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La Mazmorra del Snarry... El escondite favorito de la pareja más excitante de Hogwarts

 

 ¿Dónde está mi bebé? Capítulo 4. Harry, necesitamos ayuda

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alisevv

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MensajeTema: ¿Dónde está mi bebé? Capítulo 4. Harry, necesitamos ayuda   ¿Dónde está mi bebé? Capítulo 4. Harry, necesitamos ayuda I_icon_minitimeJue Jul 30, 2015 5:33 pm

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—Profesor Snape —saludó Bill Weasley, entrando en la pequeña sala cedida por el hospital y que se había convertido en algo así como el cuartel general de Severus.

—Por favor, llámame Severus —correspondió el hombre, haciendo una seña al joven pelirrojo para que se sentara—. Imagino que ya Ron te habrá puesto en antecedentes.

—Me dijo que Blaise Zabini secuestro a su hijo y lo sacó del país —Severus sólo asintió brevemente—. Aunque Ron me contó todo, lo hizo de forma general, le agradecería que usted me diera más detalles.

Durante un buen rato, todo lo que se escuchó en la sala de espera fue la pausada voz de Severus narrando todos los hechos acontecidos durante los últimos y agónicos días.

—Y eso es todo lo que sabemos —terminó el hombre, mirando a Bill con gesto taciturno—. Ron y Remus me dijeron que Zabini salió del país con rumbo desconocido, llevando a mi hijo con él.

Luego de hacer unas cuantas anotaciones en una libreta, Bill levantó la vista hacia Severus. Le miró un buen rato frunciendo el ceño como si tratara de recordar

—Creo recordar haber leído un artículo de Blaise Zabini y Draco Malfoy en El Profeta. Fue hace algunos años, comentaban sobre su boda y hacían algunas insinuaciones sobre que a pesar de pelear en el lado de la luz, no se descartaba que pudieran ser mortífagos arrepentidos —se quedó un buen rato pensativo, para luego mirar a Severus con sorpresa—. Un momento, si no me equivoco, en una de las fotos que llevaba el artículo aparecían usted y Harry.

Severus endureció la expresión hasta hacerla insondable, sólo quien pudiera leer en sus negros ojos lograría percibir la profunda tristeza y decepción que anidaba allí en ese momento. Pero había un único ser humano capaz de leer esos pozos negros y en ese momento estaba convaleciendo en una cama de hospital.

—Nosotros asistimos a esa boda —dijo al fin—. De hecho, fue la última vez que vi a mi ahijado.

—¿Su ahijado?

Severus apretó la mandíbula a tal punto que sintió rechinar todos sus dientes.

—Draco Malfoy es mi ahijado.

Esta vez si fue evidente para Bill Weasley lo descompuesto que estaba el hombre frente a él.

—Supongo que debe ser duro para usted aceptar que su ahijado está implicado en esto —Severus no contestó, pero Bill tampoco esperaba respuesta, así que siguió su interrogatorio—. ¿Tiene idea de dónde podrían estar escondidos? ¿Tal vez alguna propiedad de Malfoy en el exterior?

—Hasta donde yo sé, todas las propiedades de la familia Malfoy estaban en Inglaterra —contestó Severus—. Lucius era un hombre muy especial. A pesar de su maldad, estaba extremadamente apegado al viejo espíritu inglés, decía que invertir en el exterior era traición —se detuvo un momento—. Es gracioso, cuando lo atraparon y ejecutaron, los del Ministerio de Magia arrasaron con todo, propiedades, inversiones, dinero. No dejaron ni un knut para Draco.

—¿Pero ellos tienen dinero, no? —Bill estaba intrigado—. Tuvieron que mover mucho efectivo para lograr falsificar todos los papeles y sacar a su hijo tan rápido del país.

—Supongo que fue dinero de Blaise —elpProfesor de Pociones se encogió de hombros—. Cuando atraparon a Theodorus Zabini, apenas pudieron confiscarle una cuenta en Gringotts y un par de propiedades. Según se decía, su fortuna debía ser mucho mayor, pero nunca pudieron encontrar nada más.

Bill terminó de hacer unas cuantas anotaciones más, luego respiró profundo y miró a Severus.

