La Mazmorra del Snarry
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La Mazmorra del Snarry... El escondite favorito de la pareja más excitante de Hogwarts

 

  ¿Dónde está mi bebé? Capítulo 13. Nuevos descubrimientos

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alisevv

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MensajeTema: ¿Dónde está mi bebé? Capítulo 13. Nuevos descubrimientos    ¿Dónde está mi bebé? Capítulo 13. Nuevos descubrimientos I_icon_minitimeSáb Ago 29, 2015 3:33 pm

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Draco entró en la casa destilando agua y aterido de frío, llevaba al menos una hora caminando sin rumbo bajo la lluvia, inmerso en sus amargos y desesperados pensamientos, dándoles vueltas una y otra vez es su mente sin lograr hallar una solución. Se quitó la gabardina azul oscuro que tan poco éxito había tenido en protegerle del inclemente tiempo y las botas, y se dirigió hacia la acogedora chimenea, donde chisporroteaba un alegre fuego que afortunadamente había dejado encendido antes de salir.

Se sentó en un mullido sillón frente al fuego y fijó la mirada en las llamas, pensativo. Casi sin pensar, metió la mano en el bolsillo y sacó una cajetilla de cigarrillos, cuya compra había sido el pretexto para salir de casa a pesar del temporal. Lentamente, sacó un pitillo y lo giró entre sus dedos, antes de llevarlo a los labios y encenderlo con un hermoso yesquero de plata de ley.

Aspiró con fruición la primera bocanada de humo y se recostó en el sillón. ¿Cuánto tiempo hacía que no fumaba? ¿Cuatro años? Sí, cuatro años, desde aquel día que David le había dicho que el humo le hacía toser. Sonrió con añoranza al recordar la carita de su hijo ese día.

Observó el largo cilindro con detenimiento.

Sin embargo, el cigarrillo siempre había logrado calmarle los nervios y ahora lo necesitaba con desesperación. Y en todo caso, qué importaba, si su niño no iba a estar a su lado para decirle que el humo le hacía toser.

Dio una nueva calada al cigarrillo, deleitándose en el olor del humo y el sabor amargo que dejaba en su boca.

Tres días ya y nada. Tres días luchando con estúpidos funcionarios del Ministerio de Magia, que le daban excusas baratas para ocultarle donde tenían a su hijo. Al final, había tratado de ir a Hogwarts, al fin y al cabo, según había podido averiguar, Severus y Potter seguían siendo maestros y estaban en medio del periodo escolar. Como llevaba muchos años sin hacer magia no se había atrevido a aparecerse, por lo que decidió viajar con polvos flu desde el Caldero Chorreante hasta Las Tres Escobas, y caminar hasta Hogwarts, pero le había sido imposible entrar al colegio. Ese estúpido celador le había dicho que Dumbledore no estaba y no tenía permitido dejar entrar a nadie extraño a la escuela. Maldito mentiroso.

Sacó un nuevo pitillo y lo encendió con la colilla del que estaba a punto de consumirse.

Y luego los estúpidos abogados. Había perdido la cuenta de cuántos había contactado pero todos le decían lo mismo: que si Potter y Snape eran los verdaderos padres, que si había sido un secuestro. Al fin, esa misma mañana y luego de varios intentos infructuosos, había logrado hablar con quien se suponía era una eminencia en el área, un tal doctor Sellers. Aún recordaba la entrevista con quien parecía ser su última esperanza…


Draco había estado hablando sin interrupción por más de media hora, mientras el anciano que se sentaba frente a él le miraba con atención. Peter Sellers era uno de los mejores abogados litigantes del área de Derecho de Familia en el mundo mágico, sino el mejor. Acababa de llegar de Ámsterdam, donde había dado una conferencia sobre Procedimientos Judiciales en la Custodia de Menores, y se había encontrado con que su oficina había sido prácticamente bombardeada de llamadas por un tal Draco Malfoy.

Ahora se encontraba frente al hombre joven, mirándole con seriedad no exenta de un poco de compasión. Sabía que su lucha era inútil. Ningún juez se pronunciaría a su favor en un juicio por la custodia de Christopher Snape Potter.

