La Mazmorra del Snarry
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La Mazmorra del Snarry


 
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La Mazmorra del Snarry... El escondite favorito de la pareja más excitante de Hogwarts

 

 Un regalo inesperado. Capítulo 9

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alisevv

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MensajeTema: Un regalo inesperado. Capítulo 9   Un regalo inesperado. Capítulo 9 I_icon_minitimeJue Nov 05, 2009 6:01 pm



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Severus puso los ojos en blanco ante la escena de Harry caído en la alfombra y con el libro en alto. Definitivamente, algunas cosas nunca cambiaban, y mientras su corazón se llenaba de ternura, se dio cuenta que daba gracias a Dios por eso.

Sin que su rostro evidenciara lo que estaba pensando, se levantó con parsimonia y, acercándose a Harry, le tendió la mano para ayudarle a levantarse. El joven sonrió en agradecimiento, antes de hablar con entusiasmo:

—Lo conseguí, Sev —el hombre le miró. ¿Cómo era posible que ese ridículo diminutivo no le sonara nada mal viniendo de los labios de Harry?—. Estaba en la Sala de los Menesteres, como pensamos.

—¿Estás seguro que es el libro correcto? —preguntó Hermione, sacando a ambos hombres de su mutua contemplación.

El joven de ojos verdes lanzó una última sonrisa radiante a Severus y se giró para acercarse al resto de los presentes.

Hechizos de Sumisión: Cómo Conseguir el Esclavo Perfecto, por Brendan Whyte —leyó Harry antes de mirar a su amiga—. Está fechado en Octubre de 1678. Yo diría que se trata del mismo libro.

—Pues vamos a revisarlo entonces —sugirió Ron—. Cuanto antes, mejor.

—Es un libro bastante voluminoso —comentó Severus, observando el ejemplar detenidamente—. Sugiero que podríamos hacer una copia para cada uno y distribuirnos los capítulos por revisar.

—¿No será riesgoso lanzar un hechizo de copia a un libro tan viejo? —preguntó Draco, alzando una ceja, interrogante.

—No creo —replicó Hermione, que ya estaba hojeando el volumen—. Se encuentra muy bien conservado, y conozco un hechizo especial para copiar ejemplares delicados.

Ante la aprobación general, la chica puso manos a la obra, y media hora después ya habían repartido los capítulos y todos estaban revisando su propia copia.

A las ocho de la noche, Harry llamó a Dobby y le pidió les sirviera un buen surtido de emparedados y bebidas para todos, que comieron prácticamente sin apartar la vista de los libros. A las once, Harry levantó la vista de su libro y la enfocó en el resto del grupo. Todos se veían agotados, en especial Hermione. Cuando estaba a punto de proponer que lo mejor era que dejaran la revisión para el día siguiente, escuchó la voz Remus.

—Creo que lo encontré.

Como por arte de magia, el cansancio visible en todos los rostros se desvaneció, y cinco pares de ojos se clavaron en el licántropo.

—Cómo me hubiera gustado poder captar tan rápidamente su atención cuando eran mis alumnos —comentó Severus con ironía, aunque él también miraba fijamente a Remus, quien observó atentamente el libro entre sus manos, antes de levantar la mirada y sonreír.

—Aquí, en la página cuatrocientos treinta y siete, La Sumisión del Ahorcado. Según el autor, una de las peores maldiciones de Magia Negra existentes.

—Demonios, hasta el nombre espanta —comentó Ron, mientras todos buscaban la página señalada.

Pasaron un buen rato en silencio, mientras leían con atención la descripción de la maldición y sus efectos.

—Es muy similar —comentó Hermione al final—, pero no es la misma. De hecho, es mucho peor; este punto de que, ante la mínima provocación, el collar ahorcaría al esclavo hasta morir, es aterrador. ¿Y si el amo no perdonara?

Ron asintió, pero los demás la observaron sin decir nada. Luego de mirar a Severus, Remus y Draco, y ver que todos ellos le daban su silenciosa aprobación, Harry suspiró con fuerza y admitió:

—Eso también se cumple, Hermione.

—¿Qué quieres decir? —preguntó la chica, frunciendo el ceño.