—Severus, tengo que serle sincero —el tono de Bill era grave—. Si Zabini y Malfoy huyeron al mundo muggle, va a ser extremadamente difícil encontrarlos —al ver la desesperación que de pronto inundó el rostro del hombre se apresuró a agregar—. Pero eso no quiere decir que sea imposible. Afortunadamente, tengo unos cuantos amigos en el mundo muggle, gente relacionada con el sistema policial de muchos países. Probablemente sea complicado, pero no pierda la fe. Vamos a encontrar a su hijo.

>>Por lo pronto, voy a empezar a pasar por fax las fotos de los secuestradores y sus nombres, aunque lo más probable es que se los hayan cambiado —alargó la mano y apretó el hombro de Severus, infundiéndole ánimos—. Moveremos cielo y tierra, se lo prometo.

Severus notó que se quedaba callado, como dudando.

—¿Qué ocurre? —le animó a continuar.

—No quisiera tener que plantear esto en este momento pero es indispensable —admitió Bill, clavando sus preocupados ojos azules en los de su antiguo profesor—. Verá, el problema es que la búsqueda puede resultar muy costosa. Yo no voy a cobrar el porcentaje de la agencia, pero hay que pagar a los investigadores, viáticos, hay que tener dinero disponible para lograr que alguna gente hable, en fin…

—Harry y yo tenemos una cuenta familiar en Gringotts —musitó Severus—. No hemos tocado ni un knut de su herencia ni de la mía, pensábamos guardarlo por si los chicos lo necesitaban —Severus emitió una sonrisa dolorida, más bien una mueca—. Lamentablemente, el momento llegó antes de lo que pensamos, y es muy diferente al que imaginábamos.

—Le aseguro que trataré de restringir los gastos al máximo —prometió Bill.

—Gasta lo que sea necesario, y por favor, llámame en cuanto tengas noticias —pidió, tendiéndole la mano.

—No se preocupe, así lo haré —Bill se la estrechó con calidez—. Confíe en mí.



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El nuevo día encontró a Severus en su lugar acostumbrado, sentado en el sillón al lado de la cama de Harry. Se había pasado la noche insomne, dando vueltas y vueltas a la situación que amenazaba con destruir su vida, rogando  para que, donde quiera que estuviera, su bebé se encontrara vivo y sano. Al final, llegando el amanecer, había caído dormido, agotado por el cansancio y la angustia, con la cabeza apoyada en el colchón de su esposo.

Y así le encontró Hermione esa mañana cuando llegó a visitar a su mejor amigo. Sonriendo con dulzura, tocó suavemente el hombro de Severus, lamentaba tener que despertarlo pero era necesario.

—Severus —musitó suavemente. Al ver que el hombre no respondía, ejerció algo más de presión en el hombro e insistió un poco más fuerte—. Severus, despierta.

—¿Qué, qué pasó? —preguntó el mago, levantando la cabeza, sobresaltado—. ¿Hermione? —fijó la vista un instante en la muchacha y luego la giró ansiosa hacia Harry. Después de comprobar que todo seguía estable y darle un ligerísimo beso en los labios, miró nuevamente a Hermione—. ¿Qué hora es?

—Cerca de las nueve —contestó la muchacha.

—¡Merlín, es muy tarde! —exclamó, levantándose precipitadamente—. ¿Se sabe algo nuevo?

—Lo lamento —dijo Hermione, negando con la cabeza—. En el Ministerio siguen tratando de encontrar pistas para averiguar a dónde se fue. Han probado varios interrogatorios con Dont pero es inútil, al parecer el contrato de silencio que le hizo Zabini no tiene ninguna fisura, en cuanto le preguntan cualquier cosa sobre la posible ubicación de Blaise, se envara y empieza a sudar frío. Han seguido los interrogatorios a los amigos y personas relacionadas con Dont pero nada.

—¿Y el medimago?

—Parece como si se lo hubiera tragado la tierra —aclaró la joven—. Imaginamos que ya no está en el país.

Severus frunció profundamente el ceño, mientras daba una excusa y se dirigía al baño para tratar de ponerse algo más presentable. Cuando regresó a la habitación, Hermione le informó:

>>El doctor de Harry quiere hablar contigo —se acercó a su antiguo profesor y ahora amigo, y trató de alisarle el frente de la túnica—. Ve a verlo, yo me quedo con Harry.

Severus salió precipitadamente del cuarto y minutos después entraba en la recepción del consultorio del doctor Mendel. Al ver que estaba vacía, se acercó a la puerta del consultorio y golpeó.

