Aprendiendo del mejor

Severus llegaba a la conclusión de que su vida no podía ser peor, siempre pasaba algo que le devolvía a la cara sus palabras, las cuáles le caían como baldes de agua fría.

Se había dicho que no iba a ser un títere de nadie pero, al final, se había acabado uniendo a un grupo de maniáticos que sólo veían a los muggles como bichos apestosos de los que debían deshacerse de manera rápida y eficaz. Se había dado cuenta de esto y había tratado de liberarse del yugo que imponía esta organización sobre sus hombros, pero fue a dar con un hombre que, si bien le prometía apoyo y ayuda en todo lo que significara alejarse de esa vida delictiva en la que estaba metiéndose, le había hecho permanecer al lado de esos tipos durante una veintena de años. Su vida había ido de mal en peor, había pasado de ser un maniático-asesino-discriminador a ser un espía-maniático-asesino-discriminador y, además, con cargo de conciencia. No, si la vida era una maravilla.

Sus años como maestro de Pociones, materia que amaba a pesar de la incompetencia de la mayoría de sus alumnos, habían sido reconfortantes, especialmente cuando podía descargar un poco de su frustración reprobando a los mocosos con aires de grandeza que no pertenecían a su Casa. Estaba claro que nunca había puesto una nota que no se mereciera realmente un alumno de Slytherin pero, debía admitir que, cuando se trataba de los idiotas e impulsivos alumnos de la Casa de Gryffindor o de los imbéciles que creían que por estar en Ravenclaw tenían el ingenio necesario como para aprobar su materia sin mayores esfuerzos o de los sosos de Hufflepuff que creían en un mundo divino rodeado de rosas y un final feliz... cuando los alumnos de estas Casas venían a sus clases y trataban de demostrar lo indemostrable, su furia, su frustración y su desasosiego se volcaban ante el más mínimo murmullo. Había recibido miles de amenazas anónimas por parte de alumnos despechados, pero nunca los había tomado en cuenta.

Ahora era el dueño de su vida. Después de la muerte del Lord y de haber sido exonerado de todos sus cargos al revelarse que había espiado para el lado de la Luz durante todos aquellos años, nadie podría manejarla a su antojo de nuevo, por más razones que pudiera tener. Si quería irse a la Antártica y no aparecer por un buen par de años, lo haría. Si se le antojaba quitarle todos los puntos a algún alumno, lo haría sin remordimiento. ¡Total! Tenía el poder necesario para hacerlo. Y, aunque ese mocoso que se creía el dueño de su vida le hiciera una escena, no cambiaría de idea.

—Por favor, estás siendo irracional —le dijo Harry, parado frente a él con los brazos cruzados—, no fue mi intención.

—Lo fue, es tu manera de amarrarme a tu lado.

— ¿Perdón? Que yo sepa, estamos juntos por decisión de ambos, no porque a mí se me haya ocurrido que debíamos estar juntos.

—Pero esto es completamente diferente —Severus se puso de pie y llegó hasta donde su amante permanecía quieto—. Cuando decidimos estar juntos, lo hicimos pensando que sería algo pasajero y sin ataduras...

—Pero llevamos casi nueve años juntos. Vivimos juntos. Dormimos juntos desde antes de que saliera de Hogwarts...

—Ya eras mayor de edad...

—No he dicho lo contrario —le contradijo divertido Harry—. Sé que tienes miedo...

—Yo no le temo a nada, Potter —contestó Severus deshaciendo el abrazo, aunque no recordaba en qué momento había sido partícipe de éste—. Ésta es tu manera de atraparme.

—Severus —dijo Harry negando con la cabeza y sentándose—, si estoy esperando un hijo de “ambos” es porque los dos hemos puesto nuestro granito de arena.

—Pues creo que tú has puesto más de un granito, Harry.

— ¿Qué quieres decir con eso? —le preguntó frunciendo el entrecejo.

—Bueno... tú eres el que toma las pociones anticonceptivas...