Luego de reflexionar unos momentos, el joven de ojos verdes miró a sus mejores amigos y habló:

—Necesito que me prometan que esto no va a salir de aquí —pidió con extrema seriedad—. No pueden decirlo a nadie, ni siquiera a tus padres, Ron —miró al pelirrojo con atención—. Confío en ellos, por supuesto, pero las paredes tienen oídos, y Severus y yo tenemos un gran enemigo en tu familia.

—Percy —musitó Ron, y Harry asintió—. Te juro por nuestra amistad que no diré nada.

—Ni yo —ratificó Hermione.

Harry les contó brevemente todo lo sucedido con Severus. Cuando terminó, tanto Ron como Hermione lucían horrorizados. La joven dirigió su cálida mirada hacia el antiguo profesor de Pociones y preguntó con preocupación.

—¿Se encuentra bien, Profesor?

—Perfecto —el hombre esbozó una tenue sonrisa—. Gracias por su interés, señorita Granger.

—Bueno, al parecer éste es el hechizo, las semejanzas son absolutas —comentó Draco, para que todos volvieran a centrar su atención en el objetivo prioritario de momento—. Y por suerte, está incluido el contra-hechizo. Es una poción.

De nuevo, todos se enfocaron en las páginas de sus libros.

—Parece extremadamente complicada —comentó Harry—. ¿Crees que podrás prepararla, Severus? —miró al hombre, que levantó una ceja con aire de suficiencia como si preguntara: ¿De qué demonios estás hablando? El joven se echó a reír—. Vale, mala elección de palabras. ¿Tienes algún problema para hacerla? —la ceja y la expresión permanecieron intactas—. Arrg, Severus, sabes lo que quiero decir.

—Si te refieres a si tengo los recursos necesarios para elaborarla —habló el hombre con tono pausado—, la respuesta es no. Sin embargo, es factible conseguir todos ellos —se detuvo un momento antes de continuar—. Algunos de los ingredientes son muy raros y caros, un par de ellos sólo se encuentran en el callejón Knockturn, y hay uno que, hasta dónde sé, sólo puede hallarse en tres lugares del mundo. El más cercano es en lo profundo del Bosque Prohibido de Hogwarts.

—Yo me encargaré de conseguirlos —aseguró Harry.

—No creo que sea buena idea que tú los busques todos —comentó Remus—. Si alguien lo notara y sumara dos más dos, sabría que estamos preparando el contra-hechizo.

—Estoy de acuerdo —expresó Severus.

—Podemos distribuirnos la compra de lo necesario —sugirió Ron.

—Me parece buena idea la de la comadreja —intervino Draco—. Debe distribuirse la compra de los ingredientes, pero no creo que deban hacerlo ustedes, de igual forma los relacionarían.

—¿Entonces, qué hacemos, huroncito? —preguntó Ron, aunque su sonrisa amistosa indicaba que no le molestaba para nada el apodo dado por Draco.

—Podríamos usar gente externa, como Kingsley Shacklebolt, la profesora McGonagall o Neville. Así nadie sospecharía.

Mientras todos asentían, Severus habló nuevamente.

—Según esto, la poción lleva un mes de preparación, pero no es tan complicada como parece a simple vista; Draco y yo podemos encargarnos de elaborarla sin problema. El único inconveniente que veo es que requiere que le sean lanzados varios hechizos a medida que se prepara —miró a Remus—. ¿Podrías ayudarnos con eso?

—Por supuesto.

—¿Y cuál es el siguiente paso? —preguntó Ron.

—Podemos analizar los ingredientes y ver quién puede conseguir cada uno, así mañana mismo hablamos con quienes nos vayan a ayudar —sugirió Hermione.

—Me parece una grandiosa idea —exclamó Harry, con una sonrisa feliz—. ¿A qué esperamos? Manos a la obra.



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Los siguientes días fueron de gran expectativa entre los residentes de la casa de Godric’s Hollow, pero también de alegría y esperanza. Dado que las fiestas navideñas no eran la mejor época del año para adquirir los ingredientes que necesitaban, decidieron darles tiempo a los compradores designados y empezar a elaborar la poción a principio de año.

Harry estaba especialmente entusiasmado. El sólo pensar en la posibilidad de liberar a su Severus de esa maldita dependencia al collar, hacía que su corazón saltara de júbilo, y había contagiado su regocijo a todos los demás.

