La Mazmorra del Snarry
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La Mazmorra del Snarry


 
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La Mazmorra del Snarry... El escondite favorito de la pareja más excitante de Hogwarts

 

 El Diario. Capítulo 5. El diario

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Rowena Prince
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MensajeTema: El Diario. Capítulo 5. El diario   El Diario. Capítulo 5. El diario I_icon_minitimeJue Feb 03, 2011 2:04 pm

Capítulo 5. El Diario.

Harry se tumbó en el suelo, tratando de que el corazón dejara de golpearle las costillas. Su mano tropezó con el pequeño libro. Era como un cuaderno con tapas de piel envejecida. Se animó pensando que era una reliquia de su padrino, pero se desinfló al comprobar que estaba en blanco, sin nada escrito. Recordó el diario de Ryddle y siguiendo un impulso, se sentó en el escritorio, cogió una de las plumas y comenzó a escribir:

“Estimado profesor:

Tal vez usted prefiera estar muerto, pero no sabe cuánto me alegra que haya sobrevivido. Dice que no le debo nada; pero yo no lo creo así, le debo mucho, estoy vivo gracias a usted. Ya vio que mi madre volvió a salvarme la vida, pero eso no hubiera sido posible si usted no hubiera rogado por ella. La noche en que Voldemort me lanzó la maldición mortal, ella tuvo la posibilidad de vivir, pero eligió morir protegiéndome y eso me salvó. Sospecho que usted también me odia por eso. Pero si no hubiera intercedido por ella, yo no estaría aquí.


La profecía, que usted sólo escuchó a medias, decía que yo tenía un poder que el señor tenebroso no conocía. Dumbledore me explicó que ese poder era el amor. Ahora sé que ese amor era el amor de mi madre, pero también el amor que usted sentía por ella y el amor que yo siento hacia mis amigos, el motivo por el que me entregué cuando me mostró lo que tenía que hacer. Ese amor que tanto eché de menos cuando era pequeño, cuando soñaba despierto que mi madre venía a rescatarme de la alacena bajo la escalera y que nadie me iba a castigar más por esas cosas raras que me pasaban.

Antes lo odiaba. Ni se imagina cuánto, llegué a odiarlo más que al mismo Voldemort. Pero ahora no puedo. Creo entender por qué se empeñó siempre en tratarme mal, por qué me humilló tanto desde el primer día de clase, cuando yo ni siquiera lo conocía y no tenía la menor idea de lo que me esperaba. Quiero que sepa que lucharé con todas mis fuerzas para que reconozcan lo que hizo. Espero de corazón que deje de pensar en la muerte. Un Slytherin no piensa en eso, piensa en sacar partido de la situación ¿no?. Sin su ayuda, yo no habría sido capaz de vencer a Voldemort.”

Aquel ejercicio absurdo logró calmarlo y se quedó dormido en cuanto se metió en la cama.


Al día siguiente, tardó tiempo en reunir todas las fuerzas necesarias para entrar en la habitación de Snape. Era como si una fuerza invisible le impidiera el paso.

Para su gran alivio, el hombre estaba dormido. Tenía unos cercos azulados debajo de los ojos, la respiración entrecortada y caliente, la frente brillante y húmeda. La habitación estaba desordenada, las sábanas revueltas, y Harry notó que el pensadero no estaba en el mismo lugar en que lo había dejado. Con manos temblorosas, volvió a vendar la enorme llaga que, poco a poco, se iba cerrando. Vio, horrorizado, cómo el cuerpo grande y fuerte se estremecía cuando le pasó el hechizo limpiador.

- “Tú….- dijo Snape, desfallecido, con una voz rota que parecía salir de un sueño – tú….te sacrificaste…” – La frente y la garganta le ardían – “La sangre…la hemorragia…. Dejó de fluir… Tú…. como ella…”- En sus ojos ya no estaba el acero que lo había traspasado el día anterior, la profundidad de aquella mirada negra y fría estaba en calma. De repente, algo se agitó en aquella oscuridad penetrante y Snape se removió en la cama:

- “Les contaste … a todos……mi…”- respiraba con dificultad – “lo que yo…no quería….”- Cerró los ojos, como agotado. Harry, en medio de su turbación, sólo acertó a susurrar:

- “Lo siento. Creí que estaba muerto”.

Snape ya no se movió. Su pecho empezó a subir y bajar rítmicamente. Harry le dio como pudo la poción contra el veneno y salió del dormitorio arrastrando los pies.


Pasó el resto del día con los nervios a flor de piel. Ansiaba y temía, al mismo tiempo, que Kingsley le pidiera las memorias. El pensadero proyector había mostrado con todo lujo de detalles muchas de las cosas que él se empecinaba en dejar claras; pero aún así, el Ministro confirmó que, para una declaración pública que exonerara a Snape de la muerte de Dumbledore, y más aún, si Harry insistía en que le concedieran una Orden de Merlín “póstuma”, había que celebrar un juicio especial. Las terribles palabras de Snape resonaban en su cabeza. La lechuza llegó cuando ya estaba harto de las fotos y de los elogios que le dedicaban en El Profeta.