—Detén ahí tu marcha, Severus Snape —le dijo Harry, ahora sí, muy molesto—. Si lo que intentas decir es que me quedé embarazado a propósito, te digo que cometes un grave error.

—Pues según yo, esto no debería estar pasando, porque yo mismo preparo las pociones que te entrego.

—Entonces tu poción estaba mal hecha.

Severus sintió que todo le daba vueltas. Harry acababa de decir que él, maestro en Pociones, catalogado como uno de los mejores profesores del Mundo Mágico, se había equivocado en una poción.

— ¿Cómo puedes decir algo así?

—Lo digo porque es verdad. Y si no quieres creerme... analiza las pociones que me diste.

No se lo tuvo que decir dos veces, cuando se quiso dar cuenta, Severus ya había desaparecido de su despacho. Harry sabía que iba en dirección a su casa y que en este momento debía estar revolviendo sus cajones buscando la poción; le hubiera detenido pare decirle que tenía uno de los viales ahí, pero estaba seguro de que Severus necesitaba un poco de aire para descargar la rabia inusitada que debía sentir.

Cuando Severus llegó, trece minutos después, cronometrados por el mismo Harry, se encerró en su laboratorio para empezar a analizar las pociones que le daba a su amante.

Harry sabía que no iba a ganar nada quedándose en ese lugar y que sería mejor irse a casa y esperar a que Severus se calmara y reaccionara.

En el laboratorio, Severus se encontraba con las manos apoyadas en el escritorio. Estaba seguro de que había hecho bien las pruebas y, aún así, no podía creer el resultado que había obtenido: al parecer, se había equivocado al elaborar la poción.

¿Cómo era posible que hubiera sucedido algo por el estilo?

Severus nunca fallaba en sus pociones, así que no entendía cómo había podido pasar algo así. Tomó su cuaderno de anotaciones, donde llevaba un completo catastro de todas las pociones que había hecho durante el último año, así como los ingredientes utilizados en sus experimentos. En una hoja apartada tenía las fechas y las pociones entregadas a Harry, tanto las anticonceptivas como las pimentónicas y también aquéllas que su amante necesitaba cuando llegaba de un duro día de trabajo en el Ministerio. Ser Auror era bastante difícil, ya que requería mucho tiempo y energía.

Revisó la fecha del último lote, la misma que tenía escrita el vial que acababa de examinar, y se dio cuenta de que esa fecha no estaba en el cuaderno. Eso sólo podía ser por una razón: no había anotado el lote completo.

Se dejó caer en la silla que estaba a sus espaldas, tratando de recordar cuándo había sido la última vez que había preparado la poción para su amante. Sólo existía una fecha probable y, para su desgracia, sus recuerdos lo llevaron de vuelta a ese día.


Había estado metido en su laboratorio por horas. Harry le había dicho que no le quedaban pociones, las cuáles tomaba debido a que Severus no estaba convencido con la idea de ser padre. Claro, Harry sí quería serlo, se lo había dicho y le había dejado claro lo sería antes de tener los treinta. Ahora que el hombre tenia veintiséis estaba en la edad óptima, pero él no opinaba lo mismo: tenía cuarenta y seis años y ya era demasiado mayor para ser padre, aunque no es que creyera que era viejo, pero sí era cierto que no se veía cuidando a un recién nacido y, mucho menos, a un niño.

Estaba terminando la poción. Tenía que esperar a que se enfriara para luego agregarle Centinodia, pero sólo después de pasados diez minutos una vez apagado el fuego.

Escuchó que la puerta era golpeada para después ver cómo Harry metía su cabeza por la rendija de la puerta entreabierta.

— ¿Aún trabajando, Severus?

—Sí —contestó, dejando su cuaderno de anotaciones al lado al ver que su amante se acercaba—. ¿Qué haces aquí?

—Bueno, te echaba de menos —le respondió de manera melosa, sentándose sobre su regazo.

—Ya lo veo.

Severus le besó de manera apasionada, sintiendo cómo cada fibra de su cuerpo se erizaba al contacto con sus labios. Eso era algo que realmente le gustaba de su amante, la manera apasionada en que lo correspondía y el desenfreno que ponía en cada caricia dada.