Habían decidido pasar la Nochebuena solos los cuatro en su casa. Aunque Molly y Arthur les habían invitado a la madriguera, lo habían rechazado ante la previsible e ingrata posibilidad de encontrarse a Percy y Ginny Weasley en el lugar.

Así, todos, con excepción del rubio de la casa, a quien negaron terminantemente la entrada a la cocina, se dedicaron a preparar la más deliciosa comida, que más tarde paladearon acompañada de un exquisito vino que les había regalado Kingsley Shacklebolt esa misma mañana; ‘cortesía de las bodegas del Ministro’, les había dicho mientras les guiñaba un ojo.

—Excelente comida —comentó Draco, satisfecho, mientras se dejaba caer en el mullido colchón al pie de la cama que compartía con Remus—. Pero no entiendo porqué no me dejaron ayudarles.

—Porque entonces no hubiera sido una excelente comida —contestó su pareja con pragmatismo.

Haciendo un pequeño puchero ofendido, Draco le lanzó una almohada, que el otro atrapó en el aire, mientras se acercaba lentamente a la cama con una sonrisa depredadora.

>>¿Qué pasa? —llegó a la cama y se inclinó hasta casi rozar sus labios sobre la sonrosada boca que se abrió con un leve jadeo—. ¿Mi engreído Slytherin no es capaz de aceptar que no sabe cocinar?

—Los Malfoy no necesitamos saber cocinar —contestó con petulancia, hundiéndose en los amados ojos color miel que le acariciaban con ardor—. Pero tengo otras cualidades.

—Y yo doy fe de ello —contestó. Antes de llegar a besarlo, se apartó, ganándose un gruñido de protesta del rubio. Sonriendo, se enderezó y musitó—: Accio varita —cuando la fina vara de madera cayó en su palma abierta, musitó un nuevo hechizo, dejándoles a ambos completamente desnudos.

—Parece que estás un poquito apurado —se burló Draco, mientras le tentaba aún más, alzando las caderas para mostrar el ancho pene que se erguía en medio de una mata de vello rubio—. ¿Ves algo que te guste?

Sin contestar, Remus se arrodilló entre sus piernas, y segundos después ya tenía el atrevido miembro atrapado en la calidez de su boca, y al atrevido Slytherin gimiendo incontrolablemente. Luego de un buen rato de succiones, mordiscos y lamidas, el mayor se separó y volvió a musitar:

—Accio lubricante.

Esta vez fue un tubo gris el que llegó a la hábil mano. Mientras Remus lo abría y se enderezaba, Draco se escabulló hacia la parte alta de la cama, acostándose boca arriba y abriendo las piernas, mientras acariciaba su miembro y pedía con impaciencia.

—Apúrate, Rem.

El hombre sonrió. En otras circunstancias, iría lento y haría esperar a su rubio hasta que suplicara a gritos que le poseyera. Pero en ese momento, él también estaba a punto de explotar. ¿Habrían agregado algo a su comida sin que se diera cuenta? Moviendo la cabeza para desechar tan peregrina idea, abrió el recipiente y untó dos de sus dedos con lubricante.

Mientras se acercaba a la amada boca para besarla con fuerza, labios, lenguas y dientes enfrentados en una lucha sin cuartel, hundió los dos dedos en el cálido canal de su pareja, empezando a dilatarle al tiempo que intentaba alcanzar su próstata y bebía de la boca del rubio sus jadeos y gemidos. Un dedo más y un par de minutos después, los ruegos de Draco, y el empuje de sus caderas contra sus dedos, le alertaron de que ya estaba listo para recibirle.

Lo penetró de una certera estocada, tal como sabía que a Draco le gustaba, y sin mayores preámbulos empezó a embestir con fuerza. Los gritos y gemidos de ambos empezaron a subir de amplitud, mientras Remus seguía embistiendo con fuerza, una, y otra, y otra vez. Luego de un largo y apasionado desfogue, Draco lanzó un gritó agónico al tiempo que se corría sobre el pecho de su pareja, y tras cuatro nuevas y poderosas embestidas, Remus se descargaba en el cálido interior del rubio.