Una vez que el más joven terminó de exponer su caso, el anciano carraspeó y empezó a hablar.

—Señor Malfoy, entiendo su dilema y créame cuando le digo que lamento por lo que está pasando, pero debo ser sincero con usted. Entablar una demanda en esta situación es inútil, nunca ganaría. El niño en cuestión fue secuestrado y sus verdaderos padres son Severus Snape y Harry Potter.

—‘El niño en cuestión’ como usted lo llama —silabeó Draco frunciendo el ceño—, es mi hijo. Yo he sido su padre desde que nació.

—Puede que le asista un derecho moral, señor Malfoy —razonó el anciano con voz calmada, tratando de serenarle—, pero legalmente ningún juez le concedería ese derecho. Y ningún abogado sensato asumiría un caso que no sólo está perdido de antemano, sino que además involucra al Salvador del Mundo Mágico, la opinión pública se le echaría encima.

—¿Y mis sentimientos no cuentan? —la pregunta fue hecha en tono frío, aunque Draco sentía que moría por dentro—. ¿Y los de mi niño? Para David yo soy su padre, me ama y eo amo. Él podría declarar.

El abogado se le quedó mirando largamente.

—Usted dice que ama al niño —su voz era un suave murmullo—. ¿Tiene idea lo duro que puede ser para un pequeño de esa edad un juicio por custodia? ¿Estaría dispuesto a exponerlo a ese dolor sabiendo que es un caso prácticamente perdido? —al ver que Draco le miraba, aturdido, se levantó dando por terminada la entrevista y le lanzó una mirada de comprensión—. Su única posibilidad real es llegar a un acuerdo con sus padres, se lo aseguro.

El hombre le acompañó a la puerta, pero antes de que Draco saliera, habló una vez más.

>>Le voy a dar un consejo legal gratuito. Piense en lo que acabamos de hablar antes de tomar una decisión drástica de la que más adelante podría arrepentirse.


—Llegar a un acuerdo con sus padres —masculló Draco, mientras tiraba la colilla a las llamas—. Maldita sea, su padre soy yo.


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Mientras Draco estaba luchando contra el Ministerio y los abogados, Bill Weasley se había dedicado concienzudamente a cumplir la promesa hecha al rubio. Había designado a dos de sus mejores detectives para que rastrearan en el Ministerio de Magia y el mundo mágico cualquier detalle que pudiera indicarles qué había pasado con el bebé muerto diez años atrás.

Otros dos detectives se dedicaron a revisar en Hertforshire y los sitios aledaños, y sus tres mejores piezas y él mismo, estaban investigando en el Londres muggle, donde el pelirrojo presentía podría encontrar una pista, pues al ser una ciudad grande y populosa, era ideal para deshacerse del cadáver de un niño.

Se habían dedicado a visitar las delegaciones de policía, registrando los archivos de casos inconclusos, en la esperanza de que en algún lugar pudieran encontrar un cabo suelto que les ayudara a despejar la madeja.

A él le había tocado la zona sur de la ciudad y a la fecha ya había revisado los distritos de Sutton, Merton, Wandsworth y Lambeth, y ahora se encontraba en la comisaría central de Bromley, donde afortunadamente tenía un amigo que en ese momento le estaba echando una mano.

—Francamente, no sé cómo pueden tener esto tan desordenado —comentó Bill mientras John, un hombre moreno de treinta y pocos años, lanzaba sobre el escritorio un buen número de carpetas y se sentaba, dispuesto a empezar a examinarlas—. Es que ni siquiera tienen un nombre o una clasificación. Y algunos casos son ridículos. Mira éste, alguien denuncia la desaparición de un cerdo, ¿lo puedes creer?

—Bueno, supongo que para el dueño del cerdo era importante —rio John, tomando una carpeta y empezando a hojearla—. Y para el cerdo.

—Muy gracioso —reclamó Bill, poniendo la carpeta en una pila de bastante altura que había en un extremo del escritorio.