Harry no era muy adepto a esperar por lo que, simplemente, se lanzó al cuello de su amante y lo besó de manera ansiosa mientras sentía cómo Severus se encargaba de acariciar la piel que iba descubriendo de Harry.

—Estás realmente impaciente —le dijo Severus mientras abría rápidamente la camisa de Harry—. No llevas más ropa.

—Te dije que quería verte —mordió el lóbulo de la oreja derecha de su amante—, quiero que me tomes aquí mismo.

A Severus le gustó mucho esa idea y no perdió más el tiempo. Se levantó con Harry en brazos y lo llevó a uno de los escritorios que estaban desocupados, recargando ahí a su amante para después proceder a desvestirlo completamente. Los jadeos de Harry le estaban volviendo loco.

—Severus... ah... ahora —sus caderas golpeaban contra la pelvis de Severus—, desnúdate.

Las exigencias de Harry no hacían más que prenderlo. Quería crear magia con su cuerpo, quería poder disfrutar de esa piel que sabía suya y que lo había sido desde el principio, porque él sabía que había sido el primer amante de Harry y el único. Y tener ese privilegio lo deleitaba.

Severus se deshizo de su ropa y se dedicó a preparar el cuerpo de Harry para que lo recibiera. Ya no tenía que trabajar tanto en esa fruncida entrada, porque había profanado ese cálido lugar una infinidad de veces.

—Severus... ah... la poción.

El pocionista reaccionó y caminó rápidamente hasta el caldero que contenía la poción para extraer con un cucharón una medida apta, entonces se acercó a Harry, la pasión les estaba consumiendo por completo, así que hizo que se tomara rápidamente todo el contenido de un trago y, después, lanzó lejos el cucharón.

—Ya no más interrupciones, Potter —le dijo con voz cargada de pasión, y de una sola estocada se adentró en el cuerpo de su amante.

Harry podía sentir en su interior cómo el pene de Severus llegaba a lo más hondo, lo sentía tocar sus paredes internas y cómo golpeaba en los lugares precisos para hacerle ver puntitos rojos al cerrar con fuerza los ojos. Cada jadeo de su garganta salía por culpa de las caricias que Severus le prodigaba y eso hinchaba el pecho del que era el mejor pocionista de Hogwarts y, en palabras de Harry, el mejor amante del mundo.

Severus volvió a la realidad al recordar cómo había tomado a su amante en ese mismo laboratorio y que lo había arruinado todo él mismo. Claro, como había estado extasiado por la pasión, había olvidado agregar el último ingrediente a la poción para Harry.

No podía reclamarle nada a su amante aunque, ahora que lo pensaba, de todas formas seguía controlando su propia vida, esto tampoco era algo que alguien más hubiera calculado, sí, él era el único que controlaba su vida y ahora sería padre porque él lo había decidido así y no había nadie que pudiera decir lo contrario.

Harry estaba en su cuarto, en la casa en la que vivía desde hacía casi nueve años con el que había sido su profesor de Pociones, su aliado en la pelea contra Voldemort y ahora su pareja. Sonreía al mirar la puerta de la habitación. Estaba seguro de que en ese momento Severus debía estar dándose cuenta de su error en la elaboración de la poción. Claro, lo que su amante no sabía era que Harry sí había olvidado tomar la poción anticonceptiva, pero no podía decírselo, así que se las había arreglado para saber cada paso de la poción que le suministraba el maestro de Pociones y se había dado cuenta del detallito del último ingrediente. Sólo tenía que encontrar la oportunidad adecuada para poder interferir y que Severus tuviera la culpa o, que por lo menos, él lo creyera así, ya que cuando Harry había intervenido en el proceso de elaboración de la poción, ya sabía lo de su embarazo. Ahora sólo tenía que esperar para saber qué le iba a decir Severus para quitarse la culpa de encima; conociéndolo como lo conocía, le echaría la culpa a alguien más.
Estaba claro que Harry había aprendido de un maestro.