—Adelante —se escuchó la voz grave del sanador desde el interior del recinto. Severus abrió la puerta y entró decidido—. Profesor Snape, le estaba esperando —le saludó, haciendo una seña para que se sentara en la silla de cuero ubicada frente a su escritorio. Le miró detenidamente un momento, antes de comenzar a explicar:

>>Quería hablarle sobre su esposo —al ver que Severus se tensaba y se ponía en alerta, el hombre se apresuró a tranquilizarle—. No se preocupe, en realidad son buenas noticias —Severus se relajó visiblemente—. La magia de su esposo es fuerte y se ha recuperado antes de lo que teníamos previsto —explicó con una sonrisa—. Ya podemos despertarlo.

—¿Despertar? —Severus repitió frunciendo el ceño—. ¿No podríamos esperar un poco más?

—No entiendo —el medimago le miró con verdadera extrañeza—. Imaginé que usted desearía que su esposo despertara lo antes posible.

Severus se le quedó mirando unos instantes antes de contestar.

—Verá, doctor —confesó al fin—. Tengo miedo de su reacción cuando despierte y sepa que nuestro hijo aún no aparece.

El medimago se le quedó mirando pensativo

—Entiendo su temor y en una buena parte comparto su preocupación, pero prolongar la espera unas horas más no va a solucionar el problema —musitó el hombre—. Las drogas que le estamos administrando al señor Potter para mantenerlo dormido son muy fuertes, prolongar su uso mucho tiempo ahora que su magia regresó a niveles normales sería perjudicial para su salud.

Severus le miró con la impotencia reflejada en sus negros ojos.

—¿Qué puede pasar cuando Harry se enfrente a la realidad?

El hombre reflexionó unos instantes.

—Para serle sincero, no lo sé —confesó al fin—. Su esposo pasó por una experiencia extremadamente traumática, no sólo a nivel físico sino a nivel psicológico. En este punto es muy difícil pronosticar cuál será su reacción cuando despierte y descubra la verdad

Severus agachó la cabeza y se mesó los cabellos.

—¿Entonces? —musitó, desesperado—. ¿Cuál es la solución? Si se le despierta es malo y si no también.

—Hagamos algo —le propuso el sanador—. Voy a despertar a su esposo, le administraré un relajante suave mientras usted habla con él, y me quedaré cerca para apoyarlo si se presenta una crisis. También voy a avisar al doctor Edwards para que pase a verlo después. Él es un psiquiatra experto en manejo de pérdidas y podrá ayudarlos a superar la situación.

—¿Es necesario despertarlo ya? —la insistente pregunta de Severus era casi una súplica.

—Es lo mejor. Unas horas más o menos no van a hacer mayor cambio, es mejor que lo enfrente ya.

—Está bien, doctor —se rindió al fin—. Despiértelo



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—¿Cómo que me tengo que teñir el pelo de negro? —protestó Draco enérgicamente, mientras miraba a su pareja con el ceño fruncido—. Lo siento, Blaise, pero eso ya es demasiado. Nos mudamos al mundo muggle, y no al mundo muggle inglés sino al otro lado del mapa —Draco paseaba de arriba abajo por la habitación, cada vez más molesto—. No podemos hacer magia en absoluto, ni el más pequeño hechizo, por temor a que lo detecten —siguió enumerando—. Nos cambiamos los nombres y resulta que ahora somos Gerald y Ernest Rubens, y lo peor es que insistes que nos llamemos así incluso en la intimidad, para que no vayamos a confundirnos en público —se detuvo un momento y tomó una gran bocanada de aire para tranquilizarse—. Creo que eso es más que suficiente para engañar a cualquier mortífago, aquí o en la China. No me pienso teñir el pelo de negro, ni hablar.

—Pero Ernest, es…

Un toque en la puerta interrumpió lo que Blaise iba a decir.

—Con permiso —se excusó el ama de llaves, entrando en la habitación—. Señor Rubens —informó, mirando a Blaise—, tiene una llamada.

Cuando la mujer salió, Draco miró fijamente a su pareja.

—¿Y qué excusa le piensas dar a ella para nuestro cambio de apariencia?

“Mierda”, reflexionó Blaise, que evidentemente no había pensado en eso. “Tendré que despedirla”

Sin contestar a la pregunta de Draco, musito ‘enseguida regreso’ y salió precipitadamente de la habitación.