A última hora, McGonagall y Pomfrey se pasaron por Grimmauld Place. Estuvieron con Snape casi dos horas. Harry se dedicó a dar vueltas por el salón, preguntándose constantemente de qué estarían hablando y maldiciéndolas por lo bajo. Las dos salieron muy animadas y Poppy le comentó lo mucho que había mejorado el paciente. Harry se lo agradeció sinceramente.

Cuando fue a darle la poción contra el veneno, se lo encontró sentado en la cama, perfectamente despejado, con la mirada tan afilada como siempre. Con una voz mucho más clara, le soltó:

- ¿Hay algún ejemplar de El Profeta en esta maldita casa?.

- ¿Se encuentra mejor, profesor?- preguntó Harry.

El hombre no respondió, se lo quedó mirando como si fuera uno de esos gusarajos que empleaba para las pociones. Entonces, apareció Kreacher haciéndole a a Snape una profunda reverencia, de ésas que constantemente dedicaba a Harry. Dejó en la mesilla un plato de humeante sopa. Su rico olor se esparció por la habitación.

- Gracias, Kreacher- dijo Snape, con una familiaridad que dejó pasmado a Harry. El elfo hizo una reverencia aún más exagerada y los dejó solos. Harry miró al plato y a Snape, conteniendo la respiración. Cuando el hombre empezó a comer, notó cómo se le disolvía el nudo del estómago. Tras unas cucharadas, Snape reparó de nuevo en él:

- ¿Qué haces ahí? ¿No te he dicho que me traigas el periódico? ¿A qué esperas?.- chilló de mal humor.

Harry bajó a toda prisa a la cocina, sintiéndose otra vez un alumno de doce años. Cuando regresó a la habitación, el plato estaba vacío.

- “Tiene que tomarse la poción revitalizante, profesor”- dijo, mostrándole la ampolla que todavía llevaba en la mano.

- ¡Déjala ahí! – exclamó Snape. Al ver que Harry dudaba, gritó aún mas fuerte - ¿Estás sordo, chico?- y dirigiéndole una intensa mirada de desprecio, añadió- Ya no soy tu profesor. ¡Fuera de mi vista, Potter!.

Harry salió dando un portazo. Snape ya no quería morir, pero aquello iba a ser peor que vivir a la vez todos los castigos que había cumplido en las mazmorras.


Durante los días siguientes, Harry soportó con toda la paciencia posible las exigencias y los malos modos de Snape. Tal y como le había explicado Poppy, los intervalos de lucidez se hacían cada vez más duraderos y los episodios febriles eran más esporádicos y espaciados en el tiempo.

Le llevaba el periódico todos los días, lo ayudaba cada vez que Snape lo llamaba a gritos porque quería ir al baño, buscaba los libros que le pedía de la biblioteca que, como era de esperar, estaba llena de volúmenes dedicados a la magia oscura y le preguntaba por sus preferencias en las comidas, arriesgándose a una mala contestación. McGonagall se había tomado la molestia de traer sus ropas desde Hogwarts y Kreacher iba y venía del colegio cada vez que necesitaba nuevas pociones. A pesar de estar oficialmente muerto, toda la actividad de la casa giraba a su alrededor.

En un par de ocasiones, Harry había intentado explicarle que el Ministerio preparaba una absolución formal de su pasado como mortífago, pero lo único que consiguió fue una mirada de escepticismo y una mueca de desdén, con el ceño fruncido y los labios apretados.

Cuando entraba en aquella habitación no sabía a qué se iba enfrentar. Unas veces, Snape estaba tranquilo, inmerso en la lectura de algún libro y ni siquiera lo miraba mientras dejaba las pociones en la mesilla. Otras veces, sobre todo si insistía en ayudarlo para las curas del cuello, recibía toda clase de dardos envenenados sobre la insuperable fama del “salvador del mundo mágico” o preguntas maliciosas sobre las fiestas y celebraciones de las que hablaba El Profeta pero a las que Harry había declinado acudir.

Algunos días acababa extenuado, con los músculos de la espalda agarrotados y un horrible dolor de cabeza. Se sentía como una marioneta que bailara al dictado de Snape: animado y contento si el hombre estaba tranquilo; deprimido y angustiado cuando su antiguo profesor descargaba toda su amargura contra él. Lo único que lo ayudaba a liberarse de aquella opresión era escribir en el diario y volcar en él todo lo que se le pasaba por la cabeza.