Poco después, limpios y relajados, ambos se sumergían en las bondades de un sueño reparador.



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—Vaya, hasta que aparecieron a desayunar —se burló Harry cuando, a la mañana siguiente, unos pálidos y ojerosos Remus y Draco entraron en la cocina, donde él y Severus ya estaban desayunando.

—A ver, ¿de quién fue la brillante idea? —preguntó Remus, mirándoles con el ceño fruncido.

Harry se giró hacia Severus y alzó una ceja.

—Parece que no les gustó nuestro regalo.

—De hecho —contestó el hombre de ojos negros, encogiéndose de hombros.

—¿Ésa es la idea que ustedes tienen de un regalo? —Draco se derrumbó sobre una silla y sirvió sendas tazas de café para su pareja y para él—. Estoy muerto.

—Draco, tú nunca tomas café —señaló Severus, alzando una ceja con incredulidad.

—Créeme, Padrino, hoy lo necesito —replicó, apurando media taza sin siquiera echarle azúcar y haciendo una mueca de disgusto ante el amargo sabor.

—¿Cómo se les ocurrió echarnos un afrodisíaco en la comida? —preguntó Remus, mirándoles incrédulo.

—De hecho, fue en la bebida —puntualizó Severus, desde atrás de la revista de pociones que leía en ese momento.

—No me digan que no les gustó, porque no les creo —se burló Harry.

—Verás, cararrajada —explicó Draco, aceptando un plato con huevos y tocineta que le ofrecía Remus—. La primera vez nos encantó; la segunda y la tercera estuvieron estupendas; la cuarta y la quinta no fueron mal; la sexta fue algo más incómoda, y la séptim…

—¿Siete? —exclamó Harry, palmoteando feliz—. Sev, siete veces; la poción es magnífica. Se va a vender como pan caliente.

Rem y Draco los miraron mientras palidecían.

—¿Están diciendo que probaron una poción afrodisíaca experimental en nosotros? —preguntó Draco, arrastrando las palabras.

—No lo dije yo —la voz de Severus una vez más surgió del otro lado de la revista.

—¿Cómo fueron capaces de hacer eso? —preguntó Remus, incrédulo.

—No exageren —dijo Harry, moviendo una mano como desestimando el hecho—. Severus tenía todo controlado.

—¿Y si estaba todo controlado, por qué no la probaron ustedes? —interrogó Draco.

—Excelente pregunta —apoyó Remus—. ¿Por qué?

—Ah, vamos, saben bien que el investigador no pue…

Harry se interrumpió cuando una lechuza negra empezó a picotear la ventana de la cocina. Se levantó y se acercó a abrirla. Retiró el rollo de pergamino que el ave llevaba atado a la pata y le dio una golosina del cuenco que siempre tenía lleno a un lado de la ventana, antes que el animal diera media vuelta y emprendiera el vuelo sin esperar respuesta.

Frunciendo el ceño al observar el sello del Ministerio de Magia, se sentó, desenrolló el pergamino y empezó a leer. Cuando terminó, levantó la vista hacia los demás, el ceño más fruncido que antes.

—Escuchen.

Señor Harry Potter
Godric’s Hollow
Presente

El Ministerio de Magia tiene el agrado de invitarle a la cena y baile de Fin de Año.

Lugar: Atrium del Ministerio de Magia
Fecha: 31 de diciembre.
Hora: 8:00 pm

Se exige traje formal.
Es imprescindible la comparecencia de su esclavo, Severus Snape

Rufus Scrimgeour
Ministro de Magia



—Malditos —espetó Harry, al tiempo que arrugaba la hoja de pergamino y miraba a Severus—. Lo hacen a propósito, para humillarte; no me extrañaría que el desgraciado de Percy estuviera detrás de esto. Pero si piensan que vamos a asistir, que esperen sentados.

—Debemos hacerlo —declaró Severus.

—¿A qué te refieres? —preguntó Harry, cada vez más enojado—. ¿Cómo se te ocurre que te exponga en ese maldito lugar? Jamás.

—A mí tampoco me entusiasma la perspectiva, pero es necesario —razonó el hombre de ojos negros—. Estamos en una etapa muy difícil y no podemos hacer ningún movimiento en falso. En el Ministerio deben creer que todavía te controlan, al menos en cierta medida. Una rebelión abierta podría ponerlos sobre aviso.