—Debo confesar que las maldiciones llueven cada vez que necesitamos buscar algún dato viejo. El archivista que había por aquellos tiempos era bastante malo —una nueva carpeta revisada fue a parar al ordenado montón de la esquina.

—No lo puedo creer —esta vez la voz de Bill destilaba diversión—. Esta mujer denunció el robo de una peluca.

—¿Y eso qué tiene de raro?

—Se la robaron mientras la llevaba puesta y ni se enteró —al ver la cara de desconcierto del policía, agregó—: Iba durmiendo en el metro cuando sucedió.

Las fuertes carcajadas resonaron por el salón.

—Oye, mira esto —dijo de pronto John, quien estaba revisando una nueva carpeta—. Aquí hay un caso de un niño encontrado frente a una iglesia —Bill prestó toda su atención mientras el otro seguía revisando el expediente—. Dice que el cadáver de un niño recién nacido fue encontrado en la escalinata de la Iglesia de San Crispín, en la zona norte, y la fecha coincide con la que andas buscando.

—¿Le hicieron autopsia?

—A ver —el hombre pasó un par de hojas—. Sí, y según esto, el cuerpo no mostraba señal alguna de violencia. En las conclusiones dice que se cree que el niño murió al nacer.

—¿Pone la descripción del bebé?

—Mejor que eso, hay una foto —replicó el policía, entregando a Bill una foto del pequeño.

El pelirrojo la analizó detenidamente, notando la piel blanca y la pelusita amarilla de la cabeza, antes de posar sus ojos sobre su amigo.

—Dios, se ve tan hermoso. Parece que estuviera dormido.

—Sí. Aquí dice que el cuerpo estaba en una cunita de mano, tapado con una cobija azul.

—¿Cómo podríamos saber si es el que estoy buscando? Todo coincide, pero quiero asegurarme antes de hablar con el padre.

—Pues los detectives que llevaron este caso lo hicieron bien y mandaron sacar una muestra de ADN del chiquillo. Si consigues averiguar el ADN del padre, podrías comparar.

Bill sonrió con satisfacción. Por suerte, los métodos mágicos eran mucho más efectivos que los muggles, un hechizo sencillo permitiría revelar el ADN de Draco en minutos. Y si no recordaba mal, había una muestra de sangre del rubio en el Ministerio. Si llegaba a tiempo, esa misma tarde podría confirmar si ese bebé era hijo de Draco Malfoy o no.

—¿Me darías una copia de ese estudio de ADN, por favor? —pidió a su amigo, antes de alzar la fotografía del pequeño muerto—. ¿Y esta foto?


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Severus se paró frente a la reja de la casa de Draco en St Albans y respiró profundo. Llevaba tres días retrasando una entrevista que era definitivamente imprescindible, pues ya a sus oídos habían llegado los vanos intentos del hombre rubio en el Ministerio de Magia, y las múltiples entrevistas con conocidos abogados del mundo mágico. Pero si era sincero consigo mismo, debía reconocer que no tenía idea de cómo enfrentarse a su ahijado.

Con pasos pausados, se dirigió a la puerta de entrada y tocó con firmeza, rezando a todos los dioses conocidos y por conocer para que le dieran las luces que necesitaba para convencer a Draco que debían llegar a un acuerdo por el bien de Chris. Momentos después, unos pasos firmes sonaron tras la puerta, que se abrió dejando ver al motivo de sus cavilaciones.

—Snape —fue el frío saludo del joven que siempre había amado como a un hijo.

—¿Puedo pasar? —preguntó, señalando al interior de la vivienda—. No estimo conveniente que conversemos en la entrada de tu casa.

Sin una palabra, Draco se hizo a un lado y le permitió entrar en el vestíbulo. Luego de cerrar la puerta, se giró hacia Severus y le miró con el ceño profundamente fruncido.

—Entonces, ¿qué desea?

—Draco, yo…

—Para usted ya no soy Draco, recuerde que me odia —siseó el más joven con una mezcla entre furia y dolor.

El rostro de Severus se ensombreció. Sabía que la entrevista iba a ser difícil, pero no imaginó hasta qué punto le iba a afectar.