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Sentado en su lugar habitual al lado de la cama de Harry, Severus esperó intranquilo mientras el medimago tomaba las provisiones necesarias para despertar a su esposo. Al fin, el joven dormido comenzó a moverse lentamente y a lanzar suaves gemidos, mientras sus espesas pestañas apenas se movían intentando abrirse. Severus tomó la mano de su pareja y se inclinó sobre su oído.

—Harry, amor, despierta.

Luego de unos breves instantes, el mago sintió como unos dedos largos apretaban los suyos con delicadeza, mientras los párpados cedían al fin y unos aturdidos ojos verdes trataban de enfocar la vista sobre él.

—¿Sev? —musitó, no sin cierta dificultad.

—Sí, amor, aquí estoy —el hombre emitió una tenue sonrisa.

—Sed.

Sin soltar su mano, Severus tomó un algodón empapado en agua que le pasaba la enfermera y lo posó en los resecos labios de Harry, quien chupo con avaricia.

>>Más.

El maestro de Pociones repitió la operación un par de veces más, luego de lo cual Harry se removió inquieto y miró alrededor, todavía demasiado embotado para entender dónde estaba.

>>¿Dónde… estoy? —sin esperar que nadie le contestara, frunció el entrecejo como si empezara a recordar—. Mi bebé —exclamó al fin, mientras se aferraba a las manos de Severus—. Sev, ¿dónde está Chris? ¿Está bien? Por favor, dime que no le hicieron nada.

Tragando con fuerza, Severus se levantó y se sentó en la cama al lado de Harry, rodeándolo con sus brazos y acurrucándolo en su regazo.

>>Severus, por favor —continuó Harry, el rostro medio enterrado en el pecho de Severus—. Tráeme a mi bebé, quiero verlo.

—Lo siento, amor —Severus tenía los ojos llenos de lágrimas que a duras penas podía contener y el corazón encogido por el dolor—. No puedo traértelo.

—¿Por qué? —Harry se apartó bruscamente de su pecho y aferró la pechera de su túnica—. ¿Acaso está enfermo? ¿Esos malditos le maltrataron?

—No, no es eso —negó rápidamente el mago mayor—. El problema es que aún no lo encontramos.

Severus sintió como el cuerpo de Harry se tensaba, endureciéndose hasta parecer una barra de acero, antes de volver a apartarse de él, en sus ojos verdes una mirada de angustia.

—¿Cómo que no lo han encontrado? —reclamó con fuerza—. Te dije que había sido Zabini, vayan a su casa a buscarlo.

—Fueron en cuanto nos dijiste —explicó Severus, tratando de mantener un tono calmado para serenar a Harry, pero le era extremadamente difícil— pero ya no estaban —tomó un profundo respiro—. Salieron con Chris del país; al parecer escaparon al mundo muggle en un destino desconocido.

—¿Qué? —Harry le miró sin entender—. No es posible, Severus. Debe haber un error —a ese punto las lágrimas empezaron a caer a raudales de los ojos del joven moreno—. Por favor, dime que es un error, mi pequeño no puede estar desaparecido en el mundo muggle.

—Te prometo que lo vamos a encontrar —le aseguró Severus tratando de abrazarlo pero Harry se revolvió furioso—. Créeme amor, pronto lo vamos a encontrar.

—Noooo —gritó Harry, su frágil control completamente destruido, mientras sin ver golpeaba a Severus en el pecho y los brazos—. No, no, no, mi niño no está perdido. Tú me estás engañando, me quieres hacer sufrir porque deje que Zabini se lo llevara —Severus le aferró con fuerza y le abrazó contra si, mientras las lágrimas también caían sin contención por sus pálidas mejillas.

—Tranquilo, mi amor, lo vamos a encontrar. Te juró que lo vamos a encontrar.

—Nooooo

Entonces, con un grito agónico, Harry cayó desmayado en brazos de Severus



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—Al fin regresas —reclamó Draco exasperado, cuando su pareja retornó a la habitación. Su enojo no había disminuido ni un poco—. Apenas llevamos unos días aquí, ¿se puede saber quién demonios te llama tanto?

Blaise se quedó un rato mirando al rubio. Acababa de recibir una nueva llamada de su contacto, informándole que una importante agencia de detectives, manejada por un tal Bill Weasley, andaba tras sus pasos. Sabía que esos Weasley eran muy amigos de Harry y que harían hasta lo imposible para tratar de encontrarlos; ahora más que nunca necesitaba la discreción de Draco y para ello sabía que tenía que decirle algo lo suficientemente fuerte como para asustarlo en verdad.

