4. Atrapado en el infierno I_icon_minitimeDom Ago 07, 2016 9:46 pm

Pero que carajos paso...ahh maldito lucius...como pudo hacer eso a sev ...
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