—Muy bien, señor Malfoy, yo…

—Si va a disculparse, ahórrese la molestia, ya no me interesa —el tono de Draco era frío como el hielo.

—Sí, supongo que no vale de nada que le diga que lamento mucho lo que pasó en nuestra última conversación —se obligó a hablar con voz inexpresiva—. Sin embargo, hay cosas que debemos aclarar.

—No tengo nada que aclarar con usted. Lo único que me interesa oír de sus labios es que me va a regresar a mi hijo.

Severus se quedó mirando largamente al hombre frente a él. Al fin, respirando profundamente, replicó:

—Eso es imposible, Draco, y lo sabes. Chris va a permanecer con nosotros, somos sus verdaderos padres.

—¡DAVID! —casi gritó el rubio, plantándose firme frente a Severus—. MI hijo se llama David, y ha estado conmigo desde que nació. Yo he sido quien estaba ahí velando su sueño cuando estaba enfermo, o leyéndole cuentos antes de dormir. Yo le enseñé a dar sus primeros pasos y estaba allí, ante él, la primera vez que dijo papá. Yo le he amado, cuidado y enseñado desde su primer día de vida, así que no me vengas con esa mierda de ‘sus verdaderos padres’

—Sé todo eso y te lo agradezco desde el fondo de mi corazón —el rostro de Severus estaba lívido—, pero no eres el único que le ha amado todos estos años. Harry y yo no sólo le amamos, sino que lloramos lágrimas de sangre cada día de su ausencia. Y si no pudimos cuidarle cuando estaba enfermo, ni enseñarle a enfrentar la vida, si no pudimos ver crecer a nuestro bebé fue porque tu esposo nos lo arrebató nada más nacer —se detuvo, tratando de serenarse—. No te vamos a separar completamente de CHRIS, cuando pase un tiempo y él se acostumbre al cambio podrás verlo con frecuencia. Pero si tienes esperanzas de que regrese contigo, olvídalo, ni Harry ni ya vamos a renunciar a nuestro hijo ahora que por fin lo encontramos.

—¿Y David? Él me quiere, ¿no piensas en su dolor?

—¿Acaso tú lo haces? Si se lo permites, Chris se adaptará a nosotros y será feliz. Tiene padres, hermanos, ¿pretendes separarlo de la familia que necesita y merece? —sin permitir que el hombre rubio respondiera, Severus continuó, mientras se acercaba a la puerta, dando por terminada la entrevista—. Te repito, no es mi intención alejarte de la vida de mi hijo… ni de la mía, siempre vas a ser parte fundamental de ellas. Pero no puedo devolverte a mi niño. Está definitivamente descartado.

Sin otra palabra, abrió la puerta y salió a la fría noche.

—Eso lo veremos —masculló Draco, mientras lanzaba furiosas miradas a la puerta cerrada—. No pienso renunciar a mi hijo aunque en ello me vaya la vida.


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Draco no había podido pegar el ojo en toda la noche. Luego de dar vueltas en la cama por más de dos horas, intentando infructuosamente conciliar el sueño, se había levantado, preparado una enorme jarra de café y sentado frente al fuego a reflexionar. Y luego de mucho tiempo, cuando el sol hacía horas que se había elevado sobre el horizonte, por fin parecía estar llegando a una decisión.

Las palabras de Severus y el abogado giraban en tropel en su mente, torturándole sin descanso.

‘Ningún abogado sensato asumiría un caso que no sólo está perdido de antemano’. ‘¿Tiene idea lo duro que puede ser para un niño de esa edad un juicio por custodia?’. ‘Si no pudimos ver crecer a nuestro bebé fue porque tu esposo nos lo arrebató nada más nacer’. ‘Si se lo permites, Chris se adaptará a nosotros y será feliz.’. ‘Tiene padres, hermanos, ¿pretendes separarlo de la familia que necesita y merece?’