—Era Severus —contestó, ya sabía lo que tenía que decirle a Draco, y que los dioses lo perdonaran por hacerlo.

—¿Mi padrino? ¿Por qué no me llamaste, hace días que quiero hablar con él?

—Tenía que ser breve; de hecho, no va a volver a llamar, al menos no por un buen tiempo.

—¿Qué no va a volver a llamar? ¿Por qué? No entiendo —Draco estaba cada vez más confundido.

—Ven, vamos a sentarnos —Blaise le guió hasta unos sillones y casi le obligó a sentarse—. Severus me llamó para ponernos sobre aviso —empezó, mientras aferraba las manos de su esposo y fingía una completa angustia—. Cuando el mortífago atrapado habló sobre los planes de venganza contra los traidores que tenía su grupo, nuestros nombres no fueron los únicos que se mencionaron —Draco alzó una ceja, única señal de sorpresa, pero no dijo nada, así que Blaise continuó con su mentira—. Pansy y Nott también estaban amenazados.

>>Severus habló con ellos luego de dejarme a mí, pero aunque Nott se desapareció del mapa al día siguiente, Pansy no quiso escuchar advertencias y decidió seguir su vida como si nada hubiera pasado —Blaise se detuvo un momento, sabía que lo que iba a decir ahora, clavaría una daga eterna en el corazón de Draco. Pero debía hacerlo, tenía que seguir con eso hasta el final.

>>Hoy encontraron a Pansy en su apartamento, había sido violada y estrangulada —Draco abrió los ojos horrorizado y se soltó con brusquedad de las manos de Blaise—. Eso no es lo peor —prosiguió éste sin inmutarse, al menos no aparentemente—. Junto a su cadáver estaba el cuerpecito sin vida de Maggy.

—¿Mataron a su niña? —el dolor y el horror inundaron su corazón mientras recordaba a quien había sido más que su amiga, su hermana, y a la pequeña y sonriente rubita de dos años quien para él era como una sobrina—. ¡Dios, no puede ser! —la exclamación llevaba un dolor tan grande que Blaise sintió una punzada de remordimiento en el corazón, pero aun así, siguió.

—En el piso, junto a los cadáveres, encontraron una nota que decía: ‘ Ya está cobrada una deuda. Nott, Malfoy, Zabini, siguen ustedes’.

—¡Por Dios!

—¿Entiendes ahora por qué debemos ser absolutamente discretos? A esa gente no le tembló la mano al matar a una niña de dos años, imagino que lo harían delante de Pansy sólo para verla sufrir.

—No —las lágrimas surcaban las pálidas mejillas del joven rubio sin que pudiera ni quisiera detenerlas.

—Y eso que Pansy no luchó contra ellos, sólo se mantuvo al margen. ¿Imaginas que nos harían a nosotros… o a David?

—No, no, no —repetía Draco como un mantra—. No, por favor —miró a su pareja a los ojos—. Perdóname, Blaise, ahora entiendo. Prometo que de ahora en adelante haré lo que tú digas, pero que nada le pase a David.

—Ya mi amor, ya, todo va a estar bien —musitó, acunándolo en sus brazos mientras Draco lloraba sin control—. Nada le va a pasar a nuestro hijo, te lo prometo.



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‘No se preocupe, Profesor Snape. Su esposo va a superar esto’

Eso le había dicho el medimago luego de la crisis de Harry, pero había pasado un mes y Harry no daba muestras de superarlo.

Luego de recuperarse del desmayo, Harry no había vuelto a llorar, ni a gritar, ni nada; de hecho, cualquiera que lo viera diría que estaba muerto por dentro. Mientras había permanecido en San Mungo, se había pasado el día callado, mirando fijamente al techo. Apenas comía, y cuando alguien le hablaba, contestaba con monosílabos.

Miraba a los amigos que iban a visitarlo como si no les reconociera o si pasara de ellos; cuando Severus entraba en la habitación, se volvía un ovillo en la cama, y cuando su esposo trataba de tocarlo, empezaba a sudar frío y tenía palpitaciones.

En las noches tenía pesadillas y se despertaba angustiado mientras gritaba el nombre de Chris o de Blaise.

El psiquiatra le había visitado todos los días, pero hasta ahora su intervención no había presentado mayor utilidad. Mientras el medimago estaba presente, Harry permanecía en su actitud de mirar al techo e ignoraba su presencia de un modo absoluto.