“Querido Profesor,

Es curioso, porque usted me odia porque me parezco a mi padre, pero mi tía me odiaba por ser el hijo de ella. No sé si de verdad me parezco a él, sólo sé que ahora me duele en el alma que me odie por cosas que pasaron cuando yo aún no había nacido. Es muy injusto, pero creo que no puedo hacer nada para cambiar eso ¿verdad?. Daría cualquier cosa por no recordarle a mi padre, o a mi madre, que me viera a mí, como soy, sólo Harry.¿Sabe que nunca nadie me habló de ella?. Ni Sirius, ni Lupin, ni siquiera Dumbledore. Me gustaría tanto que pudiéramos ser amigos. A pesar de todo, le admiro mucho, profesor; pero me temo que no me dará ninguna oportunidad. Tengo que conformarme con ayudarlo cuando me deja”.


Las extrañas sensaciones que había experimentado desde que compartía la casa con Snape, se reactivaron poderosamente en uno de los episodios febriles.


Había pasado toda la tarde sin que le diera órdenes a voces desde la cama y había supuesto que estaría leyendo y, seguramente, buscando nuevos argumentos para crucificarlo en cuanto se pusiera a tiro. Pero cuando subió a la habitación, descubrió que estaba empapado en sudor, con los brazos y las piernas extendidos sobre la cama deshecha, la ropa abierta, la mirada perdida.

Cuando se acercó, para colocar las sábanas y comprobar el vendaje, Snape se fijó en él y pareció contemplarlo desde un lugar lejano. Luego, levantó su brazo derecho y, torpemente, le tiró las gafas. Entonces, le acarició lentamente la cara, rodeando suavemente sus ojos con la yema de los dedos, como un ciego que tanteara en la oscuridad. Lo agarró de la ropa y le palpó el pecho, como comprobando que Harry era real. El muchacho sintió que su sangre subía y bajaba como por un tobogán y experimentó un sofoco tan fuerte que se extrañó de no ser él el que sudara a chorros.

Esa noche, rememoró en su cama solitaria las imágenes borrosas de sus sueños y algunas de las nítidas fantasías con las que se había relajado en los días más difíciles. Esos momentos en los que vencía al vértigo y se atrevía a caer en un ardiente abismo. En los que sucumbía a aquellos oscuros y turbios apetitos que no acababa de entender:

Al principio, pensé que tenía esos sueños porque estaba obsesionado con que se curara. Pero ahora, no sé qué pensar. Creo que nunca he deseado a otro hombre. No sé si había algo de eso en aquello tan fuerte que sentí por Sirius cuando lo conocí, pero entonces sólo tenía 13 años. Ahora es distinto, sé lo que es y estoy hecho un lío.

A veces pienso que lo que debería hacer es llamar a Ginny y acostarme con ella. Pero ella está furiosa conmigo porque no la hago caso. Ayer mismo, me mandó un vociferador. Lo cierto es que ya le he hecho bastante daño y no tengo ganas de verla.Tal vez me esté pasando porque aún soy virgen. Estoy seguro de que si usted lo supiera, se pasaría un buen rato burlándose de mí. ¿Cómo es posible que el famoso Harry Potter, el elegido, el salvador, no se haya acostado ya con todas las brujas jóvenes de Inglaterra?, eso diría.


Pero no quiero ni pensar qué haría si supiera que, a veces, me masturbo pensando en usted. Cierro los ojos y veo que me abraza y que me besa. Me desnudo pensando que es usted quien me quita la ropa y siento sus dientes en mi cuello, donde más me gusta. Me acaricio los pezones, los mojo con saliva y me parece sentir que es esa boca suya, que me tiene loco, la que los chupa y retuerce.Últimamente, me gusta fantasear que me meto en su cama y que nos abrazamos desnudos, envueltos en sudor, y que siento su erección apretada contra la mía. Y mientras me toco la polla, imagino que son sus manos, tan elegantes y fuertes, las que me aprietan y me exprimen hasta que ya no puedo más.

Es una locura, lo sé, pero una locura que me hace disfrutar inmensamente. Luego me avergüenzo y me entra pánico de que pueda sospechar algo, porque esos días no soy capaz de mirarlo a la cara”.





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MensajeTema: Re: El Diario. Capítulo 5. El diario   El Diario. Capítulo 5. El diario I_icon_minitimeMar Nov 29, 2011 1:48 pm

woahh harry es un pervertidooo...>.< jajajajaj no creo k snape le haga algo malo cuando se entere de sus fantasias,,,,>.< XD jajajjjaja muyy bueno me encanto la historia..n_n
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MensajeTema: Re: El Diario. Capítulo 5. El diario   El Diario. Capítulo 5. El diario I_icon_minitimeMar Nov 29, 2011 3:42 pm

Pobrecito, Harry. Es muy duro descubrir que eres homosexual, es tremendo darte cuenta de que te atrae locamente el cascarrabias de tu antiguo profesor al que admiras con toda tu alma.. angelito

me alegra muchísimo que te guste, gracias.. sigue leyendo, seguro que te gusta el final, jejeje Cool
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MensajeTema: Re: El Diario. Capítulo 5. El diario   El Diario. Capítulo 5. El diario I_icon_minitime

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