¿Y si tenían razón? ¿Si David fuera más feliz con ellos? ¿Qué podía ofrecerle él? Era casi seguro que no le concedieran la custodia, ¿entonces qué haría? ¿Huir con David? No, su hijo no merecía esa vida. Él era un mago y nunca podría negarle sus raíces. Y si entablaban un juicio largo y penoso, su niño resultaría dañado, y si perdía, luego le resultaría más difícil adaptarse a su nueva familia. Su niño sufriría y eso no podía consentirlo.

Era definitivo, no seguiría luchando por la custodia de David y que el cielo le ayudara a sobrevivir.

Unos toques insistentes en la puerta le sacaron de sus reflexiones. Se dirigió a abrir sin ganas, para encontrarse en el dintel con el comprensivo rostro de Bill Weasley.

—Ah, eres tú —dijo, haciéndose a un lado para dejarle pasar.

—Buenos días para ti también —saludó el pelirrojo, mientras le observaba con preocupación. Draco lucía verdaderamente espantoso: el rostro demacrado y con grandes ojeras, el cabello despeinado y la ropa arrugada, era la imagen viva de la desidia. Sin embargo, el recién llegado sólo comentó—: Ahora eres rubio.

—Me lancé un hechizo para quitarme el tinte muggle, ya no lo resistía —replicó sin ganas, antes de agregar—:  ¿A qué viniste? ¿Te mandaron ellos a buscar una respuesta?

Bill le miró con una ceja levantada en señal interrogante y, al fin, contestó:

—No sé a quienes te refieres pero nadie me mandó, vine porque encontré a tu bebé.

El rostro de Draco cambió de inmediato, mostrando una expresión verdaderamente ansiosa.

—¿Lo encontraste? ¿Estás seguro?

—Completamente. En la comisaría muggle donde estaba registrado su caso me dieron una copia de su análisis de ADN; con la muestra de tu sangre que guardaban en el Ministerio hicimos un hechizo y comparamos los ADN. Hay un 99 % de coincidencia, es tu bebé.

—¡Merlín! —Draco se sentó en un sillón y hundió la cabeza entre las manos; luego de un rato, levantó sus grises ojos, anegados de lágrimas, hacia su Interlocutor—. ¿Qué más averiguaste?

—Lo encontraron en la escalinata de una iglesia. Estaba metido en una cunita portátil y cobijado por una manta azul. Parecía dormido.

—Mi bebé —susurró Draco, con el corazón dolorido—. Ni siquiera pude verlo para guardar su recuerdo.

—Bueno, en realidad… —Bill dudó en entregarle la foto, no sabía cómo afectaría al hombre rubio. Al final, decidió que no podría sentirse peor de lo que ya se sentía—…  en el expediente estaba incluida una foto.

—¿Una foto? —Draco le miró, expectante—. ¿Una foto de mi bebé? ¿La tienes?

Sin contestar, Bill abrió la carpeta que llevaba y sacó la fotografía que le había facilitado John. Draco la tomó con mano temblorosa y se quedó observándola por largo tiempo, mientras gruesas gotas caían sobre la cartulina donde aparecía la imagen del que había sido su hijo. Levantó la mano que tenía libre y acarició con profundo amor la imagen impresa, como si con ello pudiera acariciar a su propio hijo.

>>¿Era hermoso, verdad?

—Muy hermoso.

Draco miró nuevamente al pelirrojo.

—¿Sabes dónde está enterrado?

—Sí, lo enterraron en el cementerio de Bromley, sin nombre. Afortunadamente, como era un niño no lo llevaron a una fosa común. Estuve averiguando y ya localicé la ubicación de su tumba.

—¿Me llevarías allá, por favor? —ante el asentimiento de Bill, Draco emitió una leve sonrisa—. Espérame sólo un segundo, voy a ponerme algo decente y enseguida regreso.

Y dando media vuelta, se dirigió rumbo a su dormitorio, la foto de su bebé todavía fuertemente aferrada en su mano.



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Chris había estado soñando con Draco y había amanecido triste y angustiado. Miraba con nostalgia por la ventana; a pesar de que la mañana estaba avanzada, se veían pocos alumnos por los terrenos del colegio, pues era sábado y la mayoría se despertaba tarde.