Severus, por su parte, también estaba a punto de entrar en crisis. La actitud de Harry, mezclada por la falta de noticias del paradero de su hijo, le estaban creando un nivel de angustia que le tenía al borde de la locura. Ya el doctor Edwards se lo había advertido una semana atrás, poco antes de abandonar San Mungo.

—Pase, profesor Snape —invitó el Doctor Jhon Edwards, mientras Severus entraba en un consultorio cuyas paredes estaban completamente cubiertas de diplomas, claro índice de la amplia trayectoria y experiencia del medimago.

—¿Cómo ve el caso de mi esposo? —preguntó el maestro de Pociones nada más sentarse.

—Por eso le mandé llamar —explicó el hombre con rostro comprensivo—. Harry tiene un claro caso de estrés postraumático, creado por el impacto de su terrible parto unido a la pérdida de su bebé —miró fijamente a Severus—. En estos días he intentado ayudarlo, pero ha puesto una coraza y no me permite llegar a la raíz del problema, pues tiene miedo del dolor que esto provocaría. El problema del joven Snape es demasiado grave para manejarlo como lo hemos intentado hacer hasta ahora.

—¿Y qué sugiere, doctor?

—Debemos internarlo.

—¿Meter a Harry a un manicomio? —exclamó Severus, consternado, antes de fruncir el ceño y encajar los dientes—. Eso nunca.

—No se trata de un manicomio —explicó el hombre, entendiendo la reticencia de Severus—. Es una institución especial creada después de la derrota de Voldemort —explicó—. Después de la Batalla Final, muchas familias quedaron desmembradas, con padres, esposos, hijos, muertos o desaparecidos. Esta clínica se creó con la intención de que los sobrevivientes lograran superar sus pérdidas o al menos manejar sus emociones al punto de poder vivir con ello.

Al ver que el ceño de Severus se iba relajando y parecía más asequible a la idea, continuó:

>>Pondríamos a Harry en un grupo de terapia, junto a personas que han sufrido pérdidas similares, y le daríamos medicinas que le permitan manejar sus emociones desbordadas, básicamente antidepresivos y ansiolíticos. Le aseguro que con el tratamiento apropiado, su esposo podrá salir del hueco en que está.

—Ya veo.

—Además, usted y su hijo también deberían someterse a tratamiento, aunque en sus casos sería de tipo externo.

—¿Nosotros? No creo que sea necesario.

—Señor Snape —el tono del hombre era profesional pero había un dejo de calidez en el fondo—. Aunque usted no se de cuenta, está a punto de entrar en crisis, y le puedo asegurar que su hijo también está muy afectado —al ver que el otro no argumentaba, continuó—: En su caso, también los vamos a poner en un grupo de circunstancias similares a las que atraviesan ustedes, incluso con niños que van a servir de apoyo a su pequeño. Les aseguro que va a ser muy beneficioso para ambos.

—Está bien, lo haremos —aceptó al final Severus.



El asunto es que hasta la fecha no había podido convencer a Harry de que entrara en la clínica por su propia voluntad, y según el medimago Edwards, eso era imprescindible para que el tratamiento funcionara.

Harry ya llevaba una semana en la casa y su actitud no había cambiado; de hecho, había empeorado. Seguía sin apenas comer, no hablaba con nadie ni permitía que nadie se le acercara. En las noches, las pesadillas se repetían de forma continua. Se pasaba el día acostado, durmiendo o mirando al techo, y se sobresaltaba con cualquier cosa, poniéndose a temblar o a llorar.

Pero lo peor había ocurrido apenas una hora antes.

Alex, acompañado de Molly, había entrado en la sala de su casita de Hertfordshire. En cuanto vio a sus padres, sonrió feliz y corrió hacia ellos. Se abalanzó en brazos de Severus, quien le abrazó y le besó repetidamente, antes de girarse hacia Harry, a quien Severus había logrado convencer para que saliera un rato de su habitación.

Lo miró con ojos brillantes y fue acercándose despacito, hasta poner su pequeña mano sobre el brazo de su padre.

—Hola, papi.

Harry se envaró y retiró rápidamente el brazo, antes de decir un hola entre dientes y salir disparado de la habitación.

Con los ojos anegados de lágrimas, Alex se dio la vuelta y corrió a refugiarse en el pecho de su padre, rompiendo a llorar con angustia.