—Severus tiene razón, Harry —opinó Remus.

El Gryffindor frunció aún más el ceño, pero luego de unos minutos, se dio por vencido y afirmó con la cabeza.

—Está bien —accedió al final—. Pero más vale que nadie se meta contigo o no sé si seré capaz de controlarme.



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—¿Por qué estás tan preocupado? —preguntó Severus, mientras se sentaba al lado de Harry en su sofá preferido de la salita.

La atmósfera del recinto era tibia y acogedora. La mezcla de las luces de colores del arbolito de Navidad que adornaba una esquina de la habitación, y el resplandor entre amarillo y rojizo que desprendían las llamas en la chimenea, formaban un marco ideal para la charla íntima y afectuosa. Una de esas atmósferas que tanto le gustaban a Harry.

Pero ese día el joven no estaba disfrutando del ambiente, y Severus sabía porqué.

>>Todo va a salir bien —musitó al ver que el Gryffindor no contestaba, su mirada clavada en el fuego de la chimenea.

—Te van a despreciar —replicó Harry en tono plano, luego de un buen tiempo—. Vas a tener que someterte a mí en público. No quiero que eso pase.

—Harry, escucha —tomó sus manos y miró los preocupados ojos verdes, mientras su voz aterciopelaba acariciaba el corazón del más joven—. Ellos no pueden humillarme, porque no tienen poder sobre mí. Ni siquiera mientras estuve en Azkaban lo lograron, porque lo hacían por la fuerza, y la fuerza no es un poder. La fuerza puede dominar el cuerpo, pero jamás podrá con el alma o el espíritu. En este momento de mi vida, sólo hay una persona que tiene poder real sobre mí —levantó una mano y acarició su mejilla con profundo cariño—. Y sé que esa persona moriría antes de infligirme algún dolor.

Conmovido, Harry rodeó su cuello con sus brazos y enterró su cara en el fuerte pecho, mientras Severus seguía hablando.

>>Ser sumiso ante ti en público no significa ninguna humillación para mí, Harry —continuó el hombre, destilando sinceridad—. Hay varias razones por las que quisiera quitar este collar de mi cuello, pero que tú seas mi amo no es una de ellas, te lo aseguro —acarició el cabello del joven, que seguía aferrado su pecho, acongojado—. Ser sumiso ante quien amas y respetas, nunca será una humillación.

Ante esas palabras, Harry se apartó bruscamente, abriendo los ojos como platos. Sonriendo, Severus se inclinó ante la asombrada boca que formaba una O perfecta y la besó casi con reverencia. Luego, se alejó y continuó:

>>Nunca pensé que yo llegaría a sentir algo como esto por otro ser humano, Harry, pero es que nunca imaginé que existiera alguien tan especial como tú. Yo… te amo.

El joven empezó a negar con la cabeza, los ojos húmedos de emoción.

—No, Severus. Ahora no puedes estar seguro. El collar. Tú…

—Te aseguro que ya no existe duda alguna en mi alma; con o sin collar, yo te amo —le miró, sonriéndole con inmenso cariño—. Y ahora que lo pienso, me gustaría escuchártelo decir también.

Por unos momentos, Harry le miró, aturdido, mientras las lágrimas, ahora incontenibles, bajaban por sus mejillas. Lágrimas de felicidad… y de amor. Con una exclamación gutural, se abrazó a su cuello, murmurando una y otra vez.

—Te amo, te amo, te amo, t a…

Un mantra que sólo se vio interrumpido cuando Severus Snape atrapó su boca y le besó hasta morir.



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Tal como se había temido Harry, la maldita fiesta del Ministerio estaba siendo una auténtica pesadilla. Lo primero que había notado era que la reunión de formal no tenía nada. Las pocas fiestas del Ministerio a las que había asistido después de la guerra, aunque le habían indignado por el trato vejatorio que se les daba a los esclavos, habían sido festejos bastante normales, con gente comiendo, bebiendo y charlando en un ambiente relativamente cordial.