En eso, una lechuza cruzó veloz frente a su ventana, rumbo a la lechucería. Eso le dio una idea y sonrió feliz. Harry le había contado que Hedwig podía llevar una carta a donde fuera, aun cuando no se supiera el paradero de la persona, ella siempre llegaba a su destino. ¿Y se le escribía una carta a su papá y la enviaba con Hedwig? Estaba seguro que a Harry no le importaría.

Entusiasmado, tomó una pluma y un pergamino y salió de la habitación rumbo a la Lechucería. Si encontraba a la lechuza blanca de Harry, se sentaría y escribiría la carta a su padre. Además, el sitio estaría probablemente vacío y nadie le interrumpiría.

Recorrió a toda prisa el camino hacia su destino, y observó que dos niños un poco mayores que él descendían en ese momento por las escaleras que conducían al mirador donde habitaban las lechuzas.

—Hay que ver cuán insistente es mi madre —comentaba uno de ellos, agitando un objeto que tenía en la mano—. Todavía no entiende que no me interesa recibir noticias de Auckland y menos del mundo muggle.

Chris se mostró inmediatamente interesado, especialmente al notar que lo que agitaba en la mano era un ejemplar de un conocido periódico, uno que su padre leía con mucha asiduidad.

—Perdona —dijo, deteniéndose al lado del joven que se estaba quejando—. ¿Ese diario es La Noticia?

El muchacho le observó. Intrigado, y al final sonrió.

—Sí, ¿lo conoces?

—Sí, yo vivo en Aucklad y mi papá lo lee a diario —meditó unos momentos y al final preguntó—. Cuando lo hayas leído, ¿me lo podrías prestar? Es que tengo días que salí de casa y no he recibido noticias.

—Pues te diré algo, creo que hoy voy a hacer mi buena obra del día —dijo el muchacho—. Tómalo, al fin y al cabo a mí me aburre leerlo.

—¿Estás seguro?

—Claro, tú lo vas a apreciar mejor que yo. Diviértete —comentó en señal de despedida, caminando con su amigo rumbo al castillo.

Olvidado momentáneamente de la carta que iba a enviar, se sentó en la escalera de la lechucería y desdobló el diario, fijando su atención en la primera plana. Entonces, sus ojos se desorbitaron, impactado por el titular.


Detenido Ernest Rubens por secuestro


—¿Papá? ¿Pero qué demonios?

Buscó con premura el artículo completo en las páginas interiores y comenzó a leer.


Una pequeña conmoción agita nuestra ciudad por estos días. Ernest Rubens, empresario muy conocido dentro de los círculos sociales de nuestra ciudad, fue detenido ayer por el secuestro del pequeño Christopher Snape Potter.

Al parecer, el delito fue perpetrado diez años atrás y el indiciado, cuyo nombre verdadero es Draco Malfoy, hacía pasar el niño secuestrado por su hijo, David Rubens.

Al entrevistar a las autoridades, nos dijeron que el señor Malfoy…



—No, no, no —gritó Chris, arrugando la hoja de periódico—. Esto es mentira, mi papá no es un secuestrador. No.

Sin pensar, dejando abandonado el diario en las escalinatas, corrió de regreso a la escuela. Necesitaba explicaciones urgentes y sabía quién se las podía dar.



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Después de visitar la tumba de su hijito, Draco regresó a la casa con un sentimiento ambivalente, mezcla de tristeza y consuelo, al menos ya sabía dónde estaba enterrado su bebé.

Miró al hombre pelirrojo que caminaba a su lado bajo una nueva luz, pensando que gracias a él no se había derrumbado completamente. Al fin podía reconocer todos los gestos que Bill Weasley había tenido para con él, apoyándole mientras estuvo detenido, buscando las pruebas para liberarle de culpa, encontrando la tumba de su bebé.

Ahora entendía que había estado resentido contra él sin razón. No tenía la culpa de lo que había hecho Blaise, nadie la tenía. Él sólo había cumplido con su trabajo, buscando al hijo secuestrado de Potter y Severus. Que de camino Draco hubiera resultado destruido no era responsabilidad suya.