—Tú dijiste que no pero si fue mi culpa lo de mi hermanito —sollozó incontenible—. Por eso papi ya no me quiere.


Severus no podía permitir que esa situación continuara. Aunque fuera a punta de varita, Harry iba a asistir a la clínica de rehabilitación.



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Severus entró en su habitación y encontró a Harry en su posición habitual, acostado mirando al techo.

—¿Hasta dónde piensas llevar esta situación? —preguntó con dureza, pero el joven no se dio por aludido. Severus se acercó y se paró al borde de la cama—. Vale, estás dolido con el mundo y no te importa que se destruya, incluidos tu hijo y yo —aunque el estremecimiento de Harry fue imperceptible, Severus lo notó y supo que iba por buen camino—. Cuando encontremos a Chris, porque lo vamos a encontrar —declaró enfáticamente—, ¿te has puesto a pensar a dónde va a regresar? ¿A un hogar destruido por tus propias manos?

A ese punto, Harry giró la cabeza a Severus con los ojos llenos de lágrimas.

>>¿Sabes qué me acaba de decir Alex? —siguió Severus, tratando de no dejarse conmover por la desolación de Harry—. Que tú le culpas por la desaparición de Chris, que por esa razón ya no le quieres.

—No, yo no… —protestó Harry.

—¿Tú no? —Severus se mostraba implacable—. ¿Estás seguro? ¿Puedes recordar la carita de tu hijo cuando lo rechazaste como si se tratara de escoria?

—No, Severus, yo no quise…

—No quisiste pero lo hiciste —interrumpió de nuevo Severus, sentándose a su lado en la cama—. Has estado rechazándonos a todos los que te queremos, sin detenerte a pensar que estamos sufriendo tanto como tú.

—No era mi intención —Harry ya lloraba acongojado, rota toda contención—. Es que duele, duele mucho, y no sé cómo hacer para que deje de doler.

—Lo sé, amor, lo sé —Severus lo atrapó entre sus brazos y lo pegó a su pecho, y el más joven se aferró a él con su alma—. Necesitas ayuda, todos la necesitamos o esto va a terminar destruyéndonos.

—Sí, por favor, ayúdame —era un gemido suplicante—. No quiero herirlos ni a Alex ni a ti, pero no sé qué hacer.

—Yo tampoco, amor, pero vamos a pedir ayuda a quien sí lo sabe y todo va a salir bien, te lo prometo.



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Hacía dos días que Harry había partido hacia la clínica y Severus estaba devastado. Sus sentimientos estaban repartidos entre los irracionales deseos de ir a la clínica y exigir que le devolvieran a su pareja y llevarlo a algún lugar lejano donde no sufriera más, y la angustia por no saber dónde estaba su hijo. Sus únicos momentos de alivio eran cuando estaba con Alex o sus amigos más cercanos.

Mientras se mortificaba una vez más pensando en su pequeño Chris, las llamas de la chimenea frente a la que estaba sentado comenzaron a chispear de manera característica. Al momento, entre ellas apareció la cabeza de Remus.

—Severus —saludó el hombre lobo con una sonrisa algo más pronunciada que la de los últimos días—. Me acaba de llamar Ron. Bill recibió un dato y en este momento salen para confirmarlo.

—¿Saben el paradero de Chris? —preguntó, temblando.

—No te emociones todavía, es sólo una posibilidad. En cuanto sepa algo, te aviso.



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El ama de llaves entró en el estudio del apartamento y miró a Draco y a Blaise con el ceño fruncido y ojos furiosos.

—Aquí están, señores —dijo, mirando hacia la puerta—. Pueden pasar.

De inmediato, un grupo de hombres irrumpió en el recinto y apuntó a ambos hombres con sus varitas.

—Blaise Zabini, queda detenido por el secuestro del niño Snape-Potter, y el señor Draco Zabini queda detenido por complicidad.

—¿De qué demonios está hablando? —preguntó Draco. Blaise estaba tan impactado que no podía hablar.

—Hablamos del bebé que su esposo le robó a mis clientes —contestó un hombre alto y pelirrojo, antes de señalar a David—. Ése bebé.

—Está loco —gritó Draco, tratando de correr hacia su bebé pero fue detenido por un hechizo paralizante—. Blaise, por favor, dile que están equivocados, que es nuestro bebé —suplicó con lágrimas en los ojos—. Blaise —repitió al ver que el aludido no respondía—. Blaise…



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