En este caso, sin embargo, la situación era completamente diferente. Incluso el decorado y las luces estaban elegidos de tal forma que creaban una atmósfera opresiva y… lujuriosa. Sí, esa era la palabra que le venía a la mente ante lo que le rodeaba. Las luces eran mortecinas y de tonos rojos y azules, llenando el recinto de claroscuros. En lugar de las mesas habituales y la pista de baile, habían colocado sillones y divanes en rincones estratégicos, que a Harry le recordaban los decorados de esas antiguas películas muggle sobre el Imperio Romano.

La segunda gran diferencia era la lista de invitados. Mientras en las fiestas habituales se presentaban parejas casadas, novios o incluso familias, en ésta sólo estaban presentes hombres con esclavos o esclavas, y unos pocos magos solteros, todos ellos trabajadores del Ministerio de Magia. Y en lugar de estar desperdigados, charlando con los conocidos o bailando con sus parejas, estaban en los muebles de los rincones, besando y acariciando a sus esclavos de una manera que hacía que Harry se ruborizara incluso contra su voluntad.

Se había visto obligado a pasear por el salón, jalando a la persona que amaba de una correa como si de un perro se tratara; había tenido que sonreír e intercambiar palabras corteses con personas a las que hubiera maldecido con placer; había tenido que presenciar cómo individuos desgraciados trataban a sus esclavos, algunos casi niños, como si fueran escoria, y cómo a su alrededor todos montaban una auténtica bacanal. ¡Y había tenido que sonreír, maldita sea!

No habría podido lograrlo sin Severus. Él era su fortaleza. Cuando creía que no sería capaz de seguir fingiendo, buscaba sus ojos negros y recordaba porqué estaba ahí y resistía. Si por el hombre que amaba tenía que fingir, fingiría; si tenía que sonreír, sonreiría. Y si tenía que matar a Percy, le mataría.

En cuanto vio la sonrisa satisfecha en el rostro del pelirrojo, supo que tenía sus manos metidas en todo eso. Pero no iba a permitir que se saliera con la suya. Puede que tuviera que sonreír y fingir ante el Ministro y sus secuaces de altura, pero si esa sabandija pretendía humillar a Severus, más le valía que se lo pensara dos veces, por su bien.

Cansado de tanta ignominia, caminó hacia un sillón alejado, con la esperanza de poder pasar desapercibido, al menos por un rato. Severus caminó detrás de él, a la distancia exigida, y cuando Harry se sentó en el cómodo mueble, él se sentó en el piso, apoyándose sobre una pierna del joven y acariciándole, como se esperaba del comportamiento correcto en un esclavo sexual.

—Sev, ya no resisto. Todo esto me da asco —musitó con cansancio—. Me quiero ir de aquí. Nunca imaginé que esta gente pudiera llegar a tales extremos. ¿Cómo es posible que el mundo mágico por el que casi muero haya llegado a este nivel de podredumbre?

El hombre agachó la cabeza como si estuviera besando su pierna, pues no era bien visto que alguien conversara con su esclavo, y contestó:

—Ten paciencia, Harry. No puedes irte antes de media noche. Y recuerda que esto no es el mundo mágico real; es sólo el resultado de la mente enferma de unos cuantos.

—Unos cuantos que nos tienen en sus manos —musitó el joven con pesar, mientras miraba el reloj en la pared—. Y aún faltan dos horas para la medianoche —se lamentó—. Quiero estar con nuestros amigos, no terminar el año con estos desgraciados.

—Yo también, pero no hay elección.

—Merlín, Severus. Si no estuvieras aquí… —se interrumpió, mientras observaba cómo Percy, en el otro extremo del salón, detenía a un camarero y le hablaba, mientras hacía una seña hacia ellos

—¿Qué sucede, Harry? —preguntó el hombre, al notar como el Gryffindor se ponía tenso.

—Es Percy. Está hablando con un camarero y mirando hacia aquí. Estoy seguro que trama algo.

—Tranquilo. No puede hacer nada.

Minutos más tarde, notó cómo el camarero se dirigía hacia ellos, con una bandeja en la mano.

—Señor Potter —sonrió el hombre cuando llegó a su lado—. El señor Weasley le envía este plato de langosta. Manda decir que espera que lo disfrute.

Con expresión pétrea, Harry miró el contenido de la bandeja y luego una vez más al hombre, antes de señalar un plato lleno de una bazofia marrón de aspecto repugnante, colocado al lado de la langosta.