—Bueno, ya llegamos —musitó Bill, cuando se detuvieron frente a la cancela de la casa de Draco—. Si necesitas algo, lo que sea, sólo llámame.

Sonrió y se dio media vuelta. En ese momento, Draco reaccionó; no entendía por qué, pero no quería que ese hombre se fuera. Tal vez era la soledad o la tristeza, pero sentía que si el pelirrojo se alejaba en ese momento, perdería algo muy importante y no podría volver a recuperarlo. Por eso se apresuró a hablar.

—¿Te gustaría quedarte a comer? —invitó, con voz insegura—. Puedo preparar una pasta y creo que aún quedan por ahí escondidas algunas botellas de vino —hizo un mohín de frustración—. Bueno, espero que se hayan añejado y no avinagrado.

La sonrisa del Bill era enorme.

—Me encantaría.

Entre ambos prepararon la pasta y la salsa y comieron en agradable camaradería, conversando de lo que habían hecho durante los últimos días y la decisión que había tomado Draco respecto a David. Al final de la comida, se sirvieron una copa de coñac y se sentaron frente a la chimenea.

—Menos mal que te quedaba esta botella de coñac —comentó Bill, mirando el líquido ambarino.

—Era la joya de Blaise, se moriría al saber que nos la estamos tomando. Espero que, desde donde quiera que esté, se esté revolcando de la rabia.

—Es increíble que hiciera lo que hizo —musitó el pelirrojo.

—Ni viviendo mil vidas lo hubiera imaginado —la voz de Draco hervía de furia—. ¿Cómo pudo hacer algo tan criminal?

—Supongo que lo indujo la desesperación.

—Eso no es excusa —argumentó Draco—. Destruyó a mucha gente… incluso a mí.

Quedaron un buen rato callados, mirando las llamas, hasta que Bill se animó a preguntar.

—¿Le amabas mucho?

—Al principio sí —dio un largo trago a su bebida—. Era muy joven y estaba enamorado. Tenía un futuro prometedor ante mí y sentía que podría comerme el mundo. Pero luego, él se encargó de matar ese amor. Cuando murió, ya no sentía nada por él.

—¿Y nunca te volviste a enamorar?

Draco se giró hacia Bill y le miró fijamente.

—He tenido un par de affaires, pero cosas sin importancia —le miró con una sonrisa burlona—. ¿Estás tratando de seducirme?

—Puede que sí —contestó el pelirrojo, con una sonrisa muy similar, y acercando sus labios al rostro del rubio—. ¿Te molestaría?

Draco reflexionó un instante, ¿realmente le molestaría?

—No, creo que no —dijo al fin, y cerró la distancia que le separaba de Bill, para cubrir con sus labios ansiosos la boca del pelirrojo.

Una corriente eléctrica recorrió su espina dorsal, llenándolo de sensaciones que hacía tiempo tenía olvidadas. Las lenguas se unían y acariciaban con pasión, mientras las manos de uno y otro acariciaban y hurgaban, buscando un pedazo de piel que poder tocar.

Bill fue empujando a Draco, hasta dejarlo acostado sobre el diván. Se colocó sobre el cuerpo del rubio y enterró su boca en el blanco cuello, mientras acariciaba las tetillas que habían dejado libre la camisa abierta. Ambos cuerpos comenzaron a mover las caderas, frotando sus erguidas masculinidades aún a través de la ropa de los pantalones. Cuando Draco sintió que unas ágiles manos empezaban a abrir el botón de su pantalón, reaccionó. Colocando una mano en el pecho del pelirrojo, le apartó con cuidado pero con firmeza.

—Bill, espera…

El aludido se detuvo de inmediato. Con mucho esfuerzo, ambos cuerpos se separaron y regresaron a su posición inicial, mientras arreglaban su ropa con rapidez.

—Yo… perdona, Draco, no sé qué me pasó —se disculpó Bill, peinándose el cabello con los dedos—. No fue mi intención incomodarte; es sólo que me gustas mucho y me dejé llevar, y…

—Shhh —Draco levantó un dedo y lo puso sobre los labios del otro—. Tú también me gustas y mucho. Es sólo que las cosas estaban yendo muy deprisa —sonrió y se acercó para darle un leve beso en los labios—. Ni siquiera es nuestra primera cita.