—¿Y eso qué es?

—Es la comida de su esclavo.

—¡Cómo se…! —su arrebato de furia fue detenido cuando Severus presionó firmemente su pierna. Respiró profundo para calmarse y se dirigió nuevamente al empleado—. Por favor, déjelo en la mesita —el hombre lo colocó y se enderezó—. Gracias.

>>Si ese imbécil sigue así —masculló Harry, furioso, cuando el empleado se alejó—, lo siento por los señores Weasley pero se van a quedar sin hijo.

—Tranquilízate, Harry —aconsejó Severus—. Está tratando de descontrolarte.

Diez minutos después, se acercó Arthur Weasley, uno de los pocos magos que estaban solos en la fiesta, y que había asistido únicamente por si Harry y Severus necesitaban algo de apoyo. Harry lo agradecía en el alma, era reconfortante ver una cara amistosa en ese lugar.

—Harry, Severus —les saludó, aunque en ningún momento dirigió la mirada al Slytherin.

—Arthur —correspondió Harry, sonriendo—. No sabes cuánto agradezco que vinieras. Siéntate, por favor —ofreció, señalando un sillón anexo.

—Ni lo menciones —desestimó el mago pelirrojo mientras se sentaba—. Vine a avisarles —declaró, sonriendo como si estuviera entablando una conversación banal con el joven.

—¿Qué sucede? —preguntó Harry, que también sonreía fingiendo una charla cordial.

—Está corriendo el rumor de que tu actitud hacia tu esclavo es demasiado… —hizo una pausa, buscando la palabra adecuada— pasiva.

—¿Pasiva? ¿Qué quieres decir? —preguntó sin entender.

—Mira a tu alrededor.

Harry observó disimuladamente. Por el salón, muchos de los magos besaban o acariciaban atrevidamente a sus esclavos, y algunos incluso se los intercambiaban entre sí. Entonces, entendió lo que Arthur quería decir.

—Detesto toda esta mierda —gruñó entre sus dientes apretados—. ¡Severus y yo no somos unos malditos exhibicionistas!

—Lo sé, Harry. Pero no tienen que hacer nada muy… notorio, sólo algún beso o caricia para que cese el chismorreo —aconsejó el señor Weasley, mientras se levantaba y gesticulaba como si estuviera hablando del quidditch—. Pero esperen un poco. No quiero que relacionen tu actitud con nuestra conversación. Trataré de inventar algo para que se puedan ir antes.

—Ahora también esto —bufó Harry, contrariado, una vez Arthur se hubo alejado—. Lo siento, Severus.

—No lo sientas —aunque el hombre no alzó la cabeza, que estaba recostada contra su pierna, pudo percibir una nota de travesura en su voz—. La idea de besarte me apetece un montón, y si de paso podemos darle un poquito de envidia al Percy, resultaría un bono extra, ¿no?

El joven pensó que su pareja tenía un buen punto y empezó a sonreír, mientras su mano iba a la cabeza de Severus y empezaba a acariciar su cabello. Pasaron unos quince minutos antes que Harry sonriera de cara a la galería, mientras musitaba sin apenas mover los labios.

—Ahora Percy está mirando hacia aquí, tratando de disimular. ¿Listo para nuestro despliegue público de pasión?

Severus asintió sobre su pierna, soltando una risita amortiguada.

La mano que Harry tenía sobre la cabeza de Severus se deslizó suavemente hasta su cara, y de allí a su barbilla, para luego levantar el rostro amado, inclinarse y tomar su boca en un beso rudo y pasional, la clase de beso que esperaban los que les observaban, aunque con un toque de ternura que únicamente fue percibido por Severus. Se besaron largo rato antes que, con su mano libre, Harry jalara la correa hacia arriba, instando al hombre a levantarse del suelo y sentarse sobre su regazo.

Parecía que la perspectiva de hacer una exhibición pública había excitado a ambos, pues cuando Severus se sentó a horcajadas sobre Harry, en el punto exacto para que sus miembros entraran en contacto, pudieron notar que ya estaban bastante duros. Mientras Severus empezaba a hacer movimientos ondulantes sobre el regazo de Harry, frotándose contra él con suavidad, Harry deslizó su mano bajó la túnica de Severus y empezó a acariciar su trasero con adoración, al tiempo que se seguían besando con pasión.