—Eso quiere decir que si te invitara, digamos al cine muggle y a cenar comida tailandesa, ¿aceptarías?

—Creo que no —la desilusión fue patente en el rostro de Bill—. No me gusta la comida tailandesa. Pero si lo cambias por comida indú, creo que lograrías una cita.

—Trato hecho. ¿Qué tal mañana a las cinco?

—Perfecto.

Draco sonrió tenuemente. Al menos había una pequeña lucecita en la oscura noche en que parecía haberse convertido su vida.



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Michael y Remus estaban conversando en las habitaciones de Harry y Severus sobre la visita de éste último a Draco, cuando unos perentorios golpes en la puerta les sobresaltaron.

—Adelante  invitó Severus, y un pequeño huracán entró a toda prisa y se paró frente a Harry y Severus, con el rostro crispado y empapado en lágrimas.

—¿Es verdad que ustedes son mis padres?

Todos quedaron impactados. Al fin, Severus consiguió suficiente valor para preguntar:

—¿Quién te dijo eso?

—Lo decía en un periódico que tenían unos niños, que mi papá me secuestró y ustedes son mis padres verdaderos. Es mentira, ¿cierto?

—No, no es mentira, nosotros somos tus padres —confesó finalmente Severus—, pero…

—Me engañaron— gritó el pequeño, llorando a mares—. Ustedes sabían todo el tiempo dónde estaba mi papá y no me lo dijeron. Fingieron ser mis amigos. Además, no creo lo que dicen de mi papá, él no es malo.

—No, Draco no —empezó Harry, intentando decirle que Draco no había tenido nada que ver con el secuestro.

—Ustedes mienten, sólo quieren separarme de mi papá —el niño estaba desesperado—. Pero no lo van a lograr. Los odio, los odio.

Y sin más, volvió a salir corriendo de la habitación.

Harry y Severus hicieron amague de seguirlo pero Michael les detuvo.

—En este momento no está en condiciones de escucharles, es mejor que me dejen hablar a mí con él.

Pero Chris no aceptó oír a Michael ni a nadie más, estaba demasiado dolido y se sentía traicionado. Por segunda vez en poco tiempo, su mundo entero acababa de derrumbarse.



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Severus entró sin hacer ruido a la Torre de Astronomía. Llevaba mucho rato buscando a su esposo y sabía por experiencia que cada vez que Harry desaparecía, se subía al alfeizar de esa ventana a meditar. Se acercó a su pareja y le rodeó con sus amorosos brazos. De inmediato, Harry recostó su espalda contra el fuerte pecho.

—Nos odia, Sev —en la voz del más joven se evidenciaba que estaba llorando—. Tantos años de sufrimiento para que al fin haya terminado odiándonos.

—Ya se le pasará —musitó el maestro de Pociones besando su negro pelo.

—No lo hará y lo sabes, Sev. Tiene tu carácter —el hombre le estrechó con más fuerza—. Lleva varios días sin salir de su habitación, y ya oíste que Remus dice que casi no come y se pasa todo el tiempo llorando.

Se giró en los brazos de su pareja y recostó su mejilla en el cálido pecho.

>>No puedo soportarlo, Severus —las lágrimas cayeron sin control—. Pude soportar su ausencia, pude soportar no saber nada de él, porque me convencí de que estaba feliz. Rogué tanto porque, dondequiera que estuviera, fuera un niño amado. Y lo fue, Severus, los cielos me escucharon, Malfoy le amó.

>>Pero ahora no es feliz —levantó sus ojos y los fijo en las esferas negras, que para entonces también estaban anegadas—. Es infeliz por nuestra causa y eso es más de lo que puedo soportar.

—¿Y qué propones? —preguntó Severus al fin, aunque ya sabía la respuesta. Él también prefería saber que su hijo era feliz, aunque no estuviera a su lado.

—Tenemos que devolvérselo a Draco Malfoy.




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