Por el rabillo del ojo, el Gryffindor pudo ver cómo Percy les observaba con la mandíbula caída, sin podérselo creer, y una expresión de absoluta envidia. Ellos no mostraban nada, pero sus discretos movimientos resultaban muy atractivos y sugerentes, ante las expresiones impactadas de quienes les rodeaban. Con una sonrisa asombrada, sin poder creer lo que acababan de hacer ante todo el mundo, Harry miró a Severus, mostrando en sus ojos todo su amor, y le dio un último beso desesperado. Poco después, Severus volvía a ocupar su lugar a sus pies, con la cabeza apoyada contra su pierna en actitud sumisa.

Un rato más tarde, sintiéndose realmente hambriento, Harry alcanzó el plato de langosta. Lamentablemente, Severus no podía comer de su plato, pero, definitivamente, también comería langosta.

—Sev, voy a lanzar un hechizo de limpieza a tu alrededor. Te voy a lanzar la langosta al suelo; la gente estará tan complacida de que te haga recoger la comida del suelo, que no se preocuparán de que te esté dando langosta.

Severus rió entre dientes mientras asentía. Durante los siguientes minutos, compartieron la langosta de esa forma tan poco convencional, mientras los demás observaban a Severus y sonreían con desprecio. Cuando casi terminaban, Percy no pudo resistir la tentación y se acercó a burlarse.

—Veo que descubriste la forma correcta de alimentar a tu esclavo —se mofó, sintiéndose seguro al estar rodeado de gente tan canalla como él—. Sólo tienes que aprender que algunos ‘seres’ sólo merecen comer bazofia.

—En eso tienes razón —comentó Harry, sonriendo como si estuviera hablando del tiempo, mientras tomaba el alimento que el camarero le había entregado para Severus y se lo tendía—. ¿Ya cenaste?

El pelirrojo le miró, furioso.

—¿Cómo te atreves?

—¿No te apetece? Lástima —de repente, la mirada inocente de Harry se tornó en una expresión de fiereza, y el otro se estremeció. Quien ahora estaba ante él era el Harry Potter que una vez derrotara el mayor mago oscuro de todos los tiempos—. No soy estúpido, Percy, y sé lo que has estado haciendo —sacó su varita apenas, pero lo suficiente para que la viera—. No soy alguien a quien te gustaría tener por enemigo. Hasta ahora me he controlado por respeto a tus padres, pero eso se acabó, ¿te quedó claro?

—No te atreverías a hacerme daño —replicó Percy, aunque su tono de voz no sonaba muy convencido—. Mis padres no te perdonarían.

—De hecho, le prestaría mi varita —se escuchó una voz a sus espaldas. Percy se giró para encontrarse frente a su padre—. Te diría lo avergonzado que estoy de ti, pero ya ni eso vale la pena —le dijo, mirándole con una mezcla de vergüenza y tristeza—. Tu madre no merece un hijo como tú —de repente, su rostro se convirtió en una máscara fría—. El Ministro te está buscando, es mejor que vayas a lamer sus botas.

Percy Weasley se puso rojo de ira y vergüenza, pero incapaz de contestar a su padre, dio media vuelta y abandonó el lugar. Arthur lanzó un profundo suspiro de derrota.

—Lo lamento —musitó Harry.

El hombre movió la cabeza.

—Tendré que resignarme al hecho de que Percy ya no es rescatable —murmuró, antes de sonreír levemente—. Vámonos. Nos esperan en tu casa para despedir el año como se debe.

—Pero aún es temprano —argumentó Harry.

—No te preocupes —contestó, ampliando su sonrisa—. Después de la exhibición que acaban de dar ustedes dos, su objetivo esta noche ha sido completamente cumplido. Además, a estas alturas cada quien está en lo suyo, no creo que nadie note nuestra desaparición.

Y con una sonrisa de Harry, los tres salieron para Aparecerse con rumbo a Godric’s Hollow.




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Última edición por alisevv el Mar Ago 17, 2010 11:07 pm, editado 2 veces
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Un regalo inesperado. Capítulo 9
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